Watchman Nee Libro Book cap.5 La Iglesia gloriosa

Watchman Nee Libro Book cap.5 La Iglesia gloriosa

LA CIUDAD SANTA, LA NUEVA JERUSALÉN

CAPÍTULO CINCO

LA CIUDAD SANTA,

LA NUEVA JERUSALÉN

Ya hemos visto que la mujer mencionada en Génesis 2 es la misma mujer descrita en Efesios 5 y en Apocalipsis 12. Ahora consideremos a otra mujer, la que se encuentra en Apocalipsis 21 y 22.

Aunque los separa una larga distancia, los últimos dos capítulos de Apocalipsis corresponden a los primeros tres capítulos de Génesis. Dios creó los cielos y la tierra en Génesis, y el cielo nuevo y la tierra nueva se encuentran en los últimos dos capítulos de Apocalipsis. Tanto en Génesis como en Apocalipsis, se encuentra el árbol de la vida. En Génesis hay un río que fluye del Edén, y en Apocalipsis hay un río de agua viva que fluye del trono de Dios y del Cordero. En Génesis están el oro, la perla (bedelio), y una clase de piedra preciosa (el ónice), y en Apocalipsis están el oro, la perla y toda clase de piedras preciosas. En Génesis 2 Eva era la esposa de Adán. En Apocalipsis 21 el Cordero también tiene esposa. La esposa del Cordero es la Nueva Jerusalén, y el propósito eterno de Dios se cumple en esta mujer. En Génesis 3, después de la caída del hombre, se hallan la muerte, la enfermedad, los sufrimientos y la maldición. Pero cuando la Nueva Jerusalén desciende del cielo en Apocalipsis 21, ya no hay muerte, dolor, llanto ni sufrimientos porque las primeras cosas pasaron. Si leemos cuidadosamente las Escrituras, veremos que los capítulos del 1 al 3 de Génesis verdaderamente corresponden a Apocalipsis 21 y 22. Se presentan cara a cara en los dos extremos del tiempo.

Así que hemos visto cuatro mujeres: Eva en Génesis 2, la esposa (la iglesia) en Efesios 5, la mujer en la visión de Apocalipsis 12, y la esposa del Cordero en Apocalipsis 21. En realidad, estas cuatro mujeres son una sola mujer, pero su historia se divide en cuatro etapas. Cuando ella fue concebida en el plan de Dios, fue llamada Eva. Cuando es redimida y manifiesta a Cristo en la tierra, es llamada la iglesia. Cuando es perseguida por el gran dragón, es la mujer en la visión. Cuando es completamente glorificada en la eternidad, es la esposa del Cordero. Estas cuatro mujeres revelan la obra de Dios desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. La mujer en Génesis 2 es la que Dios, en Su corazón, se propuso obtener en la eternidad pasada, y la mujer en Apocalipsis 21 es la mujer que cumple el propósito de Dios en la eternidad futura. Las otras dos mujeres que se encuentran en medio son: la iglesia preparada para Cristo por Dios, y la mujer que dará a luz un hijo varón al final de la era actual. En otras palabras, estas cuatro mujeres nos muestran las cuatro etapas de la historia de una sola mujer: una etapa pertenece a la eternidad pasada, dos etapas se encuentran entre las dos eternidades, y otra etapa está en la eternidad futura. Aunque estas cuatro mujeres parecen ser diferentes cuando hablamos de ellas por separado, son la misma mujer cuando las reunimos. La esposa del Cordero es la mujer de Efesios 5. Puesto que el Señor Jesús es el Cordero, resulta imposible que la mujer de Efesios 5 no sea la esposa del Cordero. La mujer de Efesios 5 también se asemeja a Eva, y Eva también se asemeja a la esposa del Cordero en Apocalipsis 21. Cuando haya vencedores, cuya obra representa la de toda la iglesia, la mujer de Apocalipsis 12 introducirá a la mujer de Apocalipsis 21. Como resultado, Dios en la eternidad futura obtendrá de verdad una mujer, una mujer reinante que habrá derrotado totalmente a Satanás. Ciertamente Dios conseguirá una esposa para el Cordero, y Su propósito se cumplirá. Veamos cómo la mujer de Apocalipsis 12 llega a ser la mujer de Apocalipsis 21.

LA CAÍDA DE BABILONIA

En Apocalipsis 17:1-3 y 21:9-10, se mencionan dos mujeres: una se llama la gran ramera y la otra es llamada la desposada. Apocalipsis 17:1 dice: “Vino entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciéndome: Ven acá, y te mostraré el juicio contra la gran ramera que está sentada sobre muchas aguas”. Apocalipsis 21:9 dice: “Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero”. En Apocalipsis 17:3 leemos: “Y me llevó en espíritu a un desierto; y vi a una mujer…”. Apocalipsis 21:10 dice: “Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios”. Cuando el Espíritu Santo inspiró al hombre para que escribiera las Escrituras, El usó a propósito una estructura paralela al señalar a estas dos mujeres para que tuviéramos plena comprensión.

Consideremos primeramente lo que se relaciona con la ramera. La ramera mencionada en Apocalipsis 17 y 18 es Babilonia, cuyas acciones disgustan a Dios a lo sumo. ¿Por qué constituye su conducta una ofensa tan grande ante Dios? ¿Qué representa Babilonia y cuál es el principio de Babilonia? ¿Por qué juzga Dios a Babilonia y por qué razón se debe esperar que sea juzgada antes de que aparezca la esposa del Cordero? Que Dios abra nuestros ojos a fin de que veamos realmente a Babilonia conforme a las Escrituras.

El nombre Babilonia se origina en “Babel”. Recordamos la historia de la torre de Babel en la Biblia. El principio de la torre de Babel tiene que ver con el intento de construir algo en la tierra que alcance el cielo. Cuando los hombres construyeron esa torre, usaron ladrillos. Existe una diferencia básica entre el ladrillo y la piedra. La piedra es hecha por Dios, y el ladrillo por los hombres. Los ladrillos son una invención humana, un producto del hombre. El significado de Babilonia está relacionado con el hecho de que el hombre, por sus propios esfuerzos, construyera una torre que alcanzara el cielo. Babilonia representa la capacidad humana. Representa un cristianismo falso, un cristianismo que no permite que el Espíritu Santo tenga autoridad. No busca la guía del Espíritu Santo; lo hace todo por los esfuerzos humanos. Todo está hecho con ladrillos preparados por los hombres; todo depende de la acción del hombre. Los que se conforman a este principio no ven que son limitados; por el contrario, intentan llevar a cabo la obra del Señor por su propia capacidad humana. No adoptan una postura que les permita decir con sinceridad: “Señor, si Tú no nos concedes gracia, no podemos hacer nada”. Ellos piensan que la habilidad humana puede ser suficiente para los asuntos espirituales. Su intención consiste en establecer sobre la tierra algo que llegue al cielo.

