Watchman Nee Libro Book cap.3 Cristo es todas las cosas y los asuntos espirituales
CRISTO ES EL PAN DE VIDA Y LA LUZ DE LA VIDA
CAPITULO TRES
CRISTO ES EL PAN DE VIDA
Y LA LUZ DE LA VIDA
Lectura bíblica: Jn. 6:35; 8:12
Ya mencionamos que Cristo es todos los asuntos y las cosas espirituales. Dios nos da a Cristo para que sea todas nuestras cosas y asuntos espirituales. Este es un aspecto crucial en nuestra vida espiritual. ¿Es nuestra experiencia sólo una experiencia o es Cristo? ¿Son nuestra justicia, nuestra santidad y nuestra redención simplemente justicia, santidad y redención o son Cristo? Con frecuencia hablamos del camino, pero es posible que el camino al cual nos referimos no sea Cristo; o hablamos de la verdad, pero no tenemos en cuenta que Cristo mismo es la verdad; inclusive, podemos referirnos a la vida, sin aludir a Cristo. Tenemos muchas cosas que no son Cristo. Este es el mayor problema espiritual entre los hijos de Dios. Decimos con nuestra boca que Cristo es el centro de todas la cosas, pero en la práctica conservamos muchas cosas que no son El como si ellas pudiesen ayudarnos en la vida cristiana. Debemos dejar a un lado este concepto erróneo, y estar conscientes de que Dios no desea que nos aferremos a muchas cosas presuntamente espirituales, que no son Cristo. En lo que Dios nos da en Su providencia hay cosas y asuntos, pero éstos son sencillamente Cristo. El es todas las cosas espirituales. El es nuestra justicia, nuestra santidad y nuestra redención; por eso Dios no nos da justicia ni poder para ser santos, ni nos concede una redención que sea sólo una cosa. Cristo es el camino, la verdad y la vida; así que Dios no nos da un camino aparte de Cristo que nosotros debamos seguir, ni una verdad que tengamos que comprender, y tampoco nos da una vida aislada, pues Cristo mismo es el camino, la verdad y la vida. Hermanos y hermanas, cuanto más avanzamos en el camino de Dios, más descubriremos que sólo hay una gracia entre las gracias de Dios. Hay un sólo don entre los dones de Dios. La gracia es Cristo, y el don es Cristo. Damos gracias a Dios por mostrarnos que Cristo lo tiene todo. Antes pensábamos que el Señor era solamente nuestro Salvador. Ahora podemos decir que El no sólo nos salvó, sino que también es la salvación. Esto es asombroso, pero es un hecho. Cuando fuimos salvos, creímos en el Señor Jesús como nuestro Salvador. Hoy podemos decir que el Señor Jesús también es nuestra redención y nuestra salvación. Y seguimos descubriendo que Cristo es todos los asuntos y las cosas espirituales.
Si pensamos que lo que el Señor Jesús nos da es diferente a El, y si pensamos que la gracia y el Dador son entidades separadas, estos dos errores nos causarán mucho perjuicio espiritual, pues nos apartarán de la fuente de la vida. Por consiguiente, necesitamos ver claramente que Cristo es todos los asuntos y cosas espirituales. En Juan 6:35 y en 8:12, el Señor afirma que El es el pan de vida y la luz de la vida. Examinemos en primer lugar en qué forma El es el pan de vida.
CRISTO ES EL PAN DE VIDA
El Señor Jesús, dirigiéndose a los que le buscaban en Capernaum para que El les diera comida, dijo: “Yo soy el pan de vida”. Esto significa que El no sólo nos da el pan de vida, sino que El es el propio pan de vida. El Dador y el don son la misma cosa, no dos entidades separadas. Damos gracias a Dios porque Cristo no sólo es el Dador, sino también el don de Dios.
