Watchman Nee Libro Book cap.4 La Iglesia gloriosa

Watchman Nee Libro Book cap.4 La Iglesia gloriosa

Y ELLA DIÓ A LUZ UN HIJO VARÓN

CAPÍTULO CUATRO

“Y ELLA DIO A LUZ UN HIJO VARÓN”

Ya vimos a la mujer en Génesis 2 y cómo evoca al hombre que Dios, en Su voluntad eterna, desea obtener para glorificar Su nombre. Luego en Efesios 5 vimos otra mujer, la cual es la realidad de la mujer de Génesis 2. Esta mujer muestra cómo Dios obra, después de la caída del hombre, para restaurar todas las cosas y volverlas a Su propósito original. Ahora consideremos a otra mujer en Apocalipsis 12, con relación a la mujer de Génesis 2.

El libro de Apocalipsis revela las cosas del fin de la era presente. Contiene veintidós capítulos, pero al final del capítulo once, vemos que todo está terminado. Leamos Apocalipsis 10:7: “Sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él esté por tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará”. En el capítulo once, donde vemos que el séptimo ángel toca la trompeta, es consumado plenamente todo lo relacionado con Dios y Su misterio. El versículo 15 dice: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo; y El reinará por los siglos de los siglos”. Esto significa que cuando el séptimo ángel toque la trompeta, ya se habrá iniciado la eternidad. En este versículo quedan implícitos el milenio, el cielo nuevo y la tierra nueva, así como todo lo que concierne a la eternidad. Entonces, ¿por qué siguen once capítulos más después de los primeros once capítulos? Nuestra respuesta es ésta: los once capítulos siguientes sirven de suplemento a los primeros once capítulos. A partir del capítulo doce, se nos dice cómo el reinado sobre este mundo pasará a nuestro Señor y a Su Cristo y cómo Dios hará a Su Hijo Rey para siempre.

Cuando el séptimo ángel toca la trompeta, como vemos en Apocalipsis 11:19, sucede algo: “Y fue abierto el templo de Dios que está en el cielo, y el arca de Su pacto se veía en Su templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo”. El libro de Apocalipsis contiene muchas visiones, pero hay dos visiones centrales que sirven de base a todas las demás. La primera es la visión del trono (Ap. 4:2). Todas las visiones contenidas en los capítulos del cuatro al once, donde vemos al séptimo ángel tocar la trompeta, se basan en el trono. La segunda es la visión del templo (Ap. 11:19). Desde el capítulo doce hasta el final del libro, todas las visiones se basan en el templo de Dios.

En el capítulo cuatro, Juan tuvo una visión del trono de Dios con un arco iris alrededor. Esto significa que a partir de este capítulo, todo se basa en la autoridad del trono y el recuerdo del pacto que Dios hizo con todos los seres vivientes que estaban sobre la tierra. El arco iris es la señal del pacto que Dios ha hecho con todos los seres vivientes. Ahora no podemos ver un arco iris completo. Todo lo que podemos ver, cuando mucho, es la mitad. Pero sí existe un arco iris que rodea todo el trono. Es completo; no está interrumpido. Dios es fiel; El recordará y guardará Su pacto. Dios se acordará del pacto que hizo con todos los seres vivientes de la tierra. En todos los tratos que Dios tiene con el hombre, El debe acatar el pacto que hizo.

Al final del capítulo once, Juan recibió otra visión: la visión del templo de Dios. Dentro del templo se podía ver el arca del pacto. Originalmente Dios pidió a los israelitas que construyeran el arca conforme al modelo dado en el monte y que pusieran el arca dentro del Lugar Santísimo en el tabernáculo. Más tarde, cuando Salomón construyó el templo, el arca fue colocada allí. Cuando Israel fue llevado cautivo a Babilonia, el arca se perdió. Sin embargo, aunque se perdió el arca en la tierra, el arca en el cielo todavía permanecía. El arca en la tierra fue hecha conforme al arca en el cielo. Desapareció la sombra en la tierra, pero la substancia, la realidad, en el cielo todavía permanece. Al final de Apocalipsis 11, Dios nos muestra nuevamente el arca.

¿Qué es el arca? El arca es la expresión de Dios mismo. Ella significa que Dios debe ser fiel a Sí mismo. El trono es el lugar donde Dios ejerce Su autoridad, y el templo es el lugar donde Dios mora. El trono es algo exterior dirigido hacia el mundo y la humanidad, pero el templo es algo para Dios mismo. El arco iris alrededor del trono significa que Dios no perjudicará al hombre, mientras que el arca en el templo significa que Dios no hará nada que no esté a Su nivel. Dios tiene que cumplir lo que se ha propuesto. Dios es poderoso para lograr exitosamente lo que desear llevar a cabo. El arca no estaba destinada solamente para el hombre, sino para Dios también. Dios no puede negarse a Sí mismo; no se puede contradecir. En la eternidad Dios se propuso obtener un pueblo glorificado, y El determinó que el reinado de este mundo pasaría a nuestro Señor y a Su Cristo. Cuando vemos la situación de la iglesia hoy en día, no podemos evitar esta pregunta: “¿Cómo puede Dios cumplir Su propósito?” No obstante, sabemos que Dios nunca se quedará a mitad de camino. El tiene el arca, y El mismo hizo el pacto. El Dios justo no puede ser injusto con el hombre. Además, el Dios justo nunca podría ser injusto consigo mismo. El hombre no hace nada para contradecirse, porque tiene su propio carácter. Dios tampoco puede negarse a Sí mismo en Su obra debido a Su propio carácter. Cuando Dios nos reveló Su arca, nos quiso mostrar que El tiene que cumplir Su deseo.

Aquí debemos ver un solo punto. ¿Cuál es la base sobre la cual Dios y Su Cristo reinarán para siempre? ¿Cuál es la base sobre la cual Dios hará que el reinado de este mundo pase a nuestro Señor y a Su Cristo? La base es Su carácter. Dios cumplirá todas estas cosas debido a Su propio carácter. Nada podrá impedírselo. Debemos aprender que todo lo que viene de Dios nunca podrá ser frustrado. El arca todavía permanece, y representa a Dios mismo y a Su pacto. Dios cumplirá este asunto por Sí mismo. Damos gracias a Dios porque desde el capítulo doce hasta el final del libro, se nos muestra cómo Dios cumplirá todo lo que El se ha propuesto en la eternidad mediante Su propia fidelidad.

LA MUJER EN LA VISIÓN

Apocalipsis 12:1 dice: “Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. ¿Quién es la mujer descrita en este versículo? Entre los estudiantes de la Biblia ha habido mucha controversia en cuanto a esta mujer. Algunos afirmaron que representa a María, la madre del Señor Jesús. Otros dijeron que representa a la nación de Israel. No obstante, las Escrituras muestran que esta mujer no puede ser ni María, la madre del Señor, ni la nación de Israel. Lo siguiente explica el por qué:

(1) Puesto que esta visión es revelada en los cielos, esta mujer pertenece totalmente a los cielos. Ni María ni la nación de Israel tienen esta posición.

(2) Después de que esta mujer da a luz un hijo varón, huye al desierto. Si comparamos a esta mujer con la nación de Israel, al hijo varón con Cristo, y el hecho de que el hijo varón sea arrebatado a la ascensión de Cristo, vemos que esto no corresponde a los hechos reales. Aunque la nación de Israel fue esparcida, su huida al desierto no fue el resultado de la ascensión de Cristo. Cuando Cristo ascendió, Israel ya llevaba tiempo en la dispersión, y había dejado de ser una nación. Pero aquí vemos que la mujer huye al desierto después de que el hijo varón es arrebatado a Dios. La nación de Israel había desaparecido mucho tiempo antes de la ascensión de Cristo. Por consiguiente, es imposible que esta mujer evoque a la nación de Israel, mucho menos a María.

(3) Mientras esta mujer estaba sufriendo dolores de parto dando a luz el hijo varón, se encontró con un dragón. Este dragón tenía siete cabezas y diez cuernos. El capítulo diecisiete nos dice que estas siete cabezas representaban siete reyes: cinco habían caído, uno existía todavía, y el otro habría de venir. Los diez cuernos son diez reyes que todavía no habían recibido un reino; se levantarán más tarde. Sabemos que estos acontecimientos históricos no sucedieron antes de la ascensión de Cristo. Por consiguiente, esta mujer y el hijo varón deben de simbolizar algo que ha de venir. Si decimos que esta mujer representa a la nación de Israel o a María y que el hijo varón representa al Señor Jesús, contradecimos la historia.

