Watchman Nee Libro Book cap.7 El ministerio de la palabra de Dios
LA REVELACIÓN PROCEDE DEL ESPÍRITU SANTO
CAPÍTULO SIETE
LA REVELACIÓN PROCEDE DEL ESPÍRITU SANTO
Ya vimos que el ministro debe basar su ministerio en la Palabra de Dios y en la interpretación que el Espíritu Santo le da de la misma. Estudiaremos ahora un aspecto aún más importante. Además de conocer la Palabra que Dios ya expresó, y su interpretación, un ministro debe reunir un requisito básico: debe tener revelación. El ministro debe tener revelación en cuanto a la Palabra de Dios y también la unción del Espíritu con respecto a la misma. Si no tiene un espíritu de revelación ni la unción del Espíritu Santo, no puede ser ministro de la Palabra.
UNO
La Biblia es un libro maravilloso. Su notable característica está en el hecho de que, a pesar de estar compuesta de las palabras que los hombres expresaron, es la Palabra de Dios. Los hombres la escribieron, pero a la vez fue escrita por Dios. El aliento de Dios fue infundido en las expresiones, en las oraciones y en cada palabra de la Biblia. La palabra que algunas versiones de la Biblia traducen inspirada en 2 Timoteo 3:16, en el idioma original significa aliento. La Biblia es el aliento de Dios. Los santos hombres de Dios la escribieron movidos por el Espíritu Santo (2 P. 1:21). Cuando Dios creó el mundo, formó al hombre del polvo de la tierra. Pero éste no tenía vida; así que Dios sopló y le infundió aliento de vida y el hombre llegó a ser un alma viviente. La Biblia, un libro expresado y escrito por el hombre, contiene el aliento de Dios. Por consiguiente, la Biblia es un libro vivo; es la Palabra viva del Dios vivo. A esto se refiere el hecho de que toda la Escritura es dada por el aliento de Dios.
La Biblia está llena de los elementos y las palabras del hombre, y ésa es la única impresión que muchas personas reciben cuando la leen; no perciben que Dios habla en ella. Lo que hace que la Biblia sea tan especial es su doble dimensión. Por una parte, la Biblia es externa y física, es decir, posee la dimensión física del hombre, quien fue hecho del polvo de la tierra; por otra, tiene una dimensión espiritual, es decir, está ligada al Espíritu Santo, es el Verbo y el aliento de Dios. En cuanto a su forma, la Biblia fue escrita usando la memoria del hombre, y puede ser retenida en la memoria; es emitida por la boca del hombre, y puede ser oída por los oídos humanos; fue escrita en un lenguaje humano, y es comprendida por el entendimiento humano. Cuando predicamos las verdades que se hallan en este libro, éstas son retenidas en la memoria del hombre, comprendidas por su entendimiento y compartidas de una persona a otra. Todo esto sucede en el aspecto exterior y físico de la Biblia. En esta categoría caben las doctrinas y las enseñanzas, porque la mente se aferra a ellas, y el intelecto puede entenderlas. Esta es la dimensión física de la Palabra.
Sin embargo, la Biblia tiene otra dimensión. El Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63b). Este aspecto de la Biblia tiene que ver con el espíritu y la vida. En esta dimensión, Dios deposita Su palabra en el interior del hombre. Este aspecto no se puede entender con la inteligencia ni se puede retener en la memoria. Tampoco es algo que una persona muy hábil pueda profundizar. Para entender este aspecto se requiere de otro órgano, ya que ni los oídos, ni los ojos ni la mente lo pueden ver ni entender.
Un ministro de la Palabra de Dios, a fin de servir en la iglesia, debe palpar la dimensión espiritual de la Biblia, no la física. Los que sólo tocan su dimensión física no son ministros de la Palabra de Dios. Si la Biblia no tuviera un aspecto físico, no habría dificultad en determinar si alguien es o no ministro de la Palabra de Dios; pero como tiene elementos humanos y físicos, el hombre la puede entender y aceptar fácilmente. Es aquí donde yace el peligro y el problema. El hombre puede predicar y presentar a la iglesia los elementos humanos que hay en la Biblia valiéndose de sus propias facultades, y suponer que es ministro de la Palabra y que está trayendo a la iglesia la Palabra de Dios. Incluso puede vanagloriarse de que las verdades que predica son bíblicas y de que sus enseñanzas concuerdan con la fe pura y ortodoxa. Dicha persona se engaña a sí misma si piensa que sus enseñanzas son ortodoxas. Debemos darnos cuenta de que este tipo de enseñanza pertenece a una esfera que no tiene nada que ver con el aspecto espiritual de la Biblia.
