Watchman Nee Libro Book Cristo es nuestra sabiduría
CRISTO ES NUESTRA SABIDURÍA
CRISTO
ES NUESTRA SABIDURIA
Lectura bíblica: 1 Co. 1:30
La Biblia declara que Cristo es nuestra vida de muchas maneras. No obstante, el significado de la expresión “Cristo es nuestra vida” no es tan simple. Veamos 1 Corintios 1:30. Podemos dividir este pasaje en dos secciones. La primera dice: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jes&uactue;s”. Esto se refiere a la relación que nosotros tenemos con Cristo. La segunda dice: “El cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría”. Esto se refiere a la relación que Cristo tiene con nosotros. Dicho de otra manera, este versículo muestra que nosotros estamos en Cristo, y que Cristo está en nosotros. Debemos prestar atención a estos dos aspectos. Algunos cristianos dan énfasis al primer aspecto, y otros, al segundo. Si somos parciales y damos énfasis a uno de los dos, esto nos ocasionará problemas y afectará nuestra vida cristiana. Debemos tener un conocimiento apropiado de ambos. Debemos saber que estamos en Cristo y que El está en nosotros.
Dios nos dio al Señor Jesucristo, no como maestro ni como modelo, sino para que sea nuestra vida; de tal manera que Su vida se manifieste por medio de nosotros. Si no tenemos la vida de Cristo, no podemos ser cristianos. Sin embargo, si la tenemos y no sabemos cómo llegó a ser nuestra, no podemos manifestarla. ¿Cómo puede Cristo ser nuestra vida? Esta es una pregunta muy importante. El Señor Jesucristo es Dios y a la vez hombre. Entonces, ¿cómo puede El ser nuestra vida? Esto parece imposible. Nosotros no podemos solucionar este problema, pero Dios sí puede. El puede hacer lo que el hombre no puede. Dice 1 Corintios 1:30 que Dios hizo esta obra. Si no fuera así, Cristo no habría podido ser nuestra vida. La primera parte de este versículo dice: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesus”. Esto indica que la primera parte de la obra fue llevada a cabo por Dios. Y añade: “El cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría”. Esta segunda parte de la obra también fue realizada por Dios. Nosotros no podemos hacer que el Señor Jesus sea nuestra sabiduría; El “nos ha sido hecho sabiduría de parte de Dios”. Por lo tanto, el hecho de que Cristo sea nuestra vida, es algo que Dios mismo ha logrado. Nada de esto sería posible si Dios no lo hubiera hecho. Sin El no podemos hacer nada. Dios hizo que Cristo sea nuestra vida.
ES OBRA DE DIOS QUE ESTEMOS EN CRISTO
Dios desea que Cristo sea nuestra vida. Pero ¿qué hizo para lograr esto? El primero nos puso a nosotros en Cristo y luego puso la vida de Cristo en nosotros. Dios primero estructura nuestra relación con Cristo. Si no tenemos una relación con Cristo, no podemos tenerlo como nuestra vida. Primero nosotros somos puestos en Cristo y luego Cristo en nosotros. Este es el orden en que Dios act&uactue;a.
¿Por qué nos puso Dios en Cristo? Porque somos pecadores y tenemos la vida adámica. Así que, para que Dios pueda darnos una vida nueva, primero debe eliminar este problema. Pero Dios no puede llevar a cabo esto en nosotros directamente, porque si lo hiciera, moriríamos. Si Dios eliminara los pecados directamente en nosotros, moriríamos eternamente.
Por un lado, Dios quiere poner fin a nuestros pecados y a nuestra vida adámica; y por otro, no desea que muramos. ¿Qué hizo entonces? Nos puso en Cristo por medio de la operación de Su poder. Como resultado, todo lo que Dios hizo en Cristo resolvió nuestra situación. Todos nosotros estamos incluidos en Cristo, y todo lo que Dios hizo en El, llega a ser Su obra en nosotros. Cuando Dios juzgó a Cristo, el resultado fue el mismo que si nos hubiera juzgado a nosotros directamente. Esta es la verdad bíblica básica con respecto al Señor Jesus como nuestro salvador.
Dios le dijo a Adán en el huerto de Edén que si desobedecía Su mandato y comía del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, recibiría el juicio. ¿En qué consistía este juicio? Dios le dijo a Adán: “Porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Comer del fruto que Dios prohibió es pecado, y cuando uno peca, muere. La muerte es el castigo por el pecado. Si un hombre peca, será castigado. “Porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Esto significa que todo aquel que peca, muere. El hombre no debería pecar, porque el resultado del pecado es muerte. El pecado es un hecho inevitable, y el resultado ineludible es muerte. ¿Qué se debe hacer entonces? Por un lado, Dios tiene que eliminarnos por completo; y por otro, tiene que darnos vida. Esta es la &uactue;nica manera en que podemos ser salvos. Gracias al Señor que El estableció la salvación para nosotros. Esta incluye el envío de un salvador para que muera en nuestro lugar. Por eso Cristo nació para morir por nosotros. Sin la carne, no podría haberse realizado la muerte substitutiva. Cristo se hizo carne, y de esta manera fue posible que muriera por nosotros. Por medio de Su muerte llevó sobre Sí mismo nuestro castigo, lo cual produjo nuestra salvación. ¿Cómo pudo Cristo morir por nosotros? Lo pudo hacer porque Dios nos puso a todos nosotros en El. Esta enseñanza bíblica es crucial. No podemos comprender cómo ejerció Dios Su poder y autoridad para ponernos en Cristo. Todo lo que sabemos es que 1 Corintios 1:30 nos dice claramente que por El estamos en Cristo Jesus. “Por El [Dios]” significa que es Dios quien lo hizo.
