Watchman Nee Libro Book cap.35 El hombre espiritual

Watchman Nee Libro Book cap.35 El hombre espiritual

LA VOLUNTAD DEL CREYENTE

NOVENA SECCIÓN

CAPÍTULO UNO

LA VOLUNTAD DEL CREYENTE

La voluntad del hombre es la facultad con la cual toma decisiones. Estar dispuestos o no, preferir esto o aquello y decidir o escoger, son funciones de nuestra voluntad. La voluntad del hombre es como el timón de un barco. Así como un barco se mueve según lo guíe el timón, el hombre se mueve según su voluntad.

Podemos decir que la voluntad del hombre es su verdadero yo, el hombre mismo, porque la voluntad representa al hombre. Todas las acciones de la voluntad son en realidad las acciones del hombre. Cuando decimos: “Yo estoy dispuesto”, estamos en realidad diciendo que nuestra voluntad está dispuesta. Cuando decimos: “Yo quiero hacer esto” o “Yo decidí hacer aquello”, significa que nuestra voluntad lo desea, o que nuestra voluntad lo decidió. La función de la voluntad es expresar las intenciones de todo nuestro ser. Las emociones solamente manifiestan lo que sentimos, la mente contiene sólo lo que pensamos, pero la voluntad es lo que deseamos. Por lo tanto, la voluntad es la parte más importante de nuestro ser. La voluntad del hombre es más profunda que la parte emotiva y que la mente. Por consiguiente, cuando el creyente va en pos de una vida espiritual, tiene que prestar atención a la voluntad.

Muchos son engañados pensando que la religión (utilicemos esta palabra por el momento) es sólo una experiencia emocional, y que su único propósito es hacer que el hombre se sienta bien. Otros piensan que la religión debe acomodarse a la razón (o sea, a la mente) y que no debería estar tan orientada hacía las emociones. Para ellos sólo una religión racional tiene credibilidad. No saben que la verdadera religión no propende por las emociones ni por la mente, sino que tiene como fin que el hombre obtenga vida en su espíritu y que su voluntad sea sometida a la voluntad de Dios. Si ninguna de nuestras experiencias nos lleva a estar dispuestos a aceptar la voluntad completa de Dios, son muy superficiales. Si la vida espiritual de los creyentes no encuentra mucha expresión en la voluntad, ¿de que sirve? en tal caso, la voluntad, que representa el yo, permanece intacta.

El verdadero camino de salvación consiste en salvar la voluntad del hombre. Lo que no sea lo bastante profundo para salvar la voluntad del hombre es vano. Todas las sensaciones maravillosas y los pensamientos claros son externos. Un hombre puede obtener felicidad, alivio y paz al creer en Dios. Por otra parte, es posible que también entienda los misterios de Dios o que tenga un conocimiento elevado y maravilloso, y aún así, no tener todavía la unión más profunda con Dios. Aparte de la unión de la voluntad con Dios, no existe otra unión en este mundo. Por consiguiente, después que un creyente ha obtenido vida, además de su intuición, debe prestar atención a su voluntad.

EL LIBRE ALBEDRÍO.

Al hablar del hombre y de su voluntad, debemos tener en mente que como seres humanos tenemos libre albedrío. Esto significa que el hombre se gobierna a sí mismo y que tiene una voluntad independiente. Si él no aprueba algo, no se le puede obligar a hacerlo, y tampoco se le puede forzar a hacer algo a lo cual él se opone. Tener libre albedrío significa que el hombre tiene su propio parecer. El hombre no es una máquina que pueda ser manipulada por otros ni por algún poder externo. Todas las acciones del hombre son controladas por él, pues posee una voluntad, la cual controla todas las cosas dentro y fuera de él. En el hombre existen principios que determinan su conducta.

Esta era la condición del hombre en el momento en que Dios lo creo. Dios creó un hombre, no una máquina, y le dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no podrás comer; porque el día que de él comieres ciertamente morirás” (Genesis. 2:16 al 17). En este pasaje podemos ver solamente el mandamiento de Dios, el cual tenía una sugerencia y una prohibición, pero no había coacción. Si Adán hubiese estado dispuesto a obedecer y a no comer, habría sido él quien lo habría decidido. Cuando Adán desobedeció y comió del árbol que no debía, Dios no lo podía detener. Esto es tener una voluntad libre. Dios puso en el hombre la responsabilidad de comer o de no comer y permitió que él escogiera según su voluntad. Dios no creó un Adán que no pudiera pecar, desobedecer ni robar. En tal caso, habría hecho una máquina. Dios podía aconsejar, prohibir y dar mandamientos, pero la responsabilidad de obedecer era del hombre. Debido al amor que Dios nos tiene, no puede hacer otra cosa que dar mandamientos de antemano, como prevención, pero debido a Su justicia, no puede forzarnos a hacer nada que vaya en contra de nuestra propia voluntad. Si el hombre desea obedecer a Dios, debe ser el hombre mismo el que esté dispuesto; Dios no lo forzará. Dios puede usar muchos métodos para hacer que el hombre se disponga, pero si el hombre no consiente, Dios no podrá forzarlo.

