Watchman nee Libro Book cap.20 El hombre espiritual
LA COMUNIÓN
QUINTA SECCIÓN
CAPÍTULO DOS
LA COMUNIÓN
Así como el hombre se comunica con el mundo físico por medio de su cuerpo, se comunica con el mundo espiritual mediante su espíritu. La comunión con la esfera espiritual no se efectúa en la mente ni en la parte emotiva, sino en el espíritu, es decir, mediante la intuición del espíritu. Si entendemos las funciones de la intuición, entenderemos el carácter de la comunión entre Dios y el hombre. Para que el hombre adore a Dios y tenga comunión con El, necesita tener una substancia que sea compatible con la de El. “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren” (Juan. 4:24). No puede haber comunión entre dos substancias diferentes; por eso, ni las personas que no han sido regeneradas, cuyos espíritus no han sido reavivados, ni los creyentes que no adoran utilizando su espíritu, pueden tener una verdadera comunión con Dios. Aunque la persona tenga pensamientos hermosos y sentimientos loables, no puede experimentar la realidad espiritual ni tener una comunión personal con Dios. Nuestra comunión con Dios se da en la parte más recóndita de nuestro ser, la cual es más profunda que la mente, el asiento de las emociones y la voluntad; tenemos comunión con Dios mediante nuestra intuición.
En 1 Corintios 2:9 hasta 3:2 vemos la manera en que el hombre tiene comunión con Dios mediante su espíritu, y cómo comprende las cosas de Dios. Examinemos esto detalladamente.
EL CORAZÓN DEL HOMBRE.
El versículo 9 dice: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. Este versículo habla de Dios y de las cosas de Dios. Todo lo que El ha preparado son cosas que el cuerpo del hombre (el ojo y el oído) no ha ni visto ni oído, cosas que no han subido al corazón del hombre. En “el corazón del hombre” se refiere a su entendimiento, su mente o intelecto. Los pensamientos del hombre no pueden comprender las obras de Dios, pues ellas trascienden la esfera intelectual. Los que quieren conocer a Dios y tener comunión con El nunca podrán lograrlo utilizando sus mentes.
EL ESPÍRITU SANTO.
El versículo 10 dice: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios”. El Espíritu escudriña todas las cosas y no necesita usar la mente para comprender las cosas, ya que conoce aun las profundidades de Dios. El sabe lo que el hombre no puede llegar a saber,. El Espíritu todo lo escudriña por Su intuición, y Dios revela por medio de El aquello que no ha subido a nuestro corazón.
Esta revelación no es un entendimiento que se obtenga valiéndose de la mente, pues es algo que no se nos ocurre en nuestros corazones y mucho menos en nuestro intelecto. Por ser una revelación, no necesita la ayuda de nuestra mente. Dios no nos revela nada por medio de nuestros oídos, nuestros ojos ni nuestra mente. ¿Cómo se obtiene la revelación? Los dos versículos siguientes responden a ésta pregunta.
EL ESPÍRITU DEL HOMBRE.
Los versículos 11 y 12 añaden: “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Pero nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha dado por Su gracia”. Sólo el espíritu del hombre conoce (no dice que entiende ni que percibe) las cosas del hombre; del mismo modo, sólo el Espíritu Santo conoce las cosas de Dios. Tanto el espíritu del hombre como el Espíritu Santo conocen las cosas directamente, no por deducción ni por investigación, es decir, por medio de la intuición, no de la mente.
Ya que sólo el Espíritu Santo conoce las cosas de Dios, nosotros podemos conocerlas solamente cuando recibimos al Espíritu Santo. El espíritu del mundo no tiene ninguna comunión con Dios, pues aunque es un espíritu, está muerto y no puede conducirnos a la comunión con Dios.
Puesto que el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios, cuando recibimos en nuestro espíritu lo que El sabe en la intuición, también nosotros llegamos a conocer las cosas de Dios. Es por eso que la Palabra dice: “Hemos recibido … el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha dado”
¿Cómo es que conocemos? El versículo 11 dice que el hombre llega a conocer por medio de su espíritu. Esto esclarece mucho las cosas. El Espíritu Santo revela a nuestro espíritu todo lo que El sabe en Su intuición, comunicándolo a la intuición de nuestro espíritu. Por medio de la intuición conocemos lo que el Espíritu Santo revela; además, siempre que el Espíritu Santo revela las cosas de Dios, lo hace en nuestro espíritu. Aparte del espíritu del hombre, no existe otro órgano que pueda conocer las cosas del hombre. El Espíritu Santo no revela las cosas de Dios a nuestra mente, porque El sabe que nuestra mente es incapaz de conocer las cosas de Dios. La mente no es un órgano apto para conocer las cosas que pertenecen a Dios y al hombre. Aunque puede pensar e inventar muchas cosas, no puede decir que sabe, ya que sólo el espíritu conoce las cosas del hombre.
Vemos, entonces, que Dios tiene en alta estima al espíritu humano regenerado. Si un hombre no es regenerado, su espíritu todavía está muerto, y Dios no tiene posibilidad de revelarle las cosas que le pertenecen a El. Aunque una persona sea muy inteligente, no puede comprender las cosas de Dios, ya que la comunión de Dios con el hombre y la adoración del hombre hacia Dios requieren un espíritu regenerado. Esto se debe a que éste es el único vínculo entre Dios y el hombre. Si el espíritu no es regenerado, habrá una separación entre Dios y el hombre; El no puede ir a su encuentro, ni el hombre puede acudir a El, ya que su intuición está todavía muerta y no puede conocer la intención del Espíritu Santo. El primer paso para que haya comunión entre Dios y el hombre es que el espíritu sea avivado.
