Watchman Nee Libro Book cap. 8 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

Watchman Nee Libro Book cap. 8 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

ISAAC EN EL NUEVO TESTAMENTO: LAS PROVISIONES DE DIOS EN CRISTO

CAPITULO OCHO

ISAAC EN EL NUEVO TESTAMENTO: LAS PROVISIONES DE DIOS EN CRISTO

Lectura bíblica: Gá. 3:26-29; 4:6-7, 28, 31; 5:1; Jn. 15:4a; Ro. 6:5-7, 11; Ef. 2:4-6; Gá. 2:20; Fil. 1:21a; 1 Co. 1:30

LA HERENCIA QUE DIOS PREPARO EN CRISTO

Sabemos que una persona es salva por la gracia, no por la ley. Pero esto no significa que la gracia se limite a salvarnos. El libro de Romanos nos dice que el pecador es salvo por la gracia, y el libro de Gálatas nos dice que después de ser salvo por la gracia, uno debe permanecer en la gracia. Romanos nos dice que el cristiano comienza por la gracia, y Gálatas nos dice que el cristiano debe continuar en la gracia. Gálatas 3:3 dice: “¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?” Por tanto, el cristiano debe depender de la gracia no sólo al comienzo, sino también continuamente.

Cuando una persona es salva, no necesita hacer nada por su propio esfuerzo; todo lo que tiene que hacer es confiar en la gracia de Dios. Al avanzar en la vida cristiana, la persona aún no necesita hacer nada por su propio esfuerzo, pues de la misma manera, lo único que debe hacer es confiar en la gracia de Dios. Esto es lo que caracteriza a Isaac: continuar en la gracia de Dios. No sólo nuestro comienzo es un asunto de la gracia, sino también nuestro avance. Desde el comienzo hasta el fin, todo es cuestión de recibir. En el Nuevo Testamento, nuestro Isaac es Cristo, el Hijo unigénito de Dios. El se hizo nuestro Isaac a fin de que disfrutemos de Su herencia en El.

Dos aspectos de la gracia

La Biblia nos muestra que la herencia que Dios nos dio en Cristo consta de dos aspectos. Por una parte, nosotros estamos en Cristo, y por otra, El está en nosotros. En otras palabras, nuestra unión con Cristo tiene dos aspectos, cuya secuencia no podemos confundir. Primero nosotros somos puestos en Cristo, y luego Cristo es puesto en nosotros. Es por esto que la palabra del Señor dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros … el que permanece en Mí, y Yo en él…” (Jn. 15:4-5).

Nuestra permanencia en Cristo se relaciona con los logros que se encuentran en El, mientras que la permanencia de Cristo en nosotros tiene que ver con Su vida. En otras palabras, el hecho de que nosotros estemos en Cristo se relaciona con Su obra, y el hecho de que El esté en nosotros se relaciona con Su vida. Cuando nosotros estamos en Cristo, todos los hechos cumplidos en El se cumplen en nosotros; todo lo que El logró llega a ser nuestro; recibimos todo lo que El obtuvo; y las obras que El realizó pasan a nosotros. Cuando Cristo está en nosotros; todo lo que El realizó llega a ser nuestro; recibimos todo lo que El es hoy; y todo lo que El es y puede hacer en la actualidad llega a ser nuestro.

