Watchman Nee Libro Book cap.29 El hombre espiritual

Watchman Nee Libro Book cap.29 El hombre espiritual

UNA VIDA CENTRADA EN LOS SENTIMIENTOS

SÉPTIMA SECCIÓN

CAPÍTULO CUATRO

UNA VIDA CENTRADA EN LOS SENTIMIENTOS

LA EXPERIENCIA DEL CREYENTE

Cuando la relación de los creyentes con el Señor se basa en el amor, ambos hallan plena satisfacción. Por lo general, estos creyentes llevan una vida llena de sentimientos. Estas experiencias son muy valiosas para ellos, pues las obtienen después de ser librados del pecado y antes de experimentar una vida espiritual de mayor entrega. Debido a su falta de conocimiento espiritual suponen que esta clase de experiencia es muy espiritual y muy celestial, ya que se presenta después de haber sido librados del pecado y además les proporciona mucho gozo. El deleite que concede les satisface tanto que encuentran difícil prescindir de ellas.

El creyente que experimenta una vida llena de sentimientos siente tanto la proximidad del Señor que casi puede tocarlo. Experimenta tanto la dulzura del amor del Señor que siente que lo ama profundamente. Parece que un fuego arde en su corazón y disfruta una felicidad indecible que lo hace sentir como si ya estuviera en los cielos. Lo que se encuentra en su corazón le produce un sentimiento tan placentero que estima que posee un tesoro invaluable. Este sentimiento permanece con él a donde quiera que va y en todo lo que hace. Cuando el creyente pasa por estas experiencias, no tiene idea de dónde se halla, y parece que se ha remontado fuera de este mundo hasta donde moran los ángeles.

En esos momentos la lectura de la Biblia es muy deleitosa. Cuanto más lee, mayor es la alegría. La oración también se vuelve fácil y le es grato expresar sus sentimientos al Señor. Parece que cuanto más ora, más brilla la luz del cielo. Puede tomar muchas decisiones delante del Señor, lo cual indica lo mucho que lo ama. Le encanta la quietud y la soledad para poder encontrarse cara a cara con el Señor. Si pudiera, cerraría su puerta para siempre a fin de tener una comunión ininterrumpida con el Señor. Es tanta su felicidad que ni las palabras ni lo que pudiera escribir bastarían para describirla. Antes le gustaba vivir entre las multitudes buscando algo que satisficiera sus necesidades; pero ahora anhela la soledad, porque lo que pueden ofrecerle las multitudes jamás podría compararse con el gozo que recibe cuando se halla a solas con el Señor. Desea estar a solas por temor a perder entre las multitudes su inefable gozo.

Durante estas experiencias es muy fácil laborar para el Señor. Antes no tenía mucho que decir a los demás, pero ahora se deleita hablando del Señor porque el fuego del amor arde en su corazón. Cuanto más habla, mejor se siente. Siente tanto la cercanía del Señor que está dispuesto a sufrir por El, y se regocija ante la idea del martirio. Durante este tiempo, las cargas se hacen ligeras y las dificultades, insignificantes.

Cuando el creyente experimenta esto, su conducta cambia. Tal vez le gustaba hablar mucho, pero ahora, auxiliado por sus sentimientos, puede permanecer en silencio. Cuando ve que otros hablan demasiado, secretamente los censura. Quizá antes era frívolo, pero ahora es sobrio; cuando ve en otros la falta de piedad en ciertos aspectos, los condena severamente. Cuando el creyente pasa por esta experiencia, es más sobrio en su conducta. Además, desarrolla un sentido de crítica muy agudo que le permite ver claramente las deficiencias de los demás.

Secretamente se compadece de los demás, ya que piensa que no tienen la misma experiencia que él. Piensa que su felicidad es tan grande que le da lástima que sus hermanos y hermanas no puedan comprenderlo. Cuando los ve quietamente sirviendo al Señor, piensa que sus vidas son aburridas. Sólo una vida como la suya, llena del gozo de Dios, puede ser una vida elevada. Le parece que los demás creyentes sólo andan en el valle mientras él se remonta a las cumbres de las montañas.

