Watchman Nee Libro Book cap.8 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos
TODAS LAS DISTINCIONES FUERON ABOLIDAS
CAPÍTULO OCHO
TODAS LAS DISTINCIONES FUERON ABOLIDAS
Lectura bíblica: 1 Co. 12:13; Gá. 3:27-28; Col. 3:10-11
I. LOS CREYENTES SOMOS UNO EN CRISTO
Después que un nuevo creyente ha recibido la imposición de manos, ha pasado a formar parte de la iglesia y se encuentra bajo la autoridad de Cristo, debe ver la unidad de los creyentes en el Cuerpo de Cristo. En otras palabras, debe estar consciente de que todas las diferencias han sido abolidas. Esto quiere decir que no debiera haber distinciones entre los creyentes que han llegado a ser uno en Cristo.
En 1 Corintios 12:13 dice: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres…”. El uso de la expresión sean en este versículo, denota la abolición de toda diferencia. En el Cuerpo de Cristo no se da cabida a las diferencias que se hacen en el mundo. El versículo 13 continúa diciendo: “Y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Todos fuimos bautizados en un solo Espíritu y en un solo Cuerpo, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
Gálatas 3:27-28 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. No hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Estos versículos nos dicen que en Cristo todos nosotros, somos uno. Somos personas revestidas de Cristo; en el texto original la palabra revestidos no tiene tanto el sentido de “vestir” sino más bien, de “cubrir”. Todos nosotros fuimos bautizados en Cristo y estamos revestidos de Cristo. Puesto que en Cristo todos fuimos hechos uno, en Él no hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer. Esto quiere decir que nuestra unidad en Cristo abolió todas nuestras diferencias del pasado.
Colosenses 3:10-11 dice: “Y vestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Este pasaje bíblico también afirma que ya no hay distinciones entre los creyentes. Gálatas 3:28 dice que: “No hay…”, y estos versículos también nos dicen que: “No hay…”. No puede haber distinciones porque estamos revestidos del nuevo hombre. Nosotros recibimos al nuevo hombre y fuimos incorporados a él, el cual fue creado conforme a la imagen de Dios. Tal imagen no permite que haya griegos ni judíos, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; pues Cristo es el todo, y en todos. Por tanto, todos los creyentes son uno, han llegado a ser una sola entidad.
Basándonos en estos pasajes de las Escrituras, podemos ver que todos los creyentes somos uno en Cristo y que todas nuestras diferencias fueron abolidas. Este hecho constituye la base sobre la cual la iglesia es edificada. Si al unirnos al Señor y a la iglesia trajéramos con nosotros nuestras diferencias terrenales, traeríamos corrupción a la iglesia y perjudicaríamos las relaciones entre los hermanos y hermanas.
Tenemos que comprender que todos fuimos hechos uno en Cristo. Nuestras antiguas distinciones ya no tienen cabida entre nosotros si estamos en el Señor. No hay distinciones en el nuevo hombre ni en el Cuerpo de Cristo. En los versículos al inicio de este capítulo vemos cinco pares de contrastes, pero en realidad se mencionan seis diferencias. Primero, está la distinción entre griego y judío. Después, la distinción entre esclavo y libre. Enseguida, se mencionan las diferencias que hay entre varón y mujer, bárbaros y escitas y, finalmente, entre la circuncisión y la incircuncisión. Según el apóstol Pablo, independientemente de las diferencias que puedan existir entre los hombres, nosotros todos fuimos hechos uno en Cristo.
En este mundo, lo que más le importa a una persona es la posición o estatus que ocupa. Si yo soy cierta clase de persona, tengo que vivir en conformidad con mi condición social o estatus. Pero si verdaderamente somos cristianos, todas estas consideraciones deberán desaparecer. Si al unirnos al nuevo hombre, traemos con nosotros nuestra posición y nuestro estatus personal, haremos del nuevo hombre, uno viejo, porque estas diferencias pertenecen al viejo hombre. Por tanto, al venir a la iglesia, tenemos que abandonar todas estas cosas.
II. LAS DIVERSAS NACIONALIDADES FUERON ABOLIDAS
A. No hay distinción entre judío y griego
La distinción más notoria que se hace en el mundo es la basada en las nacionalidades. Los judíos y los griegos son dos razas muy distintas. Los judíos son muy nacionalistas. Ellos son descendientes de Abraham, son el pueblo elegido por Dios y constituyen la única nación que Dios estableció sobre la tierra. Ellos están separados del resto de las naciones y son un pueblo especial para Dios. Pero ellos, en lugar de humillarse delante de Dios y exaltarle a Él, son muy orgullosos y se jactan de sí mismos delante de los demás pueblos. Su orgullo hace que lleven su nacionalismo a grados extremos. Ellos menosprecian a todas las naciones gentiles. A los ojos de los judíos, los gentiles son animales, perros. Ellos no reconocen de ningún modo a los gentiles.
Es por eso que resulta bastante difícil juntar a un judío con un gentil y pedirles que sean compañeros cristianos. Es posible que un judío llegue a creer en el Señor Jesús y se identifique como cristiano, pero es muy difícil persuadirle a que vaya a predicar el evangelio a los gentiles. El libro de Hechos nos cuenta que el evangelio fue predicado primeramente a los judíos el día de Pentecostés. Después, cuando el evangelio llegó a Samaria, los que fueron salvos eran judíos también. A fin de poder predicar el evangelio a los gentiles, el Señor tuvo que levantar a Pablo y encargarle que predicara a los gentiles. Aun así, esto no se comenzó de inmediato en Antioquía, sino que fue Pedro quien tuvo que dar inicio a tal predicación en Cesarea. A Pedro, quien era un apóstol enviado a los judíos, le resultó muy difícil acercarse a los gentiles, y es por eso que tuvo que ver tres veces la visión y tuvo que escuchar tres veces al Señor ordenándole: “Levántate, Pedro, mata y come”. De no haber sucedido esto, Pedro nunca se hubiera atrevido a ir a los gentiles. Esta fue la primera vez que el evangelio fue predicado a los gentiles, y sirve para mostrarnos cuán renuentes eran los judíos a predicar el evangelio a los gentiles.