Este es un principio muy importante. Como veremos después, la obra de Dios nunca contradice este principio, pero la obra de los espíritus malignos sí lo hace. De este modo, podemos establecer la diferencia entre lo que es de Dios y lo que no es de El.

LA CAÍDA Y LA SALVACIÓN.

El hombre cayó. Esta caída causó un gran daño a su libre albedrío. Hasta ese día, en el universo había dos voluntades que se oponían. Por una parte, teníamos la voluntad de Dios, buena y santa, y por otra, la voluntad de Satanás, corrupta y rebelde. Entre estas dos voluntades encontramos la voluntad del hombre, libre, autónoma e independiente. Cuando el hombre escuchó lo que le dijo el diablo y desobedeció a Dios, fue como si respondiera a la voluntad de Dios con un “no” implícito, y a la voluntad del diablo con un “sí” explícito. La voluntad del hombre llegó a ser esclava de la voluntad del diablo después de la caída, porque el hombre por decisión propia escogió la voluntad del diablo. Todas sus actividades quedaron sujetas a la voluntad del diablo. Mientras un hombre no revoque esa entrega inicial, su voluntad seguirá atada a la del diablo.

Después de la caída del hombre, su posición y su condición llegaron a ser de la carne, la cual es completamente corrupta. Por eso, la voluntad del hombre, así como el resto de susfacultades, son controladas por la carne. En estas tinieblas, nada de lo que provenga de la voluntad del hombre puede agradar a Dios. Inclusive, si el hombre desea buscar a Dios, sus actividades permanecerán en la esfera de la carne y carecerán de cualquier valor espiritual. Mientras permanezca en esta condición, podrá servir a Dios de muchas maneras, conforme a sus propias ideas, pero todas ellas serán sólo métodos de adoración impuestos por sí mismo (Colocenses. 2:23), y no serán aceptables a Dios.

A menos que el hombre reciba la vida de Dios y le sirva por medio de esta nueva vida, sus actividades serán de la carne, independientemente de la forma en que lo haga. Aun si tiene toda la intención de trabajar para Dios y de sufrir por El, todo es en vano. Si el hombre no es salvo, aunque su voluntad aspire a las cosas más elevadas o esté dirigida hacia lo bueno y hacia Dios, seguirá siendo inútil porque para Dios lo que cuenta no es que la voluntad caída desee trabajar para El, sino que El mismo desea que el hombre trabaje para El. Puede ser que el hombre inicie y prepare muchas obras buenas; tal vez piense que esto es servir a Dios, pero si dichas obras no son iniciadas y llevadas a cabo por Dios, el hombre estará solamente adorando su propia voluntad.

Lo mismo se aplica a la salvación. Mientras un hombre esté en la carne, aunque desee ser salvo y tener vida eterna, esta voluntad no puede agradar a Dios. “Mas a todos los que le recibieron, los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios; los cuales no son engendrados de carne, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan. 1:12 al 13). Aun si el hombre desea ser salvo, no puede serlo por sí mismo. El deseo de que una persona sea salva debe provenir de Dios. Los creyentes piensan que no hay nada mejor que el hombre desee y procure ser salvo, que busque el camino de la vida y que desee ser un buen discípulo de Cristo. Pero Dios nos dice que en lo relacionado con la regeneración y con El, la voluntad del hombre es impotente.

Muchos de los hijos de Dios no entienden por qué en Juan 1, Dios dice que la voluntad del hombre es inútil, mientras que en Apocalipsis el dice: “El que quiera tome del agua de la vida gratuitamente” (22:17). Parece, en este caso, que la voluntad del hombre fuera completamente responsable por su salvación. Además, en Juan 5 el Señor Jesús habló de la razón por la cual los judíos no fueron salvos. El les dijo: “Pero no queréis venir a Mí para que tengáis vida” (versículo  40). Una vez más vemos que la voluntad humana es responsable de la perdición del hombre. ¿Se contradice la Biblia en este asunto? ¿Cuál es el propósito de estas diferencias? Si entendemos el significado de estos versículos, entenderemos lo que Dios desea de nosotros en nuestra vida cristiana.