¿Dura mucho esta experiencia? ¿Puede uno sentirse así todos los días y ser feliz durante toda la vida? Muchos creyentes no pueden sostener esta experiencia por largo tiempo. Lo que más aflige al creyente es que, por lo general, por lo menos al mes o a los dos meses de haber gozado esta experiencia, todo se termina. Una mañana se levantan como de costumbre a leer la Biblia, pero el gusto que tenían se esfumó. Tal vez oren, pero después de proferir algunas frases se les acaban las palabras; sienten que perdieron algo. Antes parecía que los demás se quedaban atrás espiritualmente; pero ahora sienten que están en la misma condición de los demás. Su corazón se enfrió; el sentimiento anterior de un fuego ardiendo interiormente desapareció, y no tiene idea a dónde se fue. No siente la presencia del Señor ni Su cercanía; Dios está tan distante que no sabe cómo encontrarlo. Cuando sufre, siente el dolor y no halla gozo alguno. Ya no encuentra placer en predicar; después de emitir algunas oraciones, no siente deseos de continuar. En resumen, todo le parece oscuro, seco, frío y estéril. Parece que el Señor lo abandonó en una tumba sin nada que consuele su corazón. Perdió la esperanza que tenía de una felicidad permanente.

En esta etapa el creyente pensará que pecó y que Dios lo abandonó. Esto explicaría por qué el Señor ya no está con él. Examina su conducta para determinar en qué ofendió al Señor, y espera que después de confesar sus faltas, el Señor regresará y nuevamente lo llenará, y recobrará la relación y la felicidad que tenía antes. Pero al examinarse no encuentra ningún pecado en particular; todo es casi igual que antes, nada cambia, y no entiende a qué se deba que esté en esa condición. No sabe qué hizo para que Dios lo abandonara, ¿por qué las cosas no eran así antes? Si no ha pecado, ¿por qué se apartó el Señor? No tiene respuesta a nada de esto. Simplemente supone que ofendió al Señor en algo y que el Señor lo abandonó. Satanás también viene y lo acusa, haciéndole creer que pecó; por lo cual clama pidiéndole al Señor que lo perdone y espera así recobrar lo que perdió.

Sin embargo, esta clase de oración es ineficaz. No sólo es incapaz de recobrar lo que piensa que perdió, sino que con el paso de los días se siente más seco y más frío. Lo que hace no le trae ningún gozo ni interés. Aun sus oraciones son forzadas. Antes podía orar sin detenerse 

por horas; ahora sólo ora unos pocos minutos, y hasta eso se le dificulta. Siente que sus oraciones no son ni siquiera oraciones. Su lectura de la Biblia se le ha vuelto insípida. Anteriormente cuánto más leía más disfrutaba; ahora el libro sagrado parece un campo pedregoso donde no encuentra nada. No encuentra placer alguno al relacionarse con las personas o con las cosas. Aunque lleva a cabo lo que considera un deber cristiano, todo es seco y forzado.

Debido a todo esto, muchos creyentes vuelven atrás. En muchos casos, saben cuál es la voluntad de Dios, pero han caído en un estado tan penoso que no les interesa. Descuidan sus obligaciones porque cada día son más fríos. Su conducta, que había cambiado mientras vivían en sus sentimientos anteriores, vuelve a reaparecer. Anteriormente sentían pena por quienes no se comportaban como ellos; ahora se hallan en la misma condición que ellos, son tan parlanchines, frívolos, bromistas y les gustan las diversiones como antes. Aunque habían experimentado un cambio, lo han perdido.

Cuando el creyente deja de ser feliz, piensa que todo se ha perdido. Si no puede sentir la presencia del Señor, piensa que se debe a que el Señor ya no está con él. Si no puede sentir la dulzura del Señor, piensa que se debe a que lo ha ofendido. Después de un tiempo, parece que no sabe dónde está Dios. Si a su corazón todavía le quedan fuerzas, tratará con vehemencia recobrar lo que perdió. Aunque ama al Señor y desea estar cerca de El, no puede sentir el amor del Señor, ¿cómo puede uno soportar tal cosa?.

