Watchman Nee Libro Book cap. 42 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos
LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU SANTO
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
LA DISCIPLINA
DEL ESPÍRITU SANTO
Lectura bíblica: Ro. 8:28; Mt. 10:29-31; Jer. 48:11; Gn. 47:7-10
Hemos creído en el Señor y, por tanto, hemos recibido una nueva vida, pero antes que esto sucediera, habíamos desarrollado una serie de hábitos y muchos de los rasgos distintivos de nuestro carácter, como muchos aspectos en nuestro temperamento ya eran parte de nuestro ser. Ahora, estos hábitos, rasgos de carácter y nuestro modo de ser son una frustración para que la nueva vida que recibimos pueda expresarse. Por esta razón la mayoría de personas no puede tocar esta nueva vida ni puede experimentar al Señor cuando tiene contacto con nosotros. Con frecuencia, los demás sólo perciben nuestra vieja persona. Quizá seamos personas muy inteligentes, pero tal inteligencia no ha sido regenerada. Tal vez seamos personas muy cálidas, pero tal afecto no ha sido regenerado. Podemos conocer a alguien que es muy amable o muy diligente y, sin embargo, no podemos percatarnos que su amabilidad y su diligencia hayan sido regeneradas. Así pues, todos esos rasgos naturales son una frustración para que otras personas tengan contacto con el Señor.
Desde que fuimos salvos, el Señor ha venido haciendo dos cosas en nosotros. Por una parte, está demoliendo nuestros viejos hábitos, nuestro antiguo carácter y nuestro modo de ser. Esta es la única manera en que Cristo expresa Su vida a través de nosotros. Si el Señor no realiza esta obra, Su vida será frustrada por nuestra vida natural. Por otra parte, poco a poco el Espíritu Santo está creando una nueva naturaleza y un nuevo carácter en nosotros, los que tienen un vivir nuevo y hábitos nuevos. El Señor no sólo está demoliendo lo viejo, sino también está constituyéndonos con lo nuevo. No solamente hay demolición por el lado negativo, sino que también, en un sentido positivo, está realizando una obra de constitución en nosotros. Estos son los dos aspectos de la obra que el Señor hace en nosotros después de salvarnos.
I. DIOS ES EL QUE LLEVA A CABO LA OBRA
Después de ser salvos, muchos creyentes logran percatarse de la necesidad que tienen de demoler su persona misma. No obstante, son muy inteligentes y procuran valerse de medios artificiales para demoler su naturaleza vieja, su carácter viejo y sus hábitos viejos. Sin embargo, lo primero que Dios derribará serán precisamente tales medios artificiales. Hermanos y hermanas, es inútil e incluso contraproducente, valerse de la energía humana para tratar de derribar la personalidad, el carácter y los hábitos que, en el pasado, fueron edificados por esa misma energía humana. Debemos comprender desde el principio, que todo lo viejo debe ser demolido. Sin embargo, debemos saber que no lo podemos hacer por nosotros mismos. Los esfuerzos del hombre por acabar consigo mismo apenas redundarán en una cierta apariencia acicalada, la cual sólo impedirá el crecimiento de la vida espiritual. No es necesario que nos esforcemos por demolernos a nosotros mismos, pues Dios lo hará por nosotros.
Es menester que tengamos bien en claro que es Dios quien realmente desea hacer esto y es Él quien habrá de hacerlo. Por ello, no tenemos que idear maneras de enfrentarnos con nosotros mismos. Dios desea que dejemos ese trabajo en Sus manos. Este concepto fundamental debe causar en nosotros una impresión indeleble. Si Dios tiene misericordia, de nosotros Él trabajará en nosotros. Entonces, Dios dispondrá nuestras circunstancias de tal manera que nuestro hombre exterior sea consumido. Sólo Dios conoce lo que necesita ser destruido. Sólo Él conoce nuestros rasgos obstinados y prevalecientes. Quizás en muchos aspectos seamos personas demasiado rápidas o demasiado lentas; tal vez seamos descuidados o legalistas en extremo. Únicamente Dios conoce nuestras necesidades; nadie más las conoce, ni siquiera nosotros mismos. Dios es el único que nos conoce por completo. Así pues, es imprescindible que le permitamos realizar esta obra.
