Watchman Nee Libro Book cap.27 El hombre espiritual
EL AMOR
SÉPTIMA SECCIÓN
CAPÍTULO DOS
EL AMOR
LAS EXIGENCIAS DE DIOS
En la experiencia del creyente, quizá lo más difícil de ceder al Señor sea el amor, pero El presta más atención al amor del creyente que a ninguna otra cosa. El Señor requiere que el creyente le entregue su amor en una forma total a fin de poder señorear sobre él; El quiere ser el principal objeto de nuestro amor. Con frecuencia escuchamos hablar de la consagración. Sabemos que ésta es el primer paso en el andar espiritual del creyente. No es el destino de la espiritualidad, sino el comienzo, ya que guía al creyente a una condición en la que puede ser santificado. Si no hay consagración, ciertamente no se puede tener una vida espiritual. Sin embargo, nada es más importante para la consagración del creyente que su amor. Tanto la veracidad como la falsedad de la consagración dependen de si hay amor o no, pues éste es la evidencia de la consagración. Es fácil presentar al Señor nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestras habilidades y muchas otras cosas, pero es difícil ofrecerle nuestro amor. Esto no significa que no amemos a Cristo; quizá lo amamos mucho, sin embargo, tal vez le demos el primer lugar a alguien más y a El, el segundo lugar; o quizá además de amar al Señor amemos a alguien más, o es posible que controlemos nuestro amor según nuestros caprichos. Amar al Señor así no es consagración, ya que aún no le hemos entregado nuestro amor. El creyente espiritual sabe que el amor debe de ser ofrecido primero; si no entregamos nuestro amor, no entregamos nada.
Dios exige que lo amemos sin reservas. El no está dispuesto a compartir el corazón del creyente con nadie ni con nada. Aun si el amor que le damos a El es mayor que el que damos a otros, El no está satisfecho. El Señor exige un amor incondicional. Este es un golpe mortal para nuestra vida anímica, la cual se centra exclusivamente en el yo. El Señor desea que dejemos al margen lo que amamos para que no tengamos un corazón dividido. El desea que le amemos con todo y que le amemos según El mismo. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo. 22:37). La palabra “todo” significa que cada parte de nuestro ser debe entregarse al Señor. El no quiere que retengamos nada de nuestro amor, para que no amemos de acuerdo con nuestras preferencias. El lo quiere absolutamente todo, porque es un Dios celoso (Exodo. 20:5) y no permite que nadie le robe el amor de Sus hijos.
Nosotros amamos a muchas personas y cosas aparte de Dios. Tal vez sean quienes están muy cerca de nosotros, como ocurrió en los casos de Isaac, de Jonatán y de Raquel; pero Dios requiere que pongamos a nuestros seres queridos sobre el altar. El no acepta rivalidad alguna. Debemos ofrecer todo lo que tenemos, ya que así obtenemos poder espiritual. Cuando el último sacrificio ha sido puesto sobre el altar, el fuego desciende desde los cielos. Si no erigimos un altar no desciende el fuego celestial. Si no llevamos la cruz, ofreciendo al Señor todo lo que amamos, ¿cómo podemos tener el poder del Espíritu Santo? El altar no debe estar vacío, ¿qué ha de consumir el fuego si no hay sacrificio? Hermanos, no podemos obtener el poder del Espíritu Santo sólo por haber entendido lo que significa la cruz ni por hablar de ella; sólo al ofrecerlo todo, lo conseguiremos. Si tenemos algún lazo secreto que no ha sido cortado, si nuestro corazón esconde algunas ovejas, o algunos bueyes, o a un Agag [1 Samuel. 15:9], no podremos ver el poder del Espíritu Santo manifestado a través de nosotros.