Si en su desánimo no vuelve atrás, seguirá buscando a Dios. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos no podrá librarse de este estado de desolación. Inclusive para conservar una conducta recta requiere un gran esfuerzo. En su corazón, en secreto, se reprocha a sí mismo su hipocresía, ya que pone buena cara cuando su condición interior es otra. A pesar de lo que trata de aparentar y de su esfuerzo, no llega a ninguna parte; parece que todo lo lleva al fracaso, y eso sólo sirve para aumentar su aflicción. Si alguien lo elogia, se siente avergonzado porque los demás no se dan cuenta de las tinieblas tan inmensas que hay en su corazón. Si alguien lo reprende, siente que esa persona tiene razón, y reconoce su debilidad. Desea el crecimiento y la comunión dulce que los demás tienen con el Señor. Siente que todos los que lo rodean son virtuosos y fuertes, pero él no.

¿Ha de continuar para siempre esta condición desoladora o se recupera la experiencia inicial? Sí, después de un tiempo se recobrará. En unas pocas semanas, repentinamente sus sentimientos anteriores regresarán. Puede suceder después de escuchar alguna predicación, o después de orar fervientemente, o tal vez en la mañana mientras lee la Biblia, o a media noche al despertar meditando en el Señor. La duración de esta etapa varía, pero la felicidad regresará.

Sólo entonces la condición que se había perdido es recobrada del todo. La presencia del Señor vuelve a ser muy agradable, el amor en su corazón vuelve a arder como antes; la oración y la lectura de la Biblia son deleitosas; el Señor mismo es tan deseable y accesible que casi lo puede tocar. Acercarse a El no es una carga, sino que vuelve a ser el placer de su corazón. Todo ha cambiado; las tinieblas se disiparon y terminaron los sufrimientos y la desolación; ahora sólo hay luz, gozo y refrigerio. El creyente, pensando que el Señor lo abandonó por haber sido infiel, después de recobrar al Señor, piensa que debe ser diligente 

para preservar lo que ha recuperado, a fin de no volver a perderlo. Vigila su conducta más que nunca. Diariamente sirve al Señor lo mejor que puede, esperando mantener su gozo y no volver a caer.

Aunque es fiel y diligente, el Señor sorpresivamente, después de un tiempo, lo vuelve a abandonar. De nuevo sus sentimientos de felicidad desaparecen, hundiéndose una vez más en un estado de aflicción, tinieblas y desolación.

Si examinamos esta historia, descubriremos que después de que una persona ha sido librada del pecado y ha entrado en una comunión íntima con Dios, tiene esta experiencia con cierta frecuencia. Al principio, el Señor le permite sentir Su amor, Su presencia y un gran gozo, pero después de un tiempo, estos sentimientos desaparecen. Cuando regresan, el creyente recobra una vez más el gozo, pero luego vuelve a desaparecer. Por lo general, el creyente experimentará este mismo ciclo varias veces en el transcurso de su vida. Esto no le sucede a un creyente que es carnal y que no ha aprendido a amar al Señor. Sólo cuando el creyente ha avanzado y ha aprendido a amar al Señor, podrá pasar por esto.

EL SIGNIFICADO DE ESTA EXPERIENCIA.

El creyente que pasa por esta experiencia piensa que su espiritualidad llega a la cumbre cuando disfruta la presencia del Señor y siente que lo ama, y que está en el valle más bajo cuando pierde el deleite y se siente en tinieblas, seco y desanimado. A menudo el creyente habla de su propia vida como una vida de altibajos. En otras palabras, es espiritual cuando puede sentir que su corazón arde, y es anímico cuando siente que su corazón se enfría. Es muy común que los creyentes tengan esta idea, pero ¿es verdad esto? Todos estos pensamientos se basan en una interpretación equivocada. Si no tenemos una comprensión adecuada al respecto, erraremos el blanco por completo.

El creyente debe saber que los sentimientos serán parte del alma por la eternidad. Cuando su vida se rige por sus sentimientos, independientemente de cuáles sean, él es un anímico. Cuando está contento y siente que ama al Señor y siente Su presencia, en realidad está viviendo basándose en los sentimientos. Cuando se siente seco, triste y en tinieblas, también está viviendo por los sentimientos. Tan anímico es cuando se siente seco, triste y en tinieblas, como cuando se siente nutrido, contento y lleno de luz. La vida espiritual nunca se regula por los sentimientos ni depende de ellos. La vida espiritual debe regular los sentimientos, y no a la inversa. Hoy día es muy común que lo que se experimenta en los sentimientos se tome erróneamente como si fuera espiritual. Muchos creyentes nunca han experimentado una vida espiritual verdadera, así que cuando se llenan de felicidad, se imaginan que eso es una experiencia espiritual. No saben que todos los sentimientos son igualmente anímicos. La experiencia espiritual se tiene en la intuición, y todo lo demás es anímico.