¿Qué significa el pan en la Biblia? En la Biblia el pan denota satisfacción. El hambre muestra la insatisfacción del ser humano. A fin de ser satisfecho, el hombre necesita el pan. La fortaleza de los hijos de Dios depende de su satisfacción interior. Si estamos satisfechos, tenemos fuerzas, pero si estamos vacíos como una llanta desinflada, nadie puede arrastrarnos a la fuerza. No podemos decir que no tengamos vida, pero sí que carecemos de energía. Por lo tanto, la satisfacción nos trae fuerzas y nos faculta para caminar. Esta satisfacción nos hace sentir bien, aunque no sepamos cómo.
Veamos qué es el pan de los hijos de Dios. El Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida”. El nos da vida y además sustenta esa vida. Muchos creyentes piensan que su pan es una hora de oración o de lectura de la Biblia, y no saben que el pan es el propio Señor Jesús. No negamos que la oración y la lectura de la Biblia sean beneficiosas, pero debemos tener presente que el Señor Jesús dijo que El es el pan de vida. Esto significa que el pan de vida es El mismo. Muchas veces los hijos de Dios no hallan satisfacción debido a que ignoran este hecho. Con frecuencia encontramos gente hambrienta, personas que no hallan satisfacción en las cosas espirituales; ninguna de estas cosas les satisface, y constantemente están embargados por un sentimiento de insatisfacción. No instamos a las personas a que sean orgullosas ni se sientan satisfechas por ello, pues sabemos que el orgullo y la satisfacción propia son cosas muy distintas a comer y quedar satisfecho. Algunas personas han sido quebrantadas por Dios y viven en debilidad y temor delante de El. Ellas no son orgullosas, pero han tocado al Señor y están satisfechas. Hallaron una satisfacción ante Dios que viene a ser su poder.
¿Cómo podemos ser llenos y hallar satisfacción? Debemos comprender que la verdadera satisfacción procede de Cristo y se encuentra en la vida divina. Cristo es el pan de vida. Cuando tocamos la vida divina, inmediatamente sentimos satisfacción. Pero si ofendemos a la vida, desmayamos interiormente. Usemos ejemplos concretos para que veamos cómo puede ser satisfecho el hombre.
Algunos hermanos dicen: “He estado muy atareado en mi trabajo por más de un año, corriendo de acá para allá. He estado tan ocupado que todo mi ser está seco. Tengo hambre, y deseo ir a algún retiro espiritual”. Pero según Juan 4, vemos que estas palabras expresan un concepto erróneo. El Señor Jesucristo estaba cansado en el camino y se sentó junto al pozo de Jacob. Los discípulos habían ido al pueblo a comprar comida, lo cual indica que el Señor tenía hambre. Junto al pozo se encontró con una mujer de Samaria. La voluntad de Dios era que el Señor hablara con ella y la salvara, y el Señor así lo hizo. Cuando los discípulos regresaron con los víveres que habían comprado, le ofrecieron de comer al Señor, pero El les dijo: “Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis” (v. 32). Los discípulos pensaron que alguien le había traído alimentos. Así que el Señor les explicó: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe Su obra” (v. 34).
Vemos entonces que laborar para el Señor debe traernos satisfacción, no debe hacernos sentir hambrientos. La labor espiritual debería traernos satisfacción cada vez que nos embarcamos en ella. Si nos da hambre cuando laboramos, se debe a que algo está mal. Si nos sentimos débiles y vacíos después de haber laborado, o si nos sentimos a punto de desmayar, ello muestra que algo no está bien en nuestra obra. Si nuestro trabajo está dentro de la voluntad de Dios y si no buscamos nuestros propios intereses al laborar, no desmayaremos, sino que nuestra fuerza aumentará. Muchas veces no hay una preparación adecuada ante el Señor, y empezamos a laborar debido a que vemos que la necesidad es grande y a que otros nos instan a lanzarnos a la obra. Cuando laboramos bajo tales circunstancias, algo dentro de nosotros se agota, y quedamos exhaustos. Al finalizar aquello, no nos quedan fuerzas, porque algo no estuvo bien entre nosotros y el Señor. Cuanto más participamos en alguna labor que no esté en la voluntad de Dios, más hambre tendremos. Para estar satisfechos, tenemos que seguir la voluntad de Dios.