En Hechos 15 surgió el problema con respecto a la circuncisión y la observancia de la ley. Algunos de los judíos alegaban que los creyentes gentiles debían ser circuncidados y observar la ley de Moisés. En realidad, ellos estaban afirmando que para que un gentil llegara a ser cristiano, debía primero hacerse judío. ¡Cuán prevaleciente era la barrera del nacionalismo! Los gentiles tuvieron que esperar hasta Hechos 15 para poder ser eximidos de la circuncisión y de la observancia de la ley. Sólo entonces, Pedro y los demás le dijeron a Pablo y Bernabé que podían ir a los gentiles con entera libertad y asegurarles que todos ellos seguirían participando de la misma comunión.
Luego, Gálatas 2 nos dice que Pedro fue a Antioquia y comió con los gentiles. Pero cuando llegaron algunos enviados por Jacobo, Pedro se retrajo y se apartó porque tuvo temor a los de la circuncisión. Pablo tuvo que reprenderlo públicamente por no andar conforme a la verdad del evangelio. La cruz ya había derribado la pared intermedia de separación y no debería haber judíos ni gentiles.
Podemos ser judíos o gentiles, pero esperamos que el Señor nos bendiga con la comprensión de que en Cristo todos nosotros fuimos hechos uno. Nuestra nacionalidad ha sido abolida y las distinciones que hacemos basadas en nuestras nacionalidades, ya no tienen cabida. Ya sea que alguien sea un creyente chino, un creyente inglés, un creyente hindú o un creyente japonés, él ha llegado a ser un hermano o hermana en Cristo. No podemos separar a los hijos de Dios según sus nacionalidades. No podemos tener un cristianismo chino. Si es chino, entonces deja de ser Cristo. O es “chinismo” o es “cristianismo”, no existe un cristianismo chino. Estos dos calificativos se contradicen mutuamente. Todos somos hermanos y hermanas en el Señor. No pueden existir distinciones basadas en la nacionalidad. Esto es bastante obvio. En el Cuerpo de Cristo, en el nuevo hombre, somos plenamente uno; no existe ninguna clase de distinción basada en la nacionalidad. Incluso un nacionalismo tan prevaleciente como el de los judíos, ha sido anulado por el Señor.
B. La cruz derribó
la pared intermedia de separación
En el libro de Efesios se hace referencia a una pared que dividía a los judíos de los gentiles. Ambos pueblos estaban separados; pero la cruz derribó la pared intermedia de separación. Ya no existe distinción alguna ni persiste la separación entre los pueblos. Si conocemos a alguien que está en Cristo, no debiéramos decir que él es chino, sino que él es una persona que está en Cristo. No debiéramos decir que tal persona es inglesa, sino que debiéramos afirmar que ella está en Cristo. Todos llegamos a ser uno en Cristo.
Jamás debiéramos contemplar la posibilidad de tener una iglesia china o un testimonio chino. Esto sería un grave error y tal idea ni siquiera debiera ser contemplada. Les ruego que no olviden que, en Cristo, no hay distinción entre griego y judío. No existe tal cosa. Si un hermano o hermana fomenta entre nosotros tal cosa, estará introduciendo un elemento foráneo y el resultado será corrupción interna. Entre nosotros, no hay distinción entre judío y griego. En Cristo, todos nosotros hemos sido unidos. Toda noción nacionalista debe ser erradicada de nuestro corazón. En el momento que introducimos tales ideas en la iglesia, ésta se convierte en una organización de la carne y deja de ser el Cuerpo de Cristo.
En algunas personas, el sentimiento nacionalista es tan fuerte que no pueden ser cristianos apropiados. Si bien nosotros somos chinos y estamos bajo la jurisdicción de nuestro país, esta relación cesa cuando estamos en Cristo. Todas las veces que venimos al Señor, no lo hacemos como chinos. Debemos hacer a un lado la conciencia que tenemos de tales vínculos nacionales. Esperamos que los nuevos creyentes puedan comprender, desde un comienzo, que nosotros compartimos el vínculo común de la vida de Cristo. Yo he recibido la vida de Cristo, y un hermano de Inglaterra, o un hermano de India o Japón, también ha recibido la misma vida; entonces, estamos unidos según la vida de Cristo y no según nuestras nacionalidades. Tenemos que comprender esto claramente. En el Cuerpo, en Cristo y en el nuevo hombre, las nacionalidades no existen, pues esta distinción ha sido completamente abolida.
Después de la primera guerra mundial, algunos hermanos de Inglaterra fueron a una conferencia celebrada en Alemania. Durante la conferencia, un hermano se puso de pie y presentó a los hermanos británicos con las siguientes palabras: “La guerra ha terminado y ahora algunos hermanos ingleses nos visitan; queremos extenderles la más cordial bienvenida”. Después de tal presentación, uno de los hermanos procedentes de Inglaterra se puso de pie y les dijo: “No somos hermanos ingleses. Somos hermanos de Inglaterra”. Estas palabras son maravillosas. No hay hermanos ingleses, solamente hay hermanos de Inglaterra. ¿Cómo podría haber un hermano inglés, un hermano estadounidense, una hermana francesa o una hermana italiana en la casa de Dios? Damos gracias a Dios que en Cristo no hay distinciones basadas en la nacionalidad.