Debemos comprender que todas las provisiones de Dios en Cristo son nuestra herencia. Si queremos entender la extensión de la herencia de Dios para nosotros y del disfrute de nuestra herencia, necesitamos ver que estamos en Cristo y que Cristo está en nosotros. Todo aquel que quiera conocer al Señor debe conocerlo en estos dos aspectos. Si sólo sabemos que nosotros estamos en Cristo, y no sabemos que El está en nosotros, seremos débiles y estaremos vacíos, todo será teórico y caeremos continuamente. Si sólo sabemos que Cristo está en nosotros, y no sabemos que nosotros estamos en El, sufriremos demasiado y descubriremos que no tenemos los medios para lograr lo que deseamos. No importa cuánto nos esforcemos, las imperfecciones permanecerán en nosotros. Debemos comprender que la herencia que Dios tiene para nosotros en Cristo contiene estos dos aspectos. Por una parte, nosotros estamos en Cristo, y por otra, El está en nosotros. Estos dos aspectos de nuestra herencia nos proporcionan un rico disfrute en el Señor. Todo relacionado con la vida y la piedad, con la santidad y la justicia, y todo lo que pertenece a esta era y a la venidera está incluido en estas dos expresiones: “nosotros en Cristo” y “Cristo en nosotros”. Ambos aspectos de la gracia constituyen el deleite del cristiano. Si disfrutamos estos aspectos de la gracia, no necesitaremos hacer ningún esfuerzo, pues estos dos aspectos nos librarán de nuestras propias obras; nos mostrarán que todo proviene de Dios y nada de nosotros.

Nosotros éramos pecadores, y para seguir adelante, era necesario tener un nuevo comienzo y una nueva posición. Nos encontrábamos hundidos en el fango. Si dependiera de nosotros, nos quedaríamos en el fango para siempre. A fin de darnos una nueva posición, Dios nos sacó del lodo y nos puso en tierra sólida. En esta nueva posición, también tenemos un nuevo comienzo, y podemos avanzar. Necesitamos ser librados del pecado y del fango, y necesitamos una nueva posición. ¿Qué clase de posición es ésta? Es estar de pie delante de Dios. ¿Cómo podemos ser librados del lodo, y tomar esta nueva posición? ¿Cómo podemos acercarnos a Dios? Tenemos la vida adámica en nosotros, y somos impíos. No nos convertimos en impíos por haber hecho algo malo, sino nacimos impíos. Nuestra conducta es errónea porque heredamos una vida errónea. Cuando llegamos a ser cristianos, sólo entendíamos que nuestra conducta era errónea. Después de un largo tiempo, la cruz actuó en nosotros, y bajo esta obra, vimos que no sólo nuestra conducta era errónea, sino que también nuestra persona era errónea. No sólo nuestra conducta estaba mal, sino que también la vida adámica que estaba en nosotros era errónea. Nuestra vida es errónea; por lo tanto, nuestra conducta también lo es. Esto es lo que nos dice el libro de Romanos. Los primeros tres capítulos nos muestran que nuestra conducta es errónea, y los capítulos del cinco al ocho nos muestran que nuestra persona esta mal. ¿Qué vamos a hacer entonces? La Palabra de Dios dice que debemos morir. Dios requiere que el hombre sea lavado de sus pecados y que el pecador muera “porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (6:7). En consecuencia, lo único que se puede hacer con el pecador es darle muerte. Pero esto no es todo. Además de la muerte, necesitamos una vida nueva. Cuando morimos, todo se acaba. Si queremos tener un nuevo comienzo delante de Dios, necesitamos una vida nueva. Así que, después de morir, tenemos que resucitar. Tampoco nos detenemos ahí. No basta con tener un nuevo comienzo ni con resucitar. Necesitamos, además, una nueva posición. Es por eso que Dios nos traslada a una nueva posición en el cielo para que podamos vivir delante de El. Desde entonces, no tenemos nada que ver con la antigua posición. En términos sencillos, como pecadores necesitamos intensamente tres cosas: morir, resucitar y ascender. Al morir, resucitar y ascender, todo lo que tenemos en Adán llega a su fin y sólo entonces podemos tener un nuevo comienzo.