La obra de Dios ha sido estorbada debido a que los creyentes no han permitido que el Señor sea Señor del amor de ellos. Muchos padres aman tanto a sus hijos que los retienen para sí mismos y causan pérdidas al reino de Dios. Muchas parejas están tan unidas que hay escasez en la obra del Señor porque no hay quien recoja la cosecha. Muchos creyentes no están dispuestos a separarse de sus amigos; así que se quedan atrás y dejan que sus hermanos vayan al frente a luchar solos. Es deplorable que haya tantos que piensen que pueden amar a sus seres queridos y al Señor simultáneamente. No se dan cuenta de que si los aman, no pueden amar al Señor; y si aman al Señor, no pueden amarlos a ellos. Si no podemos decir juntamente con Asaf: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? y fuera de Ti nada deseo en la tierra” (Salmos. 73:25), entonces aún estamos viviendo en el alma.
No podemos descuidar la importancia de amar al Señor con todo nuestro corazón. Nada satisface tanto al Señor como nuestro amor. El Señor no se fija mucho en lo que hacemos por El ni en cuán activos seamos. Lo que le complace es que le amemos. La iglesia de Efeso laboraba mucho en pro del Señor, pero había dejado de tener al Señor como su primer amor (Apocalipsis. 2), por lo cual el Señor no estaba complacido. Si nuestro servicio procede de nuestro amor hacia El, indudablemente El se complace; pero si nuestro corazón no lo ama, aunque podamos llevar a cabo una gran obra, no tendría provecho alguno. Debemos saber que es posible laborar para el Señor sin amarle. Este era el caso de los efesios. Debemos pedirle a Dios que nos ilumine para que podamos ver cuál es el motivo de nuestras actividades y la intensidad de nuestro amor hacia El. ¿De que sirve invocar al Señor y laborar para El todo el día, si no lo amamos con todo el corazón? ¡Cuánto necesitamos tener un corazón que ame a nuestro Señor incondicionalmente!
Los hijos de Dios no han entendido hasta qué punto sus seres queridos les estorban en su crecimiento espiritual. Cuando el creyente tiene otros amores además del amor de Dios, gradualmente Dios pierde significado en su vida. Aunque sus seres queridos también amen a Dios, es posible que él ame a Dios más por causa de ellos que por Dios mismo. Su relación con Dios desciende del plano espiritual al plano carnal. No debemos amar a Dios por causa de otras personas u otros asuntos; debemos amarle por causa de Él mismo. Si el creyente ama a Dios por amor a sus seres queridos, su corazón estará dirigido por aquellos a quienes ama; en tal caso, Dios obtiene su amor sólo como un beneficiario del afecto que siente por sus seres queridos. Si sus seres queridos pueden inducirlo hoy a amar a Dios, también pueden inducirlo en el futuro a que deje de amarlo.
Además, cuando inclinamos nuestro corazón hacia ciertas personas, es muy difícil conservarlo tranquilo. Esto se debe a que estamos bajo la influencia de nuestras emociones, tratando intensamente de agradar a quien amamos. Al mismo tiempo, es probable que tengamos menos interés en acercarnos a Dios que en acercarnos a quien amamos. Nuestro interés en las cosas espirituales, en lo relacionado con la intuición, disminuirá grandemente. Quizá exteriormente no se note ningún cambio, pero nuestro corazón está ligado a quien amamos. En tal caso, nuestro interés espiritual, si no se pierde totalmente, sin duda se reducirá considerablemente. Además, nuestro corazón no podrá dejar de amar las vanidades del mundo, ya que con ellas agradamos a nuestros seres queridos. Las cosas mundanas, la belleza, la fama, entre muchas otras cosas que ni siquiera vale la pena mencionarlas, gradualmente llegarán a ser el objeto de nuestra atención a fin de complacer a quienes queremos. Con el tiempo, nos olvidaremos de Dios y de lo que Él desea. Debemos darnos cuenta de que sólo podemos amar a una persona y servir a un solo amo. Si amamos al hombre, no podemos amar a Dios. Debemos poner fin a cualquier afecto secreto que tengamos.
