Watchman Nee Libro Book cap.7 Los hechos, la fe y nuestra experiencia
PLÁTICAS SOBRE LA FE
CAPÍTULO SIETE
PLÁTICAS SOBRE LA FE
Las obras sin fe, son muertas. Del mismo modo, la fe sin obras es muerta. Esto es verdad con respecto a la salvación de los pecadores, y también es cierto con respecto a la vida que llevan los creyentes. Hoy centraremos nuestra atención en las obras de fe de los cristianos. La fe de los creyentes se expresa por medio de sus obras. Lo que hacemos, expresa lo que creemos. Si nuestra fe y nuestras obras se contradicen entre sí, ciertamente algo está mal con respecto a nuestra fe. Muchos creyentes no saben cómo creer ni cómo expresar su fe. En realidad, éste es un asunto muy sencillo. La fe se expresa por medio de las obras. “La fe actuó juntamente con sus obras, y … la fe se perfeccionó por las obras” (Jac. 2:22). Supongamos que un creyente profesa su fe sólo con palabras, entonces: “¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (v. 14). Según esta enseñanza bíblica, si con relación a cierto asunto creemos en Dios, debemos realizar obras de fe al respecto. De otra forma, nuestra fe no nos ayudará a obtener la liberación de Dios en cuanto a ese asunto.
Esto implica dos cosas: (1) que nuestras obras demuestran nuestra fe, y (2) que nuestras obras perfeccionan o complementan nuestra fe.
Si tenemos fe, debemos realizar las obras que corresponden a tal fe. Si un hombre cree que su casa se está incendiando, ciertamente no se quedará tranquilo dentro de ella. Si se queda sentado en la sala, esto quiere decir que en realidad él no cree que su casa esté en llamas. De igual modo, si encomendamos algún asunto al Señor y creemos que El obrará a favor nuestro, nuestra actitud en cuanto a dicho asunto ciertamente cambiará mucho. Si un hombre afirma creer que Dios obrará a su favor y, sin embargo, está muy afanado haciendo planes y se halla preocupado y ansioso, entonces su fe debe ser falsa. “Porque los que hemos creído entramos en el reposo” (He. 4:3). La fe y el reposo son inseparables. Siempre que creemos, nuestro corazón está en reposo. Pero si nuestro corazón está inquieto y turbado, y tenemos temor de esto y aquello, y permanecemos temerosos y confundidos esforzándonos en tramar, planificar, tomar resoluciones, solicitar ayuda, pedir auxilio y maniobrar, entonces, todo ello muestra que en realidad no hemos creído. Cuando uno cree, descansa. Así que, si una persona cree, dejará de preocuparse y de planificar afanosamente. En lugar de ello, será como un bebé destetado que reposa en el seno de su madre. Nuestra fe debe estar acompañada de obras, y el primer paso para realizar las obras de la fe consiste en detener nuestras propias obras y reposar en el amor, la sabiduría y el poder de Dios.
Esta clase de reposo es algo muy real, genuino y natural. No se trata de pretender estar en calma, ni de dominarse uno mismo; tampoco es cuestión de actuar como si nada hubiera pasado. La fe trae consigo reposo, ya que nos hace saber que Dios está de nuestra parte. “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro. 8:31). Por tanto, en El hallamos reposo. Además, reconocemos nuestra incapacidad, y sabemos que nada podemos lograr mediante nuestros propios designios y laboriosas tramas. La fe no se apoya en sí misma; más bien, la fe descansa en Dios. Sólo aquellos que poseen esta clase de reposo, tienen verdadera fe. Quienes no poseen tal reposo, en realidad no tienen fe. Todo aquello que es forzado no corresponde a la fe. La fe surge espontáneamente. Si vemos a cierta persona, sabemos sin duda que ella está presente. ¿Acaso tenemos que imaginarnos que ella está presente? ¿Tenemos que esforzarnos por creer que dicha persona está frente a nosotros? ¿Es necesario argumentar e investigar para comprobar la realidad de tal hecho? No. En menos de un segundo, creemos espontáneamente en tal hecho. No hay necesidad de que nos esforcemos por creer. Sucede lo mismo con toda clase de fe. La fe se origina en Dios; ella hace que nuestros ojos espirituales perciban la realidad. Como resultado de ello, creemos. Si vemos y conocemos algo, espontáneamente creeremos en ello. La fe da como resultado el reposo, y tal reposo no resulta de predicciones, sino de un conocimiento anticipado. Ejercitamos nuestra fe al confiar y descansar, y reposamos en la fe. Así pues, la fe es algo espontáneo. Aquello que no sea espontáneo, no es fe.