Hermanos y hermanas, todos formamos parte de la iglesia. Hemos recibido la imposición de manos. Ahora, tenemos que comprender que todas las distinciones que existían entre griegos y judíos han sido abolidas. En Cristo, ya no existen tales diferencias. Esto constituye un hecho glorioso, una verdad realmente gloriosa. En la iglesia, Cristo es el único que existe. Cristo es todo, y en todos y no hay nada además de Cristo.
III. LAS DISTINCIONES ENTRE LAS CLASES SOCIALES FUERON ABOLIDAS
Otra relación intransigente de la sociedad humana son las distinciones de clases sociales. No experimentaremos con mucha frecuencia las diferencias que existen entre las diversas nacionalidades a menos que conozcamos personas extranjeras. Sin embargo, a diario tenemos que enfrentar el problema de las distinciones de clases entre los hombres. El apóstol nos dice que no hay distinción de clases entre el libre y el esclavo. En Cristo, no hay libre ni esclavo. Tales distinciones han dejado de existir.
Probablemente, nuestra generación no ha llegado a experimentar en ningún momento la drástica distinción de clases que existía entre un hombre libre y un esclavo. Sin embargo, Pablo escribió sus epístolas cuando la práctica de la esclavitud había alcanzado su cenit bajo el imperio romano. En aquel tiempo, había un mercado de ganado, un mercado de ovejas y un mercado de seres humanos. Esto es semejante a las bolsas de valores que existen en la ciudad de Shanghái en los cuales se compran y venden textiles, materias primas, mercancías y oro. En aquella época, se practicaba en Roma la compra y venta de seres humanos. Los romanos pelearon muchas batallas y capturaron muchos prisioneros, los cuales eran llevados al mercado para ser vendidos. Si a un amo le parecía que los hijos de un esclavo estaban consumiendo demasiados alimentos, él podía llevarlos al mercado y ponerlos a la venta. Esta práctica era muy común en Roma. Los seres humanos eran comprados y vendidos como cualquier otra mercancía. Incluso se medía cuán rentable era un esclavo por la cantidad de hijos que podía producir, aquellos que producían más, eran vendidos por un mejor precio. En aquellos tiempos, la distinción entre un hombre libre y un esclavo era enorme.
Si bien la noción de democracia procede de Roma y fue en Roma donde se originaron los derechos civiles, el sufragio y las votaciones; tales derechos solamente eran para los hombres libres, los esclavos no tenían ningún derecho. Si uno mataba a un esclavo, únicamente tenía que negociar con el dueño el valor monetario correspondiente y pagar lo acordado. El esclavo no tenía derechos civiles y no era considerado como un ser humano. Matar a un esclavo era semejante a matar una vaca. Lo máximo a lo que uno estaba obligado era a pagar por la vaca y no había necesidad de pagar por la vida que se había perdido. Los hijos de los esclavos nacían esclavos y pertenecían al amo de sus padres. Durante toda su vida no gozaban de libertad alguna, a menos que su amo eligiera liberarlos. Si se escapaban, eran crucificados.
Esta distinción de clase, que ya no existe en nuestros tiempos en ningún lugar en la tierra, resultaba ser más cruel que las distinciones que actualmente existen entre amos y siervos, empleadores y empleados, y jefes y subalternos. Pero mucho antes de que el mundo aboliera la esclavitud, la Palabra de Dios ya había abolido tales distinciones de clases. En sus epístolas a los corintios, los gálatas y los colosenses, Pablo estableció claramente que no había distinción entre el libre y el esclavo. Tal distinción es abolida en Cristo.
En el Nuevo Testamento, el libro de Filemón habla sobre Onésimo, un esclavo de Filemón. Filemón era colaborador de Pablo. Cuando Onésimo creyó en el Señor, él también llegó a ser un hermano. Cuando estaban en casa, Onésimo era el esclavo y Filemón era el amo. Pero si Filemón llevaba a Onésimo a la reunión de la iglesia, Onésimo sería llamado hermano de Filemón y no su esclavo. En la iglesia, la relación amo-esclavo no tiene cabida. Cuando se arrodillaban juntos a orar, Onésimo era hermano de Filemón. Pero cuando se levantaban e iban a sus respectivos trabajos, Onésimo era el esclavo de Filemón. En el Señor, ellos eran uno; en el nuevo hombre eran uno; y en el Cuerpo también eran uno. Les ruego que se fijen en esto: en Cristo la relación amo-esclavo no existe, en el nuevo hombre tal clase de relación no existe y en la iglesia tampoco existe. En Cristo, todas las distinciones entre las diversas clases sociales han sido completamente abolidas. Ya no hay conciencia de clase, ni lucha de clases.
Ante Dios, debemos comprender que quizás seamos siervos, subalternos o empleados y, como tales, debemos asumir nuestra posición en nuestro centro de labores y aprender a sujetarnos a nuestros superiores o amos. Sin embargo, cuando venimos ante Dios, no debiéramos ceder ante cualquiera simplemente porque se trata de nuestro amo o nuestro jefe. En nuestras conversaciones sobre asuntos espirituales, no debiéramos considerar que nuestros amos o superiores siempre están en lo correcto, ni que sus razonamientos son siempre los correctos. No existe tal cosa. Todas las veces que nos arrodillamos para orar o reflexionar sobre asuntos espirituales, nuestro estatus cambia y las distinciones de clase dejan de existir entre nosotros. No podemos introducir en la vida de iglesia ninguna de estas relaciones determinadas por las distinciones de clases sociales, porque tal clase de relaciones no existe en la iglesia.
