Watchman nee Libro Book cap.8 El hombre espiritual
LA JACTANCIA DE LA CARNE
SEGUNDA SECCIÓN.
CAPÍTULO CUATRO.
LA JACTANCIA DE LA CARNE
EL OTRO ASPECTO DE LA CARNE.
Los aspectos antes mencionados ¿incluyen todas las obras de la carne? Aparte de ellos, ¿existen otras obras de la carne? ¿Deja la carne de estar activa bajo el poder de la cruz? Lo que se dijo anteriormente principalmente recalca el aspecto de los pecados de la carne, es decir, la lujuria del cuerpo humano, pero no el otro aspecto de la carne. Ya dijimos que la carne incluye las obras del alma y la concupiscencia del cuerpo. Examinamos al cuerpo en detalle; pero no hemos hablado específicamente con respecto al alma. En cuanto al cuerpo, el creyente debe deshacerse de todos sus pecados y corrupción; del mismo modo, el creyente debe rechazar las obras del alma, las cuales ante Dios no son menos corruptas que las del cuerpo.
La Biblia dice que las obras de la carne son de dos clases (aunque ambas son de la carne): las obras injustas y las que la carne considera justas. La carne no solamente engendra pecados sino también justicia. No solamente es vil, ya que también puede ser noble. No sólo tiene lujuria, sino también buenos pensamientos. Todo esto estudiaremos más adelante.
La Biblia utiliza la palabra carne para designar la vida y la naturaleza corrupta del hombre, es decir, el alma y el cuerpo. Cuando Dios creó al hombre, puso su alma entre el espíritu y el cuerpo, es decir, entre lo que es divino y espiritual y lo sensual y físico. La tarea del alma es vincular el espíritu y el cuerpo, dándole a cada uno su lugar correspondiente, capacitándolos para comunicarse entre sí y para que mediante esta armonía el hombre pueda obtener la unidad del espíritu y el cuerpo. Pero el alma cede a las tentaciones que se suscitan en los sentidos, escapa de la autoridad del espíritu y se somete al control del cuerpo. El alma y el cuerpo unidos constituyen “la carne”, la cual no sólo carece de espíritu, sino que además se opone al espíritu. La Biblia dice: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu” (Gálatas. 5:17).
La oposición de la carne contra el espíritu y contra el Espíritu Santo tiene dos aspectos. Cuando la carne peca, se rebela contra Dios e infringe Su ley y se opone abiertamente al espíritu. Pero cuando la carne hace el bien, obedece a Dios y hace la voluntad de Dios, también lo hace en enemistad contra el espíritu. El cuerpo, como parte de la carne, está lleno de pecado y de lujuria; así que, cuando se expresa a sí mismo, comete multitud de pecados, contristando al Espíritu Santo. Sin embargo, el alma, como parte de la carne, no es tan corrupta como el cuerpo. El alma es el principio de vida del hombre; es su yo y consta de las facultades de la voluntad, la mente y la parte emotiva. Desde el punto de vista del hombre, no todas las obras del alma son corruptas, pues ella se centra solamente en los pensamientos, las ideas y las preferencias de la persona. Aunque estos pecados giran en torno al yo, no son necesariamente viles. Lo que caracteriza las obras del alma es la independencia la dependencia de uno mismo. Aunque la conducta de esta parte de la carne no es tan vergonzosa como la otra, de todos modos es enemiga del Espíritu Santo. Debido a que la carne se centra en el yo, la voluntad propia se levanta por encima de la voluntad de Dios. Aunque sirve a Dios, no lo hace según El, sino según sus propias ideas. Hace lo que es bueno a sus propios ojos y toda su conducta se origina en el yo. Aunque la carne no haya cometido nada que el hombre considere pecaminoso; incluso pudo tratar de cumplir los mandamientos de Dios, en todo caso el yo es el centro de todas sus actividades. El engaño y la fuerza del yo, van más allá de lo que el hombre puede imaginar. La carne es enemiga del Espíritu Santo, no sólo cuando peca contra Dios, sino también al servirle y complacerle, ya que todo lo que hace se basa en sus propios esfuerzos, en vez de ser guiada exclusivamente por el Espíritu, dependiendo por completo de la gracia de Dios. Por eso es enemiga del Espíritu Santo y lo apaga.
