Watchman Nee Libro Book cap.6 El hombre espiritual

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EL CRISTIANO CARNAL

SEGUNDA SECCIÓN. 

 

CAPÍTULO DOS.

EL CRISTIANO CARNAL

Todo creyente puede, igual que Pablo, ser lleno del Espíritu Santo al momento de creer y ser bautizado (Hechos. 9:17 al 18). Sin embargo, muchos creyentes no creen verdaderamente que Cristo murió y resucitó como un hecho cumplido por ellos, ni aplican en la práctica el principio de la muerte y la resurrección, al cual el Espíritu Santo los llama a obedecer. Permanecen sujetos al control de la carne, como si no hubiesen muerto y resucitado, aunque en realidad ya murieron y resucitaron, según lo que Cristo efectuó, y piensan que deben morir a ellos mismos y vivir para Dios de acuerdo con su obligación como discípulos. Se puede decir que esta clase de creyentes es anormal. Pero los creyentes anormales no sólo se encuentran en estos días, pues ya existían en los tiempos de los apóstoles. Los corintios son un ejemplo de esto, como lo podemos ver en lo que Pablo les dijo:

“Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a carne, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no alimento sólido; porque aún no erais capaces de recibirlo. Pero ni siquiera sois capaces ahora, porque todavía sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos y contiendas, ¿no sois carnales, y andáis según lo humano?” (1 Corintios. 3:1 al 3).

Aquí el apóstol clasifica a los creyentes en dos categorías: los espirituales y los carnales. Los creyentes espirituales no son en ninguna manera cristianos extraordinarios, sino que son normales. Son los cristianos carnales los que son extraordinarios, ya que son anormales. Los corintios eran cristianos, pero no eran espirituales, sino carnales. Tres veces en ese capítulo de la Biblia el apóstol afirma que eran carnales. Por la sabiduría que el apóstol había recibido del Espíritu Santo, sabía que primero debía determinar a qué grupo realmente pertenecían para definir qué verdad doctrinal les debía ministrar.

A la luz de las Escrituras, la regeneración es un nacimiento. Cuando uno es regenerado, el espíritu que yace en lo más recóndito de su ser, es renovado y habitado por el Espíritu de Dios. Sin embargo, se necesita tiempo para que el poder de esta nueva vida se extienda desde el centro hacia la circunferencia. Por lo tanto, no podemos esperar que un niño en Cristo tenga la fuerza de un joven ni la experiencia de un padre. Un creyente recién regenerado, aun si ama al Señor con todo su corazón, es ferviente en su servicio y avanza fielmente con el Señor, se le tiene que dar tiempo para que tenga la oportunidad de reconocer mejor cuán abominables son el pecado y el yo, y para que entienda mejor la voluntad y el camino de Dios en la vida espiritual. Por supuesto, entre estos creyentes, a menudo existen algunos que realmente aman al Señor con fervor extraordinario y se deleitan grandemente en la verdad, pero esto no es más que la operación de las emociones y los pensamientos que no han sido probados por fuego, y en consecuencia no perdura. Detodos modos, es inevitable que un creyente recién regenerado sea carnal, ya que no conoce la carne, aunque esté lleno del Espíritu Santo. Uno no puede eliminar las obras de la carne si no se da cuenta que ellas son el producto de la carne. Por lo tanto, en realidad muchos creyentes recién nacidos son verdaderamente carnales.

En la Biblia no se espera que una persona que acaba de creer en el Señor sea espiritual inmediatamente. Sin embargo, si por años o aun décadas no se le ve ningún progreso y permanece en la condición de niño, aquello no es apropiado, y su caso es de lo más triste. Después de hablar de los que son niños en Cristo, el apóstol añade que quienes permanecen como niños por un período largo, también son de la carne. Por supuesto, así es. Antes de eso, Pablo dice que los creyentes corintios son carnales, niños en Cristo, pero aun en ese tiempo ellos seguían siendo carnales. Para ese entonces, deberían haber crecido y llegado a cierta madurez, pero se estancaron al punto de permanecer como niños. En consecuencia, siguieron siendo creyentes carnales.

