Watchman Nee Libro Book cap. 48 Mensaje para Edificar a los creyentes nuevos

Watchman Nee Libro Book cap. 48 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos ​

EL SACERDOCIO

CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

EL SACERDOCIO

La Biblia nos habla del ministerio del sacerdocio. Este ministerio es conformado por un grupo de personas que se separan totalmente del mundo para servir a Dios. Aparte de servir a Dios, ellas no tienen ninguna otra ocupación o deber. En la Biblia, a estas personas se las llama sacerdotes.

I. LA HISTORIA DEL SACERDOCIO EN LA BIBLIA

Al comienzo del libro de Génesis, encontramos que Dios llama a los hombres para que sean sacerdotes. Melquisedec fue el primer sacerdote de Dios. En los días de Abraham, Melquisedec se apartó para servir a Dios y se entregó servir exclusivamente a Dios.

A. Desde Génesis hasta después de la ascensión del Señor

El sacerdocio estuvo presente desde Génesis hasta después de la formación de Israel como nación. El sacerdocio no deja de existir durante el tiempo que el Señor Jesús estuvo en la tierra, ni aun después de Su partida. El sacerdocio ha perdurado en la tierra por mucho tiempo. La Biblia nos muestra que después de ascender a los cielos, el Señor Jesús llegó a ser un sacerdote que ministra en la presencia de Dios. Ahora, Él está en los cielos consagrado absolutamente al servicio de Dios.

B. En la dispensación de la iglesia

El sacerdocio continúa a lo largo de la dispensación de la iglesia; no ha habido ninguna interrupción.

C. En el reino milenario

En el reino milenario, aquellos que tomen parte en la primera resurrección, serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años (Ap. 20:6). Los hijos de Dios seguirán siendo los sacerdotes de Dios y de Cristo por mil años. Serán reyes para el mundo y sacerdotes para Dios. El sacerdocio permanecerá inalterable, ellos seguirán sirviendo a Dios.

D. En el cielo nuevo y la tierra nueva

El término sacerdote ya no existirá más en el cielo nuevo y la tierra nueva. En aquel entonces, todos los hijos de Dios, por ser siervos de Dios, no harán otra cosa más que servir a Dios. En la Nueva Jerusalén “Sus esclavos le servirán” (22:3). En otras palabras, los hijos de Dios seguirán sirviéndole a Él.

Debemos hacer notar aquí algo maravilloso. El sacerdocio comenzó con Melquisedec, aquel que era una persona sin padre, sin madre, sin genealogía, que no tenía principio de días, ni fin de vida (He. 7:3) y se extiende hasta el final del milenio, lo cual significa que se extiende por la eternidad.

II. EL REINO DE SACERDOTES VIENE A SER LA CASA SACERDOTAL

Según la revelación contenida en las Escrituras, el propósito de Dios no consiste solamente en tener una o dos personas como Sus sacerdotes. Su propósito es que todos los miembros de Su pueblo sean Sus sacerdotes.

A. Dios escoge a los israelitas para que constituyan un reino de sacerdotes

Después que los israelitas salieron de Egipto, llegaron al monte Sinaí, y Dios ordenó a Moisés que les dijera: “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éx. 19:6). Dios dijo a los israelitas que ellos constituirían un reino de sacerdotes. Esta expresión es un tanto difícil de entender. ¿Por qué dijo Dios que ellos le serían un reino de sacerdotes? En realidad, Dios deseaba que la nación entera fuese un pueblo de sacerdotes. Ni uno solo de los miembros de Su pueblo debía ser una persona común; el reino solamente estaría constituido de sacerdotes. Esto es lo que Dios se había propuesto.

Al escoger a Israel como Su pueblo, Dios puso esta meta delante de ellos. Esta nación debía ser diferente de las otras naciones de la tierra; sería un reino de sacerdotes. Todos y cada uno de los que conformaren esta nación habrían de ser sacerdotes, es decir, que toda persona en la nación tendría una ocupación única: servir a Dios. Dios se deleita en separar a los hombres de la tierra para Su servicio, y se complace en ver que los hombres vivan dedicados por completo a Sus asuntos. Así pues, Dios desea que todos Sus hijos sean sacerdotes y le sirvan.

Cuando la nación de Israel llegó al monte Sinaí, Dios le dijo que Él haría de ella un reino de sacerdotes. Este es un llamado maravilloso. Inglaterra, por ejemplo, es llamada “el reino de la marina”; Estados Unidos, “el reino del oro”; China, “el reino de los buenos modales y las virtudes”, y a la India se le llama “el reino de los filósofos”. Pero aquí tenemos un reino que es llamado “el reino de sacerdotes”. Esto es maravilloso. Todos los ciudadanos de esta nación son sacerdotes. Hombres, mujeres, adultos y niños, todos son sacerdotes. Todos en este reino sirven únicamente a Dios. Tanto los adultos como los niños están dedicados a una sola ocupación: ofrecer sacrificios a Dios y servirle. Éste es un cuadro maravilloso.