La voluntad de Dios es “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro. 3:9), porque Él “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad” (1 Timoteo. 2:4). Por lo tanto, la diferencia no la hace que Dios tome alguna decisión en cuanto a quién será salvo y quien perecerá, pues esa parte ya está resuelta. Ahora la pregunta es qué actitud tienen los pecadores hacia la voluntad de Dios. Si un hombre es religioso o mundano por naturaleza, o si trata de ser cristiano valiéndose de su tradición, sus circunstancias o su familia, se hallará lejos de la vida de Dios igual que los demás pecadores. Si resuelve y escoge ser cristiano basándose en alguna emoción o inspiración desbordante, sus esfuerzos serán inútiles. La pregunta que debemos hacernos es cómo se relaciona el hombre con la voluntad de Dios. Dios ama al hombre, pero ¿está el hombre dispuesto a ser amado? Cristo desea que el hombre venga a El, pero ¿está el hombre dispuesto a ir a El? El Espíritu Santo desea darle vida al hombre, pero ¿desea el hombre recibir esta vida y vivir? La voluntad del hombre es útil dentro de la voluntad de Dios. Pero persiste el interrogante ¿cómo se relacionará la voluntad del hombre con la de Dios?.

Esta es la diferencia: si un hombre inicia la búsqueda de la salvación, de todos modos perecerá. Muchas personas religiosas se hallan en esta categoría. Por el contrario, si después de escuchar el evangelio, el hombre está dispuesto a recibir lo que Dios desea darle, será salvo. Una posición consiste en que el hombre se considere quien inicie la acción; la otra, es adoptar una actitud de recibir. Una cosa es que el hombre tome la iniciativa, y otra, es que Dios lo haga para que el hombre acepte Su voluntad. Por consiguiente, estas dos cosas no se contradicen, sino que nos enseñan una lección muy importante. Juan 1 habla de que el hombre debe estar dispuesto. Juan 5 y Apocalipsis 22 hablan de que el hombre acepta la voluntad de Dios. Por lo tanto, encontramos expresiones como “no queréis” (Juan 5:40) y “el que quiera” (Apocalipsis. 22:17). No es cuestión de propósito, sino del origen de éste. Dios nos indica que, aun en algo tan grandioso y maravilloso como la salvación, si el propósito proviene del yo, no agradará a Dios y será rechazado. Si queremos progresar en nuestra vida espiritual, debemos entender los principios que Dios usa para relacionarse con nosotros en el momento en que somos salvos, porque los principios originales nos muestran los principios por los cuales debemos vivir en nuestra vida espiritual en el futuro. Uno de los principios más importantes es que nuestra carne no tiene ningún valor delante de Dios. Lo que provenga de nosotros mismos, de la vieja creación, no es aceptable delante de Dios. Aunque busquemos algo tan maravilloso e importante como la salvación, será rechazado por Dios. Debemos recordar siempre que a Dios no le importa la diferencia entre cosas buenas o malas, grandes o pequeñas; a El solamente le interesa saber de dónde provienen las cosas y si son iniciadas y llevadas a cabo por El mismo. No fuimos salvos porque quisiéramos ser salvos, sino porque Dios quería que lo fuéramos. Por eso, en nuestra vida debemos ver que todas las actividades, hasta las más maravillosas, son completamente inútiles a menos que el trabajo sea realizado por Dios a través de nosotros. Si no aprendemos los principios de nuestra vida desde el primer paso de la salvación, tendremos incontables fracasos. En cuanto a la condición del hombre, mientras éste era un pecador, su voluntad era rebelde para con Dios. Por lo tanto, además de dar al hombre una nueva vida (de lo cual ya hablamos antes), Dios tiene que traer al hombre de regreso a Sí mismo. Así como la voluntad del hombre es la esencia de éste, la voluntad de Dios es El mismo, es Su vida. Por esta razón, decir que Dios desea traer al hombre de regreso a Sí mismo, equivale a decir que Dios desea traer de regreso la voluntad del hombre a Su propia voluntad. Por eso el creyente debe esforzarse por hacer esto toda su vida. Aun después del primer paso, el de la salvación, Dios comienza a obrar en esta dirección. Por lo tanto, cuando Dios, por medio del Espíritu Santo, hace que el hombre esté convencido de su pecado, hace que comprenda que no tiene nada que decir. Aun si lo condenara al infierno, no tendría nada que decir. Cuando Dios revela al hombre por medio del evangelio cuál es Su voluntad en la cruz del Señor Jesús, hace que el hombre diga voluntariamente y de todo corazón: “Estoy dispuesto a aceptar la salvación”. El paso inicial de la salvación del hombre es la salvación de su voluntad. La acción por parte de un pecador de creer y recibir no es otra cosa que convertirse en aquel que quiere tomar del agua de la vida, lo cual produce la salvación. La objeción y la resistencia que ofrece un pecador no es otra cosa que ser uno de los que noquieren venir a El para tener vida, lo cual conduce a la perdición. La batalla entre la salvación y la condenación del hombre se lleva a cabo en la voluntad del hombre. La caída del hombre en el principio se debió a la rebelión de su voluntad contra la voluntad de Dios. Por consiguiente, la salvación del hombre consiste en volver a someter su voluntad a la de Dios.

