Watchman Nee Libro Book Si alguno peca
SI ALGUNO PECA
SI ALGUNO PECA
Lectura bíblica: Jn. 5:14; 8:11; Ro. 6:1-2; Nm. 19:1-10, 12-13, 17-19; 1 Jn. 1:7-2:2
Después de ser salvos debemos dejar de pecar. Leemos en Juan 5 la historia de un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo y que yacía cerca del estanque de Betesda, a quien el Señor Jesús sanó. Poco después de haberlo sanado, el Señor le halló en el templo y le dijo: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda alguna cosa peor” (v. 14). Y en Juan 8 vemos que, después de perdonar Jesús a una mujer que había cometido adulterio, le dijo: “Vete, y no peques más” (v. 11). Inmediatamente después de recibir la salvación, se nos manda que no pequemos más. Toda persona salva, debe dejar de pecar.
I. SI UNO PECA DESPUÉS DE RECIBIR LA SALVACIÓN
El creyente no debe pecar. ¿Es esto posible? ¡Por supuesto que sí! Es posible porque tenemos una vida que no peca, ni tolera el más leve indicio de pecado, ya que es santa como Dios. Esta vida nos vuelve muy sensitivos al pecado; así que, si vivimos por ella y obedecemos al sentir que tenemos, no pecaremos.
Sin embargo, si pecamos, se debe a que aún estamos en la carne. Si no andamos conforme al Espíritu, ni vivimos según esta vida, en cualquier momento podemos pecar. En Gálatas 6:1 dice: “Hermanos, si alguien se encuentra enredado en alguna falta…” Y en 1 Juan 2:1 dice: “Hijitos míos … si alguno peca…” Todo creyente está expuesto al pecado, y es inevitable que peque. Leemos en 1 Juan 1:8: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos”. Y el versículo 10 añade: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso”. Así que podemos decir por experiencia que es muy posible caer esporádicamente en el pecado a pesar de ser creyentes.
¿Perecerá una persona que peca ocasionalmente? ¡No! El Señor dijo claramente: “Y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano” (Jn. 10:28). “No perecerán jamás” indica que la salvación que recibimos es eterna. Este es un hecho inalterable. En 1 Corintios 5, aludiendo a un hermano que había cometido fornicación, Pablo dijo: “El tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor” (v. 5). La carne del creyente que peca puede ser destruida; no obstante, su espíritu sigue siendo salvo.
¿Significa esto que no tiene importancia si una persona peca después de haber sido salva? Si una persona salva peca, afronta dos consecuencias graves: en primer lugar, sufrirá en esta vida. Si pecamos después de ser salvos, sufriremos las consecuencias del pecado. En 1 Corintios 5 el hermano que pecó fue entregado a Satanás, lo cual es terrible. Cuando una persona se arrepiente y confiesa su pecado delante del Señor, Dios lo perdona, y la sangre lo limpia. Sin embargo, con cierta clase de pecados, tenemos que afrontar las consecuencias. Por ejemplo, Jehová perdonó el pecado de David de tomar la mujer de Urías; no obstante, jamás se apartó la espada de su casa (2 S. 12:9-13). Hermanos y hermanas, no se puede jugar con el pecado, porque éste es como una serpiente venenosa cuya mordedura es muy dolorosa.
En segundo lugar, si una persona peca, será castigada en la era venidera. Si pecamos y no resolvemos el asunto en esta era, lo tendremos que encarar en la era venidera, porque cuando el Señor regrese “recompensará a cada uno conforme a sus hechos” (Mt. 16:27). Pablo dijo: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba por las cosas hechas por medio del cuerpo, según lo que haya practicado, sea bueno o sea malo” (2 Co. 5:10).
Aparte de estas dos terribles consecuencias, el pecado: interrumpe nuestra comunión con Dios. Para el creyente, tener comunión con Dios es una bendición y un privilegio muy glorioso; sin embargo, si pecamos, la perdemos inmediatamente. Cuando pecamos, el Espíritu Santo es contristado, y la vida en nosotros se siente incómoda, lo cual hace que perdamos el gozo y la comunión con Dios. Antes de haber pecado, cuando veíamos a los demás hijos de Dios, nos sentíamos atraídos hacia ellos; sin embargo, esa afinidad desapareció y ahora existe una barrera en esa relación. Lo mismo sucede con nuestro disfrute de la Biblia y de la oración. Ya no leemos ni oramos, y todo contacto con Dios se interrumpe. ¿Y qué decir de las reuniones de la iglesia? Antes, si faltábamos a una reunión, sentíamos que habíamos perdido lo más preciado del mundo, pero ahora éstas parecen haber perdido su sabor y nos da lo mismo ir que no ir. Y si nos encontramos con un hermano, quisiéramos evadirlo. ¡Todo ha cambiado!