¿Qué significa estar en Cristo? Explicaré esto con un ejemplo. Pekín produce entre sus artesanías cierta clase de cajas barnizadas, las cuales contienen otras cajas de menor tamaño. Cada caja contiene otra que embona perfectamente en su interior. Exteriormente hay una sola caja; pero cuando uno la abre, encuentra otra más pequeña adentro, y luego otra. Esta es la forma en la que nosotros estamos en Cristo. Estar en Cristo, contrasta con el hecho de que El está en nosotros. Como descendientes de Adán, todos estábamos en él. Adán es como la caja grande, y nosotros las cajas pequeñas. Todas las cajas pequeñas salieron de esa gran caja. Todos nosotros procedemos de él. Cuando se abre una caja, adentro se hallan muchas otras. Ponemos muchas cajas dentro de una, y sólo vemos una. Desde nuestra perspectiva, vemos muchos hombres individuales; pero desde la perspectiva de Dios, todos somos un solo hombre en Adán. Debido a que todos nosotros estábamos en Adán, “la desobediencia de un hombre” constituyó muchos pecadores. Y puesto que somos uno en Adán, todos nosotros estamos condenados. Dios nos salvó segun este mismo principio. El nos puso a todos en Cristo, y “por la obediencia de uno solo, los muchos serán constituidos justos”. Puesto que somos uno en Cristo, todos hemos recibido la justificación de la vida (Ro. 5:18-19). Dios nos ve a todos como una sola persona en Adán. De la misma manera, nos ve a todos como una sola persona en Cristo. Adán es como una caja grande, y Cristo como una segunda caja grande. Dios nos sacó de la primera y nos puso en la segunda. Somos uno en la primera gran caja, la cual representa a Adán, y también en la segunda, la cual representa a Cristo. La Biblia llama al Señor Jesus “el segundo hombre” y también “el postrer Adán” (1 Co. 15:47, 45). El Señor Jesus es el ultimo Adán, y Dios nos puso en El.
Cuando Jesus de Nazaret vivía en la tierra, era un solo individuo, pero cuando fue a la cruz, Dios nos incluyó a todos nosotros en El1. [Nota 1: Al hablar de la vida del Señor en la gloria, podemos decir que Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4). En ese entonces, el pecado no existía y la vida era Cristo. Después de que El murió y resucitó, impartió esta vida en quienes creen en El y estableció con ellos una relación personal. Cuando Cristo fue crucificado, la vieja creación fue juzgada. En ese momento Dios nos puso en El y nos unió a El (Ro. 6:3-6). Aunque el pecado ya había entrado en el hombre, la muerte de Cristo lo eliminó. La muerte y la resurrección de Cristo (1) pusieron fin al pecado y al viejo hombre, que habían sido introducidos por medio de Adán, y (2) nos dieron la vida eterna que existía desde antes de la fundación del mundo. En este librito damos énfasis al Cristo de Romanos 6; no hablamos del Cristo de antes de la fundación del mundo.] Por lo tanto, cuando Cristo fue crucificado, aquella cruz no fue sólo Su cruz, sino también la nuestra. Puesto que Dios nos puso en Cristo, la cruz ya no es sólo Suya; es una cruz de la que participan todos aquellos que están en El. Si Dios no nos hubiera puesto en Cristo, no tendríamos nada que ver con la cruz. Pero lo hizo, y por lo tanto, estamos estrechamente relacionados con ella. Agradezcamos y alabemos a Dios porque cuando Cristo fue crucificado fuimos incluidos en El. Su experiencia en la cruz llegó a ser la nuestra. Esto es lo que Romanos 6:6 quiere decir cuando declara: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”.
Si no estuviéramos en Cristo, no podríamos ser crucificados juntamente con El. Con base en esto alguien dijo: “Si no estamos en Cristo, no podemos morar en El”. Este es una concepto espiritual y bíblico. Debemos recordar que para andar con El, debemos andar en El. Si primero no estamos en El, no podemos andar con El. Esta es nuestra fe fundamental, la cual debemos entender claramente.
“Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesus”. Esto es algo exclusivamente realizado por Dios. Como nosotros no sabíamos esto, era necesario que la iglesia predicara el evangelio para que lo llegáramos a oír. La iglesia anuncia al hombre el hecho estremecedor de que Dios puso a la humanidad en Cristo. Por lo tanto, cuando el Señor Jesus fue crucificado y juzgado por Dios, el hombre también fue juzgado en El. Esto significa que el juicio sobre Cristo llega a todos los hombres, puesto que están relacionados con El. Este es el evangelio. El evangelio nos dice que Dios hizo algo en Cristo y que nos incluyó en El. Cuando Dios juzgó a Cristo, también nos juzgó a nosotros con El. Dios resolvió el problema del pecado y del yo. Gracias a Dios que morimos en Cristo. Esta es la razón por la que Romanos 6:11 dice: “Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesus”.
Hemos muerto en Cristo Jesus. ¿Qué debemos hacer después de conocer este hecho? Después de creer en este hecho, debemos expresarlo de alguna manera. Esta es la razón por la cual al creer en el Señor y ser salvos, deseamos ser bautizados. ¿Qué significa el bautismo? Es ser incluidos en Cristo Jesus y en Su muerte (Ro. 6:3-4). Dicho de otra manera, Dios nos puso en Cristo, pero nosotros tenemos que manifestar esto a otros. Nuestro bautismo muestra la manera en que fuimos puestos en Cristo. Cuando somos sumergidos en el agua, ¿nos quedamos ahí? No, salimos rápidamente. Salir del agua significa que hemos resucitado con Cristo. Por lo tanto, emerger del agua atestigua que El resucitó; o sea, que nuestro bautismo es la confirmación de la obra que Dios realizó por nosotros en Cristo. Es una representación espiritual que expresa físicamente lo que Dios hizo por nosotros en Cristo.