Podemos encontrar muchas personas a nuestro alrededor que por naturaleza son buenas, pacientes y afectuosas. Ahora bien, el creyente aborrece el pecado; así que, si puede librarse de él y de las obras de la carne descritas en Gálatas 5:19 al 21, se siente satisfecho. Lo que realmente anhela es la justicia, por eso se esforzará por actuar rectamente anhelando poseer los frutos mencionados en Gálatas 5:22 al 23. Pero he aquí el peligro. Los creyentes no han aprendido a aborrecer su carne en su totalidad; desean solamente librarse de los pecados que ella comete. Saben rechazar las obras de la carne, pero no saben que la carne misma debe ser destruida. Lo importante es que la carne no solamente comete pecados, sino que también puede hacer buenas obras. Si la carne aún hace el bien es evidente que está viva. Si un hombre muere, su capacidad para hacer el bien, o hacer el mal, muere con él. Si todavía puede hacer el bien, indudablemente no ha muerto.
Sabemos que todos los hombres son carne. La Biblia enseña que no hay nadie en el mundo que no sea de carne, ya que todo pecador nació de la carne. Pero sabemos que muchos antes de ser regenerados e incluso muchos que jamás han creído en el Señor y nunca han sido regenerados han hecho muchas obras loables. Son verdaderamente afectuosos, pacientes y buenos; parece que han sido así desde que nacieron. Ellos pueden ser muy buenos, pero basándonos en lo que el Señor Jesús le dijo a Nicodemo en Juan 3:6, vemos que ellos siguen siendo carne. Esto confirma el hecho de que la carne puede hacer el bien.
Pablo dijo a los Gálatas: “¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?” (3:3). Estas palabras nos muestran que la carne puede hacer el bien. Los creyentes de Galacia habían caído en el error de hacer el bien valiéndose de la carne. Habían empezado por el Espíritu Santo, pero no continuaron en ese camino para ser perfeccionados. En lugar de eso, trataron de perfeccionarse por medio de su propia justicia, inclusive por la justicia según la ley. Por eso el apóstol les hizo esa pregunta. Vemos, entonces, que la carne puede hacer buenas obras. Si la carne de los gálatas sólo hubiera podido hacer el mal, Pablo no habría tenido que hacer aquella pregunta, puesto que sería obvio que los pecados de la carne no pueden perfeccionar de ninguna manera lo que empieza el Espíritu Santo. Vemos que ellos querían alcanzar una posición de perfección mediante los hechos justos de su carne, pues deseaban perfeccionar con su carne lo que había iniciado el Espíritu Santo. Realmente intentaron con todas sus fuerzas hacer el bien, pero el apóstol nos muestra aquí que los hechos justos de la carne y las obras del Espíritu Santo son completamente diferentes. Lo que una persona hace con la carne lo hace ella misma, y tales obras no pueden perfeccionar lo que inició el Espíritu Santo.
En el capítulo anterior, el apóstol dio un mensaje sólido: “Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor demuestro ser” (Gálatas. 2:18). Esto se refiere a aquellos que habiendo sido salvos y habiendo recibido el Espíritu Santo, dependen de la carne, el yo, para obrar con justicia según la ley (versículos . 16 al 17, y 21). “Las cosas que destruí” indica que el apóstol consideraba al hombre un ser incapaz de salvarse por sus propias obras. Siempre derribó las obras de los pecadores, pues sabía que no los podían salvar. “Las mismas vuelvo a edificar” alude a edificar de nuevo ahora. El apóstol parecía decir: “No podéis ser salvos por vuestras propias obras, pues fuisteis justificados al creer en el Señor”. Si volvemos a edificar las obras de justicia que ya derribamos, pensando que ahora las debemos hacer por nuestro esfuerzo, demostramos que somos transgresores. Siendo pecadores no podemos recibir la vida por medio de las obras de la ley; del mismo modo, después de haber recibido la vida, no podemos ser perfeccionados por medio de las buenas obras de nuestra carne. Si así fuera, esto probaría que el apóstol era un transgresor. En realidad, ¡qué vanas son las obras justas de la carne!
