Watchman Nee Libro Book cap.36 El hombre espiritual
LA PASIVIDAD Y SUS PELIGROS
NOVENA SECCIÓN
CAPÍTULO DOS
LA PASIVIDAD Y SUS PELIGROS
Debido a que hoy en día los creyentes desconocen dos cosas, caen en una condición miserable de la cual no pueden salir. Estas dos cosas son: (1) la condición propicia para que los espíritus malignos operen, y (2) el principio sobre el cual se basa la vida espiritual. Por causa de esta ignorancia, Satanás y sus espíritus malignos tienen mayor ventaja, y la iglesia de Dios experimenta mayor sufrimiento. “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Oseas. 4:6). Esta porción se escribió para los creyentes de hoy. Muchas cosas que el hombre llama conocimiento son sólo ideas que no sirven para nada. Además de saber esto, el conocimiento de lo relacionado con Dios es indispensable para los creyentes, ya que la ausencia de este conocimiento resultará en un grave perjuicio. Es triste que en una época de tanta ignorancia como la de hoy, los creyentes no se humillen delante de Dios y busquen diligentemente la verdad que Dios está dispuesto a revelar. Por el contrario, se enorgullecen y hacen alarde de su familiaridad con las Escrituras y de toda la experiencia que tienen. Por una parte caen en una situación peligrosa y no saben cómo salir ni tienen esperanza, y ni siquiera tienen idea de su necesidad de liberación. Por otra parte, se jactan de la riqueza de su conocimiento. ¡Cuán deplorable es esto!
LA POSESIÓ DEMONÍACA.
En los cuatro evangelios se mencionan muchos casos de posesión demoníaca. Todavía hoy existen muchos casos de posesión demoníaca entre los paganos. Si le decimos a un creyente que puede llegar a ser poseído por demonios (o por espíritus malignos), se sorprenderá mucho. Un creyente común en China cree que solamente los incrédulos pueden ser poseídos por demonios y que es imposible que los cristianos pasen por eso. También se tiene el concepto erróneo de que cuando una persona está poseída, perderá el juicio totalmente. La Biblia nos dice que los demonios hicieron que cierto hombre se tirara al fuego o al agua (Mateo. 17:15); pero también hicieron que una mujer estuviera encorvada (Lucas. 13:11) mientras seguía siendo silenciosa y amable.
Los creyentes están conscientes de que existe la posibilidad de ser seducidos, tentados, atacados o engañados, pero no saben que existe la posibilidad de unirse a los demonios y ser poseídos por éstos. Cuando creyeron por primera vez, les enseñaron muchos conceptos erróneos; ahora piensan que si una persona recibe a Cristo, no será poseída por demonios. Afirman tal cosa porque creen que un creyente nunca perdería sus cabales como les sucede a algunos incrédulos. Sin embargo, esta enseñanza no se basa en la Biblia, y tampoco es confirmada por la experiencia de los santos. Los hijos de Dios no saben que los espíritus malignos pueden cambiar su apariencia y unirse a los cuerpos de los creyentes. En la actualidad existe un gran número de creyentes que se encuentran poseídos por demonios. Esto es un hecho.
¿Qué significa exactamente ser poseído por demonios? Cuando el creyente entiende lo que esto significa, comprende que es posible que los salvos sean poseídos por demonios. Estar poseído por demonios, o simplemente estar poseído, significa que los espíritus malignos se han adherido a una parte del cuerpo humano o a parte de él. Los espíritus se unen al cuerpo en la medida en que van ganando terreno. Mientras tengan una base, no importa cuán pequeña sea, seguirán trabajando hasta apoderarse de toda la persona. Los creyentes comunes piensan que la posesión demoníaca debe manifestarse como se narra en los evangelios, pero desconocen que aquéllos fueron casos extremos. Además, en los evangelios el grado de aflicción variaba entre quienes estaban poseídos por demonios; los casos eran muy diferentes entre sí. Los dos casos que acabamos de citar eran muy distintos.
Los santos —quienes se han consagrado por completo— pueden ser poseídos por espíritus malignos de la misma manera que los demás, porque en muchas ocasiones propician las condiciones necesarias para que los espíritus malignos operen; por lo tanto, dan lugar a que los espíritus malignos se unan a ellos. Hoy en día, muchos creyentes son poseídos por demonios, aunque el grado de posesión puede diferir, pero no se dan cuenta de ello. Piensan que sus experiencias extrañas o poco comunes son naturales y que provienen del yo o del pecado. Dan explicaciones razonables de sus experiencias, porque tales experiencias no parecen provenir de espíritus malignos.
