Watchman Nee Libro Book Nuestra vida

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NUESTRA VIDA

NUESTRA VIDA

Lectura bíblica: Col. 3:4; Fil. 1:21; Gá. 2:20

I. CRISTO ES NUESTRA VIDA

Muchos creyentes tienen un concepto equivocado en cuanto al Señor Jesús. Creen que El nos dejó un modelo de conducta mientras vivió en la tierra, y que nosotros debemos imitarlo. Es cierto que la Biblia nos manda que imitemos al Señor (Ro. 15:15; 1 Co. 11:1, etc.), pero no nos dice que lo hagamos por nuestros propios medios. Antes de poder imitar al Señor es necesario comprender que aunque muchos tratan, fracasan continuamente. Para ellos el Señor es como una buena caligrafía china, algo que puede ser calcado línea por línea. No se dan cuenta de cuán frágil es el hombre y de que ninguna energía carnal le puede dar la fuerza que se requeriría para poder imitarlo.

Algunos creyentes piensan que pueden pedirle al Señor que les dé poder y los capacite, simplemente porque la Biblia dice: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder” (Fil. 4:13). Perciben que hay muchas cosas que hacer, muchos preceptos bíblicos que obedecer y muchos ejemplos que el Señor nos dio y que debemos imitar. También piensan que no pueden hacer ninguna de estas cosas si no tienen más poder. Por lo tanto, le piden al Señor que les dé poder. Creen que si el Señor les diera más poder, podrían cumplir todo lo que les sea requerido. Muchos simplemente esperan y anhelan diariamente que el Señor les dé poder para dirigir sus actividades.

Es cierto que necesitamos buscar al Señor y pedirle poder, pero además necesitamos ver algo más. De no ser así, no siempre tendremos poder, aunque busquemos al Señor. Podemos orar a El diariamente para que nos dé poder, pero experimentaremos que a veces el Señor contesta nuestra oración y a veces no. Para algunos esto tal vez signifique que todo lo pueden hacer cuando el Señor los reviste de poder, y que no pueden hacer nada cuando no los reviste de poder. Esta es precisamente la razón por la cual muchos creyentes fracasan constantemente. Tenemos que pedirle al Señor que nos revista de poder; pero si tomamos esto como un mandamiento aislado o como el único camino, fracasaremos.

La relación fundamental entre Cristo y nosotros se expresa en la expresión Cristo es nuestra vida. La única razón por la cual podemos imitar al Señor, pedirle que nos dé fuerza es porque El llegó a ser nuestra vida. No hay manera de imitarlo o que nos revista de poder si no entendemos lo que significa el hecho de que El es nuestra vida. Por lo tanto, debemos entender y captar este secreto primero, antes de poder imitarlo o pedirle poder.

Leemos en Colosenses 3:4: “Cristo, nuestra vida” y en Filipenses 1:21: “Para mí el vivir es Cristo”. Esto nos muestra que el camino a la victoria es Cristo como nuestra vida. La victoria es: “Para mí el vivir es Cristo”. Si un cristiano no sabe lo que significan “Cristo, nuestra vida” y “Para mí el vivir es Cristo”, no experimentará la vida del Señor en la tierra ni podrá seguirlo, ni experimentar victoria en El, ni avanzar delante de El.

II. PARA MI EL VIVIR ES CRISTO

Muchos creyentes han entendido mal Filipenses 1:21. Cuando Pablo dijo: “Porque para mí el vivir es Cristo”, estaba haciendo mención de un hecho. Muchos piensan que la expresión para mí el vivir es Cristo es una meta o una esperanza. Pablo no dijo que su meta era vivir a Cristo, sino que estaba diciendo: “Vivo porque tengo a Cristo y no puedo vivir sin El”. Esto era un hecho en Pablo, no una meta que se había fijado; era el secreto de su vida, no la esperanza de algo que anhelaba. Su vivir era Cristo. Para él, vivir consistía en que Cristo viviera.