He aquí el peor error de los creyentes. El efecto de la parte emotiva les hace sentir que ascendieron hasta los cielos, piensan que poseen una vida ascendida, sin darse cuenta de que eso es sólo algo que ellos sienten. Cuando sienten la presencia del Señor, piensan que lo poseen a El, y cuando dejan de sentirla piensan que el Señor los abandonó. No se dan cuenta de que todo eso son sólo sentimientos. Los hechos no necesariamente concuerdan 

con nuestros sentimientos, porque éstos no son dignos de fiar. En realidad, el creyentes es el mismo sea que lo sienta o no. Tal vez sienta que está progresando cuando realmente no es así; o tal vez sienta que está retrocediendo sin que ése sea el caso. Sólo se trata de sus sentimientos. Si tiene sentimientos positivos, cree que ha progresado. No sabe que debido a que aún es anímico, su avance es sólo un arrebato de sus emociones. Cuando sus sentimientos se aquieten, descubrirá que sigue siendo el mismo. El efecto de las emociones ayuda a la persona anímica a avanzar, pero el poder del Espíritu Santo ayuda al hombre espiritual a ir adelante. De estos dos casos, sólo el poder del Espíritu Santo puede verdaderamente ayudar a la persona a seguir adelante.

LOS OBJETIVOS DE DIOS.

¿Por qué le da Dios al creyente tales sentimientos y luego los retira? Dios tiene cierto propósito al hacer esto. Es lamentable que el creyente no comprenda a Dios.

Dios concede felicidad al creyente con el fin de acercarlo a El; usa Sus dones para atraerlo a Sí. Espera que Sus hijos comprendan cuánta gracia tiene para ellos y cuánto los ama, para que crean en Su amor en cualquier circunstancia. Lamentablemente, los cristianos aman a Dios sólo cuando sienten Su presencia, y lo olvidan en el momento en que dejan de sentirlo.

Dios trata de esta manera al creyente con el propósito de que éste se conozca a sí mismo. En la vida del creyente, la lección más difícil de aprender es la de conocerse a sí mismo, su corrupción, su vanidad, su pecado, y reconocer que en él no hay nada bueno. Esta es una lección que dura toda la vida. Cuanto más aprende, más profunda llega a ser la lección y más descubre cuán corrupta es su vida y su naturaleza a los ojos de Dios. Aún así, es una enseñanza que el creyente no está dispuesto a aprender, ni su naturaleza puede captarla. Por consiguiente, Dios emplea muchos medios para enseñarle a conocerse a sí mismo. Entre los muchos métodos que usa, el más importante es darle el sentir de gozo para luego retirárselo. Por medio de esta dolorosa experiencia, el creyente empieza a conocer su propia corrupción. En medio de la desolación, llegará a ver en qué forma usó mal del don de Dios, cómo se ensalzó a sí mismo y menospreció a los demás, y la forma en que muchas veces actuó por medio del estímulo de la emoción en vez de hacerlo por el espíritu. Esto lleva al creyente a ser humilde. Si hubiera comprendido esta experiencia, se habría conocido a sí mismo y no habría deseado con todo su corazón retenerla pensando que era lo mejor que podría experimentar. Dios desea que el creyente sepa que no glorifica más Su nombre cuando está lleno de gozo que cuando está lleno de sufrimientos y que no progresa más cuando se encuentra en luz que cuando se encuentra en tinieblas. En cualquier caso, su vida es igual de corrupta.