(4) Después del arrebatamiento del hijo varón, hubo guerra en el cielo, y Satanás fue echado a la tierra. Entonces se proclamó en el cielo: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo; porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche” (Ap. 12:10). Sabemos que esto todavía no se ha cumplido. Efesios 6 nos revela que la iglesia en la tierra debe seguir luchando contra los principados, potestades y fuerzas espirituales en las regiones celestiales. Satanás está allí todavía. Por no haberse cumplido esta porción de las Escrituras, no puede referirse al tiempo de Jesús.

(5) Cuando el dragón fue echado a la tierra, persiguió a la mujer que dio a luz el hijo varón. Muchas personas se basan en esto para decir que la mujer es María. Es verdad que María, después de dar a luz al Señor Jesús, huyó a Egipto; no obstante, no lo hizo durante la ascensión del Señor. Los versículos del 14 al 16 dicen: “Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde será sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo. Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, para que fuese arrastrada por la corriente. Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado de su boca”. Las teorías según las cuales esta mujer se refiere a María o a la nación de Israel no tienen fundamento, porque la historia muestra que nada de eso sucedió cuando Cristo ascendió al cielo. Por consiguiente, esta mujer no puede ser una alusión a María o a la nación de Israel.

(6) Existe otra prueba. El versículo 17 dice: “Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús”. Después de que el hijo varón, quien nació de la mujer, fue arrebatado al trono, todavía había sobre la tierra un remanente de la descendencia de la mujer. No podía ser María. Además, este remanente guarda los mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesús. Podemos decir que la nación de Israel guardó los mandamientos de Dios, pero decir que tenía el testimonio de Jesús equivaldría a mezclar el Antiguo Testamento con el Nuevo. En conclusión, esta mujer no podía ser María ni tampoco la nación de Israel.

Entonces, ¿quién es esta mujer? El Antiguo Testamento muestra que una sola mujer se encontró con la serpiente: ésta fue Eva en Génesis 3. También en el Nuevo Testamento hay una sola mujer que se enfrenta a la serpiente. Aquí vemos la correspondencia y correlación de las Escrituras, el principio con el fin. Además, Dios señala específicamente que el gran dragón es la serpiente antigua. Esto significa que El se refiere a la serpiente mencionada anteriormente. Dios aclara que se trata de esa única serpiente antigua. Se pone énfasis en la palabra “la”, la serpiente antigua. Por tanto, la mujer mencionada en este versículo debe ser también esa mujer.

En el mismo principio, el sol, la luna y las estrellas mencionados en Génesis 1 también son mencionados en Apocalipsis 12. Así como la serpiente estaba en Génesis 3, está aquí también. La simiente de la mujer mencionada en Génesis 3 también se menciona aquí. Además, los dolores de parto se mencionan en Génesis 3 y aquí también. Si juntamos estas dos porciones de las Escrituras, podremos ver claramente que la mujer en Apocalipsis 12 es la mujer que Dios se propuso conseguir en Su voluntad eterna. Todo lo que le sucederá al final de la era presente queda claramente explicado aquí. La mujer de Génesis 2 indica el propósito eterno de Dios; la mujer de Efesios 5 habla de la posición y del futuro de la iglesia; y la mujer de Apocalipsis 12 revela las cosas que han de suceder al final de esta era. Aparte de estas tres mujeres, vemos otra mujer que nos muestra las cosas de la eternidad.

Cuando la mujer apareció en la visión, las Escrituras primero señalaron que ella estaba “vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (12:1). Estos hechos son muy significativos con relación a las edades.

(1) La mujer estaba vestida del sol. El sol se refiere al Señor Jesús. El hecho de que esté vestida del sol significa que cuando el sol está en su cenit, resplandece sobre ella. En esta era, Dios se revela por medio de ella. Esto indica la relación que ella tiene con Cristo y con la era de la gracia.

(2) La mujer tenía la luna debajo de sus pies. Esta expresión “debajo de sus pies” no significa que la esté pisoteando. Según el griego, significa que la luna está sometida a sus pies. La luz de la luna es el reflejo de una luz; no tiene su propia luz. Todas las cosas pertenecientes a la era de la ley reflejaban simplemente las cosas que se encuentran en la era de la gracia. La ley sólo era un tipo. El templo y el arca eran tipos también. El incienso, el pan de la proposición en el Lugar Santo y los sacrificios ofrecidos por los sacerdotes eran tipos, así como la sangre de las ovejas y de los bueyes. La luna debajo de los pies de la mujer significa que todas las cosas de la ley están sometidas a la mujer. Esto indica la relación que ella tiene con la era de la ley.

(3) La mujer llevaba una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Las figuras principales en la era de los patriarcas abarcan el período que va de Abraham a las doce tribus. La corona de doce estrellas sobre su cabeza indica la relación que ella tiene con la era de los patriarcas.

De esta manera, vemos que la mujer no está relacionada solamente con la era de la gracia, sino también con la era de la ley y la era de los patriarcas. No obstante, está relacionada más íntimamente con la era de la gracia. Incluye a todos los santos de la era de la gracia, así como todos los santos de la era de la ley y de la era de los patriarcas.

EL NACIMIENTO DEL HIJO VARON

Apocalipsis 12:2 dice: “Estaba encinta, y clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento”. Aquí estar encinta es algo figurativo, y no literal. ¿Qué significa estar encinta? Quiere decir que un niño está en el vientre de la madre, y que el niño y la madre están unidos en un solo cuerpo. Cuando la madre come, el niño es nutrido. Cuando la madre está enferma, el niño también se ve afectado. La condición de la madre es la condición del hijo. La madre y el hijo son uno.

No obstante, este hijo también es diferente de la madre; es otro ser. Usted puede decir que son uno, y lo son verdaderamente, porque el hijo recibe vida de la madre. Sin embargo, él es diferente en cuanto a su futuro. Su futuro difiere totalmente del de su madre. Inmediatamente después del parto, él es arrebatado al trono de Dios, mientras que su madre huye al desierto.

Además, mientras la mujer está encinta, ella es lo único que podemos ver; el niño está escondido. Exteriormente, parece que sólo existe la madre. El niño existe ciertamente, pero está escondido dentro de la madre; está incluido en la madre.

El versículo 3 dice: “También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas”. En miles de años la serpiente cambió por completo. Originalmente era una serpiente, pero ahora está agrandado y es un dragón. ¿Cuál es la forma de este dragón? Tiene siete cabezas, diez cuernos, y siete coronas sobre sus cabezas. Tiene la misma apariencia que la bestia que sube del mar. Apocalipsis 13:1 dice: “Y vi subir del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas; y en sus cuernos diez diademas”. La bestia que sube del mar también tiene siete cabezas y diez cuernos con coronas. Esto revela el objetivo de Satanás: él quiere conseguir las coronas, las cuales representan la autoridad. La diferencia entre el dragón y la bestia radica en que las coronas del dragón se hallan sobre sus cabezas, mientras que las de la bestia están sobre sus cuernos. Las cabezas representan la autoridad que toma decisiones, y los cuernos la autoridad que ejecuta. Las cabezas controlan y los cuernos ejecutan. En otras palabras, los cuernos están sometidos a los mandatos de las cabezas. Cada vez que las cabezas se mueven, las siguen los cuernos. Esto significa que todo el comportamiento de la bestia es controlado por el dragón.

Apocalipsis 12:4 empieza así: “Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra”. Isaías 9:15 nos muestra que la cola denota la mentira y el engaño. En Apocalipsis 2 y 3 las estrellas simbolizan a los ángeles. Las estrellas del cielo mencionadas aquí son los ángeles. La tercera parte de los ángeles fueron engañados por el dragón y cayeron y fueron echados junto con el dragón.

El versículo 4 continúa: “Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como lo diese a luz”. He aquí una mujer que Dios se propuso tener en Su voluntad y un hijo varón que El desea conseguir. Pero el dragón está estorbando lo que Dios procura obtener en la mujer. El dragón sabe que esta mujer está por dar a luz un hijo varón; por tanto, permanece delante de la mujer y espera devorar a su hijo en cuanto ella dé a luz.