Gálatas 2:20 es un versículo que muchos cristianos conocen, pero es aún más malentendido que Filipenses 1:21. Han hecho de Gálatas 2:20 su meta y oran con gran insistencia esperando llegar al nivel en que puedan decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Cada vez que leen este versículo, se llenan de anhelos. Muchos oran, ayunan y esperan un día ser crucificados juntamente con Cristo y llegar al estado en que puedan decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Gálatas 2:20 se ha convertido en su meta y esperanza.

Según nuestra experiencia, ninguna persona que tenga esta esperanza alcanzará su meta. Si su meta y esperanza es llegar a tal estado, si aspira a ser crucificado, es decir, dejar de ser usted el que viva, para permitir que Cristo viva en usted, se quedará esperando para siempre sin ver su aspiración cumplida, pues usted está esperando que suceda algo imposible.

Dios nos ha dado el don maravilloso de la gracia. Sí existe la posibilidad. Aquellos que fracasan pueden vencer; los que son impuros pueden llegar a ser limpios; los que son mundanos pueden ser santos; los que son terrenales, celestiales; y los que son carnales pueden ser espirituales. Esta no es una meta, sino un camino. El camino radica en la vida substitutiva. Así como encontramos en la gracia del Señor una muerte substitutiva, podemos encontrar una vida substitutiva en El. El Señor llevó nuestros pecados en la cruz, y por Su muerte, fuimos salvos de la muerte. Nuestros pecados fueron perdonados y fuimos salvos del juicio. De igual manera, Pablo nos dice que somos salvos de nuestra manera de vivir por medio de la vida del Señor que tenemos en nuestro interior. Esto implica sencillamente que puesto que El vive en nosotros, nosotros no tenemos que vivir más. Así como el murió una vez por nosotros en la cruz, El vive hoy en nosotros y por nosotros. Pablo no dijo: “Espero no vivir más y dejar que El viva en mí”, sino: “Ya no vivo yo. El es quien ahora vive en mí”. Esta es la clave de la victoria; es el camino para llegar a ser victoriosos.

El día que escuchamos que no teníamos que morir, abrazamos esa palabra como la buena nueva para nosotros. Asimismo debe ser cuando escuchemos que no necesitamos seguir viviendo. Espero que los nuevos creyentes oren intensamente pidiendo que Dios los ilumine y que vean que Cristo vive en uno y que no tiene uno que tratar de vivir por sus propios esfuerzos.

Si no comprendemos esto, mantener un testimonio o experimentar la vida cristiana se convierte en una gran carga. Luchar contra la tentación, llevar la cruz u obedecer la voluntad de Dios son una carga muy pesada. Muchos creyentes se dan cuenta de que la vida cristiana es muy difícil. Se esfuerzan, luchan, tratan de mantener su testimonio constantemente, y se lamentan de no lograrlo y de traer vergüenza al nombre del Señor. Muchos no tienen fuerzas para rechazar el pecado, y aún así, se sienten culpables cuando no lo rechazan. Sienten condenación cuando pierden la paciencia, pero no consiguen controlar su ira. Se afligen por odiar a otros, pero no tienen fuerzas para amar. Muchos están exhaustos por tratar de llevar una vida cristiana como se debe. Piensan que la vida cristiana es semejante a escalar una montaña con una pesada carga y que nunca pueden llegar a la cima. Antes de ser salvos, tenían la carga del pecado sobre sus espaldas. Ahora que han creído en el Señor, tienen la carga de la santidad a sus espaldas. Han cambiado de carga, y la que ahora tienen es tan agotadora y gravosa como la primera.

Esta experiencia muestra claramente que practicamos la vida cristiana equivocadamente. Pablo dijo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Esta es la clave de la vida cristiana y radica en que el Señor en uno es quien vive la vida cristiana, no es uno el que lo hace. Si uno vive como cristiano por esfuerzo propio, perseverar será un sufrimiento, así como lo serán el amor, la humildad y llevar la cruz. Pero si Cristo vive en uno, la perseverancia, el amor, la humildad y el llevar la cruz; serán un gozo.