Nosotros en Cristo

¿Cómo podemos morir, resucitar y ascender? Esta es una pregunta importante que plantea un gran problema. Nosotros no podemos morir, resucitar ni ascender. Pero alabado sea el Señor porque El puede hacer que esto suceda. El nos unió a Cristo. Debemos, por tanto, agradecer y alabar al Señor. “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús” (1 Co. 1:30). Dios nos unió a Cristo Jesús. Debemos recordar este versículo: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús”. Esto significa que fue Dios quien nos puso en Cristo. Cuando Dios nos pone en Cristo Jesús, las experiencias de Cristo llegan a ser nuestras. Esto es semejante a poner una fotografía en un álbum. Si alguien toma el álbum y lo quema, la fotografía también se quema. Del mismo modo, Dios nos puso en Cristo, y cuando éste murió, nosotros también morimos; cuando resucitó, también nosotros resucitamos, y cuando ascendió, nosotros ascendimos juntamente con El. Morir, resucitar y ascender con Cristo no es algo que nosotros hayamos hecho, sino algo que Dios realizó en Cristo. Dios llevó a Cristo a la cruz, lo resucitó y lo llevó a los cielos. Damos gracias al Señor porque al ponernos en Cristo, nos hizo partícipes de las experiencias de Cristo. Puesto que Cristo murió, resucitó y ascendió, también nosotros morimos, resucitamos y ascendimos. Si nos consideramos separados de Cristo, no hemos muerto, ni resucitado ni ascendido, pero si vemos que estamos en Cristo, diremos: “¡Aleluya! ¡He muerto, he resucitado y he ascendido!” Si nos vemos a nosotros mismos en Cristo y creemos en lo que dice 1 Corintios 1:30, diremos espontáneamente: “¡Te doy gracias, Señor, y te alabo! ¡Ya morí, resucité y ascendí! Puesto que estoy en Cristo, todas Sus experiencias han llegado a ser mías”. Este es el primer aspecto de la herencia que Dios nos dio en Cristo.

Un hermano testificó en cierta ocasión: “Hace más de diez años tuve la siquiente experiencia: pese a que conocía la doctrina de la cruz y podía predicar al respecto, no podía admitir que no había experimentado la cruz en absoluto. De todos modos, me daba cuenta de que tenía un problema delante del Señor. Había muchas cosas en mí de las cuales yo no podía decir que les hubiese dado fin. No tenía la certeza de haber muerto a ellas. Conocía el lado doctrinario de la resurrección y la ascensión, pero no las había experimentado. Por un período de cuatro meses, busqué al Señor y le pedía que me mostrara lo que significaba morir con Cristo. Le pedí a Dios que me ayudara a morir con El a toda costa. Durante esos cuatro meses, el Señor me dio una pequeña luz, y descubrí que la Palabra de Dios no dice que yo debo ser crucificado, sino que yo ya estoy crucificado. Sin embargo, no podía creerlo. Cuando me miraba a mí mismo, no veía que estuviera crucificado. Sólo podía decirlo si no era sincero conmigo mismo. Siendo franco, no podía decir que estaba crucificado. Pasé cuatro meses estudiando la Biblia, esperando encontrar solución a mi problema. Una mañana mientras oraba, de repente tuve la revelación de que yo estaba en Cristo y que Cristo y yo estábamos unidos; los dos éramos uno. Comprendí que era imposible no morir si Cristo ya había muerto. Esto fue algo que aconteció en menos de un minuto. Me pregunté: “¿Acaso no murió Cristo?” Lo único que podía decir era que sí. Estaría loco si dijera que Cristo no había muerto. En seguida me pregunte: “¿Qué de mi caso?” Inmediatamente salté y clamé: “¡Aleluya! ¡También yo estoy muerto!” Vi que puesto que Cristo había muerto, yo también había muerto. Mi problema estaba resuelto. Yo soy uno con el Señor. Todo lo que Dios hizo en El, lo hizo en mí. Cuando El murió, yo morí; cuando El resucitó, yo resucité; cuando El ascendió, yo ascendí. Desde ese día, no puedo negar el hecho. Esto llegó a ser mi herencia». Hermanos y hermanas, este hermano estaba hablando de la herencia que Dios nos dio en Cristo. Debemos aceptar esta herencia.