Debemos comprender que Cristo es nuestro pan; nuestro pan no consiste en retiros espirituales ni en doctrinas bíblicas. Nosotros no laboramos hasta quedar vacíos para luego buscar reposo; ni predicamos hasta que se nos acaban las enseñanzas, y luego buscamos temas nuevos de qué hablar; éste no es nuestro pan. Cristo es nuestro pan. Sea que estemos ocupados o no, si tenemos un mensaje y fortaleza interior, cada vez que nos pongamos de pie para proclamar a Cristo, no sólo serán satisfechos nuestros oyentes, sino también nosotros. Tal es el resultado de la obra del Señor en nosotros y en nuestra vida. Es por eso que tocamos al Señor. Después de que terminemos, nos sentiremos llenos, como si hubiésemos disfrutado una buena comida. Es un error pensar que la satisfacción es fruto de reposar, de oír mensajes o de ir a retiros espirituales. El alimento nos llega cuando permitimos que el Señor haga en nosotros lo que El desea. El está en nosotros. Toquemos Su vida, y quedaremos satisfechos.
En cuestiones espirituales, uno no es alimentado cuando está quieto, sino cuando está ocupado. Mientras laboramos somos sustentados. En lo espiritual, si andamos en la voluntad del Señor, cuanto más ocupados estemos, más comeremos. No desmayaremos por nuestro intenso horario, ni quedaremos vacíos por realizar tantas actividades. Creo que muchos hermanos y hermanas pueden dar testimonio de esto. Supongamos que usted habla con alguien, pero Dios no se ha movido en esa dirección, ni le ha dicho que haga tal cosa. Aunque usted habla con entusiasmo, a los cinco o diez minutos siente interiormente que algo no está bien. Puede tratar de cambiar la conversación porque se percata de que no puede seguir adelante. Después de terminar, se siente vacío. No hay nada mal en el mensaje que da, tiene la actitud correcta y hace lo posible por ayudar, pero lo extraño es que cuanto más habla, más vacío y exhausto se siente. Al sentarse siente como si hubiera cometido un gran pecado. En ocasiones se pueden ver ciertos resultados y puede pensarse que se hizo una buena labor, pero cuando esos sentimientos pasan, uno se siente vacío y agotado por dentro. Cuando uno hace algo por su propia cuenta, no importa cuánto éxito tenga exteriormente, por dentro se siente vacío. Hermanos y hermanas, ¿han tenido ustedes este sentir de vacío? Si su labor no se hace delante del Señor, si usted se conduce valiéndose de su propia fuerza, y si no sigue con temor al Señor, aunque tenga las mejores intenciones, se sentirá vacío y carente de vigor espiritual. Sentirá que cuanto más labora, menos sentido tienen las cosas y más grande se hace el vacío. En tal caso, cuanto más hablan los demás de lo bien que usted predicó, peor se siente por dentro, y cuanto más lo alaban y le dicen cuánta ayuda recibieron con su mensaje, más se aborrece a sí mismo, y de todas maneras queda con hambre. Esto muestra que su obra no es ningún pan, puesto que no lo satisface. Aquellos que conocen el pan hallan satisfacción en el Señor. Sólo Cristo es el pan de vida, y sólo El puede satisfacerlo a uno. Uno siente hambre después de llevar a cabo cualquier actividad, si ésta no lo pone a uno en contacto con el Señor; pero si uno toca al Señor, si toca la vida, y si toca la realidad espiritual, podrá decir, por ocupado que esté: “Te doy gracias y te alabo Dios, porque tengo pan. El Señor es mi pan”. ¿Ha visto usted esto? Esto no es nada exterior. Lo que cuenta no es lo que uno haga, adónde vaya, qué predique ni cuánto tiempo haya pasado en actividades devocionales; lo que importa es si tocó al Señor interiormente. Quienquiera que toque al Señor hallará satisfacción.