El hombre tiene libre albedrío, es decir, tiene el pleno derecho de decidir sus propios asuntos; por ello, aun después de que un pecador es regenerado y llega a ser un creyente, todavía tiene muchas tentaciones. Es posible que por ignorancia o por prejuicios muchos creyentes no le den a su espíritu o a la intuición el lugar que les corresponde; sin embargo, para Dios el espíritu es el único lugar donde El puede comunicarse con el hombre, y donde el hombre puede adorarlo y comunicarse con El. Aún así, muchos creyentes siguen andando según su mente o sus emociones, y pasan por alto la voz de la intuición; en consecuencia, basan su conducta en el principio de hacer las cosas de acuerdo con lo que consideran razonable, bonito, o con lo que les agrada o les interesa. Inclusive, cuando tienen el deseo de cumplir la voluntad de Dios, piensan que las ideas que se les ocurren o algunos razonamientos lógicos son la voluntad de Dios, y los obedecen. No se dan cuenta de que deben obedecer al sentir expresado por su intuición mediante su espíritu, y no a sus propios pensamientos. Aun cuando están dispuestos a escuchar la voz de la intuición, sus sentimientos no son estables; por lo tanto, ellos también fluctúan con sus emociones y no reconocen la voz de su intuición. Por consiguiente, andar según el espíritu se convierte en un evento ocasional en la vida de los creyentes, y no una experiencia perdurable, diaria y continua.
Puesto que ésta es nuestra condición cuando inicialmente conocemos la voluntad de Dios, no es de extrañar que no tengamos una revelación profunda. En tal condición, nunca estaremos en nuestro espíritu, el cual nos capacita para conocer el plan de Dios en esta era, la realidad de la lucha espiritual y las verdades profundas de la Biblia. Además, en cuanto a la adoración a Dios, haremos lo que juzguemos correcto, o lo que en ese momento sintamos. En tales circunstancias, la comunión con el Señor en nuestra intuición cesa.
El creyente debe saber que sólo el Espíritu Santo conoce las cosas de Dios, que lo hace por medio de la intuición, no de la mente. Por lo tanto, sólo El puede impartir este conocimiento al hombre. Sin embargo, el que recibe el conocimiento debe recibirlo de la misma manera. Esto significa que también debe usar su intuición para conocer lo que el Espíritu Santo conoce por medio de Su intuición. La unión de estas dos intuiciones produce en el hombre el conocimiento de las cosas de Dios.
El versículo 13 dice: “Lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, interpretando lo espiritual con palabras espirituales”. Vemos cómo debemos hablar acerca de lo que conocemos mediante la intuición en nuestro espíritu. En nuestro espíritu sabemos lo que pertenece a Dios, y nuestra responsabilidad es predicarlo. El apóstol declara que para hablar de las cosas que sabía en su espíritu no utilizaba “palabras enseñadas por sabiduría humana”. La sabiduría del hombre pertenece a la mente del hombre y es el producto de la actividad del cerebro humano. El apóstol afirma categóricamente que no utiliza las palabras que se originan en su mente para comunicar lo que el espíritu sabe acerca de las cosas de Dios. El apóstol Pablo tenía mucha sabiduría. El podía formular ideas nuevas y pronunciar mensajes elocuentes. Sabía expresarse, sabía qué ejemplos usar y cómo estructurar sus mensajes; podía utilizar su elocuencia natural para que los oyentes entendieran bien su pensamiento, pero dijo que no usaría palabras enseñadas por sabiduría humana. Esto significa que la mente del hombre no sólo es incapaz de conocer las cosas de Dios, sino también de hablar acerca de la sabiduría espiritual.
El habló empleando palabras “enseñadas por el Espíritu”. Esto significa que él había sido instruido en su intuición por el Espíritu Santo. En la vida cristiana lo único que tiene valor es estar en el espíritu; aun cuando hablemos del conocimiento espiritual, debemos utilizar el discurso espiritual. La intuición no sólo sabe lo que nos revela el Espíritu Santo, sino también las palabras que El nos enseña para expresar lo que nos revela. Muchas veces el creyente recibe revelación de parte de Dios, comprende algo y quiere predicarlo a otros; para él todo es claro y lo entiende; sin embargo, su predicación no transmite su pensamiento debido a que no ha recibido las palabras en su espíritu. Algunas veces cuando el creyente espera delante del Señor, algo sucede en su interior; tal vez reciba unas pocas palabras, pero éstas transmiten plenamente lo que Dios le reveló. Así, él se da cuenta de que Dios verdaderamente lo ha usado para que testifique de El.
Esas experiencias nos muestran la importancia de recibir las palabras de parte del Espíritu Santo. Hay dos clases de expresiones; la primera es nuestra elocuencia natural, y la otra son las palabras que el Espíritu Santo da a nuestro espíritu. El tipo de discurso dado en Hechos 2:4 es indispensable en la obra espiritual. No importa cuánta sea nuestra elocuencia natural, no puede transmitir las cosas de Dios. Aunque estemos satisfechos de haber hablado bien, tal vez no se haya transmitido lo que deseaba comunicar el Espíritu Santo. Sólo las palabras espirituales, es decir, las que recibimos en nuestro espíritu, están ligadas al conocimiento espiritual. Algunas veces tenemos una carga del Señor en nuestro espíritu, y es como si un fuego ardiese en nuestro interior; sin embargo, no tenemos forma de transmitir dicha carga. En tal caso, debemos esperar que el Espíritu Santo nos dé el mensaje para que podamos transmitir lo que se encuentra en nuestro espíritu, y así aliviar la carga. Si no recibimos las palabras que provienen del Espíritu Santo en nuestra intuición, y en su lugar usamos palabras de sabiduría humana, todo el valor espiritual se perderá, ya que las palabras meramente humanas, en el mejor de los casos, sólo pueden hacer que las personas estén de acuerdo con nuestras ideas. A veces tenemos experiencias espirituales, pero no sabemos cómo comunicarlas, hasta que tal vez unas palabras sencillas de algún creyente esclarecen nuestro cielo y llegamos a conocer el significado de nuestra experiencia. Esto se debe a que hasta el momento en que oímos a otros expresar la misma experiencia que nosotros tuvimos, no habíamos recibido en nuestro espíritu el mensaje del Señor.
