Watchman Nee Libro Book cap.26 El hombre espiritual

Watchman Nee Libro Book cap.26 El hombre espiritual

EL CREYENTE Y LA PARTE EMOTIVA

SÉPTIMA SECCIÓN

CAPÍTULO UNO

EL CREYENTE Y LA PARTE EMOTIVA

Cuando el creyente no ha experimentado la obra de la cruz, mediante el Espíritu Santo, tal vez haya experimentado la liberación del pecado pero continua siendo anímico e incapaz de vencer su vida natural. En los capítulos anteriores hablamos de la vida del alma y de la obra del creyente. Si estudiamos cuidadosamente la conducta y las acciones anímicas del creyente, veremos que ambas son impulsadas por sus emociones. Aunque el alma incluye tres partes principales que son la mente, la parte emotiva y la voluntad, la mayoría de los creyentes vive principalmente guiados por las emociones. Casi podemos decir que son controlados por las emociones de su vida anímica. En la vida humana, la parte emotiva ocupa un lugar más importante que la mente y la voluntad; y en la vida diaria su función también tiene un papel más importante que las demás partes del alma. Casi todas las actividades de los creyentes anímicos se originan en su parte emotiva.

LAS FUNCIONES DE LA PARTE EMOTIVA.

Nuestros sentimientos humanos proceden de nuestra parte emotiva; algunos de ellos son: el gozo, la felicidad, la alegría, el entusiasmo, los anhelos, la ira, el ánimo, el desánimo, la tristeza, la pena, la depresión, la desdicha, el lamento, la angustia, la confusión, la ansiedad, el fervor, la frialdad, el afecto, la ternura, la codicia, la compasión, la bondad, las preferencias, los gustos, los intereses, los deseos, el orgullo, el temor, el remordimientos y el odio. Todo lo relacionado con nuestro pensamiento se origina en nuestra mente, nuestro órgano pensante. Todo lo relacionado con nuestras decisiones se origina en la voluntad, con la cual escogemos. Pero fuera de nuestros pensamientos, nuestras decisiones y las obras relacionadas con éstas, las demás funciones provienen de nuestra parte emotiva. La función de la parte emotiva es expresar la multitud de sentimientos que tenemos. Debido a que la parte emotiva abarca un área tan vasta, casi todos los creyentes anímicos giran en torno a sus emociones.

Las emociones humanas son muy complicadas debido a que se extiende a un área bastante amplia. Para ayudar a los creyentes a comprender este tema, subdividiremos las emociones en tres categorías principales: (1) los afectos, (2) los deseos y (3) las sensaciones. Estas tres partes cubren tres aspectos de la función de la parte emotiva. Si el creyente puede vencer en estos tres aspectos, disfrutará una vida espiritual pura.

En pocas palabras, nuestras emociones humanas comprenden los diferentes sentimientos que tenemos en nuestro corazón, como por ejemplo el amor, el odio, la alegría, la angustia, el ánimo, el desánimo, el interés o la indiferencia; todo ello está incluido en los diferentes sentimientos de nuestro corazón; por lo tanto pertenecen a la parte emotiva.

Si prestamos atención a los diversos sentimientos que se hallan en nuestra parte emotiva, veremos que nuestras emociones cambian fácilmente. En el mundo probablemente hay muy pocas cosas que sean tan volubles como las emociones. En un minuto nos inunda un sentimiento, y al siguiente sentimos otra cosa. La emociones cambian de acuerdo con lo que sintamos, lo cual, a su vez, cambia rápidamente. Una persona que vive en torno a sus emociones, carece de principios.

La función de la parte emotiva del hombre es reaccionar. Cuando el hombre es embargado por un sentimiento que lo lleva en cierta dirección, es inevitable que en poco tiempo, surja en él una reacción contraria a dicho sentimiento. Por ejemplo, a una gran alegría le seguirá una amarga tristeza; después de mucho alborozo viene una gran depresión; después de un intenso fervor nos sobreviene el deseo de querer abandonarlo todo. Aun en los afectos, las circunstancias pueden hacer que un amor profundo que se sentía en cierta ocasión, se convierta en un odio que exceda a aquel amor.

