Watchman Nee Libro Book cap.16 Los hechos, la fe y nuestra experiencia
VIVIR POR FE Y EL RECORRIDO NECESARIO
CAPÍTULO DIECISÉIS
EXPERIENCIAS ESPIRITUALES PRESTADAS
Al hablar respecto a la “experiencia”, nos referimos a lo que una persona ha experimentado personalmente. Si se trata de algo que uno no ha experimentado personalmente, no puede ser considerado como una experiencia propia. Si no hemos experimentado personalmente las enseñanzas y las doctrinas bíblicas, éstas no tendrán efecto alguno en nuestra persona. Las enseñanzas seguirán siendo simples enseñanzas, y las verdades continuarán siendo sólo verdades. Las experiencias son cuestión de vida, y no de ideas. Los conceptos mentales pueden suministrarnos muchas nociones bellas; sin embargo, únicamente las experiencias concretas pueden proveernos lo necesario para el desarrollo completo de nuestra vida humana.
Es muy lamentable que el conocimiento que los creyentes tengan, sea más avanzado que lo que ellos hayan experimentado. Con respecto a nuestra verdadera condición espiritual como cristianos, nosotros no poseemos aquello que pensamos, sino únicamente aquello que hemos experimentado. Algunos cristianos no han experimentado de forma profunda al Señor. No poseen ideales elevados ni llevan una vida humana que refleje tales ideales; no obstante, son muy buenos imitadores. No podríamos decir que ellos no tengan interés por las enseñanzas espirituales; al contrario, les interesan mucho y les prestan mucha atención. Ellos admiran de corazón las experiencias que otras personas han tenido del Señor. Aunque ellos mismos no tengan mucha comunión con el Señor, valoran la comunión que otros disfrutan con El. Si bien ellos mismos no poseen un amor ardiente por el Señor ni sienten un afecto íntimo hacia El, se deleitan en las expresiones amorosas que otros le dirigen al Señor. Y aunque carezcan de una fe firme y poderosa en el Señor que los lleve a orar a El incesantemente y a recibir un sinnúmero de respuestas milagrosas y maravillosas de parte de Dios, de todo corazón alaban y admiran tal clase de experiencias espirituales. Así, a la postre, ellos terminan pretendiendo haber pasado por una serie de experiencias, debido a que su corazón se siente sumamente atraído hacia esta clase de cosas.
Antes de que estos cristianos creyeran en el Señor y fueran regenerados, seguramente eran personas extrovertidas a quienes les atraía la popularidad, personas muy emocionales y que codiciaban la vanagloria. Después de haber sido salvos y regenerados, a estos cristianos los consume un gran deseo por avanzar rápidamente en la senda espiritual, a fin de llegar a ser conocidos como gigantes espirituales y, así, hacerse famosos y obtener gloria. No podríamos afirmar que únicamente desean fama y vanagloria. De hecho, procuran las cosas espirituales con gran empeño. Sin embargo, en lo profundo de su corazón, ya sea en mayor o menor medida, secretamente persiste como una de sus motivaciones el deseo de obtener gloria para ellos mismos. Es principalmente tal motivación la responsable de que posean tal anhelo y semejante vigor. Sin embargo, pocos de ellos llevan a cabo sus aspiraciones.
El progreso espiritual se consigue un paso a la vez. Es similar a emprender una travesía. Aquellos que progresan espiritualmente, simplemente sirven al Señor fielmente. Tales personas no toman el camino errado, no retroceden, no son obstinadas y su obediencia es absoluta. Por consiguiente, son capaces de concluir su larga travesía en un período muy corto de tiempo. Pero aquellos que desean avanzar rápidamente, tratan de duplicar la velocidad en la que progresan valiéndose para ello de sus propias fuerzas y de muchos métodos, ¡sin comprender que no existe atajo para el progreso espiritual! De hecho, tales creyentes tienen más dificultad en avanzar que aquellos creyentes que aparentemente progresan de forma más lenta. Tal pareciera que los creyentes que progresan más lentamente hubieran fallado en algo, mientras que los más apresurados parecen llevar cierta ventaja; pero en realidad, ninguno de ellos ha ganado nada. Un creyente que progresa lentamente está consciente de sus muchos fracasos y de lo activa que es su naturaleza pecaminosa. Cuando tales fracasos son frecuentes, dicho creyente se desanima y piensa que nunca llegará a madurar en su vida espiritual y que jamás podrá vencer. Sin embargo, esto no es del todo cierto. Es relativamente fácil para Dios lidiar con un creyente que progresa lentamente y hacer que éste avance; sin embargo, los creyentes apresurados son aquellos con los que más dificultad tiene Dios. En realidad, estos creyentes sufren la influencia de su carne en la misma medida que aquellos creyentes que progresan con lentitud. Y en muchos casos, la influencia de la carne en tales creyentes es más intensa que en el resto de los creyentes. Aunque ellos fracasan con frecuencia, su manera de ser no les permite admitir sus errores y fracasos delante de los hombres. Sus corazones vanidosos no carecen de fervor, pero sus fracasos diarios les impiden jactarse demasiado. Cuando fracasan, lamentan más la gloria que perdieron delante de los hombres, que el pecado cometido en sí. Si bien externamente nunca admitirían que codician la vanagloria, en su interior ciertamente se aferran a la vanagloria. Debido a que son personas que se vanaglorian, se concentran en la apariencia externa; y puesto que se concentran en la apariencia externa, caen en la hipocresía.
