Watchman Nee Libro Book cap.5 El ministerio de la palabra de Dios
LA BASE DE LA PALABRA
SECCIÓN DOS
LA PALABRA DE DIOS
CAPÍTULO CINCO
LA BASE DE LA PALABRA
UNO
Ya vimos que ser un ministro de la Palabra de Dios no es nada insignificante, que no todos podemos anunciar la Palabra de Dios y que lo importante con respecto al ministro de la Palabra de Dios es la persona misma. Quisiéramos dirigir nuestra atención a la Palabra de Dios. Cuando hablamos del ministerio de la Palabra de Dios, no decimos que Dios exprese algo aparte de la Biblia, ni que nosotros podamos añadirle otro libro a los sesenta y seis que la conforman. Tampoco nos referimos a que podemos recibir revelación o introducir un ministerio que no se encuentre en la Biblia. La Palabra de Dios, compuesta del Antiguo y el Nuevo Testamentos, ya está completa, y no necesitamos añadirle nada a lo que está escrito. Pero al mismo tiempo debemos comprender que solamente tener una noción de la Biblia no nos hace aptos para predicar la Palabra de Dios, ya que para ser ministros, necesitamos conocerla.
Los sesenta y seis libros de la Biblia fueron escritos por unas cuarenta personas. Todas ellas usaron sus propias expresiones idiomáticas, su propio estilo y su terminología, y sus escritos contenían sus sentimientos, pensamientos y elementos humanos. Cuando la Palabra de Dios venía a estos escritores, Dios asumía los elementos personales de ellos. Algunos fueron usados por Dios y recibieron revelación de parte de El en mayor escala que otros, pero todos fueron ministros de Su palabra. Así que la Palabra de Dios es semejante a una composición musical, y los escritores son como los diferentes instrumentos que se emplearon. En una orquesta hay muchos instrumentos, y cada uno tiene su propio sonido distintivo; sin embargo, cuando la orquesta toca, todos los sonidos se combinan armoniosamente. Cuando escuchamos la música de la orquesta, podemos distinguir el sonido del piano, el del violín, el de la trompeta, el del clarinete y el de la flauta; sin embargo, lo que escuchamos no es una confusión de sonidos, sino una armoniosa melodía. Cada instrumento tiene su propia característica y personalidad, pero todos tocan la misma obra. Si la orquesta tocara al mismo tiempo dos canciones diferentes, produciría un ruido confuso. Esto se puede aplicar a los ministros de la Palabra. Aunque cada uno tiene sus propias características, todos anuncian la Palabra de Dios.
La Biblia, desde la primera página hasta la última, es una entidad orgánica, no una colección incoherente de escritos. Un ministro dice una cosa y otro añade algo más, pero cuando sus ministerios se unen, forman un sujeto orgánico. La Biblia fue escrita por unos cuarenta escritores; aún así, no fue trastornada ni fragmentada porque todos comunican el mismo mensaje. La Biblia posiblemente manifieste varias docenas de instrumentos, pero todos ellos tocan la misma pieza musical. Por eso, cuando alguien le añade otra melodía, nos damos cuenta de que el sonido es diferente. La Palabra de Dios es una entidad integrada. Aunque los sonidos sean diferentes, no tienen ninguna disonancia. No debemos suponer que basta con oír el sonido, ni que cualquier persona puede ponerse en pie y afirmar que anuncia la Palabra de Dios. Los ministros de la Palabra tanto en el pasado y como en el presente pertenecen a esta entidad indivisible, a la cual ningún elemento ajeno puede serle añadido. Si le añadimos algo, el resultado es confusión, apostasía y conflicto. La Palabra o el Verbo de Dios es una entidad viva; es el Señor Jesús.