LA VIDA EMOCIONAL DEL CREYENTE.

Cuanto más conocemos el funcionamiento de nuestra vida emocional, más nos convencemos de sus oscilaciones y de la imposibilidad de depender de ella. Si el creyente no vive conforme al espíritu sino a sus emociones, no es de extrañar que su vida esté llena altibajos. Muchos creyentes se entristecen al examinar su manera de vivir y ver que son inestables. Algunas veces parece que están en el tercer cielo, por encima de todo; mientras que otras, parece que descienden y comparten la misma suerte de todos los mortales. Sus vidas son inestables. No se necesitan problemas serios para cambiar su estado de ánimo; no resisten la más mínima contrariedad.

Estos fenómenos le suceden al creyente que es controlado por las emociones y no por el espíritu. Cuando su parte emotiva es lo principal de su vida, y no ha sido quebrantada por la cruz, el espíritu no puede ser fortalecido por el Espíritu Santo, es débil e incapaz de controlar el resto de su ser y de someter sus emociones relegándolas a una posición secundaria. Pero si el creyente, mediante el Espíritu Santo sujeta sus emociones clavándolas en la cruz y permitiendo que el Espíritu Santo sea Señor de todas las cosas, su vida no tendrá esos altibajos.

Las emociones pueden considerarse el peor enemigo en la vida del creyente espiritual. El creyente debe andar conforme al espíritu, escuchando sus dictados interiormente. El sentir del espíritu es tan delicado y fino, que si el creyente no espera atentamente para recibir y discernir la revelación de su intuición, jamás podrá ser guiado por su espíritu. Debido a esto, el silencio total de la parte emotiva es un requisito para andar según el espíritu. Con frecuencia, el agradable sentir del espíritu es desconocido o lo confunden debido a que los sentimientos del creyente son como el rugido de las olas. No podemos culpar la suave voz de nuestro espíritu, ya que tenemos la facultad de percibir su sentir; sin embargo, cuando otros sentimientos interfieren, no es posible tener ningún discernimiento. Aquel que puede controlar sus emociones verá que es fácil detectar la voz de la intuición.

El vaivén de las emociones no sólo impide que el creyente ande según el espíritu, sino que además lo hace andar según la carne. Si el creyente no puede andar en el espíritu, andará en la carne, y si no es guiado por el espíritu, será guiado por los impulsos de sus emociones. Cuando el espíritu deja de dirigir, la parte emotiva toma el control, y el creyente espontáneamente interpreta la acción de las emociones, la inspiración o el impulso de su alma como el mover del espíritu. Un creyente emotivo puede ser comparado con un estanque que tiene arena y lodo en el fondo, que si el agua no está quieta, el estanque parece estar limpio, pero una vez que se agita, el pozo se enturbia.

LA INSPIRACIÓN Y LAS EMOCIONES.

Muchos creyentes no distinguen la inspiración de las emociones, aunque en realidad, no es difícil. Las emociones siempre vienen de afuera, mientras que la inspiración procede del Espíritu Santo, quien está dentro del espíritu del hombre. Por ejemplo, cuando el creyente contempla la belleza de la naturaleza, espontáneamente surge en él un sentimiento; percibe el encanto del paisaje y halla en ello cierta satisfacción, lo cual es emoción. Quizá cuando se encuentra con la persona amada, aflora un atractivo irresistible, que es un sentimiento o una emoción. Tanto la belleza del paisaje como la persona amada están fuera del hombre; por lo tanto, los sentimientos que producen pertenecen a la parte emotiva.

La inspiración es muy diferente, ya que sólo es afectada por el Espíritu Santo, quien mora en el hombre. Sólo el Espíritu Santo puede inspirar al espíritu y, puesto que vive en el hombre, la inspiración procede de su interior. No requiere el estímulo de un escenario maravilloso ni la presencia del ser querido; puede producirse en el ambiente más tranquilo. Por el contrario, las emociones decaen en el instante en que el estímulo externo cesa. El creyente emotivo sólo vive conforme al medio que lo rodea. Para avanzar necesita ser estimulado y animado; de no ser así, se detiene y no puede avanzar. La inspiración no requiere ayuda externa, pero cuando la parte emotiva es afectada por las circunstancias, se confunde y hace imposible que el creyente sepa qué hacer.