Estar en Cristo es una herencia. Lo único que tenemos que hacer es recibirla y disfrutarla. No es necesario hacer nada. Sin embargo, muchos cristianos pasan por muchos sufrimientos. No ven que esto se trata de una herencia y que es algo que uno recibe y disfruta. Continúan reprimiéndose y luchando por encontrar su propia manera de vencer. No obstante, a pesar de su continuo esfuerzo, descubren que todavía no han muerto y que sus esperanzas todavía no se cumplen. En realidad, el yo que no podemos cambiar y el hombre viejo del cual hemos intentado despojarnos ya fueron crucificados por el Señor. Debido a que estamos en Cristo, estamos crucificados con El. ¿Será posible alcanzar esta experiencia por nosotros mismos, o será que Dios ya nos la dio en Cristo? Este es el problema que confrontan muchos cristianos. Piensan que la crucifixión es una experiencia que ellos tienen que alcanzar, pero según la Palabra del Señor, ése no es el caso. Dios lo logró todo en Cristo. Lo único que debemos hacer es recibir.

Por supuesto, todo depende de cuánto haya visto uno. Algunos han tomado la crucifixión como una doctrina o una enseñanza. Esto es infructuoso. Necesitamos tener la revelación interna de que estamos en Cristo, a fin de poder disfrutar el hecho de que estamos crucificados con Cristo.

Dios lo hizo todo en Cristo. Cuando estamos en Cristo, todo lo que se cumplió en El, se cumplió en nosotros. Es por esto que 1 Corintios 1:30 es tan valioso, pues dice: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús”. ¡Aleluya! ¡Dios nos ha puesto en Cristo! Damos gracias al Señor porque no sólo nos dio a Cristo y Su poder, sino que nos concedió experimentar a Cristo. No sólo participamos de la naturaleza divina, sino también de la naturaleza del Hijo de Dios y compartimos Su experiencia. Por supuesto, nos referimos a experimentar Su muerte, resurrección y ascensión, no a las experiencias que vivió antes de Su muerte. En aquel entonces El, como el grano de trigo, seguía siendo un solo grano, pero después de morir, todo lo del Hijo de Dios llegó a ser nuestro.

Cristo en nosotros

El asunto no termina ahí. Cuando estamos en Cristo, nuestro pasado llega a su fin, y somos introducidos en un presente en el cual Dios nos da otra parte de la herencia que tenemos en Cristo. Esta herencia es “Cristo en nosotros”. ¿Cuál es el propósito por el cual Cristo está en nosotros? El hecho de que Cristo esté en nosotros redunda en beneficio presente y futuro. Cristo está en nosotros con el propósito de llegar a ser nuestra vida hoy.

Muchas veces preguntamos: “¿Cómo podemos vencer, ser justos y ser santos?” Debemos notar cuidadosamente que Dios no nos dio a Cristo para que fuera nuestro modelo, ni nuestro poder. Dios nos lo dio con un solo fin: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí” (Gá. 2:20).

El medio, no la meta

Muchas personas son inducidas a pensar que Dios estableció Gálatas 2:20 como nuestra meta. Tienen la esperanza de que un día, después de haber sido cristianos por cinco o diez años, podrán decir que están crucificados con Cristo y que ya no viven ellos, sino que es Cristo el que vive en su interior. Piensan que ésa es la meta suprema por la cual deben luchar. Muchas personas piensan que deben seguir adelante, hasta que un día lleguen a esa meta. Eso será maravilloso. Pero ese versículo no nos dice que ésa sea la meta de Dios que debamos alcanzar, sino que es el medio que El usa, pero es algo que ya se logró. Este versículo nos muestra el significado de la vida cristiana, y cómo el cristiano debe expresarla y satisfacer a Dios. Damos gracias al Señor porque estamos crucificados en Cristo. No necesitamos buscar la manera de vivir en unión con El. Cristo es el que vive en nosotros como nuestra vida. Si queremos expresar la vida cristiana en nuestro vivir y satisfacer a Dios, la manera de hacerlo es no vivir nosotros, sino permitir que Cristo viva en nosotros. En otras palabras, el Señor Jesús vive en nosotros y por nosotros. Es por esto que podemos decir que ya no vivimos nosotros, sino que Cristo vive en nosotros.