El Antiguo Testamento consta de treinta y nueve libros. Es probable que cronológicamente el libro de Job haya sido el primero que se escribió. No obstante, es el Pentateuco de Moisés el que aparece al comienzo de la Biblia. Es maravilloso ver cómo los escritores de la Biblia que vinieron después de Moisés, no escribieron de una manera independiente, sino que edificaron sobre los escritos que los precedían. Moisés escribió el Pentateuco sin tener otros escritos como referencia, pero Josué se apoyó en los libros de Moisés; es decir, su servicio como ministro no fue independiente, ya que se basaba en el conocimiento que tenía del Pentateuco. Después de Josué, otros escritores como por ejemplo los autores de los libros de Samuel, también basaron sus escritos en los libros de Moisés, lo cual significa que aparte de Moisés, quien recibió al principio un llamado divino a escribir sus cinco libros, todos los subsiguientes ministros de la Palabra de Dios se basaron en lo que Dios había manifestado con anterioridad. La Palabra de Dios es una sola entidad, y ningún escritor puede seguir su propio rumbo. Cada escritor que viene después comunica la Palabra con base en lo dicho por quienes le preceden.
En el Nuevo Testamento hallamos que la única revelación nueva es el misterio del Cuerpo de Cristo. Efesios nos dice que el Cuerpo se compone de judíos y gentiles. Podemos decir que, con excepción de esta revelación, todo lo que contiene el Nuevo Testamento se basa en el Antiguo. Es decir, todo lo que vemos en el Nuevo Testamento se encuentra en el Antiguo Testamento. Este contiene casi todas las revelaciones doctrinales; inclusive, la revelación sobre el nuevo cielo y la nueva tierra se encuentra allí. Hay una versión de la Biblia que destaca todas las citas que el Nuevo Testamento hace de pasajes del Antiguo Testamento. Al leerla, uno se da cuenta de que muchas cosas del Nuevo Testamento, en realidad ya se habían dicho en el Antiguo Testamento. Algunos pasajes del Nuevo Testamento son citas textuales del Antiguo Testamento, y otras hacen referencia a cierto pasaje. Es semejante a nuestra predicación; algunas veces aludimos a pasajes bíblicos, y otras, recitamos el texto sabiendo que quienes estén familiarizados con la Biblia, saben a qué libro pertenece. En el Nuevo Testamento se hace referencia más de mil quinientas veces al Antiguo Testamento. Recordemos que el ministerio neotestamentario de la Palabra no es independiente, sino que tiene como base la expresión divina contenida en el Antiguo Testamento.
Si alguien se pone en pie y declara que recibió una revelación exclusiva, inmediatamente sabremos que tal revelación no es de fiar. Nadie puede recibir la Palabra de Dios fuera de la Biblia. No podemos prescindir del Antiguo Testamento y quedarnos sólo con el Nuevo, ni viceversa. Tampoco podemos eliminar los cuatro evangelios y quedarnos sólo con las epístolas de Pablo, ya que éstas no pueden existir solas. Tenemos que comprender que las palabras expresadas tienen como base lo dicho anteriormente. La luz sale de las palabras precedentes. Lo que se dice independientemente de la Biblia es herejía y no es la Palabra de Dios. Necesitamos entender en qué consiste el ministerio de la Palabra. Todos los ministerios que se encuentran en la Biblia se relacionan entre sí. Nadie puede recibir una revelación que sea independiente, aislada o ajena a las demás. Así como los veintisiete libros del Nuevo Testamento toman como base el Antiguo Testamento, todo nuevo ministro recibe el aporte de los ministros que lo preceden.
