Watchman Nee Libro Book cap.3 Los hechos, la fe y nuestra experiencia

Watchman Nee Libro Book cap.3 Los hechos, la fe y nuestra experiencia

LA CRUZ CON RESPECTO AL TIEMPO: SU VIGENCIA ETERNA

CAPÍTULO TRES

LA CRUZ CON RESPECTO AL TIEMPO:

SU VIGENCIA ETERNA

¡Siempre que consideramos la cruz, nos provoca admiración! Siempre que recordamos la redención que el Señor Jesús efectuó, nuestro corazón se llena tanto de dolor como de gozo. Para nosotros, la cruz del Señor no es simplemente una cruz de madera, sino un símbolo de Su obra completa de redención y de la salvación completa efectuada por medio de tal obra.

Después de haber recibido al Señor, me preguntaba frecuentemente cómo podían ser salvos los hombres del Antiguo Testamento, puesto que ellos existieron en épocas anteriores a la crucifixión del Señor. En aquella época, yo era apenas un bebé en el Señor y me encontraba bastante perplejo ante esta cuestión.

Además, con respecto a nuestros días, muy pocas veces he visto manifestado el fresco poder de la cruz en las vidas de los creyentes. Pareciera que para ellos la muerte del Señor es un evento ocurrido hace mucho tiempo, más de diecinueve siglos atrás, y que como tal, ya no tuviera poder alguno.

Doy gracias al Padre porque El recientemente me mostró la vigencia eterna de la cruz. Debido a los dos conceptos arriba mencionados, me parece necesario que los santos de Dios conozcan bien la verdad con respecto a “la vigencia eterna” de la cruz. Si comprendiéramos que la cruz conserva extrema frescura y novedad, ¡cuán impresionados seríamos por ella!

LA RELACIÓN EXISTENTE ENTRE LA MUERTE DEL SEÑOR Y LOS PACTOS, TANTO EL ANTIGUO COMO EL NUEVO

Primero, debemos leer Hebreos 9:15-17: “Y por eso es Mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo una muerte para remisión por las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay un testamento [lit., pacto], es necesario que conste la muerte del testador. Porque el testamento [lit., pacto] se confirma sólo en caso de muerte; pues no es válido mientras el testador vive”. Estos versículos nos muestran la relación que existe entre la muerte de Cristo en la cruz y los pactos, tanto el antiguo como el nuevo. Bajo el pacto antiguo, los hombres pecaban de la misma forma en que lo siguen haciendo en nuestros días. Puesto que el pecado estaba presente, había necesidad de un Salvador. Si una persona ha pecado y no ha obtenido el perdón de Dios, tendrá que ser juzgada por su propio pecado. Dios no puede perdonar el pecado simplemente basado en Su misericordia. De hacerlo, El no sería justo. Por este motivo, a fin de redimirnos, Dios preparó el camino de la sustitución. Bajo el antiguo pacto, Dios se valía de sacrificios y ofrendas para hacer propiciación por los pecados de los hombres. Puesto que muchos animales murieron en lugar del hombre, éste recibió el justo perdón de Dios. En hebreo, la palabra que se traduce “propiciación” significa “cubrir”. Bajo el antiguo pacto, hacer propiciación consistía en cubrir los pecados del hombre con la sangre de los animales, ya que la Biblia claramente dice: “Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados” (He. 10:4). Por esta razón, en la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo al mundo a morir por los hombres. Por medio del sacrificio de Sí mismo, se logró la salvación eterna que corresponde a la obra de redención. Los pecados, los cuales no eran quitados mediante la sangre de toros ni machos cabríos en el Antiguo Testamento, ahora son quitados por medio de la muerte del Hijo, puesto que El es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). La muerte de Cristo constituye un momento decisivo en la historia. Su muerte divide la era antiguotestamentaria de la era neotestamentaria. Antes de Su muerte, transcurría la era del Antiguo Testamento, pero después de Su muerte, se dio inicio a la era del Nuevo Testamento. El pasaje de las Escrituras que mencionamos al inicio de este párrafo trata de este tema.

Estos tres versículos hablan acerca de los dos vínculos que ligan la muerte del Señor con los pactos, tanto el antiguo pacto como el nuevo. Hebreos 9:15 muestra que El es el Mediador, y los versículos 16 y 17 muestran que El es el Testador.