“Lo espiritual” debe explicarse con “palabras espirituales”. Debemos usar medios espirituales para llevar a cabo nuestras metas espirituales. Esto es algo que en estos días el Señor nos está enseñando. No basta con tener una meta espiritual; el medio y los procedimientos también deben serlo. Todo lo que pertenece a la carne, sea lo que sea, no puede llevar a cabo lo que es espiritual. Tratar de utilizar nuestra mente y nuestros sentimientos para alcanzar una meta espiritual, es como esperar que de una fuente de agua amarga brote agua dulce. Todo lo pertinente a nuestra comunión con Dios, ya sea procurar hacer Su voluntad, obedecer Sus preceptos o predicar Su mensaje, únicamente es eficaz si lo hacemos en nuestra intuición y en comunión con El. Si usamos nuestra mente, nuestro talento y nuestros métodos, todo ello será muerte ante Dios.
La Biblia en chino trae una nota marginal que dice que las dos últimas frases del versículo 13 pueden traducirse así: “Comunicando lo espiritual a los hombres espirituales”. Esto es muy significativo, y está relacionado con el siguiente versículo. Estudiaremos esto juntamente con el siguiente versículo.
ANÍMICO O ESPIRITUAL.
El versículo 14 dice: “Pero el hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son necedad, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”.
Los hombres anímicos son aquellos que no han sido regenerados y que, por ende, no tienen un nuevo espíritu. Ellos no tienen intuición; sólo tienen la mente, la parte afectiva y la voluntad, o sea su alma. Pueden razonar, juzgar con lógica y expresar sus deseos, pero debido a que no han sido regenerados en su espíritu, no pueden “aceptar” las cosas que son del Espíritu de Dios. Dios pone Su revelación en la intuición del hombre. Aunque un hombre anímico pueda pensar y observar, carece de intuición, y por eso no puede aceptar lo que Dios revela. Todos los talentos naturales del hombre son inútiles, pues aunque tenga muchas habilidades, ninguna puede reemplazar la obra de la intuición. Dios no desea ser algo especial, y tampoco trata de poner el espíritu y la intuición que dio al hombre en regeneración por encima de las cosas que el hombre posee por naturaleza. Sin embargo, debido a que el hombre está muerto en el espíritu para Dios, El no puede comunicarle ni Su persona ni Sus cosas. En el hombre no hay ningún órgano apto para recibir las cosas de Dios. De los componentes del alma del hombre, no existe uno solo que pueda tener comunión con Dios. La mente, el intelecto y el razonamiento, que son tan altamente estimados por el hombre, son tan corruptos como su lujuria y no pueden comprender a Dios. No sólo es imposible que una persona que no ha sido regenerada tenga comunión con Dios con su mente, sino que también es imposible que los creyentes regenerados tengan comunión con Dios sin usar su espíritu regenerado; también es imposible que entiendan las cosas de Dios utilizando la mente, ya que ésta no cambia su función después de la regeneración. La mente sigue siendo la mente, y la voluntad sigue siendo la voluntad; nunca llegan a ser órganos aptos para tener comunión con Dios.
El hombre anímico no sólo no puede recibir esas cosas, sino que hasta piensa que son locura. Esta idea nos hace volver a examinar la mente del hombre. Según la mente del hombre, las cosas que se conocen por medio de la intuición son locura porque no se pueden razonar. Trascienden los sentimientos humanos y son contrarias a la mentalidad mundana e incluso al sentido común. A nuestra mente le gusta lo que es lógico y racional, lo que concuerda con la sicología humana; no obstante, ninguno de los hechos de Dios se rigen por leyes humanas, debido a esto para el hombre natural son locura. La locura mencionada en este capítulo se refiere a la crucifixión del Señor Jesús. El mensaje de la cruz no sólo afirma que el Salvador murió por nosotros, sino también que todos los creyentes murieron juntamente con El. Todo lo que pertenece al hombre natural, como por ejemplo, el yo del creyente, debe pasar por la muerte de la cruz. Si esto es sólo una idea o un concepto, tal vez la mente lo acepte, pero si es algo que deba ponerse en práctica, la mente inmediatamente lo rechazará.
Puesto que el hombre anímico no puede recibir ni aceptar este mensaje, menos aún lo puede conocer. Primero debemos recibir la palabra, y luego conocerla. A fin de poder conocer esta palabra necesitamos la intuición. Para poder aceptar o recibir las cosas de Dios primero necesitamos tener el Espíritu. Si el creyente tiene el Espíritu y ha recibido las cosas de Dios, la intuición tiene la oportunidad de conocerlas. Aparte del espíritu del hombre no se pueden conocer las cosas del hombre. Un hombre anímico no puede conocer las cosas de Dios porque no tiene un espíritu renovado y, por lo tanto, no tiene la función de la intuición para conocerlas.
El apóstol también asevera que el hombre anímico “no acepta” las cosas de Dios porque se han de “discernir espiritualmente”. ¿Nos damos cuenta de que el Espíritu Santo reitera que el espíritu del hombre es el órgano con el cual tiene comunión con Dios?. La idea principal de este pasaje es demostrar y aclarar que mediante el Espíritu de Dios, el espíritu del hombre llega a ser la base para tener comunión con Dios y para conocer las cosas de Dios. Fuera del espíritu del hombre no hay nada más.