El creyente debe tener cuidado de no considerar la tranquilidad y la falta de estímulo como espiritualidad; esto dista mucho de la verdad. Debemos saber que las emociones hacen que las personas se sientan entusiasmadas en ocasiones y en otras, deprimidas. Cuando las emociones son positivas, nos sentimos animados; de lo contrario, nos sentimos deprimidos. De la misma manera en que nos anima, nos deprime. Tanto el entusiasmo como la tranquilidad pertenecen a la parte emotiva. A menudo el creyente se equivoca por estar bajo el influjo de sus emociones; pero cuando reconoce del estado en que se encuentra, tiende a suprimir sus sentimientos y piensa que por eso es espiritual. No se da cuenta de que eso produjo como reacción una emoción que ahora lo calmó. Esta quietud le hace perder el interés en la obra de Dios y lo priva de su afecto hacia muchos de los hijos de Dios. Poco a poco el hombre interior se resiste a laborar y, en consecuencia, el espíritu es aprisionado y su vida no puede brotar. Debido a que el creyente ya no es entusiasta y ha entrado en un estado de tranquilidad, tal vez piense que está andando conforme al espíritu; pero no sabe que aún sigue regido por sus emociones, salvo que ahora es una emoción diferente.

En realidad, son pocos los creyentes que experimentan ese estado de quietud; casi todos siguen animados por sus emociones. Debido a la exaltación, hacen muchas cosas que van más allá de sus límites. Cuando se tranquilizan y recuerdan lo que hicieron regidos por su parte emotiva, no pueden sino reírse de sí mismos y reconocer que actuaron neciamente. Esto es común cuando se actúa motivado por las emociones. Cuando el creyente examina sus acciones, se siente avergonzado y se reprocha haber obrado en su hombre natural. Es lamentable que el creyente sea gobernado por las emociones, ya que su espíritu pierde el poder para sujetarlas y darles muerte y no es capaz de resistirse a su control.

Existen dos motivos por los cuales los creyentes andan conforme a su parte emotiva. En primer lugar, muchos nunca entienden lo que es andar regido por su espíritu, ni han procurado hacerlo; así que andan gobernados por sus emociones. No saben cómo rechazar el impulso de sus emociones, y simplemente son arrastrados por ellas y hacen cosas que no deberían. Esto no significa que sus sentidos espirituales no protesten ni objeten, pero debido a su debilidad, obedecen a sus emociones y hacen caso omiso de su intuición. En esta condición su parte emotiva es cada vez más fuerte, al grado que el creyente pierde el control de sí mismo y se conduce según lo indiquen sus emociones. Después de haber hecho lo que no debía, se arrepiente de nuevo. En segundo lugar, hay muchos creyentes que han experimentado la diferencia entre el espíritu y el alma, y cuando las emociones los afectan, saben que aquello proviene de su alma e inmediatamente lo rechazan. Sin embargo, aun estos creyentes algunas veces andan en torno a sus emociones. Esto se debe al éxito del engaño espiritual. Si el creyente aún no es espiritual, es vencido por los intensos sentimientos de su emoción; y si es espiritual, con frecuencia sus emociones engañan sus sentidos espirituales. La parte emotiva y el sentir espiritual parecen idénticos, por lo que no es fácil distinguirlos, y debido a su ignorancia el creyente es engañado y sus acciones son, en gran parte, actividades del alma.

El creyente debe recordar que si anda conforme al espíritu, todas sus acciones deben guiarse por ciertos principios. El espíritu tiene leyes, métodos y principios. Andar en conformidad con el espíritu es andar según sus leyes. En los principios espirituales, lo correcto y lo incorrecto tiene un parámetro claramente definido. Si dice “sí”, es “sí”, no importa si el cielo está nublado o despejado, y si dice “no”, es “no”, ya sea que esté contento o deprimido. La vida cristiana obedece a un principio definitivo. Si el creyente no hace morir totalmente sus emociones, su vida no será gobernada por un discernimiento estable, vivirá en conformidad con los sentimientos oscilantes de su alma, y no en según un principio estable y definido.