Después que Dios prometió establecer a Israel como un reino de sacerdotes, le dijo a Moisés que subiera al monte, para que recibiese los Diez Mandamientos. Estos Diez Mandamientos fueron escritos por Dios en dos tablas de piedra. Mientras Dios escribía los Diez Mandamientos, Moisés permaneció en aquel monte por cuarenta días. El primer mandamiento es: “No tendrás dioses ajenos delante de Mí”. El segundo dice: “No te harás imagen” (20:3-4). Tal parece que Dios iba dictando los mandamientos uno por uno.

B. Los israelitas sirvieron a los ídolos

Mientras Moisés estaba en el monte, el pueblo, que estaba al pie del monte, se preguntaba por qué se tardaba tanto. Le dijeron a Aarón: “Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros” (32:1). Aarón sucumbió a sus palabras y, habiendo recolectado el oro del pueblo, hizo un becerro de oro. Entonces todo el pueblo adoró al becerro de oro y dijo: “Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (v. 4).

Así, ellos comenzaron a adorar un ídolo, después de lo cual se sentaron a comer y a beber, y se levantaron a jugar. Se entregaron a una gran celebración. Por fin habían encontrado para sí mismos un dios que podían ver. El Dios del que Moisés hablaba era misterioso; no se podía determinar dónde vivía o dónde se le podía encontrar. Ni siquiera podían encontrar a Moisés, quien adoraba a este Dios. Pero ahora ellos tenían un becerro de oro que era visible y al cual podían adorar. Dios los había designado como Sus sacerdotes, pero aun antes de ejercer dicho sacerdocio, se hicieron sacerdotes del becerro de oro. Dios deseaba que ellos fueran un reino de sacerdotes, pero aun antes de que esto fuera posible, ya se habían entregado a la adoración de un ídolo, al servicio de un becerro de oro. Establecieron otros dioses y otras formas de adoración aparte de Jehová, el Dios de ellos.

Éste es el concepto que el hombre tiene acerca de Dios. El hombre siempre tiende a crear su propio dios y adorarlo a su manera; le gusta adorar a un dios creado por sus propias manos. No acepta la soberanía de Dios sobre la creación, la cual le pertenece a Dios, y no quiere reconocer que Él es el Creador.

C. Dios asigna el sacerdocio a la tribu de Leví

Cuando Moisés estaba en el monte, Dios le dijo que descendiera a su pueblo; y volvió Moisés y descendió trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, los Diez Mandamientos. Al acercarse al campamento y ver la condición en la que se encontraba el pueblo, se encendió su ira y arrojó las dos tablas. Se puso a la puerta del campamento y dijo: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo” (32:26). Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Y les dijo: “Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente” (v. 27). Ellos tenían que matar a quien vieran. Debido a que el pueblo había adorado un ídolo: el becerro de oro, los fieles tenían que sacar sus espadas y matar a todo el pueblo, sin importar la relación que los uniera a ellos.

Mucha gente piensa que esta orden fue demasiado cruel. ¿Quién puede matar a su propio hermano? ¿Quién se atrevería a matar a sus amigos? De las doce tribus, once de ellas no tomaron ninguna acción; consideraban que era un precio demasiado alto. Como resultado de ello, solamente los de la tribu de Leví desenvainaron sus espadas y, pasando de un lado a otro, de puerta a puerta por todo el campamento, mataron en aquel día como tres mil hombres. Aquellos que murieron eran hermanos, parientes o amigos de los levitas.

Reflexionemos un poco acerca de esto. Después del incidente del becerro de oro, Dios inmediatamente le dijo a Moisés que desde ese momento la nación de Israel no podía ser un reino de sacerdotes. Aunque nada se dijo explícitamente para ese efecto, ahora Dios había asignado el sacerdocio solamente a la tribu de Leví. Originalmente, el sacerdocio era para toda la nación de Israel, pero ahora estaba limitado a la casa de Aarón, de la tribu de Leví.

D. El pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios llegan a ser dos grupos distintos

Desde entonces, siempre ha habido dos clases de personas en la nación de Israel. Una de ellas es el pueblo de Dios en general, y la otra, los sacerdotes de Dios. El propósito original de Dios era que todos los que conformaban Su pueblo fuesen Sus sacerdotes. Dios no tenía la intención de hacer distinciones entre Su pueblo y Sus sacerdotes. Él anhelaba que la nación entera fuese un reino de sacerdotes. El pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios debían ser una sola entidad. Quienquiera que perteneciera al pueblo de Dios, debía ser un sacerdote de Dios. Si una persona formaba parte del pueblo de Dios, ésta debía ser un sacerdote de Dios. Ser parte del pueblo de Dios implicaba ser uno de Sus sacerdotes. Todo Su pueblo iba a estar constituido de sacerdotes Suyos. Sin embargo, muchos amaron el mundo y sucumbieron ante los afectos humanos, desechando toda fidelidad a Dios para entregarse a la adoración de ídolos. Como resultado, el pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios vinieron a ser dos entidades distintas. Por tanto, si un hombre no amaba al Señor más que a su padre, madre, esposa, hijos, hermano, hermana y más que todo lo demás, no era apto para ser discípulo del Señor. Muchos no pudieron cumplir con este requisito, ni pagar tal precio. Desde ese día, la nación de Israel se dividió en dos grupos: el pueblo de Dios y Sus sacerdotes.

