Watchman Nee Libro Book cap.2 El ministerio de oracion de la iglesia
"ORAREIS ASI"
CAPÍTULO DOS
“ORAREIS ASI”
“Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen toda su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del maligno; porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6:5-15).
Por lo general, cuando hablamos de la oración, nuestra preocupación se centra en la respuesta a la oración. Sin embargo, en estos versículos el Señor no pone énfasis en la respuesta a la oración, sino en la recompensa de la misma. ¿En qué nos basamos para decir esto? Nuestra base es la palabra “recompensa” que se usa en el versículo 5, la cual es la misma palabra que se utiliza en el versículo 2 con respecto a la recompensa del que da limosnas, y en el versículo 16 con respecto a la recompensa del que ayuna. Si la recompensa de la oración es la respuesta a la misma, ¿a qué se refieren entonces las recompensas del que da limosnas y del que ayuna? Según el contexto, esta recompensa se refiere al premio que uno recibe en el reino. Esto nos muestra que la respuesta a la oración es secundaria; lo principal es que recibamos una recompensa por nuestra oración. Si nuestra oración corresponde a la voluntad de Dios, no sólo será contestada, sino que también será recordada y recompensada en el futuro, ante el tribunal de Dios. Por tanto, la oración mencionada en estos versículos nos trae no sólo una respuesta hoy, sino también justicia. En otras palabras, nuestra oración es nuestra justicia.
Sin embargo, la justicia de la oración no se obtiene haciendo oraciones mecánicas, indiferentes, rutinarias ni por motivos impuros. Por un lado, el Señor nos enseña a no orar como lo hacen estas dos clases de personas; por otro, nos presenta un modelo de oración. En primer lugar, examinemos las dos clases de oración que no debemos seguir.
NO COMO LOS HIPÓCRITAS QUE AMAN EL ORAR PARA SER VISTOS POR LOS HOMBRES
“Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen toda su recompensa”. El fin de la oración es tener comunión con Dios y expresar Su gloria. Pero los hipócritas utilizan la oración, que debería glorificar a Dios, para glorificarse a sí mismos. Por consiguiente, les gusta orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles. Hacen esto para ser vistos de los hombres, pues las sinagogas y las esquinas de las calles son lugares públicos, donde pasa mucha gente. No oran para que Dios los oiga, sino para ser oídos por los hombres. Les gusta exhibirse. Esta clase de oración es muy superficial; no puede considerarse una oración dirigida a Dios, ni tampoco una comunión con El. Estos hombres no deben esperar recibir algo de Dios, porque el motivo que yace detrás de este tipo de oración es recibir gloria de los hombres, y porque no han acumulado nada delante de Dios. De hecho, ya han recibido su recompensa; han recibido la alabanza de los hombres. Por lo tanto, en el reino venidero no habrá nada qué recordar.
¿Entonces qué debemos hacer cuando oramos? El Señor dijo: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. Este aposento es un símbolo. Las sinagogas, al igual que las esquinas de la calles, denotan lugares públicos, mientras que el aposento a un lugar oculto. Hermanos y hermanas, uno puede entrar en su aposento aun en las sinagogas y en las esquinas de las calles. Uno puede encontrar el aposento en la acera y dentro del automóvil. El aposento es el lugar donde uno tiene comunión con Dios en lo secreto; el lugar donde uno ora sin tener la intención de exhibir su oración. “Entra en tu aposento, y cerrada la puerta”. Esto quiere decir cerrar la puerta para que el mundo quede afuera y nosotros adentro; significa que desechamos todas las voces de afuera, y oramos a Dios callada y silenciosamente.
Cuando uno ora al Padre que está en secreto, el Padre, que ve en lo secreto, le recompensará. ¡Qué gran consuelo es éste! Para poder orar al Padre que está en secreto, necesitamos tener fe. ¡Aunque uno no sienta nada exteriormente, debe tener la certeza de estar orando al Padre, quien está presente en secreto, donde no lo vean los hombres. El está verdaderamente presente y no menosprecia la oración de uno; está allí observando. Esto muestra cuánto se interesa por nuestras oraciones. El no lo observa a usted y luego se marcha; El le recompensará. Hermanos y hermanas, ¿pueden ustedes creer esto? Si el Señor dice que le recompensará, entonces, ciertamente lo hará. El Señor garantiza que la oración que se hace en secreto no será en vano. Si usted ora como es debido, el Padre le recompensará. Aunque parezca que no hay ninguna recompensa hoy, vendrá el día cuando usted será recompensado. Hermanos y hermanas, ¿puede su oración en lo secreto pasar la prueba de ser vista por el Padre en lo secreto? ¿Creen que el Padre los ve en lo secreto y los recompensará?
NO USAR VANAS REPETICIONES COMO LOS GENTILES
El Señor no sólo nos enseñó a orar en lo secreto sino también a “no usar vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”. La voz “palabrería” se usa en griego para describir el sonido monótono y repetitivo que hace un tartamudo. Algunas personas en sus oraciones repiten las mismas palabras de manera monótona. Esta clase de oración tiene sonido, pero carece de significado. Cuando usted se encuentra al lado de una persona así, y oye su oración, es como si estuviera cerca de una corriente y oyera el ruido monótono e interminable del agua que golpea contra las rocas. Es como si fuera por una carretera pedregosa y oyera el ruido interminable y monótono de las ruedas del coche. Estas personas repiten muchas veces las mismas palabras. Suponen que sus oraciones serán contestadas por la mucha repetición. Pero esta clase de oración es vana; no es eficaz en absoluto y no la debemos usar.