Hay leyes específicas en todo lo que Dios creó. Es decir, toda actividad sigue un patrón definido. También hay una norma en la manera como los espíritus malignos operan. Tenemos, por ejemplo, la ley de que toda causa produce un efecto; así que si un hombre satisface las condiciones óptimas para que los espíritus malignos operen (sea deliberadamente como lo hacen los brujos, los espiritistas, los que consultan a los muertos, o sin intención, como puede ser el caso de muchos creyentes), ellos obrarán en él. Tengamos presente que hay una ley para todas las actividades de los espíritus malignos, y siempre que una persona cumpla las condiciones requeridas por dicha ley, de inmediato es víctima de las actividades de los espíritus malignos. Esta es una ley de causa y efecto, como lo son que el fuego quema y que el agua puede ahogar. Nadie ha pasado por el fuego sin quemarse, y nadie se sumerge en el agua por largo tiempo sin ahogarse. Lo mismo sucede con los espíritus inmundos. Mientras cumplamos las condiciones que los espíritus inmundos requieren para adherirse a nosotros, ellos se nos unirán. Cuando está la causa, se produce el efecto, independientemente de si uno es creyente o no. Los espíritus malignos se unen a quienes llenan los requisitos que les dan lugar para obrar. Por lo tanto, el creyente no está libre de este daño simplemente por ser cristiano. El creyente no debe exponerse al fuego ni arrojarse al agua pensando que no sufrirá daño ni se ahogará porque es cristiano. Del mismo modo, si cumple las condiciones para que los espíritus malignos operen, no estará exento de ser poseído por ellos por el hecho de ser cristiano. El fuego quema a todos los que se exponen a él, y todos los que se hunden en el agua por mucho tiempo se ahogan. Asimismo los espíritus malignos se unen a todos los que les den oportunidad, no importa si es creyente o no.
Por esta razón, si el creyente da ocasión para que los espíritus malignos actúen, con seguridad éstos no lo abandonarán, sino que aprovecharán la oportunidad para adherirse a él.
¿Cuál es la condición para que los espíritus se adhieran al hombre? ¿Qué debe hacer el hombre para ser poseído por espíritus malignos? ¿Qué condición debe cumplir para que operen? Esta es una pregunta crucial. La Biblia llama a esta condición “lugar” (Efesios. 4:27). Este “lugar” o “espacio” es el lugar vacío que deja el hombre para los espíritus malignos. Este lugar es la base que los espíritus malignos pueden tomar en el hombre. Ellos se adhieren al hombre en la medida en que éste les dé lugar. La cantidad de terreno que les concedemos es el grado al cual ellos se nos adhieren. Los demonios se unirán a la persona que les dé lugar, trátese de un incrédulo o de un creyente. Cuando el hombre da a los espíritus malignos un sitio desde el cual atacar, una oportunidad de invadir, una base sobre la cual poner el pie, inevitablemente será poseído por ellos. Debido a que hay una causa, debe haber un efecto. Si el creyente da pie a los espíritus malignos, basándose en el supuesto de que no será poseído por el hecho de ser cristiano, ya ha sido profundamente engañado por ellos.
En pocas palabras, el lugar que los creyentes le dan al diablo es el pecado. El pecado abarca todos los lugares. Cuando los creyentes toleran el pecado, aceptan a los espíritus malignos que se esconden detrás del pecado. Cualquier pecado da cabida a los espíritus malignos. Sin embargo, el pecado se puede clasificar en dos grupos: pasivos y activos. Los pecados activos son los que el hombre comete, tales como hacer iniquidades con las manos, contemplar con los ojos lascivamente, escuchar palabras impropias, o proferir lenguaje profano. Todo esto crea las condiciones para que los espíritus malignos se unan a nuestras manos, nuestros ojos, nuestros oídos o nuestra boca; es una invitación a que los espíritus malignos vengan y hagan morada en la parte del cuerpo que el hombre utilice para cometer el pecado. Debemos prestar atención a tres asuntos para determinar cuán activamente desarrolla el pecado una relación con los espíritus malignos: (1) algunos pecados no acaban en la posesión de espíritus malignos; (2) otros pecados invitan a la posesión de espíritus malignos, y (3) otros pecados son causados por estar poseídos por espíritus malignos. Si un creyente es poseído como resultado de haber cometido algún pecado, debe abandonar ese pecado específico, y al recuperar ese terreno, será liberado. De lo contrario, el terreno que le concedió a los espíritus malignos crecerá gradualmente y sin detenerse, hasta extenderse a todo su ser. Muchos creyentes aún no han sido librados de pecados que los atormentan, ni siquiera después de haber aceptado el hecho de que están crucificados con Cristo, debido a que la fuente de su enfermedad no es simplemente la carne, no es una causa natural, sino la posesión de sus cuerpos por parte de espíritus malignos.
Este aspecto de concederles a los espíritus malignos una oportunidad de actuar por medio de un pecado activo es relativamente fácil de entender. La mayoría de los creyentes concuerda en esto; así que no abarcaremos esto, porque no está dentro del tema que queremos tratar. Prestemos atención al segundo aspecto del pecado, el lugar concedido a los espíritus malignos por la pasividad. Este es el aspecto menos comprendido por los creyentes hoy; la mayoría de los creyentes yerra en este aspecto. Además, esta clase de pecado se encuentra en la esfera de la voluntad. Por lo tanto, hablaremos de ello con detenimiento.
Existe una diferencia entre el pecado activo y el pecado pasivo. Una persona reconoce fácilmente el pecado activo, pero no se percata del pecado pasivo. La Biblia además de llamar pecado a los diferentes actos injustos que el hombre comete, también dice: “A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Jacobo. [Santiago.] 4:17). La Biblia no sólo considera pecado los actos inicuos del hombre, pues también lo que el hombre omite puede ser pecado. El pecado da lugar a que los espíritus malignos se adhieran. (En lo sucesivo llamaremos a esto posesión demoníaca). Por lo tanto, además del pecado cometido activamente, el cual provee una base para la posesión demoniaca, también tenemos el pecado pasivo de omisión, que también propicia la posesión demoníaca.