Todo órgano tiene su propia función. La función del espíritu es discernir las cosas de Dios. No queremos anular nuestra mente, nuestra parte emotiva ni nuestra voluntad, ya que ellas tienen sus propias funciones, pero sí afirmamos que tienen una posición secundaria, que deben ser restringidas y que no deben gobernar al hombre. La mente debe estar bajo la restricción del espíritu, actuar de acuerdo con la voluntad que Dios haya dado a conocer mediante la intuición. No debe crear ideas originales ni exigir que todo nuestro ser las acate. Igualmente, la parte emotiva debe obedecer las órdenes del espíritu, todo su amor y su odio deben corresponder a lo que el espíritu quiere y no a sus propios sentimientos. Del mismo modo, la voluntad también debe obedecer a la voluntad de Dios expresada mediante la intuición; debe obedecerla y no tomar decisiones por sí sola. Si la mente, la parte emotiva y voluntad permanecen en una posición secundaria, el creyente progresará espiritualmente. De lo contrario, la mente, la parte emotiva y la voluntad se convertirán en amos, y usurparán el lugar del espíritu. En consecuencia, no habrá ni vida ni obra espiritual. El espíritu debe ocupar su posición, y el creyente debe esperar en su espíritu la revelación de parte de Dios. Si el espíritu no recupera su posición, el hombre no podrá discernir lo que sólo puede ser discernido por el Espíritu. Es por esto que el versículo anterior dice que las cosas espirituales las conocen los hombres espirituales, ya que son los únicos que, mediante su espíritu en función, pueden conocerlas.
El versículo 15 dice: “En cambio el hombre espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado por nadie”. Para una persona espiritual el espíritu es el centro de su ser, y su intuición es muy sensible. La mente, la parte emotiva y la voluntad de su alma no perturban la quietud de su espíritu, el cual ejerce así sus funciones.
“El hombre espiritual juzga todas las cosas” porque la intuición obtiene su conocimiento exclusivamente del Espíritu Santo. “El no es juzgado por nadie” porque nadie sabe ni cómo ni qué le revela el Espíritu a su intuición, ni el sentir de ésta. Si el creyente solamente pudiera obtener conocimiento mediante su inteligencia, sólo los que fueran más inteligentes discernirían todas las cosas. Si así fuera, la erudición y la educación mundana serían indispensables, y el hombre instruido podría ser juzgado por otros que fueran iguales o más inteligentes que él, ya que podrían conocer sus pensamientos. Pero el conocimiento espiritual tiene como base la intuición del espíritu. Si un hombre es espiritual y posee una intuición sensible, su conocimiento no tendrá limite. Aunque su mente sea lenta, el Espíritu Santo puede introducirlo en la realidad espiritual de todas las cosas. Su espíritu puede iluminar su mente. Además, el modo en que el Espíritu se revela sobrepasa la imaginación humana.
El versículo 16 dice: “Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo”. Aquí nos encontramos una pregunta. En el mundo nadie ha conocido la mente del Señor como para instruirle, porque todos los hombres son anímicos. El único modo para conocer a Dios es usar la intuición, así que ¿dónde podríamos encontrar a alguien que sin valerse del espíritu pueda conocer la mente de Dios? Esta pregunta confirma la última oración del versículo anterior. Un hombre espiritual “no es juzgado por nadie” porque nadie ha conocido la mente del Señor. “Nadie” significa ningún hombre anímico. El hombre espiritual conoce la mente del Señor porque posee una intuición muy aguda. El hombre anímico no puede conocer la mente del Señor porque no posee la intuición y, por ende, no tiene comunión con Dios. Debido a esto, no puede juzgar al hombre espiritual que se somete totalmente a la mente del Señor. Este es el significado de este versículo.
“Mas nosotros” significa que todos los creyentes, aun cuando haya muchos que sean carnales, somos diferentes a los hombres anímicos. “Mas nosotros tenemos la mente de Cristo”. Los que fueron regenerados, ya sean infantes o adultos, tienen la mente de Cristo. Nosotros conocemos la mente de Cristo porque poseemos una intuición resucitada, y debido a ello podemos conocer y sabemos lo que Cristo preparó para que nosotros recibamos en el futuro (versiculo. 9). El hombre anímico no conoce la mente de Cristo, pero los que son regenerados sí. La diferencia radica en tener el espíritu (Judas. 19).
LOS ESPIRITUALES Y LOS CARNALES.
En 1 Corintios 3:1 al 2 dice: “Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a carne, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no alimento sólido; porque aún no erais capaces de recibirlo. Pero ni siquiera sois capaces ahora”. Estas pocas frases están relacionadas con la sección anterior, ya que sigue el mismo delineamiento de lo que se enseña en la sección anterior, continuando con el tema del espíritu del hombre. La división de la Biblia en capítulos y versículos no fue inspirada por el Espíritu Santo, sino que fue inventada por los hombres para facilitar la lectura para sí mismos, pero nosotros debemos unir este pasaje con el capítulo anterior.
Antes de examinar el significado de estos dos versículos, veamos al apóstol Pablo y notemos cuán clara era su percepción espiritual. El sabía qué clase de personas recibirían su carta, si eran espirituales o anímicas, y si eran controlados por el espíritu o aun estaban bajo el dominio de la carne. Aunque su mensaje estaba relacionado con las cosas espirituales, él no se atrevía a hablar indiscriminadamente sin tener en cuenta la condición de los destinatarios de su carta, para ver si podían recibirla o no. Únicamente comunicaba las cosas espirituales a los hombres espirituales. Lo importante no era cuánto tenía él, sino cuánto podían captar sus oyentes. Vemos que no hay jactancia por su propio conocimiento, ya que sencillamente recibía en su espíritu las palabras que debía comunicar, tenía conocimiento espiritual y además las palabras espirituales para dirigirse a los creyentes en diferentes niveles. Nosotros también debemos conocer las palabras espirituales, las palabras enseñadas por el Espíritu Santo. Estas no son necesariamente palabras que hablan de los asuntos profundos del Espíritu de Dios, sino que son reveladas por el Espíritu Santo en el espíritu. Tal vez no sean muy elevadas ni muy profundas; quizá sean comunes y corrientes, pero lo que cuenta es que ellas son conocidas mediante nuestra intuición y enseñadas por el Espíritu Santo. Eso es lo que las hace palabras espirituales. Cuando estas palabras se pronuncian, producen considerables resultados espirituales.
