El nuevo pacto 1931 capitulo 6 Watchman Nee Libro Book
EL NUEVO PACTO 6
CAPITULO SEIS
EL NUEVO PACTO (6)
Lectura bíblica: Mt. 26:28; 8:10-12
En los mensajes anteriores mencionamos las promesas de Dios, Sus hechos y Su pacto. Vimos que el pacto incluye el perdón de pecados, la purificación y la unción, la cual permite que el hombre conozca a Dios directamente. También vimos que el Espíritu Santo que mora en nosotros, nos capacita para tener una vida nueva que hace lo que es agradable ante Dios. Más adelante hablaremos de esto último con más detalle. Examinaremos ahora cómo nuestros pecados son perdonados, lo que Dios ha hecho por nosotros y lo que nos ha dado. Previamente nos referimos a los dos aspectos del pecado, los cuales son: nuestros pecados ante Dios, y el pecado que hay en el hombre. Quisiera añadir algo al respecto para los creyentes nuevos.
Según la Biblia el pecado tiene dos aspectos: (1) los pecados que cometemos ante Dios, por los cuales merecemos ser castigados y (2) la naturaleza pecaminosa que está dentro de nosotros, la cual nos gobierna y nos domina. Con respecto al pecado, podemos ver que existe una diferencia entre el pecado que está dentro del hombre, y el pecado que se halla delante de Dios. Además, el pecado en la conciencia, es diferente del pecado en el corazón; así como el pecado ante la ley es diferente del pecado en nuestro vivir. Los pecados que están expuestos delante de Dios nos privan de tener paz; y por otro lado el pecado que está en nosotros nos gobierna. Antes de ser salvos, cuando pensábamos en los pecados que habíamos cometido, no teníamos paz. Cuando fuimos tocados por el Espíritu Santo, nuestra conciencia clamó y llegamos a comprender que estábamos bajo condenación. La conciencia, que estaba adormecida, se despertó y empezamos a pensar en el juicio venidero, en el castigo que merecíamos y en el sufrimiento eterno del infierno. Entonces tuvimos temor de este juicio y deseamos que nuestros pecados fueran borrados del libro de Dios.
La mayoría de nosotros, antes de recibir al Señor Jesús como nuestro Salvador, estábamos desesperados y sin ninguna esperanza de recibir ayuda. Pero un día oímos que el Señor Jesús fue crucificado y derramó Su sangre para perdonarnos y limpiarnos de nuestros pecados. El llevó la carga de nuestros pecados y sufrió el juicio y el castigo destinado a nosotros, muriendo en nuestro lugar; de tal manera, que cuando sufrió el juicio y el castigo de la ira de Dios, nosotros también lo sufrimos en El. Su muerte nos salvó. ¡Gracias y alabanzas sean dadas a Dios por Su salvación plena! El Señor Jesús nos salvó, nos perdonó y nos limpió de nuestros pecados, y ya no sufriremos ningún castigo. Desde el día que fuimos salvos, ya no sentimos la carga de nuestros pecados. Nuestras transgresiones fueron perdonadas y hemos sido limpiados. Ya no somos pecadores, sino personas salvas que han recibido la gracia de Dios. Ahora tenemos el Espíritu Santo en nosotros, el cual nos hace clamar espontáneamente: ¡Abba, Padre! Tenemos una vida que está unida al Señor Jesús. La muerte del Señor eliminó la lista de pecados que pesaba sobre nosotros. A Dios le agradó aceptar el sacrificio del Señor Jesús; por lo cual eliminó los pecados que estaban delante de El. ¿Significa esto que nunca volveremos a pecar? No. Seguiremos teniendo pensamientos impuros, nos enojaremos, e incluso continuaremos siendo celosos y orgullosos. Decimos que nuestros pecados han sido eliminados, pero ¿por qué continuamos pecando? Tenemos que darnos cuenta que la sangre del Señor Jesús únicamente quitó los pecados que habíamos cometido; pero no el pecado que mora en nosotros.
