Watchman Nee Libro Book cap. 6 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

Watchman Nee Libro Book cap. 6 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

ABRAHAM Y SU HIJO PART.3

CAPITULO SEIS

ABRAHAM Y SU HIJO

(3)

Lectura bíblica: Gá. 4:29-31; 5:1; He. 11:17-19; Jac. 2:20-24; Gn. 21:8-10; 22:1-5, 16-18

Después que Abraham comprendió que Dios es el Padre, al interceder por las mujeres de la casa de Abimelec, Sara le dio un hijo en el tiempo señalado por Dios. Abraham llamó el nombre de su hijo Isaac. Cuando nació su hijo, Abraham tenía cien años de edad (Gn. 21:5).

El día que fue echado Ismael

El día que Isaac fue destetado, Dios dijo lo siguiente por medio de Sara: “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (v. 10). Esta palabra no provenía de los celos de Sara. Gálatas 4:30 nos muestra que Dios habló por la boca de Sara: “Porque de ningún modo heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre”. Esto significa que sólo una persona podía cumplir la meta de Dios; y esta persona era Isaac, no Ismael. Ismael fue el primero, no el segundo; por tanto, él representa a Adán, no a Cristo. “Mas lo espiritual no es primero, sino lo anímico; luego lo espiritual” (1 Co. 15:46). Los que son de la carne no pueden heredar el reino de Dios ni cumplir la meta de Dios. El segundo fue Isaac. Por consiguiente, Isaac representaba aquello que es espiritual, y a quienes pueden recibir la herencia de Dios y mantener Su testimonio.

Nótese que Ismael no fue echado el día que nació Isaac, sino después de que éste fue destetado. Sin Isaac, era imposible echar a Ismael. Algunos hermanos y hermanas están llenos de obras carnales y tienen una conducta carnal. Cuando oyen hablar de la carne y su significado, ya no se atreven a hacer nada y cesan de toda actividad. No han obtenido a Isaac todavía. Es por eso que cuando echan a Ismael, no pueden hacer nada. Muchos cristianos están nada acostumbrados a hacer muchas cosas por su cuenta, según su esfuerzo carnal. Una vez que detienen sus actividades carnales, quedan sin obra espiritual. Nada de lo que tenían antes era espiritual; todo era carnal. El principio es que Isaac debe ser destetado. Esto quiere decir que Ismael puede ser echado solamente cuando Isaac es lo suficientemente fuerte como hijo y ha obtenido el debido lugar.

¿Qué significa ser echado? Leamos Gálatas 5:1: “Para libertad Cristo los libertó; estad, pues, firmes, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”. Esto muestra que el Señor Jesús ya nos libertó y vive en nosotros. La vida que hemos recibido es una vida de libertad; fuimos libertados. Por lo tanto, no debemos intentar hacer nada para agradar a Dios. Cada vez que intentamos hacer algo, nos convertimos en Ismael. Cuando dejamos de intentar, el Hijo nos hace libres. La vida cristiana gira en torno a si nuestras acciones las hacemos nosotros o no. Cada vez que intentamos hacer algo para agradar a Dios, el yo y la ley del pecado y de la muerte están presentes, y volvemos a caer en la posición de Ismael y nos convertimos en los hijos de la sierva. Como hijos de la libre, no es necesario hacer nada por nuestro esfuerzo. Tenemos una vida en nosotros que lo hará todo de manera espontánea. Ya somos cristianos y no necesitamos simular la vida cristiana. Somos hijos de Dios y no tenemos que tratar de portarnos como tales. Vivimos reposando sobre la base de lo que somos no de lo que hacemos. Cada vez que intentamos hacer algo, “estamos otra vez sujetos al yugo de esclavitud” y nos convertimos en hijos de la sierva. Si permanecemos firmes en la posición de Isaac, la vida que poseemos se manifestará por medio de nosotros espontáneamente.

Después de que Abraham echó a Ismael, incluso Abimelec, quien lo había reprendido, vino a él y le dijo: “Dios está contigo en todo cuanto haces” (Gn. 21:22). La raíz del fracaso de Abraham había sido eliminada, y Dios pudo manifestar Su propia obra plenamente por medio de Isaac.