E. El sacerdocio se convirtió en el privilegio de una sola familia

A partir de ese entonces, el reino de sacerdotes vino a ser una tribu de sacerdotes. La esfera que abarcaba el sacerdocio se redujo de un reino de sacerdotes a una sola familia. El sacerdocio llegó a ser la responsabilidad de una sola familia, en lugar de ser la responsabilidad de toda la nación. En la tribu de Leví, el pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios conformaban la misma entidad, es decir, Su pueblo eran Sus sacerdotes. Pero en lo que concierne a las otras once tribus, el pueblo de Dios era solamente el pueblo de Dios, y dejaron de ser los sacerdotes de Dios. Ciertamente, esto revistió de gran seriedad. Es algo muy serio que una persona sea un creyente, un miembro del pueblo de Dios, y aun así, no sea un sacerdote.

III. EL SACERDOCIO SE CARACTERIZABA POR SER UNA CLASE MEDIADORA

Desde los tiempos de Éxodo hasta los días del Señor Jesús en la tierra, ninguna tribu pudo ejercer el oficio de sacerdote salvo la tribu de Leví. Nadie más podía ofrecer sacrificios a Dios. Los sacrificios que ofrecía el pueblo debían ser hechos por medio de los sacerdotes. El pueblo ni siquiera podía acercarse a Dios para confesar sus pecados, pues tenía que hacerlo por medio de los sacerdotes. Tampoco podía separarse del mundo ya que no tenía autoridad para tocar el aceite de la unción. Solamente los sacerdotes podían ungir y santificar a una persona; los sacerdotes realizaban todos los servicios espirituales en su lugar.

Una característica particular con respecto a los israelitas en tiempos del Antiguo Testamento era que Dios permanecía alejado de ellos, y no cualquiera podía tener contacto con Él. En el Antiguo Testamento podemos contemplar la evolución del sacerdocio, al cual yo llamaría una clase mediadora. El hombre no podía acudir a Dios directamente. El pueblo de Dios tenía que acercarse a Dios por intermedio de los sacerdotes, pues no podía comunicarse con Él directamente. Dios se acercaba al hombre mediante los sacerdotes, y el hombre, a su vez, acudía a Dios por intermedio de ellos. Así pues, entre Dios y el hombre había una clase mediadora. El hombre no podía ir directamente a Dios, y Dios tampoco podía venir directamente al hombre. Entre Dios y el hombre existía una clase mediadora.

Esta clase mediadora no formaba parte del plan original de Dios. El propósito original de Dios era acercarse directamente a Su pueblo para que Su pueblo pudiese acudir directamente a Él; pero ahora habían tres partidos. El pueblo tenía que acudir a Dios por intermedio de los sacerdotes, y Dios tenía que acercarse a Su pueblo también por intermedio de los sacerdotes. Dios y el hombre ya no podían disfrutar en forma directa de una comunión íntima. Todo contacto entre ellos llegó a ser indirecto.

IV. CAMBIO EN EL SACERDOCIO

Por mil quinientos años, desde los tiempos de Moisés hasta los tiempos de Cristo, el pueblo de Dios no pudo acercarse a Dios directamente. Sólo una familia era considerada apta para ejercer el sacerdocio. El hombre podía acercarse a Dios sólo si pertenecía a esta familia; cualquier otro que intentara acercarse directamente a Dios, moriría. Así, durante ese período, el ministerio de los sacerdotes llegó a ser un ministerio muy poderoso. Los hombres no podían acudir a Dios directamente, sino que requerían de la intercesión de los sacerdotes. ¡Cuán noble e importante era el ministerio sacerdotal! Sin los sacerdotes, los hombres simplemente no tenían manera de acudir a Dios. Pero con la llegada de la era neotestamentaria, la salvación y la redención se extienden a todos los hombres. Ahora oímos esta palabra: “Vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 P. 2:5).