Es un asunto serio pecar después de haber recibido la salvación. Debemos ser muy cuidadosos en nuestro comportamiento y no tolerar el pecado ni cederle ningún terreno.
Pero, ¿qué hacer “si alguno peca”? Si un creyente peca involuntariamente y se enreda en muchos pecados, ¿qué debe hacer? ¿Cómo puede regresar al Señor? ¿Cómo puede restaurar su comunión con Dios? Este es un asunto de suma importancia y debemos prestarle la debida atención.
II. EL SEÑOR LLEVÓ NUESTROS PECADOS A LA CRUZ
Este asunto se revela cuando nos damos cuenta de que el Señor Jesús llevó todos nuestros pecados a la cruz. Todos los pecados que cometimos, que cometemos hoy y que cometeremos durante el resto de nuestra vida, fueron clavados en la cruz.
El día que creímos en el Señor Jesús, la iluminación de la luz de Dios nos hizo ver los pecados que habíamos cometido antes de haber creído. Sólo somos conscientes de los pecados que Dios nos ilumina, no de los que aún no hemos cometido. Así que, como podemos ver, los pecados que el Señor Jesús llevó a la cruz, son muchos más de los que podemos imaginar. El Señor Jesús llevó todos nuestros pecados a la cruz; no obstante, sólo vemos los que hemos cometido.
En el momento de nuestra salvación, ya sea que recibiéramos al Señor a los dieciséis años o a los treinta y dos, el Señor perdonó, absoluta y totalmente, todos los pecados que cometimos antes de ser salvos. Sin embargo, cuando recibimos el perdón, fuimos conscientes de una cantidad de pecados mucho menor de los que el Señor llevó por nosotros. La gracia del Señor sólo la experimentamos hasta donde llega nuestra experiencia personal acerca del pecado. Sin embargo, el Señor conoce todos nuestros pecados y actúa en nuestro favor basado en este conocimiento. Necesitamos ver que aun los pecados de los que no somos conscientes, están incluidos en la obra redentora del Señor.
Supongamos que fuimos salvos a la edad de dieciséis y que durante ese tiempo cometimos mil pecados. Al momento de recibir al Señor, le dimos gracias por haber perdonado y quitado nuestros pecados, que en este caso eran mil. ¿Qué habría sucedido si hubiéramos sido salvos a la edad de treinta y dos? Habríamos sido perdonados de dos mil pecados, y por supuesto, habríamos dado gracias por esto. Lo mismo habría sucedido si hubiéramos sido salvos a los sesenta y cuatro años. Es evidente que el Señor eliminó tanto los pecados que cometimos hasta los dieciséis años, como los que cometamos desde esa edad hasta los sesenta y cuatro. El Señor eliminó en la cruz todos nuestros pecados. Uno de los criminales que fue crucificado junto al Señor, creyó en El antes de morir. El Señor eliminó todos sus pecados (Lc. 23:39-43). Es decir, el Señor eliminó en la cruz, todos los pecados que cometemos en nuestra vida. Aunque cuando creímos en el Señor Jesús sólo sentimos que perdonó los pecados de nuestro pasado; en realidad, El los quitó todos, incluyendo los que cometeríamos después de ser salvos. Debemos entender este hecho si queremos recobrar nuestra comunión con Dios.
III. EL TIPO DE LAS CENIZAS DE LA VACA ALAZANA
Las cenizas de la vaca alazana son un tipo de la muerte substitutiva del Señor Jesús por nuestros pecados.
Números 19, un capítulo muy particular en el Antiguo Testamento, menciona una vaca alazana. El sacrificio de esta vaca no satisfacía la necesidad del momento, sino una necesidad futura. Esto es muy significativo.