El pecado pasivo da lugar a los espíritus malignos por la pasividad de los creyentes. A los ojos de Dios, tanto usar cualquier parte de nuestro cuerpo incorrectamente como no usarla en absoluto es pecado. Dios nos dotó de diversas facultades, las cuales no debemos usar incorrectamente ni dejar de usar. Cuando un creyente no hace uso de alguna de sus facultades, permitiendo que caigan en la pasividad, abre una puerta para que los espíritus malignos la usen en lugar de usarla él. Esto dará lugar a la posesión demoníaca. Aunque todos los creyentes admiten que el pecado es una condición propicia para la posesión demoníaca, no se dan cuenta de que la pasividad también es pecado y también crea las condiciones para la posesión demoníaca. Una vez cedido el terreno, la persona no puede evitar ser poseída, y una vez que sea poseída, no podrá evitar la aflicción.
LA PASIVIDAD.
La razón por la cual los incrédulos y los creyentes carnales son poseídos por demonios es principalmente el pecado. Pero la razón por la cual algunos creyentes consagrados son poseídos por demonios puede resumirse en una palabra: la pasividad. Esta consiste en que la voluntad deja de gobernar y de dirigir el espíritu, el alma, el cuerpo o cualquier parte de la persona; como consecuencia, deja de ejercer su voluntad para tomar decisiones en todos los aspectos de su vida diaria. Ser pasivo es lo opuesto a ser activo. La pasividad de los creyentes tiene dos aspectos: (1) perder el dominio propio, lo cual significa que no pueda controlar su ser total o parcialmente; (2) perder la libertad, lo cual denota la imposibilidad de tomar decisiones que coincidan con la voluntad de Dios. Si un creyente es pasivo, es que no está haciendo uso de sus facultades y permite que éstas caigan en la pasividad. A pesar de que tiene boca, no habla, y espera que el Espíritu Santo hable. Aunque tiene manos, no las usa, y quiere que Dios las use. No está dispuesto a mover ninguna parte de su cuerpo, porque quiere que Dios lo haga. Piensa que se ha consagrado completamente a Dios, y que ya no necesita usar ninguna parte de su cuerpo. De esta manera cae en la pasividad y permite que los espíritus malignos lo engañen y se unan a los miembros pasivos de su cuerpo.
Muchos creyentes aceptan lo que dijimos en el capítulo anterior acerca de unirse a la voluntad de Dios. Pero piensan equivocadamente que esa unión y esa comprensión del deseo de Dios y la negación de la intención propia, requiere un sometimiento pasivo a Dios. Creen que su propia voluntad debe anularse y que deben llegar a ser como autómatas. Se imaginan que ser sumiso a Dios es dejar de usar la voluntad propia y dejar de usar su cuerpo voluntariamente. Tal persona (1) no escogerá, (2) no decidirá, y (3) no usará su propia voluntad para actuar. Aparentemente, ésta parece ser una señal de gran victoria, porque antes solía ser obstinado en su voluntad, y de repente ha venido a ser muy sumiso y tan dócil como el agua. Ya no opina sobre nada, y es completamente sumiso al seguir órdenes. No usa su mente ni su voluntad, ni emplea el discernimiento de su conciencia. Llega a ser una persona completamente obediente; donde Dios se mueva, él se moverá. Sin embargo esto estimula la posesión demoníaca.
Puesto que el creyente se ha consagrado a Dios de esta manera, automáticamente cae en un estado pasivo y no se mueve en lo absoluto. Todo el día espera a que una fuerza externa lo mueva. Así que al percibir esa fuerza externa, se mueve. De lo contrario, permanece impasible. Cuando esta condición se prolonga mucho tiempo, descubre que no puede actuar cuando tendría que hacerlo, ya que la fuerza externa no está presente para estimularlo. Quizás entonces quiera moverse, pero por no tener la fuerza externa que lo empuja, no se puede mover. Si esto se prolonga indefinidamente, el creyente no podrá dar ni un sólo paso sin una fuerza externa. Incluso cuando la voluntad desea moverse, parece como si algo la detuviera. (Parece como si tuviera una atadura que le impide moverse como quisiera.) En tales circunstancias, el creyente cree que por no realizar ninguna actividad es muy sumiso a Dios. En realidad, aunque quisiera moverse, no podría hacerlo.
LA IGNORANCIA DEL CREYENTE.
Cuando un creyente ha caído en una pasividad profunda, puede imaginarse que está muy sujeto a Dios, pero no se da cuenta de que los espíritus malignos están tomando ventaja de su pasividad para engañarlo. El creyente piensa que debe ser muy pasivo para estar verdaderamente sometido a Dios y para que su voluntad esté en completa unión con Dios. No comprende que su pasividad no le sirve a Dios para nada; por el contrario, es el poder de las tinieblas el que se beneficia de su pasividad. Además, Dios requiere que el creyente ejerza su propia voluntad para que trabaje activamente con El. Así lo indica la Biblia en repetidas ocasiones: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá…” (Juan. 7:17), y “Pedid lo que queráis, y os será hecho”. Dios no anula nuestra voluntad.