Este hecho es especialmente importante cuando asistimos a las reuniones de la iglesia. Recordemos que Jacobo condenó tales actitudes como pecaminosas. Él describió que cuando un rico asistía a la reunión, se le asignaba el mejor asiento, mientras que cuando entraba un pobre, se le decía que se quedase de pie o que se sentase bajo un estrado. Jacobo condenó tal práctica calificándola de pecado. Todas las veces que nos reunimos para tener comunión con los hijos de Dios, tenemos que tener bien en claro que estamos posicionados en Cristo, en el nuevo hombre y en el Cuerpo. Nuestra posición no está basada en ninguna distinción de clase social.
Únicamente los cristianos son capaces de superar todas las distinciones de clase y solamente ellos pueden realizarlo cabalmente. Solamente los cristianos pueden agarrarse de las manos y saludarse como hermanos, porque solamente ellos tienen amor. Únicamente los cristianos, aquellos que están en Cristo, pueden abolir todas las distinciones de clases. Los jóvenes deben darse cuenta de que su jefe cristiano, por ser un creyente en Cristo, es hermano suyo, y que su subalterno cristiano, también es su hermano. Su amo cristiano es su hermano, y su esclavo cristiano es su hermano también. La distinción entre el libre y el esclavo es completamente anulada, tal distinción ha dejado de existir. Para nuestra comunión con nuestros hermanos y hermanas únicamente podemos basarnos en lo poco que el Señor nos ha dado. Todos somos hermanos y hermanas. Si hacemos esto, seremos grandemente bendecidos por el Señor y la iglesia será llena del amor del Señor.
Un grupo de cristianos de la ciudad de Chungking en cierta ocasión deseaba construir un salón de reuniones para los funcionarios del gobierno. Ellos vinieron a mí y me pidieron mi opinión. Yo les dije: “¿Qué nombre le piensan poner a esta iglesia? Me parece que tendría que llamarse: ‘La iglesia de los funcionarios de gobierno’”. Si es una iglesia de funcionarios, ciertamente no es algo que esté en Cristo, porque en Cristo tal cosa no existe. En Cristo, no hay esclavo ni libre. Si un hombre libre desea ser salvo, tiene que recibir la vida del Señor. Si un esclavo desea ser salvo, también tiene que recibir la vida del Señor. No hay distinción entre ambos. No podemos añadir nada a Cristo ni podemos quitarle nada a Cristo. Los hombres no pueden edificar una iglesia destinada únicamente para los oficiales porque no existe tal cosa en Cristo. Todos tenemos que aprender a ser hermanos o hermanas.
IV. LAS DISTINCIONES ENTRE
VARÓN Y MUJER FUERON ABOLIDAS
La cuarta distinción que ha sido abolida en Cristo es la relacionada con el género de las personas; es decir, la distinción entre varón y mujer. En este mundo, los varones cumplen un determinado papel, mientras que las mujeres cumplen otro distinto. Asimismo, en lo referente a la administración de la iglesia, el varón tiene su lugar y la mujer tiene la suya. En la familia, el esposo tiene su lugar y la esposa tiene la suya. Sin embargo, en Cristo y en el nuevo hombre, tanto el hombre como la mujer tienen la misma posición y no hay diferencia entre el uno y la otra.
En Cristo, el varón no tiene un lugar especial, y tampoco la mujer, debido a que Cristo es el todo en todos. A este respecto, el varón no difiere de la mujer. Les ruego que no se olviden que cuando se trata de asuntos espirituales, no hay distinción entre varón y mujer.
Ya dijimos que, cuando se trata de algunas áreas de servicio en la iglesia, las hermanas ocupan un lugar distinto al de los hermanos, pero esto tiene que ver sólo con la cuestión de la autoridad. Hoy en día, en Cristo, no existe distinción entre varón y mujer. Un hermano es salvo mediante la vida de Cristo, la vida del Hijo de Dios. De la misma manera, una hermana es salva mediante la vida de Cristo, la vida del Hijo de Dios. En la Biblia en chino, todas las veces que se tradujo “hijos e hijas”, en el idioma original decía simplemente “hijos”, esta única palabra no permitía distinguir al varón de la mujer (aun cuando en el uso era de género masculino). Por nacimiento, yo soy hijo de Dios y debo madurar como tal. Un hijo es de género masculino, sin embargo, aquí la palabra describe tanto a los hermanos como a las hermanas.
En todo el Nuevo Testamento, únicamente 2 Corintios 6:17-18 se refiere específicamente a los hijos y a las hijas: “Por lo cual, ‘salid de en medio de ellos … y Yo os recibiré’, ‘y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso’”. Después de que hemos creído en Dios y hemos sido liberados y separados del mundo, así como de toda su influencia contaminada e inmunda; Dios nos recibirá como un Padre, y nosotros seremos Sus hijos e hijas. Este es un asunto entre Dios y nosotros como individuos, no estamos hablando acerca de lo que una persona es en Cristo. Por esto dice: “hijos e hijas”. Si una persona padece sufrimientos por causa de Dios y sufre pérdidas por causa de Él, Dios llegará a ser un Padre para dicha persona. Si eres varón, Dios te recibirá como hijo. Si eres mujer, Dios te recibirá como hija. Dios los recibirá como hijos e hijas. Él es el Señor todo-suficiente y es el poseedor de todas las cosas. Este es un asunto que trata de lo que una persona es ante Dios. No tiene que ver con lo que él o ella sea en Cristo. En Cristo, nosotros todos somos hijos de Dios y no hay distinción entre varón y mujer, no existe en absoluto tal distinción.