Sólo Dios puede satisfacer el corazón del creyente; los seres humanos jamás podrán satisfacerlo. El fracaso de muchos es buscar en el hombre lo que sólo puede hallarse en Dios. El amor humano no es nada; sólo es vanidad; el amor de Dios es el único que puede satisfacer los deseos del creyente. Si buscamos afecto fuera de Dios, nuestra condición espiritual inmediatamente se deteriorará. Sólo podemos vivir por el amor de Dios.
¿Significa esto que no debemos amar a nadie? La Biblia nos manda repetidas veces que amemos a nuestros hermanos y también que amemos a nuestros enemigos. Sabemos que Dios sí desea que amemos a los demás, pero El quiere ser el que guíe nuestro amor. El desea que amemos a los demás pero no por amor a nosotros mismos, sino por amor a El y en El. No hay lugar para nuestra bondad ni para nuestra perversidad natural. El afecto natural debe perder su poder. Dios quiere que nosotros aceptemos Su control por amor a El. Cuando El quiere que amemos a cierta persona, debemos obedecerle; cuando quiere que terminemos nuestra relación con ella, también debemos obedecerle.
Esta es la vida de la cruz. Sólo cuando el Espíritu Santo nos aplica la obra de la cruz de una manera profunda, y le damos muerte a la vida del alma, nuestros afectos quedan libres del yo. Cuando hemos pasado a través de la muerte, no nos sentimos adheridos a nadie; sólo los mandamientos de Dios serán nuestra guía. Nuestra vida anímica pierde su poder al experimentar la muerte, ya que está muerta en cuanto a los afectos. Sólo entonces Dios nos guía para que, en El, amemos a otros. El deseo de Dios es que nuestras relaciones con otros sean nuevas en El. Es menester que nuestras relaciones con aquellos a quienes amábamos sean nuevas en El. Toda relación natural debe terminar. Debemos experimentar la muerte de la cruz para poder empezar de nuevo nuestras relaciones en la esfera de la resurrección.
¡Qué vida tan difícil parece ser esta! ¡Sólo aquellos que realmente viven de esta manera saben cuán bienaventurado es vivir así! A menudo Dios despoja al creyente de sus seres queridos debido a su consagración o por su beneficio. Dios actúa en nosotros para que nuestro corazón se someta a El o para despojarnos de nuestro amor natural. Cuando El emplea el segundo método, hace que nuestros amados cambien su actitud hacia nosotros, o crea situaciones que nos impidan amarlos. Tal vez hagan un largo viaje o mueran o suceda alguna otra cosa. Si nuestro corazón es sincero en la consagración, Dios nos despojará de todo hasta que sólo quede El. Si el creyente desea obtener una verdadera vida espiritual, debe estar dispuesto a abandonar todo lo que ama. Dios exige que abandonemos todo lo que en nuestro corazón impide que lo amemos. La vida espiritual no permite que nuestros afectos estén divididos. A los ojos de Dios, nuestro amor natural, ya sea por tener motivos equivocados, o por errar el blanco, o por tener excesos, es tan corrupto como nuestro odio. A los ojos de Dios, el amor que proviene de nuestro yo es tan detestable como el pecado.
Cuando el creyente haya aprendido la lección, verá cuán puro es su corazón al amar a otros, porque ya no habrá mezcla en ello. Su corazón está totalmente dedicado a Dios y permanece en El. Anteriormente, amaba a los demás, pero en realidad se amaba más a sí mismo y se consideraba más importante que ellos. Pero ahora puede compartir la tristeza y el gozo de los demás, llevar sus cargas y servirles con amor. Ya no ama lo que ama su yo, sino que ama lo que Dios desea que ame. No se ama a sí mismo más que a los demás, sino que los ama como a sí mismo. Debido a que ahora se ama a sí mismo en Dios y para Dios, también su amor al prójimo está en esta esfera. Ama a los demás como se ama a sí mismo.
Debemos entender que para nuestro crecimiento espiritual es indispensable permitir que Dios dirija nuestros afectos. ¡Qué incontrolables son nuestros afectos! Si no se someten al propósito de Dios, serán un peligro para nuestra vida espiritual. Es fácil corregir un pensamiento equivocado, pero es muy difícil modificar un afecto equivocado. Debemos amar al Señor con todo nuestro corazón y permitirle que dirija nuestro amor.