Algunos hermanos podrían decir: “¿Qué debo hacer? El Señor no me llamó a predicar en ningún lugar. Quienes dan mensajes y predican tienen la oportunidad de ser saciados, pero yo no soy un predicador profesional, ¿he de pasar hambre entonces?” Tal vez estemos llevando a cabo una pequeña tarea; quizá sólo enunciemos diez o veinte oraciones al conversar con un inconverso, pero entre tanto que esto se haga según la operación que el Señor lleva a cabo en nosotros, nos sentiremos aliviados y satisfechos cuando lo hayamos hecho. El Señor nos da una comisión, y cuando nosotros la cumplimos, nos sentimos satisfechos y alimentados. Por consiguiente, los que laboran en la obra del Señor a tiempo completo no tienen el derecho exclusivo de ser alimentados; todos tenemos esa oportunidad. Diariamente tenemos la posibilidad de comer y de ser saciados, pues Cristo es nuestro pan, y cuando le tocamos, recibimos el pan.
Quisiera usar un ejemplo más profundo. Con frecuencia nos ocupamos de algo si es bueno o espiritual, pero no nos preguntamos si es la voluntad del Señor. Cuando lo efectuamos, nos sentimos vacíos. Sólo podemos ser satisfechos cuando seguimos al Señor. En cierta ocasión un hermano vio que otro hizo algo malo. Más de una vez sintió la urgencia de hablar con el hermano para esclarecerle el asunto y para que se diera cuenta de que su conducta no edificaba sino que traía corrupción. Sin embargo, en su deseo de tratar con suavidad al hermano, decidió sonreírle y hablarle con delicadeza para corregirlo. Pero al hablar en ese tono, se sintió como un vaso con un agujero por el que se escapaba todo el contenido. A los ojos del hombre, él obró admirablemente, pues fue gentil e hizo lo posible por no causar ningún daño. Parecía que había hecho una buena obra, mas él mismo se sintió vacío e insatisfecho. A los dos o tres meses, todavía se sentía mal delante del Señor, y oró pidiendo luz. Le dijo al Señor que le mostrara en qué había errado y le dijo: “Señor, haré lo que Tú quieras”. El Señor oyó su oración y le indicó lo que debía hacer. Más tarde, cuando aquel hermano vino a él, le reprendió con severidad. Este hermano, por su forma de ser, se sentía mal durante varios días, cuando hablaba ásperamente, pero lo extraño del caso fue que en esta ocasión, al dirigirse al otro hermano con rigidez, sintió la aprobación del Señor, y no tuvo que arrepentirse luego por haber tratado así al hermano, lo cual solía hacer en casos similares; por el contrario, alababa al Señor. Después de reprender al hermano, sintió como si hubiese ingerido una buena comida. Esto no significa que podemos reprender a los demás todo lo que nos plazca, pues no está bien reprender a nadie según nuestro parecer. Si obramos en conformidad con la voluntad del Señor, sentiremos satisfacción y seremos fortalecidos. Esto nos muestra el hecho de que el bien que podamos hacer por nuestra cuenta no es nuestro pan. Quizá pensemos que en tanto que seamos amables y tengamos tacto todo saldrá bien. Pero la experiencia nos dice que aunque actuemos delicadamente, aquello no deja de ser una acción de nuestro hombre exterior y, por ende, es sólo una imitación y no puede ser nuestro alimento. Solamente podemos ser alimentados cuando el Señor actúa en nuestro interior y nos induce a actuar según Su voluntad. Cuando tocamos la vida, recibimos el alimento, y cuando tocamos al Señor hallamos satisfacción.