El versículo 5 dice: “Y ella dio a luz un hijo varón”. Para poder ver la relación que existe entre la mujer y el hijo varón, debemos leer Gálatas 4:26: “Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de nosotros, es libre”. Leamos la última parte de Gálatas 4:27: “Porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido”. La Jerusalén de arriba es la Nueva Jerusalén, y la Nueva Jerusalén es la mujer, la meta que Dios desea conseguir en la eternidad. La mujer en la creación es Eva, la mujer en la era de la gracia es el Cuerpo de Cristo, la mujer al final de la era de gracia es descrita en Apocalipsis 12, y la mujer en la eternidad futura será la Nueva Jerusalén. Cuando la Palabra dice que la Jerusalén de arriba tiene muchos hijos, no quiere decir que la madre y los hijos están separados. Significa que uno se ha convertido en muchos, y que muchos están contenidos en uno. Los muchos hijos reunidos equivalen a la madre. No se trata de que la madre dé a luz cinco hijos, y luego haya seis individuos; más bien, de que los cinco hijos reunidos componen la madre. Cada hijo constituye una porción de la madre: una porción de la madre es sacada para este hijo, otra porción es sacada para otro hijo, y así para cada uno de ellos. Aparentemente todos nacieron de ella, pero en realidad son ella misma. La madre no es otro ser distinto de los hijos; ella es la suma de todos los hijos. Cuando miramos al conjunto, vemos a la madre; cuando los miramos uno por uno, vemos a los hijos. Cuando miramos la totalidad de la gente en el propósito de Dios, vemos la mujer; si los miramos cada uno por separado, vemos muchos hijos. Este es un principio especial.

Apocalipsis 12 tiene el mismo significado cuando habla de la mujer que da a luz un hijo varón. El hijo varón que ella da a luz es una maravilla y una señal. Las palabras “dar a luz” no significan que el hijo se originó de ella y que luego se separó de ella; significa simplemente que existe en ella este ser. “Ella dio a luz un hijo varón” significa simplemente que un grupo de gente está incluido en esta mujer.

Todo el pueblo de Dios tiene parte en Su propósito eterno, pero no todos asumen su responsabilidad legítima. Por consiguiente, Dios escoge a un grupo de gente de entre ellos. Este grupo es una porción del conjunto, una parte de los muchos escogidos de Dios. Este es el hijo varón que la mujer da a luz. Como conjunto, es la madre; como minoría, es el hijo varón. El hijo varón es “los hermanos” del versículo 10 y “ellos” del versículo 11. Esto significa que el hijo varón no es un individuo, sino una composición de muchas personas. Todas estas personas reunidas se convierten en el hijo varón. Comparado con la madre, el hijo varón parece pequeño. Cuando se compara este grupo con el conjunto, constituye la minoría. Pero el plan de Dios se cumple en ellos y Su propósito descansa sobre ellos.

El versículo 5 dice: “Y ella dio a luz un hijo varón, que pastoreará con vara de hierro a todas las naciones”. Esto denota el reino milenario. Los vencedores son el instrumento con el cual Dios puede cumplir Su propósito. Apocalipsis menciona tres veces el pastoreo de “las naciones con vara de hierro”. Primero, 2:26-27 dice: “Al que venza y guarde Mis obras hasta el fin, Yo le daré autoridad sobre las naciones, y las pastoreará con vara de hierro”. Es bastante obvio que este pasaje se refiere a los vencedores en la iglesia. La última mención de esta expresión se encuentra en 19:15, donde dice: “De Su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y El las pastoreará con vara de hierro”. Este pasaje alude al Señor Jesús. Entonces, ¿a quién se refiere el pasaje del capítulo doce? Debe de referirse a los vencedores en la iglesia o al Señor Jesús. ¿Se podría referir al Señor Jesús? No. (Sin embargo, no es del todo imposible, pues más adelante veremos que el Señor Jesús está incluido aquí.) ¿Por qué no es posible? Primero, el hijo varón fue arrebatado al trono de Dios inmediatamente después de nacer. Por consiguiente, esto no se puede referir al Señor Jesús. El Señor Jesús no fue arrebatado inmediatamente después de nacer. El vivió treinta y tres años y medio sobre esta tierra, murió, resucitó, y luego ascendió a los cielos. Esta es la razón por la cual creemos que el hijo varón se refiere a los vencedores en la iglesia. Es la porción de las personas de la iglesia, las cuales conforman los vencedores. El hijo varón se refiere a ellos, y no al Señor Jesús. (No obstante, el hijo varón incluye efectivamente al Señor Jesús, puesto que el Señor Jesús fue el primer vencedor y que todos los vencedores están incluidos en el Señor Jesús.) El hijo varón y la madre son distintos, y sin embargo, son también uno. Los vencedores difieren de la iglesia, pero están incluidos en ella.

EL ARREBATAMIENTO DEL HIJO VARON

Apocalipsis 12:5 continúa: “Y su hijo fue arrebatado a Dios y a Su trono”. En este versículo la palabra “arrebatado” significa algo diferente a lo que significa en 1 Tesalonicenses 4. Allí dice que algunos serán arrebatados en las nubes, y aquí dice que el hijo varón fue arrebatado al trono de Dios. El hijo varón fue arrebatado al trono porque alguien ya está en el trono. La Cabeza de la iglesia está en el trono. El propósito de Dios no consiste en tener a un solo hombre en el trono, sino en tener a muchos hombres en el trono. Originalmente El deseaba obtener un grupo de hombres que estuvieran en el trono y ejercieran Su autoridad. Dios desea que Cristo y la iglesia cumplan juntamente Su propósito. No obstante, la mayoría de la gente en la iglesia para aquel entonces todavía no podrán alcanzar el trono. Sólo una minoría, llamada los vencedores, podrá ir al trono de Dios. Serán arrebatados a Su trono porque cumplirán el propósito de Dios.

Suceden dos cosas inmediatamente después del arrebatamiento del hijo varón: “Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días. Después estalló una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles pelearon contra el dragón; y pelearon el dragón y sus ángeles” (Ap. 12:6-7). Note las palabras “y” y “después” usadas inmediatamente después de que el hijo varón fue arrebatado en el versículo 5. El versículo 6 dice: “Y la mujer huyó al desierto…” Luego el versículo 7 empieza así: “Después estalló una guerra en el cielo…” Tanto la huida de la mujer al desierto como la guerra en el cielo se deben al arrebatamiento del hijo varón.

Consideremos la guerra que hubo en el cielo. Primero vemos a Miguel, cuyo nombre es muy significativo. Miguel significa: “¿Quién es semejante a Dios?” Esta es una pregunta excelente. La intención de Satanás consiste en ser semejante a Dios, pero Miguel pregunta: “¿Quién es semejante a Dios?” Satanás no sólo desea ser semejante a Dios, sino que también tentó al hombre induciéndole el deseo de ser semejante a Dios. No obstante, la pregunta de Miguel “¿Quién es semejante a Dios?” sacude la potestad de Satanás. Parece que Miguel dice a Satanás: “Quieres ser semejante a Dios, pero ¡no lo serás nunca!” Esto es lo que nos revela el nombre de Miguel.

Inmediatamente después del arrebatamiento del hijo varón, hay una guerra en el cielo. En otras palabras, el arrebatamiento del hijo varón es la causa de la guerra en el cielo. Con esto vemos que el arrebatamiento del hijo varón no consiste solamente en el arrebatamiento de algunos individuos, sino en algo mucho más importante, en acabar con la guerra que ha durado por edades y generaciones. La serpiente antigua, el enemigo de Dios, está luchando desde hace miles de años. Cuando se lleva a cabo esta guerra en el cielo, Miguel y sus ángeles luchan contra el dragón, quien es la serpiente antigua. Anteriormente, era una serpiente, pero ahora se ha transformado y tiene forma de dragón. El ha incrementado considerablemente su poder. No obstante, cuando el hijo varón es arrebatado, no sólo resulta imposible que el dragón crezca más, sino que también es echado del cielo. El arrebatamiento del hijo varón es un suceso que impide que Satanás tenga posición alguna en el cielo.

¿Cuál es el resultado cuando Miguel y sus ángeles pelean contra el dragón y sus ángeles? Los versículos 8 y 9 dicen: “Pero no prevalecieron (el dragón y sus ángeles), ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama el diablo y Satanás, el cual engaña a toda la tierra habitada; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él”. Esta batalla concluye con la derrota del dragón. No había ningún lugar para él en el cielo; él y sus ángeles fueron echados a la tierra.