Cierta vez le pregunté a un hermano en el Señor que trabajaba como artesano en Shanghái: “Hermano, ¿cómo les va a los hermanos en su ciudad?”. Él me contestó: “¿Me estás preguntando acerca de los hermanos varones o de los hermanos mujeres?”. Tal respuesta no podía haber sido mejor expresada. Es una de las expresiones más ciertas que se han dicho. Tanto los hermanos varones como los hermanos mujeres, todos son hermanos; en Cristo no existe tal distinción. Lo que este hermano dijo era completamente correcto, él no hizo sino corroborar la verdad bíblica. Cuando acudimos al Señor y le tocamos, superamos toda distinción que existe entre varón y mujer. Estamos más allá de todo género. Ante el Señor y en Cristo, no existe diferencia alguna entre varón y mujer.
V. LAS DISTINCIONES ÉTNICAS FUERON ABOLIDAS
Según la Biblia, existe otra distinción entre griegos y judíos. Los judíos son un pueblo muy religioso, mientras que los griegos son un pueblo que se identifica con la filosofía y la sabiduría. Históricamente, si uno habla de religión, se piensa en los judíos, y si uno habla de filosofía, se piensa en los griegos. Todas las ramas de la ciencia y la filosofía, tienen su origen en los griegos. Todos los términos científicos que usamos actualmente, tienen sus raíces en el idioma griego. Por tanto, el pueblo griego simboliza la sabiduría. Si uno desea hablar de la ciencia y de la filosofía, tiene que remitirse a los griegos. Pero si uno desea hablar acerca de la religión, tiene que remitirse a los judíos. Estas son distinciones de los grupos étnicos.
Las personas que viven en diferentes regiones de la tierra, con frecuencia poseen sus propias características étnicas. Por ejemplo, aquellos que se criaron en el sur son más afectuosos; mientras que aquellos que se criaron en el norte son, generalmente, más reservados. Los sureños son generalmente menos severos, mientras que los norteños son, por lo general, más serios. Las personas que viven en las regiones tropicales gustan de bailar y cantar todo el día; mientras que a los norteños, en especial los del norte de Europa, no les gusta ni saltar. En lugar de ello, se muestran reservados y son más conservadores. Pero los sureños pueden ser cristianos tanto como los norteños. Los judíos pueden ser cristianos y los griegos también pueden ser cristianos. Los sabios pueden ser cristianos y los religiosos también pueden ser cristianos.
En Cristo, no hay distinción entre judío y griego. Algunas personas gustan de razonar y les encanta hallar una explicación para todo. Otras personas gustan de hablar acerca de la conciencia. ¿Acaso esto quiere decir que hay dos clases diferentes de cristianos? Según la carne, estos dos son totalmente distintos. Uno es regido por su intelecto, por su mente; mientras que el otro es regido por sus impulsos, por sus sentimientos. Pero en Cristo, no hay distinción entre griegos y judíos. No solamente las diferencias nacionales desaparecen, sino incluso las diferencias étnicas también desaparecen. Una persona que es reservada por naturaleza puede ser tan cristiana como una persona que es efusiva. Aquellos que son regidos por su mente pueden ser cristianos; y aquellos cuya conducta es regida por sus emociones también pueden ser cristianos. Todo tipo de gente puede ser cristiana.
Puesto que todo tipo de persona puede ser cristiana, uno debe aprender a renunciar a sus propias características étnicas al entrar en la iglesia, porque tales cosas no existen en la vida de iglesia. Hoy en día, surgen muchos problemas en la vida de iglesia debido a que mucha gente trae consigo sus características étnicas, su propio “sabor” étnico; es decir, ellos procuran introducir sus propias características distintivas. Cuando se reúnen personas locuaces y efusivas, su grupo se convierte en un grupo muy locuaz y efusivo. Pero cuando se reúnen personas de carácter reservado, su grupo es un grupo muy callado y reservado. De este modo, se cultivan muchas diferencias entre los hijos de Dios.
Les ruego que no olviden que las distintas características étnicas no tienen cabida en la iglesia, ni en Cristo, ni en el nuevo hombre. No condenen a una persona por el simple hecho que ella posee un temperamento distinto al suyo. Ustedes tienen que darse cuenta de que probablemente, los demás tampoco tienen en muy alta estima vuestra manera de ser. Quizás usted piense que siempre habla afablemente con los demás y tal vez se pregunte por qué lo tratan con tanta indiferencia. Pero tal vez los demás piensen que usted habla demasiado y que su manera de ser es intolerable.
Independientemente de que usted sea una persona rápida o sosegada, fría o afectuosa, intelectual o sentimental, en cuanto usted se convierte en un hermano y se integra a la vida de iglesia, tiene que renunciar a su propia manera de ser. Tales cosas no son propias de la vida de iglesia. Una vez que se introduzcan tales elementos en la iglesia, ellos se convertirán en normas por las cuales juzgamos y discriminamos a los hermanos, haciendo así que se produzcan divisiones entre nosotros. Entonces, uno mismo se convertirá en el estándar, y todos aquellos que se conformen a tal modelo podrán ser considerados buenos cristianos, mientras que aquellos que no alcanzan tal estándar serán considerados cristianos deficientes. Uno mismo se habrá convertido en el modelo a seguir. Así, infiltrará en la iglesia su propia naturaleza, su propio carácter y su propia idiosincrasia. Toda confusión en la iglesia surge debido a la diversidad en la idiosincrasia humana. El silencio que es característico en usted, o su peculiar locuacidad, no es necesariamente bueno. Su manera de ser reservado no es necesariamente algo bueno, como tampoco lo es su carácter afectuoso. Su inteligencia prevaleciente tampoco es necesariamente bueno, ni lo son las intensas emociones que lo caracterizan. Todas estas distinciones existen aparte de Cristo mismo y están representadas por los griegos y los judíos. No podemos traer a la iglesia ninguna clase de idiosincrasia natural.
