Watchman Nee Libro Book cap.5 El ministerio de oracion de la iglesia
VELAD Y ORAD
CAPÍTULO CINCO
VELAD Y ORAD
“Con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y petición por todos los santos” (Ef. 6:18). En este versículo debemos prestar particular atención a la expresión “y para ello velando”. ¿A que se refiere la expresión “para ello”? Al leer el contexto vemos que se refiere a la oración y la petición. El apóstol dijo que no es suficiente orar en todo tiempo con toda oración y petición; también tenemos que velar en la oración y la petición. Por una parte tenemos que orar, y por otra, tenemos que velar. ¿Qué significa velar? Significa estar despierto, examinar y mantener los ojos abiertos en vigilia. Velar es estar alerta para prevenir cualquier peligro o emergencia. Velar en oración y petición es tener perspicacia espiritual para discernir las estratagemas de Satanás y exponer sus intenciones y sus métodos. Mencionaremos específicamente algunas cosas en las que tenemos que velar con respecto a la oración y petición.
La oración es una especie de servicio y se le debe dar la más alta prioridad. Pero la estrategia de Satanás es anteponer todo lo relacionado con el Señor a la oración y hacer que la oración sea el asunto de menos importancia. A pesar de que una y otra vez se nos ha recordado la importancia de este asunto, son pocos los que prestan atención a la oración. Muchos se entusiasman por asistir a las reuniones de predicación, estudios bíblicos y otras reuniones cristianas. Se interesan por dichas reuniones y apartan tiempo para ellas. Pero cuando hay una reunión de oración, la asistencia es sorprendentemente baja. A pesar de los muchos sermones que nos recuerdan que nuestro servicio principal es la oración y que si fallamos en nuestra vida de oración, todo lo demás fallará, aún así, descuidamos la oración y la consideramos algo secundario. A pesar de que los problemas siguen creciendo y reconocemos de palabra que la oración es la única manera de resolverlos, hablamos más de lo que oramos, y nos afanamos y acudimos a los métodos más de lo que oramos. En breve, ponemos todo antes de la oración; todo es importante. La oración siempre es puesta al último y considerada lo menos importante. Un hermano que conocía profundamente al Señor dijo en cierta ocasión: “Todos hemos cometido el pecado de ser negligentes con respecto a la oración. Todos debemos decirnos a nosotros mismos: ¡Yo soy ese hombre negligente!” ¡Indudablemente todos debemos decirnos a nosotros mismos que somos ese hombre! No podemos culpar a otros por no orar. Nosotros mismos tenemos que arrepentirnos. Necesitamos que el Señor abra nuestros ojos para que veamos nuevamente la importancia y valor de la oración. Al mismo tiempo, tenemos que reconocer que si no hubiéramos sido engañados por Satanás, no habríamos sido tan negligentes acerca de la oración. Por tanto, tenemos que velar, descubrir las estratagemas de Satanás y detectar sus ardides. No debemos permitir que nos relaje y nos ciegue.
Al entender la importancia de la oración y después de habernos consagrado para servir y laborar en oración, los ataques de Satanás nos sobrevendrán uno tras otro. Nos veremos en una situación en la que pensaremos que no tenemos tiempo para orar. Mientras intentamos orar, alguien tocará a la puerta o vendrá a visitarnos; posiblemente los adultos estarán discutiendo o los niños molestando. Tal vez alguien estará enfermo o alguien tendrá un accidente. Antes de decidirnos a orar, todo está en paz. Pero en el momento en que queremos tener un tiempo dedicado a la oración, surgen repentinamente muchos asuntos. Nos invadirán muchas cosas inesperadas e imprevistas como una emboscada tendida por un ejército. Innumerables problemas vendrán para impedirnos orar. Muchas cosas vendrán a nosotros para tratar de consumir nuestro tiempo de oración. ¿Ocurren todas estas cosas por casualidad? No, no ocurren accidentalmente. Son planeadas y arregladas estratégicamente por Satanás para que no oremos. El puede incitarnos a hacer muchas cosas, pero tratará de hacer que suprimamos nuestro tiempo de oración. El sabe que si la obra espiritual no está fundada en la oración, carecerá de valor y su resultado será fracaso. De manera que su estrategia consiste en mantenernos ocupados en otras cosas para que desatendamos la oración. Estamos ocupados en el trabajo, la visitación, la hospitalidad y en la preparación de sermones. Estamos ocupados por la mañana y por la noche, a tal grado que la oración se relega a un segundo plano, y no nos queda tiempo para orar.