El tiempo necesario para que un creyente pase de la etapa de ser carnal a la de ser espiritual no es tan largo como algunos se imaginan. Aunque no habían pasado muchos años desde que los creyentes corintios habían llegado a ser cristianos, el apóstol estimaba que ya era tiempo de que hubiesen dejado la etapa de la niñez y de vivir en la carne. El esperaba que a estas alturas ya fueran espirituales. El propósito de la redención es quitar todos los impedimentos para que el Espíritu Santo tome pleno control de todo el ser de uno y lo haga espiritual. Esta redención nunca fracasa, pues el poder del Espíritu Santo no es insignificante. Así como un pecador carnal puede llegar a ser un creyente regenerado, de igual manera, un creyente regenerado que todavía es carnal, puede llegar a ser espiritual. Lo triste es que entre los creyentes de hoy hay algunos que han permanecido como niños, no solamente por algunos años, sino que continúan en su viejo yo por décadas sin progreso alguno. Además, aunque hay algunos que progresan en la vida espiritual en pocos años, se sorprenden pensando que eso no es lo usual. En realidad, esto es lo normal; no es otra cosa que el crecimiento normal.

¿Cuántos años hace que creímos en el Señor? ¿Hemos llegado a ser espirituales? No debemos llegar a ser niños viejos, lo cual causa aflicción al Espíritu Santo y nos trae pérdida a nosotros mismos. Como creyentes regenerados debemos anhelar una vida espiritual completa y debemos permitir que el Espíritu Santo sea Amo y Señor en todo, para que pueda en el menor tiempo posible guiarnos a lo que Dios ha preparado para nosotros. Por ningún motivo debemos desperdiciar nuestro tiempo quedándonos estancados. Podemos investigar las razones por las que una persona permanece como niño por tanto tiempo, sin crecimiento alguno. Por lo general hay dos razones: una es que quienes cuidan de los creyentes, sólo prestan atención a la gracia de Dios y a la posición que los creyentes tienen en Cristo, y no los instan a ir en pos de experiencias espirituales, o ellos mismos, por desconocer la vida en el Espíritu Santo, son incapaces de guiar a los que cuidan a una vida más abundante. La segunda razón es que los creyentes mismos muestran muy poco interés en las cosas del Espíritu, pensando que basta con ser salvos; o no tienen hambre ni sed de las cosas del Espíritu; o, después de conocer los requisitos, no están dispuestos a hacer lo requerido, porque es demasiado difícil. Debido a esto, hay muchos en la iglesia que envejecen siendo niños.

¿Cuáles son las características de un creyente carnal? La primera es que sigue siendo niño mucho tiempo (Hebreos. 5:11 al 14). La etapa de la niñez no debe exceder a unos cuantos años. Una persona es regenerada por creer en la redención que el Hijo de Dios efectuó por ella en la cruz. Cuando cree, también debe creer que fue crucificada juntamente con el Salvador y permitir que el Espíritu Santo la libre del poder de la carne. Si ignora este principio, inevitablemente será carnal durante muchos años.

La segunda característica de un creyente carnal, es la incapacidad de recibir las enseñanzas espirituales. “Hermanos …os di a beber leche, y no alimento sólido; porque aún no erais capaces de recibirlo. Pero ni siquiera sois capaces ahora”. Los corintios se jactaban de su gran conocimiento y de su elevada sabiduría. Hasta donde sabemos, la iglesia en Corinto fue posiblemente la iglesia que tenía más conocimiento entre las iglesias de ese tiempo. Ellos fueron “enriquecidos en …todo conocimiento” (1:5). Debido a eso, Pablo dio gracias a Dios por ellos. Si en esa ocasión Pablo les hubiera anunciado las verdades espirituales, ellos habrían entendido cada palabra, pero todo habría estado en la mente. Aunque ellos tenían tanto conocimiento, no tenían el poder para expresar en sus vidas prácticas lo que sabían. Es posible que en la actualidad haya muchos creyentes carnales que conocen algunas doctrinas y que pueden impartir verdades espirituales, pero ellos mismos no son espirituales. El verdadero conocimiento espiritual no consiste en pensamientos maravillosos y profundos, sino en una experiencia práctica que se obtiene en el espíritu como resultado de una armonía en el creyente entre la vida y la verdad. La inteligencia no sirve, y tampoco basta con tener un deseo ferviente de conocer la verdad. Nuestra vida debe ser completamente obediente al Espíritu Santo para poder aprender de El. De no ser así, sólo se producirá una comunicación de ideas de una mente a otra. Un conocimiento de esta clase no puede hacer que una persona carnal sea espiritual. Por el contrario, su vida carnal hará que su conocimiento también sea carnal. Lo que le falta a esta clase de persona no es más enseñanzas espirituales (el apóstol veía que no era muy necesario mencionar esto), sino un corazón dispuesto a someterse al Espíritu Santo, a obedecerle y a tomar el camino de la cruz. El conocimiento espiritual sólo fortalece la carnalidad de una persona así, y le ayuda a engañarse a sí misma, pensando que es espiritual, pues si no fuera así, ¿cómo podría saber tantas cosas espirituales? Pero ¿cuántas de las cosas que sabe las ha aprendido en la vida diaria, y cuántas son sólo con conceptos intelectuales? ¡Qué Dios nos dé Su gracia!