DOS
Debemos rechazar toda revelación privada y todo ministerio independiente. Leemos en 2 Pedro 1:20 que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada”. No debemos interpretar las profecías de la Biblia según su contexto, o usando solamente un pasaje. Por ejemplo, no podemos interpretar el capítulo 24 de Mateo sin ninguna otra referencia. Tenemos que estudiarlo a la luz de otros pasajes. Lo mismo diríamos de los capítulos 2 y 9 de Daniel, o de cualquier otro pasaje. Cuando interpretamos una profecía usando la misma profecía, o un texto usando el mismo texto, hacemos una “interpretación privada”. La Palabra de Dios es una entidad indivisible, y siempre que la hablamos, debemos tener presente este hecho. Ninguna parte de la Biblia se puede interpretar de manera privada ni fuera del contexto, sino siempre en conjunción con otros pasajes. Ya que tenemos la Biblia, no podemos dar nuestra propia interpretación afirmando que es “la Palabra de Dios”, cuando en realidad no tiene relación alguna con ella. Si lo que decimos no se compagina con la Palabra que Dios estableció, hemos sido engañados por el diablo, y lo que decimos es una herejía.
Los primeros ministros de la Palabra hablaban por Dios de manera independiente, porque antes de ellos no hubo ministros de la Palabra. Pero el segundo grupo tuvo que edificar encima de lo que habló el primer grupo, o sea, lo que hablaron fue una repetición y ampliación de lo dicho por el primer grupo. De igual manera, cuando surgió el tercer grupo, construyó su discurso sobre el de sus predecesores. Las palabras que ellos anunciaban no eran independientes de las de los demás; la luz que recibieron de Dios fue sólo una adición a lo que había sido dado al primer grupo y al segundo. Dios puede dar nuevas visiones y revelaciones, pero éstas visiones y revelaciones se basan en lo que El habló anteriormente. Aquí podemos aplicar la virtud de los habitantes de Berea, quienes examinaban las Escrituras para ver si las cosas que oían eran así (Hch. 17:10-11). La Palabra de Dios es indivisible e inmutable y va edificando sobre sí misma. Dios está edificando lo que desea obtener. La luz adicional que recibieron las personas mencionadas en la Biblia no la obtuvieron como una revelación privada, sino que se basaron en revelaciones precedentes. La primera revelación siguió expandiéndose, y a partir de ella brotó más luz, y los ojos del hombre se fueron abriendo hasta obtener el Antiguo Testamento y el Nuevo. Los ministros de la Palabra mencionados en el Nuevo Testamento llegaron a serlo al recibir visiones por medio de las palabras del Antiguo Testamento. Hoy, todo aquel que desee ser ministro de la Palabra debe tener en mente la Biblia en su totalidad, pues aparte de ésta, lo que se diga no es Palabra de Dios. Este es un principio muy importante. El ministro de la Palabra de Dios hoy, igual que los ministros del pasado, no es independiente. Todos ellos dependen de las palabras que Dios ha expresado previamente. Nadie puede recibir revelación de una fuente extrabíblica. Así que si alguien recibe revelación que no proceda de la Biblia, lo que llama revelación es una herejía y es absolutamente inaceptable.
Muchos hijos de Dios tienen una idea equivocada acerca del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, y de la ley y la gracia, al grado de pensar que se contradicen. Pero cuando leemos la Palabra, no encontramos ninguna discrepancia. Las epístolas a los Romanos y a los Gálatas nos muestran claramente que los dos Testamentos no se contradicen, sino que se complementan. Podemos ver esto particularmente en Gálatas. Muchos han observado que Dios se relaciona con el hombre de cierto modo en el Antiguo Testamento, y de otro en el Nuevo, presentándose al hombre bajo la ley en uno y bajo la gracia en el otro. Esto les hace creer erróneamente que éstos se oponen entre sí y no se dan cuenta de que el Nuevo Testamento es un avance, la continuación y el desarrollo del Antiguo.
Pablo nos dice que la gracia de Dios no comenzó en la era del Nuevo Testamento. Al leer Gálatas, vemos que Dios dio la “promesa” cuando llamó a Abraham y le predicó el evangelio diciéndole que esperara a Cristo, mediante el cual vendría la bendición a todas las naciones. Cuando Dios concedió gracia a Abraham, la ley aún no había venido. Gálatas claramente nos indica que la ley no vino primero, sino la promesa, a saber, el evangelio (Gá. 3:8). En dicha epístola, Pablo dice que nuestro evangelio tiene como fundamento el evangelio de Abraham; que la gracia que recibimos se basa en la gracia que Abraham recibió; que la promesa que nosotros obtuvimos es la promesa que le fue dada a Abraham, y que el Cristo que recibimos es la simiente de Abraham (vs. 9, 14, 16). Pablo nos muestra claramente que tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento siguen un mismo delineamiento.