Un nuevo creyente tiene que aprender desde un principio a rechazar todo cuanto procede del viejo hombre. Uno no debiera decir: “Pues así soy yo”. Son muchos los hermanos que hablan así sin la menor vergüenza. Tenemos que decirles que no queremos su vieja persona, que ellos no deben traerla a la iglesia. Su vieja persona no existe en Cristo; por tanto, no debiéramos hacer distinciones basadas en ella. Tales distinciones tienen que ser completamente abolidas entre nosotros. En Cristo, en el Cuerpo y en el nuevo hombre, tales distinciones han sido totalmente anuladas.
Ningún hermano o hermana debiera expresar su idiosincrasia una vez que se ha integrado a la vida de iglesia. En cuanto uno es salvo, tiene que renunciar a todas esas cosas. Si usted viene a la iglesia y, al relacionarse con los hermanos y hermanas, únicamente aprueba a aquellos que concuerdan con usted y que se ciñen a su estándar, y al mismo tiempo que desaprueba a los que no están de acuerdo con usted o a quienes no se ciñen a su estándar, entonces, usted traerá confusión y división a toda la iglesia. A lo largo de los años, la iglesia ha sido perjudicada por las diferencias surgidas de las diversas maneras de ser de las personas. Nunca traiga a la iglesia su diferencia disposicional. Algunos quizás sean rápidos para actuar y es posible que digan: “Yo soy una persona dinámica y a mí no me gusta las personas que son lentas. A Dios tampoco le gusta una persona que sea lenta para actuar”. Quizás otros, que por naturaleza son lentos, digan: “Yo soy una persona estable por naturaleza y por eso no me gustan las personas que son muy rápidas para actuar”. Pero en la vida de iglesia, los hijos de Dios no debiéramos ser divididos por el hecho de ser rápidos o tranquilos. En el momento en que tales elementos se manifiestan, uno hace de sí mismo el estándar para los demás. Los griegos quieren que los judíos se arrepientan, y los judíos quieren que los griegos se arrepientan. Pero Dios quiere desechar a ambos. Solamente Cristo permanece, y nada más.
Si un nuevo creyente se ciñe a este principio desde el comienzo mismo de su vida cristiana, esto le ahorrará a la iglesia muchas dificultades. Jamás debemos discriminar de acuerdo con nuestra propia idiosincrasia. Tenemos que rechazar todo cuanto procede del viejo hombre. Debemos seguir las mismas huellas que siguen los demás hijos de Dios.
VI. TODA DIFERENCIA
DE ÍNDOLE CULTURAL FUE ABOLIDA
En el libro de Colosenses se nos habla de dos clases de pueblos: los bárbaros y los escitas. Estas dos designaciones han representado un problema para los estudiosos de la Biblia. En nuestro idioma, un bárbaro es una persona salvaje y primitiva. Pero, ¿qué es un escita? Esta palabra procede de la palabra griega Zema, la cual posteriormente se convirtió en Zecota, y luego en Zecotia y Zecotian.
Según el señor Wescott, Zecotia designaba una región. En la literatura griega antigua, con frecuencia se menciona a los gálatas y zecotas juntos. Por tanto, los zecotas eran un pueblo bastante digno. Al igual que sucede con el nombre de muchas ciudades, el nombre zecota trae a la mente cierta imagen en cuanto es mencionado. Por ejemplo, entre los chinos, cuando se menciona la región Shansi, uno piensa de inmediato en los que cambian divisas, porque la gente de Shansi se dedicaba, en su mayoría, a tales negocios. Si se menciona Shaoshing, uno piensa de inmediato en los secretarios de la nobleza durante la dinastía Chin. Así pues, el nombre de un lugar con frecuencia evoca la imagen que uno se ha hecho de determinado pueblo.
Si consultamos textos de literatura griega, podríamos deducir que los escitas eran un pueblo que inspiraba respeto, mientras que los bárbaros eran despreciados. Esto tiene que ver con la cultura. En el mundo, la cultura genera grandes diferencias entre las personas. Si uno pone un típico caballero inglés a lado de un aborigen africano, la diferencia de culturas será muy evidente. Sin embargo, Pablo nos dice que los bárbaros y los escitas deben abolir por igual toda distinción entre ellos.