Hay otra clara evidencia de que uno es carnal. “Porque todavía sois carnales” ¿Cuál es la razón? “Pues habiendo entre vosotros celos y contiendas, ¿no sois carnales, y andáis según lo humano? (1 Corintios. 3:3). Los pecados de los celos y la contienda son una evidencia de que uno es carnal. Había contiendas en la iglesia de Corinto, y varios creyentes alegaban: “Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1:12). Aunque había algunos que contendían por Cristo, diciendo: “Yo [soy] de Cristo”, esto también era obra de la carne. La carne está llena de envidia y contienda. Exaltar a Cristo con esta actitud también es de la carne. Por lo tanto, cualquier jactancia sectaria es, en el mejor de los casos, nada más que balbuceo de niños. Las divisiones dentro de la iglesia se deben exclusivamente a la falta de amor y a andar según la carne, así como Dios lo expresa en este pasaje. Contender por la verdad es sólo un pretexto.

Los pecadores del mundo son hombres de carne. Debido a que no son regenerados, tienen sus almas y sus cuerpos como amos. Si un creyente también es de la carne, entonces anda según lo humano. Los hombres del mundo son carnales por naturaleza y, por lo tanto, se justifica en cierta medida que un recién regenerado esté en la carne. Pero pasan años de haber creído en el Señor, mas cuando usted debería ya ser espiritual desde hace mucho tiempo, ¿por qué todavía anda según lo humano?

Fracasar y pecar con frecuencia como los demás, pone de manifiesto que la persona es de la carne. Si un creyente no puede vencer su mal genio ni su peculiaridad y sigue siendo egoísta, contencioso, jactancioso, no puede perdonar las faltas de otros, habla con aspereza, entonces indiscutiblemente todavía es de la carne, no importa cuántas verdades espirituales conozca, cuántas experiencias espirituales piense que ha obtenido, ni cuán ferviente o eficaz sea su labor.

Ser carnal significa “andar según lo humano”. Debemos preguntarnos, si hemos cesado completamente de andar según lo humano. Si todavía hay cosas en nuestra vida que siguen dando la apariencia de gente mundana, entonces todavía somos de la carne. No es necesario discutir sobre la terminología si espirituales o carnales. Si no somos gobernados por el Espíritu Santo, ¿qué nos ganamos, aunque nos llamen espirituales? Es un asunto de vida, no de terminología.

LOS PECADOS DE LA CARNE.

La lucha del apóstol en Romanos 7 era una lucha en contra del pecado que mora en el cuerpo. Dijo: “Porque el pecado, tomando ocasión … me engañó … me mató … yo soy … vendido al pecado … ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí” (vs. 11, 14, 17, 20). Cuando los creyentes todavía son carnales, usualmente son vencidos por el pecado que mora en ellos, tienen muchas luchas y frecuentemente cometen pecados.

Las exigencias de nuestro cuerpo, generalmente están clasificadas en tres categorías: el nutrimiento, la procreación y la defensa. Antes de la caída del hombre, estos tres asuntos eran legítimos y no estaban contaminados por el pecado. Pero después de que el hombre cayó y heredó la naturaleza pecaminosa, estos asuntos se convirtieron en el medio para cometer pecados. Debido a que necesitamos alimento, el mundo hace uso de la comida y la bebida para seducirnos. La primera tentación que confrontó la humanidad se relacionó con este asunto. Así como en ese entonces el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal engañó a Eva, así los placeres de comer y beber llegaron a ser pecados de la carne hoy. No debemos tomar este asunto ligeramente, porque con mucha frecuencia muchos creyentes carnales han tropezado en este punto. Fue también por la comida y la bebida que los creyentes corintios hicieron tropezar a muchos hermanos (1 Corintios. 8). En esa ocasión, era requisito que los diáconos y los ancianos de la iglesia hubieran vencido el asunto de la comida (1 Timoteo. 3:3, y 8). Sólo un hombre espiritual sabe cuán poco aprovecha entregarse a comer y a beber. Por lo tanto, ya sea lo que uno coma o beba o haga cualquier otra cosa, debe hacerlo todo para la gloria de Dios.