Hermanos y hermanas, puede ser que estén cansados de tratar de vivir como hijos de Dios y que la vida cristiana los esté consumiendo y atando, pero si descubren que no necesitan seguir viviendo, estarán de acuerdo en que el evangelio es maravilloso. Todo creyente puede ser salvo de llevar una vida tan agotadora. ¡El evangelio es maravilloso! No es necesario invertir tantos esfuerzos en tratar de ser cristiano, ni llevar una carga tan pesada en la vida cristiana! Usted puede decir: “Antes oí el evangelio, y en él se me dijo que ya no tenía que morir. Doy gracias a Dios, pues no tengo que morir. Estoy cansado y fatigado de vivir. Dios dice que no tengo que vivir. Le agradezco a Dios, ya que no tengo que esforzarme por vivir”.

Morir es indudablemente un sufrimiento para nosotros, pero igualmente lo es vivir delante de Dios. No tenemos idea de nada de lo que es la santidad de Dios, ni lo que es amor o la cruz. Para nosotros tratar de llevar una vida que armonice con Dios, es una carga demasiado difícil de sobrellevar. Cuanto más tratamos de vivir según Dios, más sufrimos y más nos lamentamos. Es una lucha y un esfuerzo muy grande llevar una vida cristiana. De hecho, es absolutamente imposible que lo hagamos. Nunca podremos satisfacer las exigencias de Dios. Algunas personas siempre tienen mal genio. A otros les es imposible ser humildes y siempre dejan ver su orgullo. Tratar de vivir en la presencia de Dios y de actuar humildemente es una tarea ardua y gravosa para una persona orgullosa. En Romanos 7 Pablo se ve como un cristiano cansado y agotado. El dijo: “Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (v. 18). Diariamente se esforzaba, pero diariamente caía. Es por esto que sólo podía lamentarse: “¡Miserable de mí!” (v. 24). En realidad, ser creyente no es un ejercicio que consiste en llevar un hombre carnal al cielo y sujetarlo a esclavitud allí. Afortunadamente, ningún hombre carnal puede entrar al cielo, pues si lo hiciera, inmediatamente saldría corriendo; no podría soportar ni un sólo día allí. Su temperamento, sus pensamientos, sus caminos y su opinión serían muy diferentes a los de Dios. ¿Cómo podría llegar a satisfacer las exigencias de Dios? No tendría nada que hacer delante de Dios, excepto salir corriendo de Su presencia.

Pero aquí tenemos buenas nuevas para usted. Dios no quiere que usted haga el bien ni que se decida a hacer el bien. Dios sólo quiere que Cristo viva en usted. A Dios no le interesa si uno hace obras buenas o malas, sino quién es la persona que hace las obras.

Por lo tanto, lo que Dios desea no es que imitemos a Cristo ni que andemos como El; tampoco que nos arrodillemos a pedirle fuerzas para andar como El. Dios desea que experimentemos el hecho de que ya no vivimos nosotros, sino que vive Cristo en nuestro ser. ¿Pueden ver la diferencia? No es asunto de imitar la vida de Cristo, ni de ser revestidos de poder para experimentar Su vida, sino de no ser nosotros los que vivamos. No podemos acudir a Dios por nuestra cuenta, sino por el Cristo que mora en nosotros. No somos llamados a imitar a Cristo ni a recibir algún poder de El, sino a dejar que El viva en nosotros.

La vida del creyente es una persona que ya no vive por su propia cuenta, sino que Cristo vive en ella. Antes era yo quien vivía, no Cristo, pero ahora, ya no soy yo quien vive, sino Cristo. Otra persona vive en mi lugar. Si una persona no puede decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, tal persona no sabe lo que es la vida de Cristo, ni la vida del creyente, pues meramente aspira a que eso suceda algún día. Pero Pablo no dice que se esforzaba por llegar a ese nivel, sino que ésa era la manera en que vivía. Dejaba de vivir impulsado por su propia vida y permitía que Cristo viviera en su lugar.

III. CON CRISTO ESTOY JUNTAMENTE CRUCIFICADO

Quizás algunos se pregunten: “¿Cómo puedo experimentar el hecho de que ya no vivo yo? ¿cómo puede ser eliminado el ego?” La respuesta a esta pregunta se halla en la primera parte de Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Si no estoy crucificado juntamente con Cristo, no puedo ser eliminado, pues sigo siendo yo. ¿Cómo puedo decir: “Ya no vivo yo”? Solamente quienes están crucificados “juntamente con Cristo”, pueden decir: “Ya no vivo yo”.