A fin de explicar la obra de quebrantamiento y de constitución que se lleva a cabo en nosotros, usaremos por ahora la frase la disciplina del Espíritu Santo. Aunque Dios dispone todas nuestras circunstancias, es el Espíritu Santo quien nos aplica este arreglo a nosotros. Si bien es Dios quien ha dispuesto el entorno que nos rodea, el Espíritu Santo es quien se encarga de hacer que tales circunstancias se traduzcan en experiencias internas al aplicarlas a nosotros. A esta conversión de eventos externos en experiencias internas, se llama la disciplina del Espíritu Santo. En efecto, Dios dispone nuestro medio ambiente por medio del Espíritu Santo, es decir, Dios no ordena nuestras vidas directamente, sino que lo hace por medio del Espíritu Santo. La dispensación que se extiende desde la ascensión del Señor hasta Su venida, es la dispensación del Espíritu Santo. En esta dispensación, la obra de Dios se lleva a cabo por medio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo dispone cada detalle del entorno en que se desenvuelven los hijos de Dios y los dirige internamente. Hay unos cuantos pasajes en el libro de Hechos que mencionan casos en los que el Espíritu Santo insta a los creyentes a hacer algo, o les impide y prohíbe hacer algo. Así pues, a lo dispuesto por el Espíritu Santo en nuestro entorno, y a Su operación interior de instarnos a hacer algo, o de impedirnos y prohibirnos hacer ciertas cosas, le llamamos “la disciplina del Espíritu Santo”. Esto significa que el Espíritu Santo nos disciplina por medio de todas estas experiencias.
Esta disciplina no solamente nos guía, sino que también afecta nuestro modo de ser, el cual no sólo incluye nuestra manera de actuar, sino también nuestro carácter. Tenemos una nueva vida dentro de nosotros; el Espíritu de Dios mora en nosotros. Él sabe lo que necesitamos y conoce la clase de experiencia que nos traerá mayores beneficios. La disciplina del Espíritu Santo consiste en que Dios, por medio del Espíritu Santo, dispone el entorno apropiado a fin de satisfacer nuestra necesidad, y llevar a cabo Su obra de quebrantarnos y constituirnos. Por tanto, la disciplina del Espíritu Santo destruye nuestro modo de ser junto con sus hábitos, e introduce en nuestro ser la constitución del Espíritu Santo en madurez y dulzura.
Dios ha preparado todo nuestro medio ambiente. Aun nuestros cabellos están contados. Si un gorrión no cae a tierra sin el consentimiento del Padre, ¿cuánto más no estará nuestro entorno bajo el cuidado de Su mano? Una palabra áspera, un gesto hostil, una desgracia, un deseo insatisfecho, la repentina pérdida de salud, el fallecimiento repentino de un ser querido, todo ello es regulado por el Padre, y sea alegría, aflicción, salud, enfermedad, gozo o dolor, todo cuanto nos sobreviene ha sido aprobado por el Padre. Dios dispone nuestro entorno con el fin de demoler nuestro carácter y nuestro modo de ser viejos, y así Él puede reconstituirnos con un carácter y modo de ser nuevos. Dios arregla las circunstancias necesarias y, sin que nosotros estemos conscientes de ello, nos quebranta y hace que el Espíritu Santo se forje en nuestro ser, a fin de que lleguemos a tener un carácter y modo de ser que se asemejan a Dios. Este carácter y modo de ser que son como Dios, serán los que se expresen diariamente a través de nosotros.
Tan pronto como creemos en el Señor, debemos tener bien en claro ciertas cosas. Primero, necesitamos ser demolidos para luego ser reedificados. Segundo, no somos nosotros los que nos destruimos y edificamos a nosotros mismos; sino que es Dios quien arregla nuestras circunstancias a fin de demolernos y edificarnos.
II. CÓMO ARREGLA DIOS TODAS LAS COSAS
¿Cómo arregla Dios todas las cosas para que todo redunde en nuestro bien?