A. En la dispensación neotestamentaria, toda persona que ha sido redimida es un sacerdote

En 1 Pedro 2:4-7, Pedro nos dice que Cristo es el fundamento de la iglesia. Él fue la piedra que los edificadores desecharon y que ahora ha llegado a ser la piedra angular. Ahora nosotros hemos llegado a ser piedras vivas, las cuales están siendo unidas y edificadas como una casa espiritual. Ahora nosotros también hemos llegado a ser un sacerdocio santo para Dios. Es como si una voz desde los cielos irrumpiera proclamando: “¡Ahora todos los salvos son sacerdotes de Dios! ¡Todas las piedras vivas, aquellos que forman parte de la casa espiritual, son ahora sacerdotes de Dios!”.

B. La iglesia de nuevo recupera el sacerdocio universal

En ese momento, la promesa que había sido postergada durante mil quinientos años fue recobrada por Dios. Aquello que se había perdido por causa de los israelitas, ahora había sido recobrado por la iglesia. El sacerdocio universal se había perdido con Israel. Al iniciarse la era neotestamentaria, era como si una voz irrumpiera desde los cielos proclamando la promesa de que el sacerdocio universal estaría nuevamente entre nosotros. Todo aquel que es salvo es llamado a ser un sacerdote.

C. La iglesia es un reino de sacerdotes

Esta misma palabra se halla en Apocalipsis 1:6, donde dice: “E hizo de nosotros un reino, sacerdotes para Su Dios y Padre”. Originalmente, toda la nación de Israel ejercía el sacerdocio. Después esto cambió. Pero ¿qué ocurre de nuestros días? Hoy en día, la iglesia es un reino de sacerdotes. Lo que perdieron los israelitas en la presencia del becerro de oro, la iglesia lo ha recuperado por completo por medio del Señor Jesús. Hoy en día, toda la iglesia se ha convertido en un sacerdocio. El reino de sacerdotes que Dios había ordenado, ha sido restaurado totalmente.

D. La única ocupación del cristiano: servir a Dios

Lo que Dios no pudo obtener entre los israelitas, ahora lo está obteniendo por medio de la iglesia. Hoy la iglesia es el reino de sacerdotes. La iglesia es un sacerdocio. ¿Qué significa esto? Esto significa que a todo aquel que ha gustado de la gracia de Dios, sólo le queda una ocupación: servir a Dios. Ya he dicho esto a los jóvenes anteriormente: “Si una persona es un doctor antes de creer en el Señor, su ocupación es la medicina; si es enfermera, su ocupación es la enfermería; si es maestro, su ocupación es la enseñanza; si es agricultor, su ocupación es la agricultura; si es comerciante, su ocupación es su negocio. Pero tan pronto una persona es salva, su ocupación cambia radicalmente. Todos los cristianos tienen como única ocupación servir a Dios. Desde el momento en que somos salvos, venimos a ser sacerdotes para Dios. Por tanto, tenemos que servir a Dios en Su presencia. Ésta es nuestra meta espiritual para el resto de nuestros días.

Todos los cristianos tienen una sola ocupación: servir a Dios. Un médico cristiano ya no debe tener la aspiración de convertirse en un médico de renombre muy famoso; ahora él practica la medicina con el único fin de ganarse el sustento. Su verdadera ocupación es ser un sacerdote de Dios. Un profesor o maestro ya no debe esforzarse por ser un académico reconocido o de fama, sino que debe esforzarse por ser un sacerdote apropiado delante de Dios. Ahora, enseñar para este maestro es meramente su profesión; su principal ocupación es servir a Dios. Los artesanos, los comerciantes, los agricultores y los demás profesionales ya no viven en función de sus respectivas profesiones. Ahora hay una sola profesión para todos: servir a Dios.

E. La única ambición: agradar al Señor

El mismo día en que son salvos, todos los hermanos y hermanas deben dejar a un lado sus antiguas ocupaciones. Espero que en el momento de iniciar su vida cristiana, ustedes renuncien a todas sus aspiraciones y ambiciones. Ya no deben aspirar a convertirse en un personaje distinguido. Ya no deben luchar por ser alguien que sobresale y se distingue en sus respectivos campos de acción o profesión. Deben aprender de Pablo, cuya única ambición era agradar al Señor. No deben tener ninguna otra aspiración más que ésta. Toda ocupación mundana deberá hacerse a un lado. Ya no deben tener la aspiración de ser grandes o sobresalientes, sino que deben aspirar únicamente a servir al Señor en Su presencia.

V. LA GLORIA DEL SACERDOCIO

En los primeros años de mi vida cristiana, siempre me parecía una tarea muy difícil exhortar a los nuevos creyentes a servir a Dios. Parecía que tenía que esforzarme para convencerlos y pensaba que tenía que rogarles y suplicarles a que sirvieran a Dios. Pero la perspectiva que Dios tiene es totalmente diferente de la nuestra. Dios despojó del sacerdocio a los israelitas cuando éstos pecaron. A los ojos de Dios, el servicio constituye un gran privilegio y un alto honor. Si un hombre cae en degradación o se desvía, Dios le quita el sacerdocio. Dios no tiene la menor intención de persuadir al hombre para que le sirva ni de rogarle a que le sirva. Él no tiene la intención de contar con la aprobación del hombre. El ser llamado para ser un sacerdote de Dios es una gloria para el hombre, no para Dios.