Cuando Cristo fue crucificado, Dios nos incluyó en El y terminó así con nuestro viejo hombre, el cual estaba en Adán. Dios puso fin a Adán. Esa cuenta se liquidó y se cerró. Anteriormente nos encontrábamos en Adán, y la unica forma de ser librados de él era la muerte. Al estar unidos a Cristo en Su muerte, somos terminados y librados de Adán. Este es el primer aspecto de la obra de Dios. El segundo aspecto consiste en poner a Cristo en nosotros. En 1 Corintios 1:30 dice: “El cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría”.
“NOS HA SIDO HECHO DE PARTE DE DIOS…”
Ya dijimos que estamos en Cristo. Ahora hablemos de Cristo en nosotros. ¿Cómo puede estar Cristo en nosotros? El está en nosotros debido a Su resurrección. Puesto que el Señor Jesus resucitó y ahora es el Espíritu Santo (no es simplemente un hombre, sino un hombre en el Espíritu), puede estar en nuestro interior. El Señor dijo que Su carne es verdadera comida y Su sangre verdadera bebida. Nosotros podemos comerle (Jn. 6:53-56). Si El continuara siendo un hombre tal como lo fue cuando estuvo en la tierra, no podría ser nuestra comida. Nosotros comemos el fruto del árbol de la vida; no el árbol mismo. Es imposible comerse un árbol. De la misma forma, no hay manera que una persona entre en otra. Cuando el Señor Jesus estuvo en la tierra, El fue como el árbol de la vida; no podía entrar en nosotros. Si el Señor Jesus no hubiese resucitado y sólo fuera el Jesus que vivió en la tierra, permanecería siendo igual. Lo mismo sucedería conmigo, no habría manera de recibirlo. Por muy santo y precioso que sea Jesus de Nazaret, si sólo es un hombre, es imposible que entre en nosotros. Pero gracias al Señor que hoy El no es sólo un hombre. Por morir y resucitar como el Espíritu Santo, ha venido a ser el Señor a quien podemos recibir. El Espíritu Santo es el propio Señor en otra forma (Jn. 14:16-20). Otro nombre del Espíritu Santo es “el Espíritu de Jesus” (Hch. 16:7). También es llamado “el Espíritu de Cristo” (Ro. 8:9). Cuando el Señor Jesus llegó a ser el Espíritu, vino a ser el Señor a quien posemos recibir. Si no hubiera llegado a ser tal, no lo podríamos disfrutar. Cristo resucitó y llegó a ser el Espíritu Santo. Cuando recibimos al Espíritu Santo, recibimos a Cristo. De la misma manera, cuando recibimos al Hijo, recibimos al Padre. Cuando los hombres de antaño veían al Padre, veían al Hijo. Lo mismo sucede ahora; cuando los hombres conocen al Espíritu, conocen al Hijo. El Señor Jesus resucitó y es el Espíritu Santo. Por lo tanto, podemos recibirlo como vida. Todos los que han recibido al Señor Jesus, han recibido esta experiencia divina, sea que lo entiendan o no.
Dios nos ha puesto en Cristo y ha hecho que El sea nuestra sabiduría. Ninguna de estas dos cosas las llevamos a cabo nosotros. Así como no podemos entrar en Cristo por nuestro propio esfuerzo, de la misma manera, no podemos poner a Cristo en nosotros. Sólo Dios puede llevar a cabo estas cosas.
Cristo nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría. ¿Qué significa esto? Primero quiero hacer notar la puntuación de la segunda parte de 1 Corintios 1:30. Nótese los dos puntos después de las palabras “hecho de parte de Dios sabiduría”. Esto significa que la sabiduría incluye los siguientes asuntos: justicia, santificación y redención. En 1 Corintios 1—3 se mencionan la sabiduría de Dios y la del hombre. La sabiduría es el tema central, mientras que la justicia, la santificación y la redención, explican cómo Cristo llega a ser nuestra sabiduría.
¿Qué significa este versículo? Para poder entenderlo, primero debemos saber lo que es la vida. Supongamos que una tentación viene y lo provoca a usted. Sabe que debe ser paciente. ¿Pero de dónde sale esta paciencia? La vida la provee. Usted debe tener vida para poder usar dicha paciencia. Si no tiene vida, si está muerto, no puede ser paciente. La paciencia la suministra y la sustenta la vida. Sabemos que no es bueno ser perezoso y quisiéramos ser diligentes. Si uno es diligente, su vida lo hace diligente. Supongamos que alguien se encuentra en apuros y deseamos mostrarle amor y ayudarlo. ¿De dónde sale tal amor? Es la vida la que nos compele a amar. Por lo tanto, la reacción interna que se produce cada vez que nos enfrentamos con estas situaciones, proviene de nuestra vida. A cada momento de nuestra vida nos enfrentamos con situaciones y con exigencias del mundo exterior que nos obligan a reaccionar. El origen de estas reacciones es la vida. Sin la vida, no podemos reaccionar. Sólo reaccionamos cuando hay vida. Momento a momento nuestra vida actua.