Algunos creyentes jóvenes piensan que si supieran griego, entenderían mejor la Palabra de Dios. Pero en realidad, muchas personas que hablan griego casi no conocen la Palabra de Dios, y posiblemente ni la entiendan. El hecho de hablar hebreo no garantiza que uno pueda entender el Antiguo Testamento. Uno puede hablar en hebreo o en caldeo, pero eso no significa que pueda entender el libro de Daniel; o puede hablar chino, sin embargo, eso no garantiza que pueda entender la Biblia en chino. La Biblia contiene palabras cuyo significado va más allá del chino o del griego; palabras que posiblemente ni los hebreos ni los caldeos entiendan. Estas son las palabras que un ministro debe esforzarse por discernir. Conocer la Palabra es totalmente diferente de entender un idioma. Por otra parte, es un error pensar que por estudiar la Palabra de Dios podemos ser sus ministros, ya que esto no depende del estudio de la Biblia solo, sino del método que usemos al estudiarla. Dios tiene que hablarle al hombre primero para que cuando éste hable, exprese la Palabra de Dios. Dios es el único que puede expresar Su palabra, así que necesitamos conocer Su voz. El tiene que hablarnos antes de que podamos ser ministros de Su palabra.
Al predicar ministramos el evangelio, no su base. La Biblia es la base del evangelio, de las palabras de Dios. Dios habló por medio de ella en el pasado. Sin embargo, necesitamos que exhale Su aliento por medio de ella nuevamente y nos revele Su palabra, a fin de que ésta cobre vida en nosotros y llegue a ser nuestra experiencia. El Espíritu de Dios tiene que depositar Su aliento en la Palabra para que ésta adquiera vida en nosotros. La diferencia que hay entre una palabra viva y una palabra muerta es enorme. Necesitamos ver que la Palabra de Dios, aparte de ser lo que El expresó en cierto momento en el pasado, también es lo que El dice en la actualidad. El debe emanar Su aliento de nuevo por la palabra que habló en el pasado. Debemos comprender que existen dos esferas en lo que a la palabra de Dios se refiere. Una es la de la Biblia escrita, que incluye las doctrinas, el conocimiento, las enseñanzas, las profecías y las verdades bíblicas. Esto es lo que constituye la esfera visible de la Biblia. Puede ser que hayamos oído que Abraham creyó a Dios y que Dios se lo contó por justicia. Sin embargo, es posible que tengamos como una enseñanza superficial el hecho de que Dios justifica a los que creen. Alguien que tenga buena memoria y un intelecto vigoroso puede predicar esto y pensar que está predicando la Palabra de Dios. En realidad, está predicando el aspecto superficial de la palabra, no está ejerciendo el ministerio de la Palabra de Dios.
Debemos prestar atención a lo que es la Biblia misma. La Biblia es lo que Dios expresó en el pasado. En determinado momento Dios comenzó a hablar, y mientras hablaba, el Espíritu infundía Su aliento al hablar. Tan pronto Su Palabra se expresaba, algunos la podían palpar, y otros no. Cuando Pablo escribió su epístola a los creyentes que estaban en Roma, utilizó algunos materiales físicos. Posiblemente escribió en papiros hechos de pieles de cordero y usó como tinta la savia de algún árbol y, obviamente escribió en cierto idioma. Este es el aspecto físico de la epístola, y la esfera en la que entramos al leerla. Si a los creyentes de Roma sólo les hubiera impresionado su caligrafía, la epístola habría sido una simple carta. Pero mientras los creyentes romanos leían la epístola, Dios exhalaba Su aliento infundiéndolo en cada palabra, y ellos creyeron y recibieron la Palabra de Dios, y comprendieron que eran pecadores y que el hombre es justificado por la fe. En esto consiste el ministerio de la Palabra. Mientras los hermanos romanos leían, estudiaban y trataban de entender la Palabra de Dios, debían tocar la “palabra” que Pablo les comunicaba en su carta. Una persona muy competente, inteligente y con muy buena memoria, puede leer la epístola de Pablo y memorizarla sin ningún problema y, aún así, no conocer el significado de ser justificado por la fe. Es posible que conozca la doctrina, pero no palpe la realidad. Puede tocar las cosas que pertenecen a la dimensión física de la Biblia, pero no su dimensión espiritual. Dicha persona puede tocar la superficie y la doctrina de la Biblia, sin llegar a palpar la vida que está en la Palabra.
Debemos comprender la Biblia, la cual es la Palabra de Dios. La Palabra es el ministerio que fue llevado a cabo por los siervos de Dios en tiempos pasados. La epístola a Romanos fue el ministerio de la Palabra que Pablo llevó a cabo. En determinado momento, Dios expresó las palabras de dicho libro. Debido a que al leerlo es posible que lo hagamos superficialmente, Dios tiene que exhalar Su aliento en ese libro de nuevo a fin de que podamos tocar Su Palabra. No es suficiente que Dios haya puesto Su aliento en Su palabra una vez, El tiene que seguir exhalándolo. El aliento divino nos permite conocer Su Palabra y ser sus ministros.