Ya vimos que bajo el primer pacto, todos eran pecadores. Si bien esos pecadores ofrecían animales a Dios para hacer propiciación por sus pecados, tales pecados sólo eran cubiertos, pero no eran quitados. En aquel tiempo, Dios perdonó sus pecados debido a que, mediante la sangre de muchos sacrificios, Dios podía ver, a distancia, la sangre de Su Hijo y la eficacia de la misma. Sin embargo, si el Señor Jesús no hubiera muerto, bajo el primer pacto Dios no hubiera podido dar resolución definitiva al conflicto que representaba el pecado. El pecado tenía que ser quitado de en medio. Cuando Cristo murió, el pecado que bajo el primer pacto había permanecido, fue quitado. Ahora podemos ver desde otro ángulo la relación que existe entre la muerte del Señor y el primer pacto. Todo pacto tiene sus propias condiciones. El pacto antiguo también tenía sus propias exigencias; y cuando el hombre no cumplía con tales exigencias, pecaba. Ahora bien, el castigo por el pecado es la muerte. Es por esta razón que el Señor Jesús tenía que morir en lugar de los que estaban bajo el primer pacto, y así, hacer remisión por sus pecados. El cumplió con todas las exigencias del primer pacto, dando fin al mismo, y dio inicio al nuevo pacto.

Por medio de Su muerte, Cristo redimió al hombre de los pecados que éste había cometido estando bajo el primer pacto, y además se convirtió en el Mediador de un nuevo pacto, basado en la remisión de pecados que El efectuó en favor de los que estaban bajo el primer pacto. Originalmente, al hombre le correspondía recibir la herencia eterna que le había sido prometida. Sin embargo, por causa del pecado, fue privado de heredarla. Ahora, el Señor Jesús ha muerto; en virtud de ello, el hombre ha sido redimido del pecado, y los llamados han sido hechos aptos para recibir la herencia eterna. Por tanto, el Señor Jesús se convirtió en el Mediador por medio de Su muerte en la cruz. Por una parte, El quitó los pecados que, bajo el pacto antiguo, permanecían. Por otra, El trajo la bendición del nuevo pacto. Todos estos asuntos están relacionados con el hecho de que El es el Mediador.

Ahora, consideremos lo que El es en calidad de Testador. En el lenguaje del texto original, la palabra “testamento” significa también “pacto”. Ya examinamos, anteriormente, la ley correspondiente al pacto. Todos aquellos que transgredían la ley, habían de morir. Pero Cristo murió a fin de redimirnos del pecado. Ahora podemos examinar el testamento que corresponde al pacto. Un testamento implica que el testador ha hecho ciertos arreglos para que sus posesiones pasen a propiedad de su heredero en el momento en que el testador muere. El Señor Jesús es el Testador, quien hizo el testamento. Todas las bendiciones de esta era y de la siguiente, le pertenecen a El. Puesto que El estuvo dispuesto a llevar sobre Sí mismo los pecados de aquellos que estaban bajo el primer pacto, El también desea transferir a ellos todo cuanto fue prometido en este pacto (o testamento). A fin de redimir al hombre de sus pecados, el Señor Jesús tenía que morir; y para que el hombre pudiera heredar lo especificado en el testamento, El también tenía que morir. Si el testador no muere, el testamento hecho por él no entra en vigor, o sea, no tiene efecto. El testador debe morir antes que el heredero pueda recibir la herencia. Aquí podemos ver la profunda relación que existe entre la muerte de Cristo y los pactos, tanto el nuevo pacto como el antiguo. En resumen, sin la muerte de Cristo, no existiría el antiguo pacto ni el nuevo. Sin la muerte de Cristo, el Antiguo Testamento no habría concluido, pues lo exigido por la ley en conformidad con dicho testamento no habría sido cumplido. Sin la muerte de Cristo, tampoco podría existir el Nuevo Testamento, porque no habría manera de que la bendición correspondiente a este testamento fuera transferida a los llamados. Pero el Señor ha muerto. El ha dado fin al primer pacto y ha promulgado el segundo pacto. De hecho, el Nuevo Testamento fue promulgado por Su sangre.

¿CÓMO FUERON SALVOS LOS HOMBRES EN EL ANTIGUO TESTAMENTO?