Dios nos dio a Cristo no sólo para que muriera en la cruz por nosotros, sino también para que fuera nuestra vida. En principio, nuestra reacción a todas las exigencias que se nos presentan provienen de nuestra vida; actuamos conforme a nuestra propia vida. Si nuestra vida es suficientemente fuerte, podemos superar cualquier situación que se nos presente, de lo contrario nos derrumbaremos. Nuestra vida reacciona y se enfrenta con los asuntos externos. Pero Dios nos dio a Cristo para que sea nuestra vida. Antes de recibir al Señor Jesus vivíamos por nuestra cuenta. Pero después de recibirlo, Dios desea que El viva en nosotros y por nosotros. Cuando el Señor Jesus se vuelve nuestra vida, ya no tenemos necesidad de vivir conforme a nuestra vida original. El Señor Jesus no nos da mandamientos, sugerencias ni enseñanzas que debamos llevar a cabo, sino que viene a sea nuestra vida interna y lo hace todo en nuestro lugar, para que podamos vivir por Su vida. Anteriormente reaccionábamos a las circunstancias con nuestra propia vida, pero ahora debemos permitir que sea la vida de Cristo la que responda.
Ya que entendemos lo que significa que Cristo sea nuestra vida, pasemos al asunto de que Cristo llega a ser nuestra sabiduría de parte de Dios. Hermanos, si ustedes han sido creyentes por muchos años, deben saber contestar con claridad estas preguntas cruciales. ¿Tienen una sabiduría aparte de la suya propia? ¿Han recibido al Señor Jesus como su sabiduría? ¿Han tomado alguna vez al Señor como su sabiduría? ¿Cuánto han llegado a conocer en realidad al Señor Jesus? La Biblia no dice que el Señor Jesus nos da sabiduría, ni que Dios nos da la sabiduría del Señor Jesus. Tampoco dice que aunque una vez éramos ignorantes, ahora podemos entender y saber cómo hablar y actuar gracias a que Dios nos dio sabiduría. No, la Biblia no dice esto; dice que Cristo viene a ser nuestra sabiduría de parte de Dios. La frase “viene a ser” es muy importante, es la mejor expresión. Podemos tomar la historia de Moisés y Aarón como un ejemplo de este hecho. Moisés tenía temor de hablar a los israelitas debido a su falta de elocuencia. El usó el pretexto ante Dios de que tenía dificultad para expresarse por causa de un defecto del habla. ¿Qué le respondió Dios? Le dijo: “¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? … él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca…” (Ex. 4:14, 16). ¿Significa esto que cuando Aarón llegó a ser la boca de Moisés, éste se volvió elocuente? No, Aarón sólo hablaba por él, pero Moisés siguió siendo el mismo (por supuesto que Moisés habló en otras ocasiones). Cuando la elocuencia de Moisés faltó, pidió a su hermano Aarón que hablara por él. Este es el significado de que Aarón fuera la boca de Moisés. Aarón era la boca de Moisés, pero la elocuencia era de Aarón, no de Moisés. Moisés necesitaba que Aarón hablara por él debido a que él no se expresaba muy bien. Esto no significa que Moisés se volvió elocuente cuando tomó a Aarón como su portavoz.
Con esto en mente, veremos lo que significa que Cristo llegue a ser nuestra sabiduría de parte de Dios. No quiere decir que Dios nos ha hecho sabios; sino que, aunque somos ignorantes, permitimos que el Señor sea nuestra sabiduría. En un principio, cuando se nos presentaban las exigencias del mundo, reaccionábamos por nuestra propia cuenta. Pero ahora sabemos que no somos capaces de enfrentarlas y que no debemos reaccionar por nuestra propia cuenta. ¿Qué debemos hacer entonces? Debemos permitir que la vida del Señor reaccione por nosotros. Este no es asunto de ser mejores por nuestros medios; sino de que el Señor viva por nosotros. El habla de Moisés no mejoró cuando Aarón habló en su lugar como vocero. El hecho de que Cristo sea nuestra sabiduría es comparable con el caso de Aarón y Moisés. Supongamos que tenemos que hablar ante alguien. ¿Qué haremos cuando no podamos expresarnos? Podemos pedir que otro hable por nosotros. Ya que no podemos hablar, debemos permitir que otro lo haga en nuestro lugar. Mientras él habla, nos callamos. Seguimos siendo los mismos. No debemos pensar que una vez que Cristo viene a ser nuestra sabiduría, nos volvemos sabios. Debemos recordar que aun cuando Cristo se sea nuestra sabiduría, seguimos siendo incapaces de actuar por nosotros mismos 2. [Nota 2: Cuando Cristo vive en nosotros, El vive en nuestro lugar. Nuestra única responsabilidad es obedecerle sin ofrecer ninguna resistencia. No obstante, obedecerle no produce ningún cambio intrínseco en nosotros. Por supuesto, esto es sólo parte del cuadro completo. Por muchos años de obediencia y cooperación, y al ser llenos de la vida de Dios, los atributos de Su vida gloriosa serán forjados en nuestra alma. Como consecuencia, se desarrollará un nuevo carácter en nosotros. De este modo, nuestra constitución será transformada. Esta es la obra del Espíritu Santo, la cual nos hace piedras preciosas, y además es la transformación de gloria en gloria en la gloria del Señor, en la cual todas las partes de nuestra alma serán glorificadas (2 Co. 3:18).]
En Gálatas 2:20 dice: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” Este es un hecho que nos muestra la forma en que el cristiano debe vivir. No debe hacer nada por sí mismo, sino que debe permitir que Cristo lo haga todo por él. Dicho de otra manera, es dejar que Aarón hable mientras Moisés permanece callado. Algunas personas no son elocuentes y piden ayuda, pero mientras su vocero habla, ellas no están satisfechas e interrumpen con frecuencia. Esto hace difícil hablar por ellas. Cuando Moisés vio que no era capaz de hablar, tomó a Aarón para que fuera su portavoz. Gracias al Señor que éste es el camino de la salvación. Dios no cambió la boca de Moisés, sino que le dio una nueva boca. Dios no cambia las bocas de las personas, sino que les da una nueva. El no transforma al hombre insensato en sabio; sino que hace que Cristo mismo venga a ser su sabiduría. Hermanos, esto es la salvación. Dios no transforma a hombres ignorantes en sabios; lo que hace es lograr que Cristo llegue a ser su sabiduría; Cristo mismo vino a ser nuestra sabiduría de parte de Dios.