En los pasajes anteriores, el apóstol nos muestra que la intuición es la única facultad con la cual se conoce a Dios, se tiene comunión con El y se conoce lo relacionado con El. También nos dice que en el espíritu regenerado está la mente de Cristo; esto significa que todo espíritu regenerado entiende lo que Cristo nos dará en el futuro. Después clasifica a los creyentes en dos categorías: los espirituales y los carnales; también menciona la diferencia entre el poder intuitivo de éstas dos clases de creyentes. Esos dos versículos son la respuesta a la pregunta que algunos se hacen: “Si el espíritu del hombre conoce todas las cosas del hombre, y si el hombre espiritual juzga todas las cosas, ¿por qué hay tantos creyentes regenerados que no perciben su espíritu ni pueden conocer mediante su espíritu las cosas profundas de Dios?”
En respuesta a esta clase de pregunta el apóstol dijo: “En cambio el hombre espiritual juzga todas las cosas”. Aun cuando los creyentes tienen un espíritu regenerado, no todos ellos son espirituales. ¡Hay muchos que aún son carnales! Aunque la intuición del hombre ha sido vivificada, el hombre es quien debe darle el lugar que le corresponde, permitiéndole que actúe; de lo contrario, queda suprimida, sofocada e incapacitada para comunicarse con Dios y para saber lo que debería saber. El creyente espiritual no hace nada en conformidad con su mente, su parte emotiva ni su voluntad, sino que los lleva a la cruz para que se sometan al espíritu. De esta manera, la intuición tiene la libertad de recibir la revelación que proviene de Dios y la transmite posteriormente a la mente, a la parte emotiva y a la voluntad para que lleven a cabo la revelación recibida por la intuición. Pero los creyentes carnales no son así. Fueron regenerados, y su intuición fue vivificada ante Dios, pero aunque están esclavizados por la carne, tienen la oportunidad de llegar a ser creyentes espirituales. Los deseos de la carne son aún bastante fuertes y poderosos, y hacen que ellos pequen. Todavía tienen muchos razonamientos y pensamientos desenfrenados, muchos planes en su mente carnal, muchos intereses carnales, gustos e inclinaciones en sus emociones y muchos juicios, opiniones y decisiones mundanas en su voluntad. Como resultado de todo ello, estos creyentes andan según la carne noche y día. Están tan ocupados que no tienen tiempo para escuchar la voz de su intuición. La voz del espíritu es tan tenue que aun si el creyente detiene toda actividad para escucharla atentamente, es posible que no la oiga. ¿Cómo será oída, entonces, si las diferentes partes de la carne están activas todo el día? Cuando el creyente es afectado por la carne, su espíritu se embota y es incapaz de recibir alimento sólido.
En las Escrituras se compara al creyente recién regenerado con un niño porque la vida que recibió en el espíritu es tan débil como la de un niño. Esto no es problema si el creyente crece y deja la infancia en poco tiempo, ya que todo adulto empieza siendo niño. Pero si el creyente permanece como niño por mucho tiempo y si después de años de haber sido regenerado, la estatura de su espíritu no cambia, entonces algo está mal. El espíritu del hombre puede crecer, y la intuición también puede crecer y fortalecerse. Un niño recién nacido no está consciente de sí mismo; su sistema nervioso es muy frágil y es infantil en todos los sentidos. Un creyente recién regenerado es exactamente igual. Su vida espiritual es como una chispa, y su intuición es débil y no tiene mucha función. Sin embargo, el niño crece diariamente. Su conocimiento se amplía cada día debido al uso y al ejercicio, y crece hasta que su conciencia se desarrolla plenamente y puede utilizar todos sus sentidos. Sucede lo mismo con el creyente. Después de ser regenerado debe aprender gradualmente a usar su intuición. Cuanto más la use, más experiencia y conocimiento obtendrá, y más crecerá. Así como la conciencia de una persona no es muy sensible cuando acaba de nacer, cuando el creyente acaba de ser regenerado, su intuición no es muy sensible.
Los creyentes carnales permanecen como niños por largo tiempo sin crecer. Esto no significa que no dejan sus pecados ni que no aumentan su conocimiento bíblico ni que no se esfuerzan por servir al Señor o tampoco que no hayan recibido el don del Espíritu Santo. Los creyentes de Corinto tenían todo eso. Habían sido enriquecidos en Cristo en toda palabra y en todo conocimiento, sin que les faltara don algún (1 Corintios. 1:5, y 7). Desde el punto de vista humano, todo ello muestra cierto crecimiento. Nosotros habríamos pensado que eran los creyentes más espirituales debido a su crecimiento en la Palabra, al conocimiento y a los dones. Pero el apóstol les dijo que aun eran niños, hombres carnales. ¿Cómo podía explicarse esto? ¿Acaso el crecimiento en la palabra, en el conocimiento y en los dones no es crecimiento? Esto nos revela un hecho muy importante: aunque los corintios habían crecido en cosas secundarias, su espíritu no había crecido y su intuición no se había fortalecido. El desarrollo en la elocuencia, en el conocimiento bíblico y en los dones espirituales no constituye el incremento de la vida espiritual. Si el espíritu del creyente, con el cual tiene comunión con Dios, no se ha fortalecido ni sensibilizado, a los ojos de Dios, el creyente ¡no ha crecido! ¿Cuántos creyentes, hoy día, están creciendo en la dirección equivocada? ¿Cuántos piensan que después de haber sido salvos, deben tratar de aumentar su conocimiento bíblico, saber hablar mejor o recibir los dones del Espíritu Santo? Olvidan que deben anhelar el crecimiento del espíritu, que es el órgano con el cual se comunican con Dios. La elocuencia, el conocimiento y los dones son externos; mientras que la intuición es interna. Es una lástima ver que en la actualidad los creyentes permiten que su espíritu no crezca, pero llenan su mente, su parte emotiva y su voluntad de elocuencia, conocimiento y dones. Aunque estas cosas son valiosas, no pueden compararse con el espíritu. Dios recreó en nosotros este espíritu o esta vida espiritual, y es esto lo que debe crecer y madurar. Si no procuramos crecer en la vida espiritual y en la intuición, lo cual nos hace aptos para conocer a Dios y Sus cosas y para tener comunión con El, y en lugar de eso, tratamos de enriquecer el alma, entonces, ante Dios no tendremos ningún progreso. Para El nuestro espíritu lo es todo; El desea el crecimiento de nuestro espíritu. Desde Su perspectiva, no importa lo mucho que puedan ganar nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad por medio de la elocuencia, el conocimiento o los dones; todo ello carece de valor en la esfera espiritual, si nuestro espíritu no tiene el debido crecimiento.