No obstante, Dios nunca aceptará esto. Un hombre tiene algún talento y piensa que puede predicar después de haber estudiado un poco de teología. ¿Qué es eso? ¡Ladrillos! Otro hombre muy inteligente recibe ayuda y posee algún conocimiento y luego se hace obrero cristiano. Repetimos: ¿Qué es eso? ¡Ladrillos! A cierto hombre, por tener gran capacidad, se le pone a cargo de los asuntos de la iglesia. ¿Qué es eso? ¡Ladrillos! Todas estas cosas son intentos del hombre para construir algo que va de la tierra al cielo por la capacidad humana, por los ladrillos.

Repetimos enfáticamente que en la iglesia no hay lugar para lo humano. Lo celestial sólo puede proceder del cielo; lo terrenal jamás podrá ir al cielo. La dificultad del hombre radica en que no ve que está bajo juicio, ni que es solamente polvo y barro. Por muy alto que construya el hombre, el cielo siempre quedará más elevado. Por muy alta que sea la torre que construyen los hombres, no podrá tocar el cielo. El cielo está siempre por encima del hombre. El hombre puede subir y construir sin caerse, pero jamás podrá tocar el cielo. Dios destruyó el plan del hombre de construir la torre de Babel para mostrarle al hombre que él es inútil en los asuntos espirituales. El hombre no puede hacer nada.

En el Antiguo Testamento descubrimos otro acontecimiento que muestra claramente este principio. Cuando los israelitas entraron en la tierra de Canaán, la primera persona que cometió pecado fue Acán. ¿Qué pecado cometió Acán? El dijo: “Vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno … lo cual codicié y tomé” (Jos. 7:21). Acán fue seducido por una vestimenta babilónicao y cometió pecado. ¿Qué implica esta bonita vestimenta? Uno lleva una vestimenta bonitao para tener buen aspecto. Cuando uno se viste con una vestimenta bonita, esto significa que se la pone para mejorar su aspecto y añadirse un poco de brillo. Al codiciar el manto babilónico, Acán demostró que quería mejorarse, quería tener una mejor apariencia. Este fue el pecado de Acán.

¿Quiénes fueron los primeros en pecar en el Nuevo Testamento, después del inicio de la iglesia? Las Escrituras revelan que fueron Ananías y Safira. ¿Qué pecado cometieron? Mintieron al Espíritu Santo. No amaban al Señor lo suficiente, pero querían dar la impresión de amarlo mucho. Estaban simulando. No estaban dispuestos a ofrecerle gozosamente a Dios todo lo que tenían. No obstante, ante los hombres, actuaron como si lo hubieran ofrecido todo. Este es el manto babilónico.

Por lo tanto, el principio de Babilonia es la hipocresía. No hay nada de realidad; no obstante, las personas actúan como si tuvieran algo real por lo cual recibir gloria de los hombres. He aquí un verdadero peligro para los hijos de Dios: simular ser espiritual. Mucho comportamiento espiritual se hace con falsedad. Es usado como un barniz. Muchas oraciones largas son una falsificación; muchos tonos de oración son irreales. No hay ninguna realidad, pero hacen todo para aparentar que sí hay algo real. Este es el principio de Babilonia. Cada vez que nos vestimos con un manto que no corresponde a nuestra condición actual, nos encontramos en el principio de Babilonia.

Los hijos de Dios no saben cuántas veces se han vestido de falsedad para recibir gloria de los hombres. Esto queda diametralmente opuesto a la actitud de la novia. Todo lo que se hace con falsificación se efectúa en el principio de la ramera, y no en el principio de la novia. Es muy importante que los hijos de Dios sean librados de querer aparentar delante de los hombres. El principio de Babilonia consiste en simular para recibir gloria de los hombres. Si aspiramos a la gloria del hombre y a su posición en la iglesia, estamos participando del pecado del manto babilónico y del pecado que cometieron Ananías y Safira. La falsa consagración es pecado, y la falsa espiritualidad también es pecado. La verdadera adoración está en espíritu y con veracidad. Que Dios haga de nosotros verdaderos hombres.

En Apocalipsis 18:7 vemos otra condición de Babilonia: “Porque dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda”. Está sentada como reina. Perdió todas las características de la viudez. No siente nada por la muerte y la crucifixión de nuestro Señor Jesús. Por el contrario, dice: “Estoy sentada como reina”. Perdió su fidelidad; falló su verdadera meta. Este es el principio de Babilonia, y es el cristianismo corrupto.

El capítulo dieciocho nos muestra muchas otras cosas con respecto a Babilonia, especialmente con relación a los lujos que disfrutaba. En cuanto a nuestra actitud hacia las invenciones de la ciencia, podemos usar muchas cosas cuando tenemos una necesidad. Así como Pablo habló de usar el mundo (1 Co. 7:31), nuestra intención con respecto a estas cosas es simplemente usarlas. No obstante, disfrutar el lujo es algo diferente. Algunos cristianos rechazan los lujos y todas las cosas que contribuyen al disfrute de la carne. No queremos decir que no se deben usar algunas cosas, pero todo lo que se usa en exceso es lujo. Si nuestra ropa, comida o alojamiento está en exceso o simplemente es más de lo que necesitamos, constituye un lujo y concuerda con el principio de Babilonia. Dios permite que tengamos lo que nos hace falta, pero no permite lo que va más allá de nuestras necesidades. Debemos acomodar nuestro vivir conforme al principio de la necesidad; entonces Dios nos bendecirá. Si vivimos conforme a nuestra concupiscencia, estamos en el principio de Babilonia, y Dios no nos bendecirá.