LA TERCERA PRUEBA: OFRECER A ISAAC

Abraham había sido probado dos veces en cuanto a su hijo. La primera prueba fue el engendramiento de Ismael. La segunda fue su oración por las mujeres de la casa de Abimelec. Ahora fue probado por tercera vez en cuanto a su hijo. Esta tercera prueba consistió en ofrecer a Isaac su hijo en el monte de Moriah.

Abraham ofrece a Isaac

Abraham había alcanzado la posición correcta. Se podría decir que había llegado a la cumbre. Después del capítulo veintidós, la narración se vuelve a la historia de su vejez. Por ende, el capítulo veintidós marca la cumbre de la vida de Abraham. Uno puede decir que este período era el apogeo de su vida.

En Génesis 22:1-2 leemos: “Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Esta exigencia estaba relacionada con el cumplimiento de la promesa de Dios. Isaac era el único hijo de Abraham, y lo amaba muchísimo. Ofrecer a Isaac, era un gran precio que Abraham tenía que pagar. Pero ése no es el punto principal. Hebreos 11 nos muestra algo que no se encuentra en Génesis 22. Hebreos 11:18 dice: “En Isaac te será llamada descendencia”. Así que, no se trataba solamente de sacrificar al hijo amado de Abraham, sino de la propia promesa, la meta y la obra de Dios. Dios no le dio un hijo a Abraham para él solo. Su intención era cumplir Su meta por medio de Isaac. Si Isaac moría, ¿qué pasaría? Esta era la prueba que tenía que pasar Abraham.

Esta prueba lo incluyó a él como individuo y como vaso. Hebreos 11:18 nos muestra el aspecto del vaso. Dios prometió darle un hijo a Abraham y deseaba que este hijo fuera ofrecido como holocausto. Esto es algo incomprensible para la carne. Un holocausto tiene que ser consumido por el fuego. Todas las promesas de Dios giraban en torno a Isaac. Si Isaac era consumido, ¿no serían consumidas las promesas de Dios? La meta de Dios y Su obra estaban en Isaac. Si él era consumido, ¿no lo serían también la promesa, la meta y la obra de Dios? Era lógico y acertado echar a Ismael debido a que él había nacido de la carne. Pero Isaac nació según la promesa de Dios. ¿Por qué había de ser ofrecido como holocausto? Abraham había buscado satisfacción en Ismael. Pero Dios mismo le dijo que no. Fue Dios el que dijo reiteradas veces que Sara tendría un hijo. Abraham no insistió en buscar este hijo; fue Dios quien se lo dio. Ahora Dios quería que se lo devolviera, y no de cualquier manera, sino en holocausto. Esto iba más allá de su entendimiento. Si Isaac no debía nacer, Dios debió habérselo dicho a Abraham antes. Si estaba bien que Isaac naciera, entonces lo correcto sería que Abraham se quedara con él. Si Dios no quería que Abraham conservara a Isaac, no debió dárselo. Si Dios quería que Abraham tuviera a Isaac, no debería exigirle que se lo ofreciera en holocausto. ¿Qué fin tenía engendrar un hijo para luego ofrecerlo? El único propósito era conducir a Abraham a que tuviera un entendimiento profundo de que Dios es el Padre.

Dios es el Padre

Abraham aún tenía una última lección por aprender. Era en realidad una confirmación de la lección que ya había aprendido. Para que Dios pudiera ser el Dios de Abraham, éste tenía que conocer a Dios como Padre. No había duda en cuanto a Isaac; sin duda alguna Dios lo había dado y era un hijo según Su promesa. Pero, ¿cuál era la relación de Abraham con Isaac? La profunda lección que tenemos que aprender delante del Señor es que no podemos apegarnos a ninguna de las cosas que Dios nos ha dado; El no nos permite asirnos de ellas. Es erróneo adquirir algo valiéndonos de la carne, pero es igualmente erróneo asirnos con nuestras manos carnales de lo que recibimos por medio de la promesa. Sin duda, Isaac fue dado por Dios; pero, ¿qué relación estableció Abraham con Isaac?