DOS
¿Qué es la inspiración? ¿Qué es la revelación? La inspiración de la Palabra de Dios radica en que en cierto momento Dios exhaló Su aliento en Su Palabra. Sin la inspiración, la Biblia no sería la Biblia, pues la inspiración divina es su base. Dios inspiró a Pablo a escribir la epístola a los Romanos. Así que la inspiración y el aliento de Dios estaban en Pablo cuando escribió este libro. Y ¿qué es la revelación? Es el aliento de Dios, infundido en dicha epístola o en cualquier otro libro de la Biblia, que brota cuando se abren sus páginas dos mil años más tarde. La revelación nos permite tocar la Palabra de Dios una vez más. La inspiración ocurre una sola vez, pero la revelación se repite continuamente. La revelación entra en acción cuando Dios imprime Su aliento en Su Palabra una segunda vez y, nosotros, por medio del Espíritu Santo y de la unción que hay en ella, descubrimos la luz que nos permite ver lo que Pablo vio. La revelación es una indicación de que Dios revive lo que antes le dio al hombre por medio de la inspiración. ¡Esto es extraordinario!
Hermanos y hermanas, ¡esto es glorioso! El Espíritu de Dios revive Su Palabra de tal manera que la vigoriza y la vuelve tan viviente como cuando Pablo la escribió. Mientras Dios escribía Su palabra por medio de Pablo, la vida vibraba tanto en el escritor como en lo escrito. Hoy esas mismas palabras pueden ser difundidas de nuevo. Dios llena la Palabra del Espíritu Santo y la activa con Su unción. Cuando esto acontece, la Palabra llega a ser poderosa, iluminadora y tan vivificante como entonces. En esto consiste la revelación, y sin ella el estudio de la Palabra es improductivo. Podemos estudiar minuciosamente sin oír a Dios. La Biblia es la Palabra de Dios, pues en determinado momento Dios habló. Pero si queremos que Sus palabras sean actuales, tenemos que pedirle que nos la hable de nuevo. Cuando nos habla, nos trae Su palabra, Su luz y Su vida. Si Dios no nos habla, la Biblia llega a ser para nosotros un libro cerrado y muerto.
Supongamos que Dios les habla a cien hermanos que están reunidos en cierto lugar. Aunque todos escuchan las palabras, no todos oyen la voz de Dios. Algunos están en una esfera, y otros en otra. Es posible que algunos oigan las doctrinas y las verdades que las palabras trasmiten. Posiblemente entiendan la lógica, e incluso quienes tienen buena memoria hagan una disertación perfecta sin haber oído nada de parte de Dios. Hermanos y hermanas, la Palabra de Dios no es una simple doctrina o enseñanza. Si bien es cierto que necesitamos oír la doctrina y la enseñanza, es más importante que Dios nos hable personalmente. Cuando hayamos adquirido esta clase de oído, diremos: “Gracias Señor, porque he oído Tu Palabra”. Sólo entonces podemos decir que hemos tocado algo verdadero.
Supongamos que de las cien personas que escuchan la predicación del evangelio, noventa y nueve de ellas escuchen y entiendan todo lo que se habló, e incluso entiendan la doctrina, la enseñanza y la verdad, y que en señal de aprobación, asientan con la cabeza. Sin embargo, es posible que de las cien, sólo una reciba una enseñanza que va más allá de la que los demás recibieron; quizá oiga una voz que las demás no oyeron; y perciba un mensaje que va más allá de lo que el resto oyó. Además de oír la enseñanza, la persona oye la voz de Dios, lo cual le impresiona al punto de inclinar su cabeza y confesar: “Soy pecador. Oh Dios, sálvame”. Las otras noventa y nueve sólo tocaron lo relacionado con el aspecto humano y físico de la Palabra; pero dicha persona oyó la Palabra de Dios. Existe una diferencia fundamental entre estas dos clases de creyentes.