Cada uno de nosotros es diferente de los demás en cuanto a naturaleza, carácter, manera de vivir y hábitos. Por ello, cada uno de nosotros requiere ser quebrantado de manera diferente. Así pues, Dios recurre a muchas clases de disciplina, tantas como hay individuos. Cada uno de nosotros ha sido sometido a un conjunto de circunstancias diferentes. Es posible que un esposo y una esposa disfruten de mucha intimidad entre ellos; aun así, Dios dispondrá que cada uno de ellos sea sometido a diferentes circunstancias. Probablemente un padre y su hijo, o una madre y su hija, lleven una relación muy estrecha entre sí; sin embargo, Dios ha dispuesto un entorno diferente para cada uno de ellos. Al operar en nosotros valiéndose de nuestras circunstancias, Dios es capaz de dosificar Su disciplina para cada uno de nosotros de acuerdo a nuestras necesidades particulares.
Todos los arreglos que Dios hace, tienen como meta nuestro entrenamiento. Romanos 8:28 dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados”. Aquí, como en el griego, “todas las cosas” quiere decir “todo”. “Todo” no se limita a cien mil cosas ni a un millón de cosas. No podemos decir cuán grande sea este número, pues simplemente “todo” —todas las cosas— ha sido dispuesto por Dios para nuestro bien.
Por consiguiente, nada nos sucede por casualidad. Las coincidencias no existen para nosotros. Todas las cosas son preparadas por Dios. Desde nuestro punto de vista, nuestras experiencias pueden parecernos confusas y desconcertantes, y probablemente no seamos capaces de discernir su significado intrínseco ni el sentido que tienen. Pero la Palabra de Dios afirma que todas las cosas cooperan para nuestro bien. No sabemos qué cosa cooperará para nuestro bien. Tampoco sabemos cuántas cosas nos esperan ni el beneficio que nos traerán. Lo que sí sabemos es que todo obra para nuestro bien. Todo lo que nos suceda nos reportará algún beneficio. Tengamos presente que lo que Dios ha dispuesto tiene como fin producir santidad en nuestro carácter. Nosotros no forjamos esta santidad en nosotros mismos; es Dios quien produce un carácter santo en nosotros valiéndose de nuestras circunstancias.
Un ejemplo servirá para explicar la forma en que todas las cosas cooperan para nuestro bien. En la ciudad de Hangchow hay muchos tejedores de seda. Para tejer, se usan muchos hilos y colores. Si miramos la tela por el revés, parece un revoltijo. Una persona que no sepa de tejidos quedaría perpleja, pues no podría distinguir la imagen que aparece al otro lado de la tela. Cuando le dé vuelta a la tela, verá en ella hermosas figuras de flores, de montañas y de ríos. No se ve nada definido cuando se está tejiendo la tela; sólo se ven hilos rojos y verdes que se mueven hacia atrás o hacia adelante. De igual modo, nuestras experiencias aparentemente se desplazan hacia atrás o hacia adelante, en semejanza a un rompecabezas. No sabemos qué diseño tiene Dios en mente, pero todo “hilo” que Dios usa, toda disciplina que procede de Sus manos, cumple una función. Cada color obedece a un propósito, pues el diseño ha sido preparado de antemano. Dios prepara nuestro entorno porque se ha propuesto crear santidad en nuestro carácter. Por ello, todo lo que sale a nuestro encuentro tiene significado, y es posible que no lo entendamos hoy, pero un día lo entenderemos. Algunas cosas no se ven muy bien en el presente, pero más adelante, cuando miremos hacia atrás, entenderemos por qué el Señor hizo esto y qué se proponía cuando lo hizo.
III. NUESTRA ACTITUD
¿Cuál debe ser nuestra actitud cuando enfrentamos todas estas cosas?
Romanos 8:28 dice: “A los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien”. En otras palabras, cuando Dios trabaja, es posible que recibamos el bien, pero también es posible que no lo recibamos. Esto guarda estrecha relación con nuestra actitud. Nuestra actitud determina incluso cuán pronto recibiremos el bien. Si nuestra actitud es la correcta, recibiremos el bien de inmediato. Si amamos a Dios, todo lo que procede de la voluntad de Dios cooperará para nuestro bien. Si un hombre afirma que no tiene preferencias, que no pide nada para sí mismo y que solamente desea lo que Dios le dé, debe tener un sólo deseo en su corazón: amar a Dios. Si ama al Señor de todo corazón, todas las cosas que lo rodean cooperarán en amor y para su bien, no importa cuán confusas parezcan.