Hemos visto que el principio de Babilonia es la mezcla de lo humano con la Palabra de Dios, y lo carnal con el Espíritu. Es hacer como si algo del hombre fuera algo de Dios. Es recibir la gloria de los hombres para satisfacer la concupiscencia del hombre. Por consiguiente, Babilonia es el cristianismo mezclado y corrupto. ¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia Babilonia? Apocalipsis 18:4 dice: “Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo Mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis sus plagas”. En 2 Corintios 6:17-18 dice también: “Por lo cual, ‘salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y Yo os recibiré’, ‘y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas’”. Según la Palabra de Dios los hijos de Dios no pueden involucrarse en nada que contenga el carácter de Babilonia. Dios dijo que debemos salir de toda situación donde el poder del hombre esté mezclado con el poder de Dios, donde la capacidad humana se mezcle con la obra de Dios, y donde las opiniones humanas se mezclen con la Palabra de Dios. No podemos participar de lo que tenga el carácter de Babilonia. Tenemos que salir de eso. Los hijos de Dios deben aprender, desde las profundidades de su espíritu, a separarse de Babilonia y a juzgar todas sus acciones. Si hacemos eso, no seremos condenados juntamente con Babilonia.

Babilonia empezó con la torre de Babel. Día tras día, Babilonia se engrandece. Pero al final Dios la juzgará. Apocalipsis 19:1-4 dice: “Después de esto oí como una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios; porque Sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de Sus esclavos derramada por mano de ella. Y por segunda vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!” Cuando Dios juzgue a la ramera, y destruya la obra de ella, y cuando eche fuera todo lo que ella es y el principio que ella representa, las voces del cielo dirán: “¡Aleluya!” El Nuevo Testamento contiene muy pocos aleluyas, y todos ellos se encuentran en este capítulo porque Babilonia, la que adulteró la Palabra de Cristo, ha sido juzgada.

El pasaje en Apocalipsis 18:2-8 nos explica la razón por la cual Babilonia cayó y fue juzgada. Anuncia las acciones pecaminosas de Babilonia y las consecuencias de su juicio. Todos los que están de acuerdo con Dios deben decir: ¡Aleluya! Porque Dios ha juzgado a Babilonia. Aunque el verdadero juicio se efectuará en el futuro, el juicio espiritual debe efectuarse ahora. Dios cumplirá el verdadero juicio en el futuro, pero nosotros tenemos que llevar a cabo el juicio espiritual ahora. Si los hijos de Dios introducen en la iglesia muchas cosas que no son espirituales, ¿cómo nos parece a nosotros? ¿Acaso el hecho de que seamos todos hijos de Dios y que debamos amarnos unos a otros, significa que no debemos decir aleluya por el juicio de Dios? Debemos entender que esto no es un asunto de amor, sino de la gloria de Dios. El principio de Babilonia es confusión e inmundicia; por lo tanto, su nombre es ramera. En Apocalipsis los pocos pasajes que Dios usa para describir a Babilonia nos muestran el odio tremendo que El tiene hacia ella. “Los que destruyen la tierra”, en Apocalipsis 11:18, pertenecen a esta mujer, a la cual se refiere el capítulo diecinueve, diciendo que ella “ha corrompido la tierra” (v. 2).

Dios aborrece el principio de Babilonia por encima de cualquier otra cosa. Debemos prestar atención, en Su presencia, al hecho de que una gran parte de nuestro ser todavía no es totalmente entregado a El. Todo lo que queda a mitad y no es absoluto se llama Babilonia. Necesitamos que Dios nos ilumine para que en Su luz juzguemos todo lo que no es absoluto para con El en nuestro interior. Sólo cuando nos juzguemos de este modo podremos confesar que nosotros también aborrecemos el principio de Babilonia. Que el Señor por Su gracia nos impida buscar gloria y honor fuera de Cristo. El Señor exige que nos deleitemos en ser absolutos y que busquemos ser así, y no ser personas que vivan en el principio de Babilonia.

Apocalipsis 19:5 dice: “Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos Sus esclavos, y los que le teméis, así pequeños como grandes”. Las proclamaciones del cielo son una característica especial del libro de Apocalipsis. Leemos expresiones tales como “una voz del cielo” y “una voz que salía del trono” (18:4; 19:5). Son declaraciones del cielo, que indican el tiempo en que Dios habla, el lugar donde El habla, y el énfasis que El da. Hay razones definidas por las cuales se hace la proclamación en Apocalipsis 19:5. Por una parte, se debe al juicio sobre la gran ramera, y por otra, señala las bodas del Cordero, que han de venir. Por consiguiente, sale una proclamación del trono de que debemos alabar a nuestro Dios. Dios ha trabajado desde la eternidad pasada y ha gastado mucha energía en Su obra para obtener alabanzas. El libro de Efesios menciona que Dios tiene una herencia en los santos. ¿Cuál es la herencia de Dios en los santos? Lo único que el hombre puede hacer por Dios es alabarle. La alabanza es la herencia de Dios en los santos. La voz del cielo proclama que todos los siervos de Dios, todos los que le pertenecen, así pequeños como grandes, deben alabarle. El propósito de Dios se debe cumplir y se cumplirá pronto. Dios debe obtener lo que busca; todos nosotros le debemos alabar.

Cuando la voz que salía del trono declaró que se debía dar alabanzas a Dios, hubo muchísimos ecos en todo el universo. Apocalipsis 19:6 dice: “Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como el estruendo de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” Por una parte, hubo una declaración desde el trono, y por otra, respondieron millares de millares y miríades de miríades. Mientras Juan escuchaba, no oyó la voz de una sola persona; por el contrario, oyó la voz de una gran multitud como si fuera el estruendo de muchas aguas y el estruendo de grandes truenos. Cuando usted escuche el estruendo de una cascada grande o el de las olas del océano, se dará cuenta de lo ruidoso que puede ser el estruendo de muchas aguas. El estruendo del trueno es muy fuerte; ¡mucho mayor es el estruendo de grandes truenos! Todos estos estruendos poderosos y ensordecedores decían: ¡Aleluya! La declaración del cielo, la respuesta de todo el universo, y todas las voces decían: ¡Aleluya! porque se iba a producir un acontecimiento especial. El acontecimiento es “el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina”.