Lo mismo podemos decir con respecto a la lectura de la Biblia. La Biblia es la Palabra de Dios. En determinado momento Dios le dio Su mensaje a Pablo, a Pedro y a Juan. Sin embargo, algunos al leerla lo único que ven son palabras, expresiones, doctrinas, verdades y enseñanzas. Encuentran allí todo, menos la voz de Dios. Ellos posiblemente hayan estado leyendo la Biblia por diez años sin que Dios les haya hablado ni una sola vez. Hermanos y hermanas, posiblemente hayan oído alguna vez que alguien testifica y dice: “He estado leyendo la Biblia veinte años, pero todavía no entiendo lo que dice”, o a alguien que se pone en pie y dice: “He estado leyendo la Biblia por cinco o diez años. Yo pensaba que lo sabía todo; pero un día Dios tuvo misericordia de mí y me habló. Ahora me doy cuenta de que no sabía nada”. Hermanos, una persona de experiencia discierne rápidamente la diferencia entre estos dos casos. Necesitamos la Palabra de Dios además de las palabras del hombre, y necesitamos las palabras del hombre además de la Palabra de Dios. Si Dios no nos habla, nuestro esfuerzo es vano. Estas esferas son completamente diferentes. En una están las doctrinas, las verdades, las enseñanzas, las palabras, el idioma y las expresiones, y en esa esfera toda persona diligente, inteligente y de buena memoria puede desenvolverse bien; pero en la otra esfera, Dios tiene que ratificar Su palabra al hombre. Hermanos, ¿pueden ver la diferencia entre estas dos esferas? Dios ha hablado y Sus palabras constan en la Biblia fielmente. Por medio de estas palabras, El le habla al hombre de nuevo. Esto es lo que podríamos llamar las palabras actuales de Dios. Al hablarnos, El usa las mismas palabras y nos ilumina con la misma luz que usó en el pasado. La revelación que recibimos es fresca y procede de la revelación dada anteriormente. Esto constituye el principio básico del ministerio de la Palabra. Sin esta base no lo podemos llevar a cabo.
Permítanme dar otro ejemplo para mostrar la relación que hay entre las Escrituras y la revelación presente de Dios. Supongamos que usted una vez se haya dado cuenta de que Dios lo usó para que hablara por El. Puede ser que lo que dijo no haya sido algo espectacular; sin embargo, tuvo la sensación de que en ese momento el Señor estaba hablando por medio de usted. Indiscutiblemente usted proclamó palabras especiales, ya que éstas fueron ungidas por el Espíritu. Supongamos que dos meses más tarde usted se halla en una situación similar, con las mismas personas y ante la misma necesidad. Posiblemente usted piense que es oportuno repetir lo que dijo dos meses antes y tenga la certeza de poderles ayudar de esta manera. Pero en esta ocasión, al repetir lo mismo, usted se siente incómodo y sus palabras no tienen impacto. ¿Qué sucede? Puesto que está usando las mismas palabras que un día estuvieron llenas de la unción, usted piensa que el Espíritu Santo seguramente seguirá ungiéndolas. Sin embargo, no sucede así. El hecho de que el Espíritu Santo unja sus palabras en cierta ocasión, no significa que las ungirá una vez más.
Debemos recordar que recibir revelación una vez no significa que lo que se habló en determinado momento traiga consigo inherentemente la revelación cada vez que se repita. Aunque las palabras sean las mismas, la revelación ya no está allí. Podemos recordar y repetir lo que dijimos, pero no podemos duplicar la revelación ni la unción, porque éstas dependen de Dios. Necesitamos ver la relación que hay entre el ministerio de la Palabra y las Escrituras, y entre la Biblia y las palabras proclamadas. Es posible que al hablarle de Juan 3:16 a un incrédulo, él inmediatamente confiese que es un pecador, y más tarde, al citar el mismo versículo a otra persona, ésta no sea salva. El versículo es el mismo, las circunstancias las mismas, pero el Espíritu Santo no habla en esta ocasión. Como podemos ver, uno debe contar con la unción y la revelación.
TRES
Los que servimos como ministros de la Palabra de Dios debemos aprender esta lección. Lo importante no es cuánto conozcamos las Escrituras, ni cuántas verdades bíblicas hayamos estudiado, ni cuántos versículos podamos citar de memoria. Estas cualidades no nos constituyen ministros de la Palabra. Si bien es cierto que es indispensable conocer las verdades bíblicas, y poder citar y entender la Biblia, también necesitamos el ingrediente básico de la revelación del Espíritu Santo. Este ingrediente nos capacita para ejercer el ministerio de la Palabra. Se requiere la revelación del Espíritu Santo para ejercer el ministerio de la Palabra. No se trata de repetir las mismas palabras, sino de tener la revelación, pues sin ésta, el ministerio de la Palabra cesa. Es vital entender esto cabalmente.
Dios ya habló. Y ahora, a fin de que Su palabra ocasione el mismo efecto, El repite lo que ya dijo. La Palabra que anunció antes es la misma que anuncia ahora; para que ésta sea eficaz, la unción tiene que estar en ella. Aquí podemos ver el equilibrio. Por una parte, al predicar la Palabra de Dios, debemos usar las mismas palabras que Dios expresó antes. Nuestro hablar se debe basar en lo que ya se dijo. No necesitamos añadir nada nuevo. Por otra, aunque al predicar usemos las mismas palabras, éstas no deben ser las mismas. Debemos tener la Palabra como base, porque sin ella Dios no puede hablar; pero a la vez, necesitamos que una unción y una revelación fresca del Espíritu Santo la acompañen, ya que sin esto, aunque digamos lo mismo, no se producirá el mismo efecto. Debemos mantener un equilibrio entre estas dos.