Entonces, ¿por qué tenemos la ley? En Gálatas Pablo dice que la ley fue “añadida” (3:19). En el principio, Dios le dio al hombre la gracia y el evangelio, pero el hombre no podía recibirlos, porque era un pecador que no conocía ni censuraba sus pecados. Al venir la ley, el pecado del hombre se manifestó y recibió su sentencia. No obstante, aún después de que el hombre fue condenado, Dios le dio el evangelio y la promesa. Es decir, Dios no nos da la gracia primero y luego la ley; ni nos da la promesa primero para después exigirnos que laboremos. La obra de Dios de principio a fin es la misma. El libro de Gálatas nos muestra que la gracia que recibimos hoy no es una gracia nueva; es la misma gracia que Dios le dio a Abraham. Por ser descendientes de éste, podemos heredar esta gracia y disfrutar la promesa de Dios. Como podemos ver, la promesa inicial, la promulgación de la ley y el cumplimiento del evangelio de Cristo, siguen un mismo delineamiento. La Palabra de Dios no puede dividirse ni se compone de dos líneas, sino que es una revelación progresiva y armoniosa.
Dios primero le dio la promesa a Abraham, y luego les dio la ley a los israelitas, ¿es esto contradictorio? No. Lo que vemos aquí es un desarrollo. Hoy, de nuevo Dios se relaciona con nosotros según la gracia. ¿Significa esto otra contradicción? No, sino un adelanto. La manera que Dios se relaciona con el hombre se va haciendo más clara con el paso del tiempo. La promesa que Dios hizo a Abraham no puede ser abrogada por la ley que vino cuatrocientos treinta años más tarde (Gá. 3:17). Pero Dios no le dio la ley al hombre para abrogar la promesa, sino para cumplirla, pues uno sólo recibe la promesa cuando está consciente de sus pecados. Al encerrar todo bajo pecado, Dios pudo darle la gracia al hombre por medio de Su Hijo (vs. 21-22). El Antiguo Testamento se desarrolla y avanza. El Nuevo Testamento es la continuación del Antiguo Testamento, pero también está en desarrollo. Los ministerios de la Palabra que vienen después expanden y desarrollan las revelaciones e instrucciones que Dios ya dio. Estos ministerios no son independientes ni se contradicen entre sí.
Todo ministro de la palabra debe conocer la Palabra de Dios tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Es innegable que los ministros de la Palabra que escribieron el Nuevo Testamento conocían bien el Antiguo Testamento. Nosotros, de igual manera, debemos estar familiarizados con las palabras de los ministros que nos precedieron. Es así como nuestras palabras pueden igualar tanto las del Antiguo Testamento como las del Nuevo, sin que sean independientes. El ministerio de la Palabra no consiste en recibir un mensaje en privado de parte de Dios a fin de comunicarlo a los demás, sino en tener un conocimiento de la Biblia en conjunto, realzado por la luz y la revelación renovada. Cuando tal es nuestro mensaje, es Dios quien habla. Quienes ministran la Palabra en el Nuevo Testamento se basan en el Antiguo. Nosotros contamos con la Biblia. El primer grupo que proclamó la Palabra de Dios no tenía ningún precedente. Cuando surgió el segundo grupo de ministros, éstos citaban las Escrituras apoyándose en el primer grupo. Y cuando el tercer, el cuarto y los subsiguientes grupos aparecieron, tenían un fundamento más amplio sobre el cual edificar, porque la Palabra de Dios se había ensanchado. En la actualidad, el avance ha sido mayor, y hemos llegado a una etapa de más abundancia, porque ahora el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento están completos. Toda palabra de Dios consta en la Biblia, y lo que contiene nos juzga. Cuando estamos errados, ella nos muestra que nuestras palabras no provienen del Espíritu. La Biblia es la Palabra de Dios, y todo ministro de la Palabra necesita conocerla de una manera práctica a fin de poder anunciarla sin dificultad. Si nunca hemos recibido luz nueva en la Palabra escrita, no tendremos en qué basar nuestro mensaje y será fácil que nos desviemos. Por esta razón, es importante estar familiarizados con la Biblia. Si no hacemos esto, encontraremos grandes obstáculos en nuestro servicio como ministros de la Palabra.
