Watchman Nee Libro Book cap. 4 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
ABRAHAM Y SU HIJO PART.1
CAPÍTULO CUATRO
ABRAHAM Y SU HIJO
(1)
Lectura bíblica: Ro. 4:3, 17-22; Gá. 4:23-26, 28; Gn. 15:1—16:4a, 15-16
LA PROMESA DE DIOS Y LA FE DE ABRAHAM
El asunto de Canaán estaba resuelto para Abraham, pero a partir de Génesis 15 vemos el tema de su hijo. Esto no quiere decir que desde allí Canaán no tenga importancia; simplemente significa que el centro ya no es Canaán, sino la simiente.
La promesa de Dios
Génesis 15:1 dice: “Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”.
Fue muy significativo que Dios reafirmara a Abraham con estas palabras aun cuando él acababa de obtener una victoria. Tengamos en cuenta que Abraham era un simple hombre, y que su victoria fue la de un hombre; no la de un ser sobrehumano. Aunque Dios le concedió una victoria, esto no lo convirtió en un ser sobrehumano. Abraham no tuvo dificultad en rechazar las riquezas de Sodoma mientras tenía el deleite del pan y el vino que Melquisedec le trajo; en aquel momento le fue fácil rechazar cualquier otra cosa. Pero después de la victoria, cuando la emoción y el alboroto hubieron pasado, y cuando comenzó a reflexionar estando ya en su tienda, seguramente se sentía intranquilo por la ofensa causada a los cuatro reyes al haber rescatado a Lot, y al rey de Sodoma al haber rechazado sus bienes. No podía evitar sentir temor. Podemos detectar esto por lo que Dios le dijo. Dios siempre tiene un motivo para hablar. Si Dios dijo: “No temas”, es porque Abraham tenía temor. Dios le dio dos razones por las que no debía temer: (1) “Yo soy tu escudo”, o sea que nadie podía hacerle daño. (2) “Yo soy tu galardón sobremanera grande”. En consecuencia, todo lo que Abraham había perdido lo podía encontrar en Dios. Así alentaba a Abraham.
El versículo 2 dice: “Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?” Abraham le dijo al Señor que su problema no era tan sencillo. Da la impresión de que Abraham devolvió la pregunta al Señor: “Señor, ¿acaso no sabes?” Al Señor le agrada oírnos. Por una parte, el Señor desea que le temamos; por la otra, se complace en oírnos hablar. Cuando Dios habla, nosotros escuchamos, y cuando nosotros hablamos, Dios escucha. Abraham le dijo a Dios que su problema no eran bienes materiales, sino la falta de prole. La cuestión de Canaán había sido resuelta. Ahora el problema era tener un hijo. Abraham le dijo: “¿Qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?” Este damasceno no era hijo de Abraham. Aunque éste había oído decir a Dios: “Haré de ti una nación grande” y “Haré tu descendencia como el polvo de la tierra”, y aunque el asunto de Canaán estaba resuelto, todavía no tenía hijos.
Dios quiere enseñarnos con esto una lección. ¿Acaso no lo sabe todo El? ¿Acaso no sabía que Abraham necesitaba un hijo? Por supuesto que sí, pero a El le agrada ver que nos conduzcamos como amigos Suyos. El quiere que toquemos su corazón y Su mente, y que le hablemos de esta manera. Fue así como Abraham tocó la mente de Dios. Dios le había prometido un hijo, pero quería que Abraham mismo se lo pidiera. Lo que Abraham estaba diciendo era que si Dios quería tener una nación, necesitaba darle a él un hijo, el cual tenía que nacer en su propia familia, y no de algún otro lado. La nación tenía que ser producida por medio de uno que fuera engendrado de él, no por medio de una persona comprada. La nación debía pertenecer a sus hijos, no a sus siervos. Abraham se dio cuenta de que ninguno de sus trescientos dieciocho siervos ni Eliezer el damasceno podía resolver este problema. Necesitaba a alguien que fuera engendrado por él. Solamente uno que fuera engendrado por él podía resolver este problema. A esto se refería cuando habló con Dios. Indudablemente, Abraham era amigo de Dios. ¡Había logrado entrar en el corazón de Dios! Sin tener un hijo, la tierra no habría tenido utilidad alguna, y la promesa habría sido inútil para Abraham. Sin tener un hijo nunca habría podido recibir las bendiciones. Abraham comprendió esto como resultado de la obra de Dios en él.