Cuando leemos esta proclamación, ¿en qué se fijan nuestros corazones? Este pasaje no dice que nosotros reinaremos y, por tanto, deberíamos regocijarnos y ser sumamente gozosos. Tampoco dice que recibiremos una corona y que, por lo tanto, deberíamos alabar a Dios. Dice que el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina. Dios tiene la intención de reinar, de ejercer autoridad. Cuando Dios gobierna, es Cristo el que gobierna. Volvamos a Apocalipsis 11:15: “El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo; y El reinará por los siglos de los siglos”. “Nuestro Señor” se refiere a Dios, y “Su Cristo” se refiere a Cristo. Pero el pronombre “El” que viene después es usado de manera extraña. Puesto que el pasaje empieza por “nuestro Señor y … Su Cristo”, parece lógico que la frase siguiera con “y ellos reinarán por los siglos de los siglos”. Gramaticalmente esto estaría correcto. Pero no está escrito así, pues sigue la frase: “Y El reinará por los siglos de los siglos”. Esto nos ayuda a entender que el reinado del Señor es el reinado de Cristo, y el reinado de Cristo es el reinado de Dios. El reino de Dios es el reino de Cristo. El reinado de Dios es el reinado de Cristo. Puesto que Dios reina y Cristo reina, todos se alegran con gran gozo y gritan: “¡Aleluya!”.

Apocalipsis 19:7 continúa: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria”. Este es el tiempo en que Dios será glorificado. Luego, el versículo dice: “…porque han llegado las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado”. (Esposa es la traducción correcta, aunque algunos traductores usan novia). La autoridad de Dios ha empezado y además, el reino ha sido introducido. Además, el hombre corporativo, la Eva eterna que Dios deseaba, ha sido obtenido. Han llegado las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado. Hay dos razones para alabar. Primero, Dios reina. A eso decimos: “¡Aleluya!” Segundo, Dios ha conseguido lo que El determinó tener en la eternidad pasada. A eso también decimos: “¡Aleluya!” Nosotros también debemos regocijarnos y estar sumamente gozosos, porque un día ciertamente Dios conseguirá lo que El desea. Cuando llegan las bodas del Cordero, la esposa se ha preparado.

Cuando nos miramos a nosotros mismos, parece que no puede llegar el día en que Cristo se presente una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante. Sin embargo, puesto que esto sí sucederá, no podemos más que decir: “¡Aleluya!” Por muchas las debilidades que existieran en el pasado y que sigan existiendo ahora, en aquel día Dios logrará cumplir el deseo que El determinó. Nunca olvide esto: en aquel día, la esposa estará lista. Por lo tanto, debemos darle gloria, y debemos decir: “¡Aleluya!”

Leamos nuevamente el versículo 7: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado”. Debemos observar que este pasaje se refiere a la esposa del Cordero, y no a la novia del Cordero. Ahora sigamos y leamos 21:1-2: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva … Y vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido” (gr.). ¿Cuándo suceden los acontecimientos del capítulo diecinueve, acerca de la esposa que se ha preparado? Ocurren antes del milenio. ¿Cuándo suceden los acontecimientos relatados en el capítulo veintiuno, acerca de la novia que está preparada? Ocurren después del milenio. Puesto que la Nueva Jerusalén debe esperar la llegada del cielo nuevo y la tierra nueva antes de ser la novia del Cordero, entonces ¿por qué dice que la esposa del Cordero está lista antes del milenio? Por favor, observe que el capítulo diecinueve no habla de las bodas del Cordero; sólo dice que han llegado las bodas del Cordero. En aquel día, si miramos atrás, veremos que la ramera ha caído, y si miramos adelante, veremos el cielo nuevo y la tierra nueva. Por lo tanto, se declara que han llegado las bodas del Cordero. En realidad, les separan mil años. Las bodas del Cordero llegarán sólo cuando hayan pasado los mil años. En realidad, la mujer es la esposa de Cristo en el cielo nuevo y la tierra nueva, y no durante el tiempo del reino.

Debemos considerar otro punto. En el capítulo doce se ve la mujer con el hijo varón y con muchos otros hijos. Pero en el capítulo diecinueve, se ve solamente la esposa. ¿Dónde están el hijo varón y los muchos hijos? Parece que han desaparecido. ¿Cómo pueden la mujer, el hijo varón, y el resto de sus hijos ser la esposa del Cordero?

Si queremos entender eso, debemos considerar el principio del hijo varón. Recuerde que el hijo varón cumple todo como si representara a toda la iglesia. En el capítulo diecinueve, se declara que la esposa se ha preparado al considerar a los vencedores. Todo el cuerpo de la iglesia debe esperar la llegada del cielo nuevo y de la tierra nueva para ser la novia. Ella no estará lista antes. Pero mil años antes de eso, se anuncia que la esposa se ha preparado. ¿Por qué se dice eso? ¿Qué clase de preparación es ésta? Esta proclamación se refiere a la preparación de los vencedores y a nadie más que los vencedores. Debido a que los vencedores están completamente listos, se puede declarar que la esposa se ha preparado.

Debemos tener presente que los logros de los vencedores no son obtenidos sólo por el bien de ellos, sino por el de toda la iglesia. La Palabra de Dios dice que cuando un miembro es glorificado, todos los miembros se regocijan con él (1 Co. 12:26). Los vencedores pelean contra Satanás por el bien de todo el Cuerpo. La victoria de ellos beneficia al conjunto. Por consiguiente, la preparación mencionada en el capítulo diecinueve tiene que ver con el asunto de la vida. Por tener más madurez de vida, los vencedores están listos. Puesto que los vencedores están listos delante de Dios, El considera su preparación como la preparación de todo el Cuerpo.

¿Nos damos cuenta de la importancia de esto? Debemos recordar este punto: toda nuestra búsqueda y todo nuestro crecimiento no nos beneficia a nosotros como individuos, sino al Cuerpo. Lo que cada miembro recibe de Dios es para todo el Cuerpo. Cuando los oídos de usted oyen una palabra, no puede decir que “usted” no ha oído, porque sus oídos están unidos a su cuerpo. Cuando su boca dice algo equivocado, no puede negar que “usted” ha hablado mal, porque su boca y su cuerpo están unidos. De la misma manera, todo lo que llevan a cabo los vencedores constituye el logro de todo el Cuerpo. Puesto que el Señor es la Cabeza de la iglesia, todo lo que El ha cumplido en la cruz pertenece a la iglesia. Del mismo modo, cuando recibimos beneficio de la Cabeza, también nos beneficiamos del Cuerpo. Cuando participamos de lo que el Señor ha logrado, también participamos de lo que los miembros han logrado. Cuando Dios ve que los vencedores están listos, El lo considera como la preparación de toda la iglesia. Por consiguiente, se puede decir que la esposa se ha preparado.