Esto no significa que el conocimiento de la Biblia faculte al individuo para ser ministro de la Palabra. Pero es importante estar familiarizados con ella, porque si nunca hemos oído lo que Dios dijo en el pasado, no podemos obtener la revelación ahora. Una revelación trae otra revelación, pues no es algo aislado que surja de la nada. La revelación procede de la Palabra. Cuando el Espíritu la ilumina, el resplandor es tan intenso que produce más revelación y más luz. La luz procede de la Palabra que ya existe, y luego se expande. Cuanto más se revela la luz, más se intensifica. De esta manera opera la revelación de Dios. Si Dios no nos ha revelado nada, Su luz no nos podrá iluminar. Hoy Dios no se revela como lo hacía con los hombres de antaño. Esto constituye un principio administrativo fundamental. Cuando Dios se reveló al hombre por primera vez, no había una Palabra previa que le sirviera como base. Pero hoy, el avance que ha tenido la palabra y la revelación de la misma se basan en la Palabra que ya existe y en la revelación que El ya dio. El añade construyendo sobre el fundamento; así que para ser ministros de la Palabra de Dios, es vital que estemos familiarizados con ella. Sin dicha base, Dios no puede darnos luz.
TRES
En Salmos 68:18 se nos muestra que en la ascensión el Señor Jesús dio dones a los hombres. Pablo toma esta Palabra del Antiguo Testamento como base y la desarrolla en los capítulos uno y cuatro de Efesios. En el capítulo uno se nos dice que el Señor Jesús ascendió a lo alto y que está sentado a la diestra de Dios el Padre (v. 20); y en el capítulo cuatro, vemos que en la ascensión el Señor Jesús llevó cautivos a los que estaban bajo el cautiverio del enemigo y dio dones a los hombres (v. 8). Si leemos el contexto cercano, descubriremos que Pedro dijo exactamente lo mismo en el día de Pentecostés. Leemos: “Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hch. 2:33). El mensaje que proclamó Pedro en el día de Pentecostés en cuanto al derramamiento del Espíritu, al igual que el que expresó Pablo en Efesios en cuanto a la ascensión del Señor y a la dádiva de los dones para la edificación de la iglesia, tienen como base el conocimiento que ellos tenían de la luz revelada en el salmo 68. Dios no le dio a Pablo una luz directa. La luz estaba en el salmo 68, y Dios se la reveló. Para poder recibir esta luz, era necesario conocer el salmo 68. Debemos recordar que Dios ocultó la luz que estaba en este salmo, pero un día abrió este pasaje y reveló su luz al hombre. Fue así como el hombre llegó a conocer esta verdad. Pedro y Pablo eran hombres llenos de revelación, pero la revelación que recibieron no salió de la nada.