Permítanme citar de nuevo las palabras de aquel hermano que conocía íntimamente al Señor.
Cuando los hijos de Israel se disponían a salir de Egipto, la reacción de Faraón fue añadir más carga a su trabajo. La meta de Faraón era hacer que prestaran más atención, toda su atención, a su trabajo, de tal modo que no tuvieran tiempo de pensar en salir de Egipto. Después que uno decide tener una vida de oración mas abundante o hace planes al respecto, Satanás comienza una nueva estrategia: hace que usted esté mas ocupado y apila más trabajo y más necesidades sobre usted, de modo que usted no tendrá oportunidad de orar. Queridos hermanos, tenemos que resolver este problema de una vez por todas. Por supuesto, al luchar por apartar un tiempo dedicado a la oración, es posible que surjan argumentos con respecto a nuestras responsabilidades, nuestro trabajo y nuestras obligaciones. Algunas personas considerarán que al dedicarnos a la oración podríamos descuidar nuestras obligaciones, abandonar nuestro deber y hacer a un lado nuestras responsabilidades. Pero al enfrentar tales situaciones, debemos presentar todos estos problemas, o sea, nuestras obligaciones, nuestro deber y nuestras responsabilidades, al Señor y orar al respecto. (Sin embargo, no es fácil aplicar esta clase de oración a todo creyente. Más aún, estas palabras tienden a ser mal entendidas puesto que algunas personas se complacen en abandonar sus responsabilidades, no tomándolas en serio. Con todo gusto y liviandad delegarán sus responsabilidades familiares con el pretexto de tener más tiempo para orar. Que el Señor proteja nuestras palabras de modo que no causen malos entendidos.) Tengamos presente que el enemigo intenta usar la responsabilidad, las obligaciones y otros asuntos que se relacionan con nuestra conciencia, para crear el mejor argumento a fin de que dejemos de orar. Si descubrimos que nuestra vida de oración ha sido anulada por completo o ha quedado en un lugar tan confinado que quedamos imposibilitados de llevar una vida espiritual, trascendente y victoriosa, debemos orar al Señor, diciendo: “Señor, mientras oro, te encomiendo a Ti mis responsabilidades. No permitas que nada me estorbe ni arruine mi tiempo de oración. Por favor, protege este tiempo de oración porque es durante tal tiempo que contemplo Tu gloria, y no permitas que Satanás se entrometa en este tiempo”. También podemos aplicar el principio del diezmo a la oración. Después de haber ofrecido a Dios la porción y la posición que le pertenecen y de haberle dado el diezmo, descubriremos que podemos usar con más eficacia los otros nueve décimos, que cuando intentábamos usar todo nuestro tiempo para nosotros mismos antes de dar el diezmo al Señor. El principio del diezmo es muy eficaz. Sin embargo, debemos estar conscientes de la guerra que suscita la oración. Debemos mantenernos fuertes, llenos de poder y firmes sobre nuestra posición en Cristo y debemos orar en conformidad con la victoria de la cruz. Debemos luchar por la oración aplicando la victoria completa que el Señor obtuvo en la cruz y eliminar todo estorbo que el enemigo pueda traer en la oración, a fin de poder mantener nuestra posición de oración. Esto se puede comparar con lo que hizo Sama, uno de los hombres poderosos de David, quien se paró firme en medio de un pequeño terreno lleno de lentejas, lo defendió y mató a los filisteos, y el Señor dio una gran victoria (2 S. 23:11-12). Este pequeño terreno de lentejas representa nuestra posición en la oración, el cual debe ser protegido de la intrusión del enemigo mediante la victoria del Gólgota. La batalla que conduce a la oración es la batalla por orar. Me temo que muchas veces aceptamos las circunstancias como argumentos válidos y creemos que es imposible orar en ciertos momentos. Puesto que algunas cosas acontecen y se desarrollan de cierta manera, pensamos que no podemos orar en ese momento. Indudablemente, si damos lugar al diablo, las cosas siempre nos restringirán para que no oremos. Esta es la estrategia del diablo. Tenemos que quitar todos los obstáculos del campo de batalla de la oración en el nombre del Señor y en conformidad con la victoria que obtuvo en la cruz. La cruz puede proporcionarnos tiempo para orar eficazmente, así como es eficaz en otras áreas, siempre que sepamos aplicar el poder de Su victoria.