Al engendrar a Isaac, Abraham aprendió que Dios es el Padre. Pero todavía necesitaba aprender una cosa más. Dios era el Padre antes de nacer Isaac, pero, ¿lo seguía siendo después? Esta es la situación que afrontan muchos cristianos hoy. Antes de que nazca su “Isaac”, están conscientes de que Dios es el Padre. Pero después de que nace su Isaac, sus ojos se vuelven a sí mismos. Piensan que al nacer su Isaac, son ellos los que deben cumplir las promesas de Dios, realizar Su meta y producir Su obra. Piensan que necesitan estimar a su Isaac, preocuparse por él y hacer que permanezca en alto. Dios queda en segundo plano cuando nace el Isaac de ellos. Todos los pensamientos se centran en sí mismos, y Dios no es nada para ellos. Sin embargo, necesitamos ver que Dios es el Padre y El no permitirá que nuestros pensamientos se centren en nuestro Isaac. Dios es el Padre y no es limitado por el tiempo. Antes de nacer Isaac, Dios era el Padre y seguía siéndolo después. El cumplimiento de las promesas de Dios depende de El, no de Isaac.

Isaac era un regalo de Dios. He ahí nuestro mayor peligro ante el Señor. Antes de recibir algún don, nuestras manos están vacías y, por tanto, podemos tener comunión con Dios, pero una vez que recibimos el don, nuestras manos se llenan, y dejamos de tener comunicación con El y nos conformamos con el regalo. Dios tiene que enseñarnos la lección de que debemos hacer a un lado los dones y vivir totalmente en Dios. Antes de ser quebrantada la carne, el hombre vive según el don y hace a Dios a un lado, pero Dios no aprueba esto.

El engendramiento de Isaac fue una experiencia que tuvo Abraham. Podemos decir que esta fue una experiencia maravillosa para él. Pero Dios no nos da experiencias para que permanezcamos en ellas el resto de la vida. Debemos comprender que vivimos de Dios, no de las experiencias. El engendramiento de Isaac fue una experiencia admirable, pero no era el Padre. Fue una experiencia, no era la fuente [de subsistencia]. El problema es que cuando experimentamos algo de Cristo, nos asimos a ello y lo sobrestimamos, pero nos olvidamos de que Dios es el Padre. Dios no tolerará esto. El nos mostrará que es posible desprendernos de nuestra experiencia pero que a El no lo podemos abandonar. Podemos prescindir de Isaac, pero no nos podemos separar del Padre ni por un instante.

Esto aún no ha tocado el meollo del asunto. El entendimiento de que Isaac representa un don o una experiencia sólo afecta nuestra vida carnal. Existe otra cosa importante: Isaac representa la voluntad de Dios, de la cual Dios le había hablado a Abraham. Si Isaac moría, ¿no significaría eso que la voluntad de Dios revelada a Abraham se quedaría sin cumplir? Debido a que Abraham se interesaba tanto por la voluntad de Dios, tuvo que usar toda su energía para aferrarse a Isaac. Esta es la situación de muchos cristianos. Debemos comprender que tenemos una relación con Dios mismo, no con lo que El va a hacer ni con la voluntad que El ha expresado. Debemos ser llevados al punto donde ya no exista nuestro yo. Debemos ser liberados al grado de anhelar a Dios solamente, no las cosas que El desea que hagamos. En muchas ocasiones nos valemos de nuestras manos carnales para poner en alto aquello que Dios quiere que hagamos. Pensamos que como Dios quiere que hagamos cierta cosa, tenemos que hacer lo posible por cumplirlo. Pero en realidad, la lección que Dios nos enseña es que abandonemos nuestra propia voluntad a fin de que hagamos lo que El quiere y no lo que no quiere.