Una ley

Pablo dijo: “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Esto no significa que Pablo después de ser cristiano por muchos años llegaría a cierta etapa en la cual podría decir: “Porque para mí el vivir es Cristo”. Lo que nos dice es que así había vivido siempre. ¿Qué es la vida cristiana? La vida cristiana es simplemente Cristo. ¿Qué significa que Cristo viva en nosotros? Significa que El es nuestra vida y que El vive por nosotros. Nosotros no vivimos por el poder de Cristo, sino que es Cristo mismo quien vive en nosotros y por nosotros. Esta es la herencia que podemos disfrutar. Dios nos dio a Cristo para que sea nuestra vida. La vida cristiana es una vida en la cual no se necesita el esfuerzo propio, porque dicha vida es una ley. Dios nos dio a Cristo para que sea nuestra vida. Esta vida es una ley, y es espontánea. No hay necesidad de hacer nada. La ley del Espíritu de vida está en nosotros (Ro. 8:2). No necesitamos tomar ninguna decisión. Cuando esta ley opera, espontáneamente hace las cosas por nosotros. Necesitamos comprender que esta vida es una ley. De no ser así, tendríamos que valernos de nuestros propios esfuerzos. Pero puesto que es una ley, no se necesitan ni los esfuerzos ni las obras de uno. Si soltamos un objeto, espontáneamente cae al piso. La fuerza de la gravedad es una ley que producirá ciertos resultados automáticamente. Agradecemos y alabamos al Señor porque la vida cristiana es una ley y no tenemos que tratar de lograrla. Damos gracias al Señor porque dicha ley opera de manera espontánea. Dios puso a Cristo en nosotros y nos lo dio como herencia. El obra espontáneamente en nosotros. Lo único que tenemos que hacer es recibir, como lo hizo Isaac.

Una persona

Leamos de nuevo 1 Corintios 1:30: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús”. La segunda parte dice: “El cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. Dios hizo a Cristo nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención. La justicia era una cosa, pero la justicia que Dios nos da es una persona, la cual es el Señor Jesús y está dentro de nosotros como nuestra justicia; la santificación era considerada una etapa, pero la santificación que Dios nos da es la persona del Señor Jesús, quien está en nosotros como santificación; la redención era una esperanza, pero la redención que Dios nos da es una persona, el Cristo que está en nosotros como nuestra esperanza de gloria.

Cristo mismo

La vida diaria del cristiano consiste en recibir y disfrutar a Cristo. Por una parte, estamos en Cristo y comprendemos que todo lo que El logró nos pertenece; por otra, mientras vivimos en este mundo día tras día, El llega a ser todo lo que necesitamos. Cristo es todas las virtudes. Nuestra santificación, justicia, paciencia, humildad, mansedumbre y bondad son simplemente Cristo. El [verdadero] gozo y la [verdadera] mansedumbre no es estar feliz ni aparentar debilidad ante otros, respectivamente, sino que son el Cristo que vive en nosotros y se expresa como mansedumbre. Nuestro gozo, nuestra mansedumbre, etc., son Cristo mismo, son expresiones de El mismo.

Esto es lo que hace que la fe cristiana sea tan especial. Tenemos una vida en nosotros, la cual es simplemente Cristo. No es necesario que usemos nuestra propia energía. Esta vida espontáneamente se expresará como mansedumbre, bondad, humildad y paciencia. Cristo en nosotros llega a ser nuestra mansedumbre, nuestra bondad, nuestra humildad y nuestra paciencia. Tal vez creamos que la mansedumbre, la bondad, la humildad y la paciencia son virtudes que poseemos, pero la Palabra de Dios nos muestra que Cristo mismo es todas ellas. Dios puso a Su Hijo en nosotros a fin de que El se exprese espontáneamente en nuestra vida en toda circunstancia. Cuando seamos tentados por el afán, esta vida se manifestará como paciencia; cuando seamos tentados por el orgullo, se manifestará como humildad; cuando seamos tentados por la obstinación, se manifestará como mansedumbre; cuando seamos tentados por la impureza, se manifestará como santidad. Cristo expresará Su paciencia, Su humildad, Su mansedumbre y Su santidad en nuestro interior. Cristo llega a ser nuestra paciencia, humildad y santidad. No depende de lo que hagamos, sino de que Cristo viva. No necesitamos procurar ser humildes por el poder del Señor, pues Cristo es nuestra humildad. No necesitamos tratar de ser santos por el poder del Señor, ya que Cristo es nuestra santidad. No necesitamos cumplir la meta de Dios al vivir por nosotros mismos ni aun por el poder del Señor. La manifestación espontánea de Cristo cumplirá la meta de Dios. Cuando el Señor se expresa por medio de nosotros, espontáneamente llegamos a ser lo que somos. Esta es la fe cristiana.