Estas palabras nos pueden servir como recordatorio y advertencia. Hermanos y hermanas, tenemos que pelear por el tiempo de oración, y tenemos que asegurar un tiempo de oración. Si esperamos hasta tener tiempo para orar, nunca tendremos la oportunidad de hacerlo. Debemos apartar un tiempo específico para orar. Andrés Murray dijo: “Aquellos que no tienen un tiempo fijo para orar, no oran”. Así que, tenemos que velar y dedicar un tiempo a la oración. También tenemos que proteger este tiempo de oración por medio de la oración misma, a fin de que no nos sea usurpado por el engaño del diablo.
No sólo debemos velar en cuanto a mantener el tiempo reservado para la oración, sino también durante la oración misma, a fin de poder orar verdaderamente y tener motivos específicos por los cuales orar. Satanás nos asediará no sólo utilizando toda clase de asuntos y circunstancias que nos arrinconan dejándonos sin tiempo para orar, sino que aún después de que nos hemos arrodillado utilizará toda clase de engaño para que no oremos. Es posible que nuestra mente esté despejada y nuestros pensamientos se concentren antes de empezar a orar, pero tan pronto nos arrodillamos, nuestros pensamientos se vuelven confusos. Comenzamos a recordar cosas que no necesitamos recordar y a pensar en cosas en las que no necesitamos gastar tiempo de antemano; muchos pensamientos innecesarios repentinamente lo bombardean a uno. Todo esto estaba ausente antes de que empezáramos a orar. Pero tan pronto comenzamos a orar, vienen distracciones. Exteriormente todo parece estar en paz, y tal parece que nada nos alarma, pero tan pronto como nos arrodillamos a orar, comenzamos a oír voces. En realidad, esos sonidos ajenos no vienen de afuera, sino que se introducen de manera extraña e inexplicable para interrumpir nuestra oración. Tal vez nos sintamos muy fuertes antes de orar, pero tan pronto nos arrodillamos a orar, nos sentimos cansados e incapaces de continuar, aunque hayamos dormido bien. El cansancio no viene cuando no oramos, pero apenas empezamos a orar, nos sentimos cansados y con sueño. A veces, inclusive, síntomas de enfermedad que no teníamos antes repentinamente nos sobrevienen. Quizá queramos aliviar una carga mediante la oración, pero cuando nos arrodillamos para orar, no podemos proferir ni una sola palabra. Es como si estuviéramos asfixiados e incapacitados para orar. Es obvio que hay muchas cosas por las cuales orar, pero tan pronto empezamos a orar, nos volvemos insensibles y fríos y no sentimos que tengamos ningún motivo de oración. Aun si oramos, es como si habláramos al aire, y las palabras se nos acaban después de elevar dos o tres oraciones. No teníamos ninguno de esos problemas antes de empezar a orar. Sólo cuando nos arrodillamos a orar, vienen repentinamente a nosotros. Si no comprendemos que esto es parte del engaño de Satanás que viene a destruir nuestra oración, pensaremos dejar de orar y levantarnos a los pocos minutos de habernos arrodillado. Por lo tanto, a fin de orar, es decir, orar cabalmente y aliviar la carga, tenemos que velar en la oración. Necesitamos velar para resistir aquello que podría impedirnos orar. Esto requiere que peleemos la batalla. Antes de orar, necesitamos orar pidiendo a Dios que nos capacite para orar. Mientras oramos, debemos pedirle a Dios que nos guarde en oración sin que seamos distraídos, y que nos libre de todo el engaño del enemigo que nos impida orar. Tenemos que hablar a todos los pensamientos y voces que nos distraen al igual que a las enfermedades y debilidades y declarar que todos estos acontecimientos inexplicables son mentiras y engaños de Satanás y que nos oponemos a ellos. Tenemos que abrir nuestra boca y ahuyentarlos. No debemos cederles terreno; debemos velar y resistir los ardides de Satanás por medio de la oración. Entonces no sólo podremos orar, sino que oraremos exhaustivamente.