CRISTO ES LA LUZ DE LA VIDA
El Señor no sólo dijo que El es pan de vida, sino que también dijo que El es la luz de la vida. El alimento produce satisfacción, mientras que la luz es indispensable para ver. Cuando uno está satisfecho, tiene fortaleza, y cuando uno ve, puede avanzar. Ya dijimos que Cristo es el pan de vida. Ahora examinemos el hecho de que El es la luz de la vida.
En primer lugar, debemos hacer notar que la luz de la vida no equivale al conocimiento bíblico. Sabemos que como creyentes debemos leer la Biblia como corresponde, pero si la leemos como un libro en el cual hallamos conocimiento o como un texto de teología, sólo obtendremos información. Si la leemos de ese modo tal vez descubramos doctrinas muy bíblicas, pero no pasarán de ser letra. Cuando el Señor nació en Belén, muchos sacerdotes y escribas podían recitar de memoria los libros de los profetas, pero no conocían a Cristo. En la actualidad, aunque tengamos el Nuevo Testamento, el cual ellos no tenían, podemos, de la misma manera, conocer sólo la letra sin conocer a Cristo. Esto no significa que no debamos leer la Biblia, sino que debemos comprender que al leerla, es posible extraer de ella simple conocimiento, en vez de conocer a Cristo. Muchos sacerdotes y escribas sólo tenían conocimiento muerto, y desconocían al Salvador vivo. Muchas personas piensan que la luz de la vida es otra expresión para referirse al conocimiento, a las doctrinas, a la teología o a los dogmas eclesiásticos. Algunos aseveran haber recibido luz, pero la luz a la que se refieren no es necesariamente la luz de la vida, sino una simple interpretación de algunos versículos o alguna enseñanza. En el mejor de los casos, sólo podrán comunicar algo más de conocimiento bíblico. La luz de la vida no es conocimiento ni nada que esté fuera del Señor mismo. El Señor dijo que El es la luz de la vida; por consiguiente, dicha luz es el propio Señor.
Mucha gente puede decirnos que por experiencia lo que ven en la luz de la vida es difícil de enunciar. Es interesante que aquellos que ven la luz, la ven pero no hallan palabras para describir lo que vieron. En cierta ocasión alguien le dijo a una hermana que examinara si era salva y le hizo algunas preguntas, a lo cual ella respondió: “Cuando yo recibí al Señor, no sabía qué era aquello, pero estaba consciente de haber sido salva”. Esta respuesta es válida. Ella había sido salva en verdad, pero no podía explicar cómo había sucedido aquello. Cuando la luz nos llega, es posible que no podamos comunicar a otros muchas doctrinas; tal vez pasen dos o tres años antes de que podamos explicar ciertas enseñanzas. Tal luz es el Señor mismo. Cuando vemos al Señor, vemos la luz.
¿Qué diferencia hay entre ver la luz y no verla? ¿Qué cambio habrá si vemos la luz? La diferencia es enorme. Si verdaderamente vemos la luz, caeremos por tierra. La luz no sólo nos ilumina sino que también nos mata. Antes de que Pablo recibiera aquel resplandor, no era fácil hacerlo postrar en tierra. Pero cuando lo rodeó ese resplandor, cayó en tierra. Algunas personas desean ser humildes, y procuran diligentemente ser humildes y tratan de hablar y de conducirse de ese modo. Tal humildad es bastante agotadora; inclusive agota a los demás. Es como el caso de un niño que toma en su mano un diccionario voluminoso, el cual tal vez no sea demasiado pesado, pero si le es agotador llevarlo de un sitio a otro. A un hombre orgulloso no les es fácil ser humilde, pero cuando la luz del Señor lo ilumina, cae inmediatamente a tierra y no puede describirla.