La preparación de la esposa se refiere especialmente a sus vestiduras. El versículo 19:8 dice: “Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, resplandeciente y limpio; porque el lino fino es las acciones justas de los santos”. Las Escrituras revelan que existen dos clases de vestiduras para los cristianos. La primera es el Señor Jesús. El Señor Jesús es nuestra vestimenta. La segunda es la vestidura de lino fino, resplandeciente y limpia, mencionada en el versículo 8. Cada vez que nos presentamos delante de Dios, el Señor Jesús es nuestra vestidura. El es nuestra justicia, y nos revestimos de El cuando nos acercamos a Dios. Esta vestidura es la vestimenta general; cada santo está vestido delante de Dios y no puede ser hallado desnudo. Por otra parte, cuando seamos presentados ante Cristo, debemos estar ataviados de lino fino, resplandeciente y limpio. Esto es las acciones justas de los santos. La expresión “acciones justas” significa una sucesión de obras justas, una tras otra. Todas estas obras justas forman nuestra vestidura de lino fino. Cuando fuimos salvos, empezamos a obtener una vestidura de lino fino como adorno: las acciones justas de los santos.

También podemos ver estas dos clases de vestiduras para el cristiano en el salmo 45. El versículo 13 dice: “Toda gloriosa es la hija del rey en su morada; de brocado de oro es su vestido”. Su vestido es hecho de oro, oro brocado. El versículo 14 añade: “Con vestidos bordados será llevada al Rey”. Los vestidos mencionados en los versículos 13 y 14 son diferentes. En el versículo 13 el vestido es de oro, pero en el versículo 14 el vestido es una obra bordada. Las vestiduras de lino fino en Apocalipsis 19 son vestidos bordados; no son de oro.

Entonces, ¿qué es el oro? El Señor Jesús es oro. El es oro porque El es enteramente de Dios. La justicia que el Señor Jesús nos dio, el vestido que El puso sobre nosotros cuando fuimos salvos era algo de oro. Aparte de este vestido, hemos estado bordando otra vestidura desde el día en que recibimos la salvación. Esto se relaciona con las acciones justas de los santos. En otras palabras, Dios nos da el vestido de oro por medio del Señor Jesús, mientras que el Señor Jesús nos da el vestido bordado mediante el Espíritu Santo. Cuando creímos en el Señor, Dios nos dio un vestido de oro por medio del Señor Jesús. Este vestido es el Señor Jesús mismo, y no tiene nada que ver con nuestra conducta. El nos lo proveyó, ya hecho. No obstante, el vestido bordado está relacionado con nuestras acciones. Es bordado punto tras punto por la obra del Espíritu Santo en nosotros día tras día.

¿Cuál es el significado del bordado? Originalmente, hay un pedazo de tela que no tiene nada encima. Más adelante, se cose algo en ella con un hilo, y con esta costura, la tela original y el hilo llegan a ser uno. Esto significa que cuando el Espíritu de Dios obra sobre nosotros, El nos imparte el elemento de Cristo hasta que Cristo sea nuestra constitución: esto es el bordado. Entonces no tendremos solamente un vestido de oro, sino también un vestido bordado por el Espíritu Santo. Con esta obra, Cristo llegará a ser nuestra constitución y será expresado por nosotros. Este vestido bordado es las acciones justas de los santos. No se hace de una vez y por todas, sino que se repite continuamente día tras día hasta que Dios declare que está listo.

Algunas personas preguntarán de qué acciones justas se habla específicamente aquí. Los evangelios relatan muchas acciones justas, como por ejemplo cuando María expresaba su amor por el Señor ungiéndole con un ungüento. Esta acción justa puede ser uno de los hilos entretejidos en su vestido de lino fino. Hubo otras personas, como Juana, la esposa de Chuza, y muchas otras mujeres que por amor al Señor le ministraron proveyéndole lo que necesitaban El y Sus discípulos. Estas acciones también son justas. Nuestro corazón a menudo es tocado por el amor del Señor, y lo expresamos exteriormente. Estas son nuestras acciones justas, nuestro vestido de lino fino. Este es el bordado que se entreteje ahora. Toda expresión que proceda de nuestro amor por el Señor y que es hecha por medio del Espíritu Santo es un punto entre los miles de otros puntos en el bordado. La Biblia afirma que todo aquel que sólo da un vaso de agua fresca a un pequeño de ninguna manera perderá su recompensa. Es una acción justa que se hace por amor al Señor. Cuando tenemos alguna expresión o acción de amor por el Señor, ésta es una acción justa.

Apocalipsis 7:9 dice que el vestido es una vestidura blanca. Fue limpiado y blanqueado en la sangre del Cordero. Debemos recordar que la sangre es lo único que nos puede limpiar y blanquear. No sólo debemos ser limpiados de nuestros pecados, sino que también debemos ser limpiados de nuestro buen comportamiento, el cual también sólo puede ser blanqueado al ser limpiado en la sangre. No existe ni un solo acto del cristiano que sea originalmente blanco. Aunque hagamos algunas acciones justas, están mezcladas y no son puras. A menudo hemos sido amables con los demás, pero en nuestro interior, no estábamos dispuestos a ser así. A menudo hemos sido pacientes para con otros, pero cuando fuimos a casa murmuramos. Por consiguiente, después de llevar a cabo una acción justa, seguimos necesitando el lavamiento de la sangre. Necesitamos la sangre del Señor Jesús para que nos limpie de los pecados que cometemos, y también necesitamos la sangre del Señor Jesús para que limpie nuestras acciones justas.

Ningún cristiano podrá hacer un vestido que sea de una blancura pura. Aun cuando pudiésemos hacer un vestido que fuese puro en un noventa y nueve por ciento, todavía quedaría un uno por ciento de mezcla. Ante Dios, ningún hombre es totalmente sin mancha. Incluso las buenas obras que proceden de nuestro amor por el Señor necesitan el lavamiento de la sangre. Un hombre muy espiritual dijo una vez que hasta las lágrimas que vertía por el pecado debían ser limpiadas por la sangre. ¡Oh, hasta las lágrimas de arrepentimiento deben ser limpiadas por la sangre! Por lo tanto, Apocalipsis 7:14 indica que sus vestiduras fueron blanqueadas en la sangre del Cordero. No poseemos nada de lo cual podamos jactarnos. Del exterior al interior, nada es completamente puro. Cuanto más nos conocemos, más nos damos cuenta de lo sucio que somos. Nuestras mejores obras y nuestras mejores intenciones están mezcladas con inmundicia. Sin el lavamiento de la sangre, no podemos ser blanqueados.