Muchas veces tenemos la tentación de dar el mismo testimonio esperando obtener el mismo resultado, la misma luz y la misma revelación que tuvimos anteriormente. Pero esto no sucede. Podemos repetir las mismas palabras, las mismas enseñanzas, los mismos testimonios, las mismas parábolas y las mismas expresiones, pero eso no tiene nada que ver con Dios, ya que el poder que usamos en ese momento es el nuestro, no el Suyo. Es posible repetir las acciones externas, pero no lo interno, porque esto pertenece a la esfera de Dios.
Usemos otro ejemplo para entender más claramente este asunto. Dios habla conforme al principio de la resurrección. ¿Qué es la resurrección? Es regresar a la vida lo que estaba muerto. La resurrección no da a luz, sino que regresa lo muerto a la vida. El nacimiento de un niño no es resurrección, pero si un difunto recobra la vida, eso es resurrección. La hija de Jairo, el hijo único de la viuda de Naín, y Lázaro murieron, pero volvieron a vivir. Esto es resurrección. Hoy los ministros de Dios al proclamar la Palabra, sirven conforme al principio de la resurrección. Aunque Dios puso Su vida en Su Palabra y está allí todavía, El tiene que exhalar Su aliento sobre ella de nuevo. ¿Comprendemos esto? El principio de la resurrección es muy diferente al de la creación. Cuando la palabra se habló por primera vez, fue comunicada conforme al principio de la creación. La palabra fue expresada y algo se creó. De igual manera, cuando un niño nace, lo que ocurre es un nacimiento. El ministerio de la Palabra no opera así. La Palabra de Dios ya fue dada, y El sólo repite lo que ya dijo. Esto hace que la Palabra recobre la vida y el hombre reciba revelación.
La vara de Aarón que reverdeció tipifica la resurrección. Estaba muerta, no porque fuera de hierro, sino porque la vida que había en ella se había secado. Pero al ser puesta en el arca, la vara reverdeció, floreció de nuevo y dio fruto. Esto es resurrección. La vara es la misma, pero cuando la vida entra de nuevo en ella, se produce la resurrección. De igual manera, la Palabra es la misma, pero cuando cobra vida, trae revelación y luz. Es entonces cuando la Palabra adquiere vida para nosotros. Toda palabra contenida en las Escrituras es inspirada por Dios, y tenemos que honrarla. Todo aquel que rechace la Biblia será rechazado por Dios por haber rechazado la Palabra que El comunicó. La Biblia es el fundamento de la fe ortodoxa y de la revelación divina. Sin embargo, necesitamos acercarnos a Dios a fin de recibir la luz y la revelación de las Escrituras. La Palabra de Dios sigue siendo la misma, pero es necesario que de ella brote nuevamente la revelación. La vara era la misma, pero una nueva vida entró en ella y retoñó, echó flores y produjo frutos. Este es el significado de recibir revelación de la Palabra de Dios.
La inspiración ocurre una vez, pero la revelación es continua. Sólo tenemos una Biblia, pero la unción del Espíritu Santo se repite continuamente y produce así el ministerio de la Palabra. Cada vez que alguien trata de explicar la Biblia sin tener unción ni revelación ni luz, el ministerio de la Palabra cesa en esa persona. Tenemos que prestar atención a este hecho. La diligencia, la memoria, el entendimiento y la inteligencia del hombre son necesarios, pero no son suficientes; Dios debe concederle misericordia al hombre y hablarle de nuevo.
En realidad, no podemos hacer nada si no oímos hablar a Dios; es decir, El tiene que estar dispuesto a hablar de nuevo, ya que si no lo hace, aunque nos esforcemos, no lograremos ningún resultado. Si El no habla, los ministros no lograrán su cometido por mucho que prediquen. Para que la palabra opere, lo que digamos debe provenir de la esfera espiritual, porque si viene de la esfera física, aunque las palabras y la sensación interna sean iguales, lo que comuniquemos será diferente. Cuanto más hablamos por el espíritu, más comprendemos que esto está fuera de nuestro alcance. Aunque nuestro mensaje sea el mismo palabra por palabra y oración por oración, e inclusive, aunque sea una repetición literal del primer mensaje que dimos, el resultado no es el mismo. Debemos recordar que el único que puede anunciar la Palabra de Dios es Dios mismo. La Biblia es la Palabra de Dios y es necesario que sea El quien la comunique. La obra de los ministros consiste en permitir que El comunique Su palabra nuevamente. Cuando el oráculo de Dios le permite expresarse sin obstáculos, se produce el ministerio de la Palabra. Esta es la única esfera en la cual podemos servir.