Hermanos y hermanas, sus oraciones no deben ser simplemente sonidos sin significado. Las oraciones de muchas personas, en la reunión de oración, no tienen sentido. Si usted no les da el amén cuando oran, lo condenan por no ser uno con ellos, pero si dice amén a sus oraciones, seguirán repitiendo las mismas palabras. Tales personas no oran para que se realicen algunas metas sino para generar algarabía. Sus oraciones no tienen el propósito de aliviar la carga sino el de producir un discurso. Se ofrecen muchas oraciones como resultado de la influencia humana, y se expresan muchas palabras que van mas allá de lo que uno desea. Estas oraciones son como el ruido de una corriente de agua que golpea contra las rocas o como el ruido de las ruedas de un carruaje que va por un camino de piedras. Esta clase de oración tiene sonido pero carece de significado. No debemos orar de esa manera.
“No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Esto nos muestra que la respuesta a nuestras oraciones depende de nuestra actitud delante de Dios y de nuestra necesidad; no depende de nuestras muchas palabras. Si oramos por lo que no necesitamos, no seremos oídos aunque usemos más palabras. Si lo que pedimos no procede de la necesidad, es avaricia y es pedir en vano. A Dios le place darnos lo que necesitamos; pero no le gusta satisfacer los deseos de nuestro yo. Algunos han dicho que puesto que Dios sabe lo que necesitamos, no es necesario pedirle. Decir esto es una insensatez. El propósito de nuestra oración no es notificarle a Dios nuestros asuntos, sino expresarle nuestra confianza, nuestra fe, nuestra dependencia y nuestro deseo. Por lo tanto, es correcto que oremos, pero al hacerlo, nuestro deseo y nuestra fe deben ir más allá de nuestras palabras.
“ORAREIS ASI”
Ahora examinemos la oración que el Señor enseñó. Esta oración se conoce comúnmente como el Padrenuestro, lo cual es un error. Esta oración no es la oración de El, sino una oración que El utilizó para enseñarnos. Lucas 11 señala esto muy claramente (vs. 1-4). Debemos aprender cuidadosamente de esta oración.
El Señor dijo: “Vosotros, pues, oraréis así”. El no dijo que oráramos con estas palabras. Si lo hubiera dicho, todo lo que tendríamos que hacer sería repetirlas cada vez que orásemos. No, esto no es a lo que El se refería. Lo que quiso decir fue que debíamos orar de esa manera. En otras palabras, el Señor nos enseñaba cómo orar; no nos insta a imitar Sus palabras, sino a que oremos de la manera que El lo hace.
Desde el comienzo del mundo, Dios ha estado escuchando las oraciones del hombre. De generación en generación y de edad en edad, los hombres han estado orando a Dios. Pero es difícil encontrar personas cuyas oraciones lleguen al blanco. Muchas personas prestan atención a sus necesidades, no a las de Dios. Por esta razón, el Señor nos dijo: “Vosotros, pues, oraréis así”. El “así” aquí, es algo muy significativo, grandioso y profundo. Hermanos y hermanas, si de verdad queremos aprender a orar, necesitamos aprender a orar “así”. Esta es la primera vez, desde que Dios vino a la tierra como hombre, que nos dice cómo debemos orar y cómo hacerlo de manera concisa.
El Señor nos dijo que debemos orar a “nuestro Padre que está en los cielos”. La palabra “Padre” es un título, un nuevo nombre por medio del cual el hombre se puede dirigir a Dios. Antes, el hombre lo llamaba “el Dios Todopoderoso”, “el Altísimo”, “el Dios viviente” o “Jehová”. Nadie se atrevía a llamar “Padre” a Dios. Esta fue la primera vez que se empleó la palabra “Padre”, lo cual nos muestra claramente que esta oración es para los salvos, los que ya poseen la vida eterna. Después de ser salvos, podemos dirigirnos a Dios como Padre, pues sólo los que fueron engendrados por Dios son hijos Suyos, y sólo ellos pueden llamarlo Padre. Esta es una oración dirigida a nuestro Padre que está en los cielos. ¡Cuán agradable es esto y qué gran consuelo! Originalmente, sólo nuestro Señor Jesús podía llamar Padre a Dios. Pero en estos versículos, El nos instruye a que lo llamemos Padre nuestro. Esta es una gran revelación. Si Dios no nos hubiera amado y dado a Su Hijo unigénito, ¿cómo podríamos llamarlo Padre nuestro? Damos gracias a Dios que Su Hijo murió y resucitó por nosotros, para que podamos llegar a ser Sus hijos y así recibir una nueva posición. De aquí en adelante, podemos orar a nuestro Padre que está en los cielos. ¡Cuán íntimo, liberador y animante es esto! Que el Espíritu del Señor nos enseñe más a entender que Dios es nuestro Padre y a creer que el Padre es amoroso y paciente, y que El no sólo desea oír nuestras oraciones, sino también compartir el gozo de la oración.
Esta oración puede dividirse en tres secciones. La primera sección está relacionada con las cosas de Dios; es una oración que expresa tres deseos acerca de Dios (Mt. 6:9-10), y puede considerarse como el fundamento. La segunda sección se relaciona con nosotros; es nuestra petición por la protección de Dios (vs. 11-13a). La tercera sección es nuestra declaración; es nuestra alabanza a Dios (v. 13b). Veamos las secciones de la oración.