A. Dios nos honra cuando nos llama al sacerdocio

Aquellos que ofrecieron fuego extraño en el Antiguo Testamento fueron consumidos por el fuego. Algunos murieron cuando entraron al lugar santo; otros murieron cuando trataron de ofrecer sacrificios a Dios. Dios no permitió que nadie, salvo los sacerdotes, se acercara a Él. A los ojos de Dios, el sacerdocio es una responsabilidad que Él le ha dado al hombre. Al llamar al hombre al sacerdocio, Dios le confiere gloria y honra, y también lo eleva a una posición superior. Aquella persona que tomaba voluntariamente el sacerdocio conforme a su propia voluntad, moría. Uza, que extendió su mano para impedir que el arca cayera, inmediatamente murió fulminado.

B. Las personas necias estiman que servir es hacerle un favor a Dios

Hay muchas personas que creen que le hacen un favor a Dios cuando se ofrecen a Él. En décadas pasadas, siempre me he sentido muy incómodo cuando en ciertas reuniones de avivamiento los predicadores imploraban a los creyentes que se entregaran a servir a Dios. Algunos dan una pequeña cantidad de dinero a Dios y piensan que le están haciendo un favor especial. Muchos se ofrecen para servir a Dios y piensan que de esa manera lo honran. Otros piensan que rinden un gran honor a Dios cuando abandonan una insignificante posición en el mundo. En sus corazones es como si dijeran: “¡Yo, una persona tan importante, me entrego para servir a Dios hoy!”. Abandonan su insignificante posición y creen que con ello exaltan al Señor. ¡Pero esto es ceguera! ¡Esto no es más que insensatez y tinieblas!

C. Servir a Dios es nuestro más grande honor

Si el Dios de los cielos nos llama a ser Sus sacerdotes, deberíamos recibir tal llamado postrados de rodillas ante Él. Éste es nuestro mayor honor. Dios nos ha elevado a una posición superior. No estamos diciendo que podemos darle algo a Dios, sino que no existe mayor honra que el hecho de que Dios acepte lo que le ofrecemos. ¡Qué inmenso honor que personas como nosotros puedan servir a Dios! ¡Esto es la gracia pura! ¡Esto ciertamente es el evangelio! No es solamente el evangelio que proclama la salvación de Jesús, sino el evangelio que también proclama que personas como nosotros podemos servir a Dios. Ciertamente éste es el evangelio, un gran evangelio.

VI. DEBEMOS DEFENDER EL SACERDOCIO

A. Sin el sacerdocio universal, no hay iglesia

Hoy, en la iglesia, el sacerdocio ya no está restringido a unas cuantas personas, pues ha venido a ser un sacerdocio universal. La nación de Israel fracasó; la iglesia no puede fracasar nuevamente. El fracaso de la nación de Israel radica en que el pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios se convirtieron en dos entidades distintas. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros! ¡Que en la iglesia hoy, no se produzca una separación entre el pueblo de Dios y Sus sacerdotes! En la iglesia, los miembros del pueblo de Dios son Sus sacerdotes. Todos los que conformamos el pueblo de Dios, somos sacerdotes de Dios. Los sacerdotes deben ser tan numerosos como la cantidad de hermanos y hermanas que tengamos en la iglesia. Todos ellos deben venir a Dios para ofrecer sacrificios espirituales y sacrificios de alabanza. Todos deben participar en este servicio espiritual. Éste no es un ministerio selectivo; todos debemos acudir a Dios para servirle. Aquella iglesia que carece de un acceso directo y universal a Dios, no es la iglesia.

Por favor, tengan presente que sin el sacerdocio universal no hay iglesia. La nación de Israel fracasó, la iglesia no debe fracasar nuevamente. Durante los pasados dos mil años, no se ha podido recobrar la esfera del sacerdocio hasta el grado de que abarque a todo el pueblo de Dios. Los dos mil años de historia de la iglesia nos muestran que existe una constante separación entre el pueblo de Dios y el ministerio de los sacerdotes. Hemos visto que una y otra vez surge una clase mediadora que se interpone entre Dios y Su pueblo. Esta es la obra y la enseñanza de los nicolaítas.

B. No debemos tolerar más la existencia de una clase mediadora

No debemos tolerar más que exista una clase mediadora entre nosotros y Dios. Ya no debemos aceptar una jerarquía en nuestro medio. No debemos permitir que haya sacerdotes que se interpongan entre Dios y Sus hijos; ya no podemos permitir que exista una clase mediadora. Tenemos que ver lo que es la iglesia. La iglesia es aquel lugar donde cada uno de los hijos de Dios ejerce su sacerdocio. No podemos permitir que una persona o un grupo de personas monopolice el servicio espiritual. Ellos no deben ser las únicas personas mediante las cuales Dios pueda hablar, ni las únicas personas a quienes los demás acuden para que Dios les solucione los problemas espirituales. Esta clase mediadora simplemente no debe de existir en la iglesia.