AMAR AL SEÑOR SEGUN NUESTRA ALMA.
Debemos tener mucho cuidado con la idea de que podemos amar al Señor por nuestro propio esfuerzo. El Señor rechaza todo lo que procede de nuestro yo; hasta nuestro amor por El es ineficaz. Por un lado, si no amamos profundamente al Señor, el Señor se contrista; pero por otro, aun aquellos que le aman pueden contristarlo debido a que le aman con la energía de su alma. Si utilizamos el poder de nuestra alma para amar al Señor, El no se complace en eso. Nuestro amor, aun cuando esté dirigido al Señor, debe estar bajo el control absoluto del espíritu. Hay muchos que aman al Señor con un amor mundano; no es fácil encontrar el amor que proviene de Dios. ¿Qué significa esto?.
Los creyentes reciben las cosas de Dios principalmente con sus corazones. Hablan de Dios el Padre; se refieren al Señor como su “amado Señor” y recuerdan Sus sufrimientos; al hacer todo esto sus corazones se llenan de gozo y sienten que aman al Señor. Piensan que este sentimiento proviene de Dios. Algunas veces, mientras meditan en lo que es la cruz del Señor, no pueden retener las lágrimas, sienten un amor ardiente e indescriptible por el Señor. Sin embargo, todas estas cosas pasan por sus vidas como los barcos que navegan por el mar sin dejar rastro alguno. Quizá así es el amor de muchos creyentes. ¿Qué clase de amor es éste? Es un amor que sólo complace al que ama. Eso no es amar a Dios sino amar el placer de amar. Meditar en los sufrimientos del Señor conmueve sus corazones, pero sus vidas no son afectadas.
¡Qué poco poder tienen los sufrimientos del Señor Jesús en los corazones de los creyentes de hoy! Cuando piensan en esas cosas, se enorgullecen pensando que aman al Señor más que los demás! Cuando hablan al respecto, parecen personas celestiales, pero en realidad, no han abandonado la triste condición de su yo. Cuando alguien los oye hablar, piensan que ellos aman mucho al Señor, los admira y alaba, pero de hecho, se aman a sí mismos.
Recuerdan, hablan y añoran al Señor sólo porque eso les trae regocijo. Hacen todo esto porque su meta es obtener felicidad, no por el Señor mismo. Tales recuerdos hacen que su “espiritualidad” se sienta satisfecha, y continúan recordando al Señor vez tras vez. Esto es anímico y terrenal, y no proviene de Dios. Por lo tanto, no es espiritual.
¿Cuál es la diferencia entre el amor espiritual y el amor anímico? Exteriormente, no es fácil distinguirlos; sin embargo, cada creyente puede distinguir el origen de su propio amor. El alma es nuestro yo. Todo lo que es anímico no puede separarse del yo. Un amor anímico por el Señor proviene del yo. Amar a Dios con el fin de obtener sentimientos que nos complazcan a nosotros es amarlo anímicamente. Si el amor a Dios es espiritual, no hay nada del yo mezclado en él. Significa amar a Dios sólo por causa de El. Si el amor que profesamos a Dios lo expresamos para traer placer total o parcialmente a nuestro yo, proviene del alma. También si observamos los frutos de nuestro amor, podemos discernir su origen. Si el amor es anímico, no tiene poder para librarnos permanentemente del mundo, y tenemos que seguir luchando y esforzándonos para desprendernos de la atracción del mundo. Pero si el amor es espiritual, las cosas y los asuntos mundanos son abandonados de una manera espontánea debido al mismo amor. El que tiene este amor menosprecia al mundo, y lo reconoce como algo que debe aborrecerse; sus ojos ya no se fijan el mundo porque la luz gloriosa de Dios cegó sus ojos carnales. Cuando uno ama al Señor de este modo, no se jacta de ello sino que se humilla, como si fuera el más pequeño de todos los hombres.