Una vida gobernada por principios difiere de la que es gobernada por las emociones. El creyente regido por sus emociones, cuando planea hacer algo no se preocupa ni de principios ni de razones, sino que se guía por sus sentimientos; si hay algo que le guste y que lo haga feliz, será tentado por ello, aunque sepa perfectamente que hacerlo no es razonable y que está en contra de los principios que conoce. Cuando se siente frío, melancólico o deprimido, como no lo apoyan sus sentimientos, no puede cumplir con sus obligaciones. Si los hijos de Dios prestan atención a sus emociones, se darán cuenta cuán inconstantes son y cuán peligroso es obedecerles. Cuando la Palabra de Dios (el principio espiritual) concuerda con sus sentimientos, la obedecen; pero si ése no es el caso, la rechazan y no le prestan atención. Esta clase de vida está en total enemistad con la vida espiritual. Todo aquel que anhela tener una vida espiritual próspera, debe andar continuamente en conformidad con el principio de Dios.

Una característica que distingue al creyente espiritual es la gran calma que mantiene bajo todas las circunstancias. No importa lo que pueda sucederle externamente o si es provocado por alguien, él permanece en calma y lleno de paz, manteniendo inmutable esta característica. Esto se debe a que su parte emotiva fue quebrantada por la cruz, y su voluntad y su espíritu están llenos del poder del Espíritu Santo y, por ende, pueden gobernar sus sentimientos. Ningún estímulo externo puede conmoverlo, pero si no permite que la cruz quebrante su parte emotiva, será vulnerable a ser afectado, estimulado o perturbado. Debido a que las emociones oscilan entre extremos fácilmente, los que son regulados por ellas también son inconstantes. La menor amenaza exterior o el menor aumento de trabajo lo trastornará y no sabrá que hacer. Todo aquel que anhele ser perfeccionado debe permitir que la cruz lleve a cabo una obra profunda en su parte emotiva.

Si el creyente tan sólo recordase que Dios no guía a nadie en medio de la confusión, podría evitarse muchos errores. El nunca debe tomar decisiones ni comenzar nada cuando su corazón se encuentra en un estado caótico o sus emociones están alteradas. Cuando los impulsos son tan fuertes se cometen muchas equivocaciones. Tampoco podemos confiar en la mente cuando nuestras emociones están en esa confusión, ya que ella es fácilmente afectada por la parte emotiva; y si la mente se debilita, ya no podemos distinguir entre lo correcto y lo incorrecto. En tales circunstancias, es probable que todo lo que el creyente decida no sea apropiado, y después lo lamentará. Es necesario que el creyente utilice su voluntad para rechazar, detener y vencer sus emociones, ya que sólo cuando su sentimientos están en perfecta calma, puede tomar una decisión acertada.

Igualmente, el creyente no debe hacer nada que estimule sus emociones. Algunas veces están sosegadas y tranquilas, pero debido a que actuamos según nuestros propios deseos, estimulamos nuestra parte afectiva. Esto sucede con bastante frecuencia y perjudica nuestra vida espiritual. Debemos rechazar todo lo que altere nuestras emociones (nuestra alma). No sólo debemos abstenernos de actuar cuando nuestras emociones estén en crisis, sino que también debemos aprender a no hacer nada que pueda provocarla. No pensemos que nuestras acciones son correctas sólo por que nuestra alma permanezca sosegada. Si nos confiamos a “la tranquilidad emocional” y al espíritu, estimularemos nuestras emociones. Aquellos que han tenido esta clase de experiencia pueden recordar en qué forma, al encontrarse con alguien o al escribir una carta, fueron demasiado estimulados en sus emociones, lo cual puso en evidencia que estaban actuando fuera de la voluntad de Dios.