Si la sangre de los toros y de los machos cabríos no podía quitar el pecado, tal como dijimos anteriormente, ¿cómo fueron salvos entonces los hombres del Antiguo Testamento? Fue por medio de la cruz. El hombre había pecado. Por lo tanto, sólo un hombre podía efectuar la redención para libertar al hombre del pecado. Si bien los animales eran inocentes y sin defecto, ellos no podían redimir al hombre de sus pecados. ¿Por qué entonces Dios, en Levítico 17, prometió que la sangre de tales criaturas podría redimir a alguno de su pecado? Esto debe esconder algún significado profundo. Sabemos que las cosas de la ley son “sombra de lo que ha de venir; mas el cuerpo es de Cristo” (Col. 2:17). Así que, los sacrificios y ofrendas del Antiguo Testamento se refieren, todos ellos, a Cristo. Aunque en los tiempos del primer pacto Cristo todavía no había muerto, Dios quiso que todos los sacrificios ofrecidos durante aquel tiempo fueran un tipo de Cristo. Así pues, la muerte de esos animales era tomada como la muerte de Cristo. Por medio de la sangre de muchos animales, Dios veía la sangre de Su Hijo amado. A través de tantos toros y ovejas, El veía al “Cordero de Dios”. A través de los muchos sacrificios, El podía ver la muerte vicaria de Cristo. Cuando Dios aceptaba tales ofrendas, era como si El estuviera aceptando el mérito de la muerte de Su Hijo. Debido a esto, el hombre pudo ser redimido de sus pecados. Dios aceptó a los toros y machos cabríos como representación de Su Hijo amado. Por ello, pudo perdonar a los pecadores basándose en los sacrificios que ellos ofrecían. Cada vez que se realizaban los sacrificios, éstos hacían alusión al sacrificio venidero del Hijo de Dios como la ofrenda por el pecado en el Gólgota, y a la obra eterna de salvación que El efectuó. Debido a que el Señor es un hombre, El puede redimir al hombre de sus pecados; y debido a que El es Dios, El puede hacer remisión por los pecados de todos los hombres que existieron, ya sea en el pasado o en el presente.

Aquellos que durante el tiempo del Antiguo Testamento ofrecían sacrificios, estaban depositando su fe, ya sea que estuvieran conscientes de ello o no, en un Salvador venidero que sería crucificado. El propósito de todos los sacrificios que ellos presentaban era dirigir su atención al Salvador que vendría. Si bien en aquel tiempo el Señor Jesús aún no había nacido, la fe de ellos no se apoyaba en lo visible. Su fe veía desde lejos a un Salvador vicario y confiaba en El. Cuando llegó el tiempo, el Hijo de Dios vino al mundo y murió por los hombres. Lo que había sido solamente una cuestión de fe, llegó a ser un hecho.

¿COMO SON SALVOS LOS HOMBRES EN EL NUEVO TESTAMENTO?

Sabemos que hoy estamos en la era del Nuevo Testamento. ¿Cómo es que somos salvos en esta era? Cristo ha muerto, y la salvación ya ha sido realizada. Si creemos en el Señor Jesús, lo cual significa que por fe le recibimos como nuestro Salvador, seremos salvos. A algunos se les hace difícil comprender cómo es que Cristo pudo haber muerto por ellos, incluso antes de que ellos hubieran nacido. Ciertamente esto representa un problema para nuestros sentidos físicos; sin embargo, para nuestra fe, esto constituye una verdad gloriosa.

En primer lugar, debemos comprender que el tiempo no puede limitar o restringir a Dios. Para nosotros los mortales, unas cuantas décadas constituyen mucho tiempo. Pero nuestro Dios es el Dios eterno. Para El, incluso mil años no significan tanto. Si bien el tiempo es un factor que nos restringe, no puede restringirlo a El. Así pues, hoy somos salvos cuando creemos en Aquel que hace muchos años murió por nosotros una vez para siempre.

La Biblia afirma que el Señor Jesús se ofreció a Sí mismo una vez para siempre, llevando así a cabo la obra de redención (He. 7:27). El es Dios. Es por ello que El trasciende la barrera del tiempo y redime a aquellos que existieron miles de años antes que El viniera al mundo, así como a quienes nacieron muchos años después de que El viviera en la tierra. El no solamente puede redimir a aquellos que vivieron miles de años antes que El estuviera en la tierra, sino que, si el mundo continuara millones de años más, Su redención seguiría vigente. Una vez que El concluyó Su obra, ésta perdura para siempre. Si un pecador busca ser salvo ahora, el Señor no necesita morir por él nuevamente. Para ser salvo, este individuo solamente tiene que aceptar el mérito obtenido por el Señor cuando El se ofreció a Sí mismo una vez y para siempre. Nuestra fe tampoco es restringida por el tiempo. La fe, por ende, es capaz de introducirnos a la realidad de la eternidad. Al igual que los hombres en el Antiguo Testamento confiaron en un Salvador venidero y fueron salvos, de la misma manera, nosotros confiamos en un Salvador que vivió en una época pasada y así somos salvos. El hecho de que esto haya ocurrido en el pasado no significa que su vigencia haya caducado; más bien, significa que es un hecho consumado. Los hombres en el Antiguo Testamento miraron hacia delante; nosotros, en el tiempo presente, miramos hacia atrás. La fe hizo que aquellos en el Antiguo Testamento aceptaran a un Salvador venidero. ¿Acaso nuestra fe no podrá hacer que aceptemos a un Salvador que vino en el pasado?