El carácter del amor de Dios es inmutable; mientras que nuestro amor cambia constantemente. Si amamos al Señor con nuestro amor, nos volveremos fríos hacia El cada vez que nos sintamos tristes. Después de un largo período de pruebas, seguramente fracasaremos debido a que amamos a Dios con nuestro propio amor; es decir, lo amamos por causa de nosotros mismos, por nuestra propia felicidad. Así que cuando no obtenemos la felicidad que esperábamos, retrocedemos en nuestro amor hacia El. Si se trata del amor de Dios, no importa en que situación ni en qué posición nos encontremos, seguiremos amando al Señor. “Porque fuerte como la muerte es el amor; duros como el Seol los celos … Las muchas aguas no podrán apagar el amor” (Cantar de los cantares. 8:6 al 7). Si el creyente ama a Dios, lo amará sin importar las circunstancias ni los sentimientos. Un amor anímico cesa cuando se detiene la acción de la parte emotiva; pero el afecto espiritual es fuerte y jamás deja de ser.
El Señor frecuentemente conduce al creyente por experiencias penosas a fin de que éste pueda amarle con un amor que no sea el suyo propio. Cuando amamos al Señor con nuestro propio amor y en nuestro propio beneficio, tenemos que sentir que el Señor nos ama a fin de responderle con amor; pero cuando amamos a Dios con el amor de El y por causa de El, El no nos permite sentir Su amor hacia nosotros, pues desea que creamos en Su amor. Al principio de la vida cristiana, el Señor atrae al creyente haciéndole sentir Su amor en muchas maneras. Cuando el creyente experimenta esto, El lo guía a una experiencia más profunda. No le permite que sienta Su amor, sino que hace que crea en Su amor. Debemos prestar atención al hecho de que gustar el amor del Señor a este nivel es un nivel al que todo creyente que desea avanzar debe llegar. Sólo cuando el creyente es atraído por el amor del Señor, puede abandonarlo todo para acercarse a El. En la etapa inicial de la vida espiritual, es muy necesario sentir el amor del Señor; es algo que el creyente debe anhelar. Después de cierto tiempo, el creyente no debe aferrarse a ese sentimiento, porque hacerlo perjudicará su vida espiritual. Hay diferentes experiencias para las diferentes estaciones de nuestra vida espiritual. Es correcto y provechoso tener ciertas experiencias en estaciones o situaciones determinadas. Pero si el creyente trata de repetir las primeras experiencias en un nivel posterior, sufre un retroceso. Después de que sentimos el amor del Señor, El quiere que creamos en Su amor; así que, con el tiempo, el Señor ya no nos permite sentir Su amor, pues desea que creamos en la inmutabilidad de Su amor. Si después de sentir el amor del Señor, perdemos repentinamente ese sentimiento, no nos debemos alarmar; debemos comprender que estamos entrando en la etapa de creer en Su amor.
DEBEMOS SER CAUTELOSOS.
Si deseamos andar conforme al espíritu, debemos conservar la quietud en nuestro amor; de lo contrario, no podremos escuchar la voz de la intuición. Si nuestro afecto no está totalmente sujeto al propósito de Dios, nuestro corazón será perturbado. Eso impedirá que seamos guiados por el espíritu. El creyente debe prestar atención en el espíritu continuamente a las personas o las cosas que despiertan su afecto. Si Satanás no logra vencerlo de otra forma, lo tentará en esta área. Muchos creyentes han fracasado debido a esto; así que, debemos ser cautelosos.
Nada despierta nuestro amor tanto como los amigos. Entre los amigos, las personas del sexo opuesto son las que más nos estimulan debido a que por la gran diferencia en género uno tiene que adaptarse no sólo física sino también psicológicamente a la otra persona. Como hay una diferencia tan marcada en nuestra constitución natural, surge un gran poder de atracción mutua. Esto es anímico y natural y, por ende, lo debemos rechazar.