Por supuesto, existen falsificaciones para todo. Es posible falsificar todas y cada una de las experiencias espirituales de los creyentes. Si los creyentes no son cuidadosos, serán engañados. Ni siquiera la fe escapa a este riesgo. En muchas ocasiones Satanás engaña a los creyentes haciendo que ellos tengan una paz falsificada y que confíen en sí mismos, cuando, en realidad, es en ellos mismos donde reside el verdadero problema. Es posible que estemos convencidos de que Dios hará cierta obra. Y cuando Dios no actúa, la duda viene y entonces tropezamos. Los creyentes deben comprender que la fe verdadera es dada por Dios con miras al cumplimiento de Su voluntad. Siempre que Dios nos da fe, también nos da evidencias que respaldan dicha fe. La fe no depende de lo que nosotros pensamos o de cómo nos sintamos, sino de lo que Dios haya dicho. A veces El nos habla por medio de la Palabra santa, en la cual nos revela Su pensamiento o Su parecer con respecto a cierto asunto, y nos da alguna promesa. La fe nace precisamente de tal promesa. Otras veces, El opera en nuestro espíritu, revelándonos Su voluntad y dándonos Sus promesas. Así, espontáneamente recibimos la fe que El nos da. La fe que Dios nos da es inseparable de Sus promesas. Sin embargo, esto no se refiere a todas las promesas contenidas en la Biblia. Más bien, depende de la promesa en particular que Dios nos haya dado. Esto tampoco se refiere a todas las sensaciones que tengamos en nuestro espíritu. Más bien, se refiere a las promesas en las cuales la revelación recibida en nuestro espíritu no contradice la enseñanza de la Biblia. Unicamente son reales las promesas bíblicas que Dios nos haya hablado y que hayamos percibido en nuestro espíritu. Solamente la fe nacida de dichas promesas es de fiar. Toda fe verdadera depende no de lo que nosotros pensemos, sino de lo que Dios ha dicho.
Todo lo dicho anteriormente tiene como objetivo mostrar que nuestras obras deben comprobar nuestra fe. Ahora, consideraremos lo que significa que nuestras obras perfeccionen o complementen nuestra fe.
Cuando creemos en Dios, espontáneamente dejamos de preocuparnos y esforzarnos. Debido a que nos negamos a hacer estas cosas, en este aspecto la obra de la fe tiene un sentido negativo. Así que, tales obras de fe son importantes y necesarias, pero no son suficientes. Después de haber obtenido la fe, aún necesitamos que la fe obre en un sentido positivo o edificante. Ya mencionamos que hay ciertas cosas que no debemos hacer. Ahora, en virtud del poder de Dios, debemos hacer ciertas cosas; tales obras edificantes deben corresponder a nuestra fe. Aún más, dichas obras perfeccionan o completan nuestra fe y, por consiguiente, mediante ellas podemos recibir las bendiciones prometidas por Dios mucho más pronto. No es cuestión de ser apresurados en nuestra carne, sino de expresar la fortaleza del poder que reside en nuestro espíritu. Dios quisiera darnos inmediatamente lo que necesitamos. Pero, si la muerte de nuestra vida natural no es suficientemente sustancial ni profunda, recibir una respuesta inmediata sólo causaría que nuestra vida del alma sea fortalecida. Por consiguiente, Dios tiene que demorar el cumplimiento de Su promesa hasta que nuestra propia vida natural haya perdido toda posibilidad de estar activa nuevamente. Así que, las obras positivas de la fe constituyen un golpe mortal para la vida del yo, y son la expresión del vigor característico de la fortaleza espiritual. Por ello, estas obras acelerarán el cumplimiento de las promesas de Dios. ¿En qué consisten las obras edificantes de la fe? Consisten en que andemos y actuemos dando por cierto que ya hemos recibido las promesas de Dios. En otras palabras, creemos que cierta promesa ya ha sido cumplida, y nos comportamos dando por cierto que es un hecho consumado. Consideremos algunos aspectos de esto.