Si al leer Hebreos 9:12-15 vinculamos entre sí las tres veces que se usa el adjetivo “eterno”, descubriremos que tal relación es bastante significativa. El Señor efectuó la redención eterna al ofrecerse a Dios por medio del Espíritu eterno, y así obtuvo para nosotros una herencia eterna. Por tanto, toda vez que el hombre cree en El, recibe dicha redención. Tenemos que comprender que el valor de la cruz no es determinado por el hombre; más bien, su valor es determinado por Dios. Dios considera que la redención obtenida en la cruz es eterna. Por consiguiente, nosotros, que somos pecadores y que no poseemos justicia propia, debemos reconocer como verdadera la palabra de Dios y actuar conforme a Su palabra al tener fe en la cruz de Su Hijo y ser salvos.

LA ETERNA VIGENCIA DE LA CRUZ

Este aspecto es el más crucial. Aunque la Biblia dice que el Señor Jesús ofreció el sacrificio por los pecados una sola vez, también señala que “habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado para siempre…” (He. 10:12). En este versículo la expresión “un solo” da a entender que el sacrificio que el Señor ofreció por los pecados fue perfecto; es decir, que El requería redimir al hombre de sus pecados una sola vez. Sin embargo, éste único sacrificio ofrecido por los pecados es para siempre. ¡Es un eterno sacrificio por los pecados! Esto quiere decir que no solamente es eterno el efecto de este sacrificio por los pecados, sino que el sacrificio en sí es eterno. Aunque Cristo ha resucitado y vive para siempre, ¡Su cruz continúa existiendo! ¡Oh, que podamos comprender la eterna vigencia de la cruz! No se trata de un evento que ocurrió en el pasado, hace diecinueve siglos. La cruz sigue siendo actual hoy en día.

Apocalipsis 13:8 menciona al: “Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo”. Nuestro Señor es el Cordero inmolado desde la fundación del mundo hasta nuestros días y para siempre. Para El, la cruz no es meramente un evento ocurrido en cierta época, en un determinado día, mes y año. Más bien, para El, la cruz es algo que ha existido desde la fundación del mundo y que continúa existiendo en el presente. Cuando Dios creó al hombre, El conocía de antemano el precio de la redención venidera. El creó al hombre con Su poder, y lo redimió con Su sangre. Es como si El hubiera sido crucificado desde el principio cuando creó al hombre. Durante miles de años, El sufrió el suplicio prolongado de la cruz. Aquella muerte única en el Gólgota, simplemente dio a conocer la pena profunda que embargaba al Espíritu de Dios durante mucho tiempo. ¡Qué gracia es ésta! ¡Qué asombro nos causa! No tenemos palabras para expresar el significado de este versículo. Antes de dejar el cielo, estando todavía en gloria, el Señor Jesús ya conocía el sufrimiento de la cruz. El supo de este sufrimiento durante los miles de años que transcurrieron antes de Su venida. El sabía de esto en el tiempo de la creación. Desde la eternidad pasada, la cruz estuvo en el corazón de Dios. Si consideramos que desde la eternidad pasada Dios sabía que iba a crear al hombre y que éste habría de caer, nos daremos cuenta, hablando en términos humanos, de cuánto habrá sufrido en Su corazón por ello. Debido a que El amó tanto al hombre, dispuso desde antes de la fundación del mundo que Cristo habría de morir en beneficio nuestro (1 P. 1:20). Aunque Cristo se manifestó una sola vez en los postreros tiempos por causa de nuestros pecados, en virtud de Su amor por el mundo El estuvo siendo afligido y herido desde la fundación del mundo, ¡como si ya hubiera sido crucificado mil veces! Cuán lamentable es el hecho de que mucha gente hoy en día le sigue causando congoja, como si lo estuvieran crucificando nuevamente. Cuando nos percatamos de semejante amor, ¡no podemos sino maravillarnos y quedarnos asombrados ante El! ¡Este es el corazón de Dios! Si nos percatamos de ello, ¿no habremos de amar a Dios aún más? Por tanto, si bien en términos humanos los hombres del Antiguo Testamento creyeron en la cruz venidera mientras que los del Nuevo Testamento creen en una cruz del pasado, en realidad, en cuanto a la cruz no cabe distinguir tiempos ni períodos. La cruz del Antiguo Testamento es una cruz del presente, y la cruz del Nuevo Testamento es también una cruz del presente. ¡Que el Señor abra nuestros ojos para que podamos ver la eterna vigencia de la cruz!