Aunque la voluntad del hombre no esté totalmente en unión con Dios en el momento de ser salvo, de alguna forma fue elevada cuando rechazó a Satanás, el yo y el mundo en el momento de recibir al Señor Jesús. Además, su voluntad es renovada al creer en la palabra del Señor y recibir al Espíritu de Dios. Una vez que el hombre es regenerado, recibe un espíritu nuevo, un corazón nuevo y una vida nueva. Por consiguiente, la voluntad tiene ahora un nuevo amo, el cual la controla y la dirige. Si la voluntad se somete, viene a formar parte de esta vida nueva; si se opone, viene a ser un poderoso enemigo de esta vida.

La voluntad renovada es más importante que cualquier otra parte del alma del hombre. Podemos permitir que nuestros pensamientos estén equivocados, que los sentimientos sean errados, pero nunca debemos permitir que nuestra voluntad sea incorrecta. Cualquier otra cosa que esté equivocada no tiene repercusiones tan graves como el hecho de que la voluntad esté equivocada, porque ésta es el yo del hombre, así como la facultad que motiva todo su ser. Una vez que se equivoca, el propósito de Dios es estorbado inmediatamente.

SOMETER LA VOLUNTAD.

¿Qué es entonces la salvación? La salvación no es otra cosa que la acción de Dios de salvar al hombre de él mismo para introducirlo en Dios. La salvación tiene los aspectos de exterminación y unión, pues le pone fin al yo y une al hombre con Dios. Cualquier camino de salvación que no tenga como meta salvar al hombre de sí mismo y llevarlo a una unión con Dios, no es verdadero. Si algún método de salvación no puede salvar al hombre de sí mismo ni llevarlo a una unión con Dios, es sólo palabras vacías. La verdadera vida espiritual implica la negación de aquello que es anímico y entrar en aquello que es divino. Todo lo que pertenece a la criatura debe desaparecer; las criaturas sólo deben disfrutar de todo lo que el creador es en El mismo. La criatura debe llegar a ser nada para que la salvación se manifieste. La grandeza genuina no depende de cuánto tengamos, sino de cuánto perdamos. La vida verdadera sólo puede ser vista respecto a cuánto hayamos perdido de nuestro yo. Si el carácter, la vida y las actividades de la criatura no son totalmente eliminadas, no habrá lugar para que la vida de Dios se manifieste. En muchos casos, nuestro yo es el enemigo de la vida de Dios. Si no nos despojamos de las intenciones y experiencias que giran en torno a nosotros mismos, nuestra vida espiritual sufrirá gran pérdida.

¿Qué es el yo? Esta es una de las preguntas más difíciles de responder. Aunque no podemos responder la pregunta con una precisión del ciento por ciento, puede ser más o menos preciso decir que el yo es “la voluntad de uno”. La esencia del yo del hombre es su voluntad, porque la voluntad revela lo que el hombre es en realidad, lo que verdaderamente desea y lo que él está dispuesto a hacer. Aparte de la obra realizada en el hombre por medio de la gracia de Dios, todo lo que el hombre tenga, sea él un pecador o un santo, es completamente opuesto a Dios. El carácter del hombre creado siempre es natural, y nunca será de la misma especie que la vida de Dios.

La salvación sencillamente consiste en rescatar al hombre de su voluntad carnal, natural, creada, anímica y egoísta. Debemos prestar atención a esto. Además de la vida nueva que Dios nos dio, la obra más grande de la salvación es el retorno de nuestra voluntad a El. Dios nos da una vida nueva con el propósito de recuperar nuestra voluntad. El evangelio tiene como meta llevarnos a una unión con Dios en nuestra voluntad. De lo contrario, el evangelio no habrá cumplido su misión. Dios no desea simplemente salvar nuestra parte emotiva o nuestra mente; Su deseo es salvar nuestra voluntad, porque una vez que lo logra, el resto queda incluido. Hasta cierto punto, el hombre puede unirse a Dios en la mente, y también puede compartir las mismas emociones con El en muchas cosas, pero la unión más importante y completa con Dios radica en la unión de la voluntad del hombre con la voluntad de El. Al unir a El nuestra voluntad, se sobreentiende toda otra unión del hombre y Dios. Si la mente o la parte emotiva se unen con Dios, mas no la voluntad, esta unión todavía es pobre. Puesto que todo nuestro ser actúa según nuestra voluntad, ésta es obviamente la parte más poderosa de nuestro ser. No importa cuán noble o elevado sea nuestro espíritu, también se somete a la voluntad. (Veremos esto más adelante.) El espíritu no basta para representar todo nuestro ser, porque es nada más la parte en donde tenemos comunión con Dios. El cuerpo tampoco basta para representar todo nuestro ser, puesto que es la parte con la que el hombre tiene contacto con el mundo físico. Pero la voluntad representa las actitudes, las opiniones y la condición del yo del hombre; por consiguiente, está facultada para representar todo nuestro ser. Si la voluntad no se une completamente a Dios, cualquier otra unión será superficial y vacía. Si la voluntad que gobierna todo nuestro ser está en completa unión con Dios, nuestro ser entero será totalmente sumiso a Dios.