En el versículo 2, Dios les dijo a Moisés y a Aarón: “Di a los hijos de Israel que te traigan una vaca alazana, perfecta, en la cual no haya falta, sobre la cual no se haya puesto yugo”. Podemos ver que se ofrecía en holocausto una vaca, no un toro. En la Biblia el género es muy significativo. Por ejemplo, el género masculino indica todo lo que se relaciona con el testimonio de la verdad, y el femenino representa las experiencias. Debemos estar conscientes de este principio cuando leemos la Biblia. Abraham representa la justificación por fe, mientras que Sara, indica obediencia. La justificación por fe tiene que ver con la verdad y el testimonio; mientras que la obediencia tiene que ver con la vida y la experiencia. En la Biblia, con respecto a la obra del Señor en el hombre, el género femenino es símbolo de la iglesia. En este pasaje, en lugar de un toro, se usa una vaca, porque ésta representa otro aspecto de la obra del Señor: Su obra hacia el hombre. La vaca alazana significa que la obra es más personal que doctrinal.
¿Qué hacían con la vaca alazana? La degollaban y con su sangre rociaban siete veces hacia la parte delantera del tabernáculo de reunión. Esto indica que esta sangre era para Dios y para la redención del pecado.
Una vez que degollaban la vaca, la quemaban con su cuero, su carne, su sangre y su estiércol; y mientras era quemada, el sacerdote echaba en medio del fuego madera de cedro, hisopo y escarlata. ¿Qué representan la madera de cedro y el hisopo? Dice en 1 Reyes 4:33 que Salomón disertó sobre los árboles, desde el cedro hasta el hisopo. La madera de cedro y el hisopo representan todos los árboles, es decir, el mundo entero. ¿Y qué representa la escarlata? La palabra escarlata también se puede traducir como grana. En Isaías 1:18 dice: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. La escarlata o grana, por consiguiente, representa nuestros pecados. Quemar conjuntamente el cedro, el hisopo y la escarlata indica que los pecados del mundo se pusieron sobre la vaca alazana cuando ésta fue ofrecida a Dios. Vemos aquí una fotografía de la cruz. El Señor Jesús se dio como ofrenda a Dios, y en esa ofrenda incluyó todos nuestros pecados, ya sean graves, trivales, pasados, presentes, futuros, los que sentimos que necesitan perdón y los que no nos molestan; todos estaban allí. Todos los pecados fueron quemados junto con la vaca alazana.
¿Qué sucedía después que todo esto se quemaba? Números 19:9 dice: “Y un hombre limpio recogerá las cenizas de la vaca y las pondrá fuera del campamento en lugar limpio, y las guardará la congregación de los hijos de Israel para el agua de purificación; es una expiación”. ¿Qué significa esto? La vaca alazana era muy especial. Después de quemar la madera de cedro, el hisopo y la escarlata junto con la vaca, se recogían las cenizas y se guardaban en un lugar limpio. Más tarde, si alguno de los israelitas tocaba algo inmundo y se contaminaba delante de Dios, una persona limpia mezclaba el agua de purificación con las cenizas y las rociaba sobre la persona contaminada, quitando así la inmundicia. Es decir, estas cenizas estaban destinadas a quitar las impurezas en el futuro.
En el Antiguo Testamento, los pecadores tenían que ofrecer sacrificios al Señor. Si alguien, después de ofrecer un sacrificio tocaba algo inmundo, se contaminaba delante de Dios y perdía su comunión con El. ¿Qué hacía entonces? Otra persona tomaba cenizas de la vaca alazana, las ponía en una vasija, las mezclaba con agua y rociaba con ellas el cuerpo de la persona inmunda. De esta manera se eliminaba la impureza, y el pecado era perdonado. Cuando un israelita ofrecía un toro o un cordero como ofrenda por el pecado, lo hacía porque conocía su pecado. Pero la ofrenda de la vaca alazana era diferente. Esta se quemaba, no por los pecados conocidos que se hubiesen cometido en el pasado, sino por la inmundicia futura. La vaca alazana no se quemaba por los pecados pasados, sino por las transgresiones futuras.
Esto nos muestra otro aspecto de la obra del Señor Jesús, tipificada aquí por la función de las cenizas de la vaca alazana. La eficacia de la redención del Señor es representada por las cenizas, en las que se hallaba la sangre junto con todos los pecados del mundo. Cuando un hombre se contaminaba o tocaba cosas inmundas, no necesitaba matar otra vaca alazana para ofrecerla a Dios, sólo necesitaba que las cenizas de aquella vaca que ya había sido ofrecida, se mezclaran con el agua y fueran rociadas sobre su cuerpo. De la misma manera, no es necesario que el Señor muera por segunda vez, porque Su redención ya se consumó. El proveyó, por medio de Su redención, lo necesario para limpiarnos de todas nuestras inmundicias y pecados futuros.