LA ETERNA NOVEDAD Y FRESCURA DE LA CRUZ

Las personas del Antiguo Testamento ya han muerto. Por tanto, prestaremos atención a todos aquellos en la era presente. Son muchos los que ubican la cruz unos mil novecientos años atrás y la consideran vieja, caduca y obsoleta. Si bien es cierto que el mundo considera el sacrificio de Cristo en el Gólgota como un evento histórico, de acuerdo con la experiencia espiritual de los creyentes, la cruz de Cristo sigue siendo un evento nuevo y fresco. No es algo antiguo, caduco ni obsoleto. Al respecto, podríamos considerar unos cuantos versículos.

Hebreos 10:19 y 20 dicen: “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, entrada que El inauguró para nosotros como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de Su carne”. A fin de comprender estos dos versículos, tenemos que entender las cosas mencionadas en el Antiguo Testamento. En tiempos antiguos, el tabernáculo estaba dividido en dos secciones. La primera sección se llamaba el Lugar Santo, y la segunda, el Lugar Santísimo. Estas dos secciones estaban divididas por un velo. Quienes entraban al Lugar Santísimo tenían que pasar a través del velo. La gloria de Dios se manifestaba dentro del Lugar Santísimo. Ninguna persona común podía ingresar al Lugar Santísimo; únicamente el sumo sacerdote podía entrar allí una sola vez al año. Antes de entrar, el sumo sacerdote debía primero ofrecer sacrificios y hacer propiciación por sí mismo y por el pueblo y, al entrar, tenía que hacerlo con la sangre de los toros y los machos cabríos. Ahora, nosotros entramos al Lugar Santísimo por medio de la sangre del Señor Jesús. Esto alude a la cruz. Antiguamente, el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo una sola vez al año. Pero ahora, por medio de la cruz del Señor Jesús, todos nosotros podemos entrar al Lugar Santísimo en cualquier momento. ¿Qué significa entrar al Lugar Santísimo? Significa que acudimos a Dios para confesar nuestros pecados, tener comunión con El y estar en Su presencia.

Quienes entraban al Lugar Santísimo tenían que pasar a través del velo. El velo representa el cuerpo del Señor Jesús. Cuando El fue crucificado, el velo del templo se rasgó por la mitad, de arriba hacia abajo. Si el velo no hubiese sido rasgado, los hombres no habrían podido pasar a través de él. Si el Señor Jesús no hubiera muerto y Su cuerpo no hubiera sido quebrantado, el hombre no podría pasar a través de El ni entrar en el Lugar Santísimo. En el presente, nos acercamos a Dios en virtud de la muerte del Señor Jesús. Esto también es simbolizado por la cruz.

La Biblia dice que el camino a través del velo fue abierto por el Señor Jesús. El gustosamente entregó Su vida a fin de redimirnos.

Debemos prestar atención al hecho de que este camino es nuevo y vivo. En el texto original, la palabra “nuevo” hace alusión a algo fresco que es ofrecido o que acaba de ser sacrificado. ¡Aquí podemos ver la eterna novedad y frescura de la cruz! El sumo sacerdote no podía confiar en las ofrendas o sacrificios ofrecidos en años anteriores. El debía contar con ofrendas frescas y nuevos sacrificios. Era únicamente en virtud de la sangre de aquellos animales que el sumo sacerdote podía entrar, con toda confianza, al Lugar Santísimo. ¿Y qué acerca de nosotros? Nosotros nos acercamos a Dios en virtud de la sangre del Señor y a través de Su cuerpo. Cada vez que nos acercamos a Dios, no tenemos que ofrecer sacrificios nuevamente. ¡Nuestro sacrificio es nuevo y fresco para siempre! La cruz del Señor Jesús no envejece al pasar los años. Su frescura es la misma hoy y para siempre, tal como lo fue en el día de Su crucifixión. Cada vez que nos acercamos a Dios, podemos percibir la frescura de la cruz del Señor. En tiempos antiguos, si el sacerdote no llevaba consigo la sangre fresca de los sacrificios cuando entraba al Lugar Santísimo, caía muerto delante del Señor. El sacrificio ofrecido años atrás no podía hacer remisión por los pecados cometidos en ese año. Si Dios no considerara que el sacrificio redentor del Señor fuera eternamente nuevo y fresco, nosotros hace mucho que hubiésemos perecido. Damos gracias al Señor que para El, la cruz es eternamente nueva y fresca. Así pues, el Señor considera la crucifixión como algo realizado recientemente.