La controversia que tenemos con las diferentes denominaciones no es un asunto de formalismos externos, sino de contenido interno. Hoy en día hay jerarquías en las denominaciones; es decir, hay un grupo de personas dedicadas a servir a Dios, mientras que los demás tan solo son miembros de “bancas”. Un grupo de personas tiene la profesión de servir a Dios, mientras que el resto, los miembros que se sientan en las bancas, aunque también son nacidos de Dios, necesitan acercarse a Dios mediante tales profesionales. Esta práctica jerárquica es tolerada por muchas de las organizaciones que existen en el cristianismo hoy. Pero nosotros no podemos aceptar que exista alguna clase mediadora entre nosotros y Dios. No podemos desdeñar la gracia que le fue dada a la iglesia en el Nuevo Testamento. No podemos desecharla como lo hicieron los israelitas.

C. La clase mediadora es anulada cuando todos sirven

Debemos abolir la clase mediadora. Para lograrlo, cada uno de nosotros debe formar parte de esta clase. Cuando todos llegamos a ser parte de esa clase, la jerarquía desaparece. ¿Cómo podemos hacer de estos tres grupos involucrados solamente dos? ¿Cómo podemos hacer que el tráfico de tres vías se transforme en uno de dos vías? ¿Cómo pueden Dios, los sacerdotes y el pueblo, convertirse en solamente dos? No hay otro modo de hacerlo, excepto por medio de arrodillarse ante el Señor y decir: “Señor, estoy dispuesto a servirte. Estoy dispuesto a ser un sacerdote”. Cuando todos los hijos de Dios lleguen a ser Sus sacerdotes, estas tres partes se reducirán a dos.

Las jerarquías proceden del mundo, la carne, la adoración a los ídolos y del amor por este mundo. Así pues, si todos los hermanos le dan la espalda a este mundo y, desde el inicio de sus vidas cristianas, rechazan toda idolatría, entonces todos ellos se ofrecerán a Dios. Podrán decir: “A partir de este día, viviré en la tierra con el único propósito de servir a Dios”. Entonces la jerarquía, espontáneamente, desaparecerá entre ellos. Si todos los hermanos se dan cuenta de que su única ocupación consiste en servir a Dios y todos ellos le sirven en coordinación, ¡la clase mediadora desaparecerá!

D. Si somos cristianos, debemos ser sacerdotes

Espero que no permitan que surja entre ustedes clase mediadora alguna. Desde un comienzo sean firmes en esto. La clase mediadora podría resurgir únicamente entre aquellos que caen en degradación o que son disidentes, o entre aquellos que andan a su manera. Ciertamente es normal que entre cristianos derrotados, algunos sirvan al Señor y otros no. Aquellos que no sirven al Señor están dedicados a sus propios asuntos, mientras que los que sirven al Señor toman cuidado de los asuntos espirituales. Los que no sirven al Señor, a lo más, dan algún dinero para sostener a los que sirven al Señor. Probablemente ellos sean empresarios, maestros o doctores; pero todos están dedicados a sus propios asuntos y andan a su manera. Da la impresión de que no tuvieran nada que ver con el servicio a Dios. Ante una situación como ésta, ¿qué tienen que hacer las personas para ser catalogados como cristianos apropiados? Sólo necesitan reservar un tiempo cada semana para asistir a los cultos de adoración. Y si disponen de dinero, bastará con que ofrenden una pequeña porción del mismo. ¡Pero el hacer esto hace del pueblo de Dios y de los sacerdotes dos categorías distintas de personas! Hoy en día debemos darnos cuenta que, o simplemente no somos cristianos o somos aquellos que lo consagran todo absolutamente al Señor. Siempre y cuando seamos cristianos, tenemos que ser sacerdotes para Dios.

VII. EL RECOBRO DEL SACERDOCIO

A. En las primeras iglesias no existía este problema

El mismo peligro que acosó a la nación de Israel, es el que la iglesia ha tenido que enfrentar por los pasados dos mil años. Desde la partida del Señor hasta que se escribió el libro de Apocalipsis y poco después de ese entonces, todos los hijos de Dios eran sacerdotes. Todo el que se consideraba hijo de Dios era sacerdote de Dios. No había problema al respecto. Desde el primer siglo hasta el tercero, no se suscitaron problemas. Se dieron algunos problemas por aquí y por allá aisladamente, pero no de manera global. Aquí y allá algunos hijos de Dios se negaron a asumir sus funciones sacerdotales, pero en general, no se suscitaron problemas al respecto. Siempre y cuando uno fuese hijo de Dios era un sacerdote de Dios.