A fin de orar exhaustivamente y con poder no podemos quedarnos esperando pasivamente. Ni la comodidad ni nuestra imaginación nos conducirán a una vida de oración. Tenemos que aprender, ser quebrantados y luchar para poder mantener esta clase de oración.
Al orar, también tenemos que estar en guardia contra las oraciones que no son verdaderas oraciones. Satanás no solamente tratará de robarnos nuestro tiempo de oración y despojarnos de la fuerza para orar, sino que también vendrá para hacer que mientras oremos, digamos cosas incoherentes, confusas y triviales y que usemos vana palabrería. El hará que pidamos en vano y que malgastemos nuestro tiempo de oración. Tratará de ocupar nuestro tiempo de oración para que nuestra oración sea ineficaz. Muchas oraciones carnales, viejas, largas, terrenales, superficiales y sin sentido, consumen el tiempo y son un desperdicio. Es como si oráramos por costumbre. Pero en realidad, dentro de estas oraciones hay sugerencias, instigaciones y engaños de Satanás. Si no velamos, nuestra oración no tendrá ni sentido ni fruto. Un hermano contó una anécdota que leyó en la biografía de Evan Roberts. Una vez había algunas personas en su casa orando. A la mitad de la oración de un hermano, el hermano Roberts se levantó y le tapó la boca, diciendo: “Hermano, no siga. Usted no está orando”. El hermano que leyó esta anécdota dijo para sí: “¿Cómo pudo atreverse a hacer algo así?” Pero luego se dio cuenta de que el hermano Roberts tenía razón. Muchas palabras dichas en nuestras oraciones salen de la carne y son instigadas por Satanás. Es posible que estas oraciones sean largas, pero muchas de ellas no son prácticas ni útiles. Hermanos y hermanas, esto es un hecho. Muchas veces da la impresión de que damos vueltas en nuestra oración. El tiempo es desperdiciado y se nos agotan las fuerzas, sin que digamos nada específico en la oración. No podemos esperar que Dios conteste esta clase de oración. Tal oración no tiene valor espiritual. Cuando oramos, tenemos que velar y no emplear mucho tiempo ni dar muchas explicaciones. Deberíamos, más bien, expresarle a Dios lo que está en nuestro corazón con sinceridad. Nunca debemos llenar nuestra oración con palabras vacías.
Tenemos que velar para que cuando oremos no hablemos descuidadamente. Una vez un hombre muy experimentado en la oración escribió un himno. Una línea de ese himno habla acerca de la oración. Dice que si uno quiere orar a Dios, primero debe saber con certeza lo que quiere de Dios. Hermanos y hermanas, si no sabemos lo que queremos cuando nos arrodillamos para orar, ¿como podemos esperar que Dios conteste nuestra oración? Si nuestra oración carece de propósito y de sinceridad, no es oración. Satanás utilizará esto para hacernos pensar que hemos orado, cuando en realidad no lo hemos hecho. Tenemos que ser vigilantes y estar en guardia para que cada vez que acudamos a orar delante de Dios, sepamos cuál es el deseo de nuestro corazón. Si no tenemos ningún deseo, no tenemos oración. Todas las oraciones son gobernadas por nuestro deseo. Nuestro Señor pone atención a esto. El ciego Bartimeo le rogó al Señor, diciendo: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” El Señor le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?” (Mr. 10:47, 51). El Señor nos hace la misma pregunta hoy: “¿Qué quieres que te haga?” ¿Puede usted contestar esa pregunta? Hay algunos hermanos y hermanas que oran diez o veinte minutos. Luego cuando uno les pregunta: “¿Qué le pediste a Dios?”, no pueden responder. Aunque posiblemente dijeron muchas cosas en su oración, ni siquiera saben lo que pidieron. Esta es una oración sin deseo, carente de propósito y que no cuenta para Dios. Tenemos que velar para defendernos de esta clase de oración.