Dios no respondió inmediatamente después de que Abraham habló; lo dejó hablar por largo rato. Dios es muy bueno para escuchar. El versículo 3 dice: “Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa”.
Abraham es justificado por la fe
Leemos en los versículos del 4 al 6: “Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. Esta es la primera vez que la Biblia habla de la fe. Abraham es el padre de la fe, pues creyó firmemente a la palabra de Dios, y Dios se lo contó por justicia.
Dios le dijo a Abraham: “Un hijo tuyo será el que te heredará”. Esto nos muestra que la meta de Dios no se cumple por medio de las muchas personas que El ha reunido, sino por medio de los que El ha engendrado. Los que no han sido engendrados por Dios no cuentan, ya que no pueden cumplir el propósito de Dios. El propósito eterno de Dios se cumple por medio de los que El engendra.
Dios le preguntó a Abraham si podía contar las estrellas del cielo y le dijo que sus descendientes serían tan numerosos como las estrellas. Abraham creyó a Dios, y Dios se lo contó por justicia. Como ya dijimos, Dios primero tuvo que hacer una obra y obtener algo en una persona antes de obtener algo por medio de muchos. Para tener muchos creyentes, Dios primero necesita obtener uno. Abraham creyó a Dios, y Dios se lo contó por justicia.
EL CAMINO DE LA CRUZ
Necesitamos prestar atención a las siguientes palabras: “Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra. Y él respondió: Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar?” (Gn. 15:7-8). En el principio Dios le dijo: “Yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Pero Abraham le dijo al Señor: “Ando sin hijo”. Entonces Dios le dijo que un hijo que saldría de sus propias entrañas sería su heredero, y que su simiente sería como las estrellas del cielo. Luego le pidió a Dios que le diera más pruebas. El quería saber cómo podía estar seguro de que la tierra sería su herencia. Abraham creyó en la promesa de Dios, y Dios le tomó en cuanta su fe. La pregunta de Abraham no indicaba que dudaba, sino que pedía una señal para su fe. Al contestar a esta pregunta, Dios les muestra a los creyentes la manera en que El logra su meta.
¿Cómo le contestó Dios? Leemos en los versículo 9 y 10: “Y le dijo: Tráeme una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino. Y tomo él todo esto, y los partió por la mitad, y puso cada mitad una enfrente de la otra; mas no partió las aves”. El versículo 12 añade: “Mas a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él”. Los versículos 17 y 18 dicen: “Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos. En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates”. Esta fue la respuesta de Dios.
Abraham “los partió por la mitad, y puso cada mitad una enfrente de la otra … se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos”. Esta es la prueba; un cuadro de lo que es el camino de la cruz. ¿Qué significa dividir “por la mitad”? Dividir por la mitad es morir; eso es la cruz. ¿Qué significa “pasar por entre los animales divididos”? Pasar por “entre los animales divididos” significa morir, lo cual también quiere decir pasar por la cruz. Dios le mostró a Abraham que el hecho de que él heredara la tierra se basaba en la obra de la cruz, y que su simiente permanecería firme en esta tierra por medio del poder exterminador de la cruz.
Comprendamos que la cruz es el fundamento de la vida espiritual. Si no experimentamos la cruz, no podremos vivir para Dios en la tierra. Aun si podemos dar un mensaje sobre la cruz, éste no producirá ningún efecto espiritual a menos que la cruz haya operado primero en nosotros. Sólo los que han pasado por la cruz verán el horno que humea y la antorcha de fuego. En otras palabras, sólo aquellos que han pasado por la experiencia de la muerte tendrán la luz auténtica que purifica y limpia.