¿Qué representan las cenizas? En la Biblia las cenizas representan el estado final de las cosas. Cuando se quema un toro o un cordero, sólo quedan cenizas, las cuales son estables pues no se pueden corromper ni destruir.
Las cenizas de la vaca alazana representan la eficacia eterna e inmutable de la redención del Señor. La redención que nuestro Señor efectuó por nosotros es estable. No creamos que las rocas de las montañas son estables ya que también pueden reducirse a cenizas. Así que las cenizas son más estables que las rocas. Las cenizas de la vaca alazana representan la redención incorruptible e inmutable que el Señor preparó para nosotros. Debido a esto, podemos acudir a ella en cualquier momento. Si algún creyente por error toca algo inmundo y se contamina, no necesita pedirle al Señor que vuelva a morir por él. A fin de ser limpio, sólo necesita confiar en la eficacia eterna e incorruptible de las cenizas y rociar su cuerpo con el agua de vida. Las cenizas de la vaca alazana indican que la obra de la cruz que ya se realizó fue llevada a cabo para aplicarse hoy. Además, la eficacia de la cruz abarca todas las necesidades que lleguemos a tener en el futuro. Estas cenizas son específicamente para el futuro. La vaca alazana sólo se quemaba una vez; sin embargo, sus cenizas eran suficientes como para abarcar toda la vida de uno. Damos gracias al Señor porque Su redención se puede aplicar el resto de nuestra vida y porque Su muerte quitó todos nuestros pecados.
IV. LA NECESIDAD DE CONFESAR
Estudiamos ya el aspecto de la obra redentora del Señor, la cual elimina nuestros pecados. Pero, ¿qué debemos hacer nosotros?
En 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. En este versículo, la expresión si confesamos se refiere a los creyentes, no a los pecadores. Cuando un hijo de Dios peca, debe confesar sus pecados, porque si no lo hace, no podrá ser perdonado. No debemos encubrir el pecado. En Proverbios 28:13 dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Cuando un creyente peca, debe confesar su pecado. No le cambiemos el nombre al pecado, ni nos justifiquemos. Mentir es un pecado. Así que cuando mintamos, debemos confesar que hemos pecado. No debemos decir a manera de pretexto: “Exageré un poco en lo que dije”. Lo correcto es confesar: “He pecado”. No demos explicaciones tratando de encubrir el pecado; sencillamente confesemos que hemos mentido. La mentira es pecado y debemos condenarla.
Confesar es mantenerse del lado de Dios y condenar al pecado como tal. Tenemos aquí tres entes: Dios, nosotros y los pecados. Dios está en un extremo, los pecados en el otro y nosotros en el centro. ¿Qué significa cometer un pecado? Es estar del lado del pecado, y lejos de Dios. No podemos estar en la presencia de Dios si nos unimos a nuestros pecados. Cuando Adán pecó, inmediatamente se escondió tratando de evitar a Dios (Gn. 3:8). En Colosenses 1:21 dice: “Y a vosotros también, aunque erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente por vuestras malas obras”. El pecado ocasiona que Dios nos vea como extraños. ¿Qué significa confesar nuestros pecados? Significa que regresamos a Dios y reconocemos que pecamos. Sólo aquellos que andan en la luz y tienen un profundo sentimiento de repulsión por el pecado, confiesan genuinamente sus faltas. Los que se han endurecido y piensan que pecar es normal, no confiesan de corazón. Los creyentes somos hijos de luz (Ef. 5:8) e hijos de Dios (1 Jn. 3:1). Ya no somos extranjeros, sino miembros de la familia de Dios; por consiguiente, debemos conducirnos con dignidad. Somos hijos de Dios y debemos reconocer el pecado. Si pecamos, debemos admitir nuestra culpa. En la casa de Dios hay confesión cuando los hijos condenan el pecado como lo hace el Padre. Así como el Padre rechaza y repudia el pecado, nosotros también debemos hacerlo.
Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda injusticia. Si después de pecar admitimos que lo hicimos y lo confesamos, Dios nos perdona y nos limpia de toda injusticia, porque El es fiel, lo cual significa que honra y cumple Sus propias palabras y promesas. El también es justo; por tanto, tiene que aceptar la obra redentora de Su Hijo. Debido a Su promesa y a Su redención El tiene que perdonarnos. El es fiel y justo; por tanto, debe perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia.