LAS EMOCIONES Y LA OBRA.

Dijimos que sólo el espíritu puede realizar una obra espiritual; por eso, las demás obras no tienen valor espiritual. Debido a la importancia de este tema entraremos en más detalles.

Hoy los hombres prestan mucha atención a la sicología humana. Incluso muchos que sirven diligentemente al Señor la estudian; piensan que si sus palabras, enseñanzas, presentaciones, actitudes e interpretaciones, podrán captar la atención del hombre y ganar muchas personas para el Señor. La sicología es la operación de la parte emotiva del hombre. Aunque en algunos casos parezca útil, depender de las emociones no tiene valor espiritual.

Sabemos que el hombre necesita ser regenerado en su espíritu. Cualquier obra es absolutamente inútil si no puede vivificar el espíritu amortecido del hombre ni impartirle la vida increada de Dios, ni hacer que reciba al Espíritu Santo para que more en su espíritu regenerado. Si el propósito de la obra del creyente no es impartir vida a otros, el resultado de su predicación será igual que si los exhortara a adorar al diablo. Ni nuestra sicología ni la sicología de otros puede impartir vida. Si el Espíritu Santo mismo no hace la obra, todo es en vano.

El creyente debe darse cuenta de que sus emociones son totalmente naturales, y no son la fuente de la vida de Dios. Si llega a descubrir que su parte emotiva está desprovista de la vida de Dios, no intentará usar su poder para salvar a las personas usando lágrimas, rostros tristes, llanto u otras expresiones conmovedoras. Ninguna de las funciones de su parte emotiva puede afectar el espíritu entenebrecido de los hombres. Si el Espíritu Santo no les da vida, no podrán recibirla. Si no dependemos del Espíritu Santo, sino de nuestras emociones, todos nuestros esfuerzos serán inútiles y no llevarán fruto.

Las emociones jamás comunican vida al hombre. Quienes laboran para el Señor deben entender que si dependen de ellos mismos, nada en ellos podrá generar la vida de Dios. Podemos agotar todos los métodos psicológicos para conmover la parte emotiva del hombre, para despertar en él interés en la religión, para hacer que se sienta culpable y avergonzado por su pasado, para infundirle temor del castigo venidero, para provocar admiración hacia Cristo y para estimularle el deseo de relacionarse con otros cristianos o para que se conduela de los pobres; podemos incluso hacer que sea feliz al hacer estas cosas, pero no podemos regenerarlo. Como el interés, la pena, la vergüenza, el temor, la admiración, la aspiración, la compasión y el gozo, entre otros sentimientos, son sólo diferentes funciones de la parte emotiva, el hombre puede experimentarlos y permanecer espiritualmente muerto ya que no ha tenido un encuentro con Dios en su intuición. Desde el punto de vista humano aquel que posee estas cualidades es un buen cristiano. Pero toda ellas sólo son impulsos de la parte emotiva; no exhiben la regeneración. La manifestación de la regeneración es el conocimiento de Dios en la intuición del creyente regenerado, es decir, en su espíritu vivificado. Al laborar para Dios no debemos estar conformes con que el hombre cambie su actitud con respecto a nosotros, apreciándonos y mostrando todos los sentimientos mencionados. ¡Eso no es la regeneración!.

Si los obreros del Señor recordaran que nuestra meta es ayudar a las personas para que reciban la vida de Cristo, no utilizarían sus emociones para instar a las personas a aceptar las enseñanzas de Cristo y a expresar su aprobación con respecto a la vida cristiana. Cuando reconocemos que lo que el hombre necesita es la vida de Dios y ser avivado en su espíritu, comprendemos que toda la obra que hemos llevado a cabo confiando en nosotros mismos es vana. No importa lo extenso que sea el cambio experimentado por el hombre, sólo puede cambiar dentro del límite de su propio yo, y no puede dar un paso fuera de este límite ni cambiar su propia vida por la de Dios. Deberíamos apreciar la realidad del hecho de que las metas espirituales requieren medios espirituales. Nuestra meta espiritual es que las personas sean regeneradas; así que cuando laboramos debemos emplear medios espirituales. En consecuencia, las emociones son totalmente inútiles para esto.