Supongamos que tenemos que resolver un asunto que requiere sabiduría. Uno trata de resolverlo de diferentes maneras, pero no lo logra. Su mente limitada queda exhausta sin la solución. Entonces dice: “Señor, soy ignorante, si alguien no me ayuda, no podré lograrlo. Sólo puedo confiar en ti, hazlo por mí”. Una vez que uno deposita su confianza en el Señor, El mismo lo guiará a hacer o decir lo que debe. Tal vez uno no esté consciente de la sabiduría con que está actuando en tal asunto. Pero posteriormente, cuando lo haya hecho, dirá: “Lo que hice fue algo que yo no podría haber hecho por mi cuenta”. Esto no quiere decir que usted haya mejorado; sino que el Señor mismo actuó como su sabiduría. Esto es lo que significa que Cristo sea nuestra sabiduría. Antes teníamos que resolver solos los asuntos, aunque no fuéramos capaces; pero ahora permitimos que Cristo sea nuestra sabiduría. Debemos tener presente que no es la sabiduría de Cristo la que se convierte en nuestra sabiduría, ni que Cristo nos da sabiduría con el fin de que nos volvamos sabios, sino que El mismo llega a ser nuestra sabiduría. La sabiduría pertenece al Señor y no a nosotros. Hermanos, si llegamos a entender la frase “Cristo es nuestra sabiduría”, podremos vivir una vida apropiada delante del Señor.
Ya hemos dicho que Cristo llega a ser en nuestra sabiduría mediante tres asuntos: justicia, santificación y redención. ¿Cuál es el significado de estos asuntos? Primero hablaremos de lo que es la justicia.
Cristo ha sido hecho nuestra justicia
Para presentarnos delante de Dios se requiere justicia, la cual está relacionada con Dios. Si no tuviéramos que presentarnos ante El, el asunto de la justicia no nos preocuparía. Cuando hablamos acerca de Dios, pensamos en la justicia. Por ejemplo, cuando tenemos compromisos sociales, pensamos en vestir apropiadamente. De la misma manera, cuando un hombre se presenta ante Dios, debe tener justicia, pues sin ésta, nadie puede ver a Dios. Debido a que la justicia es fundamental en la vida cristiana, se relaciona con la forma en que nos presentamos ante Dios cada vez que nos acercamos a El. Si un creyente no ha resuelto este asunto, no tiene una base sólida; duda acerca de la justicia y no puede acercarse a Dios con confianza. Es posible que tenga un deseo genuino de crecer y avanzar en el camino del Señor, pero vacila y experimenta altibajos, principalmente por causa de su falta de claridad acerca de la justicia. La justicia es un asunto sencillo pero fundamental. Hermanos, si no vemos claramente este asunto no tendremos paz y siempre tendremos dificultades.
En muchas ocasiones nos sentimos inseguros de la manera en que podemos acercarnos a Dios, y por eso tomamos nuestra buena conducta como justicia y base. Algunos hermanos creen que sólo si actualmente estan bien y observan buena conducta, están en el marco de la justicia. Tales hermanos toman su conducta como justicia.
El día que Dios abra nuestros ojos, entenderemos que para El nuestra justicia no tiene nada que ver con nuestra conducta y que éstas son dos cosas completamente diferentes. La luz de Dios opera en nosotros como un cuchillo que separa nuestra conducta de nuestra justicia. Anteriormente creíamos que cuando veníamos a Dios, nuestra conducta era nuestra justicia. Pero ahora vemos que para acercarnos a Dios, nuestra justicia es Cristo. Nuestra justicia ya no es nuestra conducta, sino Cristo. Gracias al Señor que ante Dios nuestra justicia es Cristo. Podemos mejorar nuestra conducta pero no nuestra justicia, pues ésta siempre es perfecta. Como nuestra justicia es Cristo, podemos acercarnos a Dios por medio de ella. Nuestra conducta no está libre de transgresiones; pero damos gloria al Señor porque nuestra justicia sí lo está, pues nuestra justicia es Cristo.
Debemos entender que el hecho de que Cristo sea nuestra justicia es la salvación más grande. Dios ha resuelto el asunto de la justicia por nosotros. Debido a esto, nuestra posición delante de El está segura. Hermanos, debemos tener buena conducta y actuar bien. Además, debemos servir a Dios y ser diligentes en llevar la cruz. Pero aunque nuestra conducta mejore cada vez más, nuestra justicia delante de Dios no puede ser mejor. Los medios por los que somos dignos de presentarnos ante Dios hoy, serán los mismos dentro de diez o veinte años; pues nuestra justicia delante de Dios no es nuestra conducta, sino Cristo. Si alguien no recibe la revelación de que Cristo es su justicia, no será capaz de acercarse confiadamente a Dios. Necesitamos ver que la persona de Cristo es nuestra justicia. Debemos recordar que cuando nos presentamos ante Dios, nuestra justicia no es nuestra buena conducta, pues nuestra justicia no es una cosa sino una persona, Cristo.