Hay una enorme diferencia entre la teología y la voz de Dios. Al oír una predicación, no debemos limitarnos a analizar si la doctrina es correcta, si la enseñanza es bíblica, o si la verdad de la que se habla es fiel. Con esto no queremos decir que debemos menospreciar estos factores. Sin embargo, todo aquel a quien Dios ha instruido y cuyos ojos haya abierto, cuando escucha a un predicador, inmediatamente sabe qué clase de exposición hace. Podemos ser muy inteligentes y carecer de las palabras de Dios; o no ser muy versados, y expresar Su Palabra. Es fácil detectar cuándo habla Dios por una persona y cuándo no.
Si todos los hermanos comprendieran esto, la iglesia en lugar de prestar tanta atención a los dones, le daría más atención al ministerio. El problema hoy es que muchos hermanos y hermanas jóvenes no pueden discernir entre los dones y el ministerio. Por esta razón los dones son bien acogidos y admirados en la iglesia, mientras que al ministerio no se le da importancia. Las palabras y los aspectos externos podrán ser los mismos, pero la realidad es diferente. Todo aquel que tiene discernimiento espiritual puede ver la diferencia en ambos casos. Cierto hermano dijo una vez, “Yo predico lo que el hermano fulano predica”. El era muy diestro y pensaba que su predicación era tan buena como la de otros, pero no se daba cuenta de que su predicación se encontraba en una esfera completamente diferente. Algunas personas al predicar, se valen de la inteligencia, mientras que otras usan el espíritu. Estas son dos esferas completamente diferentes. Es erróneo pensar que repitiendo las mismas palabras produciremos los mismos resultados. Algunos pueden predicar lo mismo, pero puede ser que Dios no hable por medio de ellos. El que sirve en el ministerio de la Palabra, sirve ahí porque Dios habla por medio de él.
CUATRO
Al analizar la historia de la iglesia, vemos que desde los días de Martín Lutero, Dios ha estado haciendo una obra de recuperación. El levantó a Lutero y a sus contemporáneos para abrir el camino de dicha restauración. Desde 1828 muchas verdades se han ido recobrando gradualmente. Los que aman al Señor se preguntan por cuánto tiempo proseguirá el Señor esta obra. Primero que todo, necesitamos saber qué es esta restauración. Esta obra no consiste en predicar lo que los apóstoles predicaron, ni en expresar todas las verdades que se encuentran en la Biblia. Tampoco es obtener revelación por predicar estas verdades. En la actualidad hay muchos que predican las doctrinas del bautismo y de la imposición de manos sin saber lo que significan; o enseñan acerca de la iglesia, sin jamás haber visto lo que es; o enseñan acerca de la sumisión, sin siquiera conocer la autoridad de Dios. No piensen que por hablar del mismo tema, el contenido sea el mismo, ni piensen que el mensaje causará la misma reacción por el hecho de que la doctrina y la terminología sean iguales. Muchos predican en la esfera de la letra. Tales personas no tienen el ministerio de la Palabra.
Para ejercer el ministerio del Nuevo Testamento necesitamos recibir revelación. Solamente cuando recibimos la misma unción y la misma revelación que los apóstoles, podemos participar en el ministerio de la Palabra. No recibimos las palabras divinas que ellos recibieron simplemente repitiéndolas. La Palabra de Dios es totalmente diferente. Supongamos que los miembros de una iglesia son engañados como lo fueron los creyentes de Galacia, ¿qué debemos hacer? ¿Copiar toda la epístola a los Gálatas y enviársela? La epístola a los Gálatas fue escrita por Pablo, pero lo que los gálatas recibieron fue la Palabra de Dios. Al recibir la carta de Pablo, tocaron la Palabra de Dios. Hoy podemos copiar la epístola a los Gálatas y enviársela a la iglesia que tiene problemas; sin embargo, es posible que ellos sólo la lean pero no reciban la Palabra de Dios. Es muy común que una persona lea la Biblia sin tocar la vida, y que sólo vea las palabras que Dios proclamó antes, no lo que El comunica ahora. De igual manera, podemos leer la Biblia, la cual fue escrita por inspiración, sin que por ello recibamos la revelación del Espíritu Santo. Hermanos y hermanas, ¿cómo es posible que a pesar de que cientos de personas leen la Biblia, muy pocas sean beneficiadas? ¿Cómo se explica que tantas personas prediquen la Palabra y, sin embargo, muy pocos la pueden percibir? La única explicación es que las personas sólo tocan lo exterior de la Palabra, es decir, leen lo que Dios dijo en el pasado, no lo que Dios dice en el presente. Dios no les habla por medio de las palabras que El usó antes.