Existen dos uniones entre Dios y el hombre; una es la unión en vida, la otra es la unión en la voluntad. La unión con Dios en vida se da cuando recibimos Su propia vida, lo cual sucede en el momento de nuestra regeneración. Así como Dios vive por el Espíritu Santo, nosotros también debemos vivir por el Espíritu Santo desde ese momento. Esta es la unión en vida y significa que Dios y nosotros tenemos una sola clase de vida. Esto se produce en nuestro interior. Sin embargo, la voluntad expresa esta vida única. Es por esto que es necesaria esta unión de nuestra voluntad con la Suya exteriormente. La unión de nuestra voluntad con Dios significa que El y nosotros tenemos una sola voluntad. Estas dos uniones tienen una estrecha relación y son interdependientes. Por ahora sólo hablaremos de la unión de la voluntad, porque la unión en vida no está dentro de este tema. La unión de la nueva vida es espontánea porque la nueva vida es la vida de Dios. Pero la unión de la voluntad es más difícil porque la voluntad nos pertenece a nosotros.

Como ya dijimos, Dios desea que nosotros pongamos fin a la vida del alma, mas no a la función del alma. Por consiguiente, después de que nos unimos a Dios en vida, El desea renovar nuestra alma (nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad) para conducir nuestra alma a una unidad con nuestra nueva vida y con Su voluntad. Ya que nuestra voluntad es la parte más importante después de que somos regenerados, Dios diariamente busca la unión de nuestra voluntad con la Suya. Si nuestra voluntad no es perfectamente una con Dios, la salvación no se está llevando a cabo de manera completa, porque el hombre mismo aún no está en armonía con Dios. Dios no sólo desea que tengamos Su vida, sino que también nosotros mismos estemos en unión con El. La voluntad nos pertenece completamente a nosotros. Si no hay unión en la voluntad, aún no estamos unidos a Dios.

Si estudiamos la Biblia detenidamente, veremos que entre todos nuestros pecados hay un principio en común: la rebelión. Adán nos condujo a la perdición al cometer este pecado, mientras que Cristo nos trajo a la salvación por Su obediencia. Originalmente, éramos hijos de rebeldía; ahora Dios desea que seamos hijos de obediencia. La rebelión consiste en ir en pos de nuestra propia voluntad, mientras que la sumisión es ir en pos de la voluntad de Dios. El propósito de la salvación es llevarnos a abandonar nuestra voluntad y estar en unión con la voluntad de Dios. Hoy en día los creyentes cometen con frecuencia un grave error en este aspecto. Piensan que la vida espiritual consiste en experimentar felicidad y en acumular conocimiento. Por lo tanto, se esfuerzan por ir en pos de toda clase de sensaciones y de conocimiento bíblico, creyendo que esto es lo mejor. Al mismo tiempo, hacen muchas obras grandiosas e importantes según sus propios sentimientos y pensamientos, creyendo que Dios se complace en ellas. No saben que lo que Dios exige no está relacionado con lo que el hombre siente o piensa; El desea que la voluntad del hombre esté unida a El. Quiere que el creyente busque de todo corazón lo que El desea y obedezca complacido todo lo que El dice. Si no se somete incondicionalmente a Dios ni está dispuesto a aceptar toda la voluntad de Dios, su vida espiritual será superficial, no importa lo que reciba ni cuán santo sea ni cuán contento se sienta. Todas las visiones, los sueños extraños, las voces, los vaticinios, el celo, las obras, las actividades y la labor son asuntos externos. Si el creyente no determina en su voluntad ir hasta el final de la carrera trazada por Dios, todo lo que haga será inútil.