A fin de que nuestra crucifixión con Cristo llegue a ser una experiencia se requiere cooperación de ambas partes. Es imposible que experimentemos esta crucifixión, si sólo Cristo actúa; la cooperación de ambas partes es esencial.

Nuestros ojos interiores deben ser abiertos. Cuando Cristo fue crucificado, Dios puso nuestros pecados sobre El y los clavó en la cruz. Esta parte de la obra corresponde a Dios. Cristo murió por nosotros y borró nuestros pecados. Esto ocurrió hace más de mil novecientos años, y nosotros lo creemos. Asimismo, cuando Cristo fue crucificado, Dios nos puso en El. Al mismo tiempo que fueron eliminados nuestros pecados hace más de mil novecientos años, fue eliminada nuestra persona. Cuando Dios puso nuestros pecados sobre Cristo, también puso nuestra persona en El. En la cruz, nuestros pecados fueron borrados. También en la cruz nuestra persona fue eliminada. Recordemos Romanos 6:6, donde leemos: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”. No tenemos que esperar hasta ser crucificados con Cristo. Ya fuimos crucificados con El, para siempre e irremediablemente. Dios nos puso en Cristo. Cuando Cristo murió en la cruz, también nosotros morimos.

Si uno escribe una cuantas palabras en un pedazo de papel y luego rompe el papel, romperá con él las palabras. La Biblia dice que el velo del templo estaba bordado con querubines (Ex. 26:1). Cuando el Señor murió, el velo se rasgó (Mt. 27:51), y por consiguiente, los querubines también fueron rasgados. El velo representa el cuerpo de Cristo (He. 10:20). Los querubines tienen rostro de hombre, de león, de buey y de águila (Ez. 1:10; 10:20). Esto representa todos los seres creados. Cuando el cuerpo del Señor Jesús fue rasgado, toda la creación fue rasgada en El. El murió para que “por la gracia de Dios gustase la muerte por todas las cosas” (He. 2:9). A toda la creación se le dio fin juntamente con El. Por años usted ha tratado en vano de hacer el bien y de ser un creyente victorioso. Ahora Dios lo ha crucificado con Cristo. Cuando Cristo fue crucificado, toda la vieja creación fue crucificada, incluyéndolo a usted.

Necesitamos creer esta verdad; nuestros ojos deben ser abiertos para que veamos que Cristo llevó nuestros pecados y también nuestra persona a la cruz. Nuestros pecados fueron borrados, y nuestra persona fue crucificada. Cristo logró todo esto. Muchos fracasan porque continúan mirándose a sí mismos. Quienes tienen fe, deben mirar hacia la cruz y ver lo que Cristo logró. Dios me puso en Cristo. ¡Cuando Cristo murió, yo también morí!

Pero, ¿por qué esta “persona” todavía vive? Si ya fue crucificada, ¿por qué sigue viviendo? Para resolver este problema, usted debe creer e identificarse con Dios. Si mira su propio yo continuamente con la esperanza de mejorar, éste cobrará cada vez más vida. ¿Qué es la muerte? Es llegar a la extrema debilidad, al punto en el que no se puede ser más débil. Muchos no reconocen su propia debilidad y siguen esforzándose. Esto indica que aún no están muertos.

Romanos 6 dice que Dios nos crucificó juntamente con Cristo; sin embargo, Romanos 7 presenta a una persona que sigue valiéndose de su voluntad. Aunque Dios ya lo crucificó, uno sigue procurando hacer el bien. Por una parte no quiere morir, y por otra, tampoco logra hacer el bien. Si sólo dijera: “Señor, no puedo hacer el bien, y no creo que pueda llegar a lograrlo; no puedo y tampoco trataré”, todo estaría bien. Pero Romanos 7 nos dice que el hombre no está dispuesto a morir. Dios ya crucificó nuestro viejo hombre, pero nosotros no queremos morir; seguimos procurando hacer el bien. Hoy muchos creyentes se siguen esforzando, aunque bien saben que no pueden lograrlo. Con respecto a ellos, no hay nada que pueda hacerse. Supongamos que una persona es muy impaciente. ¿Qué puede hacer? Quizá haga todo lo posible por ser paciente por su propio esfuerzo. Cada vez que ora pide paciencia. Aún mientras trabaja, está pensando en la paciencia que necesita. Pero cuanto más trata de ser paciente, más impaciente se vuelve. En vez de tratar de ser paciente, debería decir: “Señor, Tú ya crucificaste esta persona impaciente. Soy impaciente. No quiero ser paciente ni voy a tratar de serlo”. Este es el camino de la victoria.