Tales diferencias culturales son una barrera para mucha gente. En cierta ocasión, conocí a dos judíos. Debido a que los conocía bastante bien, les pregunté con franqueza: “¿Por qué tanta gente aborrece a los judíos?”. Uno de ellos respondió: “Nuestra cultura judía no se ajusta al estándar de los demás”. Esa fue la primera vez que escuché tal clase de respuesta y en ese momento no comprendí lo que me quiso decir. Entonces, él quiso explicarme: “Considere el caso de un judío estadounidense. Le seré franco; si yo no fuera judío sino un americano, también los aborrecería. Yo despreciaría la cultura judía. Si un estadounidense gana doscientos dólares al mes, gastará una parte en víveres y en vivienda; él suele lustrarse sus zapatos y cambiarse de camisa diariamente. Cada dos meses, se compra un par de zapatos nuevos y mantiene su casa limpia y ordenada. Si a fin de mes le quedan diez dólares en el bolsillo, está contento. Pero los judíos son diferentes, un judío que gana la misma cantidad de dinero, gastará únicamente diez dólares y se ahorrará el resto. Él calcula cuánto podrá ahorrar si no lustra sus zapatos y no compra zapatos nuevos. Al judío tampoco le importa ponerse una camisa sucia con tal de ahorrarse detergente. A diferencia del estadounidense que es tan quisquilloso con respecto a sus comodidades, el judío no es nada exigente en lo que se refiere a sus alimentos o su vivienda. Todo lo que él anhela es tener una cuenta de ahorros que no deje de crecer. Nosotros los judíos menospreciamos a los estadounidenses por ser pobres, mientras que los estadounidenses nos desprecian porque no nos preocupamos por nuestro arreglo personal ni por nuestras condiciones de vida”. Este judío continuó diciendo: “Nosotros los judíos somos buenos para ganar dinero. Sabemos usar la cabeza, pero no sabemos cómo vestirnos. No sabemos cómo llevarnos bien con los demás. Y por todo eso, no le caemos bien a nadie”. Aquella fue la primera vez que escuché tal clase de respuesta.
Para una persona de cultura refinada, le resulta difícil relacionarse de igual a igual con uno que, aparentemente, no posee una cultura tan refinada. Lo que los separa no es la clase social, la capacidad intelectual, ni la posición financiera sino la cultura. Desde el punto de vista de un escita, todo lo que tenga que ver con un bárbaro está mal. Según ellos, la manera en que se viste, come y vive un bárbaro es inaceptable. En cambio, desde la perspectiva de un bárbaro, un escita es excesivamente hedonista. Según ellos, un escita es demasiado exigente con respecto a su comida y su vestimenta. Estas dos personas tienen perspectivas totalmente diferentes. Si ambos se integran a la iglesia, cada uno de ellos manifestará sus propias opiniones y considerará que las opiniones de los demás son erróneas. Si ellos se juntan, el conflicto es evidente. Ellos jamás podrán ser uno.
Los chinos comen con palillos, mientras que los de la India comen con las manos. Si los sentamos en la misma mesa para que coman juntos, ambos se sentirán muy incómodos. Quizás no digan nada al principio, pero si comen juntos dos días seguidos, no serán capaces de soportarse el uno al otro y comenzarán a discutir entre ellos. Uno quizás piense que se debe usar palillos porque es de muy mal gusto comer con las manos; mientras que al otro tal vez le parezca que comer con palillos es meramente una exhibición y que sólo cuando uno come con las manos podrá disfrutar verdaderamente lo que está comiendo. Así pues, uno dirá que el otro está equivocado y viceversa. Esto representa una diferencia de culturas. Tales diferencias culturales constituyen una verdadera barrera. Pero, incluso estas diferencias han sido abolidas en Cristo. Aquellos que están en Cristo debieran ser las personas más flexibles. Ellos pueden tolerar toda clase de diferencias entre los hombres. Un hombre en Cristo no establece un estándar y exige que todos los demás tienen que alcanzar ese estándar. Un hombre en Cristo no respeta únicamente a quienes asuman tal estándar ni menosprecia a los que no lo hacen. No es así como se comporta una persona que está en Cristo. Esta clase de comportamiento, no corresponde ni a la iglesia ni al nuevo hombre. Supongan que algunos hermanos nos visitan procedentes de India o África. Sus culturas, difieren de las nuestras. Pero nosotros debiéramos plantearnos una sola pregunta: ¿Están ellos en el Señor o no? Y ellos también sólo debieran preguntarse: ¿Están en el Señor o no? Si estamos en Cristo, todo problema quedará resuelto de inmediato. Si nos relacionamos en Cristo y nos amamos los unos a los otros en Cristo, no hay nada que no se pueda tolerar. No debiéramos permitir que nada se interponga entre los hijos de Dios, nada que haga surgir diferencias entre los hermanos y hermanas en Cristo.
No podemos agrupar a los hermanos y hermanas más sofisticados para formar una iglesia aparte. Tampoco podemos agrupar a los menos sofisticados para formar otra iglesia. Tales grupos no constituirían la iglesia. Tales cosas no corresponden a la iglesia. Tales cosas existen fuera de la iglesia, fuera del Cuerpo y aparte del nuevo hombre. Jamás debiéramos traer tales problemas a la iglesia. Todas las diferencias culturales han sido abolidas en la iglesia.
Sin embargo, todavía tenemos que aprender a “vivir como romanos entre romanos” y estar bajo la ley entre aquellos que están bajo la ley. En cualquier clase de cultura que estemos, debemos actuar como los demás. Si algunos hermanos del África vienen de visita a China y tienen cierto conocimiento de Dios, deberán usar palillos para comer. Si nosotros vamos al África, quizás tengamos que comer con las manos. No deseamos provocar conflicto alguno entre nuestros hermanos y hermanas de esa localidad. Cuando vamos a visitarlos, tenemos que aprender a vivir entre ellos. Cuando nos visitan, ellos tienen que aprender a vivir con nosotros. Si vamos a Inglaterra, debemos aprender a comportarnos como los ingleses y cuando un inglés viene a China, deberá aprender a comportarse como los chinos. Si no hacemos esto, haremos tropezar a los demás, y ellos no podrán ser ganados para Cristo. Si los hijos de Dios tienen un buen comienzo con respecto a este asunto, podrán evitar muchos problemas en el futuro.