En segundo lugar, después de la caída del hombre, la procreación se convirtió en la concupiscencia del hombre. En las Escrituras, la concupiscencia y la carne están generalmente unidas. Aun en el huerto de Edén, la codicia despertó la concupiscencia y la vergüenza. Pablo en su primera epístola a los corintios también menciona juntos estos pecados (6:13, y 15). Inclusive consideraba que la borrachera estaba relacionada con la inmundicia (vs. 9 al 10).

Finalmente, tenemos el asunto de defendernos. Cuando el pecado nos controla, el cuerpo comienza a demostrar su fuerza en su intento por preservarse. Cualquier cosa que amenaza nuestra paz, nuestra felicidad y nuestra comodidad debe ser combatida. La manifestación de esto se ve en el enojo y los pleitos, los cuales provienen del temperamento del hombre, cuyo origen es la carne y, por ende, son pecados de la carne. Muchos pecados se producen directa e indirectamente al tratar de defendernos, ya que el poder motivador interior es el pecado. Obramos con el fin de preservar nuestros intereses personales, nuestra existencia, nuestra reputación, nuestra opinión y muchas otras cosas más. A partir de esto cometemos los pecados más horribles del mundo.

Si analizamos los pecados del mundo uno por uno, veremos que generalmente se relacionan con las tres categorías mencionadas anteriormente. Un cristiano carnal es controlado, cuando menos, por una de esas cosas. Sin excepción, los hombres del mundo están sujetos al control de los pecados del cuerpo, lo cual es apenas de esperarse, ya que no son regenerados y todavía son de la carne. Pero no es normal que una persona regenerada fluctúe incesantemente entre la victoria y la derrota, que no pueda librarse del poder del pecado y que permanezca en la carne. El creyente debe permitir que el Espíritu Santo escudriñe su corazón para que la luz de Dios lo alumbre y pueda conocer lo que prohiben la ley del Espíritu Santo y la ley de la naturaleza, lo que le impide tener dominio propio y le impide servir a Dios libremente en el espíritu. A menos que esos pecados sean eliminados, no tenemos posibilidad de entrar en la vida espiritual.

LAS COSAS DE LA CARNE.

La carne tiene muchas salidas. Ya vimos que ante Dios, la carne es enemiga de Él, y es imposible que ella le agrade. Sin embargo, si el Espíritu Santo no le revela esto al creyente o al pecador, no podrán saber cuán despreciable, cuán horrible y cuán contaminada es la carne a los ojos de Dios. Solamente cuando Dios por Su Espíritu, revela la verdadera condición de la carne, el hombre puede rechazarla de acuerdo con la perspectiva de Dios.

Por el lado del hombre, las manifestaciones de la carne son evidentes. Si no se justifica a sí mismo ni satisface “los deseos de su carne” (Efesios. 2:3), seguramente verá cuán corruptas son las manifestaciones de la carne desde la perspectiva del hombre. En Gálatas 5:19 al 21 se enumeran los pecados de la carne para que no haya posibilidad de que alguien entienda mal: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, contiendas, celos, iras, disensiones, divisiones, sectas, envidias, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas”.

Al enumerar estos pecados, el apóstol dice: “Manifiestas son las obras de la carne”. Estas obras son evidentes a los que les interesa ver. Cualquiera que quiera saber si es de la carne o no, sólo debe preguntarse si practica alguna obra de la carne. El que es de la carne no necesita cometer todas las obras enumeradas en esta lista para ser reconocido como una persona de la carne. Si practica uno solo de estos pecados, eso es suficiente para determinar que él es de la carne, porque si la carne ya no tuviera autoridad, nada de eso se expresaría. La presencia de cualquier obra de la carne es evidencia de que ésta existe.

Los pecados mencionados pueden dividirse en cinco categorías: (1) pecados del cuerpo que son extremadamente corruptos, tales como la fornicación, la inmundicia y la lascivia; (2) pecados asociados con Satanás y comunicaciones sobrenaturales con él, tales como la idolatría y la hechicería; (3) pecados relacionados con el mal genio, como por ejemplo las enemistades, los pleitos, los celos y las explosiones de ira; (4) pecados relacionados con divisiones religiosas, tales como las disensiones, las divisiones, el sectarismo y la envidia; y (5) pecados relacionados con el libertinaje, tales como las borracheras y las orgías. Todos estos pecados pueden verse fácilmente, y cualquiera que practique alguno de ellos es de la carne.