El Señor ya lo crucificó a usted. Usted simplemente debe decir amén. Puesto que usted ya fue crucificado, es inútil que trate de esforzarse por ser paciente. Dios sabe que usted no puede lograrlo y por eso lo puso en la cruz. Aunque siga tratando de ser paciente, Dios lo considera desahuciado. Aún más, ya lo crucificó. Es un gran error pensar que uno todavía puede hacer algo. También es un grave error esforzarse por vivir la vida cristiana. Dios ya sabe que nosotros no podemos hacerlo; la única opción que nos queda es la cruz. Aunque uno piense que puede lograrlo, Dios dice que no se puede y que sólo merecemos la muerte. ¡Qué gran necedad es luchar y seguir haciendo resoluciones! Dios sabe que no podemos lograrlo; así que más nos vale que nos pongamos de acuerdo con El. El sabe que debemos morir. Si uno dice: “Amén, moriré”, todo queda resuelto. La cruz es la evaluación que Dios ha hecho de nosotros. A los ojos de Dios, no podemos lograrlo. El sabe que la única alternativa que tenemos es la muerte. Si viéramos las cosas desde el punto de vista de Dios, todo quedaría solucionado. Hermanos y hermanas, Dios debe llevarnos hasta el punto en que aceptemos el veredicto que emitió sobre nosotros.

Aquí vemos dos aspectos: primeramente Cristo murió, y nosotros fuimos crucificados, lo cual Dios ya llevó a cabo. En segundo lugar, nosotros tenemos que reconocer el hecho; tenemos que decir amén. Estos dos aspectos deben operar para que la obra de Dios pueda tener algún efecto en nosotros. Si constantemente tratamos de hacer el bien y de ser pacientes y humildes, la obra de Cristo no tendrá ningún efecto en nosotros. Nuestra determinación de ser pacientes y humildes sólo empeorará las cosas. Más bien debemos inclinar la cabeza y decir: “Señor, Tú dijiste que estoy crucificado; así que yo diré lo mismo. Dijiste que soy inútil, por lo tanto, yo confesaré lo mismo. Dijiste que no puedo ser paciente, así que no trataré de serlo. Dijiste que no puedo ser humilde, entonces dejaré de intentar serlo. Eso es lo que soy. Es inútil que siga tratando de tomar más determinaciones. Solamente sirvo para permanecer el la cruz”. Si hiciéramos esto, ¡Cristo viviría y se expresaría en nosotros!

No debemos pensar que esto es algo difícil de hacer. Todo hermano y hermana debería aprender esta lección cuando recibe la salvación. Desde el comienzo debemos aprender a no vivir por nuestra cuenta. En lugar de esto, debemos permitir que el Señor viva. El problema radica en que muchos creyentes no han abandonado las esperanzas que tienen en sí mismos. Todavía siguen tratando de resolver los problemas solos. El Señor Jesús no tiene ninguna esperanza en ellos, pero ellos todavía siguen luchando y procurando encontrar maneras de vivir como cristianos. Tropiezan una y otra vez, y siguen levantándose e intentando avanzar. Pecan vez tras vez, pero siguen haciendo resoluciones. Todavía tienen esperanzas en ellos mismos. El día vendrá en que Dios les concederá gracia y les abrirá los ojos. Ese día verán que así como Dios los considera un caso perdido, ellos también deben estar conscientes de que están desahuciados. Puesto que Dios dijo que la muerte es el único camino, también ellos deben decir que la muerte es el único camino. Sólo entonces acudirán a Dios y confesarán: “Tú me crucificaste, así que yo no deseo seguir viviendo. Con Cristo estoy juntamente crucificado. De ahora en adelante, ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.