La Biblia nos presenta dos aspectos de la muerte del Señor. La cuenta de pecados que Dios llevaba, fue eliminada por Su sangre. Sin embargo, el pecado en nosotros, sólo puede ser eliminado por medio de Su cruz. No estoy hablando de la erradicación del pecado, que algunos predican, sino de la crucifixión de nuestro viejo hombre por medio de la cruz del Señor. Anteriormente vimos que el pecado es el amo dentro de nosotros, que el viejo hombre es el intermediario, y que nuestro cuerpo es el esclavo. El Señor Jesús no es como los filósofos que enseñan a someter al cuerpo, ni tampoco elimina el pecado erradicándolo de nosotros. El Señor Jesús llevó nuestro viejo hombre a la cruz, de manera que nuestro cuerpo de pecado quedó sin uso, para que ya no sirviéramos al pecado como esclavos. La Biblia no dice que la sangre limpia nuestros corazones; dice que limpia nuestras conciencias. ¿Qué es la conciencia? Es la parte que nos condena y nos hace sentir mal cuando pecamos. La sangre del Señor hace que nuestra conciencia no sienta la condenación del pecado ni que temamos ser castigados por la lista de pecados que está delante de Dios. No obstante, el pecado del corazón todavía está ahí.
Dios perdonó nuestros pecados e injusticias. El nos absolvió y olvidó nuestros pecados. Hermanos, es necesario que entendamos la diferencia entre la lista de pecados que está ante Dios, y el pecado que está dentro de nosotros. Los capítulos del uno al cinco de Romanos hablan de la lista de pecados que está delante Dios y de la sangre que nos limpia de nuestros pecados. En este pasaje no se menciona el pecado que está dentro del hombre, y aunque el capítulo cinco alude al pecado de Adán, no se centra en él. Sin embargo, a partir del último versículo del capítulo cinco, hasta el capítulo ocho, describe detalladamente el pecado que mora en el hombre. Por consiguiente, en esta porción de la Palabra no dice que la sangre limpia nuestra carne ni el pecado de nuestros corazones, sino que nuestro viejo hombre fue crucificado, y que el cuerpo de pecado ha sido anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos.
No nos referimos a vencer el pecado. Los pecados que están expuestos delante de Dios nos ocasionan problemas y nos roban la paz. Cuando pensamos en este tipo de pecado, dudamos que Dios nos quiera perdonar y aceptar. Nos preguntamos si una persona que peca como nosotros lo hacemos, puede presentarse delante Dios. Este tipo de pecado es diferente del pecado que está dentro de nosotros. El pecado en nosotros nos tienta y nos arrastra a pecar. Es una ley, un poder que nos atrapa y nos fuerza a hacer lo que no queremos. Si no tenemos la fuerza para resistirlo, seremos como yerba seca sacudida por el viento y capturados por algo que está en nuestro corazón que nos fuerza a actuar en contra de nuestra voluntad. No tenemos escape. Muchos cristianos continúan cometiendo pecados muy sucios que los hace dudar incluso de su salvación. Ellos dudan porque no han visto la diferencia entre el pecado que está dentro del hombre y la lista de pecados que está ante Dios. Todo aquel que cree en el Señor Jesús, es perdonado y limpiado de sus pecados completamente. Sin embargo, el pecado dentro de ellos sigue siendo impuro y maligno como antes. Estas dos cosas son muy diferentes. La sangre del Señor nos limpia de nuestros pecados ante Dios, pero no puede arrancar el pecado que mora en nosotros.
La sangre es objetiva, mientras que la cruz es subjetiva. La sangre nos redime solamente de nuestros pecados ante Dios; pero la cruz termina con el pecado dentro de nosotros. Anteriormente éramos esclavos del pecado, y por experiencia conocemos el poder que éste tiene. El día que creímos en el Señor Jesús, y lo aceptamos como nuestro Salvador, fuimos lavados de nuestros pecados por Su sangre. Sin embargo, todavía somos fácilmente tentados a cometer los más horribles pecados. Esto hace que dudemos de la realidad de nuestra salvación.