Los seres humanos poseen libre albedrío. Dios nunca viola esto ni lo cambia. Aunque El desea que nos sujetemos a El, no anulará nuestra personalidad. (Nota del autor: al hablar de “personalidad” nos referimos al “hombre mismo”, y no simplemente al “carácter”.) Dios desea que tomemos la iniciativa y que escojamos lo que El quiere que escojamos. El no escogerá por nosotros ni permitirá que nuestra voluntad caiga en una condición de muerte. El requiere nuestra cooperación activa. Dios se deleita viendo al hombre obtener el logro más elevado que puede tener como criatura, que es la libertad total de la voluntad. Dios estableció, desde que creó al hombre, que éste tuviera una voluntad libre. Más adelante, por medio de la redención recobró el libre albedrío del hombre. Desde el principio, Dios no quería que el hombre le obedeciera de forma mecánica. Por lo tanto, después de obtener la redención, El no quiere que el hombre lo siga como si fuera una máquina. De hecho, Dios es tan grande que El no necesita que el hombre venga a ser como un pedazo de madera o una piedra que se someta a El. El confía en la obra que Su Espíritu hace en nosotros; el Espíritu hace que le obedezcamos voluntariamente, pero nunca toma ninguna decisión por nosotros. La diferencia en esto es enorme.
El principio que rige la obra de Dios y la obra de Satanás en el hombre es el mismo. Cuando Dios creó al hombre, quería que tuviera libre albedrío, y por eso le dio al hombre una voluntad libre. El deseaba que el hombre tuviera derecho a escoger y a decidir todo lo relacionado consigo mismo. Aunque Dios es el Soberano de todo el universo, El se deleita en estar limitado y jamás viola la libertad del hombre para escoger. El no se complace en forzar al hombre a que le sea fiel. De igual manera, sin el consentimiento del hombre (consciente o inconsciente), Satanás no puede ocupar ninguna parte de él. Tanto Dios como Satanás requieren la aprobación de la voluntad del hombre para poder actuar en él. Así como el hombre desea algo bueno, y Dios se lo concede, si desea algo malo, los espíritus malignos se lo concederán. Esto fue lo que sucedió en el huerto de Edén.
Antes de que el hombre fuera regenerado, su voluntad era esclava de Satanás y no podía ser libre. En el caso del creyente regenerado y victorioso, su voluntad es libre y, por ende, puede escoger lo que sea de Dios. Sin embargo, Satanás no soltará fácilmente a estos creyentes recién regenerados y hará lo posible por volverlos a ganar para sí. El sabe que no podrá obtener permiso explícito para que los espíritus malignos entren en él y lo gobiernen. Así que, se valdrá del engaño para obtener el permiso que requiere. Tengamos presente que Satanás necesita obtener el permiso del creyente. No obstante, puesto que el creyente no le dará el permiso si lo solicita directamente, trata de robar este permiso maniobrando con engaños. Los espíritus malignos no entrarán en una persona si no obtiene antes el permiso de su voluntad. Inclusive, el grado al que entren lo determina la voluntad del hombre.
Los espíritus malignos saben si un creyente es sumiso a Dios y está dispuesto a seguirlo hasta el final a toda costa. Por lo tanto, engañan al creyente imitando a Dios, imitando Su voz, Sus acciones y Su presencia. Entre los creyentes que tienen contacto con la esfera espiritual, hay muchos que toman ciertas cosas como si fueran de Dios por el simple hecho de que son experiencias sobrenaturales y porque reciben ciertas sensaciones. Debido a eso, aceptan muchas imitaciones de los espíritus malignos y se ponen en una posición vulnerable. De esta manera los creyentes son engañados y toman como verdaderas las imitaciones de los espíritus malignos, permitiendo así que los espíritus continúen trabajando en ellos. Inicialmente son engañados, pero con el tiempo, dan su consentimiento, y permiten de una manera pasiva que los espíritus malignos trabajen. Así, los espíritus malignos pueden conseguir la aprobación de la voluntad y engañarlos aún más, hasta que ciertas partes de su ser llegan a ser poseídas por ellos. El primer paso para ser poseídos por demonios es ser pasivos.
Si el creyente está consciente de la condición óptima para que los espíritus malignos trabajen y del principio que rige la vida espiritual, no caerá en ese engaño. Pero si el desconoce que la pasividad es útil a los espíritus malignos y tampoco sabe que la vida espiritual requiere una voluntad activa para laborar con Dios, puede permitir que su voluntad caiga en la pasividad. Debemos notar en particular que Dios nunca reemplaza la voluntad del hombre con la Suya. El hombre debe ser responsable de lo que haga. Dios no lo forzará a nada.
De hecho, si la actividad de los espíritus malignos no está presente en una persona pasiva, su pasividad dará como resultado pereza y holgazanería. En casos comunes de inactividad (en los que no hay ninguna operación de espíritus malignos), la persona puede volver a estar activa en cualquier momento. Pero cuando cae en las manos de los demonios por la pasividad, no puede volver a estar activo aunque lo procure, es decir, ni aunque su voluntad lo desee.
Vemos, entonces, que hay una diferencia entre la manera en que Dios obra en el hombre y la manera en que Satanás lo hace. Dios desea que el hombre se consagre totalmente a El, y que utilice todas las facultades de su ser para cooperar con el Espíritu Santo. Satanás quiere que la voluntad del hombre sea completamente pasiva, ya que desea que el hombre detenga todas sus actividades y permita que los espíritus malignos obren en su lugar. Dios desea que el hombre escoja y actúe conforme a Su voluntad de una manera activa, consciente y voluntaria a fin de que el espíritu, el alma y el cuerpo del hombre sean libres, pero Satanás quiere que el hombre sea su esclavo y prisionero pasivo. Dios desea que el hombre sea independiente y libre, y dueño de sí mismo de una manera consciente, mientas que Satanás desea que sea su títere, una máquina y un obrero suyo. Dios nunca le exige al hombre detener sus actividades para poder obrar, pero Satanás desea que el hombre esté completamente pasivo y que detenga todas sus actividades. Dios quiere que el hombre trabaje con El de una manera consciente, pero Satanás quiere que el hombre esté pasivo para poder forzarlo a que le obedezca. Dios requiere que el hombre sólo detenga sus acciones pecaminosas, aunque provengan de su naturaleza o de su vida, porque sólo así puede el hombre trabajar con el Espíritu Santo. Pero Satanás desea que el hombre detenga todas sus actividades, incluyendo las funciones del alma, porque quiere actuar en lugar del hombre; desea que el hombre sea sólo una máquina carente de responsabilidad.