Por años hemos estado equivocados. Hemos cometido muchos pecados y hemos estado atados por mucha debilidad, orgullo y mal genio. Es hora de que renunciemos a nosotros mismos. Debemos acercarnos al Señor y decir: “Ya fue suficiente; nada de lo que he tratado ha funcionado. Renuncio. Señor, toma Tú el control. Estoy crucificado. Desde ahora vive Tú en mi lugar”. Esto es lo que significa decir “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.

IV. VIVO POR LA FE DEL HIJO DE DIOS

La segunda parte de Gálatas 2:20 también es muy importante: “Y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios”. Cristo vive en nosotros. Por consiguiente, vivimos por fe en el Hijo de Dios. Creemos diariamente que el Hijo de Dios vive en nosotros. Le decimos al Señor: “Creo que Tú vives por mí; Tú eres mi vida. Creo que Tú vives en mí”. Cuando creemos esto, vivimos en conformidad con ello. No importa lo que suceda, no iniciaremos ningún movimiento. La lección fundamental de Romanos 7 consiste en que no debemos hacer resoluciones. La enseñanza básica radica en que es mejor no querer hacer nada, porque tal deseo es inútil. Puesto que es cualquier esfuerzo nuestro es inútil, debemos simplemente detener todos nuestros movimientos.

Con la tentación Satanás no se propone simplemente hacernos pecar, sino hacer que el viejo hombre en nosotros se mueva. Cuando nos llegue la tentación debemos rehusarnos a actuar y debemos decirle al Señor: “Esto no me corresponde a mí, sino a Ti. Acudo a Ti para dejarte vivir en mi lugar”. Aprenda siempre a acudir al Señor. Nunca trate de moverse por su propio esfuerzo. Somos salvos por la fe, no por las obras. Del mismo modo, nuestra vida se debe basar en la fe, no en las obras. Fuimos salvos cuando acudimos al Señor. Hoy también vivimos por acudir a El. De la misma manera que el Señor nos concedió la salvación sin necesitar ninguna de nuestras obras, así también nuestra vida hoy en la tierra depende del Señor solamente, y no necesita nuestra intervención. Debemos acudir al Señor nuestro salvador y decirle: “Señor vive solamente Tú; no voy a vivir yo”.

Si seguimos actuando por nuestras propias fuerzas después de decirle esto al Señor, lo habremos dicho en vano. Debemos suspender nuestra actividad si queremos que estas palabras tengan algún significado. Hermanos y hermanas, debemos recordar que el fracaso no proviene de que no hayamos hecho suficiente, si de que hemos hecho demasiado. Mientras el hombre siga esforzándose, la gracia de Dios no podrá operar ni perdonarle los pecados. De la misma forma, mientras el hombre esté ocupado en su propia obra tratando de hacerlo todo solo, la vida de Cristo no se manifestará. Esta es una regla. La cruz no tendrá ningún efecto en quienes confían en sus acciones. Mientras sigamos tratando de ser buenos, no seremos salvos. Pero cuando nos olvidemos de nosotros mismos y dejemos que el Señor actúe, seremos salvos. Lo mismo es válido en la actualidad. Si tratamos de hacer obras, en lugar de dejar que la cruz y la vida de Cristo operen en nosotros, nuestras palabras serán en vano. Debemos aprender a dictarnos sentencia a nosotros mismos y reconocer que nunca lograremos vencer por nuestros propios esfuerzos. No debemos tratar de hacer algo. Simplemente busquemos al Señor y digámosle: “Acudo a Ti, pues vives en mí. Vive en mi lugar. Vengo a Ti para obtener la victoria. Te pido que expreses Tu vida en mí”. Si decimos esto, el Señor lo hará por nosotros. Pero si nos convertimos en un estorbo para nuestra fe con nuestras propias obras, el Señor no podrá hacer nada. Tenemos que resolver este asunto de una vez por todas. Tenemos que creer diariamente y decirle todos los días al Señor de una manera definitiva: “Señor, soy inútil. Tomo Tu cruz. Señor sálvame de moverme. Sé mi amo y expresa Tu vida en mí”. Si podemos creer, esperar y confiar de esta forma, podremos testificar diariamente: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.