Las enseñanzas no pueden derribar a un hombre. Una persona puede oír ocho o diez enseñanzas y ser capaz de recitarlas con claridad y, aun así, seguir siendo la misma. Un mensaje que debería hacer aflorar las lágrimas de uno, sacar a la luz su vida carnal y hacer que se postre sobre sus rodillas en arrepentimiento, puede convertirse en un tema de estudio, y aún así, uno puede pensar que recibió algo espiritual. Cuando una doctrina o un mensaje es apenas una cosa, el resultado es muerte, y no es luz. Un hermano estaba tan contento después de oír un mensaje sobre Romanos 6 que pensó que había recibido la luz contenida allí, pero a los pocos días, tuvo una seria discusión con su esposa. El capítulo de Romanos que vio era una cosa; era letra y no luz. Si lo que vio hubiese sido luz, no habría vuelto a ser el mismo. Habría caído por tierra ante aquella luz, pues ésta traspasa y puede hacer lo que el hombre no puede. Una enseñanza jamás podría causar ese efecto, como tampoco pueden hacerlo los hermanos ni nuestro propio esfuerzo. Pero tan pronto como la luz resplandece, todo se soluciona. Podríamos decir que somos bastante obstinados, pero cuando nos ilumina la luz, cedemos. Cuando Juan vio la luz, quedó como muerto (Ap. 1:16-17). Cuando Daniel vio la luz, cayó postrado en tierra como muerto (Dn. 10:5-9). Nadie puede ver al Señor cara a cara sin caer postrado, y nadie puede ver al Señor sin quedar como muerto. Es difícil hacernos morir o humillarnos, pero cuando la luz viene, todo cobra sentido. La luz del Señor nos mata, y cuando uno la recibe, cae a tierra.
El Señor Jesús es la luz; por consiguiente, cuando un hombre conoce al Señor, llega a ver, y cuando se encuentra con El, cae en tierra y queda débil como si estuviera muerto. En muchos casos, la personalidad vieja y obstinada no ha sido quebrantada y es inútil tratar de ponerle fin a la personalidad por nuestra cuenta. Pero cuando la luz del Señor ilumina al hombre, éste recibe la vista, y la luz lo quebranta. Cuando uno ve al Señor, se debilita, es quebrantado y no sobrevive. Esta es la importancia de la luz. Jamás debemos substituirla por ninguna otra cosa. Lo que normalmente llamamos luz no es necesariamente luz, sino que generalmente son doctrinas que llamamos verdades y que no tienen ningún valor espiritual para nosotros. Una vez un hermano que amaba mucho al Señor se encontró con un hombre que le dijo: “Estoy muy contento porque hoy comprendí la doctrina de lo que es el pecado según Romanos”. El hermano respondió: “Amigo, ¿hallaste sólo la doctrina sobre el pecado en Romanos? Creo que hace mucho tiempo deberías haber descubierto en ti mismo la realidad de lo que es el pecado”. Muchos buscan doctrinas, pero no han visto la realidad. Las doctrinas no son más que palabras y, por ende, son inertes; no son luz ni vida, ni son Cristo.
Cuando la luz llega, lo primero que hace es matar. No debemos pensar que la luz sólo nos da la vista, ya que cuando ella viene, lo primero que hace es quitarnos la vista. La luz sí nos hace ver, pero eso vendrá más adelante. Al principio nos deja ciegos y nos hace caer hacia atrás. Si no nos hace caer por tierra, ni nos humilla, no es luz. Pablo fue rodeado de una luz y cayó a tierra; sus ojos no pudieron ver nada por tres días (Hch. 9:8-9). Cuando recibimos la luz por primera vez, quedamos confusos, como cuando alguien sale de la oscuridad a una luz intensa y no puede distinguir nada; todo se le confunde. Aquellos que tienen confianza en sí mismos y son autosuficientes necesitan que Dios tenga misericordia de ellos, pues no han visto la luz. Lo único que conocen es doctrinas y teorías. Mas cuando vean la verdadera luz, dirán: “Señor, ¿qué sé yo? No sé nada”. Cuanto mayor sea la revelación, más ciego queda uno y más severo es el golpe que recibe. La luz derriba a la persona y hace que sea humilde; sólo entonces recibe la vista. Si nunca hemos sufrido un golpe certero ni hemos sido humillados, y si no hemos estado confusos ni sentido que no sabemos nada, nunca nos hemos encontrado con la luz y todavía estamos en tinieblas. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que Su luz nos libre de la confianza que tenemos en nosotros mismos y nunca pensemos que nosotros tenemos la razón, que no nos equivocamos y que sabemos mucho. Que podamos decir: “Señor, Tú eres la luz. Ahora sé que lo único que había visto eran cosas y nada más”.