Es lamentable que los creyentes no entiendan el principio por el cual Dios mora en el hombre y actúa en él. Ellos creen que Dios quiere que ellos estén muertos como un pedazo de madera o una piedra para ser manipulados por El; no comprenden que cuando Dios creó al hombre, le dio una voluntad libre. Es cierto que El no desea que la voluntad del hombre exija ni haga nada aparte de El, pero tampoco quiere que el hombre sea privado de su voluntad y le obedezca como si fuera una máquina. Mientras la voluntad de un creyente decida hacer lo que Dios quiere, El estará satisfecho. Dios no requiere que el hombre sea una persona sin voluntad. Hay muchas cosas que los creyentes deben hacer solos, y Dios no las hará por ellos. En la actualidad se ha enseñado erróneamente que debemos entregarlo todo a Dios y permitirle que El lo haga todo por nosotros; que debemos entregarnos por completo al Espíritu Santo en nuestro interior y dejar que El lo haga todo en nuestro lugar. Esta enseñanza tiene cierta validez, pero los errores que están mezclados en ella son muchos más que la medida de verdad que contiene. (Hablaremos más al respecto en el próximo capítulo.)
UN PELIGRO.
Debido a que los creyentes desconocen muchas cosas, son engañados por el poder de las tinieblas y sin darse cuenta son arrastrados por el engaño de Satanás. Ellos cumplen las condiciones para que los espíritus malignos trabajen en ellos y para que los demonios los puedan poseer. Debemos prestar atención al orden en que esto sucede, porque es crucial: (1) el creyente desconoce los hechos, (2) es engañado, (3) llega a estar pasivo y (4) a ser poseído por demonios. La ignorancia de un creyente es la causa inicial de la posesión demoníaca. Debido a que el creyente desconoce la forma en que operan los espíritus malignos y lo que exige el Espíritu Santo, Satanás tiene la oportunidad de engañarlo. Si el creyente conoce la verdad, sabe cómo laborar con Dios y sabe cómo opera Dios, no aceptará las mentiras de Satanás. Cuando el creyente es engañado por espíritus malignos, empieza a creer que su ser entero debe estar pasivo para que Dios viva y actúe a través de él. Como consecuencia, acepta muchas manifestaciones sobrenaturales de espíritus malignos y piensa que son de Dios. De esta forma, llega a ser más engañado, y los espíritus malignos pueden adherirse a él.
(1) Cuando el creyente da pie a los espíritus malignos, los está invitando a que se adhieran a él. (2) Después de que han entrado, se manifestarán por medio de sus actividades. (3) Si el creyente interpreta mal estas actividades y no sabe que provienen del diablo, dará más lugar a los espíritus malignos, por haber ya creído en sus mentiras. Este es un ciclo que se repite una y otra vez. De esta forma, la posesión demoníaca de un creyente se hace cada día peor. Cuando el creyente cae en la pasividad, es decir, cuando le ha dado lugar a los espíritus malignos, el peligro es incalculable.
Cuando el creyente cae en la pasividad y no toma ninguna decisión en cuanto a sus propios asuntos, se someterá pasivamente a todo lo que le sobrevenga. Pensará que Dios toma todas las decisiones por él, tanto en sus circunstancias como en lo pertinente a las personas que se relacionan con él, y que debe someterse pasivamente. Todo lo que le sobreviene se convierte para él en la voluntad de Dios y en lo que Dios dispuso; lo acepta silenciosamente porque cree que Dio preparó todo ello para él. Después de algún tiempo, descubre que no puede tomar ninguna decisión con respecto a nada. No puede decidir respecto a muchas cosas que debería hacer, y no puede tomar la iniciativa en ellas. Teme hablar sobre lo que le agrada y es indeciso para expresar lo que decide. Otros pueden escoger, decidir, tomar la iniciativa y actuar, pero él es como un hoja que flota sobre el agua, a merced de los vientos y las olas. Anhela que otros tomen las decisiones por él o que las circunstancias le provean sólo un camino para no tener que tomar decisiones. Prefiere que otros lo fuercen a hacer algo, porque esto le evitará molestias. Puesto que se le hace tan difícil tomar decisiones, prefiere ser coaccionado por su entorno, en lugar de sentirse libre dentro del ambiente, ya que esto le exigiría emplear su voluntad.