Cuando algo nos sucede y nos encontramos con que carecemos del amor de Dios en nosotros, cuando anhelamos y procuramos cosas para nosotros, o cuando procuramos intereses privados aparte de Dios, no recibiremos el bien que Dios ha reservado para nosotros. Somos muy buenos para quejarnos, contender, murmurar y protestar, pero hermanos y hermanas, tengan presente que aunque todas las cosas cooperen para bien, no recibiremos el bien inmediatamente si no amamos sinceramente a Dios. Muchos hijos de Dios han tenido que enfrentar muchos problemas, pero no han recibido el bien. Sufren una disciplina intensa, y aunque Dios ha preparado muchas cosas para ellos, estas no resultan en ninguna riqueza de su parte. La razón de esta pobreza se debe a que tienen otras metas aparte de Dios mismo. Sus corazones no son dóciles para con Dios. No sienten el amor de Dios ni lo aman. Tienen una actitud equivocada. En consecuencia, tal vez hayan recibido muchos tratos del Señor; sin embargo, nada permanece en sus espíritus.
Que Dios tenga misericordia de nosotros para que aprendamos a amarlo de corazón tan pronto somos salvos. Estar escasos de conocimiento no es muy importante, pues, en realidad la manera de conocer a Dios estriba en el amor, no en el conocimiento. Si un hombre ama a Dios, lo conocerá aunque carezca de conocimiento. No obstante, si sabe mucho pero con su corazón no ama a Dios, el conocimiento no le servirá de mucho para conocer a Dios. Hay una excelente línea en uno de los himnos: “El amor siempre nos conduce por el camino más corto / Para llegar a Dios” (Hymns, #477). Si un hombre ama a Dios, todo cuanto encuentre redundará en su propio bien.
Nuestro corazón debe amar a Dios; debemos conocer Su mano y humillarnos ante ella. Si no vemos Su mano, el hombre nos distraerá y pensaremos que los demás están mal y que nos han traicionado. Creeremos que todos nuestros hermanos y hermanas, nuestros parientes y nuestros amigos están equivocados. Cuando condenamos a todo el mundo, nos desanimamos y desilusionamos, y nada redundará en nuestro bien. Cuando decimos que todos los hermanos y las hermanas de la iglesia están mal, que nada está bien y que todo marcha mal, no obtenemos beneficio alguno; sólo nos enojaremos y criticaremos. Si recordamos lo que el Señor Jesús dijo, que “ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre” (Mt. 10:29), y nos damos cuenta de que todo proviene de Dios, entonces nos humillaremos bajo Su mano y recibiremos el bien.
En Salmos 39:9 leemos: “Enmudecí, no abrí mi boca, / Porque Tú lo hiciste”. Esta es la actitud de una persona que obedece a Dios. Puesto que Dios ha hecho algo y ha permitido que llegue a nosotros para nuestro bien, nos humillaremos y no diremos nada. No preguntaremos: “¿Por qué a otros les sucede aquello y a mí esto?”. Si amamos a Dios y sabemos reconocer Su mano, entonces no nos quejaremos. Así seremos testigos de que Dios nos quebranta y nos edifica.
Hay quienes podrían preguntar: “¿Hemos de aceptar también lo que venga de la mano de Satanás?”. El principio fundamental es que aceptemos todo lo que Dios permite que llegue a nosotros. En lo que se refiere a los ataques de Satanás, debemos resistirlos.
IV. QUEBRANTAMIENTO Y CONSTITUCIÓN
El Señor hace que tengamos que enfrentar muchas cosas, de las cuales muy pocas son de nuestra preferencia. Por eso la Biblia nos manda: “Regocijaos en el Señor siempre” (Fil. 4:4). Debemos regocijarnos en el Señor, puesto que solamente en el Señor nos podemos regocijar siempre. Aparte de Él, ¿qué podría traernos un regocijo constante? ¿Por qué Dios permite que nos sobrevengan adversidades? ¿Qué se propone con eso? Su meta es derribar nuestra vida natural. Si leemos Jeremías 48:11, tendremos esto bien en claro.