Isaac también representa nuestras actividades espirituales. Puede ser que Dios nos llame a participar de alguna obra espiritual. No obstante, es posible que no queramos hacerlo. Preferimos a nuestro Ismael y queremos tener nuestra propia obra. Un día Dios nos hablará, y después de hacerlo varias veces, veremos que ya no podemos escaparnos, y diremos: “Está bien. Estoy dispuesto a soltar mi obra y a tomar la Tuya”. Pero hay otro peligro después: puede ser que soltemos una obra sólo para encontrarnos envueltos en otra. Antes de tener a Isaac, nos aferrábamos a Ismael, pero al venir Isaac, nos aferramos a Isaac. No seguimos relacionados directamente con Dios, sino con la obra. Seguimos laborando y no desistimos. Cambiamos a Dios por las obras espirituales. Es por eso que El deja que nuestras obras mueran. Quizá aleguemos con El y le digamos: “Tú me pediste que lo hiciera. ¿Por qué terminé en este fracaso?” Debemos comprender que Dios permite que nuestra obra fracase porque no quiere que nos apeguemos a la obra. Si vemos esto, nuestro yo desaparecerá.

Anteriormente, la carne había engendrado a Ismael, no a Isaac. Ahora la carne se aferra a Isaac. En ambos casos es la carne. Dios estaba probando a Abraham para ver sí su ser estaba apegado a Isaac o a El. Esta es la prueba que confrontó Abraham en el monte Moriah.

Debemos hacernos la misma pregunta. Dios nos llamó a la obra y a Su servicio. Al comienzo no estábamos dispuestos, pero más tarde nos dispusimos y nos vinculamos a Su obra. ¿Amamos esta obra? ¿Estamos renuentes a desprendernos de ella? ¿Nos aferramos a esta obra con nuestras manos? Si es así, Dios intervendrá para quebrantarnos. El desea que comprendamos que a Isaac lo podemos sacrificar, mas nunca podemos sacrificar a Dios, porque sólo El es el Padre. No obstante, muchos cristianos sólo saben que deben realizar actividades espirituales; no saben que en realidad necesitan a Dios. Que el Señor nos conceda Su gracia para que no nos liguemos a las actividades espirituales, sino a Dios, pues sólo El es nuestro Padre.

El Dios de resurrección

Para entonces Abraham había llegado a la madurez. Cuando oyó que Dios deseaba que ofreciera a Isaac, no lo consideró como algo difícil. Les dijo a sus siervos: “Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros” (Gn. 22:5). Abraham ni siquiera mencionó la palabra sacrificio, pues para él aquello era una adoración. Nada era más valioso que Dios mismo, ni siquiera la obra más importante que Dios le había asignado. Cuando Dios quería que él abandonara algo, lo abandonaba voluntariamente. Todo era para Dios, y no discutía con El.

Hebreos 11:19 nos muestra que cuando Abraham ofreció a Isaac, sabía que Dios era el Dios de resurrección. Obedeció al mandato de Dios de ofrecer a Isaac [y de darle muerte], “de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir”. Es verdad que Abraham no dio muerte a Isaac, pero Hebreos 11:19 dice que “de donde [o sea, de la muerte], en sentido figurado, también le volvió a recibir”. Abraham conocía a Dios no sólo como el Dios de la creación, sino también como el Dios de la resurrección. Creyó que aun si moría su hijo, Dios lo resucitaría. Conocía a Dios como el Padre, como el que lo inicia todo, que llama las cosas que no son como si fuesen y el que da vida a los muertos. Sabía que Dios es el Padre, y creyó y esperó en El. En Génesis 15 Abraham fue justificado por la fe. Dios lo volvió a justificar a causa de este mismo acto de fe en Génesis 22, el cual también se menciona en Jacobo 2:21-23. Para entonces, lo único que le interesaba a Abraham era Dios; ya no estaba preocupado por Isaac.