El problema de muchos es que al descubrir que tienen un poco de poder o algún logro en la obra, creen que por eso son útiles para Dios. En realidad, ése no es el caso. Todo depende de la clase de material que uno traiga a la obra del Señor. Si uno introduce en la obra algo de uno mismo, ya ha fracasado. Este fracaso no se debe a que uno no pueda hablar, no tenga el suficiente poder o no conozca bien las Escrituras, sino a que uno no es la debida persona, ya que la cruz no ha operado en uno. Entendamos claramente que sólo los que han pasado por la cruz heredarán la tierra. Necesitamos la obra purificadora. ¡Cuán difícil es ser puros en la obra del Señor! ¿Qué significa ser puro? Ser puro significa no tener mezcla. En la obra que realizamos para el Señor, cuán fácil es decir una palabra en el espíritu y la siguiente en la carne; proferir una palabra por el Señor y otra por nosotros mismos. Esto es una mezcla y es algo impuro. Consecuentemente, necesitamos que el Señor traiga un horno humeante y lo haga pasar por las partes divididas a fin de hacer una obra de purificación en nosotros. La eficacia de la muerte de Cristo nos hará personas puras. El Señor no quiere que seamos personas mixtas. El quiere depurarnos para que seamos puros.
Lo que pasó por las partes divididas no fue sólo un horno humeando sino también una antorcha de fuego. Antes de que haya un horno humeando y una antorcha de fuego, primero debe estar presente la cruz. Por tanto, para poder tener la luz auténtica, uno primero tiene que experimentar la muerte. Es posible que una persona que no ha pasado por la experiencia de la cruz sea muy suspicaz; inclusive otros pueden pensar que sus palabras son muy sabias. Pero una persona así no posee una luz que penetre en otros. La antorcha de fuego, es decir, la luz auténtica, es el resultado de experimentar la cruz; del acto de pasar por los animales divididos, es decir, pasar por la muerte. Nadie puede cumplir el ministerio de la obra de Dios basándose en su propia sabiduría y conocimiento. A fin de cumplir tal ministerio, uno necesita experimentar la cruz delante del Señor. Es fácil predicar acerca de la cruz, pero estos versículos nos muestran que sólo aquellos que conocen la cruz por experiencia pueden representar a Dios.
Después de que Abraham partió los animales por la mitad y puso cada mitad una en frente de la otra, fue sobrecogido por el sueño. De repente una gran oscuridad cayó sobre él. Una persona que no conoce la cruz pensará que es muy apta para laborar por el Señor y que no tiene nada qué temer; pero aquel que la conoce, verá una gran oscuridad venir sobre él y comprenderá que no puede hacer nada y que es totalmente incapaz. Cuando una persona sea llevada por el Señor al punto de ver su debilidad, se da cuenta de que es inútil y de que es indigna de hacer alguna cosa, entonces podrá comenzar a obrar para el Señor. Cuando veamos verdaderamente que esta obra procede del Señor, que nosotros somos inútiles, y veamos verdaderamente la santidad del Señor y nuestra inmundicia, el Señor comenzará a usarnos.
¿Cómo heredó Abraham la tierra? Dios le mostró que debía experimentar la muerte, pasar por la cruz. Solamente si tomamos el camino de la cruz, heredaremos la tierra, y sólo entonces podremos vivir para Dios continuamente en la tierra.
“TU SIMIENTE”
Génesis 15:5 dice: “Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia”. Nótese que descendencia está en singular. Esto es muy extraño ya que desde el punto de vista humano, si los descendientes de Abraham habrían de ser tan numerosos como las estrellas del cielo, la palabra descendencia o simiente debería estar en plural. Pero cuando Dios le hablaba a Abraham de la enorme cantidad de descendientes que tendría, usó la palabra descendencia o simiente, en el singular. ¿Por qué usa Dios la forma singular de esta palabra? ¿Quién es esa simiente? En Gálatas 3:16 Pablo dijo: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: ‘Y a las simientes’ como si hablase de muchos, sino como de uno: ‘Y a tu simiente’, la cual es Cristo”. Por lo tanto, la simiente o descendencia a la que Dios se refiere no eran muchas personas, sino una sola. Esta persona no era Isaac, sino Cristo.
Esto nos muestra que el que hereda la tierra es la simiente única. Por parte de Abraham, la simiente era Isaac, pero en un contexto más amplio, era Cristo. Isaac simplemente era una sombra; la realidad es Cristo. En otras palabras, Cristo heredará la tierra y bendecirá a la humanidad. Tanto el poder como la autoridad se encuentran en Cristo, y por eso Dios lleva a cabo Su obra de restauración por Cristo, no por Isaac.