B. La naturaleza de la iglesia cambió cuando el Imperio Romano acogió al cristianismo

Cuando el Imperio Romano respaldó al cristianismo, muchas personas empezaron a infiltrarse. Cuando alguien creía en el Señor, se le rendía ciertas garantías materiales; se convertía en correligionario del emperador y en hermano del César. En un principio, la orden del Señor había sido: “Devolved, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22:21). Ahora se le daba a Dios tanto lo que era de César como lo que era de Dios. Ciertamente esto constituyó una gran victoria para la cristiandad. Constantino, el emperador, se convirtió a Cristo. El resultado fue que la iglesia sufrió un cambio gradual, aunque significativo. Los creyentes ya no eran como aquellos que profesaron la fe cristiana en los primeros siglos. Durante los diez períodos de persecución bajo el Imperio Romano, fueron decenas de millares de cristianos los que sufrieron el martirio. No era sencillo pretender ser un cristiano. Pero después las circunstancias cambiaron radicalmente. Se puso de moda convertirse en un creyente que compartía la misma fe que profesaba el emperador y así poder llamarlo “hermano”. Cuando se produjo este cambio, muchos decidieron unirse al cristianismo. Como resultado, aunque se aumentó el número de personas, el número de sacerdotes permaneció igual. Es muy fácil infiltrarse en el redil del cristianismo, pero es absolutamente imposible infiltrarse en el servicio de Dios.

C. La separación entre personas espirituales y personas mundanas

La iglesia presenció un cambio radical en el cuarto siglo. Durante ese período, muchos de los que se unieron a la iglesia eran incrédulos o creyentes a medias. Parecían ser creyentes, pero se aferraban a algún poder mundano que tenían en sus manos; no tenían interés en servir al Señor en la iglesia. A lo más, es posible que hayan sido salvos, pero ciertamente no podían servir al Señor. Espontáneamente, algunas personas espirituales empezaron a encargarse de los asuntos de la iglesia, mientras que los demás optaron por decir: “¡Sí, ustedes encárguense de eso! Ustedes sirvan al Señor, y nosotros seremos los seglares”. La palabra seglar fue introducida en el cuarto siglo. Así pues, algunos atenderían los asuntos terrenales, mientras que otros se encargarían de la obra espiritual. Como resultado, si bien había muchos que servían a Dios, eran muchos más los que dejaron de servirle.

Durante el primer siglo, en la época en que vivieron los apóstoles, todos los creyentes servían al Señor. A partir del cuarto siglo, los hombres empezaron a decir: “Nosotros solamente somos el pueblo de Dios. Atenderemos nuestros propios asuntos en el mundo y mantendremos nuestra posición en la sociedad. De vez en cuando, daremos algo de dinero y así seremos catalogados como creyentes. Dejaremos que las personas más espirituales atiendan las cosas espirituales por nosotros”. Desde ese momento, la iglesia siguió los pasos de la nación de Israel; se dedicó a adorar “el becerro de oro”, y estableció una clase mediadora. Todo aquel que pertenecía al pueblo de Dios ya no era un sacerdote. Muchos seguían siendo el pueblo de Dios, pero ya no eran Sus sacerdotes.

En la actualidad, a los clérigos de la Iglesia Católica Romana se les llama sacerdotes. En China y en otras partes se les conoce como padres. Los llamados “padres” son de hecho los sacerdotes. Algunas iglesias nacionales siguieron el ejemplo de la Iglesia Católica Romana y asignaron a sus pastores el título de sacerdotes. Aquellos que se dedican a los asuntos terrenales son llamados el pueblo de Dios, mientras que quienes se encargan de los asuntos espirituales son llamados sacerdotes. La iglesia se dividió en sacerdotes y pueblo.

D. El Señor toma el camino de recobro

Quisiera que todos comprendiéramos que en estos últimos días Dios está haciendo una obra de recobro; Él está adoptando la manera de un recobro. En esta última era, tengo la certeza de que Dios está guiando a Sus hijos a adoptar esta misma postura. Aquí hay una porción del camino que la iglesia necesita recobrar: el sacerdocio universal de los hijos de Dios. Siempre y cuando una persona forme parte del pueblo de Dios, ella debe ser un sacerdote. En nuestros días, hay sacerdotes y en el reino venidero, también habrá sacerdotes. Dios quiere obtener Sus sacerdotes. Él desea que todos los miembros de Su pueblo sean Sus sacerdotes.

VIII. EL SERVICIO DE LOS SACERDOTES

Tan pronto como usted se hace cristiano, se convierte en sacerdote. Si desea hacerse cristiano, tiene que convertirse en un sacerdote. No espere que otra persona vaya a reemplazarlo en esta función. Ser un sacerdote es algo que le corresponde a usted. Entre nosotros no existe ninguna clase mediadora. Nadie se hará cargo de los asuntos espirituales en nuestro lugar. Nadie realizará nuestra labor. No debe existir entre nosotros otra categoría diferente de personas llamada obreros.