EL VASO DE DIOS ES PERFECCIONADO

Debemos comprender delante del Señor, que no debemos aferrarnos ni siquiera a la comisión que hemos recibido, ni a la obra que estamos haciendo, ni a la voluntad de Dios que conocemos. Existe una gran diferencia entre lo que proviene de lo natural y lo que proviene de la resurrección. Todo aquello de lo cual nos cuesta desprendernos es natural. Todo lo que proviene de la resurrección es preservado por Dios, y nosotros no podemos aferrarnos a ello con nuestras manos carnales. Necesitamos aprender a darle gracias al Señor por llamarnos a Su obra y también por no llamarnos a participar en ella. Nosotros no estamos vinculados directamente a la obra de Dios, sino a Dios mismo. Todo debe pasar por la muerte y por la resurrección. ¿Qué es la resurrección? Es todo aquello que no podemos tocar con nuestras manos ni podemos retener; esto es la resurrección. Las cosas naturales pueden estar bajo nuestro control, pero es imposible controlar las que están en la esfera de la resurrección. Debemos ver que todo lo que tenemos viene de Dios y que lo que le pertenece a Dios no puede convertirse en nuestra posesión privada y, por tanto, debemos ponerlo en Sus manos. Dios entregó Isaac a Abraham, pero le seguía perteneciendo a Dios, no a Abraham. Cuando Abraham llegó a este punto, se convirtió en un vaso completo.

Cuando Abraham alcanzó este punto, Dios dijo: “Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gn. 22:16-18). La meta final a la que Abraham había sido llamado al comienzo se había cumplido. Dios había llamado a Abraham con tres propósitos. Primero, El quería darle la tierra de Canaán a Abraham y a sus descendientes. Segundo, quería hacer de Abraham y sus descendientes Su propio pueblo. Tercero, quería bendecir a todas las naciones de la tierra por medio de él. Abraham fue probado en cuanto a Canaán y en cuanto a su descendiente. El llegó a ser el vaso de Dios, y Dios pudo decir: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra”. La meta de Dios se había cumplido.

Los dones no nos hacen vasos de Dios ni ministros Suyos. Los vasos y los ministros de Dios deben ser aquellos que están delante del Señor, que han sido quebrantados y que tienen mucha experiencia. La peor equivocación que tenemos en el servicio que rendimos a Dios es pensar que los obreros de Dios son edificados sobre el conocimiento y los dones o inclusive sobre la astucia natural. Si una persona es astuta por naturaleza y tiene buena memoria, otros dirán que tal persona es apropiada y que es muy promisoria en el servicio de Dios y que es útil en los asuntos espirituales. El hombre piensa que un vaso que es eficiente, rápido y elocuente en su constitución natural es “útil al Amo”, y que siempre y cuando tenga algo de talento espiritual y de elocuencia sólo necesita adquirir más enseñanzas, teología y conocimiento bíblico. Pero tenemos que ser francos. El primer vaso que Dios llamó no llegó a serle útil a causa de estas cosas; tuvo que recorrer un largo camino. En repetidas ocasiones Dios le mostró sus debilidades y su inutilidad y que no se complacía en su energía carnal. Dios lo quebrantó paso a paso hasta que Abraham le conoció verdaderamente como Padre. Finalmente, él ofreció Isaac a Dios. Para entonces, se había convertido en un vaso útil, y Dios pudo decir: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra”.

Es cierto que hay diferentes niveles en nuestro servicio a Dios, y que podemos servirle en el nivel que estemos. Pero el asunto crítico es “¿qué clase de servicio debemos realizar a fin de satisfacerle?” Los que satisfacen a Dios son los que, por un lado, conocen la cruz, y por otro, conocen a Dios como Padre. Si nuestro servicio carece de este conocimiento, no tiene ningún valor espiritual. Que el Señor por Su gracia nos muestre que todo lo que El hizo, lo hizo para revelarse a Abraham como Padre y como el iniciador de todo. Puesto que Abraham conoció a Dios como Padre, es el único en toda la Biblia a quien se le llama “padre”. Sólo aquellos que conocen a Dios como Padre pueden ser padres. Lo que conocemos de Dios determina la clase de vaso que somos delante de El. Que el Señor nos libre de las doctrinas y del conocimiento muerto. La clase de vasos y ministros que podemos ser está en relación directa con el conocimiento que tengamos de El. Los vasos y los ministros de Dios conocen a Dios.