El apóstol Pablo dijo que toda mujer que ora o profetiza debe cubrirse la cabeza. Con respecto a este tema, hay muchas explicaciones y opiniones diversas. Aunque nuestra intención no es decidir cuál interpretación es la correcta, es claro que la intención del apóstol era evitar el uso de las emociones e intentaba cubrir todo lo que pudiera estimular la parte emotiva. Es fácil, especialmente para las mujeres que predican u oran, estimular las emociones de los oyentes. Desde el punto de vista físico, sólo la cabeza está cubierta, pero desde el punto de vista espiritual, el propósito de cubrirla es darle muerte a todos lo que pertenezca a las emociones. Aunque la Biblia no permite que los hermanos se cubran la cabeza físicamente, en el sentido espiritual, ellos deben tener su cabeza tan cubierta como la de las hermanas.

Esto nos muestra que la parte emotiva puede salir a flote fácilmente en la obra del Señor; si así no fuera, el apóstol no habría tenido necesidad de dar esta recomendación. Hoy el poder de atraer a la gente se ha convertido casi en el mayor problema en el servicio espiritual. Los que son naturalmente atrayentes tienen más éxito, y el resultado de su obra es superior al de los demás; en tanto que los que no tienen tanta capacidad de atracción son derrotados y sus logros son inferiores. La intención del apóstol era que uno se cubriera todo lo que perteneciese al alma, aunque sea naturalmente atractivo. Todo lo que es natural debe ser cubierto; así que todos los siervos del Señor deben aprender de las hermanas esta lección. Nuestra atracción natural no puede ayudarnos en la obra espiritual, y tampoco nuestra falta de atractivo natural puede estorbarla. Debemos deshacernos de tales conceptos. Si nos centramos en nuestro poder de atracción, nuestro corazón dejará de depender del Señor; de la misma manera, si prestamos atención a nuestra incapacidad para atraer a la gente, no andaremos conforme al espíritu. Si los obreros del Señor no andan conforme al espíritu, todos los logros de su obra serán en vano.

¿Qué buscan los obreros del Señor hoy? Muchos buscan poder espiritual, pero el verdadero poder espiritual es el fruto de pagar un precio. Si morimos a nuestras emociones, tendremos fuerza espiritual. Perdemos la fuerza espiritual debido a que usamos nuestras emociones demasiado y nos llenamos de deseos, afectos y sentimientos. Si no andamos centrados en los sentimientos y damos muerte a los deseos y acciones que nos satisfacen, veremos la fuerza y el poder en nuestra vida. La profunda obra de la cruz nos llena de poder espiritual; aparte de esto no podemos obtener nada. Cuando la cruz pone fin a nuestros deseos y nos hace aptos para vivir para Dios, el poder espiritual espontáneamente se manifiesta en nosotros.

Además, si en la obra espiritual la parte emotiva del creyente no es vencida, será privado de muchos caminos por los que podría avanzar. Cuando la fuerza de las emociones se presenta, la fuerza espiritual del creyente se debilita y no puede regularla ni cumplir la perfecta voluntad de Dios. Las emociones utilizarán toda clase de recursos para impedir que la obra avance. Tomemos como ejemplo nuestro cansancio espiritual. Necesitamos distinguir si nuestra necesidad de descanso se debe a la fatiga física, al cansancio emocional o a ambas cosas. Dios no quiere que sometamos nuestro espíritu ni nuestra alma ni a nuestro cuerpo a un trabajo excesivo. El desea que reposemos cuando estemos cansados, pero necesitamos saber si nuestra necesidad de descanso se debe a la fatiga corporal o al cansancio emocional, o si nuestra parte emotiva está utilizando la fatiga en nuestro cuerpo como un pretexto para exigir descanso. Muchas veces nuestro deseo de descanso es simplemente pereza. Nuestro cuerpo necesita descansar, lo mismo que nuestra mente y nuestro espíritu, pero no debemos descansar debido a la pereza que se origina en la naturaleza maligna de nuestras emociones. La pereza y el cansancio utilizan la fatiga física como pretexto. Además, a nuestra parte emotiva le gustan el placer y la diversión; por lo tanto, los creyentes deben estar alerta a fin de que esto no reemplace el descanso que legítimamente necesitamos.