El asunto de la filiación es muy importante. Si este asunto de la filiación y de la simiente no se resuelve, no se puede llevar a cabo la obra de restauración. Si Abraham no hubiese sido conducido a la perfección, no habría podido producir a Isaac. Abraham primero tenía que llegar a ser un vaso para producir a Isaac. Esto significa que el Cristo glorioso será producido solamente cuando un pueblo crea igual que creyó Abraham; sólo entonces será realizada la obra de Dios. Isaac era meramente una sombra; la realidad es Cristo. De la misma manera, Abraham era una sombra, y la realidad es la iglesia. Así como Abraham llegó a ser un vaso que produjo a Isaac, así la iglesia es un vaso que produce al Cristo glorioso.
Dios quería que Abraham llegara a ser un vaso que produjera a Isaac. Los descendientes de Abraham cumplirán el propósito de Dios, pues el mismo Abraham no lo cumplió. Por tanto, la iglesia no es nada en sí misma. Lo que importa es que la iglesia produce a Cristo y lo expresa en la tierra para que se lleve a cabo la obra de restauración en la tierra. Abraham fue el vaso que produjo a Isaac. Hoy la iglesia es el vaso que produce a Cristo.
LA PRIMERA PRUEBA: EL NACIMIENTO DE ISMAEL
No es nada sencillo producir a Isaac. Abraham tenía que ser probado. Para poder ser el vaso de Dios, producir a Cristo y expresar Su autoridad, es necesario pasar por muchas pruebas. Después de Génesis 15, la Biblia nos muestra que Abraham fue probado tres veces en cuanto a su hijo, igual que lo fue en cuanto a la tierra de Canaán. Dos de estas pruebas ocurrieron antes del nacimiento de su hijo, y una después. Las tres pruebas prepararon a Abraham para producir a Isaac. En otras palabras, la iglesia tiene que ser probada y preparada antes de volver a traer al Cristo glorioso a la tierra.
El capítulo quince nos dice que Abraham le dijo al Señor: “Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?” Dios le dijo: “un hijo tuyo será el que te heredará”. Abraham creyó a Dios, y Dios se lo contó por justicia. Tanto la promesa de engendrar un hijo como la fe estaban presentes. Sin embargo, pasaban los días, los meses y los años, y no venía el hijo. Esto nos muestra que la fe tiene que ser puesta a prueba. La fe de Abraham creció paso a paso.
Génesis 16:1 dice: “Sarai mujer de Abram no le daba hijos”. Abraham ya tenía ochenta y cinco años de edad, y Sarai su mujer no podía tener hijos. ¿Qué debía hacer? A estas alturas, su mujer le dijo: “Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella” (v. 2). ¿Qué hizo Abraham? “Atendió Abram al ruego de Sarai. Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia … y la dio por mujer a Abram su marido” (vs. 2-3). La Biblia específicamente dice: “Al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaán” (v. 3). Cuando Abraham llegó a Canaán la primera vez, Dios le prometió: “A tu descendencia daré esta tierra” (12:7). Justo antes de que acontecieran estas cosas Dios le volvió a prometer: “Un hijo tuyo será el que te heredará”. Sin embargo, cuando llegó a la edad de ochenta y cinco, todavía no tenía hijo. Abraham se impacientó y, a fin de tener un hijo, se llegó a Agar como concubina. Esta concibió y dio a luz a Ismael. La Biblia específicamente dice: “Era Abram de edad de ochenta y seis años, cuando Agar dio a luz a Ismael” (16:16).
Este es un asunto muy importante. Dios dispuso que Abraham engendraría un hijo, pero debía hacerlo por medio de Sara, y esto sucedería cuando él tuviera cien años de edad. Sin embargo, Abraham acortó el tiempo catorce años al usar su propio esfuerzo. Además, el hijo fue engendrado por medio de Agar. Esta fue la primera prueba que Abraham confrontó en cuanto a su hijo.