La intención de Dios es que el creyente venza lo que lo rodea. El creyente no debe permitir que lo que suceda a su alrededor afecte su vida. Todo aquel que cambia a medida que cambian sus circunstancias carece de una experiencia profunda en el Señor. Sabemos que las circunstancias sólo afectan nuestras emociones, las cuales a su vez producen un cambio en nuestra conducta. Así que para vencer nuestras circunstancias tenemos que vencer nuestras emociones, nuestros sentimientos. Esto es crucial. Todo aquel que quiera vencer el ambiente que lo rodea debe estar por encima de sus sentimientos fluctuantes. Si no vencemos los constantes cambios de nuestros sentimientos, no podremos vencer nuestro 

entorno, porque nuestros sentimientos nos zarandearán a medida que éste cambie. Tan pronto como el ambiente cambia, nuestros sentimientos lo sienten y fluctúan, y nuestra vida se acoplará a ellos. Así que para vencer nuestro ambiente, debemos remontarnos por encima de nuestros sentimientos.

El Señor permite que el creyente tenga diferentes sentimientos para que aprenda a vencerlos y, como resultado, venza su entorno. Si es capaz e vencer sus sentimientos fuertes y contradictorios, sin duda vencerá cualquier circunstancia. De esta manera, andará con paso firme, y su vida será estable. De lo contrario, será arrastrado por las olas. Dios desea que el comportamiento del creyente sea el mismo cuando tenga sentimientos positivos que cuando no sienta nada. Quiere que le sirva fielmente, que tenga comunión con El, que labore, ore y lea la Biblia independientemente de sus sentimientos. El no desea que la vida de Sus hijos oscile en conformidad con los cambios de los sentimientos. Si es llamado a servir con fidelidad o a interceder por los demás, debe hacerlo con el mismo fervor tanto en la alegría como en la aflicción. No deben ser de cierta manera cuando se sienten refrescados y dejar de serlo cuando se sienten secos. Si el creyente no puede vencer los diferentes sentimientos que brotan en su propia vida, tampoco podrá vencer las diversas circunstancias.

Otro de los objetivos que Dios tiene al relacionarse con nosotros de esa manera es adiestrar la voluntad del creyente. Una vida espiritual genuina no es una vida regida por los sentimientos sino por la voluntad. La voluntad del hombre espiritual ha sido renovada por el Espíritu Santo; espera la revelación y los planes del espíritu y luego ordena a todo su ser para que obedezca tal revelación. Sin embargo, la mayoría de los creyentes tienen una voluntad tan débil que no pueden llevar a cabo lo que se proponen; o bien, bajo la influencia de las  emociones, rechazan la voluntad de Dios. Es muy importante enseñarle a la voluntad a ser fuerte.

Cuando las emociones del creyente son estimuladas, avanza fácilmente, pero cuando no siente nada, encuentra difícil avanzar debido a que sus sentimientos no lo apoyan, y tiene que confiar en su voluntad para tomar las decisiones. La intención de Dios es que nuestra voluntad sea fuerte, y que nuestros sentimientos no sean estimulados. Debido a eso, con frecuencia permite que el creyente se sienta seco, insípido y estéril a fin de que emplee su voluntad mediante la fuerza de su espíritu para que haga precisamente aquello que hacía durante los períodos en que era estimulado por las emociones. Cuando está contento y animado, sus emociones son las que llevan a cabo la obra; pero ahora Dios quiere que su voluntad actúe en lugar de la parte emotiva. Sin la ayuda de los sentimientos, la voluntad gradualmente es fortalecida mediante el ejercicio. Muchos creen erróneamente que su vida espiritual está en la cumbre cuando sienten muchas cosas, y que se arrastran por el valle cuando no sienten nada, sin saber que la vida espiritual es vivida por el espíritu mediante la voluntad. Cuando el creyente no tiene ningún sentimiento, el grado al cual viva por su voluntad es el grado de realidad que tiene. Lo que vive durante los períodos de sequedad constituyen su verdadera vida espiritual.

Además, Dios tiene otro objetivo al quebrantar al creyente: desea conducirlo a una vida más elevada. Si examinamos cuidadosamente las experiencias del creyente, veremos que el Señor lo guía cada vez a un nivel más elevado en su senda espiritual. Primero le permite 

vivir rigiéndose por lo que siente, podríamos decir que después de cada etapa, con sus sentimientos correspondientes, avanza un poco más en su senda espiritual. Primero Dios permite que el creyente por medio de sus sentimientos sepa cuál es Su voluntad para con él. Después retira todo sentimiento para que el creyente lleve a cabo, por medio de su espíritu y con su voluntad, lo que anteriormente había percibido con sus sentimientos. Si su espíritu puede avanzar mediante su voluntad, sin tomar en cuenta lo que le digan sus sentimientos, verá un verdadero progreso en su vida espiritual. Esto es confirmado por nuestra experiencia. Cuando experimentamos los altibajos de la vida espiritual, concluimos que no hemos avanzado, ya que el avance y el retroceso se eliminan mutuamente; pero aunque pensemos que en los últimos años o meses sólo hemos avanzado y retrocedido sin progresar nada, si comparamos nuestra condición espiritual presente con la anterior, descubriremos que en realidad sí hemos avanzado. Sin darnos cuenta, hemos progresado.