Este camino también es un camino vivo. El término usado aquí también se puede traducir como “siempre vivo”. Este camino que ha sido “recientemente ofrecido”, también es “siempre vivo”. Cristo murió y resucitó; el realizó nuestra salvación y nos ha conducido a Dios. Debemos saber que Cristo ha resucitado y que Su resurrección permanece vigente hasta el día de hoy. También debemos saber que Cristo ha muerto y que Su muerte vicaria permanece vigente hasta hoy. Los eventos más importantes de la vida terrenal de Cristo son Su muerte y Su resurrección. Ninguno de ellos es un evento pasado ni caduco. Aún hoy siguen siendo frescos. Puesto que contamos con un Salvador nuevo y fresco que nos redime, debemos recibirlo y acercarnos a Dios por medio de El, a fin de recibir el perdón y la bendición de Dios.

Apocalipsis 5 narra cómo Juan vio al Señor Jesucristo en los cielos. El dijo: “Y vi en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero en pie, como recién inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (v. 6). Este versículo muestra un cuadro con respecto al futuro. Cuando Juan vio al Señor en los cielos, habían pasado muchos años desde Su sacrificio en el Gólgota. Aún así, el Señor estaba como recién inmolado. La expresión “como recién inmolado” también puede traducirse “que acaba de ser inmolado”. En los cielos, cuando seamos introducidos en la eternidad, ¡el Señor seguirá siendo Aquel que acaba de ser inmolado! ¡Oh, la eterna frescura y novedad de la cruz! ¡Verdaderamente la cruz trasciende todas las eras y permanece fresca! Si la cruz ha de ser nueva y fresca en los cielos aquel día, ¿cómo podríamos considerar que es vieja hoy en día? En el futuro, cuando la gloria celestial sea manifestada, ¡la gloria de la cruz demostrará ser inmarcesible! Cuando los redimidos asciendan a los cielos, ¡descubrirán que la redención efectuada por la cruz es tan fresca y nueva como siempre!

Cierto asunto merece nuestra atención. En el Antiguo Testamento, Cristo es llamado el Cordero en dos ocasiones (Is. 53:7; Jer. 11:19). En los Evangelios y en Hechos, se le llama el Cordero tres veces (Jn. 1:29, 36; Hch. 8:32). En las epístolas se le llama el Cordero solamente una vez (1 P. 1:19). Sin embargo, en el libro de Apocalipsis se le llama el Cordero ¡veintiocho veces! ¡El resplandor de la gloria de la cruz del Señor superará todas las eras! Deliberadamente, Dios llamó a Su Hijo el Cordero en este libro que trata sobre la eternidad. Y aquí vemos al Cordero como recién inmolado. ¡Todavía podemos ver Sus heridas! Esas llagas eternas garantizan nuestra eterna salvación. La crucifixión del Cordero llega a ser nuestra conmemoración eterna. Dios jamás podrá olvidar esto. Los ángeles jamás podrán olvidar esto, y las personas salvas y que ascendieron, jamás podrán olvidar la redención obtenida en la cruz. ¿Quién recibirá esta salvación eterna? La cruz es el único lugar inconmovible, al cual todos los pecadores deben acudir.

LA CRUZ COMO CONMEMORACIÓN

Dios mismo conoce el valor eterno de la cruz de Su Hijo. El puso de manifiesto ante todos la eterna frescura de la cruz de Su Hijo. Ahora, El desea ganar por completo a los redimidos a fin de que ellos también conozcan este hecho. Llegar a comprender la frescura eterna de la cruz, nos reviste de poder. Llegar a comprender la frescura eterna de la cruz, nos inspira amor. Llegar a comprender la frescura eterna de la cruz, trae victoria. Llegar a comprender la frescura eterna de la cruz, otorga longanimidad. Si verdaderamente conocemos la novedad y frescura de la cruz, ¡cuán inspirados seremos por ella! ¡Cuán motivados seremos por ella! Si la cruz no es vieja para nuestro corazón, ciertamente disfrutaremos de una íntima comunión con nuestro Señor. Si un creyente ha olvidado la cruz, quiere decir que ha olvidado al Señor.