Abraham creyó a la palabra de Dios; creyó que Dios le daría un hijo. Pero no comprendió que creer significaba que él debía cesar de sus propias actividades y esperar que Dios obrara. Tan pronto como creemos, debemos poner un alto a nuestra obra. Hebreos 4:10 dice: “Porque el que ha entrado en Su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las Suyas”. Cuando creemos, no debemos apresurarnos. Una vez que creemos, debemos permanecer en reposo. Abraham creyó a Dios, pero no aprendió la lección. No vio que al haber creído, debió haber esperado y no hacer nada por su propia cuenta. Pensó que para creer, debía ayudar a Dios y hacer algo. Consecuentemente, aceptó la sugerencia de su mujer, tomó a Agar como concubina, y engendró a Ismael. ¡Abraham le ayudó a Dios! ¡Pensó que ya que Dios le había prometido un hijo, él cumpliría la voluntad de Dios al llevar a cabo dicha acción! Todo lo que hizo fue actuar por su propia cuenta para que se cumpliera lo que Dios le había prometido, pero ese acto fue un fracaso.
El principio de la promesa y el principio de Ismael
No había duda que Abraham debía tener un hijo; lo que estaba por decidirse era la persona por medio de la cual debía ser engendrado. Dios no estaría satisfecho con que Abraham tuviera un hijo, pues para estarlo ese hijo tenía que ser engendrado por medio de Sara. Este era el punto en que Dios y Abraham diferían.
Este también es un asunto que confunde a muchos cristianos hoy. Muchas personas preguntan: “¿Acaso está mal predicar la verdad?” La palabra de Dios dice que debemos testificar y predicar el evangelio. Esto es bueno. Pero lo que a Dios le interesa es la persona que hace la obra. ¿Quién es el que predica? Es correcto engendrar hijos, pero el asunto del caso es quién los engendra. Dios no hace hincapié en el mero hecho de que algo ocurra, sino en la fuente del hecho. A menudo nuestra atención se centra en lo correcto de los resultados y del procedimiento. Todo lo que pensamos que es correcto y apropiado lo aceptamos como tal. Pero ante Dios lo que cuenta es el origen de la acción y la persona que la realiza. No es suficiente decir que algo es la voluntad de Dios; debe determinarse quién es el que la cumple. Ciertamente la voluntad de Dios es que un hijo sea engendrado, pero ¿quién dará a luz a este hijo a fin de que se cumpla la voluntad de Dios? Si el acto lo realiza uno por su propio esfuerzo, el resultado será Ismael.
La intención de Dios era que Abraham fuera el padre. Por tanto, hizo una obra especial en él a fin de mostrarle lo que significa que Dios sea el Padre. Dios como Padre es el origen de todas las cosas. Si Abraham no entendía que todo sale de Dios y que, por tanto, es el Padre, no sería apto para ser el padre de muchas naciones. Con todo y eso, fue Abraham quien engendró a Ismael, no Dios.
La mayor prueba para los hijos de Dios radica en escoger la fuente de sus obras. Muchos hijos de Dios consideran ciertas cosas “buenas” o “correctas” o “incluidas en la voluntad de Dios”, pero detrás de estas cosas está el yo haciendo toda la obra, y ellos no tienen conciencia de la obra de la cruz ni dan lugar a que Dios quebrante su vida carnal. Bajo estas condiciones, dichas personas hacen la voluntad de Dios, al llevar a cabo muchas cosas que ellas consideran buenas y correctas. El resultado de aquello no es Isaac, sino Ismael. Necesitamos pedirle a Dios que nos hable y nos muestre quién es, en realidad, el que hace estas cosas. Esto es crucial. Tal vez prediquemos en cierto lugar diligentemente salvando muchas almas, pero en todo caso, el número de almas que son salvas y el método no son lo que cuenta. Lo más importante es si lo hicimos por Dios o por nuestra propia cuenta. Es muy lamentable que podamos enseñar la Palabra de Dios, predicar la verdad y ejercer Sus dones valiéndonos de nuestros propios medios. Si hemos hecho esto, debemos inclinar nuestro rostro y confesar nuestros pecados. Comprendamos que las obras hechas “por amor a Dios”, que no proceden de El y que son hechas sin reconocerlo como Padre, no tienen ningún valor espiritual. Dios debe conducirnos a ese punto. La pureza de la obra espiritual depende de cuánto procede de Dios y cuánto del yo.