La Biblia hace una clara separación entre estos dos tipos de pecados. El pecado dentro de nosotros fue terminado cuando el viejo hombre fue crucificado. Si por fe creemos esto, venceremos al pecado. Tenemos que admitir que todos nosotros somos pecadores. Si no lo hacemos, nunca seremos iluminados por el Espíritu Santo. Cuando el hijo pródigo regresó al hogar no le dijo al padre que tenía las manos resentidas, que estaba descalzo, que tenía frío y hambre ni que había pasado por muchos sufrimientos. Lo primero que él hizo fue confesar sus pecados. El dijo que había pecado contra el cielo y contra su padre (Lc. 15:21). El tenía la sensación del pecado. El día que fuimos salvos no le dijimos a Dios que éramos pobres y ni que necesitábamos muchas cosas, sino que habíamos pecado contra El. Cuando el Espíritu Santo ilumina nuestros corazones, nos damos cuenta que somos pecadores perversos y malignos, y que estamos en una posición muy lamentable y peligrosa. Sólo cuando el Espíritu de Dios nos ilumina, admitimos que somos pecadores y que estamos en peligro. Antes de ser salvos nos creíamos más fuertes y mejores que otros. Pensábamos que todos estaban en tinieblas menos nosotros. Necesitamos ser iluminados para poder reconocer que somos pecadores. Cuando esto sucede, lamentamos profundamente nuestras acciones pasadas y nos sentimos condenados y llenos de remordimientos, al punto de aborrecer nuestras propias vidas. Sólo entonces nos damos cuenta de lo maligno que es el pecado, el cual se interpone como una barrera entre Dios y nosotros impidiendo que nos acerquemos para tener comunión con El. Sabemos que somos pecadores, pero como estamos en una posición opuesta a Dios no sabemos cómo reconciliarnos con El. Todo aquel que quiere ser salvo pasa por esto, porque solamente así recibe la predicación del evangelio.
Una persona antes de ser salva siente la abrumadora carga del pecado, y se da cuenta de cuán viles son sus pecados y del castigo que recibirá por ellos. Cuando el Espíritu Santo empieza a actuar en su corazón, la persona comprende que algo no está bien entre ella y Dios, y siente la necesidad de creer en Cristo. Posiblemente sólo oiga que si cree en Jesús será salva, pero unas pocas palabras empiezan a obrar en su interior y comprende que ésta es la salvación y el evangelio genuino; está dispuesta a entregar su ser entero a la palabra de verdad y confiar que por medio de ella obtendrá la salvación. Después de algún tiempo de estudiar, aprender y buscar, recibe más luz acerca del proceso de la salvación. Entonces comprende lo precioso y maravilloso de ésta enseñanza. Esta es la experiencia por la cual muchos de nosotros pasamos. Cuando recién aceptamos al Señor Jesús, no entendíamos cómo era posible que un hombre pudiera ser salvo sólo por fe ni tampoco las otras verdades que están en la Biblia. Tuvo que pasar un tiempo considerable para que pudiéramos entender esto.
El justo y santo Dios juzgará al pecado de acuerdo a Su naturaleza santa. Para El es una obligación juzgar y condenar toda injusticia porque Su vida es justa. Dice Su palabra que todo aquel que peque ciertamente morirá, y que los que hacen tales cosas no vivirán. Nosotros hemos pecado y estamos llenos de iniquidad; así que, según la ley, El tiene que condenarnos. En lo que a la naturaleza santa de Dios se refiere, El no puede permitir que nadie que ha pecado viva; referente a Su obra, El es justo y hará morir a todo aquel que haya pecado; y concerniente a Su persona, El es un Dios de gloria, y los pecadores no pueden acercarse a El sin que mueran. Dios tiene que actuar de acuerdo a Su justicia, santidad y gloria. La gloria de Dios es mucho mayor de lo que podemos imaginar. Por esta razón en el Antiguo Testamento solamente dice que cuando Dios entró en el templo, éste se llenó con Su gloria. Dios es santo, y cuando se manifiesta Su gloria, retrocedemos porque estamos llenos de inmundicia. En el Antiguo Testamento los israelitas sólo podían entrar al tabernáculo por la expiación de la sangre. Cuando Dios actúa según el principio de justicia, santidad y gloria, nadie puede acercarse a El. Alabamos y damos gracias al Señor, porque por Su sangre podemos acercarnos a El confiadamente.