Cristo ha sido hecho nuestra santificación
Delante de Dios no nos justifica nuestra buena conducta. Sin embargo, no debemos ser descuidados. Nuestra justicia delante de Dios está asegurada, pero ¿qué debemos hacer con respecto a nuestra conducta y nuestro modo de vivir? Debemos tener presente que Dios no sólo ha hecho a Cristo nuestra justicia, sino también nuestra santificación, la cual tampoco es una cosa ni una condición, sino una persona, Cristo. Dios ha hecho a Cristo nuestra santificación.
Algunos cristianos tienen ciertos conceptos acerca de la santificación. Piensan que Cristo les ayuda a ser santos. Esto implica que no son santos, pero llegarán a serlo con la ayuda de Cristo. En 1 Corintios 1:30 se nos dice que Dios ha hecho a Cristo nuestra santificación. No tenemos que tratar de santificarnos por nuestros propios esfuerzos ni con la ayuda de Cristo, pues Cristo mismo es nuestra santificación. Nuestra santificación es la persona de Cristo, no Su ayuda.
Otras personas piensan que la santificación se obtiene gracias a que Cristo les da el poder para hacerlo. Oran pidiendo que el Señor les conceda tal poder, para así poder santificarse. Pero la Palabra de Dios no dice esto, sino que claramente establece que Dios ha hecho a Cristo nuestra santificación. Nuestra santificación es un don, una persona, y no el resultado del poder de Dios. Si no tenemos esta visión, no podremos ver la gran diferencia que existe entre estos dos conceptos; no es algo que nuestra mente pueda entender. Si no tenemos la revelación, aun si pudiéramos entender esto con nuestra mente, sería inutil. Necesitamos la luz de Dios para ver que Cristo no nos ayuda a ser santos, ni nos da el poder para lograrlo, sino que El es nuestra santificación.
Otros cristianos creen que la santificación tiene dos aspectos: el poder de la santificación y el fruto de ésta. Piensan que para que la santificación produzca fruto, necesitan el poder. Si esta teoría fuera válida ¿en dónde quedaría Cristo? ¿A un lado del poder, capacitándonos para que seamos santos? Lo que dice Dios en 1 Corintios 1:30 es totalmente diferente. Cristo no vino a ser nuestro poder de santificación, ni tampoco a producir la santificación con Su poder; El mismo es nuestra santificación. Tengo que exclamar ¡Aleluya! Cristo es nuestra santificación. Si la santificación fuera una cosa, la Palabra de Dios nos diría que esa cosa es Cristo. Hermanos, lo que consideramos una cosa es en realidad una persona viviente. Nuestra santificación es una persona: Cristo.
Tomemos la humildad como ejemplo. Supongamos que yo soy una persona muy orgullosa. Aunque estoy consciente de mi orgullo, no puedo humillarme por mí mismo. Así que oro: “Dios, ten misericordia de mí; te ruego que envíes al Señor Jesus a ayudarme para que yo pueda ser humilde”. Hermanos, ¿pueden ver que con esta oración lo que pretendo es que Cristo me ayude a ser humilde? Dios no nos salva de esta manera. Dios no le pide a Cristo que nos ayude a ser humildes, sino que nos da a Cristo para que El sea nuestra humildad. Hermanos, ¿tiene poder el Señor Jesus? Sí, todos sabemos que lo tiene. ¿Nos ha dado ese poder? Sí, por supuesto que nos lo ha dado. ¿Entonces por qué seguimos siendo tan débiles? Debemos entender que Dios ya nos dio todo el poder y que este poder es una realidad, pero no podemos utilizarlo. Si por el poder del Señor intentamos ser humildes, nos daremos cuenta de que no podemos lograrlo. Lo unico que podemos hacer es algo externo y considerarlo como humildad. Sin embargo, interiormente sabemos que eso no es genuino. La Palabra de Dios nos enseña que nuestra humildad no es el poder de Cristo, sino Cristo mismo.
¿Por qué decimos que la humildad es el Señor mismo? Porque en nosotros no hay humildad ni la podemos producir por nosotros mismos. Aunque el Señor nos diera el poder para humillarnos, aun así no podríamos ser humildes. Lo unico que podemos decir es: “Señor, Jesus; eres mi humildad. Te doy la libertad en mi vida para que seas mi humildad”. ¿Cuál es el significado de que Cristo sea mi humildad? Significa que deseo que Cristo me reemplace y exprese Su humildad en mí. Si pedimos el poder de Dios para ser humildes, tal vez podamos humillarnos por algun tiempo, pero tal humildad será sólo el resultado de un buen comportamiento, de una buena actitud y de una buena intención; pero no será Cristo. Sin embargo, cuando pedimos que el Señor sea nuestra humildad, acudimos a El y le decimos: “Señor, no tengo ninguna humildad en mí mismo, y aun si me dieras el poder para humillarme, no podría hacerlo. Por lo tanto, Señor, te pido que seas mi humildad, que seas humilde por mí”. Después de acudir al Señor, espontáneamente empezamos a ser humildes. Tal humildad no será una labor, sino una persona viviente: Cristo mismo.
Tomemos el caso de la paciencia. Yo no tengo nada de paciencia. Mi paciencia es Cristo. Esto mismo se aplica a la mansedumbre, pues tampoco puedo ser manso. Mi mansedumbre también es Cristo. Hermanos, ¿podemos ver esto? Dios ha hecho a Cristo mi paciencia y mi mansedumbre. Todas nuestras virtudes son Cristo. Las virtudes cristianas son diferentes de las virtudes humanas comunes. Estas son individuales, pero aquéllas no son ni individuales ni fragmentarias, sino una persona viviente: Cristo mismo. Nuestra virtud no es un conjunto de cualidades sino una sola entidad. No son experiencias fragmentarias, sino una persona. Por lo tanto, si no tenemos a Cristo, no tenemos nada.
