Watchman Nee Libro Book cap.4 Los hechos, la fe y nuestra experiencia
VIVIR POR FE
SEGUNDA SECCIÓN
LA FE
CAPÍTULO CUATRO
VIVIR POR FE
(Porción seleccionada)
“Mas el justo por la fe tendrá vida y vivirá” (Ro. 1:17). Esta es la norma que rige en la vida de los creyentes. Tenemos la tendencia de vivir motivados por lo que nos causa un gozo visible y por las bendiciones evidentes, pero la palabra de Dios nos dice que “el justo por la fe tendrá vida y vivirá”. Muchos creyentes anhelan recibir la revelación de Dios; ellos aspiran a una noble transformación y a experiencias del “tercer cielo”. Si bien algunos habrán de tener tales experiencias ocasionalmente, aún así, el justo deberá vivir por fe. La experiencia que tuvo madame Guyón respecto a su unión con Cristo en la vida divina, fue algo que se ve muy rara vez en la era presente. Ella pudo afirmar que su experiencia era tal, que para ella era simplemente imposible vivir ajena a la vida de Cristo. Ella pudo alcanzar tal nivel personal por medio de la fe y la negación de sí misma.
Muchos creyentes sufren debido a que no sienten la presencia de Dios. Como resultado de ello, claman a Dios con todo su ser, tal como un ciervo brama por las corrientes de las aguas. Pero la fe no consiste en percibir la presencia de Dios; tampoco significa amar a Dios de una manera emotiva, ni expresarse de forma exuberante. El justo por la fe tendrá vida y vivirá; únicamente por la fe.
Así pues, la fe es como un ancla, que da estabilidad a quien la tiene. La fe es real; la fe “da sustantividad”. La fe, además, es “la convicción de lo que no se ve”; por tanto, es palpable.
Es posible que quienes anden por fe experimenten un gozo externo. Pero no están en busca de ello, ni esto constituye su meta. Los sentimientos de gozo son simplemente las flores que sobresalen sobre las muchas hojas de un verde frondoso que cubre el sendero de la fe.
La fe puede lograr cosas que no se lograrían de ninguna otra manera. En primer lugar, la fe puede complacer a Dios: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (He. 11:6). Así fue la vida de nuestro Señor Jesús, pues El dijo: “Yo hago siempre lo que le agrada [al Padre]” (Jn. 8:29).
En segundo lugar, la fe produce fruto: “Que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron valientes en la guerra, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección…” (He. 11:33-35). Sin embargo, si bien se logran ciertos resultados, uno debe perseverar por fe. Uno debe creer en Dios y tener fe, ya sea en luz o en oscuridad. Uno debe cumplir con su deber, avanzando de una tarea a otra. Se debe avanzar en el camino de la fe, aun cuando éste no sea un sendero extraordinario. Mientras uno avanza con dificultad en medio de la oscuridad, todavía deberá vivir —vivir y laborar incesantemente— por fe.
Si uno hace esto, la gloria lo rodeará. Sin embargo, aquellos que viven por fe no verán esta gloria ellos mismos. Muchas de las lecciones de la fe son muy profundas e intrínsecas. Moisés no se dio cuenta de que su rostro resplandecía, pero aquellos que vieron su gloria fueron bendecidos.
Cierta vez, una misionera volvió a su país vistiendo prendas muy opacas y desteñidas. Cuando una jovencita la vio vestida así, sintió lástima por la misionera. Esta misionera se volvió y miró a la jovencita, quien al ver su rostro, de inmediato fue llevada a pensar en Dios, aunque la misionera no le dijo ni una sola palabra. Aquella jovencita nunca pudo olvidar aquel momento. Se trataba de una joven muy brillante, que se había propuesto obtener muchos títulos académicos; pero, a la postre, cambió de opinión y se convirtió en una servidora de Cristo. ¡El Señor es victorioso! Esa joven ahora está en Africa, cooperando en la salvación de muchos. Aunque aquella misionera no podía ver su propio rostro, las demás personas lo vieron y el Señor operó en ellas.
Es un hecho inalterable que aquellos que viven por fe tienen su mirada puesta en el Señor Jesús. Dios nos insta a poner nuestros ojos en el Señor Jesús, el Autor y Perfeccionador de nuestra fe. Si uno hace esto, habrá de reflejar —mediante sus palabras, actitud y semblante— a Aquel a quien está mirando. Tal vida es indescriptible; simplemente podemos afirmar: el justo vivirá por fe.