Nuestros pecados fueron juzgados antes de ser perdonados. Nunca obtenemos el perdón de pecados sin que Dios los juzgue primero. Nosotros recordamos muchos de nuestros pecados; y Dios no los ignora ni los encubre ni pasa por alto el juicio que merecen. Pero, ¡el cordero de la Pascua es nuestro! ¿Por qué Dios no pasó Su juicio sobre los primogénitos de los israelitas? Porque el cordero pascual recibió el juicio en lugar de ellos. Este juicio tampoco pasó sobre nosotros. El Cordero de Dios quita nuestros pecados. Si entendemos esto claramente, podremos decir con toda seguridad que somos salvos. Muchos se preguntan cómo pueden saber que son salvos. Permítanme decir esto: Dios es muy cuidadoso. El juzga al pecado conforme a Su justicia. Dijimos antes que la gracia no reina directamente, sino que lo hace por medio de la justicia. La gracia tampoco nos llega directamente, sino por medio de la cruz. Sin la cruz, sin el juicio y sin el castigo de Dios, no hay gracia. No piensen que Dios nos perdona porque le da compasión al ver nuestro arrepentimiento, nuestro dolor o nuestras lágrimas. Dios nunca reacciona ante estas cosas. Ni las lágrimas, ni el arrepentimiento ni las enmiendas harán que Dios nos perdone. Primero somos juzgados y después recibimos el perdón y la salvación.
Dice el título de un folleto: La salvación por fe, no por la oración. Recibimos la salvación no por la oración, sino por confiar plenamente en la muerte del Señor y en Su sangre preciosa, la cual nos limpia y nos redime de nuestros pecados y del castigo. Por consiguiente, no somos salvos por la gracia directamente, sino porque después de creer, merecemos ser salvos. Esto es la justicia. Qué lástima sería si tuviéramos que llorar y rogarle al Señor que nos salvara. Podemos lamentar y suplicar fervientemente sin saber que el Señor nos ha contestado. Sin saber que El quiso sacrificar Su vida para salvar a pecadores como nosotros. Si Dios no contestara nuestras oraciones, no podríamos juzgarlo de injusto, o decir que esta equivocado. Gracias a Dios que El envió al Señor Jesús a la tierra. El vino, murió en la cruz, resucitó y ascendió al tercer día, y así llevó cabo la redención. El murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Desde ese día en adelante, Dios puede salvar a los pecadores. Desde entonces, todo el que cree en Su Hijo y lo recibe es salvo. Por tanto, sería injusto si no nos salvara. Tal vez decir esto suene presuntuoso, pero aun si Dios no quisiera salvarnos, lo tendría que hacer. El no puede retener Su salvación, pues ya aceptó la redención que el Señor realizó en la cruz. Nuestro Señor Jesús murió y pagó toda la deuda por el pecado. Por lo tanto, Dios tiene que salvarnos.
Me gusta mucho esta historia. Dos hermanas estaban jugando, y la menor le preguntó a la mayor cómo había sido salva. A esta pregunta la mayor le respondió que por la gracia de Dios. Luego, cuando ésta le hizo la misma pregunta a la menor, la muchacha le contestó que ella había sido salva por la justicia de Dios. Esta joven tenía razón. Dios aceptó la muerte y resurrección del Señor Jesús. El juicio y el castigo que nosotros merecemos, fue ejecutado en la cruz del Señor. Ahora podemos ser salvos por la justicia de Dios.
Con respecto al perdón, mucha gente ha olvidado que nuestra relación con Dios se halla dentro de los confines del pacto. ¿Recibimos la salvación y la liberación por la gracia? No. La recibimos por la justicia. Si un rico le diera a un pobre un cheque por diez mil dólares, todo lo que éste tendría que hacer cuando necesitara dinero es ir al banco y hacerlo efectivo. Esto es gracia. Pero si el pobre fuera al banco con el cheque y el banco se rehusara a cobrarlo, eso sería injusto. El rico no tenía porque darle al pobre un cheque por diez mil dólares. Pero si se lo hubiera dado y el banco no lo hubiera querido hacer efectivo; esto no sería falta de gracia, sino de justicia. El banco que se negó a pagar el cheque no sólo es injusto, sino que le falta integridad. El Señor fue crucificado, y si Dios no nos perdonara, sería injusto, y digo esto reverentemente. Si Dios no nos hubiera dado a Su Hijo, podríamos concluir que El no nos ama ni es benévolo con nosotros. Pero El nos dio a Su Hijo, quien murió por nosotros, fue crucificado, derramó Su sangre y pasó a través del juicio y el castigo de Dios. Si Dios no nos salvara, ¿no sería esto una injusticia? Dios nos salva conforme a Su justicia. Sin embargo, no estamos exaltando la justicia de Dios, sino Su gracia y la cruz. Solamente la gracia más sublime puede realizar esto.