Pero los vestidos no son solamente blancos; también son resplandecientes o brillantes (19:8). El significado de brillo es resplandeciente. La blancura tiene la tendencia de apagarse, de ser pálida y ordinaria. Pero este vestido no es solamente blanco, sino que resplandece. Antes de que Eva pecara quizás era blanca, pero de ninguna manera podía resplandecer. Antes de la caída, Eva no tenía pecado; sin embargo, sólo era inocente y no santa. Dios no sólo exige que seamos blancos, sino que también resplandezcamos. La blancura tiene un aspecto pasivo, inactivo, pero el resplandor tiene un aspecto positivo y activo.

Por consiguiente, no debemos temer las dificultades, ni tampoco anhelar andar por un camino allanado, porque los días difíciles pueden hacernos resplandecer. Con algunos cristianos, no sentimos que hayan pecado ni que estén equivocados en algo. Por el contrario, nos parecen bastante buenos en casi todos los aspectos. Pero no vemos ningún resplandor. Su bondad es una bondad ordinaria. Son blancos, pero no resplandecen. No obstante, hay otros cristianos que pasan continuamente por pruebas y sufrimientos. A menudo tiemblan tanto que dan la impresión de que ciertamente se caerán; pero siguen de pie. Después de cierto tiempo estos cristianos obtienen una calidad resplandeciente. Resplandecen en su carácter y en sus virtudes. No son ordinarios, sino resplandecientes; no son solamente blancos, sino que brillan.

Dios está obrando continuamente en nosotros. El siempre trabaja sobre nosotros para que seamos blancos, y El está laborando continuamente sobre nosotros a fin de que resplandezcamos. El anhela que brillemos. Por consiguiente, debemos pagar un alto precio. Debemos estar dispuestos a que nos sobrevengan toda clase de dificultades. De otro modo, nunca podremos resplandecer. La blancura no basta; Dios exige que se vea en nosotros un resplandor positivo. El temor a la dificultad, a tener problemas, y el anhelo por una vida placentera nos harán perder nuestro brillo. Cuanto más dificultades encontramos, más podemos resplandecer. Las personas que llevan una vida fácil y ordinaria quizás sean blancas, pero nunca resplandecerán.

Este vestido es de lino fino. Las Escrituras nos enseñan que la lana y el lino tienen significados distintos. La lana denota la obra del Señor Jesús y el lino fino denota la obra del Espíritu Santo. Isaías 53:7 describe al Señor Jesús como una oveja enmudecida delante de sus trasquiladores. En este versículo podemos ver que la lana posee el carácter de la redención. No obstante, el lino fino no acarrea ningún carácter de redención. Es el producto de una planta; no está asociado con la sangre. El lino fino es el producto de la obra del Espíritu Santo dentro del hombre. El vestido de lino fino indica que Dios no sólo exige que el hombre tenga la justicia de Dios, sino que tenga también sus propias acciones justas. Dios no sólo intenta obtener Su justicia en nosotros, sino que también tiene la intención de conseguir muchas acciones justas en nosotros.

“Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, resplandeciente y limpio” (Ap. 19:8). Todas las obras, todas las acciones justas exteriores, son producidas por la gracia. “A ella se le ha concedido…” Las obras no son hechas por el hombre natural; son el producto de la obra del Espíritu Santo en el hombre. Debemos aprender a acudir al Señor y decir con expectación: “Señor, concédeme la gracia. Señor, concedémela”. ¡Qué bueno es esto: el vestido nos es dado por gracia! Si decimos que nosotros hicimos el vestido, es cierto; fue verdaderamente elaborado por nosotros. Pero por otro lado, Dios nos lo da, porque no podemos producir nada cuando dependemos de nosotros mismos. El Señor lo lleva a cabo en nosotros por medio del Espíritu Santo.

Frecuentemente pensamos que una carga pesa mucho. Queremos escapar, casi suplicando al Señor: “¡Oh, Señor, libérame!” Pero debemos cambiar nuestra oración y decir: “Señor, ayúdame a llevar la carga. Señor, ayúdame a aguantarla. Hazme blanco y concédeme el ser vestido con ropa resplandeciente”.

Apocalipsis 19:9 dice: “Y me dijo [el ángel]: Escribe…” Dios habló, y pidió a Juan que lo escribiera. ¿Qué escribió? “Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”. El ángel dijo: “Estas son palabras verdaderas de Dios”. Oh, no existe privilegio más grande, posición más elevada que ser llamados a las bodas del Cordero. “Estas son palabras verdaderas de Dios”. Dios pone en claro que éstas son Sus palabras verdaderas. Debemos aceptarlas, debemos prestar atención a ellas, y recordarlas.

¿Cuál es la diferencia entre los que son llamados a la cena de las bodas y la desposada del Cordero? La novia es un grupo escogido: el nuevo hombre. Pero los que son llamados a la cena de las bodas son una multitud de individuos: los vencedores. La cena de las bodas del Cordero se refiere a la era del reino. Los llamados estarán juntamente con el Señor disfrutando de una comunión única y especial, que nadie haya probado antes. El Señor dijo por medio del ángel: “Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero … Estas son palabras verdaderas de Dios”. Que Dios nos permita, por el bien de El mismo, disfrutar de esta comunión especial con El. Que El haga de nosotros los que humildemente buscan satisfacer el deseo de Su corazón. Que nos haga los que suministran vida por el bien de la iglesia. Y que El nos permita ser los vencedores por el bien del reino.

EL CIELO NUEVO Y LA TIERRA NUEVA

Leamos Apocalipsis 21:1 “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía”. De nuevo, vemos que estamos al lado opuesto de Génesis. En Génesis 1, el cielo y la tierra son el cielo y la tierra originales, pero en este versículo descubrimos un cielo nuevo y una tierra nueva. En Génesis existía el mar, pero en este versículo el mar ya no existe.