Muchos creyentes yerran debido a que ignoran esta enseñanza. Cuando el creyente se consagra incondicionalmente al Señor y anhela nuevas experiencias espirituales, como por ejemplo, la santificación y la victoria, es introducido en un nuevo nivel de vida, donde siente que progresa. Cuando se llena de gozo, luz y bienestar piensa que por fin halló la vida perfecta que buscaba. Pero después de un tiempo, su nueva experiencia se oscurece; el gozo y la emoción que sentía desaparecen súbitamente. En este momento muchos se desaniman. Piensan que nunca podrán ser totalmente santificados ni podrán tener una vida espiritual abundante como los demás, porque no pudieron retener la experiencia que tanto habían deseado. No saben que esto es una ley espiritual. Todo lo que se obtiene por medio de los sentimientos debe ser preservado mediante la voluntad; y sólo aquello que preserva la voluntad llega a ser verdaderamente parte de la vida del creyente. Dios sólo retiró los sentimientos, porque desea que el creyente haga uso de su voluntad cuando no sienta nada, y haga lo mismo que hacía cuando había sido estimulado por los sentimientos. Cuando el creyente logra esto, llega a descubrir que lo que ya no siente, sin darse cuenta es ahora parte de su vida. Esta es una ley espiritual. Si el creyente recuerda esto siempre, no se desanimará.

Por lo tanto, el problema radica exclusivamente en nuestra voluntad. ¿Está nuestra voluntad sometida al Señor siempre? ¿Está dispuesta a ser guiada por el espíritu? Si ése es el caso, no importa si nuestros sentimientos cambian. Debemos examinar nuestra voluntad para ver si obedece al Señor y pasa por alto nuestros sentimientos. Por ejemplo, después de que uno nace de nuevo, generalmente se llena de gozo; pero después de un tiempo, quizá un año más o menos, ese gozo desaparece. ¿Podemos decir que se condenó por eso? Por supuesto que no. En el espíritu de uno está la vida, y lo que uno sienta no puede alterar este hecho.

EL PELIGRO DE VIVIR CENTRADOS EN LOS SENTIMIENTOS.

Si entendemos lo que significa esta experiencia que Dios nos da y nos conducimos según Su voluntad, no corremos peligro alguno. Pero cuando el creyente no entiende el propósito de Dios, y vive centrado en sus sentimientos, avanzando confiado cuando siente a Dios, y rehusándose a moverse cuando no siente nada, inevitablemente corre peligro. Está expuesto a muchas adversidades porque basa su vida en sus sentimientos.

 

Si el creyente centra su vida en los sentimientos de gozo, permanecerá débil y no será de utilidad para el espíritu. El sentir del espíritu no podrá desarrollarse, ya que la intuición es reemplazada por los sentimientos. La persona se conduce según sus emociones. Como resultado, por un lado, la intuición es oprimida por la emoción y, por otro, su intuición inactiva difícilmente puede crecer. Sólo podemos detectar la intuición cuando la parte emotiva está quieta. La intuición se fortalece cuando es usada continuamente. Si el creyente se sigue rigiendo por su parte emotiva, la voluntad nunca tendrá la capacidad de tomar decisiones, y la intuición no será oída claramente. Debido a que la voluntad está paralizada, el creyente necesita más que nuncasentir algo a fin de que su voluntad empiece a funcionar. Así que, la voluntad actúa en conformidad con los sentimientos; funciona cuando los sentimientos están presentes y claudica cuando desaparecen. No puede actuar sin la ayuda de los sentimientos; necesita el aliento constante de los sentimientos. Por eso su vida decae paulatinamente. En realidad, a partir de ahí, parece que sin la presencia de los sentimientos no puede haber vida espiritual alguna. Las emociones se convierten para el creyente en una especie de estimulante. Es lamentable que el creyente ignore todo esto y piense que sus emociones son la cúspide de su vida espiritual y algo que debe anhelarse.