Algunas personas me preguntan cómo pueden saber si son salvas. Ellas no tienen la paz ni el gozo de la salvación que otros experimentan; por eso no se atreven a declarar que son salvas. ¿Ha recibido usted al Señor Jesús? Si lo ha hecho, entonces usted es salvo. Dios no puede pecar (lo digo de la manera más reverente); ni tampoco es injusto. Ser injusto es pecado. Puesto que Dios no puede pecar, tampoco puede ser injusto; así que El tiene que salvarnos. Cuando el Señor Jesús fue crucificado, derramó Su sangre y fue juzgado y castigado; nosotros fuimos juzgados y castigados juntamente con El. Por tanto, Dios no puede castigarnos ni enviarnos al lago de fuego. El tiene que salvarnos porque hemos creído en Jesús y lo hemos aceptado como nuestro Salvador y Redentor. Hermanos, esto es todo lo que puedo decir al respecto. Dios está restringido por Su pacto, no tiene libertad. Todo aquel que ha creído en Su Hijo; es salvo. ¿Duda usted todavía de que El pueda salvarlo?
Permítanme hacerles una pregunta. ¿Están ustedes seguros de que sus pecados han sido perdonados? ¿Creen que van a perecer? Ustedes creyeron y aceptaron al Señor Jesús, sin embargo, ¿no saben si son salvos? ¿Aún creen que van a perecer? En verdad les digo, aun si la tierra y el cielo pasaran, si hemos creído y recibido al Señor Jesús, nunca pereceremos. El diablo no puede hacer que perezcamos, ni los ángeles pueden impedir que seamos salvos; ni aún Dios mismo tiene el poder para hacernos perecer (lo digo de la manera más reverente). Incluso, si nosotros quisiéramos perecer y ya no ser salvos, no podríamos.
¿Qué dice Hebreos 8:12? “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados”. Esto indica que Dios, en Cristo Jesús, nos perdonó. Dios es propicio a nuestras injusticias, porque Cristo murió por nosotros. Dice al final del versículo: “Y nunca más me acordaré de sus pecados”. ¿Qué significa esto? ¿Por qué Dios no se acordará de nuestros pecados? ¿Quiere decir esto que El ya los olvidó? ¡Exacto! Muchas veces sucede que las cosas que Dios recuerda, nosotros las olvidamos; y las cosas que Dios olvida, nosotros las recordamos. Dios olvidó nuestros pecados, al punto que se desvanecieron como las nubes o el humo. Dios dice que El borró nuestros pecados y que no ha quedado ni rastro de ellos. Desafortunadamente, muchos todavía los recuerdan. Ellos creen que sus pecados son tan terribles que Dios no los puede olvidar ni perdonar. Muchos tienen una memoria muy buena incluso mejor que la de Dios. Ellos creen que Dios usó un borrador para borrar sus pecados, y que cuando El ve la marca que estos dejaron, se acuerda de ellos. Por medio de la sangre del Señor Jesús, Dios olvidó todos nuestros pecados, grandes y pequeños, los que todavía recordamos y los que ya olvidamos, los que cometimos por ignorancia y los que hicimos intencionalmente, de tal manera que es como si nunca hubiéramos pecado. Todo aquel que haya escuchado este evangelio, dirá: ¡Aleluya! ¡Este es el más grande evangelio que he oído! Por medio del Señor Jesús, Dios olvidó los pecados de todo aquel que ha creído en El. La sangre del Señor Jesús lavó todos nuestros pecados.
En el pacto está estipulado el perdón de nuestros pecados. ¡Aleluya! Dios hizo un pacto con nosotros con el fin de perdonar y olvidar nuestros pecados. ¿No está seguro de su salvación? ¿Teme perecer? Simplemente dígale a Dios: “Señor, Tú hiciste un pacto conmigo. ¿Has olvidado que tienes que perdonarme? Por favor, cumple Tu promesa”. Inmediatamente después de orar así, sentirá la seguridad de su salvación. Como dijimos anteriormente, no es por rogar fervientemente que recibimos el perdón de nuestros pecados, sino por ese derecho adquirido por medio de la sangre.