TRES DESEOS ACERCA DE DIOS
La primera sección trata de tres deseos acerca de Dios.
El primer deseo: “santificado sea Tu nombre”
“¡Santificado sea Tu nombre!” Dios espera que todos oremos pidiendo que Su nombre sea santificado por el hombre. Su nombre es exaltado entre los ángeles. Pero en la tierra, Su nombre está siendo usado en vano; aun a los ídolos les ponen Su nombre. Cuando un hombre toma el nombre de Dios en vano, Dios no le demuestra Su ira partiéndolo con un rayo, sino que se esconde como si no existiera. Cuando un hombre toma Su nombre en vano, Dios no lo confronta. Aún así, quiere que Sus hijos oren: “Santificado sea Tu nombre”. Hermanos y hermanas, si aman a Dios y lo conocen, entonces querrán que Su nombre sea santificado. Si alguno toma el nombre de Dios en vano, ustedes se sentirán heridos, su deseo de que el nombre del Señor sea santificado se fortalecerá, y orarán con más perseverancia: “Santificado sea Tu nombre”. Un día el hombre santificará este nombre y nunca más lo tomará en vano.
“¡Santificado sea Tu nombre!” El nombre de Dios no es sólo un título por el cual nos dirigimos a El; es una gran revelación que recibimos del Señor. El nombre de Dios se usa en la Biblia para designar la revelación que Dios da de Sí mismo al hombre, y denota todo lo que sabemos de El. El nombre de Dios es Su naturaleza y revela Su plenitud. Esto es algo que el hombre no puede comprender con su alma, sino algo que el Señor nos revela (Jn. 17:6). El Señor dijo: “Y les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y Yo en ellos” (17:26). Esto nos muestra que para conocer el nombre de Dios, necesitamos que el Señor nos revele repetidas veces.
“¡Santificado sea Tu nombre!” no sólo es nuestro deseo sino también nuestra adoración al Padre. Debemos darle gloria a Dios. Debemos comenzar nuestra oración con alabanzas. Antes de esperar recibir misericordia y gracia de El, debemos darle la gloria. Debemos concederle la alabanza plena por lo que El es, y luego podemos recibir Su gracia. Hermanos y hermanas, tenemos que recordar que lo principal y la meta máxima de nuestra oración es que Dios reciba la gloria.
“¡Santificado sea Tu nombre!” El nombre de Dios está ligado a Su gloria. Ezequiel 36 dice: “Pero he tenido dolor al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron” (v. 21). Esto significa que la casa de Israel no había santificado el nombre de Dios. Así que el nombre de Dios fue profanado entre las naciones adonde fueron. Pero Dios tuvo dolor por Su santo nombre. Nuestro Señor quiere que nosotros tengamos este deseo. En otras palabras, El quiere glorificar Su propio nombre por medio de nosotros. El nombre de Dios tiene que ser santificado primero en nuestros corazones antes de que nuestro deseo se haga más profundo. Se necesita una obra profunda de la cruz antes de poder glorificar el nombre de Dios. De otro modo, nuestro deseo no es más que una idea vacía, no es un verdadero deseo. Hermanos y hermanas, puesto que este el caso, ¡cuánto necesitamos ser quebrantados y podados!
El segundo deseo: “venga Tu reino”
¿Qué clase de reino es éste? Se leemos el contexto en Mateo, veremos que si este reino se refiere al reino de los cielos. El Señor nos dice que oremos: “Venga Tu reino”. Esto significa que el reino de Dios existe en el cielo y no en la tierra. Consecuentemente, debemos orar pidiendo a Dios que extienda Su esfera celestial a la tierra. La Biblia habla del reino de Dios en términos históricos y también geográficos. La historia se relaciona con el tiempo, y la geografía con los lugares. Según la Biblia, el reino de Dios es más geográfico que histórico. El Señor dijo: “Pero si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt. 12:28). ¿Está esto relacionado con la historia? No, es algo relacionado a la geografía. El reino de Dios está dondequiera que el Hijo de Dios eche fuera demonios. Así que, durante este período, el reino de Dios es más un asunto geográfico que histórico. Hermanos y hermanas, si en ustedes prevalece el concepto histórico del reino, sólo han visto un lado de la verdad. En el Antiguo Testamento se encuentra el reino de los cielos sólo en profecía. Cuando el Señor Jesús vino, oímos la declaración de Juan el Bautista, quien proclamó que el reino de los cielos se había acercado (Mt. 3:1-2). Luego el mismo Señor Jesús dijo que el reino de los cielos se había acercado (4:17). Ellos dijeron esto porque para entonces ya había personas que pertenecían al reino de los cielos. Cuando llegamos a Mateo 13, vemos que aparece el reino de los cielos en la tierra. En la actualidad, el reino de Dios está dondequiera que los hijos de Dios, por el Espíritu de Dios, echen fuera los demonios y sus obras. Al pedirnos que oráramos para que viniese el reino, el Señor expresaba Su anhelo de que el reino de Dios llene toda la tierra.