Después de llegar a ser pasivo, encuentra que hasta la decisión más mínima es una carga pesada. En consecuencia, busca ayuda en todas partes, excepto en su interior, a fin de que se le ayude a tomar decisiones. Se siente muy triste y siente que ni siquiera puede enfrentar los asuntos pequeños de su vida diaria. Se le dificulta entender lo que los demás dicen. Pasa trabajos para acordarse de cualquier cosa. Si tiene que tomar alguna decisión, no sabe qué hacer. Le asusta el sólo pensar en tener una discusión sobre algo, y por eso su voluntad pasiva no puede soportar una responsabilidad tan pesada. Su voluntad es tan frágil que necesita recibir la ayuda de su entorno o de los demás. Si siempre recibe ayuda de una persona, siente como si ésta le hubiera robado su voluntad, pero, en cierto sentido, se deleita en tener una persona que tome todas las decisiones por él. Mientras espera la ayuda de una fuerza externa, desperdicia una gran cantidad de tiempo. No queremos decir que a este creyente no le agrade trabajar. Cuando es motivado, desea hacer ciertas cosas o piensa que las puede hacer. Pero cuando debe comenzar a hacerlas, cesa su emoción y siente que no tiene las fuerzas necesarias. Muchas de sus obras comienzan bien, pero terminan en fracaso por causa de la pasividad de su voluntad.
¡Cuán incómodo es este estado de pasividad! Durante este periodo, el creyente debe dejar notas en todos lados para recordar lo que debe hacer. Necesita hablar en voz alta para ayudarse a pensar e inventar mil “muletillas” en las cuales apoyarse a lo largo del día.
Finalmente encuentra que sus sentimientos gradualmente se adormecen y que adquiere sin darse cuenta muchos deseos y hábitos extraños. Cuando habla con otros, no se atreve a mirarlos a los ojos; encorva la espalda al caminar; se preocupa excesivamente por las necesidades de su cuerpo o reprime demasiado sus necesidades físicas. Cuando hace algo, trata de evitar el uso parcial o total de su mente, su razonamiento y su imaginación.
En su ignorancia, el creyente no se da cuenta de que estos síntomas provienen de la pasividad y de la posesión demoníaca. Piensa que son causados por su debilidad natural. El creyente se consuela pensando que estos síntomas se presentan porque no tiene tantos dones como los demás, o porque es menos inteligente, o porque su habilidad natural es inferior. No se alarma por ser como es, ni se da cuenta de que estos síntomas son las mentiras de los espíritus malignos, y que por medio de ellos quieren engañarlo más. No se atreve a hacer nada ni a asumir ninguna responsabilidad porque siente una repulsión hacia el trabajo, se siente débil mentalmente, sin elocuencia y lento para pensar. Siente que probablemente ha trabajado en exceso y que no se halla en una buena condición física. Nunca se pregunta por qué a otros creyentes no les pasa lo mismo. ¿Por qué a otros que no son tan dotados como él, no les ocurre lo mismo? ¿Por qué él no era así antes? Llega a creer que estas cosas son innatas, naturales y que son parte de su carácter, sin darse cuenta de que es obra de espíritus malignos. Esta necedad les da la oportunidad a los espíritus malignos de que ganen más terreno y de que el creyente sea más afligido.
Los principados de las tinieblas conocen la condición del creyente; así que suscitan todo tipo de dificultades en sus circunstancias para que lo atormenten persistentemente. Una vez que la voluntad del creyente se sume en la pasividad y es incapaz de trabajar, los espíritus malignos lo pondrán en una posición en la que es forzado a hacer uso de su voluntad a fin de desanimarlo y de ponerlo en ridículo. En este caso, el creyente ha llegado a ser como un pájaro enjaulado, y los espíritus malignos se comportan como niños perversos, molestándolo a su antojo. Ellos están siempre provocando tormentas y afligiendo al creyente con muchas cosas. Este no tiene poder para protestar ni para resistirlas. Su ambiente empeora día a día, y la vida va perdiendo sentido. Aunque el creyente tiene la autoridad de afrontar las cosas, se mantiene en silencio. De esta manera, los principados de las tinieblas van tomando el control gradualmente y llevan al creyente a pasar de un estado de ignorancia, engaño y pasividad, a un estado de posesión demoníaca, donde será atormentado por los demonios. Sin embargo, es sorprendente que los hijos de Dios ignoren que es imposible que estas cosas provengan de Dios, y que las acepten pasivamente.
Cuando un creyente llega a este estado, inconscientemente depende de la ayuda de los espíritus malignos. Ya vimos cómo el creyente carece de fuerza (en sí mismo) para tomar decisiones, y que tiene que depender de fuerzas externas para sostenerse. Muchas veces, debido al tormento de los espíritus malignos (sin darse cuenta de que el tormento proviene de ellos), el creyente añora la fuerza externa que lo ha estado ayudando y anhela que venga en su ayuda. Es por eso que a los espíritus malignos les conviene que el creyente caiga en un estado pasivo. Todas las facultades que el creyente ha dejado de usar están en manos de los espíritus malignos. Si el creyente trata de usar sus facultades en esta condición, sólo dará lugar a los espíritus malignos para expresarse a través de él. Los espíritus malignos siempre se deleitan en coartar al hombre. Ya que el hombre busca su ayuda, no rechazan esta petición. Con frecuencia inyectan pensamientos preconcebidos en la mente de los creyentes, poniendo toda clase de visiones, sueños, voces, luces, fuegos y versículos fuera de contexto. Por estos medios, ponen sus ideas y toman decisiones por el creyente. Este no se da cuenta de lo que está sucediendo en realidad; considera esas revelaciones como de Dios y piensa que concuerdan con la voluntad de El. Además, estas cosas no requieren que tome decisiones, lo cuál de todos modos es doloroso para él. Como resultado, sigue el curso ciegamente. Los espíritus malignos gustosamente le ayudan al hombre a no pensar y a no usar su voluntad, sino a andar insensatamente según revelaciones externa. Así que, con frecuencia les conceden milagros a los creyentes.