En Hebreos 10:1-2 dice: “Porque la ley, teniendo la sombra de los vienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente año tras año, perfeccionar a los que se acercan. De otra manera, ¿no habría cesado de ofrecerse, por no tener ya los adoradores, una vez purificados, conciencia de pecado?” Puesto que nuestra conciencia ha sido purificada, ya no tenemos conciencia de pecado. Los sacrificios que se ofrecían año tras año no pudieron hacer esto, solamente la sangre del Señor Jesús lo pudo lograr. Cuando Dios ve la sangre, se olvida de nuestros pecados y hace que no tengamos más conciencia de ellos. Antes de ser salvos, éramos muy sensibles a la acusación de nuestra conciencia por nuestros pecados y no había manera de callarla. Después que recibimos al Señor Jesús, entendimos que Su sangre fue derramada para redimirnos. El sufrió, en nuestro lugar, el castigo por el pecado que nosotros merecíamos, hasta el punto de morir. Desde ese momento, nuestra conciencia ya no recuerda ni sufre por causa del pecado. Puesto que nuestra conciencia está limpia, no estamos conscientes de pecado. Si no adoramos a Dios por esto, no hay nada más que hacer, pues es una indicación que no tenemos la seguridad de ser salvos ni de tener vida eterna. Estamos a la deriva. Tenemos que sostenernos sobre nuestros pies antes de poder correr. De igual manera, si no estamos firmemente establecidos sobre la base de la salvación, nunca podremos avanzar ni correr la carrera espiritual que está delante de nosotros. Por lo tanto, cuando partimos el pan, no podemos alabar, regocijarnos ni adorar a Dios como los demás, porque muy dentro de nuestro corazón no tenemos la seguridad de la salvación. Gracias al Señor por Su sangre, la cual nos limpia de nuestros pecados, de tal manera que nuestra conciencia ya no es perturbada por ellos. Ahora podemos disfrutar de la gracia y del amor ilimitado de nuestro Dios.
En 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. ¿Sabe usted qué es fidelidad y qué es justicia? La fidelidad se relaciona con la palabra de Dios, mientras que la justicia tiene que ver con Sus actos. Dios es fiel a todo lo que dice, y es justo en todas Sus acciones. ¿Por qué Dios perdona nuestros pecados y nos limpia de toda injusticia? Porque Sus palabras son fieles. El dijo que nos perdonaría, y lo ha hecho. Más aún, Sus actos son justos. Puesto que El envió a Su Hijo, quien sufrió el castigo en nuestro lugar para quitar nuestros pecados, tiene que limpiarnos de toda injusticia. Por causa de Su promesa fiel, El tiene que perdonarnos. Conforme a Sus hechos justos, El tiene que considerar la muerte de Su Hijo como nuestra muerte, y el juicio y castigo que Su Hijo sufrió, como el nuestro. El es justo y no puede cobrar la misma deuda dos veces. No puede pedir que el Señor Jesús pague la deuda, y después querer que nosotros la paguemos también. El no hace tal cosa. Si hiciera esto, sería injusto. Por lo tanto, por ese pacto que hizo con nosotros, podemos pedirle que nos perdone y nos limpie.
Hermanos, cuando confesamos nuestros pecados y le pedimos a Dios que nos perdone, ¿ustedes creen que El contestará o rehusará hacerlo según le parezca? No. El no puede hacer esto, porque éste es un legado que está en el testamento. Según el pacto, si confesamos nuestros pecados, Dios tiene que perdonarnos y limpiarnos de nuestros pecados e injusticias. Si confesamos nuestros pecados de acuerdo al pacto, Dios no los recordará sino que será propicio a nuestras injusticias.