La muerte del Señor Jesús ya acabó con la posición que Satanás había ganado por la caída del hombre. En otras palabras, la redención destruyó la posición legal de Satanás. La obra de la iglesia consiste en ejecutar en el reino de Dios lo que el Señor Jesús realizó en la redención y, por consiguiente, poner fin totalmente a la posición legal que Satanás logró con la caída del hombre. La redención es la solución que Cristo dio para la caída; el reino es la solución que la iglesia da para la caída. La obra de juicio pertenece a Cristo, mientras que la ejecución de este juicio incumbe a la iglesia. Derrotar a Satanás es nuestra obra. Dios intenta acabar con esta era. El necesita vencedores. Sin hijo varón, no será posible echar abajo la obra de Satanás. Satanás ya fue juzgado por la redención; ahora el castigo debe ser ejecutado por el reino.

Después de que el dragón y sus ángeles fueron arrojados de los cielos, el versículo 10 sigue: “Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo”. Esto es el reino. Cuando Satanás es arrojado, cuando sus ángeles son echados juntamente con él, y cuando no queda lugar para ellos en el cielo, esto es la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo.

Leamos juntos dos versículos de Apocalipsis: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo; y El reinará por los siglos de los siglos” (11:15). Aquí vemos el objetivo. “Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo” (12:10). Aquí se ve el feliz cumplimiento del objetivo. La clave del éxito es el arrebatamiento del hijo varón. Debido al arrebatamiento del hijo varón, habrá una guerra en el cielo y Satanás será arrojado. Como resultado de la expulsión de Satanás, viene el reino de nuestro Señor y de Su Cristo. El arrebatamiento de los vencedores provoca la expulsión de Satanás e introduce el reino. La obra de los vencedores consiste en introducir el reino de Dios. La obra del Señor ha sido cumplida, y El está en el trono. Ahora los vencedores realizan todo esto.

En Lucas 10, vemos un pasaje que corresponde a esto: “Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en Tu nombre” (v. 17). Los discípulos habían estado echando fuera los demonios. Entonces el Señor dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (v. 18). Esto se refiere al hecho de que Satanás es echado del cielo. Pero, ¿cuando sucede esto? En Apocalipsis 12. ¿Qué provoca que Satanás sea arrojado? Según Lucas 10:18, el cual se basa en el versículo 17, Satanás es arrojado del cielo porque la iglesia echa fuera los demonios. El versículo 17 muestra también que echar fuera los demonios no es algo que se hace de una vez por todas; más bien, la iglesia debe seguir haciéndolo en la tierra para que Satanás sea arrojado del cielo. Cuando el Señor murió, todo el poder de Satanás fue destruido. Pero ¿qué puede provocar la pérdida del poder de Satanás en el cielo? Todo su poder puede ser anulado al enfrentarse a él los hijos de Dios continuamente y en toda ocasión. Cuando los demonios sean subyugados continuamente en el nombre del Señor Jesús, Satanás será echado.

Por ejemplo, tomemos una balanza. En un lado de la balanza, está Satanás. Como no sabemos el peso de Satanás, debemos añadir peso al otro lado de la balanza. Cada vez que nos enfrentamos a Satanás, añadimos más peso al otro lado. Cuando el peso sea aumentado hasta cierto punto, Satanás será desplazado. Al principio, cuando añadimos peso al otro lado, parece inútil. Pero cada vez que añadimos peso es de utilidad. Finalmente, cuando se añade la última cantidad de peso, la balanza empieza a moverse. No sabemos quien añadirá la última cantidad de peso, pero todo el peso, lo que es añadido al principio y lo que se añade al final, produce un efecto. La obra de la iglesia consiste en resistir la obra de Satanás para que juntos podamos echar fuera los demonios. Esta es la razón por la cual Satanás hará todo lo posible para impedirnos ser vencedores.

Echar fuera los demonios no significa forzosamente que debemos enfrentarnos a un demonio cuando lo encontramos. Echar fuera los demonios quiere decir que echamos fuera toda la obra y el poder del demonio. Nos asimos de la autoridad del Señor y nos mantenemos firmes en nuestra posición. Un hermano añade un poco de peso y otro hermano añade un poquito más. Entonces llegará el día en que Satanás es echado del cielo. Dios no actúa directamente por Su propia mano para hacer caer a Satanás del cielo. Lo podría hacer muy fácilmente, pero no lo hará. El ha encomendado esta obra a la iglesia. ¡Oh, qué lamentable fracaso ha sufrido la iglesia en este asunto! ¡No lo ha hecho y no puede! Esta es la razón por la cual debe haber vencedores que se mantengan firmes en la posición de la iglesia para llevar a cabo la obra de Dios. Cuando los vencedores se mantienen firmes en la posición de la iglesia y llevan a cabo la obra que la iglesia debería hacer, el resultado será éste: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo”. En Apocalipsis 12, el hijo varón comprende a los vencedores que están firmes en nombre de la iglesia. Por consiguiente, en cuanto es arrebatado el hijo varón, Satanás es arrojado del cielo y viene el reino.

EL PRINCIPIO DEL HIJO VARON

Las Escrituras enseñan que este hijo varón “pastoreará con vara de hierro a todas las naciones”. Este es el propósito de Dios. La obra de la iglesia consiste en retirar el poder de Satanás y en introducir el reino de Dios. La iglesia que Dios desea debe tener la característica de Abigail: la de cooperar con Cristo. No obstante, ya que la iglesia no ha cumplido el propósito de Dios y ni siquiera conoce este propósito, ¿qué puede hacer Dios? El escogerá a un grupo de vencedores que cumplan Su propósito y satisfagan Sus requisitos. Este es el principio del hijo varón.

La Biblia presenta muchos ejemplos de este principio. ¿Cuál era el propósito de Dios al escoger al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento? Exodo 19 nos enseña que El los escogió para que fuesen un reino de sacerdotes. ¿Qué quiere decir un reino de sacerdotes? Significa que toda la nación debía servir a Dios y ser Sus sacerdotes. Sin embargo, no todos los hijos de Israel fueron sacerdotes, porque adoraron al becerro de oro. En lugar de servir a Dios, adoraron a un ídolo. Por consiguiente, Moisés exhortó al pueblo de Israel, diciendo: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo” (Ex. 32:26). Entonces todos los hijos de Leví se juntaron con Moisés. Y Moisés les dijo: “Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente” (v. 27). El culto a los ídolos es el pecado más grande; por lo tanto, Dios les exigió que mataran a sus propios hermanos con la espada. “Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés” (v. 28). Estaban dispuestos a servir a Dios más allá del afecto humano; por tanto, Dios los escogió para que fuesen sacerdotes. Desde aquel tiempo, los sacerdotes del pueblo de Israel provinieron solamente de la tribu de Leví. Desde aquel entonces los israelitas se acercaban a Dios por medio de los levitas. Originalmente, todos los israelitas fueron escogidos para servir a Dios, pero fallaron; por consiguiente, entre todos los que habían fracasado, Dios escogió a un grupo de personas que permanecerían firmes en nombre de los demás, las cuales son los vencedores.

Debemos recordar que los levitas no servían a Dios para su propio beneficio, ni eran vencedores por su propia elección. Tampoco pretendían ser superiores a los demás. Si ése hubiera sido el caso, habrían sido acabados. Los levitas fueron escogidos por Dios para ser sacerdotes que representaran todo el pueblo de Israel. Los hijos de Leví ofrecieron a Dios lo que los hijos de Israel debían haberle ofrecido. El servicio de los levitas delante de Dios era considerado como el servicio de toda la nación de Israel. Los hijos de Leví eran los únicos sacerdotes, pero toda la nación de Israel se beneficiaba del sacerdocio de ellos. Del mismo modo, la obra de los vencedores está destinada a toda la iglesia. La obra pertenece a los vencedores, pero la iglesia recibe la bendición de la obra. Esta es la gloria de los vencedores. Este asunto les corresponde a ellos, pero sus logros traen gloria a toda la iglesia; la obra les pertenece, pero toda la iglesia recibe la bendición.