El versículo 2 continúa: “Y vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido” (gr.). El capítulo diecinueve declara que las bodas del Cordero han llegado y que Su esposa se ha preparado. Pero en este capítulo, la Nueva Jerusalén se prepara como una novia ataviada para su marido. Esta es la realidad. Apocalipsis contiene muchas declaraciones, pero la más importante se encuentra en Apocalipsis 11:15. En la cronología de los acontecimientos, el hijo varón es arrebatado y el dragón es expulsado del cielo después de esta declaración. Entonces ¿cómo se podrá decir en aquel momento: “El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo”? Se debe al hecho de que la declaración fue pronunciada al principio, y no cuando se producen los acontecimientos. Esto significa que los eventos han llegado a un punto decisivo. Cuando los eventos empiezan a cambiar en favor del propósito eterno de Dios, El puede pronunciar tal declaración en el cielo. En el capítulo diecinueve, Dios pronuncia otra declaración, diciendo que las bodas del Cordero han llegado y que Su esposa se ha preparado. También esta declaración es pronunciada en el punto de partida de los acontecimientos que están por suceder. Dios puede declarar que han llegado las bodas del Cordero y que la esposa se ha preparado porque los vencedores representan a la novia y porque a los ojos de Dios este grupo de personas está listo. Sin embargo, esto se cumple plenamente en el cielo nuevo y la tierra nueva. En Apocalipsis 21:2 Juan vio realmente la Nueva Jerusalén descender del cielo, de Dios. En aquel tiempo la novia estaba verdaderamente lista en todos los sentidos. No se trata solamente de la preparación mencionada en el capítulo diecinueve, sino de la preparación en realidad.

Ahora debemos volver a Efesios 5:26 y 27: “Para santificarla, purificándola por el lavamiento del agua en la palabra, a fin de presentársela a Sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin defecto”. La expresión “a fin de presentársela a Sí mismo” se cumple en Apocalipsis 21. Ahora, delante de Dios, la novia está lista para ser presentada al Señor. Ya no resulta difícil entender “como una novia ataviada” (gr.). Al final de la era del reino, toda la iglesia será llevada a este punto. En aquel día veremos claramente lo que no logramos ver ahora. Hoy en día podemos decir que la norma de Dios para la iglesia es una norma elevada, y tal vez nos preguntemos cómo la iglesia podrá alcanzar esta condición. Quizás no sepamos cómo Dios lo hará, pero sí sabemos que la iglesia alcanzará esa posición cuando lleguen el cielo nuevo y la tierra nueva. Es posible que algunas personas piensen que la iglesia alcanzará la etapa de Efesios 5 antes de la era del reino. Pero el Señor nunca dijo eso. La iglesia no llegará a esa etapa antes de Apocalipsis 21. Cuando lleguen el cielo nuevo y la tierra nueva, no habrá solamente un grupo de santos perfeccionados, sino que allí estarán todos los santos, todo el Cuerpo, de todas las naciones y de todas las edades. Todos estarán delante de Dios y serán glorificados en Su presencia.

Apocalipsis 21:3 dice: “Y oí una gran voz que salía del trono que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y El fijará Su tabernáculo con ellos; y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios”. Este versículo revela cómo serán el cielo nuevo y la tierra nueva. El cielo nuevo y la tierra nueva están en la bendición eterna, y aquí se habla de bendición positiva. Después de este versículo vemos unas aseveraciones de cosas que ya no habrá más. Estos son aspectos negativos, y no positivos. ¿Cuál es la bendición positiva y eterna? Es ésta: Dios estará con nosotros. La presencia de Dios es la bendición. Todo lo que las Escrituras dijeron acerca de la bendición eterna se encuentra resumido en estas palabras: “Dios mismo estará con ellos”. El peor sufrimiento consiste en no estar en la presencia de Dios. Sin embargo, todo el disfrute que se tendrá en la eternidad será la presencia de Dios. La bendición de ese día no será otra cosa que la presencia misma de Dios con nosotros. Salomón dijo una vez: “He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?” (1 R. 8:27). Los cielos y los cielos de los cielos no le pueden contener, pero podemos decir que la Nueva Jerusalén le puede contener. Dios mora en la Nueva Jerusalén, y el trono de Dios está establecido allí.

La Nueva Jerusalén es la mujer que hemos estado considerando. En Génesis vimos un huerto y una mujer. Esta mujer pecó, y Dios la sacó del huerto. Ahora en el cielo nuevo y la tierra nueva, la mujer y la ciudad santa son uno; dejaron de ser dos entidades separadas. Puesto que la Nueva Jerusalén es la mujer, la esposa del Cordero, la mujer y la ciudad santa son uno. Hay más aún: el trono de Dios está establecido en la Nueva Jerusalén, o también podemos decir que Dios mismo mora dentro de esta mujer. El Todopoderoso mora en ella. Por consiguiente, no importa cuán fuerte sea la oposición o la tentación que venga de afuera; los poderes malignos ya no podrán entrar, ni el hombre podrá caer de nuevo, porque Dios mora en ella. La bendición del cielo nuevo y de la tierra nueva es la presencia de Dios. Todos los que han probado algo de la presencia de Dios en su experiencia saben que es verdaderamente una bendición. No existe una bendición más grande o más preciosa que ésta.

Leamos nuevamente la última parte del versículo 3: “Y El fijará Su tabernáculo con ellos; y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios”. ¿Vemos la relación entre Dios y el hombre? ¿Qué significa realmente el hecho de que somos el pueblo de Dios? Significa que Dios morará con nosotros, y por tanto, que seremos Su pueblo. ¿Que quiere decir el hecho de que Dios sea nuestro Dios? Significa que Dios estará con nosotros, y por consiguiente que El será nuestro Dios. Cuando estamos fuera de Su presencia, El no puede ser nuestro Dios. En la eternidad la bendición más grande y más elevada consiste en que Dios estará con nosotros y será nuestro Dios.

El versículo 4 dice: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más lamento, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron” (gr.). Todo hombre ha derramado lágrimas, pero en el cielo nuevo y en la tierra nueva recibirán esta bendición: Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. La muerte no es más que la consecuencia de la caída. Pero en el cielo nuevo y la tierra nueva, ya no habrá más muerte. El último enemigo será abolido. La tristeza y el lamento son el dolor de nuestro corazón, el sentido del sufrimiento interior; el clamor es una expresión exterior. El dolor es el sufrimiento de nuestro cuerpo físico. Pero Dios acabará con todas estas cosas. Todas ellas se resumen en estas palabras: toda lágrima, muerte, lamento, clamor, dolor. Pero ya no existirán; pasarán.