EL DEBIDO USO DE LA PARTE EMOTIVA.

Si el creyente permite que la cruz haga una obra profunda en su parte emotiva, pronto aprenderá que las emociones no obstruirán su espíritu, sino que cooperarán con él. La cruz quebrantará la vida natural de las emociones, las renovará y hará de ellas un instrumento del espíritu. Mencionamos que el hombre espiritual no es exclusivamente espíritu ni es insensible. Por el contrario, utiliza sus sentimientos para expresar la vida divina que reside en él. Antes de que Dios quebrante nuestra parte emotiva, ésta no puede ser un instrumento del espíritu y actúa según sus propios deseos, pero después de ser limpiada puede ser el órgano por el cual se expresa el espíritu. De igual manera, el espíritu expresa su vida por medio de las emociones, ya que las necesita para expresar amor o condolencia para con los que sufren; también las necesita para detectar la acción de la intuición. El sentir del espíritu se da a conocer al hombre por medio de una sensación o sentimiento de quietud y paz. Cuando nuestra parte emotiva obedece a nuestro espíritu, hace que amemos lo que Dios ama y odiemos lo que El odia.

Después de saber que no debemos vivir según nos lo indiquen nuestras emociones, algunos creyentes erróneamente piensan que la vida espiritual es una vida sin sentimientos, y se suponen que debemos eliminar los sentimientos y llegar a ser insensibles, como si fuéramos un pedazo de madera o una piedra. Si el creyente no sabe lo que significa morir en la cruz, no puede comprender el significado de hacer morir las emociones ni de vivir en perfecta conformidad con el espíritu. No afirmamos que el creyente deba volverse duro como el acero o la roca; ni que no debe sentir afecto para que se le considere espiritual, como si la expresión “espiritual” denotara insensibilidad. Por el contrario, el hombre espiritual es una persona muy tierna, misericordiosa, amorosa y bondadosa. Ser totalmente espiritual y poner las emociones en la cruz no significa que el creyente pierda sus sentimientos y se haga insensible. Cuando vemos que el amor de los creyentes espirituales es mayor que el de los demás, descubrimos que el hombre espiritual no carece de emociones, sino que sus emociones difieren de las de los demás.

Al poner nuestra vida anímica en la cruz, debemos recordar que se pierde la vida del alma, pero no su función. Clavar la función del alma en la cruz significaría que ya no podríamos pensar, decidir ni sentir. Debemos recordar siempre que perder el alma equivale a vivir incondicional y continuamente por la vida de Dios, no por la vida natural; es estar dispuestos a no vivir según el yo ni de acuerdo con sus placeres, sino que nos sometemos a la voluntad de Dios. Además, la cruz y la resurrección son dos hechos inseparables. “Si hemos crecido juntamente con El en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección” (Romanos. 6:5). La obra de la cruz no significa aniquilación; la parte emotiva, la mente y la voluntad de la vida anímica no son exterminadas al pasar por la cruz. Sólo pierden su vida natural en la muerte del Señor, y son resucitadas en Su vida. La muerte y resurrección hacen que los órganos del alma pierdan su vida para luego ser renovados y usados por el Señor. Como consecuencia, el hombre espiritual no carece de sentimientos, sino que su parte emotiva es más perfecta y más noble, como si acabara de ser creada por la mano de Dios. Si uno tiene dificultad para entender esto, el problema yace en su teoría porque en la experiencia espiritual no existe ningún problema.

La parte emotiva debe pasar por la cruz (Mateo. 10:38 al 39). a fin de destruir su naturaleza ardiente, su fanatismo y su confusión y quedar sometida totalmente al espíritu. La obra que efectúa la cruz tiene como fin que el espíritu tenga autoridad para regular la función de las emociones.