“¡Venga Tu reino!” Este no es sólo el deseo de la iglesia, sino también su responsabilidad. La iglesia debe traer el reino de Dios, para lo cual necesita pagar el precio de ser restringida por el cielo y someterse a su gobierno. Ella debe ser la puerta del cielo y debe permitir que la autoridad del cielo se exprese en la tierra. Para poder traer el reino de Dios, la iglesia tiene que conocer todas las maquinaciones de Satanás (2 Co. 2:11); y tiene que vestirse de toda la armadura de Dios a fin de estar firme contra las estratagemas del diablo (Ef. 6:11), pues dondequiera que está el reino de Dios, el diablo es echado fuera. Cuando el reino de Dios gobierne en la tierra completamente, Satanás será arrojado al abismo (Ap. 20:1-3). Puesto que la iglesia tiene una responsabilidad tan grande, Satanás hará todo lo que pueda por atacarla. Que la iglesia pueda orar como lo hicieron los santos de antaño: “Oh Jehová, inclina tus cielos y desciende” (Sal. 144:5). “Oh, si rompieses los cielos, y descendieras” (Is. 64:1). Al mismo tiempo debemos decirle a Satanás: “Apártate de la tierra ahora mismo, y vete al fuego eterno, el cual Dios ha preparado para ti” (cfr. Mt. 25:41).
El tercer deseo: “hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”
La oración “hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” muestra que la voluntad de Dios se hace en el cielo, y que no se hace completamente en la tierra. Dios es Dios; ¿quién puede impedir que se haga Su voluntad? ¿Podrá acaso el hombre o el diablo detener a Dios? Nadie puede detener a Dios. ¿Por qué entonces tenemos que orar? Para responder a esta pregunta, tenemos que mencionar algo relacionado con el principio de la oración.
En la Biblia existen algunos principios básicos acerca de la verdad. El principio de la oración es uno de ellos. ¡Cuán maravilloso es que la oración exista en la Biblia! Dios sabe de antemano lo que necesitamos. ¿Por qué, entonces, necesitamos orar? Según la perspectiva del hombre, puesto que Dios es omnisciente, no hay necesidad de que el hombre ore. Sin embargo, según la Biblia, Dios necesita la oración del hombre. La oración indica que aunque Dios quiere hacer algo, no lo hará solo; El esperará a que el hombre ore en la tierra antes de obrar. Dios tiene Su propia voluntad y Sus propios pensamientos. No obstante, espera a que los hombres oren. Aunque El conoce nuestras necesidades, antes de actuar tiene que esperar a que el hombre ore. El no obrará solo, pues esperará hasta que el hombre haya orado. La razón por la cual debemos orar es que Dios no hará nada por Sí solo; El tiene que esperar a que el hombre ore antes de obrar. El Señor Jesús iba a nacer, pero era necesario que Simeón y Ana oraran por esto (Lc. 2:25, 36-38). El Espíritu Santo había de descender, pero sólo lo haría cuando los ciento veinte oraran diez días (Hch. 1:15; 2:1-2). Este es el principio de la oración. ¿Podemos en la oración pedirle a Dios que no haga lo que quiere hacer? No, de ninguna manera. Sin embargo, Dios tiene que esperar a que nosotros oremos antes de poder hacer lo que desea. En los días de Acab, vino la palabra de Jehová a Elías claramente diciendo: “Yo haré llover sobre la faz de la tierra”. Pero Elías tuvo que orar antes de que Dios enviara la lluvia (1 R. 18:1, 41-45). Dios no cumplirá Su voluntad solo. El debe esperar a que nosotros oremos antes de cumplir Su voluntad. ¿Qué es la oración? La oración significa que, en primer lugar, Dios tiene una voluntad; en segundo lugar, que nosotros tocamos esta voluntad y oramos por ella; y en tercer lugar, que Dios contesta nuestra oración.
Muchas personas tienen el concepto erróneo de que la razón por la cual el hombre ora a Dios es iniciar algo y pedirle a Dios que lo lleve a cabo. Pero la Biblia nos muestra que es Dios el que primero tiene una voluntad y quiere hacer algo; entonces nos muestra Su voluntad, y nosotros declaramos con nuestra boca la voluntad que hemos llegado a entender. Esto es la oración. El Señor nos enseñó a orar. Dios mismo desea que Su nombre sea santificado, que Su reino venga y que Su voluntad se haga en la tierra. Sin embargo, El no hará estas cosas por Su propia cuenta. El espera a que la iglesia ore. Si usted ora, yo oro y todos los hijos de Dios oramos, y las oraciones son lo suficiente numerosas, entonces Su nombre será santificado, Su reino vendrá y Su voluntad se hará en la tierra así como en el cielo. Los hijos de Dios tienen que aprender a hacer este tipo de oración. Siempre debemos recordar lo que Dios desea hacer. Aunque El ha determinado hacer algo, no lo hará; El debe esperar a que Sus hijos sean motivados y estén dispuestos a expresar Su voluntad en sus oraciones antes de que El pueda contestarlas. Aunque en el milenio Su nombre será santificado plenamente, Su reino vendrá y Su voluntad se hará en la tierra, ese tiempo vendrá más tarde o más temprano dependiendo de la oración de Sus hijos. El principio básico consiste en que Dios no hará nada según Su propósito solamente; antes de actuar El esperará a que Sus hijos oren en la tierra.