En Romanos 8 también vemos que “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (versiculo. 8). Esto implica que las personas carnales también tratan de agradar a Dios. Obviamente, tratar de agradar a Dios también es una buena obra de la carne, excepto que esto no puede agradar a Dios. Debemos tener una comprensión profunda de que la carne sí puede hacer obras justas. De hecho, es experta en hacerlas. Por lo general, pensamos que la carne sólo significa lujuria y pensamos que es completamente corrupta como la concupiscencia. En cuanto al cuerpo se refiere, la carne incluye la lujuria, pero en cuanto al alma, las actividades de la voluntad, la mente y la parte emotiva, no son necesariamente tan corruptas como las lujurias. Además, en la Biblia el término deseo no se utiliza sólo para referirse a algo corrupto, como en Gálatas 5:17 donde dice: “El [deseo] del Espíritu es contra la carne”. Aquí el deseo del Espíritu Santo se opone al de la carne. Por lo tanto, deseo en la Biblia no siempre es corrupto; significa tener un fuerte anhelo.
Todo lo que una persona puede hacer antes ser regenerada es simplemente el resultado de los esfuerzos de la carne. Por eso puede hacer tanto el bien como el mal. El error del creyente radica precisamente en que sólo sabe que lo malo de la carne debe ser destruido, pero ignora que tiene que hacerse lo mismo con lo bueno de la carne; desconoce que así como las malas obras de la carne pertenecen a la carne, también las buenas obras le pertenecen. La carne es carne y sigue siéndolo ya sea que haga el bien o el mal. Lo que pone en peligro a un cristiano es su ignorancia o su rechazo a enfrentar la necesidad de desprenderse del todo de la carne, incluyendo lo que es bueno; él solamente sabe o acepta que debe deshacerse de lo malo de la carne. La lección que debe aprender ahora es que lo bueno de la carne no es menos carnal que lo malo. Ambos pertenecen a la carne. Si la bondad de la carne no es erradicada, no importa lo que haga el creyente, no podrá ser librado del poder de la carne. Además, ya que la carne puede hacer el bien, si el creyente se lo permite, pronto verá que la carne también hace el mal. Si la justicia propia no es erradicada, pronto la seguirá la injusticia.
LA NATURALEZA DE LAS BUENAS OBRAS DE LA CARNE.
Dios se opone enérgicamente a la carne porque conoce muy bien su verdadera condición. Su propósito es que los creyentes sean completamente libres de la antigua creación y experimenten plenamente la nueva creación. Sea buena o mala, la carne pertenece a la antigua creación. Hay una gran diferencia entre lo bueno que proviene de la carne y lo bueno que procede de la vida nueva. La carne se centra en el yo, puede hacer el bien sola, y lo hace con sus propias fuerzas. No necesita depender del Espíritu Santo ni humillarse ni esperar en Dios, y tampoco necesita implorar a Dios; lo único que tiene que hacer es tomar sus propias decisiones, pensar por sí sola y actuar por su cuenta. Naturalmente, es inevitable que se adjudique a sí misma la gloria, diciéndose: “¡Ahora soy mejor que antes!” “Ahora, realmente soy buena”. Además, estos logros no llevan al hombre a Dios, pues hace que se envanezca en secreto. Dios quiere que el hombre acuda a El, completamente desvalido y totalmente sumiso al Espíritu Santo, esperando humilde y confiadamente en El. Cualquier cosa buena de la carne que gire en torno al yo es una abominación a los ojos de Dios, porque es la obra del yo y da la gloria al hombre mismo; no es obra del Espíritu Santo ni procede de la vida del Señor Jesús.