En el tiempo de los jueces, el pueblo de Israel era oprimido por los madianitas y se encontraba en mucha angustia. Dios levantó de una de las tribus a Gedeón para que dirigiese a un grupo de hombres y derrotara al enemigo. Toda la nación fue liberada gracias a este grupo. La responsabilidad pertenecía a toda la nación, pero algunos tenían miedo y otros eran perezosos; por consiguiente, de en medio de ellos salió un grupo que peleó y benefició a toda la nación.

Vemos el mismo principio cuando el pueblo de Israel regresó del cautiverio. Originalmente, Dios prometió que después de setenta años de cautiverio, el pueblo de Israel regresaría y recibiría de nuevo la tierra. No obstante, no todos regresaron; sólo una minoría dirigida por Esdras, Nehemías, Zorobabel y Josué volvió para construir el templo y la ciudad de Jerusalén. Sin embargo, lo que hicieron fue tomado en cuenta y sirvió para toda la nación de Israel. Fue considerado como el recobro y el regreso de toda la nación.

El principio de los vencedores no es que un individuo especialmente espiritual tenga reservados para él una corona y gloria. No estamos diciendo que no habrá individuos recompensados con coronas y gloria en ese día. Es posible que lo obtengan, pero ellos no están para esto; no es su propósito principal. Recibir gloria o coronas para ellos mismos no es la razón por la cual son vencedores; más bien lo son para tomar la posición que debería tomar toda la iglesia y hacer la obra por la iglesia. Ante Dios, la iglesia debe estar en la condición que El desea; debería ser responsable ante El y cumplir la obra que le fue encomendada y permanecer en la posición apropiada. No obstante, la iglesia ha fallado y sigue fallando hoy en día. No ha llegado a ser lo que originalmente debería ser; no ha llevado a cabo su tarea, ni ha tomado su responsabilidad, ni tampoco ha permanecido en su posición apropiada. No ha ganado el terreno para Dios. Sólo queda un grupo de personas para hacer ese trabajo por la iglesia y para tomar la responsabilidad de la iglesia. Este grupo es los vencedores. Lo que ellos hacen es considerado como la obra de toda la iglesia. Si hay algunos que están dispuestos a ser vencedores, el propósito de Dios es cumplido y El está satisfecho. Este es el principio del hijo varón.

La razón por la cual consideramos este asunto del hijo varón es que en el propósito eterno de Dios, El necesita un grupo de vencedores. Debemos reconocer que la historia nos muestra claramente que la iglesia ha fracasado. Por consiguiente, Dios está llamando a los vencedores para que estén firmes por la iglesia. En esta porción de Apocalipsis, el hijo varón se refiere particularmente a los vencedores al final de la era presente. Cuando nazca el hijo varón, será inmediatamente arrebatado al trono de Dios. Entonces las cosas se desencadenarán en seguida en el cielo y Satanás será arrojado. Las dificultades de Dios desaparecen con el arrebatamiento del hijo varón; Su problema queda solucionado. Parece que en cuanto nazca el hijo varón, no podrá haber más impedimentos al propósito de Dios. Esto es lo que Dios busca hoy; esto es lo que le interesa. Dios necesita un grupo de personas que alcancen Su meta original.

LA BASE Y LA ACTITUD DE LOS VENCEDORES

En Apocalipsis 3:21 el Señor Jesús dice: “Al que venza, le daré que se siente conmigo en Mi trono”. El hijo varón puede sentarse en el trono porque ha vencido. Ahora vamos a ver cómo ellos vencen y cuál es su actitud.

Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos le han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y despreciaron la vida de su alma hasta la muerte”.

“Le han vencido”. “Le” se refiere a Satanás. Vencieron a Satanás porque lo incapacitaron y no pudo llevar a cabo su obra en contra de ellos. Lo vencieron (1) por la sangre del Cordero, (2) por la palabra de su testimonio, y (3) por tener una actitud de despreciar la vida de su alma hasta la muerte.

La sangre del Cordero

Primero, “le han vencido por causa de la sangre del Cordero”. En la guerra espiritual la victoria se basa en la sangre del Cordero. La sangre sirve no solamente para perdonar y salvar, sino que también constituye la base sobre la cual vencemos a Satanás. Algunos pensarán que la sangre no tiene mucha importancia para los que han crecido en el Señor. Suponen que algunos pueden crecer hasta el punto de que ya no tienen más necesidad de la sangre. ¡Debemos decir enfáticamente que eso no es cierto! Nadie puede crecer al punto de no tener necesidad de la sangre. La Palabra de Dios dice: “Le han vencido por causa de la sangre del Cordero”.

La principal actividad de Satanás contra los cristianos consiste en acusarlos. ¿Es Satanás un asesino? Sí. ¿Es mentiroso y tentador? Sí. ¿Es aquel que nos ataca? Sí. Pero eso no es todo. Su trabajo principal consiste en acusarnos. Apocalipsis 12:10 dice: “Ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche”. Aquí vemos que Satanás acusa a los hermanos día y noche. El no solamente nos acusa delante de Dios, sino también en nuestra conciencia, y sus acusaciones nos pueden debilitar y dejarnos impotentes. Le gusta acusar a las personas de tal manera que se consideren inútiles y pierdan así todo el terreno que tenían para combatirlo. No queremos decir que no necesitamos confesar el pecado y hacer con él lo debido. Debemos tener un sentir agudo hacia el pecado, pero no debemos aceptar las acusaciones de Satanás.

En cuanto un hijo de Dios acepte las acusaciones de Satanás, se sentirá culpable todo el día. Cuando se levante de madrugada, sentirá que está mal. Cuando se arrodille para orar, se sentirá mal y ni siquiera creerá que Dios contestará su oración. Cuando quiera hablar en la reunión, sentirá que esto es inútil porque él no está bien. Cuando quiere presentar una ofrenda al Señor, se pregunta por qué lo debería hacer, pues Dios no aceptaría una ofrenda de una persona como él. La preocupación principal de cristianos como éste no es lo glorioso y victorioso que es el Señor, sino lo inicuo e indigno que ellos son. Pasan todo el día consumidos por el pensamiento de su propia indignidad. En todo momento consideran lo inútil que son: cuando trabajan, descansan, caminan, leen las Escrituras u oran. Esta es la acusación de Satanás. Si Satanás los puede mantener en esta condición, él gana la victoria. Las personas que se encuentran en esta condición son impotentes frente a Satanás. Si aceptamos estas acusaciones, nunca podremos ser vencedores. A menudo cuando nos aflige el pensamiento de nuestra iniquidad, nos resulta fácil interpretarlo erróneamente y considerarlo como humildad cristiana, sin darnos cuenta de que estamos sufriendo el efecto dañino de las acusaciones de Satanás. Cuando cometemos un pecado, debemos confesarlo y hacer con él lo debido. Pero debemos aprender otra lección: debemos aprender a no mirarnos a nosotros mismos, sino a fijar nuestra mirada en el Señor Jesús. El pensar en nosotros mismos cada día, desde la mañana hasta la noche, es una condición enfermiza. Es la consecuencia de haber aceptado las acusaciones de Satanás.

En las conciencias de algunos hijos del Señor, no existe mucha sensibilidad en cuanto al pecado. Personas de ésta índole no son muy útiles espiritualmente. No obstante, son muchos los hijos de Dios cuya conciencia es tan débil que realmente no reconocen la obra del Señor Jesús. Si les preguntamos si sienten que tienen algún pecado en particular, no pueden señalar ninguno. No obstante, siempre tienen la impresión de que están mal. Siempre les parece que son débiles y que no valen nada. Cada vez que piensan en sí mismos, pierden su paz y alegría. Han aceptado las acusaciones de Satanás. Cada vez que Satanás nos da esta clase de sentir, somos debilitados y ya no lo podemos resistir.

Por lo tanto, no debemos menospreciar las acusaciones de Satanás. Su principal actividad consiste en acusarnos, y lo hace día y noche. El nos acusa en nuestra conciencia así como delante de Dios hasta que nuestra conciencia se debilita tanto que no puede ser fortalecida.