Puesto que Abraham quería un hijo, debió comprender que Dios era el Padre y permitirle que fuera el Padre, haciéndose él a un lado. Abraham quería tener a Isaac, pero no debió tratar de engendrarlo por sus propios medios. En otras palabras, si queremos que Cristo herede la tierra y queremos representar a Dios, no debemos tratar de producirlo por nuestra propia cuenta. No debemos tomar la iniciativa; debemos hacernos a un lado. Esta prueba es la mayor y la más difícil, y en la que los siervos de Dios fracasan con más frecuencia. Necesitamos recordar que la obra de Dios no sólo debe estar libre de pecado, sino también de nuestros propios esfuerzos. Dios no sólo se interesa por saber si lo que se hace es bueno, sino por quién hizo la obra. Desafortunadamente, es fácil pedirle a una persona que deje el pecado, pero no es fácil pedirle que haga a un lado sus propios esfuerzos. Que Dios nos lleve al punto donde podamos decirle: “¡Quiero hacer Tu voluntad! ¡Tú estás en mí y debes capacitarme para hacer Tu voluntad! ¡No estoy aquí para hacer Tu voluntad yo solo! ¡Tú tienes que ser el que actúe, no yo!”
Debemos recordar que “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8-9). Por tanto, cualquier cosa que hagamos por nuestro propio esfuerzo, por buena que nos parezca, no puede satisfacer el corazón de Dios; aun si hacemos Su voluntad por nuestra cuenta, El no se complacerá en ello. Lo único que satisface Su corazón es lo que El mismo hace. Aunque Dios se humilló a Sí mismo y está dispuesto a usarnos, debemos recordar que no somos más que siervos que El usa como vasos. No podemos remplazar a Dios en nada. Sólo podemos permitirle actuar por medio de nosotros; no debemos hacer nada por nuestra cuenta. Finalmente, Isaac nació de Abraham según la promesa de Dios. Fue Dios el que produjo el nacimiento de Isaac. Dios engendró este hijo por medio de Abraham. El principio de la promesa es totalmente diferente del principio que operó en el caso de Ismael. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos libre del principio de Ismael.
La gracia y la ley
Abraham se unió a Agar y engendró a Ismael. Gálatas 4 dice que “el de la esclava nació según la carne … del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Ahora bien, Agar es el monte Sinaí en Arabia…” (vs. 23-25). En otras palabras, Agar representa la ley. ¿Qué es la ley? La ley, los Diez Mandamientos, es lo que Dios le exige al hombre. ¿Qué significa guardar la ley? Guardar la ley significa darle algo a Dios y tratar de agradarle.
Pero Gálatas 3:10 dice: “Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas”. En otras palabras, los que dicen: “Voy a agradar a Dios” son anatema. ¿Por qué están bajo maldición? Porque el hombre no puede agradar a Dios por su propio esfuerzo, ya que no es apto para agradar a Dios (Ro. 8:7-8). En la Biblia la ley y la carne se mencionan frecuentemente unidas. El capítulo siete de Romanos habla de la ley y de la carne de manera particular. ¿Qué es la carne? En términos sencillos, es el esfuerzo propio, el yo. Cada vez que tratamos de observar la ley, nos ponemos en la carne. Cada vez que el hombre intenta agradar a Dios por su propio esfuerzo, se presenta la ley. Una persona que trata de agradar a Dios con su fuerza carnal es una persona en la cual Dios no se complace. Esto es lo que representan Agar e Ismael. Agar representa la ley, mientras que Ismael representa la carne que resulta de este esfuerzo.
Abraham era un creyente. El intentó agradar a Dios y cumplir Su meta. Dios quería que él tuviera un hijo, y Abraham intentó tenerlo por su propia cuenta. ¿Acaso no concordaba aquello con la voluntad de Dios? ¿No lo hizo acaso para agradar a Dios? ¿Podía esto estar mal? No obstante, Pablo dice: “El de la esclava nació según la carne”. Es cierto que la voluntad de Dios debe hacerse, pero lo importante es quién debe hacerla. Si intentamos hacer la voluntad de Dios por nuestros propios medios, el resultado es Ismael. Abraham se equivocó, no en cuanto a su meta sino en cuanto a su origen. Su meta era ver que se cumpliera la promesa de Dios, pero se equivocó al cumplirla por su propio esfuerzo.