Muchos creyentes yerran porque cuando los sentimientos los invaden, no sólo sienten que el Señor los ama, sino que también sienten un amor muy intenso por el Señor. Si nos preguntamos si debemos rechazar el sentimiento que nos mueve a amar al Señor o qué tiene de malo tal sentimiento, dejamos ver nuestra insensatez.

Formulemos otras preguntas. Cuando el creyente está lleno de gozo, ¿verdaderamente ama al Señor, o ama al sentimiento de gozo? No hay duda de que este gozo nos fue dado por Dios, pero ¿no es acaso Dios quien lo quita? Si amamos verdaderamente a Dios, lo amaremos fervientemente a pesar de las circunstancias en que El nos ponga. Si sólo lo amamos cuando los sentimientos están presentes pero no cuando se van, tal vez lo que amamos sea los sentimientos y no a Dios mismo.

Sin embargo, el creyente piensa que tales sentimientos proceden de Dios y no se da cuenta de que Dios y el gozo que Dios da no son lo mismo. El Espíritu Santo le enseñará al creyente que en sus momentos de desolación ha estado buscando desesperadamente el gozo de Dios y no a Dios mismo. No ama a Dios, sino el sentimiento que le trae gozo. Aunque tal sentimiento le hace experimentar el amor y la presencia de Dios, no ama en realidad a Dios. Tal sentimiento le hace experimentar el amor y la presencia de Dios, lo reconforta, lo ilumina y lo anima, pero cuando pierde toda sensación, anhela sentirla de nuevo. Su corazón se deleita en el gozo de Dios, no en el propio Dios. Si verdaderamente ama a Dios, lo amará aun cuando esté pasando por las muchas aguas o las corrientes de los ríos.

Esta es una lección muy difícil de recibir. Debemos tener gozo, y el Señor se deleita en dárnoslo. Si no buscamos el gozo, sino que lo disfrutamos de acuerdo con Su voluntad, sin tratar de forzar las situaciones, agradeciéndole si quiere concedérnoslo tanto como si quiere que nos sintamos desolados, entonces ese gozo será de provecho y no un peligro para nosotros. Pero si encontramos tanto placer en esta experiencia que la buscamos diariamente, entonces hemos abandonado a Dios e ido en pos del gozo que El nos concedió. El gozo de Dios no puede separarse de Dios mismo. Si disfrutamos el gozo que nos dio, separados de El mismo, nuestra vida espiritual corre peligro. Esto indica que nuestro gozo 

no es Dios sino el gozo solo. Si eso es lo que buscamos, no podremos avanzar espiritualmente. Muy frecuentemente amamos a Dios pero no por El mismo sino por el bien nuestro. Mientras lo amamos, nuestro corazón se goza, y por eso, seguimos amándolo, lo cual muestra claramente que aunque el gozo sea de Dios, no lo amamos verdaderamente a El, sino el gozo que experimentamos.

Esto es estimar el don de Dios más que a Dios, quien nos concedió el don. Esto también muestra que todavía vivimos por la fuerza del alma y que no comprendemos lo que es la verdadera vida espiritual. Hacemos del sentimiento del gozo nuestro dios y equivocadamente nos complacemos en él. Debido a nuestro error, Dios retira el gozo según Su voluntad. Lo cambia por sufrimiento a fin de que descubramos que El mismo es más deseable que el gozo. Cuando el creyente disfruta de Dios, lo exalta y lo ama aun en el sufrimiento; de lo contrario, se hunde en las tinieblas. Dios no nos quita el gozo para destruir nuestra vida espiritual, sino para destruir todos los ídolos que adoramos en lugar de a Dios mismo. El destruye todo lo que es peligroso para nuestra vida espiritual y quiere que dependamos de El, no de los sentimientos.

Cuando el creyente se conduce por los sentimientos y no por el espíritu mediante la voluntad, corre el peligro de ser engañado por Satanás. Aunque mencionamos esto brevemente, lo explicaremos de nuevo.