Debemos comprender que los ministros son el conducto que Dios usa para comunicar de nuevo Su palabra. Ellos tienen la responsabilidad de permitir que Dios exprese de nuevo las Escrituras. Así que, todo ministro de la Palabra de Dios debe transmitir a su audiencia las palabras que Dios expresa hoy, no la letra de la Biblia. Por una parte, si los oyentes no quieren escuchar, no se puede hacer nada, ya que para oír la voz de Dios deben abrir su espíritu, su corazón y su mente. Por otra, si quienes nos escuchan no oyen a Dios mientras interpretamos la Biblia y explicamos sus enseñanzas, es porque algo esta fallando en nosotros. Puesto que Dios habla por medio de los ministros de la Palabra, los oyentes deben tener la sensación y la convicción de que Dios les habla y de que deben consagrarse a El. Si la iglesia es pobre se debe a que los ministros son pobres. A menudo nos lamentamos porque no son muchos los que han recibido revelación, pero ¿por qué no se la damos nosotros? Decimos que la iglesia es pobre; ¿por qué no la enriquecemos nosotros? Esta es nuestra responsabilidad. La función de los ministros no es simplemente hablar de la Biblia, sino comunicar la Palabra de Dios. Las palabras de la Biblia en boca de sus ministros dejan de ser letra impresa y se convierten en la Palabra de Dios, la cual viene a ser vida y luz.
Es erróneo pensar que todo aquel que usa la Biblia para predicar e interpretar sus profecías es un ministro de la Palabra. Lo único que esta persona hace es mostrarle a los demás el aspecto externo de la Biblia. Algunos se quejan de que a la iglesia le falta revelación. Es posible que sea así, pero ¿quién se la dará? No podemos culpar a los hermanos y hermanas. Cuando los ministros de Dios tienen escasez, la iglesia se halla en esa misma condición; y cuando la iglesia no tiene profetas ni visión, el pueblo de Dios carece de luz. Dios imparte Su luz a la iglesia por medio de los ministros. ¡Cuán grande es la responsabilidad de la iglesia! No es correcto nombrarse a uno mismo sucesor de los apóstoles simplemente por predicar de las mismas Escrituras que ellos predicaron. Lo que nos constituye sucesores de los apóstoles es la medida de revelación que hayamos recibido y la unción que hayamos experimentado. Lo importante no es tener la misma doctrina, sino tener la misma unción.
Nada afecta más a la iglesia que la falta de personas que ministren la Palabra, la revelación y la luz de Dios. Si no les traemos esto, ¿esperamos que ellos lo reciban por medio de la oración? Al pedirles que ellos mismos oren por estos aspectos, estamos evadiendo nuestra responsabilidad y echando la carga sobre sus hombros. Son los ministros de la Palabra los que tienen la responsabilidad de ministrar a la iglesia. En ellos debe haber abundancia de revelación, luz y unción del Espíritu, de tal manera que cuando ministren la Palabra, Dios hable por medio de ella. Ministrar es lo mismo que servir. Cuando preparamos un platillo y lo servimos, este servicio satisface el hambre. De igual manera, el ministro debe preparar la Palabra de Dios de modo que pueda alimentar con ella a los demás.
Son muchas las personas que pueden disertar sobre la Biblia, pero Dios no habla por medio de ellas. Por eso es importante que veamos la diferencia que hay entre conocer la Biblia y ser portadores de las palabras de Dios. Muchas veces, aun después de estudiar la Biblia por varios días, Dios no nos dirige ni una sola palabra. Cuando El habla, los problemas se resuelven y todo cambia. Entonces nos damos cuenta de que la manera en que hemos estado leyendo la Biblia por años no es correcta. Ahora ésta adquiere nueva luz para nosotros. Así que lo que cuenta es que Dios hable. Muchas personas que no disciernen los asuntos espirituales, posiblemente nunca hayan oído que Dios les hable, con excepción del día que fueron salvas. Sin embargo, un día al oír a ciertos hermanos anunciar la Palabra, son impresionadas. Anteriormente, sólo oían mensajes de la Biblia, pero en esta ocasión oyen hablar a Dios. Aquí yace una diferencia fundamental. ¿Qué es la Palabra de Dios? Es Dios expresado. Necesitamos comprender esto. Solamente cuando la Palabra de Dios es proclamada y Dios nos habla, llegamos a realizar nuestra función como ministros. Este es un principio fundamental. Dios debe hablarnos y debe hablar por medio de nosotros. Si El no nos habla, nosotros no podemos proclamar Su palabra. Muchas personas quisieran ser oráculos de Dios y ministros Suyos; pero para serlo deben recibir revelación.