Jeremías 48:11 dice: “Quieto estuvo Moab desde su juventud, / Y sobre su sedimento ha estado reposado, / Y no fue vaciado de vasija en vasija, / Ni nunca ha ido al destierra; / Por tanto, quedó su sabor en él, / Y su olor no se ha cambiado”. Los moabitas eran los descendientes de Lot (Gn. 19:36-37). Estaban emparentados con Abraham, pero su origen era carnal. Moab había estado quieto desde su juventud y nunca había pasado por tribulación, ni pruebas, ni azotes, ni penas, ni dolor. No le había sucedido nada que le hiciera derramar lágrimas; jamás cosa alguna rompió su corazón ni obstaculizó sus caminos. A los ojos de los hombres, esto era una gran bendición. No obstante, ¿qué dijo Dios acerca de los moabitas? Él dijo: “Sobre su sedimento ha estado reposado, / Y no fue vaciado de vasija en vasija”. El vino reposado en su sedimento indica que ese líquido es una mixtura. Cuando el vino se fermenta, en la parte superior se forma un líquido claro y en el fondo se asienta el sedimento. Pero tan pronto uno agita la vasija, el sedimento y el líquido se mezclan de nuevo. Para obtener el líquido claro, se debe vaciar cuidadosamente el vino de una vasija a otra. En tiempos antiguos no había filtros que cumplieran esta función, y la única manera de eliminar el sedimento era decantar el líquido, vertiéndolo en otra vasija. Originalmente el líquido y el sedimento estaban mezclados, pero cuando se vaciaba el líquido a otra vasija, el sedimento quedaba atrás. Algunas veces, parte del sedimento lograba escaparse en el líquido y pasaba a la otra vasija, lo cual hacía necesario decantar el líquido de nuevo en otra vasija. Esto se hacía reiteradas veces hasta que el sedimento era eliminado por completo. Moab nunca fue vaciado de vasija en vasija, tal como ocurre con el vino asentado sobre su sedimento. No había sido librado de su “sedimento”. Por esto dice: “Quedó su sabor en él, / Y su olor no se ha cambiado”. El sabor de Moab siempre sabía a Moab, y su olor quedó en él. La condición que tenía desde sus primeros días jamás cambió. Pero a Dios no le interesa el antiguo olor. Él desea cambiar el olor.
Algunos han sido creyentes por diez años, pero su sabor permanece igual que el primer día. Son como Moab, cuyo sabor permanece y cuyo olor no cambia. Algunas personas eran muy descuidadas cuando recibieron al Señor Jesús y después de veinte años siguen siendo descuidadas. El primer día vivían en ignorancia e insensatez y hoy continúan en la misma condición; todavía queda en ellos su mismo sabor, y su olor no se ha cambiado. Dios no desea tal cosa. Él desea despojarnos de nuestros viejos hábitos, de nuestra vieja naturaleza y de nuestro carácter; quiere eliminar todo elemento indeseable de nosotros. Él quiere vaciarnos a otra vasija y luego a otra. Después de haber sido trasvasados unas cuantas veces, nuestro “sedimento” quedará atrás, y el sabor original habrá desaparecido.
Moab llevó una vida tranquila, pero como resultado “su sabor quedó en él, / Y su olor no se ha cambiado”. Quizás nuestra vida no haya sido tan fácil como la de Moab. Tal vez no se diga de nosotros: “Quieto estuvo … desde su juventud”, y hayamos pasado por “muchas tribulaciones” como Pablo (Hch. 14:22). Si éste es el caso, tengamos presente que el Señor está eliminando nuestro sedimento y nuestro sabor original. El Señor desea librarnos de nuestro propio sabor y de nuestro olor natural. Lo viejo que hay en nosotros debe demolerse; necesitamos que el Señor lo arranque de raíz. Para ello, Él nos está vaciando de una vasija a otra, y luego a una tercera. Él permite que esto nos suceda hoy y que aquello nos suceda mañana. El Señor nos lleva de un entorno a otro, de una experiencia a otra. Cada vez que Él disponga nuestro entorno y nos quebrante, perderemos algo de nuestro viejo sabor y olor. Así, poco a poco seremos purificados de nuestro viejo sabor. Cada día seremos un poco diferentes de cómo habíamos sido el día anterior, y al día siguiente, cambiaremos aún más. Esta es la manera en que el Señor opera en nosotros; Él derriba un poquito hoy y otro poquito mañana, hasta que todo nuestro sedimento desaparezca, hasta que se pierda nuestro sabor y cambie nuestro olor.