La luz no es abstracta; al contrario, es muy concreta. El Señor Jesús es la luz. Cuando El estaba entre nosotros, era la luz entre nosotros; la luz misma andaba en medio nuestro. Es una lástima que muchos creyentes sólo tengan cosas abstractas, pues oyen doctrinas solamente. Debido a esto, no han recibido verdadera ayuda.
Un hermano estudiaba en una escuela provincial cuando era joven. Iba a la iglesia con cierta frecuencia y oía reiteradas veces la doctrina de la salvación. Aún así, no había conocido a nadie que fuese salvo, y él mismo tampoco lo era. Un día un hermano le predicó el evangelio. Cuando lo oyó, fue salvo. No había sido salvo antes, porque sólo había escuchado doctrinas abstractas. Aquel día, conoció a alguien que había sido salvo verdaderamente; así que conoció algo concreto y fue salvo.
Cierto hermano relató lo que experimentó al estudiar la Biblia. Dijo lo siguiente: “Yo había oído a muchos hermanos hablar de la santificación, y también estudié el tema por mi cuenta. Encontré en el Nuevo Testamento más de doscientos versículos al respecto, los cuales organicé y memoricé sistemáticamente. Con todo y eso, no sabía lo que era la santificación; era una palabra sin sentido para mí. Mas un día conocí a una hermana de edad avanzada que había sido verdaderamente santificada. En esa ocasión, mis ojos fueron abiertos, y vi lo que es la santificación. Conocí a una persona que había experimentado la santificación. La luz fue tan brillante que dolía; cuando llegó a mí, no me pude escapar. La luz me mostró el significado de la santificación”.
A partir de estas experiencias podemos inferir que la luz es concreta, viva y eficaz. Si uno sólo comunica doctrinas, los oyentes sólo recibirán teorías abstractas e inertes. Esto no transmite la luz de la vida. La luz de la vida brillará en las vidas de los creyentes y por medio de ellos. Tengamos presente que la luz es concreta en el Señor Jesús. Por lo tanto, en nosotros también debe ser concreta. Dicha luz es una persona viva. Cuando se nos presenta, también es algo vivo en nosotros.
Hermanos y hermanas, ¿por qué la Palabra de Dios parece haber perdido Su poder en la actualidad? ¿Por qué da la impresión de ser débil y abstracta? Esto se debe exclusivamente a que hay demasiadas doctrinas. Hay demasiadas “verdades” y demasiado conocimiento teológico. Debemos comprender que sólo el Señor vivo puede producir personas vivas. Que el Señor verdaderamente tenga misericordia de nosotros y nos muestre paulatinamente que las cosas carecen de vida, y que sólo el Señor está vivo. Entre el pueblo cristiano hasta las cosas más bonitas, las palabras más bellas y aquello que el hombre considera más espiritual carece de vida si está fuera de Cristo. El Señor mismo debe ser el todo para nosotros. El mismo lo es todo. Sólo El es el Viviente, y lo es en nosotros. Cuando lo comunicamos a los demás, también será viviente para ellos. Que el Señor nos conceda Su misericordia para que nos postremos delante de El. Entonces, le conoceremos de una manera diferente a como le conocíamos antes.