En la vida diaria de un cristiano y en su obra, la conciencia desempeña un papel muy importante. El apóstol Pablo dijo en 1 Corintios 8 que si la conciencia de alguien es contaminada, esta persona es destruida. Ser destruido no significa que una persona se pierda eternamente, sino que ya no puede ser edificada. Se ha debilitado hasta el punto de ser completamente inútil. En 1 Timoteo 1 dice que un hombre que desecha su conciencia naufraga en cuanto a la fe. Un barco naufragado no puede navegar. Por consiguiente, ya sea que un cristiano pueda presentarse delante de Dios o no depende de que su conciencia no tenga ninguna ofensa. Cuando él acepta las acusaciones de Satanás, su conciencia es ofendida, y cuando eso sucede, él no puede perseverar en su servicio ni tampoco seguir luchando por Dios. Por tanto, debemos entender que la principal obra de Satanás consiste en acusarnos, y ésta es la obra que debemos vencer.

¿Cómo podemos vencer las acusaciones de Satanás? La voz del cielo nos dice: “Le han vencido por causa de la sangre del Cordero”. La sangre es la base de la victoria, y es el instrumento que vence a Satanás. El podrá acusarnos, pero le podemos contestar que la sangre del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:7). “Todo pecado” significa cualquier pecado, grande o pequeño. La sangre del Hijo de Dios nos limpia de todos ellos. Satanás nos puede decir que estamos mal, pero tenemos la sangre del Señor Jesús. La sangre del Señor Jesús nos puede limpiar de nuestros numerosos pecados. Esta es la Palabra de Dios. La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado.

No sólo debemos rechazar las acusaciones que no tienen fundamento, sino también las que sí lo tienen. Cuando los hijos de Dios hacen algo mal, todo lo que necesitan es la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, y no las acusaciones de Satanás. En cuanto al pecado lo necesario es la sangre preciosa, y no las acusaciones. La Palabra de Dios nunca menciona la necesidad de ser acusados después de pecar. La única pregunta es ésta: ¿hemos confesado nuestro pecado? Si hemos confesado, entonces ¿qué más se podría decir? Si hemos pecado y no hemos confesado, entonces merecemos ser acusados. Pero donde no hay pecado, no queda lugar para las acusaciones. Si hemos pecado y confesado, no deberíamos ser acusados.

Si usted ha pecado, puede inclinarse y confesar a Dios. La sangre del Señor Jesús lo limpiará inmediatamente. No se imagine que tendrá más santidad si considera cuán pecaminoso es, o que recibirá más santidad si se siente más triste por causa del pecado. No es así. Usted debe hacerse una sola pregunta: ¿Qué aprecio tengo por la sangre del Señor Jesús? Hemos pecado, pero Su sangre nos limpia de todo pecado. “Todo pecado” incluye los pecados grandes y pequeños, los pecados que recordamos y los que hemos olvidado, los pecados visibles o invisibles, los pecados que consideramos perdonables y los que creemos imperdonables: “todo pecado” incluye toda clase de pecados. La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, no nos limpia de un solo pecado, o de dos, o aun de muchos pecados, sino que nos limpia de todo pecado.

Reconocemos que tenemos pecado. No decimos que no lo tenemos. Pero aparte de eso, no aceptamos las acusaciones de Satanás. Delante de Dios, estamos limpios porque tenemos la sangre preciosa. No debemos creer en las acusaciones más que en la sangre preciosa. Cuando cometemos pecado, no glorificamos a Dios, pero cuando no confiamos en la sangre preciosa, lo deshonramos aún más. Pecar es algo vergonzoso, pero no creer en la sangre preciosa es algo aún más vergonzoso. Debemos aprender a confiar en la sangre del Cordero.

Romanos 5:9 dice: “…estando ya justificados en Su sangre”. Muchas personas no tienen ninguna paz en su corazón cuando entran en la presencia del Señor. También se sienten inútiles y que están mal. Esto se debe a que tienen una falsa esperanza. Esperan tener algo positivo dentro de sí que podrán ofrecer a Dios. Cuando descubren que dentro de sí no tienen nada positivo que ofrecer, vienen las acusaciones. Esta puede ser una acusación: “Una persona como usted nunca tendrá nada bueno que ofrecer a Dios”. Pero debemos recordar que originalmente no teníamos nada bueno delante de Dios. No teníamos nada bueno que ofrecer a Dios. Sólo le podemos presentar una sola cosa: la sangre. La sangre es lo único que nos puede justificar. No hay ninguna justicia positiva en nosotros. Lo que nos hace justos es la justicia que recibimos por medio de la redención. Cada vez que vamos al trono de la gracia, podemos acudir a El para recibir gracia. Es un trono de gracia, y no un trono de justicia. Cada vez que nos presentamos ante Dios, lo único que nos califica es el hecho de haber sido redimidos, y no de haber progresado en nuestra vida cristiana. Ningún cristiano podrá llegar a un nivel donde pueda decir: “Ultimamente me he portado bastante bien, ahora tengo el denuedo de orar”. No. Cada vez que nos presentamos ante Dios, nuestro único terreno, nuestra única posición, se basa en la sangre. Debemos estar conscientes de que ningún crecimiento espiritual, por muy elevado que sea, puede sustituir la eficacia de la sangre. Ninguna experiencia espiritual podrá reemplazar la obra de la sangre. Aun cuando alguien llegue a la espiritualidad del apóstol Pablo, Juan, o Pedro, seguirá necesitando la sangre para presentarse ante Dios.

A veces cuando hemos pecado, Satanás viene a acusarnos, y a veces cuando no hemos pecado, aún así viene a acusarnos. Algunas veces no tiene nada que ver con que hayamos cometido pecado o no, sino con que no tengamos una justicia positiva que ofrecer a Dios. Por tanto, Satanás nos acusa. No obstante, debemos entender claramente que podemos entrar en la presencia de Dios únicamente por causa de la sangre, y no por otra cosa. Debido a que hemos sido limpiados por la sangre y justificados por ella, no estamos bajo ninguna obligación de aceptar las acusaciones de Satanás.

La sangre preciosa es la base de la guerra espiritual. Si no conocemos el valor de la sangre, no podemos luchar. Cuando nuestra conciencia es debilitada, estamos acabados. Por consiguiente, si no mantenemos una conciencia irreprensible y limpia, no podremos hacer frente a Satanás. Satanás puede usar miles de razones para acusarnos. Si aceptamos sus acusaciones, caeremos. Pero cuando Satanás nos hable, podemos contestar a todas sus razones con la única respuesta de la sangre. No existe nada que no pueda ser contestado por la sangre. La guerra espiritual exige una conciencia sin ofensa, y la sangre es lo único que puede darnos esta conciencia.

Hebreos 10:2 dice: “De otra manera, ¿no habrían cesado de ofrecerse, por no tener ya los adoradores, una vez purificados, consciencia de pecado…?” La sangre hace que la conciencia del cristiano quede libre de la consciencia de pecado. Cuando tomamos como base la sangre, cuando creemos en la sangre, Satanás ya no puede obrar en nosotros. A menudo tendemos a considerar que ya no podemos luchar porque hemos pecado. Pero el Señor sabe que somos pecaminosos; por eso, preparó la sangre. El Señor tiene la solución para el pecador, porque El tiene la sangre. Pero El no puede hacer nada con aquel que está dispuesto a recibir las acusaciones de Satanás. Todo aquel que acepta las acusaciones de Satanás niega el poder de la sangre. Nadie que crea en la sangre preciosa puede al mismo tiempo aceptar las acusaciones de Satanás; una de ellas debe desaparecer. Si aceptamos las acusaciones, la sangre debe irse; si aceptamos la sangre, las acusaciones deben retirarse.

El Señor Jesús es nuestro Sumo Sacerdote y Mediador (véanse He. 2:17-18; 4:14-16; 7:20-28; 8:6; 9:15; 1 Jn. 2:1). El siempre está sirviendo en esta posición: como Sumo Sacerdote y Mediador. El propósito de Su servicio consiste en preservarnos de las acusaciones de Satanás. El hombre necesita un solo instante para recibirlo a El como su Salvador, pero toma toda la vida enfrentarse a las acusaciones de Satanás. En el griego la palabra mediador significa “un defensor designado”. El Señor es nuestro Mediador, nuestro Defensor. El Señor habla por nosotros. Pero ¿estamos de parte del Mediador o del acusador? Sería ridículo creer en las palabras del acusador mientras nuestro Mediador nos está defendiendo. Si un abogado comprobara continuamente que su cliente es inocente, pero éste persiste en creer al acusador, ¿no sería una situación absurda? ¡Oh, que veamos que el Señor Jesús es nuestro Mediador y que El nos está defendiendo! ¡Que entendamos que la sangre es la base que nos permite hacer frente a Satanás! Nunca deberíamos responder a las acusaciones de Satanás con una buena conducta; debemos responder con la sangre. Si nos diésemos cuenta del valor de la sangre, habría más cristianos gozosos y en paz en la tierra hoy en día.