Si nuestra voluntad esta en unión con Dios, inmediatamente dejaremos las actividades que se originan en el yo. Esto implica que ya no habrá ninguna acción independiente. Estamos muertos a nosotros mismos, pero vivos para Dios. Esto quiere decir que no podemos actuar para Dios según nuestros propios impulsos o métodos. Significa que actuamos según Dios se mueva y que nos separamos de todas las actividades del yo. En otras palabras, esta unión es un reemplazo de la persona que ocupa el centro y toma la iniciativa. Antes todas nuestras obras estaban centradas en el yo, y éste iniciaba todas nuestras actividades. Ahora todas las cosas son para Dios. Dios no se preocupa por el carácter de lo que iniciamos; El sólo pregunta quién tomó la iniciativa. Todo lo que no esté libre del yo, no importa cuán bueno sea, Dios no lo toma en cuenta.

LA MANO DE DIOS.

Aunque los hijos de Dios son salvos, no han obedecido completamente la voluntad de Dios. Debido a esto, Dios tiene que laborar en ellos llevarlos a una sumisión plena. El mueve a los creyentes con Su Espíritu y los motiva con Su amor a que ellos se sometan a su voluntad y a que no amen, ni busquen ni hagan nada que esté fuera de El. Cuán triste es cuando la acción de Dios al moverse y motivar a los creyentes no produce los resultados deseados. Así que Dios tiene que extender Su mano para traer a los creyentes al lugar donde El desea que estén. Su mano se manifiesta primeramente en las circunstancias. Dios aplica Su mano fuerte triturando, quebrantando e instando a los creyentes para que su voluntad no siga obstinada para con El.

Mientras el creyente no esté profundamente unido al Señor, Dios no estará satisfecho. El propósito de la salvación es que los salvos estén en completa unión con la voluntad de Dios. A fin de conducirnos a este punto, Dios tiene que usar las circunstancias; El nos conduce a tropezarnos con muchos obstáculos. Hace que estemos angustiados, y que seamos afligidos y quebrantados en nuestro corazón. El hace que muchas cruces prácticas nos sobrevengan. A través de estas cosas El hace que inclinemos nuestra cabeza en sumisión. Nuestra voluntad es muy fuerte, y si no es golpeada por Dios de muchas maneras, no se someterá a El. Si estamos dispuestos a someternos a la poderosa mano de Dios y a aceptar Su disciplina, la voluntad que ocupa nuestra vida experimentará una obra cortante, y será inmolada continuamente. Si nos resistimos a Dios, nos sobrevendrán aflicciones cada vez más fuertes y nos subyugarán.

Dios desea despojarnos de todo. Después de que los creyentes son regenerados, tienen en mente la idea de hacer la voluntad de Dios. Algunos hacen una especie de promesa públicamente, otros conservan esta intención en secreto. Dios probará si esa promesa (o esa intención) es verdadera o no. El hace que los creyentes participen en una obra que no les guste y en la cual son despojados de ellos mismos. Hace que pierdan bienes materiales, la salud, la fama, la posición y la utilidad. Finalmente hace que pierdan la felicidad y el celo en sus sentimientos, y hace que no sientan ni Su presencia ni Su compasión. El llevará a los creyentes al punto en el cual nada que no sea la voluntad de Dios tendrá importancia para ellos. Dios desea que comprendan que ellos deben aceptar lo que concuerde con Su voluntad, aunque ello signifique padecimiento físico o emocional. Si Dios se deleita en afligirlos, despojarlos de todo, privarlos de su utilidad espiritual, o en hacer que lleguen a estar secos, sombríos y solos, ellos deben estar dispuestos a aceptarlo. Dios desea que los creyentes comprendan que El no los salvó con el propósito de que ellos disfruten de algo, sino para que cumplan Su voluntad. Por lo tanto, haya ganancia o pérdida, felicidad o aridez, aunque sientan la presencia o el abandono de Dios, los creyentes siempre deberán tomar la voluntad de Dios. Si es Su voluntad abandonarnos, ¿estaremos contentos de ser abandonados? Cuando el creyente cree en el Señor por primera vez, su meta es ir al cielo. Eso está bien. Pero después de que Dios lo instruye, llega a comprender que creyó en Dios para cumplir Su voluntad. Aun si el resultado de creer en Dios fuera ir al infierno, de todos modos creería. Cuando un creyente comprende bien esto, no vuelve a tomar en cuenta su propia ganancia ni su propia pérdida. Si puede glorificar a Dios yendo al infierno, estará dispuesto a hacerlo. Obviamente esto es sólo un ejemplo. Pero los creyentes necesitan ver que creer en el Señor, mientras vivan en la tierra, no tiene como fin el su beneficio personal, sino la realización de la voluntad de Dios. La felicidad de ellos, el mayor privilegio y la gloria más grande es abandonar su propia voluntad carnal, natural y corrupta, para unirse a la voluntad de Dios y cumplir el deseo de Su corazón. La ganancia o la pérdida que sufra la criatura, su gloria o su deshonra, su amargura o su felicidad, no son dignas de tomarse en cuenta. Si el Altísimo es satisfecho, no importa lo que nosotros como seres diminutos lleguemos a ser. Este es el camino específico para que un creyente se pierda en Dios.