Cuando oramos, no sólo debemos tener un deseo, sino también las palabras para expresarlo. A veces hay un deseo en nuestro corazón, pero cuanto más hablamos, más lejos parecemos estar de nuestro deseo. También debemos velar para estar en guardia contra esto, ya que la estrategia de Satanás consiste en impedir que oremos, o empujarnos en la oración para que quedemos completamente perdidos al orar. Por lo tanto, cuando oremos debemos estar en guardia para que nuestras palabras no se desvíen del centro. Una vez que nos demos cuenta de que nuestras palabras se han desviado, debemos regresar. Debemos velar para poder dirigir nuestra oración al blanco y persistir para no dejar entrar palabras innecesarias. Debemos guardarnos de hacer oraciones que en realidad no lo son.
Necesitamos velar en oración y no permitir que Satanás interrumpa nuestra oración con sus engaños. Muchas veces Satanás nos acusará después de que hayamos sufrido una pequeña derrota y hará que nos analicemos mientras oramos, de tal modo que no podamos abrir nuestra boca delante de Dios. Cuando la respuesta de Dios parece estar muy lejos, Satanás hará que nos sintamos desalentados y desilusionados, y hará que perdamos el deseo de seguir confiando en Dios. Hermanos y hermanas, si nuestra oración ha de corresponder a la voluntad de Dios tenemos que persistir en ella hasta el fin. Aún cuando fracasemos, podemos venir delante de Dios por medio de la sangre del Cordero; no debemos permitir que Satanás interfiera. Debemos ser como la viuda que oró hasta que el juez le hizo justicia (Lc. 18:7). Debemos ser como la sunamita que se negó a marcharse hasta que Eliseo se levantó y la siguió (2 R. 4:30). Creemos que una demora en la respuesta a la oración nos permite comprender algo que no habíamos comprendido y aprender lecciones que ignorábamos. Nunca debemos permitirle a Satanás que detenga nuestra oración ni que la dañe.
Podemos cantar himnos en cuanto a la guerra espiritual; tales como #396, #330 y #402 (de Himnos).
Satanás no se quedará pasivo cuando algunos de nosotros nos reunamos a orar. Estará activo de muchas maneras y trazará muchos planes para detener nuestra oración. Tal vez surjan rumores infundados, informes falsos, celos sin causa, malos entendidos, complicaciones, temores inexplicables y olas de amenazas procedentes de todos lados. Todos estos ataques están bajo la dirección secreta de Satanás y tienen el propósito de crear alguna especie de división para sacudir la reunión de oración y destruir la unidad en la oración. Así que, debemos someterlo todo a prueba (1 Ts. 5:21). No debemos hacer caso a palabras dichas a la ligera, ni debemos ser movidos por ellas ni difundirlas. Si velamos, descubriremos que muchas palabras innecesarias e inexactas, y otras cosas, son engaños del enemigo. Su meta es hacer que el pueblo de Dios dude, se debilite y se disperse. Por un lado, debemos orar, y por otro, debemos estar en guardia. Necesitamos seguir el ejemplo de Nehemías, quien puso guarda de día y de noche (Neh. 4:9). Nuestra respuesta a la amenaza de Satanás es: “No hay tal cosa como dices, sino que de tu corazón tú lo inventas … ¿Un hombre como yo ha de huir? ¿Y quién, que fuera como yo, entraría al templo para salvarse la vida? No entraré” (Neh. 6:8, 11). No temeremos ni dejaremos de orar. En una ocasión un hermano dijo: “Cuánto necesitamos un atalaya que vigile contra el engaño del diablo, pues los ardides que usa para destruir la vida corporativa del pueblo de Dios exceden a nuestra capacidad de contar”. Por esta razón, necesitamos velar para examinar y supervisar estas cosas a fin de no dar a Satanás la oportunidad de dividirnos, de destruir nuestra unidad en la oración ni de detener nuestras oraciones.