El Señor desea que Su cruz permanezca siempre fresca en nuestro espíritu y en nuestra mente. Es por ello que dijo: “Haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí” (1 Co. 11:25). La expresión todas las veces implica que esto es algo que se realiza frecuentemente. El Señor estableció Su cena a fin de que Sus santos lo recuerden siempre en Su muerte. El sabía de antemano que muchos habrían de considerar Su cruz como obsoleta. Es por eso que El les encargó a Sus discípulos que al celebrar la cena del Señor, recordaran Su muerte. El sabía que las preocupaciones mundanas, las distracciones y las tentaciones habrían de venir y, sutil e imperceptiblemente, habrían de privarnos de la frescura de la cruz. Por ello, El nos encargó celebrar la cena con frecuencia y recordarlo a El. ¡Cuán fresca era la cruz para nosotros cuando creímos por primera vez! Pero, al pasar algún tiempo, la cruz parece haberse vuelto vaga y borrosa. La primera vez que comprendimos la victoria de la cruz, ¡cuán fresca era ella para nosotros! Pero luego de haber mencionado su gloria tantas veces, la cruz parece haberse hecho común. Sin embargo, el Señor no desea que dejemos de percibir la frescura de la cruz. El anhela que hagamos memoria de la cruz con frecuencia y que siempre tengamos presente la muerte del Señor.

Es una pena que hayamos perdido la inspiración que la cruz del Señor Jesús nos provee. La crucifixión del Señor Jesús debe ser claramente presentada ante nuestros ojos todo el tiempo (Gá. 3:1). Nunca deberíamos considerar la cruz del Señor como un mero símbolo histórico.

El libro de Gálatas es una epístola que trata acerca de la cruz. Cuando la cruz fue claramente presentada a los gálatas, ¡cuánta libertad disfrutaban ellos! Pero cuando éstos buscaron recibir el Espíritu Santo al guardar la ley o se esforzaron por ser perfeccionados mediante las obras de la carne, entonces dejaron de disfrutar la frescura de la cruz. Uno puede discernir la condición espiritual de cualquier creyente observando la actitud que éste tiene con respecto a la cruz. Si él considera la cruz como algo viejo, esto muestra que ha sido separado de su fuente de poder.

LA CRUZ Y LA ESPIRITUALIDAD

¿Cuáles son los beneficios de conocer la frescura de la cruz? Los beneficios son innumerables. Sabemos que el hombre es fácilmente atraído por todo lo que sea nuevo, mientras que los eventos ocurridos hace mucho tiempo dejan de conmoverlo. Si la cruz del Señor fuera presentada ante nuestros ojos claramente todos los días, ¡cuán conmovidos seríamos por ella! En tiempos antiguos, José estaba dispuesto a ser discípulo de Cristo solamente en secreto, y Nicodemo sólo se atrevía a visitar al Señor durante la noche. Pero cuando ellos vieron la crucifixión del Señor, fueron grandemente conmovidos. Como resultado de ello, se arriesgaron a ofender a las multitudes y pidieron que les fuera dado el cuerpo del Señor para sepultarlo. La cruz puede hacer del hombre más cobarde, un valiente. Cuando estos dos hombres vieron a Jesús en la cruz y contemplaron la manera en que El sufrió y fue vituperado por los hombres, ellos fueron inspirados y conmovidos por el amor manifestado en la cruz. Así que, si tenemos siempre presente la cruz de Cristo, seremos conmovidos de la misma manera en que ellos lo fueron. Entonces, seremos fortalecidos por la cruz.

“¿Permaneceremos en el pecado para que la gracia abunde?” (Ro. 6:1). Tenemos que saber cómo responder a esta pregunta. Si verdaderamente tenemos presente la cruz del Señor todo el tiempo, si verdaderamente hemos contemplado Sus sufrimientos en la cruz, si podemos ver las heridas en Sus manos y Sus pies así como la corona de espinas sobre Su cabeza, si vemos cómo Su amor se mezcló con Su sangre y consideramos Su sufrimiento y congoja, ¿no habríamos de ser profundamente conmovidos? ¿Acaso no dejaríamos de hacer aquellas cosas que no le agradan al Señor o que le causan dolor? Es debido a que carecemos de la revelación fresca y eterna de la cruz, y a que no la tenemos presente, que menospreciamos el amor del Señor.