Después de dividir estos pecados en cinco categorías, podemos ver que algunos de los pecados parecen menos viles, y otros más corruptos. Sin embargo, no importa cómo los vea el hombre, a los ojos de Dios todos ellos provienen de la misma raíz, a saber, la carne, independientemente de si ésta es corrupta o civilizada. Los creyentes que cometen los pecados más corruptos, se dan cuenta fácilmente de que ellos son de la carne. Es más difícil para los que pueden vencer esos pecados que son comparativamente más corruptos. Por lo general, ellos piensan que son mejores que los demás, y no admiten fácilmente que todavía son carnales. Piensan que si no cometen los pecados más viles, no andan según la carne y no se percatan de que la carne es carne, no importa cuán civilizada parezca. Aunque “enemistades … disensiones, divisiones, sectas” puedan parecer más limpias en comparación con “fornicación, inmundicia, lascivia … orgías”, todas ellas son fruto del mismo árbol. Ojalá que podamos orar con respecto a éstos tres versículos delante de Dios, para que el Señor abra nuestros ojos y podamos conocernos a nosotros mismos. Que nos humillemos por medio de tal oración. Que oremos hasta llorar y gemir por nuestros pecados, hasta que comprendamos que solamente hemos asumido el nombre de cristianos, o peor aún, el de cristianos espirituales, cuando en realidad nuestra vida sigue llena de las obras de la carne. Que podamos orar hasta ser reavivados en nuestros corazones y estemos dispuestos a abandonar todo lo que es de la carne, para que la gracia de Dios nos sea aplicada.

El primer paso en la obra del Espíritu Santo es dejar al creyente convicto de pecado (Juan. 16:8). A menos que el pecador esté consciente del pecado por medio del Espíritu Santo, no podrá ver la perversidad de sus pecados ni podrá refugiarse en la obediencia de Cristo para huir de la ira futura. Pero tal persona debe estar consciente del pecado una vez más; ya que como creyente debe estar convicto de pecado. Si no nos damos cuenta de lo horrible y lo perverso de la condición de nuestra carne, lo cual produce una profunda contrición, no llegaremos a ser hombres espirituales. Los pecados cometidos difieren de una persona a otra, pero todos somos igualmente carnales. Esta es la hora en que debemos humillarnos, postrarnos delante de Dios y permitir voluntariamente que el Espíritu Santo nos deje convictos de nuestros pecados una vez más.

LA MUERTE ES NECESARIA.

Cuanto más iluminación reciba el creyente de parte del Espíritu Santo, más claramente verá la lamentable condición de la carne y más intensificará su lucha contra ella, pero también más frecuentes y evidentes serán sus fracasos. En la derrota, el Espíritu Santo le revelará con mayor claridad el pecado y la debilidad de su carne, lo cual producirá en él un profundo sentir de reproche para consigo mismo y una intensa determinación de luchar contra el pecado de la carne. Esta reacción en cadena de sentirse miserable se puede extender bastante tiempo, y sólo será librado totalmente cuando comprenda las obras profundas de la cruz.

Es muy significativo y profundo que el Espíritu Santo guíe al creyente por dicha senda, por medio de derrotas y aflicciones. Antes de que la cruz pueda realizar su obra profunda, el hombre debe entrar en un proceso de preparación que le permita con el tiempo aceptar la obra de la cruz sin impedimento de ninguna clase. El propósito del Espíritu Santo al guiar al creyente por este camino es prepararlo para esto.

Por experiencia, puede verse que aunque Dios condena la carne como corrupta e incurable, el creyente mismo no piensa así. El tal vez esté consciente en su mente de que ése es el veredicto de Dios, pero carece de la percepción espiritual para reconocer que la carne es verdaderamente contaminada y corrupta. Puede asentir a lo que Dios dice, pero todavía no ha descubierto que la percepción de Dios nunca está equivocada. Debido a eso, el creyente procura constantemente enmendar su carne; ése es el hecho, aunque él no lo afirme abiertamente.

Dado que muchos creyentes no entienden el camino de la salvación, intentan vencer la carne peleando contra ella. Piensan que la victoria o la derrota se decide por la medida del esfuerzo que hagan. Por lo tanto, esperan con todo su corazón que Dios les dé más poder espiritual para vencer la carne. Esta batalla se extiende por un largo período. Sin embargo, siempre habrá más derrotas que victorias y ningún prospecto de un triunfo total sobre la carne.