Ahora entendemos con claridad. Dios no sólo rechazará a los que hacen cosas que no le agradan, sino que también rechazará a los que hacen cosas que le agradan, pero que son hechas en conformidad consigo mismos. Si pecamos, no agradaremos a Dios, pero tampoco le agradaremos si procuramos hacer el bien con nuestra carne. Complacer a Dios depende de la obra que haya realizado la cruz de quebrantar la carne y la vida natural. ¿Le hemos dicho a Dios: “No puedo hacer nada y no soy apto para hacer cosa alguna; sólo puedo esperar en Ti”? Una persona que verdaderamente cree en Dios no actúa según su carne. Dios es el Señor de la obra. Lo que más le ofende es que usurpemos Su lugar en la obra. Es aquí donde yace frecuentemente nuestro error. No podemos creer ni confiar ni esperar. No nos atrevemos a encomendárselo todo a Dios. Aquí radican las ofensas que cometemos contra Dios.
Dios determinó que Abraham engendraría un hijo por medio de Sara. Gálatas 4:23 nos dice que “el de la libre, [nació] por medio de la promesa”. Sara era la libre y representa la gracia, mientras que Agar representa la ley. ¿Cuál es la diferencia entre la ley y la gracia? La ley significa que hacemos las cosas por nuestros propios medios, mientras que la gracia significa que es Dios quien obra por nosotros, que lo hace todo por nosotros. Si nosotros hacemos algo, ya no es la gracia la que actúa. Sólo cuando Dios obra en nuestro lugar, podemos considerar aquello como gracia. La gracia, según la define la Biblia, no consiste en ser pacientes o tolerantes, ni tampoco es hacer algo por nosotros mismos. La gracia es algo específico que Dios hace en nosotros. La obra específica que Dios quería hacer en Abraham era engendrar a Isaac por medio de Sara. Isaac tenía que ser engendrado por Abraham, pero esto debía producirse por medio de la gracia y de la promesa de Dios.
Si no hay muerte, no puede haber vida
Génesis 16 dice que Abraham engendró a Ismael cuando tenía ochenta y seis años de edad. Para ese entonces todavía tenía su energía carnal y su fuerza natural. Es por esto que Gálatas 4 dice que Ismael nació de la carne. Génesis 21 nos dice que cuando Abraham engendró a Isaac, ya tenía cien años de edad (v. 5). Romanos 4 nos dice que siendo de casi cien años, Abraham consideró su propio cuerpo como ya muerto y vio lo muerta que estaba la matriz de Sara (v. 19). En otras palabras, su energía carnal y su fuerza natural habían llegado a su fin. Abraham ya no podía tener hijos, y Sara tampoco. Dios escogió este momento para que naciera Isaac. Esto significa que Dios quería que Abraham se considerara muerto, para que así confiara en el Dios que da vida a los muertos y llama las cosas que no son como si fuesen. La intención de Dios era que Abraham se diera cuenta de que él no era el Padre. Lo interesante era que Dios quería que Abraham fuera padre y que, al mismo tiempo viera que en realidad él no era el Padre. Dios esperó hasta que toda la energía natural de Abraham se hubo agotado antes de darle a Isaac.
Esta es la obra que Dios quiere hacer en nosotros. El siempre espera. Aunque sean necesarios catorce años, seguirá esperando. El espera el día cuando entendamos que somos incapaces en nosotros mismos y nos consideremos muertos. Entonces engendraremos a Isaac. El no puede usarnos hoy porque nuestro tiempo no ha llegado. Dios no sólo desea que se cumpla Su voluntad, sino también que dicho cumplimiento proceda de El. Si solamente tenemos doctrinas y conocimiento y no hemos sido conducidos al punto de decir: “Estoy acabado; estoy muerto. No puedo hacer nada por mi propia cuenta”, entonces Dios no podrá usarnos ni cumplir Su meta.
El tiempo es un factor muy importante en el engendramiento de Isaac. De hecho, sólo cuando tengamos cien años el Señor podrá usarnos, y nosotros podremos manifestar a Cristo y mantener el testimonio de Dios en la tierra. Ese es el momento cuando todo lo de nosotros llega a su fin. Antes de ese día, toda obra que hagamos por nuestra propia cuenta es Ismael.