El libro de Hebreos presenta claramente el significado de los sacrificios que se ofrecían en el Antiguo Testamento y nos muestra que el Señor Jesús es el único sacrificio [acepto ante Dios]. Si no entendemos los sacrificios ofrecidos en el Antiguo Testamento, tampoco entenderemos cómo el Señor Jesús se dio a Sí mismo en sacrificio. La luz de Dios estaba en aquellos sacrificios. Si el escritor del libro de Hebreos no hubiera entendido las revelaciones del Antiguo Testamento, no habría podido escribir dicho libro. El Antiguo Testamento contiene la luz de Dios. Es decir, la luz de Dios está en Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Josué, Samuel, David y Salomón. Sin estos hombres, no hay luz. Es como decir que la luz está en la vela, pues sin ésta, no hay luz. La luz también se expresa por medio de la lámpara y del candelero; sin éstos, tampoco tenemos luz. Es importante darse cuenta de que el Antiguo y el Nuevo Testamentos son portadores de la luz de Dios. Si no los entendemos, no podremos satisfacer la necesidad actual. La Palabra de Dios es indivisible, es el lugar donde se almacena la luz de Dios y la fuente desde la cual brilla.
Tomemos por ejemplo Gálatas 3:6 donde dice: “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”. Esta cita de Génesis 15:16 se halla también en Romanos 4:3 y en Jacobo [Santiago] 2:23. Este pasaje se encuentra una sola vez en el Antiguo Testamento, y tres en el Nuevo Testamento. Dicho versículo contiene tres expresiones cruciales: creyó, le fue contado y justicia. Esta Palabra, extraída del Antiguo Testamento, contenía la luz de Dios. Cuando Pablo escribió Romanos 4 resaltó la expresión le fue contado. A los que creen, les es contada la fe por justicia. En Gálatas 3 Pablo cita el mismo pasaje, pero esta vez recalca la importancia de creer. El dice que los que creen son justificados. Cuando Jacobo habló de este mismo pasaje, puso el énfasis en lajusticia. El indica que uno debe ser justo. La luz de Dios fue distribuida en tres aspectos diferentes y por tres distintas fuentes. Al leer Romanos 4, vemos la luz de Dios que estaba oculta en Génesis. Lo mismo sucede si leemos Jacobo 2. Si Pablo nunca hubiera leído Génesis 15, o si hubiera olvidado lo que leyó o si no hubiera recibido ninguna revelación, no se habría escrito este pasaje.
Una persona negligente, frívola e inconstante en cuanto a la Palabra de Dios, no puede ser ministro de la Palabra. El ministro de la palabra debe extraer todos los hechos de la Biblia y debe encontrar los puntos más delicados, escudriñando primero los hechos de Dios a fin de recibir Su luz. Sin la luz de Dios, no podemos ver nada; por otro lado, sin los hechos revelados en la Biblia, no podemos recibir la luz. Pongamos el ejemplo de una lámpara; sin ésta no hay luz. No obstante, si tenemos la lámpara, pero no la encendemos, tampoco podemos disfrutar de la luz. La luz alumbra valiéndose de la lámpara; es por eso que la lámpara y la luz van juntas. A fin de anunciar la Palabra de Dios, necesitamos la Palabra que Dios ya estableció.
Leemos en Habacuc 2:4: “El justo por su fe vivirá”. Este versículo también se cita tres veces en el Nuevo Testamento: en Romanos 1:17, en Gálatas 3:11 y en Hebreos 10:38. También contiene tres palabras importantes: justo, fe y vivirá. Romanos 1 menciona “ el justo”: “eljusto por la fe tendrá vida y vivirá ”; Gálatas 3 habla de “la fe”: “el justo tendrá vida y vivirá por lafe”; y Hebreos 10, de “vivirá”: “Mi justo vivirá por fe”. El Antiguo Testamento contiene la luz de Dios, y el Nuevo Testamento da salida a dicha luz usando el mismo versículo en diferentes libros. Por lo tanto, la revelación consiste en emitir la luz divina contenida en la Palabra que Dios ya habló. Como podemos ver, esta luz no es privada, sino que tiene una base.