Anhelamos continuamente adquirir más poder, más conocimiento, más dones y más elocuencia; pero la Biblia afirma que tener más de estos elementos no significa necesariamente que hayamos progresado en la vida espiritual. Al contrario, nuestra vida espiritual permanece igual, sin crecimiento alguno. El apóstol dijo que los corintios no eran capaces de recibirlo antes ni ahora. ¿En qué aspecto no eran capaces? No podían usar su intuición para servir a Dios a fin de conocerlo de una manera profunda, ni para recibir la revelación de Dios en su intuición. Los creyentes corintios no eran aptos para hacer nada de esto. “Aun no erais capaces” significa que eran aptos para recibir estas cosas cuando apenas habían creído en el Señor. “Ni siquiera sois capaces ahora” significa que después de algunos años de haber creído en el Señor, de haber desarrollado su elocuencia, su conocimiento y sus dones, todavía no eran aptos. La palabra “ahora”, da a entender que aunque se habían enriquecido en elocuencia, en conocimiento y en dones, su vida espiritual permanecía igual que cuando no tenían todas esas cosas. No había diferencia. El verdadero crecimiento se mide por el crecimiento del espíritu y la intuición. Todo lo demás es de la carne. Estas palabras deben quedar grabadas profundamente en nuestros corazones.
Qué triste que en el presente parece que los creyentes han crecido en casi todas las áreas, pero no en su espíritu, cuya función es precisamente tener comunión con Dios. Después de creer en el Señor por algunos años, tal vez aún digan: “No logro percibir mi espíritu”. ¡Cuán diferentes son nuestros pensamientos de los de Dios! Somos como los corintios que utilizan la inteligencia para obtener “conocimiento espiritual”; pero aunque lo obtenemos, nuestro crecimiento intelectual no es el crecimiento de la intuición ni puede substituirlo. A los ojos de Dios seguimos iguales. Recordemos que lo que Dios desea no es que tengamos un cúmulo de conocimiento ni mucha facilidad de palabra ni proliferación de dones, sino que crezcamos en nuestro espíritu, en nuestra vida espiritual y en la intuición en nuestro espíritu. El espera que la nueva vida que recibimos en el momento de la regeneración crezca y que todo lo que pertenece a la antigua creación desaparezca por completo. De no ser así, aunque sepamos expresarnos bien, tengamos conocimiento y seamos ricos en los dones, seremos creyentes carnales, niños en Cristo carentes de crecimiento en la vida espiritual.
Cuando el creyente es influido excesivamente por la carne, no puede llegar a ser un hombre espiritual ni a tomar alimento sólido. Unicamente quienes poseen una intuición sensible y tienen una comunión ininterrumpida con Dios conocen las verdades profundas. Si la intuición permanece débil, sólo puede recibir leche espiritual. La leche proviene de la madre después de que ella ha digerido el alimento sólido. Esto significa que los creyentes carnales son incapaces de tener comunión directa con Dios por medio de su intuición, y debido a esto dependen de los creyentes más experimentados para que les enseñen las cosas de Dios. Los creyentes maduros tienen comunión con Dios por medio de su intuición, y transforman lo que reciben en leche espiritual para darla a los creyentes carnales. Al principio de nuestra vida cristiana el Señor permite que sea así; sin embargo, El no desea que nos quedemos en esa condición toda la vida, siendo incapaces de comunicarnos directamente con El. Si el creyente sólo bebe leche espiritual, esto indica que no puede tener una comunión directa con Dios y que necesita que otros le transmitan el pensamiento divino. Un varón plenamente maduro es aquel cuya intuición está ejercitada y que sabe discernir todas las cosas. Si no podemos tener comunicación con Dios ni conocemos lo relacionado con El en nuestra intuición, todos nuestros pensamientos e ideales espirituales son vanos. Los corintios tenían abundancia de mensajes, de conocimiento y de dones, pero no ejercitaban su espíritu. La iglesia de Corinto era una iglesia carnal, porque todo lo que tenía se hallaba en la esfera de la mente.
Muchos creyentes cometen el mismo error que los corintios. Estudian teología con imparcialidad buscando los significados de temas bíblicos difíciles a fin de lograr las mejores exposiciones bíblicas. Aunque las palabras del Señor son espíritu y vida, ellos no las reciben así y sólo quieren satisfacer su deseo de conocimiento para comunicar lo que han aprendido, ya sea verbalmente o por escrito. Pese a que sus explicaciones, teorías y bosquejos son buenos, y aunque parezcan muy espirituales, en realidad, a los ojos de Dios, todo ello está en la esfera de la muerte. El conocimiento de tales creyentes se origina en sus mentes humanas y es transmitido a las mentes de otros sin pasar por el espíritu de ninguno. Los que los escuchan o leen sus escritos tal vez digan que han recibido ayuda, pero ¿qué clase de ayuda han recibido? Simplemente han acumulado más información en sus mentes. Tal conocimiento no tiene ningún efecto espiritual. Sólo lo que proviene del espíritu entra en el espíritu del hombre, y lo que proviene de la mente pasa a la mente del oyente. Más aún, sólo lo que proviene del Espíritu Santo entra en nuestro espíritu, y sólo lo que proviene del Espíritu Santo y pasa por nuestro espíritu entra en el espíritu de quien nos oye.
ESPIRITU DE SABIDURIA Y REVELACIÓN.