El asunto ahora es si queremos un Ismael o un Isaac. Es fácil engendrar a Ismael. Si somos como Agar, podemos engendrar a Ismael en cualquier momento, pues es fácil hacer obras por medio de ella y no es necesario esperar; pero si queremos ser como Sara, tendremos que esperar. Para engendrar a Ismael, no es necesario esperar, pero el caso con Isaac no es el mismo ya que tenemos que esperar la promesa de Dios, Su tiempo designado y Su acción. Aquellos que no pueden esperar que Dios obre ni le permiten hacerlo, alargan sus propias manos para obtener a Ismael. Quienes desean tener a Isaac tienen que esperar en Dios. El día vendrá cuando no podremos hacer nada por nuestro propio esfuerzo y estaremos completamente acabados. Ese será el día cuando Cristo se manifestará plenamente en nosotros y cuando la meta de Dios se cumplirá. Entre tanto, nada de lo que hagamos nosotros tendrá valor espiritual; por el contrario, será perjudicial. En la obra espiritual lo que importa no es cuánto trabajemos, sino cuánto hayamos obtenido de la obra del Señor, pues la obra de Dios y la obra del hombre son dos cosas totalmente diferentes. Existe una enorme diferencia entre el valor de la obra de Dios y el valor de la obra del hombre. Sólo lo que procede de Dios tiene valor espiritual. Lo que no proviene de El no tiene valor espiritual.
¿Qué es Ismael entonces? Ismael es todo aquello que nace prematuramente. Es actuar por el esfuerzo propio. Podemos decir que Ismael se caracteriza por dos cosas: su origen es erróneo, y el momento de su nacimiento es prematuro. En la esfera espiritual nada nos pone en evidencia tanto como el asunto del tiempo. Con frecuencia no se necesita mucho para que nuestra carne quede expuesta. Todo lo que Dios necesita hacer es dejarnos a un lado por tres meses, y nuestra carne no podrá resistirlo. Pero Dios nunca se complace en ver un Ismael, algo nacido antes del tiempo establecido. Aun si podemos decir o hacer algo, aunque parezca ser de Dios, El no se agradará de ello. La meta de Dios tiene que realizarse en el momento que El lo dispuso y por Su poder. Este es el principio relacionado con Isaac: viene en el tiempo de Dios y por Su poder.
Abraham es justificado otra vez
Romanos 4:19-22 dice: “Y no se debilitó en su fe, aunque consideró su propio cuerpo, ya muerto, siendo de casi cien años, y lo muerta que estaba la matriz de Sara; tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia”.
Debemos notar que la justificación de Abraham que se menciona en estos versículos no sucedió en la misma ocasión que la descrita en Romanos 4:3, donde leemos: “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”. Esta es una cita que Pablo hace de Génesis 15:6. Se refiere al tiempo cuando Abraham todavía no tenía ochenta y cinco años de edad. En aquel entonces Dios le habló en visión y le dijo: “Un hijo tuyo será el que te heredará”. Luego lo llevó afuera y le dijo que mirara los cielos y contara las estrellas; y le dijo: “Así será tu descendencia”. Abraham creyó a Dios, y Dios se lo contó por justicia. Esta fue la primera justificación. Aunque Abraham creyó, su fe no era perfecta, ya que más tarde engendró a Ismael valiéndose de su propia carne. La expresión “le fue contado por justicia” que consta en Romanos 4:22 se refiere al incidente de Génesis 17. En aquel entonces Abraham tenía noventa y nueve años de edad. Aunque consideró su propio cuerpo como muerto y sabía cuán muerta estaba la matriz de Sara, no dudó. El creyó incondicionalmente que Dios cumpliría lo que había prometido. Esto le fue contado por justicia. Por tanto, ésta fue otra justificación por fe. Pese a que transcurrieron más de diez años, Dios seguía enseñándole a Abraham la misma lección: la lección de la fe. Al comienzo, su fe contenía algo de sí mismo. Después de los años, había perdido por completo la esperanza en sí mismo, pero todavía podía creer. Dios lo contó como justo basándose en la fe de él. Dios lo había llevado al punto donde creyó verdaderamente. Este fue el resultado de la obra que Dios hizo en él. Esto nos muestra que las cosas no dependen del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia (Ro. 9:16). El es el que inicia la obra, y el que la lleva a cabo. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos ayude a aprender la lección de la fe para que podamos esperar sólo en El.