Algunas cosas pueden considerarse asuntos secundarios de la voluntad de Dios. Pero Dios tienen una voluntad suprema, y los asuntos pequeños de Su voluntad están incluidos ella. Cuando prestamos atención a la voluntad suprema de Dios, todos los demás asuntos se cumplirán. Dios tiene Su voluntad en el cielo, y Su Espíritu nos comunica esta voluntad. Por lo tanto, podemos responder a ella y clamar: “Dios, te pedimos que cumplas esto”. Cuando esto ocurre, Dios cumple Su voluntad. En esto consiste el principio de la oración revelado en la Biblia. El mover de Dios hoy es afectado por nuestras oraciones en la tierra. Nuestro Señor nos ha revelado este misterio que estaba oculto desde los siglos. Hermanos y hermanas, si estamos dispuestos a hacer un sacrificio y apartar tiempo para orar, veremos que este tipo de oración no sólo recibirá respuesta sino también una recompensa.
La voluntad de Dios es como un río, y nuestra oración es como un canal. Si nuestra oración es grande, el logro de nuestra oración también será grande. Si nuestra oración es limitada, el logro de nuestra oración también lo será. El avivamiento de Gales durante 1903-1904 fue el mayor en la historia de la iglesia. Dios produjo un gran avivamiento usando a un minero, Evan Roberts, quien no tenía mucha educación; pero sus oraciones eran profundas. Después de haber dejado de predicar durante unos siete u ocho años, un hermano que se encontró con él, le preguntó: “¿Qué has estado haciendo durante estos años?” El respondió con una corta declaración: “He estado haciendo la oración del reino”. Si no hay oración, el reino no vendrá. Si los canales están bloqueados, el agua no podrá fluir. Al enseñarnos a orar, el Señor reveló la intención de Dios y lo que desea de nosotros. Cuando los hijos de Dios pongan su voluntad en armonía con la de Dios, el nombre de Dios será santificado, Su reino ciertamente vendrá y Su voluntad se hará en la tierra así como en el cielo.
TRES COSAS QUE SE PIDEN PARA UNO MISMO
La segunda sección se relaciona con tres cosas que uno pide para sí mismo.
La primera cosa:
“el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”
Cuando algunos leen esto, no pueden entender por qué el Señor repentinamente cambia de tema y pasa del nombre, el reino y la voluntad de Dios al tema de nuestro pan de cada día. ¿No parece esto un paso hacia atrás, volverse de una oración tan elevada a asuntos tan triviales? Hermanos y hermanas, hay una razón para ello. Cuando un verdadero hombre de Dios ora continuamente por el nombre, el reino y la voluntad de Dios, el Señor se ocupa de las necesidades de ese hombre. Si la oración es importante, el que ora seguramente provocará el ataque de Satanás. Por tanto, el pan es algo por lo que tenemos que orar. El pan es la provisión inmediata del hombre y constituye una gran tentación. Cuando un hombre cae en una situación en la cual conseguir el pan cotidiano se convierte en un problema, se hallará en una gran prueba. Por una parte, oramos que el nombre de Dios sea santificado, que venga Su reino y que Su voluntad se haga en la tierra; por otra, como seres humanos, aún vivimos en la tierra y necesitamos el pan de cada día. Satanás sabe esto. Por consiguiente, es menester que oremos pidiendo protección. Esta es la oración de un cristiano por su propia provisión; necesita pedir la protección del Señor. De no ser así, tal vez al mismo tiempo que hace una oración elevada, sea atacado. Satanás puede atacar. Cuando no tenemos suficiente pan, somos atacados, y nuestra oración es afectada. Necesitamos ver la necesidad de esta oración. Todavía somos seres humanos, vivimos en la tierra y nuestro cuerpo necesita pan. Por tanto, tenemos que pedirle a Dios que nos lo dé.
Esta oración también nos muestra que necesitamos acudir a Dios y orar a El diariamente. El Señor nos enseña a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. No oramos semanalmente, sino diariamente. No tenemos en qué apoyarnos en la tierra, y tampoco tenemos ahorros. En cierto sentido, no podemos orar por el pan semanal ni mensual; tenemos que orar por el pan de hoy. ¡Cuánta confianza en Dios se requiere en tal circunstancia! El Señor no desconoce nuestras necesidades diarias; El no nos dice que nos olvidemos de ellas, sino que oremos diariamente. En realidad, el Padre ya sabe qué necesitamos. El Señor quiere que le pidamos a Dios por nuestro pan cada día porque quiere que aprendamos a acudir al Padre día a día y que ejerzamos nuestra fe día a día. Frecuentemente extendemos demasiado nuestras preocupaciones hacia el futuro y alargamos nuestra oración del mismo modo. Hermanos y hermanas, si tenemos un deseo firme de entregarnos a Su nombre, Su reino y Su voluntad, sufriremos grandes penalidades. Pero si Dios nos da nuestro pan de cada día, no tendremos que orar por el pan de mañana sino cuando llegue el día de mañana. No se preocupen por el mañana; basta a cada día su propio mal (Mt. 6:31-34).