Si la cruz en la que el Señor murió por nosotros permanece siempre fresca para nosotros, nuestra crucifixión con El también será una experiencia inalterable y constante. Si día a día recibimos una revelación fresca de la cruz, habremos de ganar muchas experiencias nuevas y frescas de fe con respecto a morir juntamente con El. Debido a que no tenemos presente la cruz diariamente, experimentamos con frecuencia que el pecado resucita en nosotros. Si percibimos la frescura eterna de la cruz, así como su naturaleza inmutable, nuestra experiencia de morir al pecado también habrá de ser inconmovible y constante. Muchos hijos de Dios fracasan porque no han comprendido que la muerte de la cruz, lejos de ser un evento ocurrido en el pasado, está presente con nosotros todo el tiempo.

Muchas veces pecamos sin estar conscientes de ello. Damos gracias a Dios el Padre que El no nos rechaza a causa de esto. La Biblia dice que “la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7). El no nos lavó solamente una vez; más bien, la sangre de Su Hijo sigue limpiándonos constantemente. En el texto original, el verbo traducido limpia alude a una actividad continua. Esta es la obra perpetua de la cruz. ¡Qué maravilloso es que Dios nos haya provisto de semejante salvación! Si hemos tropezado y nos acercamos a El a confesarle nuestros pecados, El nos perdonará y la sangre de Su Hijo nos limpiará de todo pecado. ¡Qué frescura eterna posee la cruz!

LA SALVACIÓN ETERNA

Si comprendemos esto, prorrumpiremos en alabanzas a Dios el Padre. Lamentablemente, mucha gente no sabe que es salva para siempre. Hay dos alternativas: o no somos salvos, o lo somos para siempre. Si en una ocasión verdaderamente aceptamos el sacrificio del Señor por el pecado, y si una vez verdaderamente confiamos en el mérito de Su cruz, entonces, Su cruz hablará a nuestro favor para siempre. Levítico 6:9 dice: “Esta es la ley del holocausto: el holocausto estará sobre el fuego encendido sobre el altar toda la noche, hasta la mañana; el fuego del altar arderá en él”. El holocausto tipifica a Cristo, y el altar tipifica la cruz. La noche representa la era actual, la cual no tiene a Cristo. Es la misma noche descrita en Romanos 13:12. Desde que el Sol de justicia (el Señor Jesús) partió de este mundo, el mundo se ha convertido en las tinieblas mismas. Y seguirá siendo noche hasta que El venga de nuevo. ¡El holocausto deberá arder hasta el alba! En la era presente, ¡los méritos de la obra redentora del Señor continuamente interceden por nosotros! Durante la noche, es probable que los israelitas hubieran permanecido murmurando en el campamento, ¡pero el holocausto sobre el altar continuamente intercedía por ellos! Debemos darnos cuenta de que, de la misma manera, la sangre intercede por nosotros. Una vez que hemos aceptado la cruz, ¡ella habla a nuestro favor continuamente! En esto consiste la salvación eterna.

En el futuro, cuando veamos la cruz en los cielos, ésta no habrá envejecido a causa de las épocas transcurridas. Por esta razón, la salvación que hemos recibido no se convertirá con el tiempo en un mero símbolo conmemorativo. La eternidad no consistirá en una vida monótona e insípida. Antes bien, aunque la eternidad será muy prolongada, ello no hará desvanecer la gloria de la cruz. En la eternidad, Dios nos mostrará poco a poco toda la gloria de la cruz. ¡Señor, enséñanos a apreciar la eterna frescura de la cruz!

¿Por qué motivo las huestes celestiales alaban al Señor? La Biblia dice: “El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la bendición” (Ap. 5:12). En aquel tiempo, nosotros también alabaremos al Señor por siempre, a causa de Su cruz. Hoy en día, el tema de la Biblia es la cruz. Y en el futuro, la cruz será la causa de la alabanza en gloria.

¡Hermanos, cuán fresca y nueva es la cruz! La cruz no conoce el tiempo, no conoce vejez alguna. ¡Que seamos conmovidos constantemente por ella! ¡Oh, que podamos perdernos en la cruz por el resto de nuestros días! ¡Oh, que la cruz nunca deje de ejercer su poder en nosotros ni siquiera por un día! ¡Oh, permitamos que la cruz haga en nosotros una obra cada vez más profunda cada día! Quiera el Padre abrir los ojos de nuestro entendimiento para que comprendamos el misterio escondido en la cruz de Su Hijo. “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gá. 6:14).