EL DIOS DE ISAAC Y EL DIOS DE JACOB

Necesitamos conocer al Dios de Abraham. Es decir, si queremos avanzar, necesitamos entregarnos al Dios Omnipotente y permitirle que, a su debido tiempo, se nos revele como el Padre. Tenemos que comprender que nada que proceda de nosotros puede satisfacer Su corazón y que todo tiene que provenir de El, porque sólo Dios es el Padre. También necesitamos conocer al Dios de Isaac. Necesitamos reconocer que es Cristo quien todo lo logró y lo seguirá logrando. Lo que se cumplió en El se cumple en nosotros, Su vida es nuestra, y también lo son Sus experiencias y Su poder. Estar en Cristo es una cosa, pero que Cristo esté en nosotros es otra. Ninguno de estos aspectos requiere nuestro esfuerzo. Un día el Señor abrirá nuestros ojos y veremos que todas las cosas son de Cristo, que todo proviene de Dios y que Cristo lo ha logrado todo. Dios es el origen, y Cristo es quien todo lo lleva a cabo.

Después de conocer al Dios de Isaac, necesitamos conocer al Dios de Jacob. ¿Cuál es la diferencia de significado espiritual entre el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Podemos decir que el Dios de Isaac nos muestra que Dios nos impartió a Su Hijo, mientras que el Dios de Jacob presenta la forma en que Dios nos disciplina por medio del Espíritu Santo. El Dios de Isaac nos muestra el don de Dios, y el Dios de Jacob, su obra. El Dios de Isaac nos da el denuedo de testificar: “¡Dios me ha dado una luz nueva y me ha mostrado que Cristo es mi vida! ¡Ya he vencido!” El Dios de Jacob nos hace confesar humildemente: “Dios me ha dejado ver lo que es el yo, y nunca más podré confiar en mí mismo ni jactarme de mi utilidad”. El Dios de Isaac nos hace que proclamemos confiadamente: “¡El pecado está bajo mis pies!” El Dios de Jacob nos hace confesar con temor: “Puedo caer en cualquier momento”. El Dios de Isaac nos muestra a Cristo, mientras que el Dios de Jacob, a nosotros mismos. El conocimiento del Dios de Isaac nos da la confianza de saber que es Cristo quien lo hace todo, no nosotros. Conocer al Dios de Jacob hace que nos conozcamos a nosotros mismos y nos libra de cualquier jactancia. Si estudiamos la Palabra de Dios cuidadosamente, veremos estas dos clases de experiencias.

Podemos decir que el Dios de Jacob complementa la obra del Dios de Isaac. El Dios de Jacob obra en nosotros para abrir el camino al Dios de Isaac a fin de que Cristo se extienda más y más en nuestro interior. Esta misma obra es la que nos hace estar “con debilidad, y temor y mucho temblor” (1 Co. 2:3). Nuestra vida es una paradoja. Tenemos mucha confianza en Cristo, y al mismo tiempo, no tenemos confianza alguna en nosotros mismos. Por una parte, damos testimonio y hablamos confiadamente, pero por otra, tememos abrir la boca y nos sentimos como polvo delante de Dios. Sin la sangre del Señor, no podemos estar delante de Dios. Después de conocer al Dios de Isaac, necesitamos avanzar y conocer al Dios de Jacob. La combinación de estas dos experiencias constituyen la verdadera vida cristiana.