La segunda cosa: “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”
Por un lado, pedimos por nuestra provisión material; por otro, pedimos por una buena conciencia. Día tras día ofendemos a Dios. Es posible que en muchas cosas no pequemos, pero incurrimos en deudas. El no hacer lo que debemos hacer es incurrir en una deuda. El no decir lo que debemos decir también nos hace deudores. No nos es fácil mantener una buena conciencia delante de Dios. Cada noche al acostarnos, nos damos cuenta de que hemos cometido muchas ofensas contra Dios. Tal vez no sean pecados, pero todas son deudas. Tenemos que pedirle a Dios que nos perdone nuestras deudas para poder tener una buena conciencia. Esto es muy importante. Ser perdonados de nuestras deudas equivale a ser perdonados de nuestros pecados; necesitamos este perdón para poder tener una buena conciencia y vivir delante de Dios con franqueza. Muchos hermanos y hermanas tienen la experiencia de que tan pronto haya una grieta en su conciencia, su fe desaparece. No debemos permitir que haya grietas en nuestra conciencia. En cuanto a la fe y a tener una buena conciencia, Pablo dijo: “Desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos” (1 Ti. 1:19). La conciencia es como un barco; no puede darse el lujo de tener agujeros. Una vez que la conciencia tiene un agujero, la fe se escapa. La conciencia no puede tener deuda alguna; ni acumular ofensas. Una vez que tiene alguna ofensa, tendrá un agujero, y lo primero que se escapará será nuestra fe. Si la conciencia tiene un agujero, uno no puede creer aunque lo intente. Una vez que la acusación aparece en la conciencia, la fe escapa. Por tanto, a fin de mantener una buena conciencia, tenemos que pedirle a Dios que perdone nuestras deudas. Este es un asunto crucial. El perdón de nuestras deudas no tiene nada que ver con el hecho de recibir la vida eterna, pero sí tiene que ver con nuestra comunión con Dios y con Su disciplina.
Tenemos que pedirle a Dios que perdone nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si una persona se porta mal con usted, y usted no le perdona las ofensas, no puede pedirle a Dios que perdone sus propias deudas. Una persona con una mente estrecha, que siempre se fija en cómo otros lo han ofendido, herido o maltratado, no puede ofrecer esta oración ante Dios. Necesita un corazón perdonador antes de poder pedirle al Padre con denuedo: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Uno no puede pedirle a Dios que perdone sus deudas si no ha perdonado a quienes le deben a uno. Si no hemos perdonado a nuestros deudores, ¿cómo podemos atrevernos a pedirle a Dios que perdone nuestras deudas? Si no hemos recibido algo que se nos debe, y guardamos rencor en nuestro corazón, recordando las ofensas que otros nos han hecho, ¿como podemos hacer este tipo de oración al Padre? Así como nuestras ofensas necesitan ser perdonadas delante de Dios, nosotros también tenemos que perdonar las ofensas que otros nos hacen. Nosotros tenemos que perdonar primero las deudas de otros antes de poder pedirle al Padre con confianza: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Necesitamos prestar atención al hecho de que la Biblia no sólo nos habla de nuestra relación con el Padre, sino también de nuestra relación con los demás. Si un hermano está consciente solamente de su relación con Dios y se olvida de su relación con otros hermanos y hermanas, pensando que no hay nada mal entre él y Dios, se engaña a sí mismo. Hermanos y hermanas, nunca pasen por alto su relación con los demás. Si hay una barrera entre usted y otro hermano o hermana, inmediatamente pierde la bendición de Dios. Si hay algo que debe hacer por un hermano o hermana o decirle a un hermano o hermana y no lo ha hecho, tal vez en esto no haya pecado, pero ha incurrido en una deuda. No piense que todo está bien sólo porque usted cree que no ha pecado. También es necesario estar libre de deudas. Al mismo tiempo, si un hermano o hermana le debe algo y usted no lo olvida, entonces usted no perdona las deudas de ellos. Esto también le impedirá ser perdonado por Dios. Dios lo tratará a usted de la misma manera que usted trate a los demás. Si usted no olvida la deuda de ellos y continúa recordándola y quejándose, está muy engañado si cree que Dios le ha perdonado sus deudas. El Señor nos enseña claramente a orar: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Necesitamos prestar atención a las palabras “como también nosotros perdonamos”. Si no existieran estas palabras “nosotros perdonamos” sería imposible usar la palabra “como”. Si nosotros no hemos perdonado a nuestros deudores, nuestras deudas serán recordadas delante de Dios. Si hemos quitado de nuestro corazón las deudas de ellos y ya no queda nada, podemos acercarnos con denuedo delante de Dios y decirle: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Dios entonces tendrá que perdonarnos. Tenemos que perdonar incondicionalmente a nuestros deudores, pues esto influye en que seamos perdonados por Dios.