En Filipenses 3:3 el apóstol mencionó “confianza en la carne”. En el texto original, “confiar” equivale a creer. El dice que él mismo no “creía en la carne”. La mejor obra de la carne es ¡la confianza en uno mismo! No necesita confiar en el Espíritu Santo, porque se siente capaz. Cristo crucificado es la sabiduría de Dios, pero el creyente confía en su propia sabiduría. Lee la Biblia, predica, escucha la Palabra y cree en ella; sin embargo, todo eso lo hace mediante el poder de su propia mente, y no piensa ni por un momento pedirle al Espíritu Santo que lo instruya. Muchos creen que ya recibieron toda la verdad, aunque lo que tienen pertenece más a los hombres que a Dios, ya que lo recibieron de otros o de su propia búsqueda. Su corazón no ha aprendido a esperar en Dios para que El le revele Su verdad en Su luz.
Cristo también es poder de Dios. Pero, ¡cuánta confianza existe en la obra cristiana que uno lleva a cabo! Empleamos más tiempo en planes y métodos humanos que en esperar delante de Dios. El tiempo que se utiliza en preparar los temas y las secciones de un mensaje, excede muchísimo al que se utiliza para recibir poder desde lo alto. El problema no es que no proclamemos la verdad ni que no confesemos la persona y obra de Cristo como nuestra única esperanza, ni que no queramos glorificar Su nombre, sino en que como nuestra confianza está en la carne, la mayor parte de nuestras obras está muerta. Al predicar, confiamos en la sabiduría humana para presentar una doctrina. Usamos ejemplos apropiados y variamos las expresiones para conmover a los hombres. También usamos exhortaciones sabias para conducir a los hombres a tomar una decisión. Sin embargo, ¿cuál es el verdadero resultado? En este tipo de obra, ¿en qué medida confiamos en el Espíritu Santo y hasta donde confiamos en la carne? ¿cómo puede la carne darle vida al hombre? ¿tiene realmente la antigua creación el poder suficiente para ayudar al hombre a que llegue a ser la nueva creación?
Las buenas obras de la carne están constituidas de la seguridad y la confianza que uno tiene en sí mismo. Para la carne es imposible depender de Dios, pues es demasiado impaciente para tolerar la demora que conlleva ser dependiente. Mientras se considere fuerte, nunca dependerá de Dios. Incluso en momentos de desesperación, la carne sigue haciendo planes y buscando salidas; nunca tiene la sensación de impotencia. Si los creyentes quieren comprender lo que son las obras de la carne, lo único que necesitan es ponerla a prueba. Todo lo que no se obtiene como fruto de esperar en Dios es de la carne. Todo lo que puede producirse o hacerse sin depender del Espíritu Santo, es de la carne. Todo lo que un creyente decide según su propio criterio, sin necesidad de buscar la voluntad de Dios, es de la carne. Si el corazón está falto del sentir profundo de debilidad e impotencia y no siente que debe depender completamente del Señor, entonces, todo lo que haga es de la carne. No obstante, eso no significa que todas estas cosas sean perversas o malas; no importa cuán buenas o piadosas sean, aun leer la Biblia, orar, adorar, predicar, si no se hacen dependiendo completamente del Espíritu Santo, son el resultado de la carne. Mientras se le permita a la carne vivir y de estar activa, ella es capaz de hacerlo todo, ¡hasta someterse a Dios! En todas las obras de la carne, aun las que son buenas, el yo es siempre el factor principal, salvo que algunas veces se esconde y otras se manifiesta. La carne nunca reconoce su debilidad ni su inutilidad. Aun si hace el ridículo, se rehusa a reconocer su incapacidad.
“¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?” Esta pregunta revela una gran verdad: lo que en el principio es recto, pues procede del Espíritu, no necesariamente continúa siendo así. Además, la experiencia de los creyentes nos muestra que lo que al principio es del Espíritu, fácilmente llega a ser algo de la carne. A menudo cuando uno recibe una verdad, la recibe del Espíritu Santo, pero después de un tiempo esa verdad se convierte en una jactancia de la carne. Ese fue el caso de los judíos en aquellos días. Muchas veces cuando nos sujetamos a Dios, nos negamos nuevamente al yo, y recibimos poder para salvar almas, ya que lo hacemos dependiendo verdaderamente del Espíritu Santo; pero al mismo tiempo convertimos la gracia de Dios en nuestra propia gloria, considerando lo que es de Dios como si fuera nuestro. Lo mismo ocurre con nuestra conducta. Por medio de la obra que el Espíritu Santo efectúa al comienzo, experimentamos un gran cambio que hace que amemos lo que antes odiábamos y que aborrezcamos lo que antes amábamos. Pero gradualmente el yo empieza a infiltrarse. Consideramos la mejoría de nuestra conducta como un logro personal y nos ensalzamos a nosotros mismos, o dejamos de depender del Espíritu Santo y nos volvemos descuidados, confiando en nosotros mismos para seguir adelante. En la experiencia de los creyentes, hay incontables casos donde al principio el Espíritu Santo era su centro, pero más adelante la carne vuelve a ser su centro.
¿Por qué tantos hijos de Dios buscan deseosos una consagración absoluta y anhelan intensamente más vida abundante, y a pesar de eso fracasan? A menudo, al escuchar los mensajes, al conversar con personas, al leer libros espirituales o al orar, Dios mismo les muestra que es perfectamente posible tener una vida de plenitud en el Señor. El creyente percibe la sencillez y la dulzura de una vida semejante y no ve ningún obstáculo en su camino que le impida conseguirla. El creyente es introducido en la experiencia, recibe bendiciones, poder y gloria, como nunca antes había recibido. ¡Es maravilloso! Sin embargo, aquello no dura mucho. ¡Qué lástima! ¿Por qué? ¿Será que la fe es imperfecta? ¿O quizá la consagración no es incondicional? Tanto la consagración como la fe son verdaderas. Entonces, ¿por qué sucede esto? La razón por la cual se pierde tal experiencia y la manera de recuperarla parecen fuera de nuestro alcance. Realmente, no hay otra razón que la confianza en la carne. El creyente piensa que puede perfeccionar por la carne lo que comenzó por el Espíritu. Sustituye al Espíritu Santo por el yo. El yo desea ir al frente y espera que el Espíritu Santo esté a su lado para ayudarle. La obra y la posición del Espíritu Santo han sido sustituidas por las de la carne. No depende totalmente de la dirección del Espíritu Santo para llevar a cabo toda la obra, ni espera en el Señor. Esto significa que quiere seguir al Señor Jesús sin negarse a sí mismo. Esta es la raíz de todos los fracasos.
LOS PECADOS QUE SE MANIFIESTAN INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE ESTA EXPERIENCIA.