También tenemos que velar en nuestra oración a fin de que no caigamos en el engaño de Satanás de no hacer específica nuestra oración. Hay muchos asuntos que requieren una decisión, muchas personas que necesitan oración, muchos mensajes cruciales que deben ser presentados y muchos problemas que necesitan ser resueltos. Sin embargo, parece que escasean las cosas por las cuales orar. Ni siquiera encontramos palabras para orar, y a duras penas logramos terminar dos o tres frases. Tenemos que estar conscientes de que el ataque de Satanás está presente. Es cierto que nuestras oraciones se vuelven rutinarias debido a nuestro descuido, nuestro temor de comprometernos, nuestra falta de amor o nuestra indisposición a avanzar y a ser exhaustivos en ellas. Pero también es cierto que en otras ocasiones al reunirnos, verdaderamente deseamos orar. Sin embargo, se ofrecen muy pocas oraciones. Esto demuestra que hay un peligro inminente. Este peligro es diseñado por Satanás para hacer que dejemos de orar. Si velamos, descubriremos que muchos casos de olvido, descuido, demora y negligencia no ocurren intencionalmente, sino que se deben a que Satanás nos arrastra, engaña y roba. Por consiguiente, tenemos que oponernos a sus estratagemas. Tenemos que orar exhaustivamente por la gente, los asuntos, la verdad y nuestros problemas. Debemos comprender que una oración apresurada y “económica” frecuentemente es una oración negligente que le da entrada a Satanás. No debemos descuidarnos sino pedirle al Señor que nos recuerde todas las cargas en nuestra oración y que nos dé las palabras adecuadas para elevarlas en oración. Al mismo tiempo, tenemos que desechar nuestra pereza y nuestra tendencia a dejarlo todo para mañana. Nuestro Señor se levantó “muy de mañana … y … oraba”. Cuando Simón y los que estaban con él salieron en Su busca y le dijeron: “Todos te buscan”, El respondió: “Vamos a otro lugar … para que predique también allí; porque para esto he salido” (Mr. 1:35-38). Cuán específico y completo es nuestro Señor. El “fue al monte a orar, y pasó toda la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a Sus discípulos, y escogió a doce de entre ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lc. 6:12-13). Cuán específico y exhaustivo es esto. Cuando el apóstol Pablo les recordó a los santos de Efeso que velaran en la oración y petición, mencionó “petición por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio … para que en ello hable con denuedo, como debo hablar” (Ef. 6:18-20). Esto también es muy específico y definido; es algo que requiere mucha petición. Si estamos conscientes de que somos el Cuerpo y nos preocupamos por las almas de los pecadores, por los asuntos de los santos y por el servicio de los siervos del Señor, habrá incontables asuntos y personas que requerirán petición. También habrá numerosas oraciones para que todas las verdades sean divulgadas. Al escribir a los santos de Efeso, el apóstol Pablo dijo: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre … para que os dé…” (Ef. 3:14-16). Aquí vemos que la revelación de la verdad gloriosa que Pablo recibió, le llegó por medio de la oración, y que la revelación misma es una oración. En esto vemos que el verdadero valor de la luz de la verdad viene por la oración. Debemos recibir la verdad en nuestra vida por medio de la oración y luego expresarla en la oración. Debemos orar con respecto a todas las verdades que hemos oído y hablado, a fin de que no sólo permanezcan en nuestra mente y en nuestros apuntes, sino que se manifiesten en nuestras vidas. ¡Cuántas oraciones definidas y completas son necesarias para que esto suceda!