Es muy lamentable que en medio de este estado en el que se ignora el principio por el cual Dios obra, el creyente pueda ser engañado pensando que en realidad se está sometiendo a Dios. En tales momentos, puede (1) creer en espíritus malignos, (2) depender de ellos, (3) obedecerles, (4) consagrarse a ellos, (5) escucharlos, (6) orar a ellos, (7) ser guiado por ellos, (8) aceptar el mensaje de ellos, (9) aceptar los versículos que ellos sugieren, (10) trabajar con ellos, (11) trabajar para ellos, y (12) ayudarles a lograr los deseos y obras del corazón de ellos, mientras piensa que se está volviendo a Dios y que está dedicado a Dios. Una cosa debe resaltarse: “Si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavo de aquel a quien obedecéis” (Romanos. 6:16). Puede ser que de labios nos consagremos a Dios, pero si en realidad nuestra consagración es a los espíritus malignos, inevitablemente vendremos a ser esclavos de ellos. Aunque sea por haber sido engañados, nos ofrecimos a un dios falso. Por lo tanto, no tenemos forma de evadir la responsabilidad. El creyente debe saber que si no se comunica con Dios en comunión, sino bajo la posesión demoníaca, su oración estará dirigida a los espíritus malignos, su consagración se hará a ellos, y su confianza será depositada en ellos. En su corazón él cree que se está comunicando con Dios y que lo que ha obtenido proviene de El, pero en realidad se está comunicando con espíritus malignos y está aceptando sus dones.
Debemos conocer los pasos de este proceso. Puesto que el creyente busca la presencia de Dios en sus sentimientos y en otras experiencias (como lo mencionado en la tercera sección y en la séptima), los espíritus malignos lo engañan y le fabrican experiencias falsas, las cuales él acepta debido a su ignorancia, pensando que son de Dios. Como resultado, cae en la pasividad, y una vez que esto sucede, piensa que no necesita moverse, ya que Dios se moverá por él. De esta forma se queda quieto. Sin embargo, Dios no se moverá por él, porque Dios desea que el hombre coopere activamente con El. Dios no quiere que él sea una máquina fría e insensible. Si el creyente cumple las condiciones propicias para que los espíritus malignos operen en él, éstos lo harán. Cuando ni el hombre ni Dios se mueven, los espíritus malignos sí lo hacen. El creyente debe saber que después de entender claramente la voluntad de Dios con la intuición de su espíritu, todo su ser debe levantarse para llevarla a cabo de una forma activa; no puede quedarse pasivo. Si el creyente llega a estar poseído por demonios, posiblemente ni cuenta se dará de su condición y se considerará muy espiritual, por tener experiencias asombrosas. Pero los que han sido adiestrados en el Señor y poseen discernimiento espiritual saben que aunque esta clase de creyente experimenta cosas asombrosas, tiene una doble personalidad, lo cual es una clara señal de posesión demoníaca.
DOBLE PERSONALIDAD.
Tener doble personalidad significa que hay dos personalidades o dos amos en el hombre que tiene ese problema. Esto no se refiere al hombre nuevo y al hombre viejo de los que hablamos con frecuencia. En una persona que tiene una posesión demoníaca severa, podemos ver claramente una doble personalidad. Cuando una persona es poseída gravemente, otros podrán ver que hay otra mente que lo controla. Hará cosas que son contrarias a su carácter. Su cuerpo parecerá controlado por una fuerza externa. Sus nervios y sus músculos se pondrán tensos, se contraerán y temblarán involuntariamente. Su boca dirá cosas que él no sabe o que conoce muy poco, y su voz parecerá la de otra persona. Podemos observar que la manifestación de demonios es pasajera en muchos incrédulos que se encuentran poseídos por demonios. Antes de que vengan los demonios, la persona está callada y en su juicio, pero cuando ellos vienen, su estado cambia de inmediato y actúa como un loco. En esto podemos ver que cuando un hombre es poseído por demonios, tiene una personalidad doble. Además de su propia persona, hay otra persona en su interior que usa las facultades de su alma y de su cuerpo. Cuando los demonios se manifiestan, toman control de casi todo; todas las actividades son de ellos, y hasta la personalidad del hombre permanece inactiva. Por consiguiente, después de que los demonios se van, muchos no se acuerdan de lo que hicieron, de lo que dijeron ni de lo que expresaron mientras los demonios se manifestaron. Esto se debe a que era la personalidad de los demonios la que actuaba, y no la propia personalidad del hombre. Como resultado, la personalidad del hombre olvida parcial o totalmente lo que sucedió.
No obstante, la manifestación de los demonios algunas veces es muy refinada. Con frecuencia, los demonios hacen que un hombre hable o se comporte como un ser humano normal. Pero en realidad, la personalidad de los demonios está operando, mientras la personalidad del hombre está adormecida. En esta clase de manifestación, con frecuencia pensamos equivocadamente que es el hombre quien actúa; nos cuesta trabajo percatarnos de que en realidad se trata de actividades de los demonios. Solamente cuando los demonios se comportan anormalmente podemos notar la doble personalidad de alguien.