Necesitamos prestar atención a las palabras todo y toda en 1 Juan 1:7 y 9. El Señor nos perdonó y nos limpió de “todo pecado” y de “toda injusticia”, lo cual indica que no solamente perdonó los pecados que cometimos en el pasado, antes de creer, sino la totalidad de ellos.
V. UN ABOGADO ANTE EL PADRE
En 1 Juan 2:1 dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis”. Estas cosas se refieren al perdón y a la limpieza de nuestros pecados por medio de las promesas y la obra de Dios. Juan escribió estas cosas para que no pequemos. Esto muestra que el Señor perdonó todos nuestros pecados, y como resultado, ya no pecamos. El perdonó nuestros pecados para que dejásemos de pecar, no para que siguiésemos pecando.
Después de esto dice: “Y si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo”. La expresión “ante el Padre” nos muestra que éste es un asunto familiar. Cuando creemos y somos salvos, llegamos a ser hijos de Dios; así que ahora tenemos un Abogado ante el Padre, a Jesucristo el Justo. “El mismo es la propiciación por nuestros pecados”. La muerte del Señor Jesús como propiciación por nuestros pecados, lo hace nuestro Abogado ante el Padre. Estas palabras fueron dirigidas a los creyentes.
La propiciación que mencionamos aquí es la realidad del tipo de las cenizas de la vaca alazana descrito en Números 19. Por la obra que el Señor efectuó en la cruz, recibimos perdón por los pecados que cometeremos en el futuro. La obra de la cruz se efectuó una sola vez y es suficiente. No necesitamos otra cruz. Nuestros pecados fueron perdonados debido a la redención eterna realizada en la cruz. Tal sacrificio no fue común. Fue un sacrificio cuya eficacia está vigente en todo momento. Aquellas cenizas se podían utilizar todo el tiempo. Basándonos en la sangre del Señor Jesús, podemos acudir a El como nuestro Abogado. El efectuó la redención en la cruz, y sobre esa obra consumada, podemos ser limpios de todo pecado. Si pecamos involuntariamente, no debemos desanimarnos ni permanecer en el pecado; simplemente confesemos que pecamos. Si Dios dice que lo que hicimos está mal y es pecado, debemos admitirlo y pedirle que nos perdone. Cuando hacemos esto, Dios nos perdona, y nuestra comunión con El se restaura inmediatamente.
A los ojos de Dios, ningún creyente debería pecar. Pero si alguno peca inconscientemente, debe, delante de Dios, resolver el asunto de inmediato. No nos demoremos. Debemos confesarle a Dios: “¡Señor, he pecado!” Nuestra confesión es la sentencia que dictamos sobre nosotros mismos. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda injusticia.
Cuando un hijo de Dios peca y no confiesa su pecado, pierde su comunión con Dios e interrumpe la relación íntima que había entre él y Dios. Si nuestra conciencia no nos reprende, no podemos estar en la presencia de Dios. Y aunque posiblemente todavía tengamos una leve comunicación con El, ésta no es agradable y nos aflige. Cuando un niño que ha cometido una travesura, llega a casa y ve que su padre no le habla, advierte que algo no anda bien. Sabe que se ha levantado una barrera entre él y su padre porque la comunión íntima que tenían se ha interrumpido. Perder la comunión nos causa dolor.
Esta comunión sólo se puede restaurar de cuando confesamos nuestros pecados. Tenemos que creer que el Señor Jesucristo es nuestro Abogado y que llevó en Sí mismo todos nuestros pecados. Tenemos que humillarnos y confesar nuestros fracasos y faltas delante de Dios. Debemos buscarlo para poder emprender de nuevo este peregrinaje. No seamos orgullosos ni negligentes, ni pensemos que somos mejores que los demás. Debemos darnos cuenta de que podemos caer en cualquier momento. Pidamos a Dios que nos conceda Su misericordia y nos fortalezca para seguir adelante. Cuando confesamos nuestros pecados, la comunión con Dios se restaura de inmediato, y recobramos el gozo y la paz que habíamos perdido.
Para finalizar, debemos recalcar una vez más que los cristianos no debemos pecar. El pecado nos perjudica y nos hace sufrir. Que Dios tenga misericordia de nosotros y nos guarde, nos preserve y nos guíe en el camino de una perpetua comunión con El.