Cuando tenemos a Cristo como nuestra vida interior, El responde a todas las exigencias externas. Esta vida es una sola, pero segun las diversas circunstancias, se manifiesta en diferentes formas. Cuando el orgullo se presenta, Cristo se manifiesta como nuestra humildad. Si tenemos ansiedad, Cristo se expresa como nuestra paciencia. Y si el celo se levanta, El se manifiesta en forma de amor. De esta vida brotan todas las virtudes. Debido a que las circunstancias son variables, la manifestación de esta vida también varía. A diario nos encontramos con distintas situaciones, y el Señor responde a ellas expresando Sus diversas virtudes. De aquí que las muchas virtudes del creyente no corresponden a su propio comportamiento, sino a la respuesta de Cristo con Sus diversas manifestaciones. Esto es lo que significa que Cristo fue hecho nuestra santificación.
Por lo tanto, la vida cristiana es un asunto que depende de cuánto sabemos de Cristo, no de nuestra humildad ni paciencia ni mansedumbre. Todo depende de Cristo. Cuanto más conocemos al Señor, más se manifiestan Sus virtudes en nosotros. Los demás pueden pensar que tales virtudes son nuestras, pero nosotros sabemos que son Cristo. Todas las virtudes del creyente son sólo Cristo. Hermanos, cuanto más conozcamos a Cristo, más veremos que nuestras virtudes son el fluir de El. La paciencia de la hermana Wang es Cristo y la paciencia del hermano Chang también es Cristo. Ni el amor del hermano Chow, ni la mansedumbre de la hermana Hu ni la humildad de la hermana Liu son virtudes diferentes; todas son Cristo. Las virtudes manifestadas en distintas personas pueden ser diferentes, pero todas ellas son Cristo. ¡Aleluya! ¡Todas nuestras virtudes son Cristo! Todo lo que fluye de nuestro interior es Cristo. Las condiciones pueden variar, pero la provisión interior es la misma. Las manifestaciones exteriores son diferentes, pero la naturaleza intrínseca es la misma. Las virtudes cristianas no son producto de lo que uno hace, sino el fluir de la vida de Cristo. Es Cristo reflejado en nosotros. Hermanos y hermanas, una vez que comprendamos esto, levantaremos nuestro rostro al Señor y diremos: “Antes trataba de ser cristiano por mis propios medios, pero estaba equivocado. Señor, gracias porque ahora entiendo que eres mi santificación. Deseo que vivas y te expreses en mí”.
Cristo ha sido hecho nuestra redención
Cristo no sólo ha venido a ser nuestra justicia y nuestra santificación de parte de Dios, sino también nuestra redención. Redimir es pagar para recobrar algo, o libertar a alguien pagando un rescate. Existen tres elementos indispensables en todo acto de redención. El primero es la persona redimida, el segundo es la persona que redime y el tercero es el precio de esa redención. Todos los redimidos fueron primeramente vendidos al pecado (Ro. 7:14) y esclavizados por éste. Pero el Señor Jesús pagó el precio con Su sangre (Mt. 20:28; Mr. 10:45; 1 Ti. 2:6) y nos redimió de la maldición de la ley (Gá. 3:13). Esto nos muestra que el Señor es nuestro Redentor.
Sigamos un paso más adelante. El Señor Jesus no sólo es nuestro Redentor sino también nuestra redención. Si unicamente fuera nuestro Redentor, permanecería separado de los redimidos, a pesar de la cercana relación de gracia que existe entre ambas partes, pues nos salvó. El Señor Jesus no sólo es nuestro Redentor, sino también nuestra redención. Lo cual significa que al ser redimidos no nos unimos a una cosa, sino a una persona. Cuando fuimos redimidos, el Señor se hizo uno con nosotros; El y nosotros llegamos a ser uno. Nuestra redención es una persona. Cuando lo experimentamos como nuestra vida, obtenemos redención, pues El es esta redención. Nuestra redención es una persona que está unida a nosotros.
Cristo ha venido a ser nuestra redención. Por lo tanto, todos los que han sido lavados por la sangre pueden acercarse confiadamente a Dios. Mientras Dios juzga a los pecadores, El puede con justicia pasar de largo sin juzgar a aquellos que están bajo la sangre del Cordero (Ex. 12:12-13; Ro. 3:25-26). Todos los redimidos han experimentado una redención completa. Cuando Dios los mira, no ve a las personas, sino a Cristo. Cristo es el Cordero sacrificado; Su sangre elimina delante de Dios la lista de pecados del hombre. Cuando alguien se acerca a Dios por medio de Cristo, Dios ya no lo condena, pues Cristo ha satisfecho, en lugar del hombre, Sus justos requerimientos. Cristo sufrió el castigo por el pecado en lugar del hombre. Por eso, cuando éste recibe a Cristo, obtiene la redención. Cuando Dios ve a Cristo, ve la redención.