“Le han vencido por causa de la sangre del Cordero”. ¡Cuán preciosas son estas palabras! Los hermanos le han vencido no por su mérito, su adelanto, ni su experiencia. Le han vencido por causa de la sangre del Cordero. Cuando vengan las acusaciones de Satanás, debemos rechazarlas por la sangre. Cuando aceptamos la sangre, el poder de Satanás queda anulado. Todo lo que somos depende de la sangre, y necesitamos la sangre cada día. Así como dependimos de la sangre y confiamos en la sangre el día en que fuimos salvos, debemos seguir dependiendo de la sangre y confiando en ella a partir de ese día. La sangre es nuestro único fundamento. Dios desea liberarnos de todas las acusaciones insensatas. El quiere romper estas cadenas. Nunca deberíamos sentir que nos humillamos al recibir acusaciones día tras día. Debemos aprender a vencer estas acusaciones. Si no vencemos estas acusaciones, nunca podremos ser vencedores. Los vencedores deben conocer el valor de la sangre. Aunque no conozcamos el inmenso valor de la sangre, podemos decir al Señor: “Oh Señor, aplica la sangre por mí conforme a Tu aprecio por ella”. Debemos resistir el poder de Satanás conforme al aprecio que Dios tiene por la sangre, y no según nuestro aprecio por la sangre.

La palabra de su testimonio

El segundo punto es éste: los hermanos le han vencido “por la palabra de su testimonio”. Nuestra boca puede dar testimonio cuando nuestra conciencia no tiene ninguna ofensa. Cuando hay una acusación en nuestra conciencia, no podemos proclamar nada. Parece que cuanto más hablamos, más débil se hace nuestra voz. Aquí el significado del testimonio es testificar a los demás, y no a nosotros mismos. Cuando usted tenga la sangre delante de Dios, tendrá denuedo delante de Dios, y tendrá un testimonio delante de los hombres. No sólo testificará que los pecadores pueden ser perdonados y que el hombre puede ser aceptado por causa de Cristo, sino que también testificará acerca del reino de Dios. “Testimonio” significa decir a los demás lo que se encuentra en Cristo, y la palabra del testimonio es algo que debe ser proclamado. Los vencedores deben proclamar con frecuencia la victoria de Cristo. Este es el temor más grande de Satanás: que se repita continuamente el hecho de que Cristo ha vencido. Estos son hechos: el reino de los cielos vendrá, el Señor es Rey, Cristo es victorioso para siempre, Satanás está derrotado, el hombre fuerte ha sido atado y condenado legalmente, y Cristo ha destruido toda la obra de Satanás en la cruz. Cuando declaramos todos estos hechos, tenemos el testimonio. Cuando proclamamos que Cristo es esto o aquello, éste es el testimonio.

La palabra del testimonio es lo que da más terror a Satanás. Satanás no tiene miedo cuando intentamos discutir con él, pero sí teme cuando proclamamos los hechos. Satanás no teme cuando hablamos de teología o cuando desenvolvemos las Escrituras, pero sí teme cuando declaramos los hechos espirituales. “Jesús es el Señor” es un hecho espiritual. Muchas personas hablan acerca de que Jesús es el Señor y explican cómo lo es, pero Satanás no siente el menor temor por eso. No obstante, cuando alguien declara por fe que Jesús es el Señor, Satanás teme. El no teme nuestra predicación o teología, sino la palabra de nuestro testimonio.

Es un hecho espiritual que el nombre de Jesús está por encima de cualquier otro nombre Debemos declarar este hecho por fe, no solamente a los hombres, sino también a Satanás. A menudo hablamos para que Satanás oiga; lo hacemos a propósito para que él oiga. Esto es lo que llamamos la palabra del testimonio. Aun cuando estamos a solas en nuestro cuarto, podemos declarar en voz alta: “Jesús es el Señor”. Podemos decir: “El Señor Jesús es más fuerte que el hombre fuerte”, o “El Hijo de Dios ya ha atado a Satanás”, etc. Esta es la palabra de nuestro testimonio.

Los cristianos deben depender de la oración en toda circunstancia, pero a veces la palabra de nuestro testimonio es más eficaz que la oración. En Marcos 11:23 el Señor Jesús dijo: “Cualquiera que diga a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dude en su corazón, sino que crea que lo que está hablando sucede, lo obtendrá”. El Señor Jesús no dijo que la oración del creyente será contestada, sino que él obtendrá lo que dice. Los chinos tienen un proverbio que dice: “De la boca de una persona puede salir inmediatamente alguna composición”. Pero los cristianos pueden decir: “De la boca de una persona puede salir algo que se cumpla inmediatamente”. Dios creó los cielos y la tierra por una sola palabra de Su boca. Lo sucedido en Marcos 11 nos muestra que podemos mandar a una montaña. Algo sucederá únicamente cuando hablemos por fe. A menudo el poder de la oración no es tan fuerte como el poder de la proclamación. Muchas veces debemos usar la palabra del testimonio para hacer frente a Satanás.

Cuando leemos el libro de Hechos, podemos ver muchas palabras de testimonio. En el capítulo tres Pedro y Juan vieron a un cojo en la puerta del templo, y todo lo que hizo Pedro fue decirle: “No poseo plata ni oro, pero lo que tengo, esto te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Esto se llama la palabra del testimonio. No se trata de rogar a Dios para que El arregle la situación, sino arreglarla directamente en el nombre del Señor. En Hechos 16, cuando Pablo echó fuera a un demonio, él usó también la palabra de proclamación: “Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella”. Inmediatamente el demonio salió.

Vamos a dar otro ejemplo relatando cierto acontecimiento. Dos hermanas eran activas en la predicación del evangelio. Fueron un día a una aldea y se quedaron allí por un tiempo. En este pueblo había una mujer poseída por un demonio, y un pariente de ella invitó a las dos hermanas a ir a la casa de esa mujer para echar fuera el demonio. Después de orar, sintieron que debían ir. Cuando llegaron, vieron que la mujer estaba bien vestida y que todo estaba en orden. Se preguntaron si la mujer tenía realmente un demonio. Entonces le predicaron el evangelio, y la mujer parecía recibirlo con claridad. (En realidad, los demonios no lo reciben con claridad, sino que simulan hacerlo.) Las dos hermanas estaban muy confundidas. Preguntaron a la mujer: “¿Cree usted en el Señor Jesús?” Ella contestó: “Hace muchos años que creo”. Después de esta respuesta, las hermanas estaban aún más confundidas; no podían entender nada de la situación. Entonces le preguntaron: “¿Sabe usted quién es Jesús?” Ella contestó: “Si ustedes quieren saber quién es Jesús, vengan y vean”. Entonces las llevó del frente a la parte trasera de la casa. Mostrándoles un ídolo, dijo: “Este es Jesús. Llevo muchos años creyendo en El”. Entonces una hermana sintió que debía dar un testimonio. Por favor, note que lo dicho por ella es la clase de testimonio del cual estamos hablando aquí.

La hermana tomó la mano de la mujer y dijo (no a la mujer, sino al demonio): “¿No te acuerdas que hace más de mil novecientos años el Hijo de Dios vino del cielo, se hizo hombre y vivió durante treinta y tres años y medio? El echó a muchos demonios como tú. ¿No te acuerdas que deseabas atacarle y perjudicarle? Tú y todos los tuyos se levantaron contra El para matarlo clavándolo en la cruz. Estabais muy felices en aquel tiempo. No sabíais que se levantaría de los muertos a los tres días y que quebrantaría todo vuestro poder. Tú no eres más que un espíritu inicuo bajo la mano de Satanás. Te acuerdas que cuando el Hijo de Dios salió del Hades, Dios anunció del cielo a todos los seres vivientes y a todos los espíritus: ‘El nombre de Jesús está por encima de todo nombre. Cada vez que se mencione Su nombre, toda lengua debe confesarlo, y toda rodilla debe doblarse ante El’. Por tanto, ¡te mando en el nombre de Jesús que salgas de ella! En cuanto la hermana hizo esta proclamación, el demonio echó a la mujer al suelo y se fue.