Si un creyente está tan seguro de sí mismo que se atreve a completar la obra del Espíritu Santo con la energía de la carne, no solamente no llegará a la madurez espiritual, sino que andará sin rumbo ni meta. Muy pronto verá que los pecados que previamente había vencido regresan. Quizá nos sorprenda leer esto. No obstante, es una realidad que cuando la carne sirve a Dios, el poder del pecado se fortalece. ¿Por qué los fariseos eran tan orgullosos pero seguían siendo esclavos del pecado? ¿Porque estaban demasiado convencidos de que eran justos y de que servían a Dios con gran celo? ¿Por qué el apóstol reprendió a los gálatas? ¿Por qué manifestaban las obras de la carne? ¿No era más bien porque trataban de obtener la justicia por obras y porque querían perfeccionar por la carne la buena obra que el Espíritu santo había comenzado? Cuando un creyente joven se da cuenta de que la cruz lo salva de la carne y del pecado, corre el peligro de dejar de dar muerte a su yo y de dejar de confiar en su capacidad para hacer el bien. Con el tiempo, cae de nuevo en los pecados de la carne. El peor error del creyente es no permanecer en la experiencia en la cual el Señor lo limpió de los pecados; y por consiguiente no la prolonga. En lugar de eso, sin darse cuenta, intenta mantener esa victoria haciendo uso de sus propias obras y determinaciones. Quizá tenga éxito por un tiempo, pero no pasará mucho tiempo sin que sus pecados regresen. Tal vez difieran en algo a los anteriores, pero no dejan de ser pecados. Entonces, el creyente se desanima, sabiendo que no puede sostener por mucho tiempo la victoria sobre sus pecados; o se vuelve hipócrita, tratando de ocultarlos y sin confesar que ha pecado. ¿Cuál es la razón de tal fracaso? Si la carne nos proporciona el poder para hacer el bien, también nos proporciona el poder para pecar. Tanto el yo como la capacidad de hacer el bien o el mal son expresiones de la misma carne. Si la carne tiene la oportunidad de pecar, se dispone a hacer el bien. Pero una vez que tiene la oportunidad de hacer el bien, de inmediato peca.
Es así como Satanás engaña a los hijos de Dios. Si los creyentes mantuvieran la carne crucificada, Satanás no tendría ninguna oportunidad de obrar, porque “la carne es el taller de Satanás”. Si toda nuestra carne, no solamente parte de ella, está realmente bajo el poder de la muerte del Señor, Satanás se encontrará sin empleo. Así que, Satanás está dispuesto a permitir que los creyentes hagan morir la parte pecaminosa de la carne, pero engaña a los creyentes para que retengan la parte buena, sabiendo que si la parte buena de la carne permanece, la vida de la carne permanece intacta, y de ese modo tiene su taller para obrar; con el tiempo recupera lo que había perdido. Sabe que si la carne puede vencer al Espíritu Santo en el asunto de servir a Dios, también puede mantener la victoria en servir al pecado. Es por eso que muchos creyentes vuelven a servir al pecado después de haber sido librados de él. Si el Espíritu Santo no mantiene un control total y constante para dirigirlos en la adoración, no tiene el poder para dirigirlos y controlarlos en su vida diaria. Si yo no me he negado a mí mismo por completo ante Dios, tampoco puedo negarme ante los hombres; y a causa de esto no puedo vencer mi odio, ni mi mal genio ni mi egoísmo, pues estas dos cosas son inseparables.
Los creyentes de Galacia, por ignorancia, llegaron a morderse y devorarse unos a otros (Gálatas. 5:15). Ellos no solamente querían perfeccionar por la carne lo que había sido empezado por el Espíritu, sino que también deseaban quedar bien en la carne (6:12) y gloriarse en la carne (versiculo. 13). Obviamente tuvieron mucho éxito en hacer el bien por medio de la carne, pero también fueron muy exitosos en hacer el mal. No se daban cuenta de que mientras la carne pudiera servir a Dios con sus propias habilidades y sus propias ideas; también serviría al pecado. Si el creyente no puede prohibirle a la carne que haga el bien, tampoco puede prohibirle que haga el mal. La mejor manera de no pecar es no permitir que el yo haga el bien. Ya que desconocían el grado de corrupción de la carne, querían en su necedad utilizarla, sin saber que ella es igualmente corrupta sea que vaya en pos de la concupiscencia o se jacte de hacer el bien. Por un lado, querían perfeccionar por medio de la carne lo que el Espíritu Santo empezó, pero por otro lado, querían erradicar las pasiones y los deseos de la carne. En consecuencia, no podían hacer lo que Dios deseaba que hicieran.