Dios no sólo nos está quebrantando, en un sentido negativo, sino que en un sentido positivo, nos está cambiando de constitución. Si examinamos la vida de Jacob, en Génesis, podremos comprender el significado de esta obra de constitución.
La vida de Jacob comenzó desde un punto muy bajo. Él luchó con su hermano mayor, estando todavía en el vientre de su madre, procurando nacer antes que él al tomarlo de su talón. Jacob era codicioso y astuto, y siempre estaba engañando a los demás. Él engañó a su propio padre, a su hermano y a su tío. Pero a la postre, él fue engañado por su tío y por sus hijos. Hizo lo que pudo para prosperar, pero al final se encontró en una terrible escasez. Podemos decir que el camino de Jacob estaba atestado de sufrimientos. Algunas personas pasan sus vidas en quietud y comodidad, pero la vida de Jacob estuvo llena de aflicciones.
Al padecer todo aquello, Dios lo quebrantaba una y otra vez. Jacob sufrió constantemente, pues cada experiencia por la que pasó era un sufrimiento. Pero, gracias a Dios, después de experimentar tanto sufrimiento en las manos de Dios, Jacob finalmente adquirió un matiz de la santidad de Dios. Esto se puede apreciar cuando vivía en Egipto, donde vemos a una persona amable, humilde, diáfana y señorial. Él era tan manso y humilde que pudo suplicar por gracia y misericordia de su hijo. Sin embargo, su lucidez era tal que pudo pronunciar profecías que incluso Abraham no las pudo hablar, y pudo impartir bendiciones que Isaac no pudo dar. Al mismo tiempo, era una persona de tal dignidad que incluso Faraón inclinó su cabeza a fin de recibir su bendición. Esto nos muestra que por el quebrantamiento que Dios llevó a cabo en un Jacob que era muy poco, él llegó a ser una persona útil para Dios. ¡Jacob llegó a ser un hombre de Dios!
Después de años de quebrantamiento, Dios constituyó a Jacob consigo mismo. Por eso podemos ver una escena muy hermosa en el lecho de muerte de Jacob, cuando apoyado sobre su bastón se inclinó y adoró a Dios. Aunque él estaba enfermo en cama, pudo inclinarse sobre su cayado y adorar a Dios. Esto nos indica que él no se había olvidado de su vida de peregrino ni había abandonado su característica de peregrino. Al comienzo hizo el esfuerzo de sentarse, bajar los pies de la cama y profetizar. Después de haber profetizado, recogió sus pies en la cama y, después de exhalar el último suspiro, expiró. ¡Qué muerte tan hermosa! Ciertamente, esta es una escena preciosa.
Podemos meditar sobre toda la vida de Jacob. Temo que cuando nació, nadie haya tenido un “sabor” peor que el suyo. Pero cuando partió de este mundo, aquel sabor se había desvanecido por completo. Todo lo que podemos ver en él es a un varón plenamente constituido de Dios.
Debemos comprender que todo lo que enfrentamos, de una manera u otra, es para nuestra edificación. Dios nos derriba valiéndose de toda clase de sufrimientos. Esta demolición puede ser bastante dolorosa, pero después de pasar por esas pruebas, algo es forjado en nosotros. En otras palabras, cuando nos sobreviene la prueba, parece que estuviéramos fracasando, pero la gracia de Dios siempre nos lleva adelante. En el proceso de vencer en medio de las pruebas, algo es forjado en nosotros. A medida que vencemos en las pruebas, una y otra vez algo se va constituyendo en nosotros día tras día. Por una parte, Dios nos hace atravesar circunstancias difíciles y nos demuele por medio de las pruebas; por otra, algo se deposita en nosotros al levantarnos de nuestras pruebas.
Damos gracias a Dios por la disciplina del Espíritu Santo. Que Dios tenga misericordia de nosotros. Que Dios nos quebrante y nos constituya por medio de la disciplina del Espíritu Santo para que lleguemos a la madurez.