VII. LAS MARCAS DE DEVOCIÓN
EN LA CARNE FUERON ANULADAS
La última diferencia de la cual se habla en Colosenses es la circuncisión y la incircuncisión. Esto hace referencia a la distinción que se hace basada en marcas externas de devoción. Sabemos que los judíos eran circuncidados y llevaban en sus cuerpos una marca que indicaba que ellos pertenecían a Dios, que ellos temían a Dios y que negaban la carne. Al hacerlo, ellos se ponían bajo el pacto de Dios y llegaban a formar parte de este pacto.
Mucha gente (particularmente los judíos) ama la circuncisión. Ellos creen que únicamente aquellos que han sido circuncidados están bajo el pacto de Dios, mientras que aquellos que no han sido circuncidados no lo están. Una judía no podía casarse con alguien que no ha sido circuncidado. Hechos 15 nos cuenta que incluso los creyentes gentiles fueron obligados a circuncidarse. Los judíos le daban mucha importancia a esta marca de piedad en la carne.
Hoy en día, nosotros también podemos caer en el mismo error que los judíos, al dar excesiva importancia a los signos externos. Por ejemplo, quizás yo haya sido bautizado por inmersión, mientras que otro hermano fue bautizado por aspersión. La Palabra de Dios nos dice que debemos ser bautizados por inmersión. Es cierto que debemos ser bautizados por inmersión, sin embargo, si yo me considero mejor que mi hermano por haberme bautizado por inmersión; entonces, habré hecho de tal bautismo una marca de devoción. En realidad, estoy sosteniendo que con respecto a cierto asunto en la carne, yo soy mejor que mi hermano. Si considero que mi hermano está equivocado delante del Señor debido a que no ha sido bautizado por inmersión, estoy haciendo del bautismo por inmersión una causa de separación.
La práctica de cubrirse la cabeza tiene para las hermanas cierto significado espiritual. Sin embargo, puede llegar a convertirse en una marca en la carne. El partimiento del pan tiene cierto significado espiritual, pero también puede convertirse en una mera marca en la carne. La imposición de manos tiene su propio significado espiritual, pero puede llegar a ser, igualmente, una marca en la carne. Todas estas cosas ciertamente poseen gran significado espiritual. Pero si son usadas para separar a los hijos de Dios, todas ellas perderán todo significado espiritual y se convertirán en meras marcas de la carne. En realidad, llegarán a ser semejantes a la circuncisión.
Les ruego que no me malinterpreten, más bien procuren entender lo que les quiero decir. No vayan a pensar que no estamos de acuerdo con el bautismo por inmersión, el partimiento del pan, la práctica de cubrirse la cabeza o la imposición de manos. Lo que estoy tratando de mostrarles es que, una vez que usted separa a los hijos de Dios usando estas cosas, usted está haciendo distinciones según la carne. En Cristo, no hay circuncisión ni incircuncisión. Los símbolos físicos no deben ser usados para separar a los hijos de Dios. En Cristo somos uno. La vida que está en Cristo es una sola. Es bueno que una realidad espiritual tenga su correspondiente símbolo físico. Sin embargo, si una persona que experimenta cierta realidad espiritual no se preocupa por el correspondiente símbolo físico, nosotros no debiéramos aislar a tal persona a causa de ello. En resumen, los hijos de Dios no deben permitir que los símbolos físicos dañen la unidad que ellos tienen en Cristo.
Es verdad que algunos hijos de Dios no tienen una perspectiva correcta con respecto a ciertos asuntos. Pero siempre y cuando ellos posean la realidad espiritual, debemos estar satisfechos con la unidad espiritual que tenemos con ellos y no debemos insistir en los símbolos. Por ejemplo, una hermana puede ser una persona que se sujeta tanto al Señor como a los hermanos, pues sabe cuál es su posición delante del Señor y delante de los hermanos. Si lo único que le hace falta es un signo sobre su cabeza, nosotros no deberíamos excluirla por ello. En el momento en que separamos a los hijos de Dios, dañamos la unidad.
Pablo dejó claramente establecido que la circuncisión no es para la purificación de las impurezas de la carne, sino para remover las actividades carnales. A los ojos de Dios, lo que cuenta es la realidad interna, y no las cosas externas. Si hemos recibido la misma revelación internamente, entonces no tenemos por qué hacer divisiones basadas en las diferencias externas. Y si alguno no posee la realidad interna ni el signo externo, eso no nos concierne a nosotros. Si una hermana no asume la posición de sujeción que le corresponde, y para cierto hermano su bautismo no constituye una separación del mundo ni representa ser sepultado y resucitado juntamente con el Señor; entonces él o ella están muy lejos de la verdad. En tales casos, la responsabilidad no es nuestra. No obstante, si una persona comprende que el bautismo es la sepultura y resurrección de uno junto a Cristo, pero tiene una perspectiva ligeramente diferente a la nuestra con respecto a los signos externos, nosotros no podemos dañar la unidad por causa de tales diferencias mínimas. Ustedes no pueden separarse de los demás simplemente porque sean obedientes al Señor con respecto a ciertos símbolos físicos. Es erróneo separar los hijos de Dios debido a tales cosas.
Todos nosotros somos hermanos y hermanas. En Cristo somos un nuevo hombre. Somos miembros del mismo Cuerpo. En la iglesia, hemos anulado toda distinción fuera de Cristo. Todos nosotros estamos sobre un nuevo terreno. Todos estamos en el único nuevo hombre que el Señor ha establecido, así como en el Cuerpo único que fue creado por el Señor. Tenemos que ver que todos los hijos de Dios son uno. No podemos considerar a nadie conforme a una manera especial de ver las cosas. Tenemos que erradicar completamente el denominacionalismo y toda posición sectaria de nuestro corazón. Si hacemos esto, habremos dado otro paso hacia adelante.