CUATRO
Permítanme repetir: aparte del misterio del Cuerpo de Cristo compuesto de judíos y gentiles y descrito en Efesios, el Nuevo Testamento no contiene nada nuevo. El Nuevo Testamento es el amplio desarrollo del Antiguo Testamento. Debemos recordar, como principio fundamental, que la Palabra contiene la luz de Dios. Así que a fin de servir al Señor como ministros, tenemos que conocer Su Palabra. También debemos recordar que estar familiarizados con la Biblia no nos constituye ministros de la Palabra, pero si no la conocemos, las posibilidades de llegar a serlo se reducen. Debemos ser diligentes en nuestro estudio de la Biblia. A fin de conocer las Escrituras, debemos familiarizarnos con las cosas espirituales. No solamente debemos leer, estudiar y memorizar toda la Biblia, sino que también debemos hacerlo en la presencia de Dios. Debemos permitir que estas palabras que ya fueron proferidas nos hablen una vez más. Una persona que nunca ha tocado la Palabra de Dios, no puede ver Su luz. Las palabras que nosotros anunciamos constan en el Nuevo Testamento, así como las palabras del Nuevo Testamento están incluidas en el Antiguo Testamento. De la misma manera que lo dicho por Pablo y los demás apóstoles provenía de Moisés y los profetas, nuestras palabras provienen de Pablo y de los demás apóstoles. Necesitamos aprender a recibir más luz usando las palabras de los apóstoles.
Todas las revelaciones que tenemos ahora, representan la extensión de la luz que contienen las palabras que ya se han proclamado. Cuando Dios habló al hombre por primera vez, lo hizo directamente. A partir de ese momento, las palabras adicionales que recibimos provienen de esas primeras palabras; o sea que nuestro mensaje se edifica sobre las palabras existentes. El principio básico que debemos seguir es recibir las palabras por medio de la Palabra, y elaborar mensajes apoyándonos en las palabras que ya existen. La Palabra de Dios no es privada ni aislada. Si lo que decimos no procede de la Biblia, no somos aptos para ser ministros de la Palabra. Debemos acudir a la Palabra de Dios según el ejemplo que los apóstoles nos dieron, no como los escribas y los fariseos. Debemos obtener luz de la Palabra y crear más proclamaciones de la Palabra. Dios creó el primer grano de trigo, pero los granos subsiguientes son la multiplicación del primer grano. Un grano produce muchos granos, y éstos a su vez producen muchos más. El primer grano procedió de Dios; fue creado, o sea que no hubo otro antes que él; nunca se había visto otro. La Palabra de Dios opera según el mismo principio. La primera palabra procedió de Dios; nadie había visto nada semejante, pero la Palabra siguió un progreso y surgieron otras palabras. La primera palabra que Dios expresó no tenía ningún punto de referencia. Hoy esta palabra se ha multiplicado. Con cada generación, la Palabra se hace más clara y fructífera. Así como no esperamos que Dios cree un grano de la nada a fin de cultivarlo, tampoco debemos esperar que Dios cree ahora la Palabra de la nada. Las palabras que recibimos ya fueron establecidas por Dios. De igual manera, sólo podemos recibir la luz que procede de la luz ya existente, y la revelación que se basa en la que ya se dio. Este es el camino que deben seguir los ministros de la Palabra hoy, pues sería una herejía traspasar este límite.
Hermanos y hermanas, no permitan que nadie afirme gratuitamente ser apóstol o profeta. Si alguien va más allá del limite de la Palabra que Dios estableció, lo que esa persona diga será herético y diabólico. Cometeremos un gran error si hablamos con liviandad. Todo lo que procede de la Biblia es correcto; así que si no procede de ella sino de otra fuente, es falso. Todo lo que anunciamos hoy procede de lo que se dijo en el pasado. Ya no estamos en la época de la creación. El principio que rige hoy es el principio de procreación. La revelación engendra más revelación; la luz engendra más luz, y la palabra engendra más palabra. Paso a paso estamos aprendiendo a hablar, y esperamos con el tiempo recibir el ministerio de la Palabra.