De los ministros depende la edificación de la iglesia, y el poder llegar a la unidad de la fe y a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Dios llama a Sus ministros a la obra del ministerio. Según Efesios 4 solamente cuando ésta se realiza, se llega a la unidad de la fe y a la medida de la estatura de Cristo (vs. 12-13). Lamentablemente, en la actualidad son pocos los que pueden ser ministros. Todos los días se predica la Biblia en algún lugar, pero qué medida de dicha predicación comunica la Palabra de Dios. El pueblo de Dios carece de luz y de revelación, y no podemos culpar a nadie, excepto a nosotros mismos. Las almas no son salvas, ni los creyentes edificados porque no se proclama la Palabra de Dios. Esto nos indica que la falta está en los ministros. ¿Cómo, entonces, podemos esperar que la iglesia prevalezca? Hemos cerrado nuestro ser a Dios y no hemos permitido que Su luz nos ilumine. Nuestros hermanos no han logrado ver la luz divina por culpa nuestra. Este es un asunto muy serio que nos debe hacer recapacitar. Una de las razones por las que hoy la iglesia se encuentra en ruinas es que el Señor no ha podido derribar las barreras que hay en nosotros. La Palabra de Dios es abundante, y Su luz y Su revelación nunca faltan; pero, ¿dónde están los ministros? Dios busca a los ministros que lo expresen. El no cuenta en la actualidad con estas personas idóneas. Hemos impedido que Su luz brille por medio de nosotros.
Hay obreros que afirman ser oráculos de Dios; sin embargo, al disertar acerca de la Biblia, ni esperan ni tienen la más remota idea de que Dios pueda hablar por medio de ellos. El único interés que tienen es presentar sus propias doctrinas y propagar sus ideas y sus proyectos personales. Ellos no esperan que Dios se exprese en lo que dicen. Debemos recordar que somos portadores de la Palabra de Dios solamente cuando El se expresa en lo que decimos. Si Dios no es expresado, lo único que oirán los oyentes es el pensamiento del hombre. La revelación sólo viene cuando Dios es manifestado. Si esto no sucede, la enseñanza sólo logra pasar de una persona a otra, de una boca a otra y de una mente a otra. ¡Qué diferente es cuando Dios por Su misericordia se expresa desde nuestro interior!
Hermanos, debemos comprender que hay una gran diferencia entre el análisis de las Escrituras y la comunicación de la revelación divina. Es posible que nuestras palabras sean lógicas, maravillosas, agradables y elocuentes, pero Dios no está en ellas. Si nos diéramos cuenta de ello, nos postraríamos delante de El y diríamos: “Señor, de ahora en adelante, aborrezco toda obra que no tenga ni imparta revelación a los demás”. No debemos convertirnos en predicadores profesionales, ya que cuando esto sucede, predicamos porque es nuestro deber, no porque hayamos recibido algo de parte de Dios. Necesitamos vivir en la presencia de Dios, pues sin Su presencia, no es posible participar en el ministerio de la Palabra. Quiera el Señor concedernos Su misericordia y revelarnos Su palabra para poder transmitirla a los demás. Si el Señor no se expresa por medio de nosotros, no podemos proclamar Su palabra. Si sólo tenemos la Biblia, aunque ésta sea la base del ministerio, puede llegar a ser un libro sin vida. Así que es esencial que ella transmita la revelación del Espíritu Santo.
Hermanos, necesitamos que el Espíritu nos unja, y debemos esperar esta unción. Tenemos que orar reiteradas veces: “Señor, unge hoy Tu palabra una vez más para que yo pueda recibirla y usarla”. Y orar así antes de dar un mensaje: “Señor, unge las palabras que voy a hablar y exprésalas junto con Tu unción”. Este es el momento oportuno para pedir misericordia. Parece que muchas personas tienen puesta su esperanza en la verdad y en el conocimiento, no en la revelación; por eso, cuando se predica el evangelio, muy pocas almas llegan a la salvación. Se dan muchos mensajes, pero son pocos los que reciben bendición. Tenemos que darnos cuenta de que si la vida de Dios no acompaña Su Palabra, lo que se diga, no vale la pena y es vano. La Palabra de Dios y quienes la proclaman son bien acogidos; sin embargo, las palabras no transmiten una luz que consuma, ni una revelación lo suficientemente fuerte como para lograr que las personas se humillen ante Dios. La necesidad actual no es tanto que se admire la Palabra de Dios, sino que los hombres se postren ante El debido a la intensidad de Su luz. Si como ministros no podemos lograr esto, no podemos culpar a nadie por este fracaso, salvo a nosotros mismos. Que el Señor tenga misericordia de nosotros.