La tercera cosa: “no nos metas en tentación, mas líbranos del maligno”
La primera parte habla de nuestras necesidades materiales, y la segunda, de nuestra relación con los hermanos y hermanas. Esta tercera parte habla de nuestra posición frente a Satanás. “No nos metas en tentación” es una petición negativa. “Mas líbranos del maligno” es positiva. Por un lado, cuando vivimos para Dios en la tierra y tenemos un fuerte deseo de dedicarnos a Su nombre, Su reino y Su voluntad, nos encontramos con necesidades materiales y, por ende, debemos pedir por nuestro pan de cada día. Por otro lado, nuestra conciencia necesita estar limpia y libre de ofensa delante de Dios; para esto necesitamos que Dios perdone nuestras deudas. Pero hay otra cosa. También necesitamos paz; para esto necesitamos pedirle a Dios que nos libre de la mano de Satanás. Hermanos y hermanas, cuanto más tomemos el camino del reino de los cielos, más grandes serán las tentaciones. ¿Qué debemos hacer entonces? Podemos orar y pedirle a Dios que “no nos meta en tentación”. Hermanos y hermanas, no podemos tener tanta confianza en nosotros mismos, pensando que podemos hacerle frente a alguna tentación. Puesto que el Señor nos ha pedido que oremos, debemos orar pidiendo a Dios que no nos meta en tentación. Nosotros no sabemos cuándo vendrá la tentación. Así que debemos orar de antemano para que no caigamos en tentación. Esta oración es para nuestra protección. No es que estemos esperando cada día que venga la tentación, sino que oramos cada día para que no venga. Debemos pedir que solamente confrontemos aquello que el Señor permita venir sobre nosotros y no alguna otra cosa que el Señor no quiera que venga sobre nosotros. Si no oramos de esta manera, no seremos capaces de resistir la tentación ni siquiera por un momento. Tenemos que pedirle al Señor que no nos meta en tentación, que no permita que nos enfrentemos a nadie y que no se nos atraviese nada que no deba. Esta es una oración de protección. Tenemos que orar para que Dios nos proteja, para que nuestro pan de cada día sea provisto, para que nuestra conciencia esté limpia y para que no tengamos que enfrentar las tentaciones. Debemos pedirle al Señor en toda circunstancia que no nos meta en tentación. Debemos orar que no confrontemos nada que el Señor no haya permitido. Diariamente, tenemos que pedirle a Dios que nos guarde de la tentación.
No sólo tenemos que pedirle a Dios que no nos meta en tentación, sino también que nos “libre del maligno”. Esta oración es positiva. No importa donde ponga Satanás su mano, tenemos que pedirle al Señor que nos libre del maligno. En cuanto al pan de cada día, en cuanto a la condenación de nuestra conciencia y en cualquier tentación, tenemos que pedirle al Señor que nos libre del maligno. En otras palabras, le pedimos que no caigamos en la mano del maligno. Al leer Mateo 8 y 9, encontramos que las manos de Satanás están puestas en más cosas de las que uno espera o se da cuenta. Están ocultas en la fiebre que viene de repente sobre el cuerpo de una persona (8:14) y en la tormenta que se levanta de repente en el mar (8:24). Ellas hacen que los demonios operen en los hombres y ahoguen los cerdos (8:28-32). Ellas obran en el interior del corazón del hombre haciendo que rechace al Señor y se oponga a El sin haber razón alguna (9:3, 11). En síntesis, Satanás está activo causando daño al hombre e infligiéndole sufrimiento. Por tanto, tenemos que pedir ser librados del maligno.
Los tres deseos acerca de Dios son oraciones básicas, y las tres peticiones por nosotros mismos son oraciones de protección. No le pedimos al Señor por nuestro pan de cada día sólo porque deseemos comer. No le pedimos que nuestra conciencia esté sin ofensa sólo por tener una buena conciencia. No le pedimos al Señor que nos libre del maligno sólo porque queramos ser librados del maligno. Oramos por todas estas cosas a fin de vivir más tiempo en la tierra para poder desempeñar la obra de oración a fin de que el nombre del Padre sea santificado, Su reino venga y Su voluntad sea hecha en la tierra como en el cielo.
TRES COSAS POR LAS CUALES ALABAR
Finalmente, el Señor nos enseñó a alabar por causa de tres cosas: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. Esta alabanza nos habla de que el reino, el poder y la gloria le pertenecen al Padre. Las tres cosas por las cuales alabamos se relacionan con nuestra liberación del maligno. También se relacionan con toda la oración que enseñó el Señor. Oramos que el Señor nos libre del maligno porque el reino, el poder y la gloria son del Padre y no de Satanás. Este es el punto principal: puesto que el reino, el poder y la gloria le pertenecen al Padre, nosotros no debemos caer en la mano de Satanás. Esta es la razón por la cual no debemos caer en la mano de Satanás. Si caemos, ¿cómo podríamos glorificar al Padre? Si el Padre ha de ejercer poder sobre nosotros, entonces Satanás no puede hacerlo. Como el reino de los cielos le pertenece al Padre, no podemos ni debemos caer en la mano de Satanás.
Con respecto a la autoridad, debemos recordar lo que dijo el Señor: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os dañará” (Lc. 10:19). Este versículo dice que la potestad que El da nos capacita para vencer el poder del enemigo. Junto con la autoridad viene el poder. El Señor quiere que sepamos que junto con el reino está la autoridad, y detrás de la autoridad está el poder para regir. El reino es de Dios y no de Satanás. La autoridad le pertenece a Dios, no a Satanás. Por lo tanto, el poder le pertenece a Dios, no a Satanás. Por supuesto, la gloria también le pertenece a Dios, no a Satanás. Puesto que el reino, el poder y la gloria pertenecen a Dios, los que pertenecen a Dios deben vencer toda tentación y ser librados de la mano de Satanás.
En el Nuevo Testamento, el nombre del Señor denota autoridad, mientras que el Espíritu Santo denota poder. Toda la autoridad está en el nombre del Señor, y todo el poder está en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el poder de Dios. El reino se refiere al gobierno del cielo y a la autoridad de Dios, mientras que el poder nos habla de que todo el poder está en el Espíritu Santo. Cuando Dios obra, el Espíritu Santo llega a ser Su poder. Puesto que el reino pertenece a Dios, Satanás no tiene donde ejercer su dominio. Puesto que el poder pertenece al Espíritu Santo, Satanás de ninguna manera puede tocar al Espíritu Santo. Mateo 12:28 nos habla de que cada vez que los demonios se encontraron con el Espíritu Santo, fueron echados. Por último, la gloria también pertenece a Dios. Por tanto, podemos declarar y alabar en voz alta: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”.