A. Toda la iglesia necesita servir

Si Dios tiene misericordia de nosotros, espontáneamente todos los hermanos y hermanas trabajaremos juntos en la predicación del evangelio y en el servicio al Señor. Cuanto más universal sea el sacerdocio, más visible será la iglesia. Cuando el sacerdocio cesa de ser universal, fracasamos, y nuestra senda se corrompe.

B. Dios nos honra al permitirnos servirle

Somos personas débiles, pobres, ciegas y minusválidas; que el Señor permita que personas como nosotros lleguen a ser sacerdotes, constituye un gran honor para nosotros. En el Antiguo Testamento, tales personas no podían ser sacerdotes. Todos aquellos que eran minusválidos, todos los que eran cojos o tenían algún defecto físico, no podían ser sacerdotes. Sin embargo, hoy las personas más viles, inmundas, ciegas y minusválidas ¡han sido llamados por Dios para que sean sacerdotes! Él es el Señor. Ya he dicho esto antes y lo reitero: debiéramos estar deseosos de poder consagrarnos al servicio de Dios, aun si para ello fuera necesario arrastrarnos a Sus pies para implorarle que nos permita servirle. Debemos regocijarnos de poder doblar nuestras rodillas para rogar por semejante honor. Yo estoy dispuesto a arrodillarme ante el Señor y suplicarle a Él: “Señor, quiero servirte. Me ofrezco con alegría para Tu servicio. Tú me honras al permitirme acudir a Ti”. Ser un sacerdote equivale a acercarse a Dios. Ser sacerdotes significa que no hay distancia entre nosotros y Dios, sino que podemos tener acceso directo sin tener que esperar por nadie. Ser sacerdotes significa que podemos tener contacto con Dios por nosotros mismos.

C. El reino de Dios se hace realidad cuando todos sirven

Si un día todos los hermanos y hermanas de todas las iglesias se dedican a realizar su servicio, el reino de Dios estará entre nosotros. Éste será un reino de sacerdotes, ya que todas las personas serán sacerdotes. Esto es glorioso. Anhelo ver el día en que todos los ídolos sean quitados de entre nosotros. Para lograr esto, es necesario que en la presencia del Señor estemos dispuestos a pagar cualquier precio. Los levitas pagaron un precio; fueron fieles al hacer a un lado todo afecto personal. Sólo esta clase de persona podrá tener una porción en el sacerdocio.

D. La base del sacerdocio: ser aceptos ante Dios

Para poder entender cabalmente el sacerdocio, debemos entender cómo se relacionaba Dios con los sacerdotes del Antiguo Testamento. Es un asunto de gran importancia para Dios el hecho de permitirle a una persona que se acerque a Él y no muera. Solamente los sacerdotes podían comer el pan de la proposición, servir en el altar y entrar en el lugar santo. Y sólo ellos podrían ofrecer sacrificios. Si otros entraban en el lugar santo, morían. El sacerdocio, pues, se basa en la aceptación de Dios. Puesto que Dios ya nos aceptó, ¿acaso no podemos nosotros entrar allí también? Anteriormente, cualquiera que se atreviera a entrar, podía morir, pero hoy en día, Dios nos dice: “¡Puedes acercarte!”. Cuán extraño sería si después de ello, aún nos sintiéramos reacios de acercarnos.

E. La misericordia de Dios nos hace aptos para servir en la gracia

Es necesario que el Señor abra nuestros ojos. Es sólo por la gracia en su mayor expresión que a una persona se le otorgue el privilegio de servir al Señor. Aquellos que verdaderamente conocen la voluntad de Dios dicen: “La gracia que me permite servir a Dios es mayor que la gracia que me condujo a la salvación”. El perro que está debajo de la mesa puede comer las migajas, pero jamás podrá servir en la mesa. Ser salvo por gracia es relativamente simple, pero no todos pueden servir por gracia. Hoy en la iglesia, todo el que es salvo por gracia también puede servir. Es una insensatez no considerar esto como una gracia espléndida.

F. Debemos rechazar el principio bajo el cual existe una clase mediadora

La cristiandad actual reconoce la presencia de una clase mediadora. Tal como se manifiesta en la actualidad, el cristianismo incluso divide a los sacerdotes de Dios y el pueblo de Dios en dos categorías de personas. Anhelamos ver el día en que no haya jerarquía entre nosotros. Es posible que una o dos personas en la iglesia caigan en dicho error. Con todo, eso no altera el principio correcto. Hoy está de moda en el cristianismo hacer concesiones en cuanto a los principios. En esencia, el cristianismo presente ha caído y ha tomado el camino de los israelitas; es decir, el pueblo de Dios y los sacerdotes han venido a ser dos categorías de personas. ¡Quiera Dios que nosotros no caigamos en tal sistema!