La pregunta que hizo la hermana: “¿Te acuerdas?” tiene un significado muy importante. Su insistencia al repetir varias veces esta pregunta constituye su testimonio. Si predicamos a Satanás, él también puede predicar, y bastante además. Si discutimos con él, él tendrá toda clase de argumentos. Pero si declaramos los hechos, particularmente los hechos espirituales, Satanás quedará impotente.

Debemos conocer los hechos en las Escrituras y creer en ellos. Debemos ser cubiertos por la sangre para que Dios nos proteja de los ataques del enemigo. Entonces le podremos hablar a Satanás. Satanás teme cuando le proclamamos la palabra del testimonio. A veces en nuestra experiencia cristiana nos sentimos tan débiles que ni siquiera podemos orar a Dios. En ese momento, debemos recordar los hechos espirituales, los hechos victoriosos. Le debemos proclamar a Satanás y a sus demonios que el Señor Jesús es victorioso y que Jesús es el Señor. Esta proclamación es el testimonio, y el testimonio es la proclamación. ¿Qué proclamamos? Proclamamos que Jesús es el Señor, que el Señor es victorioso, que Satanás ha sido pisoteado por Sus pies. Además proclamamos que el Señor nos ha dado la autoridad de pisotear las serpientes y los escorpiones, y de vencer todo el poder del enemigo. Esta es la palabra del testimonio. La palabra del testimonio le quita el terreno a Satanás. Cuando proclamamos la palabra del testimonio, le damos un golpe a Satanás. La obra del Señor no sólo nos ha dado la sangre que nos protege, sino también la palabra del testimonio con la cual podemos vencer a Satanás.

Despreciar la vida de nuestra alma

Hemos hablado de la base de la victoria, pero ¿cuál es la experiencia misma de los vencedores? Se enfrentan a pruebas y a muchas dificultades; no obstante, Apocalipsis 12:11 dice: “Despreciaron la vida de su alma hasta la muerte”. Esta es la actitud de los vencedores en la guerra. En este versículo la palabra “vida” tiene dos significados; uno es la vida física, y el otro es el poder del alma (la palabra “vida” puede ser traducida por “vida del alma”). Consideremos el poder del alma o la habilidad natural.

Para Satanás, la mejor manera de vencernos es provocarnos a actuar con nuestra propia fuerza. Satanás quiere que nos movamos por nosotros mismos. El desea que ejercitemos nuestra habilidad natural y nuestra energía carnal al obrar para Dios.

¿Qué es la habilidad natural? Es la habilidad que teníamos originalmente y que nunca ha pasada por la cruz. Acompaña nuestro carácter. La habilidad natural de una persona puede ser su inteligencia. En todo lo que hace, cuenta con su inteligencia. La habilidad de otra persona puede ser su elocuencia. El puede hablar muy bien sin tener ningún poder especial del Espíritu Santo. No obstante, el hombre no puede servir a Dios con la habilidad natural que nunca ha pasado por la cruz. El fracaso de la iglesia se debe al hecho de que el hombre use su habilidad natural. Oh, todos debemos dejar que Dios nos lleve al punto en que temblemos y tengamos temor de hacer algo sin el Señor. Debemos ser tales personas, no sólo aquellos que hablan estas cosas, sino que son así en realidad. Entonces seremos útiles en las manos de Dios.

No estamos alentando a nadie a que pretenda ser santo. Esto resulta inútil, porque no procede de Cristo. Queremos decir que Dios quiere quebrantar todo lo que es natural en el hombre. Cristo se manifestará únicamente cuando nos apartemos de todos los elementos que se originan en nuestro yo. Debemos permitir que Dios anule el yo por medio de la cruz. Algún día debemos dejar que Dios quebrante el eje de nuestra vida natural. No debemos intentar solucionar este asunto, pieza por pieza, o detalle por detalle. Si nos preocupamos únicamente por las cosas exteriores y no tocamos la vida natural e interior, no es de ninguna utilidad y, además, nos llenará de orgullo. Estaremos muy satisfechos con nosotros mismos, pero resultará aún más difícil resolver el problema de nuestra condición interior.

Debe llegar el momento en que nuestra fuerza de hacer el bien y nuestra habilidad de servir a Dios sean quebrantadas. Entonces confesaremos delante de Dios y de los hombres que no podemos hacer nada. Por consiguiente, Cristo podrá manifestar Su poder sobre nosotros. Todos debemos permitir que Dios nos lleve al lugar donde entendamos que no podemos hacer nada en la iglesia con nuestra fuerza natural. Muchas personas opinan que mientras su motivación sea buena, eso es suficiente. Pero no es así. Cuando usted dice que está trabajando, el Señor preguntará: “¿Con qué estás trabajando?” Si usted contesta que es celoso del Señor, El preguntará: “¿De dónde vienen tu celo?” Si usted afirma tener poder, el Señor preguntará: “¿Cuál es la fuente de tu poder?” No se trata de lo que usted está haciendo. El punto es: ¿con qué lo está haciendo? El problema no es saber si el asunto es bueno, sino de cuál fuente viene este bien.

Debemos aprender a experimentar la cruz. El propósito de la cruz consiste en quebrantarnos, a fin de que no nos atrevamos a movernos por nosotros mismos. Resulta inútil simplemente hablar acerca del mensaje de la cruz o escucharlo. Dios quiere personas que han pasado por la cruz y han sido quebrantadas. El hecho de que nuestro mensaje esté correcto no es suficiente. Debemos preguntarnos: “¿Y qué de nosotros? ¿Qué clase de personas somos?” El apóstol Pablo dijo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y temor y mucho temblor; y ni mi palabra ni mi proclamación fue con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Co. 2:2-4). La primera parte de estos versículos se refiere al mensaje de Pablo, y la segunda parte a la persona de Pablo. A menudo consideramos que cuando una persona como Pablo se pone a hablar, debe sentirse llena de sus propios recursos. Pero el mensaje de Pablo era la cruz, y él mismo era débil, y tenía temor y mucho temblor. Cada vez que conocemos la cruz, nos encontramos en debilidad, en temor y con mucho temblor. Si hemos pasado por la obra de la cruz, no tendremos ninguna confianza en nosotros mismos, y no nos atreveremos a jactarnos. Si somos orgullosos, y consideramos que somos capaces, no conocemos nada de la cruz.

La obra subjetiva de la cruz en nosotros consiste en quitar las cosas que no proceden de Dios. La cruz deja solamente las cosas que provienen de Dios. No puede sacudir lo que procede de Dios, pero todo lo que viene del hombre no le puede resistir. Algunos hermanos han compartido que en el pasado tenían muchas maneras de ayudar a la gente a ser salva, pero después de experimentar la obra de la cruz, ésta acabó con los métodos de ellos, y parece que ahora no pueden hacer nada. Esto demuestra que todo lo que hicieron anteriormente venía de sí mismos, porque todo lo que procede de Dios no puede ser aniquilado por la cruz. Todo lo que puede ser destruido por la cruz es ciertamente algo que viene del hombre. Lo que pasa por la cruz y resucita viene de Dios; todo lo que no puede resucitar viene del hombre. El Señor Jesús es de Dios, pues después de pasar por la cruz, El resucitó. No debemos amar nada que pertenezca a la vida del alma o a la vida de la carne; más bien debemos dejar que vaya a la muerte. No debemos permitir que nada de esta vida permanezca en nosotros. Nuestra victoria se basa en la sangre del Cordero y en la palabra de nuestro testimonio. Además, nuestra actitud consiste en que no vivimos por nosotros mismos en ningún aspecto; no valoramos nuestra propia habilidad ni tenemos confianza en nosotros mismos. Debemos vivir como hombres llenos de temor y temblor. Debemos estar conscientes de que somos criaturas débiles.

El otro significado de despreciar la vida de nuestra alma es éste: no amamos nuestra vida física. Debemos estar de parte de Dios aún al precio de nuestra vida. En el libro de Job, Satanás dijo a Dios: “Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida” (2:4). Satanás sabe que el hombre valora su vida por encima de todo lo demás. Pero Dios dijo que los vencedores no aman su vida. El vencedor no se preocupa por lo que Satanás le pueda hacer. Aunque Satanás tomara su vida, él nunca se inclinaría ante Satanás, sino que permanecería siempre fiel a Dios. La actitud del vencedor consiste en poder decirle al Señor: “Lo daría todo por Ti, hasta mi vida”.