El Señor nos enseñó a orar así. Esto no quiere decir que debemos recitar esta oración como un rezo, sino que debemos orar en conformidad con este modelo. Todas las oraciones deben seguir este modelo. En cuanto a Dios, deseamos que Su nombre sea santificado, que Su reino venga y que Su voluntad sea hecha en la tierra como se hace en el cielo. En cuanto a nosotros, pedimos que Dios nos proteja. En cuanto a nuestra alabanza, se basa en el hecho de que el reino, el poder y la gloria son de El. Puesto que el reino, el poder y la gloria son de El, Su nombre debe ser santificado, Su reino debe venir y Su voluntad debe ser hecha en la tierra como en el cielo. Puesto que el reino, el poder y la gloria son de El, le pedimos a El nuestro pan de cada día, que perdone nuestras deudas, que nos libre de tentación y del maligno. Toda oración debe tomar ésta como modelo. Algunos han dicho que esta oración no es para cristianos porque no concluye con las palabras “en el nombre del Señor”. Eso es una necedad. La oración que el Señor enseña no es una fórmula mágica que debamos repetir. ¿Qué oración del Nuevo Testamento termina con las palabras “en el nombre del Señor”? Cuando los discípulos estaban en la barca, y clamaron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (Mt. 8:25), ¿terminaron con las palabras “en el nombre del Señor”? El Señor no enseñó que teníamos que decir estas palabras. El nos enseñó a orar conforme a este principio. El nos enseñó la manera de orar; no nos dijo que oráramos con estas palabras.
LA IMPORTANCIA DE PERDONAR LAS OFENSAS
Después que el Señor concluyó Su enseñanza sobre la oración, añadió: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. Esta es la explicación que el Señor da del versículo 12 [de Mateo 6], donde dice: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Los cristianos fallan muy fácilmente en este asunto de perdonar a otros. Si existe entre los hijos de Dios la tendencia a no perdonar, se esfumarán todas las lecciones que han aprendido, la fe y el poder. Es por esto que el Señor es tan enfático y claro. Aunque estas palabras son sencillas, los hijos de Dios la necesitan. “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial”. Es muy sencillo recibir el perdón del Padre. Pero “si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. No existe el perdón superficial. Esta palabra es sencilla, pero el hecho no es tan sencillo. Si perdonamos a otros sólo de labios pero no en nuestro corazón, esto no es perdón a los ojos de Dios. El perdón que se da sólo de labios es vano y engañoso y no cuenta ante el Padre. Tenemos que perdonar de corazón las ofensas. Así como los discípulos necesitaban esta palabra del Señor, también nosotros la necesitamos. Si los cristianos son irreconciliables y no perdonan a otros de corazón, la iglesia será perjudicada. Si no tenemos la intención de comportarnos como iglesia y si al presentarse un desacuerdo queremos seguir cada uno su propio camino, entonces no necesitamos perdonarnos los unos a los otros. Pero el Señor sabe cuán crucial es este asunto para nosotros. Por tanto, El lo reiteró al final de la oración. El Señor sabe que cuanto más comunicación y comunión tenemos, tanto más necesitamos perdonarnos unos a otros. El sabe cuán crítico es esto. Por tanto, El tuvo que llamarnos la atención al respecto. Si no nos perdonamos unos a otros, le daremos ocasión al diablo fácilmente. Si no podemos perdonarnos, entonces no somos ciudadanos del reino ni podemos llevar a cabo la obra del reino. Ninguno que tenga una actitud implacable puede participar en la obra del reino, y nadie que tenga esta actitud puede vivir en el reino. Cuando tenemos un problema con los hermanos y hermanas, lo tenemos con el Señor. No podemos orar al Señor por un lado, y permanecer sin perdonar por el otro. Hermanos y hermanas, esto no es algo insignificante. Debemos prestar atención a lo que el Señor presta atención. Necesitamos perdonar a otros sus ofensas.
Finalmente, debemos notar cuán interesado está el Señor en la oración. Sólo hay cuatro versículos que hablan de dar limosnas. En cuanto al ayuno, sólo hay tres versículos. Pero acerca de la oración, habla reiteradas veces porque la oración se relaciona con Dios. La oración es la labor más importante del cristiano. El Señor nos muestra que se recibe recompensa por la oración porque es un asunto muy grande. Todos los que sean fieles a la oración recibirán una recompensa. Todos lo que continúen con esta labor en secreto y le presten atención no quedarán sin recompensa. Que Dios levante personas que oren por Su obra.
Además, la oración que el Señor enseñó usa la palabra “nosotros” (primera persona del plural). Es así como ora la iglesia. Esta es una oración que está plenamente consciente del Cuerpo. Es una oración admirable. No sé cuantos santos habrá en la tierra que puedan orar de esta manera. Hermanos y hermanas, que podamos consagrarnos de nuevo para orar de esta manera. Un sinnúmero de santos a lo largo de las edades ha llegado a ser parte de esta gran oración. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que también podamos participar en esta gran oración.