UN ESFUERZO EN DOS PASOS.

Hay un esfuerzo que requiere dos pasos en la unión de la voluntad con Dios. El primer paso consiste en que Dios subyuga las actividades de nuestra voluntad, y el segundo, en que El subyuga la vida de nuestra voluntad. Muchas veces nuestra voluntad es subyugada por Dios sólo en asuntos específicos, en los cuales creemos que nos sometimos completamente a Dios. Sin embargo, todavía hay una tendencia secreta en nuestra voluntad a volverse activa apenas tiene la oportunidad. Dios no sólo desea restringir las actividades de nuestra voluntad, sino también quebrantar aplastar y destruir sus tendencias, al punto de que su misma naturaleza sea transformada. Técnicamente, una voluntad sumisa y una voluntad armoniosa no son lo mismo. La sumisión sólo se relaciona con el aspecto de las actividades, pero la armonía depende de la vida, el carácter y las tendencias que posea. Un siervo que cumple todas las órdenes de su amo tiene una voluntad sumisa; mientras que la voluntad de un hijo que esta íntimamente ligado al corazón de su padre está en armonía con la voluntad de su padre porque no solamente hace lo que debe hacer, sino que se deleita en hacerlo. Una voluntad sumisa sólo detiene sus propias actividades, pero una voluntad armoniosa es una con Dios y tiene el mismo corazón que El. Si nuestra voluntad está en completa armonía con Dios, depositamos todo nuestro corazón en Su voluntad. Sólo quienes estén en armonía con Dios podrán comprender lo que hay en el corazón de Dios. Si un creyente no ha llegado al punto en que su voluntad y la voluntad de Dios estén en completa armonía, no ha experimentado el punto más elevado de la vida espiritual. La sumisión a Dios es buena, pero cuando la gracia ha vencido por completo el carácter del creyente, éste estará en completa armonía con Dios. La unión de la voluntad es el punto más elevado de la experiencia del creyente en la vida divina.

Muchos piensan que ya perdieron por completo su voluntad. No saben que en realidad están lejos de ello. En todas las tentaciones y pruebas, solamente llegan a someter su voluntad, pero ésta no está en armonía con Dios. Una voluntad sumisa no ofrece resistencia, pero no es una voluntad libre del yo. ¿Quién no desea ganar o reservarse algo para sí? ¿Quién no quiere obtener oro, plata, honra, libertad, felicidad, comodidad, posición y algo más? Una persona puede llegar a pensar que su corazón no tiene interés en estas cosas. Pero mientras las tenga, no sabrá cuán atado está a ellas. Solamente cuando esté a punto de perderlas, se dará cuenta de su renuencia a soltarlas. Algunas veces la voluntad sumisa es compatible con la voluntad de Dios, pero otras, la persona sentirá que la vida de su propia voluntad lucha aguerridamente contra la voluntad de Dios. Si no fuera por la obra de la gracia de Dios, sería muy difícil de vencer.

Por lo tanto, una voluntad sumisa no es perfecta. Aunque la voluntad ya haya sido quebrantada y no tenga fuerza para resistir a Dios, no ha llegado al punto de ser uno con Dios. Debemos admitir que llegar al punto de no ofrecer resistencia es una gran misericordia de Dios. En general, una voluntad sumisa ya está muerta. Sin embargo, técnicamente, todavía tiene un hilo de vida que no ha sido cortado. Todavía tiene una tendencia interior muy escondida, que anhela el camino antiguo. Por lo tanto, somos eficientes, diligentes y nos alegramos de cumplir la voluntad de Dios en ciertas cosas más que en otras. Aunque cumplimos la voluntad de Dios, hay una diferencia en el grado de preferencia personal. Si la vida del yo es inmolada, el creyente verá que tiene la misma actitud en cualquier asunto que se relacione con cumplir la voluntad de Dios. La diferencia que tengamos en lentitud, rapidez, amargura y felicidad, así como la diferencia en el esfuerzo que hagamos, indicará que nuestra voluntad aún no está en armonía con Dios.