En nuestra comunión con Dios, es indispensable tener un espíritu de sabiduría y revelación. “Para que … el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de El” (Efesios. 1:17). El día que fuimos regenerados, recibimos un nuevo espíritu; pero muchas de sus funciones no se manifiestan y permanecen escondidas. El apóstol oró pidiendo que los creyentes de Efeso recibieran espíritu de sabiduría y revelación a fin de que pudieran conocer a Dios en su intuición. El espíritu de sabiduría y de revelación puede considerarse un potencial escondido en el espíritu del creyente, que es iluminado o activado por Dios mediante la oración, o puede tomarse como sabiduría y revelación que el Espíritu Santo añade al espíritu de los creyentes; en ambos casos, lo que cuenta es que el espíritu de sabiduría y revelación es indispensable en la comunión del creyente con Dios. También es un hecho que los creyentes pueden recibir este espíritu mediante la oración.
La intuición puede tener comunión con Dios, pero necesita sabiduría y revelación. Necesitamos sabiduría para determinar qué proviene de Dios y qué proviene de nosotros mismos. Necesitamos sabiduría para relacionarnos con las personas. En incontables asuntos ciertamente necesitamos la sabiduría de Dios a fin de no equivocarnos. ¡Cuán necios somos! Dios desea darnos sabiduría, mas no la deposita en nuestra mente, sino que nos da un espíritu de sabiduría para que podamos tener sabiduría en nuestro espíritu. El quiere que tengamos sabiduría en nuestra intuición debido a que El nos guía por medio de la intuición en el camino de la sabiduría. Tal vez nuestra mente sea torpe, pero tendremos sabiduría en nuestra intuición. En muchos casos, parece que nuestra sabiduría llega a su límite, pero gradualmente surge en nosotros más sabiduría. La sabiduría y la revelación están entrelazadas, ya que todas las revelaciones de Dios son revelaciones de sabiduría. Si sólo vivimos en la esfera natural, nunca comprenderemos con nuestra mente ninguna de las cosas de Dios. Aun cuando nuestro espíritu haya sido vivificado, si no recibimos revelación del Espíritu Santo estaremos en tinieblas. Cuando nuestro espíritu es vivificado, tenemos la posibilidad de que nuestro espíritu reciba la revelación de Dios, pero esto no significa que el espíritu pueda actuar de modo independiente.
En nuestra comunión con Dios, en muchas ocasiones El nos revela algo. Debemos pedirle que siga dándonos revelación. Un espíritu de revelación significa que Dios trae algo a nuestro espíritu. Por lo tanto, la frase “espíritu de sabiduría y revelación” indica que Dios nos da revelación y sabiduría. Los pensamientos súbitos no son el espíritu de revelación. El espíritu de revelación es la operación que Dios efectúa en nuestro espíritu a tal grado que descubrimos Su deseo mediante nuestra intuición. Nuestra comunión con Dios se lleva a cabo exclusivamente en nuestro espíritu.
Si tenemos espíritu de sabiduría y de revelación, tendremos “el pleno conocimiento de El”. Sólo cuando recibimos revelación de Dios en nuestro espíritu podremos conocerlo verdaderamente; todo lo demás es superficial e imaginario y, por lo tanto, falso. Hablamos mucho de las virtudes de Dios, como por ejemplo, Su santidad, Su justicia, Su bondad y Su amor; pero aunque la mente del hombre puede hablar de estas virtudes, ese conocimiento no es como lo que se ve por una ventana, sino como tratar de ver a través de una pared de piedra. Cuando el creyente recibe la revelación de la santidad de Dios y descubre que Dios mora en luz inaccesible a la que ningún hombre natural y pecador puede acercarse, se ve a sí mismo corrupto e inmundo. En nuestro medio debería haber muchos que tuvieran esta clase de experiencias. Debemos examinar la santidad de Dios que recibimos por revelación en nuestro corazón, para ver si es igual a la santidad de la que hablan muchos hombres que carecen de revelación. Tal vez las palabras sean las mismas, pero los que han tenido una revelación tienen más peso, ya que todo su ser está incluido en sus palabras. Este es el espíritu de revelación del que hablamos. Sólo mediante una revelación en nuestro espíritu conocemos verdaderamente a Dios. Lo mismo se da con muchas doctrinas bíblicas; muchas veces entendemos las enseñanzas de la Biblia con nuestra mente y sabemos que son importantes, pero sólo después de que Dios nos las revela gradualmente a nuestro espíritu llegamos a hablar de ellas con un énfasis diferente al que teníamos originalmente. Sólo el conocimiento que proviene de la revelación es verdadero; lo demás es sólo actividad intelectual.
Si procuramos conocer las cosas de Dios de modo superficial y natural, y no nos interesa conocerlas mediante la revelación, lo que obtengamos no podrá afectarnos ni dejar una impresión duradera en los demás. Sólo la revelación que está en nuestro espíritu tiene valor espiritual. La verdadera comunión con Dios es recibir Su revelación en nuestro espíritu. Es cierto que la revelación de Dios no es frecuente, pero, ¿cuánto esperamos y oramos para que Dios nos revele algo? Si nos mantenemos ocupados, ¿cómo podremos ser guiados sólo por la revelación? Si le damos a Dios la oportunidad, recibiremos revelación de El. La vida de Pablo es un testimonio de este hecho.
EL ENTENDIMIENTO ESPIRITUAL.
Hay sabiduría anímica y hay sabiduría espiritual. La sabiduría anímica proviene de la mente del hombre, pero la sabiduría espiritual Dios la comunica a nuestro espíritu. Si un hombre carnal no tiene un entendimiento adecuado o carece de sabiduría, hallará la solución en una buena educación; por supuesto, esto nunca cambiará las cualidades naturales de una persona. Pero no sucede lo mismo con la sabiduría espiritual, la cual se obtiene mediante la oración de fe ( [Santiago.]. 1:5). Recordemos que para la redención “Dios no hace acepción de personas” (Hechos. 10:34). El pone a todos los pecadores, sabios o torpes, en el mismo plano. Todos necesitan la misma salvación. Los sabios son tan corruptos como los iletrados. A los ojos de Dios, las mentes de los sabios y de los necios son igualmente vanas, por lo cual ambos necesitan la misma regeneración. Aun después de la regeneración, los sabios no pueden entender la Palabra de Dios más fácilmente que los necios. Si a la persona más insensata del mundo le tratamos de ayudar a que conozca a Dios, le será muy difícil, y con la persona más sabia del mundo tenemos la misma dificultad. Esto se debe a que el conocimiento de Dios se discierne en el espíritu. Aunque sus mentes son diferentes, los espíritus de ambos están muertos y son totalmente incapaces de conocer a Dios. La sabiduría natural del hombre no le sirve para conocer a Dios ni Su verdad. Sin duda, un erudito entiende más fácilmente que un iletrado, pero esto sólo ocurre en la esfera de la mente, porque el grado de ignorancia en la intuición es el mismo en ambos. Los dos necesitan la resurrección en el espíritu.