Supongamos que usted se encuentra enfermo. Quizás Dios le prometa a usted personalmente que será sanado. Por el lado negativo, usted debe descansar en las obras de Dios y no debe obstaculizar Su obra introduciendo métodos o medios humanos. Más bien, debe encomendarse en las manos del Altísimo, sin abrigar dudas ni preocupaciones. Por el lado positivo, hay una serie de pasos importantes que usted debe dar. Primero, debe andar como si ya hubiese sido sanado. No tiene que esperar a estar realmente sano para considerarse sano. En el momento en que Dios le da la fe para creer que ha sido sanado, es ese mismo instante usted ha sido realmente sanado. Y si ha sido sanado, usted debe conducirse como una persona sana. Por tanto, cuando reciba la fe, debe preguntarse: “¿Cómo debo actuar si he sido sanado y restaurado por Dios? ¿Debería quedarme en cama durante un tiempo prolongado, o debería levantarme y caminar?”. Así que, usted debe caminar como si fuera una persona sana. No obstante, esto debe ser hecho después que usted haya recibido una promesa específica de parte de Dios, y tiene que llevarlo a cabo depositando toda su confianza en Dios. De otro modo, el resultado será un fracaso.
Esto mismo es cierto con respecto a confiar en Dios para nuestro sustento diario. Aunque en ocasiones podamos padecer necesidad, hemos fijado nuestra mirada en la fuente, y no en el cántaro. No debemos preocuparnos ni ser tentados a pedir prestado (Ro. 13:8). De hecho, regidos por el principio que Dios estableció en cuanto a dar, debemos seguir siendo generosos. Si confiamos en Dios cuando estamos en pruebas, no debemos contárselo a los demás, ni dar indicios de que queremos la ayuda de otros, ni tampoco debemos recurrir a otros métodos. Antes bien, debemos andar como si nada hubiera pasado. En cuanto a otros asuntos, tales como la armonía familiar, nuestras ocupaciones, medios de subsistencia, sufrimientos, riesgos a los que estamos expuestos y otros asuntos similares, debemos ser regidos por el mismo principio. Debemos comprender que Dios no sólo está interesado en nuestros asuntos espirituales, sino que El se preocupa igualmente de muchos otros asuntos relacionados con nuestro bienestar físico. Esta es la característica propia de la fe: la fe no espera a que algo se realice para creer en ello, puesto que entonces ya no sería necesaria la fe. Ejercitamos nuestra fe antes de que algo sea realizado y, basados en las promesas de Dios, damos por cierto que ya ha sido hecho. La enseñanza del Señor Jesús con respecto a la fe es: “Creed que las habéis recibido, y las obtendréis” (Mr. 11:24). La fe no consiste en creer después de haber recibido, sino en creer que ya lo hemos recibido, aun antes de haberlo recibido. Este es el aspecto más profundo de la ley de la fe. No obstante, hemos dicho que la fe tiene que ser expresada por medio de obras. Por tanto, cuando uno cree que ha recibido algo de parte de Dios, debe conducirse como si en realidad lo hubiese recibido.
Esta manera de obrar es muy espontánea. Los ojos de la fe no ven los nubarrones en el firmamento, sino que ven el sol inmutable que está detrás de tales nubes negruzcas. Nuestros ojos físicos solamente pueden ver la oscuridad presente, pero los ojos de la fe pueden ver la luz. No es que nuestros ojos imaginen algo sino que, de hecho, lo ven. ¿Acaso la luz que tales ojos ven no es más real que las tinieblas que este mundo ve? Por eso, la fe menosprecia todo peligro, sufrimiento y prueba, debido a que sabe cuál será el final. Las obras de la fe no implican correr riesgos, sino que son acciones seguras y prácticas. La fe ve lo que otros no ven. Si bien los demás consideran tales acciones como peligrosas, se trata de “riesgos” acerca de los cuales se ha pensado detenidamente, se ha orado acerca de ellos, se ha recibido la promesa de Dios y se ha tomado en cuenta lo que enseña la Biblia al respecto. Si una persona no ha recibido en su espíritu la enseñanza de las Escrituras ni la promesa del Espíritu Santo, entonces ciertamente sería un riesgo obligarse a sí mismo a actuar de esta manera. Pero si un creyente verdaderamente ha recibido la revelación de Dios y tiene fe, sus actos serán espontáneos y sin fingimiento debido a que serán el resultado natural de su fe. Aunque muchos creyentes aún no han escuchado estas enseñanzas, Dios ya los ha venido conduciendo por este camino. Si las obras de nuestra fe son deliberadas, artificiales y fingidas, esto indica que aún no hemos aprendido la lección de la fe. Si bien todas las obras de la fe escapan al raciocinio humano, ellas se llevan a cabo según el principio que rige la vida diaria del creyente. Alguien que ha recibido las promesas de Dios sabe lo que habrá de suceder y, por tanto, actúa antes que los demás. Generalmente, las acciones nacidas de nuestra fe glorifican a Dios.