Cristo no sólo es nuestra redención ante Dios, sino también la redención en nosotros. Cristo como nuestra redención interior está particularmente relacionado con nuestro cuerpo. La redención interior no sólo nos libera de la ley del pecado en nuestros miembros (Ro. 7:23; 8:2), sino que llega a ser la vida de nuestro cuerpo. Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesus mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesus vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Esto no significa que resucitaremos después de morir, sino que El dará vida a nuestros cuerpos mortales hoy. En 2 Corintios 4:10-11 dice: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesus, para que también la vida de Jesus se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesus, para que también la vida de Jesus se manifieste en nuestra carne mortal”. Es digno de notarse que el versículo 11 parece una repetición del versículo 10, pero en realidad no lo es. El versículo 10 dice que la vida de Jesus se manifiesta en nuestro cuerpo, mientras que el 11 dice que la vida de Jesus se manifiesta en nuestra carne mortal. Puede ser que en muchos creyentes la vida de Jesus se manifieste en sus cuerpos, pero no en su carne mortal. Hay una gran diferencia. Muchos creyentes son obedientes y pacientes en tiempos de enfermedad; y no se muestran ansiosos ni murmuran. Sienten la presencia del Señor, y en la expresión, en la voz y en las acciones manifiestan las virtudes de Cristo. La vida de Jesus se manifiesta en sus cuerpos por medio del Espíritu Santo. Sin embargo, no saben que el Señor Jesus puede sanar sus enfermedades, ni que la vida del Señor Jesus también afecta el cuerpo de humillación. Reciben gracia del Señor para soportar el dolor, mas no reciben la sanidad. Tienen la experiencia del versículo 10, pero no la del versículo 11. Hermanos, tenemos que darnos cuenta que Cristo es la redención de nuestro cuerpo. El hecho de que nuestro cuerpo mortal sea vivificado no significa que la naturaleza del cuerpo cambie, ni que nos volvamos inmortales. La naturaleza del cuerpo permanece igual, pero una vida nueva abastece y fortalece el cuerpo. Al principio, la vida natural era la fuerza de nuestro cuerpo; pero ahora somos abastecidos por la vida de Cristo. Cuando la vida de resurrección de Cristo sustenta nuestro cuerpo, lo capacita y lo fortalece para actuar.
Es grandioso que Cristo venga a ser nuestra redención. Cristo como nuestra redención no sólo llega a ser la vida de nuestro cuerpo, sino que además nos proporciona una gran esperanza para el futuro, “la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:21-23; 1 Co. 15:50-54; Fil. 3:21). Un día Dios nos mostrará la forma en que redimió la creación y la manera en que nos adquirió. En aquel día nuestros cuerpos serán redimidos y la corrupción se vestirá de incorrupción; entonces no estaremos más bajo la esclavitud de la corrupción, pues entraremos a la libertad de la gloria. Los muertos serán resucitados y todos seremos transformados. Nuestro cuerpo de humillación será transfigurado y conformado al cuerpo de la gloria Suya. Entonces veremos que nuestra redención es Cristo. ¿Quiénes tienen la seguridad de que participarán de la primera y mejor resurrección, y de que sus cuerpos serán transfigurados en aquél día? Nosotros creemos y estamos seguros de esto porque Cristo es nuestra redención.
En 1 Corintios 15:42-44 vemos que cuando un creyente muere, no es sepultado sino “sembrado”. Todos sabemos que enterrar y sembrar son dos cosas completamente diferentes. Por ejemplo, si enterramos un pedazo de cobre, éste no retoña. Pero si sembramos un grano de trigo, después de algunos días retoñará. Cuando un creyente muere, no lo enterramos como un pedazo de cobre; lo sembramos como un grano de trigo, el cual un día surgirá de nuevo. Puede “retoñar” porque tiene la vida de Cristo en su interior. La muerte no puede aprisionar esta vida, ya que la vida de Cristo es la vida de resurrección, la cual está en los creyentes. Esta es la razón por la un día resucitaremos. Cristo nos hará crecer porque El es nuestra redención. La muerte no puede aprisionar a Cristo. Todo el que ha sido regenerado tiene a Cristo en su interior, quien es su redención, y por lo tanto, heredará un cuerpo resucitado e incorruptible, glorioso, fuerte y espiritual.
Eso no es todo. Debido a que Cristo es nuestra redención, algunos creyentes no experimentarán la muerte porque serán arrebatados. En cierta ocasión una niña le preguntó a un predicador: “¿Se requiere mucha fuerza para ser arrebatado?” Es normal que un niño piense así, pero nosotros sabemos que el arrebatamiento no es lo que nosotros pensamos. Un creyente será arrebatado simplemente porque Cristo está en él y es su redención.
La vida cristiana se basa en que Cristo es nuestra vida. El primer paso de nuestra salvación es la regeneración, y el ultimo es la redención de nuestro cuerpo; pero la base es Cristo como vida. La relación que existe entre Cristo y nosotros es una relación de vida, una relación inquebrantable. Cristo no está fuera de nosotros, sino en nosotros como nuestra vida. Una relación en vida no se puede quebrantar. Si no hemos recibido a Cristo como vida, nada nos une a El. Pero ya que lo hemos recibido como nuestra vida, tenemos una estrecha relación con El. Cuando Adán pecó, Dios inmediatamente salvaguardó el acceso al árbol de la vida poniendo querubines y una espada encendida que se revolvía por todos lados (Gn. 3:24). Esto se debió a que si Adán hubiese comido el fruto del árbol de la vida, habría entrado en una relación perdurable con Dios. Agradecemos a Dios porque nuestra relación con Cristo es una relación inquebrantable, una relación que Adán jamás tuvo. La relación que existe entre Dios y nosotros no la quebranta ni el propio Dios. Esta vida permanece en nosotros y nos conduce a la gloria y la eternidad. ¡Qué gran poder y cuán gloriosa esperanza!
Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos que Dios nos puso en Cristo e hizo que fuese nuestra sabiduría, justicia, santificación y redención. Que el Señor nos muestre que de todos los dones que nos ha concedido, ninguno es tan maravilloso como Su Hijo. Ojalá veamos que Cristo no es un solo don, sino muchos. Debemos aprender a conocer a Cristo como nuestra justicia, santificación y redención, y debemos permitir que el Señor nos rescate de la ignorancia y las tinieblas, para que entendamos que en la esfera espiritual solamente existe Cristo.