Durante este tiempo, el creyente sigue, por un lado, peleando la batalla y, por otro, trata de enmendar y mejorar la carne o someterla y corregirla. El ora, lee la Biblia y establece una cantidad de reglas y preceptos con la esperanza de subyugar, cambiar y controlar la carne. Se fija normas, tales como no toques, no pruebes, no manejes, no gustes, e inconscientemente piensa que la corrupción de la carne se debe a la falta de preceptos, de ética y de educación, y que después de someterla a cierto adiestramiento espiritual, dejará de darle problemas. No sabe que para subyugar la concupiscencia de la carne, las normas y los preceptos son absolutamente inútiles (Colocenses. 2:21 al 23).

Por un lado, el creyente trata aparentemente de erradicar la carne, pero al mismo tiempo procura mejorarla. En tales circunstancias, el Espíritu Santo le permite seguir luchando y sufrir la derrota, y le deja agobiado en sus propias acusaciones y remordimientos, con el fin de que al pasar por esas situaciones unas cuantas veces, comprenda que la carne no tiene remedio, que su método es inútil y que debe haber otro camino de salvación. De esta manera, lo que sólo conocía intelectualmente acerca de la corrupción de la carne, ahora lo sabe por experiencia.

Si el creyente tiene una fe firme y sincera en lo que Dios dice, y le suplica al Espíritu Santo que le revele la santidad de Dios para poder, bajo la luz de esa santidad, ver la verdadera condición de la carne, indudablemente será oído. De este modo, quizá se ahorre algunos sufrimientos de los que ha experimentado. Sin embargo, hay muy pocos creyentes en esta condición. El hombre siempre desea usar su propio método, y piensa que después de todo, él no es tan corrupto. Pero la lección debe aprenderse; por consiguiente, el Espíritu Santo pacientemente le permite aprender poco a poco mediante la experiencia, acerca de su yo.

Ya vimos que no podemos obedecer a la carne y que tampoco podemos educarla ni enmendarla. No importa el método espiritual que se emplee, simplemente es imposible cambiar en lo más mínimo la naturaleza de la carne. Entonces, ¿qué podemos hacer? La carne debe morir. Es lo que Dios determinó. La muerte es el único camino. Nosotros queremos combatir la carne, cambiarla, hacer resoluciones y usar innumerables métodos para vencerla, pero Dios dice que la carne debe morir. Si la carne muere, todo estará resuelto. La cuestión no es obtener la victoria, sino darle muerte.

Esto es bastante lógico. La razón por la cual somos carne es que nacimos de ella. “Lo que es nacido de la carne, carne es”. De donde se sale, allí se vuelve. Si tratamos de ganar, saldremos perdiendo. Puesto que nacimos de la carne, somos carne. Si morimos, quedamos libres de la carne. La muerte es el único camino. “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Romanos. 6:7). Cualquier método que no le dé muerte a la carne, será inútil. La muerte es el único camino de salvación,

Puesto que la carne es tan corrupta (2 Pedro. 2:10), ni aun Dios puede cambiarla. Fuera de darle muerte, no hay otro camino. Ni siquiera la preciosa sangre del Señor Jesús puede limpiar la carne del hombre. En las Escrituras vemos que la sangre del Señor Jesús sólo nos limpia de nuestros pecados, transgresiones e iniquidades, pero no dice que nos limpie de la carne. La carne tiene que ser crucificada (Gálatas. 5:24). Tampoco el Espíritu Santo puede mejorar la carne; por eso no mora en el pecador, quien es de carne (Genesis. 6:3). Cuando El mora en los creyentes, Su intención no es ayudar a mejorar la carne, sino luchar contra ella (Gálatas. 5:17). “Sobre carne de hombre [se refiere al aceite de la santa unción como tipo del Espíritu Santo] no sea derramado” (Exodo. 30:32). Así nos damos cuenta de que nuestras oraciones y súplicas al Señor para que nos ayude a cambiar, a mejorar y a progresar, a ser amorosos y a servirle mejor, no conducen a nada. Gran parte de nuestra esperanza es vana; la esperanza de que algún día alcanzaremos la santificación, que experimentaremos al Señor cada día y que glorificaremos Su nombre en todas las cosas. No debemos intentar enmendar la carne para que colabore con el Espíritu de Dios. La carne está destinada a morir. Sólo al darle muerte a la carne somos librados. De lo contrario, permaneceremos para siempre como sus esclavos.