El versículo 5 dice: “Y el que está sentado en el trono dijo: He aquí, Yo hago nuevas todas las cosas”. Hoy en día nos enfrentamos a esta dificultad: aunque somos la nueva creación, seguimos viviendo en la vieja creación. Pero en aquel día todas las cosas serán nuevas; todo estará en la nueva creación. Tanto el ser interior como el exterior serán nuevos. Todo el entorno y todo allí dentro será nuevo. Esto es llamado la eternidad. La nueva creación es para nosotros. Nuestros corazones serán satisfechos únicamente cuando todas las cosas estén en la nueva creación. Isaías 6 habla de una experiencia dolorosa que todos compartimos: “Soy hombre inmundo de labios”. Además, vemos otra experiencia dolorosa allí: “Y habitando en medio de un pueblo que tiene labios inmundos”. Pero en aquel día, todo lo que nos rodee estará en la nueva creación. Aquel día será completamente glorioso.

Apocalipsis 21:5 continúa: “Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas”. ¡Cuán bueno es esto! Dios le dio estas palabras a Juan y le pidió que las escribiera. No se perderá ni una jota ni una tilde de lo que está escrito. ¡Estas palabras son fieles y verdaderas! La culminación de nuestra fe consiste en que veremos la victoria final de Dios.

En el versículo 6 Dios dijo a Juan: “Hecho está”. ¿Sobre qué base le podía decir Dios a Juan que está hecho? El puede decir esto porque El es “el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin”. A menudo parece que la obra de Dios no ha tenido éxito, pero El dice: “Yo soy el Alfa y la Omega”. Dios hizo el diseño original, y también lo llevará a cabo hasta cumplirlo completamente. ¡Cuánto agradecemos a Dios porque El es el Alfa, el iniciador de todas las cosas! Génesis 1:1 dice: “En el principio Dios…” Cuando los cielos y la tierra fueron creados, Dios diseñó todo. Todas las cosas tuvieron su inicio en Dios. Al mismo tiempo, El también es la Omega. El hombre puede fracasar, y lo hará. El hombre puede decir lo que quiere, pero Dios tiene la última palabra. El es la Omega.

Dios habló estas cosas porque El quiere decirnos que cumplirá Su plan, alcanzará Su meta, y realizará lo que El inició. Reconocemos que la obra de Satanás interrumpió efectivamente la obra de Dios, pero reconocemos también que Dios no es solamente el Alfa que tuvo un propósito en el principio, sino también la Omega que finalmente tendrá éxito. Dios no se da por vencido, y El nunca dejará Su propósito sin cumplir. En la meta de Dios, la iglesia no tendrá mancha ni arruga ni cosa semejante, no importa cuál sea su condición actual. Además será vestida de gloria y presentada al Hijo.

Cuando vemos a los hijos de Dios divididos en la fe, la doctrina y las prácticas, nos preguntamos cómo podrán llegar algún día a la unidad de la fe, conforme a Efesios 4. A menudo damos un suspiro y decimos que eso no podrá suceder jamás, aún cuando esperemos dos mil años más. Pero Dios dijo que El es la Omega. Llegará el día en que El tenga una iglesia gloriosa delante de El. Quizás use agua o fuego, pero ciertamente tendrá una iglesia gloriosa. No podemos impedir a Dios que haga algo. El conseguirá lo que le satisfaga. Por muy débiles, indiferentes o duros que seamos, llegará el día en que Dios nos reducirá en pedazos. El nos quebrantará y nos destrozará para que lleguemos a ser lo que El desea. Dios es la Omega. Dios lo está haciendo, y por lo tanto, lo seguirá haciendo hasta el fin. Nunca se dará por vencido. Alabémosle con gozo. ¡El debe alcanzar Su meta!

El versículo 6 continúa: “Al que tenga sed, Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”. Aquí el énfasis no está en la redención, sino en nuestra necesidad de tener a Dios. Tener sed equivale a necesitar a Dios. No tener a Dios equivale a no tener agua. Por consiguiente, la fuente del agua de la vida sirve para satisfacer a los que tienen sed.

Ahora debemos prestar más atención al versículo 7. Cuánto agradecemos a Dios por la promesa tan preciosa de este versículo, donde vemos lo que obtendrán los vencedores. Aquí los vencedores son distintos de los vencedores mencionados en Apocalipsis 2 y 3. En los capítulos 2 y 3 los vencedores son un grupo de personas que vienen de toda la iglesia, mientras que los vencedores aquí están relacionados con “aquel que tiene sed”. El versículo anterior dice: “Al que tenga sed, Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”. Luego el versículo 7 dice: “El que venza heredará estas cosas”. En otras palabras, los que beben de la fuente del agua de la vida son los vencedores mencionados aquí. Estos vencedores son diferentes de aquellos que no beben de esta agua. Esta clase de victoria es la misma que vemos en 1 Juan 5:4: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. Los que nacieron de Dios, los que le pertenecen, tienen fe. Los que no pertenecen al Señor no tienen fe. Y esta fe nos permite vencer al mundo. Por cierto, esto debería alegrarnos; deberíamos estar muy gozosos y gritar: “¡Aleluya!”. ¡En el cielo nuevo y la tierra nueva todos somos vencedores! En la era del reino, el hijo varón está constituido de una minoría, pero en la Nueva Jerusalén, todo el Cuerpo vence. En la Nueva Jerusalén, todo gira en torno de la fe. Si tenemos fe, somos vencedores.

En aquel día Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos; y ya no habrá muerte, ni lamento, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas habrán pasado. Pero todas estas cosas son aspectos negativos. Lo positivo es: “El fijará tabernáculo con ellos, y ellos serán Su pueblo”. En el versículo 7, Dios dice también: “Y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo”. Por lo tanto, delante de Dios nosotros los cristianos no nos limitamos a ser Su pueblo; somos Sus hijos. Dios quiere que muchos hijos entren en la gloria. Damos gracias a Dios y lo alabamos porque El dijo: “Y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo”. No existe bendición más elevada que está en la eternidad.