Cuando los creyentes son poseídos por demonios, también se presenta una personalidad doble. Debido a que el grado en que son poseídos difiere en cada caso, las manifestaciones también difieren. Los demonios sorprendentemente controlan todas las partes de los que están seriamente engañados. Hacen que los creyentes tiemblen y sientan calor, les permiten tener toda clase de sensaciones extrañas, hacen que se tiren al piso, que hablen en lenguas desconocidas o con una voz extraña que otros nunca han escuchado y que tengan visiones que otros nunca han visto. Al mismo tiempo, estos creyentes pueden estar muy tranquilos en su espíritu y tener comunión con Dios. Ellos no disciernen nada y piensan que como todavía pueden hablar con Dios, estas manifestaciones deben ser del Espíritu Santo.
No se dan cuenta de que (1) el Espíritu Santo nunca se apodera de ninguna parte del cuerpo del hombre ni lo usa para Su propósito. Cuando Pablo recibió la visión, podía aún controlarse y hablar por su propia cuenta (Hechos. 9:5). Cuando Pedro tuvo la visión, su mente también estaba despejada y podía controlarse (10:9 al 17). Cuando Juan tuvo la visión, tenía dominio propio, y por eso pudo escribir el libro de Apocalipsis. Al principio cayó en tierra porque no podía resistir la luz de la gloria del Señor. Pero después que el Señor lo fortaleció, se levantó. También podía recordar lo que había visto. Esto no es lo que muchos hoy afirman acerca de ser lanzados al piso por el Espíritu Santo, sin estar conscientes de lo que hacen ni de lo que experimentan mientras están en el piso.
(2) En el espíritu del creyente mora el Espíritu Santo, y a la vez su cuerpo puede ser poseído por demonios. Debido a esto experimenta una doble personalidad. En su espíritu tiene comunión con Dios, pero los demonios se manifiestan en su cuerpo. El creyente no debe pensar que lo que hace externamente en su cuerpo debe provenir de Dios por el hecho de que puede comulgar con Dios en su espíritu. Debe comprender que por haber sido regenerado, su nueva vida siempre tendrá comunión. Pero sí es seguro que una vida llena del Espíritu Santo nunca tendrá una experiencia de doble personalidad. Una doble personalidad indica que la persona está poseída por demonios.
En aquellos que están menos engañados, la doble personalidad no es tan evidente como en los que mencionamos antes. A veces el creyente puede detectar que alguien aparte de él y fuera de él, está haciendo uso de sus facultades. Muchos pensamientos que no son suyos pueden infiltrarse. Su voluntad parecerá haberse paralizado, insensibilizado o perdido la capacidad de decidir y de escoger. Su imaginación y su memoria parecen estar aprisionadas por otro ser. No puede recordar nada ni pensar en nada. Su manera de razonar puede parecer fría y dura, y quizá no sepa actuar de manera racional. Muchas palabras imprevistas, comportamientos y actitudes pueden proceder de él sin el consentimiento de su voluntad, y le resultan difíciles de controlar. Esta es una manifestación más disimulada de una doble personalidad.
El significado de una doble personalidad es la existencia de dos entidades independientes, humanas y personificadas. Quiere decir que no hay necesidad de que la persona utilice su propia voluntad para tomar decisiones, y significa que su alma y cuerpo, parcial o completamente, pueden moverse asombrosamente por su propia cuenta. Significa que aparte de la voluntad del hombre, existe otra voluntad que gobierna directamente el alma y cuerpo del hombre. Un creyente poseído por demonios tiene, además de su propia voluntad, la de los espíritus malignos. La voluntad de un creyente poseído por demonios es reprimida, y reina sobre ella la voluntad de los espíritus malignos. En esto consiste la doble personalidad.
Cuando un creyente tiene una doble personalidad, hay dos poderes en su cuerpo. Algunas veces el Espíritu Santo envía poder desde el hombre interior del creyente, y a veces, los espíritus malignos dirigen su poder desde el hombre exterior del creyente. Algunas veces el Espíritu Santo expresa Su gracia, bendición y luz, y a veces los espíritus malignos exhiben su obra en el creyente, que son falsificaciones de la obra de Dios. Ellos harán que tenga visiones, que se ría exageradamente, que cante en voz alta, que llore con gemidos, o que sienta una alegría que recorre todo su cuerpo. En la actualidad hay un gran número de personas que sirven en la obra, las cuales tienen personalidad doble. Pero hay muy pocos que pueden discernir los espíritus. Satanás usará esta clase de personas para llevar a cabo su trabajo. Debido a que muchas de las cosas que hacen son espirituales y de Dios, los creyentes temen rechazar cosas que Satanás les presenta disimuladamente. Los creyentes hablarán sobre lo que ven de Dios en estas cosas y dirán que estas cosas son muy buenas. Olvidan que ésta es la obra de mezcla que efectúan los espíritus malignos.
Satanás siempre hace una obra llena de mezclas. El principio de todas sus obras es el de sembrar cizaña entre el trigo. El no solamente predica mentiras, sino también verdades, las cuales utiliza para anunciar sus mentiras a son de trompeta. Además, él está más dispuesto a predicar verdades que mentiras, a fin de que sus planes no salgan a la luz. Después de ganar terreno, cambiará la estrategia e invertirá la proporción. Podemos ver esta mezcla en muchas reuniones. Los creyentes deben aprender a discernir y a juzgar todas las cosas; de lo contrario, serán infectados por los obreros que tienen personalidad doble, caerán en la pasividad y serán poseídos por demonios.