La influencia y la manipulación del diablo están detrás de muchos problemas. Si no velamos, podríamos considerarlos simplemente problemas con personas, cosas y eventos. Pero si tenemos discernimiento espiritual, veremos que la obra del diablo está presente en ellos, y echaremos fuera a todos los demonios que se oculten tras estas cosas. Algunas veces, como dijo el Señor, hay demonios que “no sale[n] sino con oración y ayuno” (Mt. 17:21). Esto exige que seamos vigilantes, por un lado, y que persistamos en la oración, por otro. De no ser así, la dificultad será como una montaña; entonces tendremos que ordenarle que se quite y se eche en el mar o tendremos que rodearla. Hermanos y hermanas, despertemos. Tenemos que orar exhaustivamente, sacar a la luz el engaño de Satanás y destruir todo lo que tenga relación con él y sea manipulado por él. Tenemos que echar fuera los demonios que se esconden detrás de todos los problemas.
Tenemos que velar no sólo antes de orar, y mientras oramos, sino también después de orar. Debemos estar alerta y examinar todos los cambios que ocurran después de que hayamos orado. Debemos comprender que todas las oraciones sinceras y que tengan una carga se hacen no sólo “con toda oración” sino también “en todo tiempo”; no sólo una sino muchas veces, y no sólo con toda oración, sino con toda oración en todo tiempo. Por tanto, después de cada oración debemos notar si hay algún desarrollo, algún cambio o algún movimiento. Por ejemplo, cuando Elías oró en la cumbre del monte Carmelo, se arrodilló y puso su rostro entre las rodillas. También le pidió a su siervo que mirara hacia el mar siete veces, hasta que el siervo le informó que había visto una pequeña nube como del tamaño de la palma de una mano de hombre, que se levantaba del mar. Entonces, le dijo a su siervo que fuera a decirle a Acab que preparara la carroza y descendiera, para que la lluvia no lo atajara (1 R. 18:42-44). Esto también se puede ver en la oración de Eliseo por el hijo de la sunamita. El se tendió sobre el niño hasta que el cuerpo de éste entró en calor. Luego se paseó por la casa de un lado a otro y se tendió sobre el niño nuevamente hasta que el niño estornudó siete veces y abrió los ojos. Entonces Eliseo devolvió el niño a su madre (2 R. 4:33-37). Ni Elías ni Eliseo se arrodillaron simplemente para orar sin traer una petición concreta. Mientras oraban, observaban el efecto de la oración y los cambios de las circunstancias. Por ejemplo, quizá usted esté orando por alguien que se opone al Señor. Usted ora pidiendo que Dios le conceda la fe; usted ora con toda oración, y recibe la promesa de que él será salvo. Sin embargo, es posible que las circunstancias aparentemente empeoren; él intensifica su oposición. Si usted desatiende esto y continúa haciendo la misma oración, no obtendrá resultados. Usted tiene que detectar esto y decírselo al Señor. Si permanece velando, recibirá luz de parte de Dios y se dará cuenta de que su oración ya ha influido en él, y podrá comenzar a alabar a Dios, o se dará cuenta de que necesita cambiar su oración y volver a echar la red. Tal vez, después de algún tiempo, el corazón de la persona se ablande, entonces usted podrá pasar a otra oración para echar otra red. Debemos ajustar nuestra oración conforme a la situación. Para hacer esto necesitamos seguir velando.
Efesios 6 es un capítulo que trata de la guerra espiritual. Lo mas importante de este capitulo es la oración que se menciona al final. Entre los hijos de Dios, la oración es lo que recibe ataques con mayor facilidad. Esta es la razón por la cual necesitamos velar al pelear para dedicar un tiempo a la oración, para proteger la oración, para dejar de hacer oraciones que no son auténticas y para estar en guardia contra el ardid de Satanás de interrumpir nuestra oración. Debemos recordar que la oración es un servicio, un servicio excelente. Debemos velar y orar, y poner esto en práctica con diligencia, para que Satanás no tenga la oportunidad de destruir nuestra oración.