Su carne y su naturaleza pecaminosa se rebelan con frecuencia en contra de ellos mismos, lo cual causa que fracasen constantemente. Pero ni siquiera esto les hace ser personas humildes (excepto cuando sus fracasos son conocidos por los demás). Puesto que no poseen experiencias espirituales genuinas y sus motivos no son puros ni rectos, toman prestadas las experiencias espirituales de otros y las adoptan para sí. Secretamente, estudian los mensajes espirituales dados por otros y, en el momento oportuno, se valen de algunas frases contenidas en ellos a fin de ganar fama de ser elocuentes y de poseer profundidad espiritual. ¡Qué lejos están de percatarse que es evidente que todo lo que dicen no proviene de su propia manera de vivir! ¡Sus palabras y su manera de vivir son incompatibles entre sí! Ellos meramente imitan las conversaciones íntimas que otras personas sostienen con el Señor y las hacen suyas. No se dan cuenta que mientras hablan tales cosas, ¡su espíritu no concuerda con sus palabras! Además, poseen una numerosa colección de frases dichas por santos famosos, ya sea para comentar acerca del mundo así como de todos los temas imaginables. Y cuando se les presenta la oportunidad, citan tales frases, una tras otra. ¡Poco les importa que interiormente su corazón les acuse de hipocresía! Tales creyentes con frecuencia escuchan las experiencias de otros en cuanto a oraciones que les fueron contestadas, y entonces, ¡ellos procuran manufacturar la misma clase de experiencias a fin de ser admirados por los demás! Poco les importa que su propio corazón dude que Dios vaya a contestar sus oraciones. Además, escuchan a otros alabar a Dios y darle gracias en medio de sus sufrimientos y, entonces, al enfrentar circunstancias similares, ellos alzan su voz imitando tales alabanzas. Sin embargo, solamente alaban con su boca, pero no con su corazón. Esto no puede ser aceptado por Dios. Con mucha frecuencia, adoptan terminología espiritual que escuchan en las oraciones de otros, así como toman para sí las expresiones afectuosas con que otros se dirigen al Señor y el entusiasmo ardiente por la salvación de las almas que otros manifiestan en su corazón. Su fracaso consiste en que, aun cuando oran con tales palabras, su corazón no corresponde a tales expresiones (excepto en ocasionales sentimientos y emociones), y ellos mismos no anhelan tales cosas.
A veces escuchamos a otros ministrar profundas enseñanzas de la vida espiritual. Debido a que el predicador explica tales cosas con suma claridad, las podemos comprender mentalmente. En tales ocasiones, existe el gran peligro de pensar que aquello que entendemos constituye nuestra experiencia. Qué lejos estamos de darnos cuenta de que en momentos cruciales, probablemente seamos hallados desleales en aplicar tales enseñanzas y no seamos fieles en laborar juntamente con el Señor. Todo aquello que no hayamos experimentado personalmente, aún no ha llegado a ser verdaderamente nuestro. Aquello que apenas hemos comprendido, pertenece solamente a otros. Pero en cuanto a nosotros, ¡aún no poseemos nada!
Las experiencias espirituales prestadas nos llevan a estar orgullosos de nosotros mismos y a ser altivos. Nos llevan a pensar que hemos alcanzado la más elevada de las esferas. Codiciaremos la vanagloria, lo cual sólo nos corromperá espiritualmente. Las experiencias espirituales prestadas no pueden ayudarnos a avanzar espiritualmente; al contrario, son un impedimento para nuestro avance espiritual. El orgullo y la vanagloria son suficientes para ocasionar un golpe mortal a los santos. Nada justifica que suframos tal pérdida. En el día en que comparezcamos ante el tribunal de Cristo, todas aquellas “cosas prestadas” serán traídas a la luz. Ni una sola falsedad permanecerá oculta ante Su tribunal. Quiera el Señor que estemos dispuestos a recibir instrucción, que seamos más humildes y que no pretendamos poseer algo que no conocemos. Más bien, seamos fieles en preguntarnos, con toda honestidad y en presencia del Señor: “¿He alcanzado yo esta etapa?”.