Es una realidad que el sexo opuesto puede estimular fácilmente el amor. El estímulo que una persona del mismo sexo produce es mucho menos intenso. Debido a que hay una exigencia psicológica mutua, la persona cree que las personas del sexo opuesto son más accesibles que las del mismo sexo. Esta inclinación es común, natural e inherente a toda persona. El amor hacia personas del sexo opuesto se despierta muy fácilmente, y responde a una leve provocación.
Todo esto se refiere al aspecto natural. Esto es lo que sucede en la realidad. Por lo tanto, si el creyente desea andar según el espíritu, debe prestar atención a este hecho. Al relacionarse con otras personas, especialmente en lo pertinente al amor, si se trata de alguien del mismo sexo, el creyente debe conducirse de una manera, y si se trata del sexo opuesto, de otra. Necesitamos estar conscientes de que estamos bajo el influjo del alma. Si tratamos a una persona de cierta manera solo por ser del sexo opuesto, entonces nuestro afecto está en al esfera natural. Si el creyente siente que una fuerza misteriosa lo atrae hacia alguien del sexo opuesto, debe saber que su afecto natural se ha activado. Algunas veces esta clase de estímulo se mezcla con un motivo recto. Sin embargo, si existe el más leve pensamiento acerca de una persona del sexo opuesto mezclado con sus otros pensamientos, el creyente puede saber con certeza que esa relación no es puramente espiritual.
Mientras el obrero cristiano está en su labor, debe tener cautela para que en su obra no se introduzca ningún sentimiento con respecto a alguien del sexo opuesto. Todo deseo de ser admirado por alguien del sexo opuesto debe ser rechazado inmediatamente. Las palabras y actitudes que son afectadas por una persona del sexo opuesto anulan el poder espiritual. Todo debe ser hecho en quietud y con motivos puros. Recordemos que el pecado no es lo único que nos contamina; todo lo que proceda del alma también contamina.
¿Significa todo esto acaso que el creyente no debe tener amigos del sexo opuesto? La Biblia no enseña tal cosa. Mientras el Señor estuvo en la tierra, se relacionó con Marta, con María y con otras mujeres. Lo importante es si el afecto es gobernado por el Señor o si el efecto del alma está presente. Es normal que los hermanos y las hermanas se relacionen unos con los otros. Pero no debe existir ni la actividad del alma ni el pecado. Antes de que el creyente experimente una obra completa de la cruz es mejor no tener amigos del sexo opuesto. Sin embargo, no importa el grado de crecimiento que el creyente alcance, si el busca o anhela tener amigos del sexo opuesto, sin duda está siendo controlado por el alma. Debemos sujetarnos en todo, a lo que Dios disponga. En pocas palabras, el amor del creyente debe consagrarse totalmente a Dios. Si sentimos que es difícil entregar a Dios el afecto que sentimos por alguien, tenemos que reconocer que nuestra vida anímica está controlando nuestro afecto. Si nuestro amor no puede someterse al propósito de Dios en alguna área, con seguridad muchas cosas que no son espirituales están mezcladas en esa área en particular. El amor anímico sólo nos guía al mundo y a cometer pecados. Si nuestro afecto no proviene del Señor, tarde o temprano se convertirá en lujuria. Sansón no fue el único que fracasó en esta área. Dalila continúa cortando el cabello de muchos en muchas partes.
Previamente dijimos que es difícil que los creyentes consagren su amor. Así que la consagración de esto es una señal de verdadera espiritualidad. Según el grado en que un creyente muera a sus afectos y a su búsqueda de amor, ése es el mismo grado de espiritualidad que posee. El amor es una gran prueba. Si no morimos a los afectos del mundo, no hemos muerto a nada. Estar muerto a los afectos es estar muerto para el mundo. Desear la amistad y el amor del amado indica que nuestra vida anímica no ha muerto. La verdadera muerte de la vida del alma puede ser vista cuando abandonamos nuestro amor, y sólo tenemos el amor de Dios. La posición del hombre espiritual es muy elevada, ya que está por encima del amor humano.