¿Sabemos cómo hablar con Dios según el pacto? ¿Seremos capaces de asirnos de este convenio para decirle con valentía: “Tu pacto afirma que si confesamos nuestros pecados, Tú nos perdonarás y nos limpiarás de toda injusticia. Vengo delante de Ti a confesar mis pecados. Por favor perdóname y límpiame de toda injusticia”? La Biblia no dice que nuestros pecados serán perdonados solamente si oramos hasta sentir paz. Tampoco dice que sino tenemos paz después de haber orado, nuestros pecados no han sido perdonados. Este tipo de enseñanza no está en la Biblia. Tenemos que entender que cuando Dios hizo un pacto con nosotros, Su intención fue que habláramos con El usando las palabras del pacto. El quiere que pidamos por fe. Cuando le pedimos a Dios que cumpla Su palabra, no estamos rogando por misericordia, sino reclamando la porción que, según el pacto, nos corresponde legalmente. Gracias a Dios que en este pacto está el perdón.
Podemos llorar y lamentarnos porque pecamos. Podemos odiar el pecado y proponernos no pecar nunca más reconociendo que éste nos hace sufrir, y decir que no nos atrevemos a venir ante Dios porque pecamos. Pero hacer esto no nos hace piadosos. Si creemos que por odiar, llorar y lamentarnos por nuestros pecados seremos perdonados más fácilmente, no estamos confiando en la Palabra de Dios.
El señor Smith, escritor del libro La clave para tener una vida cristiana feliz, preguntó una vez a una joven creyente, qué sucedería si volviera a pecar y qué pensaba que haría Jesús si esto ocurriera de nuevo. Ella respondió que Jesús la haría sufrir por un tiempo y luego la perdonaría. No piense que ésta es una respuesta infantil. Muchos adultos tienen la misma idea. Creen que después que han pecado, para poder ser perdonados, tienen que sufrir por un tiempo. Hermanos, la sangre hace posible que seamos perdonados, no nuestras lágrimas ni lamentaciones. El perdón no viene después de esperar hasta no sentir más remordimiento o hasta que sintamos paz. El perdón es algo que está incluido en el pacto de Dios. Dios prometió que por medio del derramamiento de la sangre del Señor Jesús, El perdonaría nuestros pecados y nos limpiaría de toda injusticia. En el momento que creemos en el Señor Jesús, y lo recibimos como nuestro Salvador, Dios nos perdona y es propicio a nuestros pecados conforme al pacto que hizo con nosotros. ¿Quién no tiene paz en su corazón todavía? ¿Quién teme que sus pecados aún no hayan sido perdonados? No debemos pensar que nuestro Dios es inaccesible ni que tiene libertad de hacer lo que desee. El está limitado por Su pacto. Todo lo que tenemos que hacer es pedir según este convenio y hablar con El basándonos en las promesas que se encuentran en éste.
¿Qué rodea el trono de Dios? Un arco iris. Mientras éste permanezca alrededor del trono, Dios contestará la oración que hagamos basándonos en el pacto. En Apocalipsis 4:3 dice que alrededor del trono estaba un arco iris. En la tierra sólo vemos un extremo de éste, pero en el cielo se ve completo. ¿Qué significa el arco iris? Es la señal del pacto que Dios hizo con Noé. Dios le dijo a Noé que cuando viera el arco iris aparecer en las nubes, se acordaría del pacto eterno que hizo con las criaturas vivientes de la tierra. La señal del pacto rodea el trono. El pacto está alrededor de Dios. Por lo tanto El tiene que contestar nuestras oraciones. Cuán maravilloso es que Dios nos haya dado el asa de la que podemos echar mano.
¿Quién tiene todavía pecados que no haya resuelto? Debemos traer nuestros pecados delante de Dios, asirnos de Su Palabra y creer en El de acuerdo a Su pacto. Si hacemos esto, veremos que Dios actúa conforme a Su palabra. En “aquel día” veremos cómo la gracia y el amor de Dios fluyen en los cielos hacia nosotros por la eternidad. Hemos perdido muchas bendiciones espirituales y el reposo, porque no hemos visto que Dios ha establecido un pacto con nosotros. Cuando hablamos con El de acuerdo a este convenio, Dios responde. Si no hemos recibido, aún sabiendo esto, es porque no tenemos fe ni hemos actuado conforme al pacto. Pidamos con fe asidos de este pacto y recibiremos las bendiciones espirituales y el reposo que Dios nos ha prometido. Entre más pronto actuemos, mejor.