Aun después de que el espíritu ha resucitado, no debemos pensar que el sabio, por ser más versado, progresará más rápidamente que el inculto. Si no hay diferencia en la fidelidad y obediencia de ellos, no importa cuán diferentes sean en el entendimiento intelectual, no habrá diferencia en el conocimiento intuitivo de su espíritu. La vieja creación no puede ser la fuente de la nueva creación. El progreso espiritual depende de la fidelidad y de la obediencia. Los talentos naturales no ayudar a avanzar en la senda espiritual. Según la carne, el hombre tiene la oportunidad de ser mejor que otros si tiene talentos naturales. Pero en el campo espiritual, toda persona tiene que empezar en el mismo lugar, pasar por los mismos procesos y llegar a la misma meta. Por lo tanto, todo creyente regenerado, aun si es más inteligente que otros, primero necesita obtener entendimiento espiritual para poder tener la debida comunicación con Dios. Esto es irremplazable.
“Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del pleno conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo por el pleno conocimiento de Dios” (Col. 1:9-10). El apóstol hizo esta oración por los creyentes colosenses, lo cual nos muestra que debemos tener un entendimiento espiritual a fin de que conocer la voluntad de Dios. Cuando uno conoce la voluntad de Dios, puede (1) andar como es digno del Señor, agradándole en todo, (2) llevar fruto en toda buena obra y (3) crecer por el pleno conocimiento de Dios.
No importa cuán excelente sea el entendimiento de un hombre, eso no basta para conocer la voluntad de Dios, ya que para ello y también para tener comunión con El se requiere entendimiento espiritual. Sólo el entendimiento espiritual nos guía a la esfera del espíritu y nos hace aptos para conocer la voluntad de Dios. El entendimiento carnal nos permite conocer algunas verdades que se pueden almacenar en la mente, pero que no producen vida. Debido a que el entendimiento espiritual proviene del espíritu, puede transformar en vida lo que entendemos. Inclusive la palabra “conocer” está relacionada con Dios, pues el verdadero conocimiento no existe aparte del espíritu. El espíritu de revelación y el entendimiento espiritual van a la par. Dios nos dio espíritu de sabiduría y de revelación, y también nos dio entendimiento espiritual. La sabiduría y la revelación que recibimos en nuestro espíritu deben ser comprendidas por el entendimiento para que podamos conocer el verdadero significado de la revelación, que es lo que recibimos de Dios; el entendimiento es la comprensión de la revelación que recibimos. El entendimiento espiritual nos esclarece el significado de todos los movimientos que suceden en nuestro espíritu, de modo que comprendamos la voluntad de Dios. Nuestra comunión con Dios depende de que nuestro espíritu reciba revelación de El, de que la intuición la capte, y de que nuestro entendimiento espiritual interprete su significado. Nuestro entendimiento natural no puede realizar esta tarea; solamente cuando nuestro espíritu ilumina nuestro entendimiento, llegamos a conocer la voluntad específica de Dios para nosotros.
Según Colosenses 1:9 al 10, vemos claramente que si deseamos agradar a Dios y llevar fruto, debemos conocer Su voluntad en nuestro espíritu. Nuestra relación con Dios en nuestro espíritu es la base para agradarle y para llevar fruto. Es en vano que un creyente trate, por un lado, de agradar a Dios, y por otro, de andar en conformidad con el alma. Dios únicamente se complace en Su propia voluntad. Ninguna otra cosa puede satisfacer Su corazón. Lo más doloroso para un creyente es no conocer la voluntad de Dios. Escudriñamos y pensamos, pero parece que no logramos descubrir Su voluntad. Estos versículos nos revelan que no conocemos la voluntad de Dios desarrollando nuestros pensamientos ni meditando ni emitiendo nuestros juicios humanos, sino por medio de un entendimiento espiritual. El espíritu humano es el único que puede comprender la voluntad de Dios, ya que es el único que posee la intuición con la cual se puede conocer los movimientos de Dios. Por medio del entendimiento de la intuición los creyentes pueden conocer la voluntad de Dios.
Cuando los creyentes conocen la voluntad de Dios continuamente, crecen por el pleno conocimiento de Dios”. Esto significa que el verdadero conocimiento que los creyentes tienen de Dios crece gradualmente. Estos versículos también nos hablan del espíritu. Si en todas las cosas, buscamos la voluntad de Dios en nuestro espíritu, conoceremos más a Dios. La intuición de nuestro espíritu crecerá sin límite, y este crecimiento equivale al crecimiento de la vida espiritual de los creyentes. Cada vez que tenemos una comunión genuina con Dios, hay un resultado, y somos adiestrados para tener una mejor comunión la siguiente vez. Debido a que el creyente fue regenerado y puede tener comunión con Dios en su intuición, debe anhelar la perfección. Debemos utilizar todas las oportunidades para adiestrar nuestro espíritu a fin de que conozca más a Dios. Necesitamos conocer a Dios en lo más profundo de nuestro ser. Muchas veces pensamos que hemos conocido Su voluntad, pero el paso del tiempo y las circunstancias nos demuestran que nos equivocamos. Todos necesitamos conocer a Dios y Su voluntad. Debemos procurar ser llenos del conocimiento pleno de Su voluntad en toda sabiduría espiritual.