Debemos tener presente que Satanás puede hacer que el creyente tenga sentimientos que falsifican los sentimientos que provienen de Dios. Cuando el creyente desea andar según el espíritu, Satanás lo confunde con diferentes clases de sentimientos. ¡Cuánta oportunidad tiene para engañar a los que se centran en sus sentimientos! Si el creyente insiste en ir en pos de los sentimientos, caerá directamente en los ardides de Satanás, quien le traerá diferentes sentimientos y le hará creer que provienen de Dios.

Los espíritus malignos pueden estimular o deprimir a las personas. Una vez que el creyente es engañado y acepta el sentimiento de Satanás, éste gana terreno en su alma. Después, sigue engañándolo hasta que toma plena posesión de sus sentimientos. Ocasionalmente, le da sensaciones sobrenaturales tales como temblores, frío, calor, un sentir especial ya sea de hacer algo específico o de sentirse flotar por los aires, o un calor intenso que recorre todo el cuerpo, o el sentir de que todo su ser es limpiado. Cuando el creyente es engañado por los espíritus malignos a ese grado, continúa viviendo guiado por sus sentimientos. Su voluntad queda completamente paralizada y su intuición queda cercada. En ese caso, vive según su hombre exterior, y su hombre interior es atado. Al llegar a este punto, todos sus actos son gobernados por la voluntad de Satanás. Cuando el enemigo quiere que haga algo, sólo le trae cierto sentimiento, y él obedece. Sin embargo, el creyente no se da cuenta de esto, y piensa que se le han dado experiencias tan maravillosas que sin duda lo hacen más espiritual que los demás.

Las experiencias sobrenaturales son lo más peligroso que hay en la vida espiritual del creyente. Muchos hijos de Dios han caído en la trampa, pensando que tienen experiencias milagrosas que provienen del Espíritu Santo, ya que sus cuerpos sienten el poder del Espíritu. Este sentir hace que se sientan felices o tristes, calientes o fríos; les hace reír o llorar; y les dan visiones, sueños, les hacen oír voces, sentir o ver fuegos y un sinnúmero de 

sensaciones extraordinarias e indescriptibles. Para ellos, ésta es la cumbre más elevada que un creyente puede alcanzar. No se dan cuenta de que todo ello es obra de los espíritus malignos. No se imaginan que los espíritus malignos pueden imitar lo que hace el Espíritu Santo. Ignoran el hecho de que la obra del Espíritu Santo siempre se efectúa en el espíritu del hombre. Lo que uno siente en su cuerpo es, por lo general, obra de los espíritus malignos. ¿Por qué tantos creyentes han caído en esta condición? Porque no viven en el espíritu y ¡prefieren vivir en sus sentimientos! Así que, dan a los espíritus malignos la oportunidad de engañarlos con sus estratagemas. El creyente debe rechazar la vida de sus sentimientos; de no ser así, cederá terreno para que los espíritus malignos lo engañen.

Debemos advertir solemnemente a todos los hijos de Dios para que observen sus sensaciones físicas. Jamás debemos permitir que ningún espíritu traiga sensaciones a nuestro cuerpo en contra de nuestra voluntad. Debemos rechazar todas las sensaciones de nuestro cuerpo. No crea en ninguna sensación física ni actúe guiado por ella; más bien debemos detenerla porque así empieza el engaño de Satanás. Deberíamos obedecer sólo la intuición que tenemos en lo profundo de nuestro ser.

Después de examinar cuidadosamente los sentimientos que surgen en la vida del creyente, podemos descubrir un principio fundamental en esta clase de experiencia. Este principio es “por el yo”. ¿Por qué buscamos sentir el gozo? Por el yo. ¿Por qué tememos a la desolación? Por el yo. ¿Por qué buscamos diferentes sensaciones físicas? Por el yo. ¿Por qué deseamos experiencias sobrenaturales? Por el yo. Que el Espíritu Santo abra nuestros ojos para que veamos que todavía hay mucho egoísmo en lo que consideramos una vida muy espiritual, la cual en realidad es una vida que gira en torno a los sentimientos. Que el Señor nos muestre que aun cuando nos embarga el gozo, nuestra vida sigue centrada en el yo y sigue ansiando el deleite que pueda obtener el yo. Podemos determinar si nuestra espiritualidad es genuina por la manera en que nos relacionamos con el yo.