Estas dos condiciones de la voluntad pueden verse en el caso de la esposa de Lot, en el de los israelitas cuando salieron de Egipto, y en el relato del profeta Balaam. En los tres casos, las personas mencionadas en el relato estaban llevando a cabo la voluntad de Dios; habían sido subyugados por El y no estaban actuando según su propia voluntad. Sin embargo, en su interior no estaban inclinados hacia Dios. Por eso, en cada uno de estos casos el resultado fue el fracaso. Aunque la dirección de nuestros pasos sea correcta, con frecuencia nuestro corazón no está en armonía con Dios y, como resultado, caemos.

EL CAMINO PARA LLEGAR A LA META.

Dios jamás se someterá a nosotros. Nada le agrada tanto como que nos sujetemos Su voluntad. No hay nada que sea más loable, mejor, más grande ni más importante, que pueda reemplazar Su voluntad. Dios solamente cumplirá Su propia voluntad. Si El no cumple Su propia voluntad, sería difícil esperar que nosotros la cumpliéramos. A los ojos de Dios, las mejores cosas son corruptas mientras contengan el elemento del yo. Muchas cosas son maravillosas y traen mucho beneficio si son hechas según la dirección del Espíritu Santo. Pero si son realizadas por el hombre mismo, el valor que tienen delante de Dios es completamente diferente. Es por eso que no cuenta la tendencia del hombre ni el carácter de las acciones; lo que importa es si la acción es iniciada en la voluntad de Dios. Esto es lo primero que debemos recordar.

¿Cómo puede la voluntad del hombre estar en armonía con la de Dios? ¿Cómo puede ser librado un hombre de centrarse en su propia voluntad en vez de centrarse en la voluntad de Dios? La clave de todo el asunto es la vida del alma. El grado en el que estemos separados del control de la vida del alma, será el grado de unión entre Dios y nosotros, porque solamente la vida de nuestra alma se opone a nuestra unión con Dios. Nosotros buscamos la voluntad de Dios en el mismo grado en que perdemos nuestra vida anímica y en la medida en que nuestra voluntad toma a Dios como centro. Es por eso que la vida nueva está inclinada hacia Dios por naturaleza y es reprimida solamente por la vida del alma. El camino para llegar a la meta es dar muerte a la vida del alma.

Sin Dios, el hombre perece, y sin El todo es vano. Todo lo que está fuera de Dios es de la carne (el yo). Por lo tanto, fuera de Dios, lo que sea hecho por nuestro propio esfuerzo y conforme a nuestro propio pensamiento es condenado. Un creyente debe rechazar su propia fuerza y sus deseos. No debe buscar lo suyo propio en nada ni debe hacer nada para sí mismo. Debe confiar completamente en Dios y seguir adelante paso a paso según los caminos de Dios, esperando el tiempo de El, y según lo que El exige. Debe estar dispuesto a aceptar la fuerza, la sabiduría, la bondad, la justicia y la obra de Dios como suyas. Debe confesar que Dios es la fuente de todo lo que tiene. Sólo de esta manera podrá tener armonía.

Esto es sin duda un camino estrecho, pero no es un camino difícil. Es estrecho porque cada paso es regulado por la voluntad de Dios. Este sendero sólo se rige por un principio, el cual consiste en no dejar lugar para el yo. Por eso es un camino estrecho. Basta solamente una pequeña desviación de la voluntad de Dios, y nos saldremos del camino. Sin embargo, no es un camino difícil, como ya dijimos. Cuando la vida del alma sea consumida, los hábitos, los pasatiempos, los deseos y los antojos serán quebrantados uno por uno, y no quedará

nada más que se oponga a Dios. Como resultado, no sentiremos que sea un camino difícil. Lamentablemente, muchos creyentes no han pasado por esta puerta ni andado por este camino. También hay algunos que no tienen paciencia y abandonaron este camino antes de experimentar su dulzura. Pero sea largo o corto el período de aflicciones, tenemos la certeza de que sólo este camino es el camino de la vida. Este es el camino de Dios. Por lo tanto, es verdadero y seguro. Los que deseen tener vida abundante no tienen otra alternativa que tomar este camino.

El Evangelio de Dios | Watchman Nee | Audiolibro completo

Aquí tienes el capitulo 26 del libro: El Evangelio de Dios: LAS MEDIDAS QUE DIOS HA TOMADO CON RESPECTO A LOS PECADOS DE LOS CREYENTES: EL LAVADO DE LOS PIES. Si quieres descargar este capítulo en PDF, puedes hacerlo haciendo clic en la imagen, de aquí pasaras a la pagina en donde podrás leerlo en linea, oír el audio libro y descargar el PDF

Capitulo 26 de 26

LAS MEDIDAS QUE DIOS HA TOMADO CON RESPECTO A LOS PECADOS DE LOS CREYENTES: EL LAVADO DE LOS PIES