Watchman Nee Libro Book cap.2 Cristo es todas las cosas y los asuntos espirituales

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CRISTO ES LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA

CAPITULO DOS

CRISTO ES LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA

Lectura bíblica: Jn. 11:25

LO QUE CRISTO ES EN CONTRASTE CON LO QUE HACE

El capítulo 11 del evangelio de Juan nos muestra que el Señor Jesús dio vida a una persona muerta y la resucitó. Aunque el Señor puede resucitar al hombre, no dijo: “Yo resucitaré a los muertos”, sino que dijo: “Yo soy la resurrección”, e inmediatamente resucitó a un hombre. Tanto Marta como María estaban allí presentes. Ellas habrían entendido más fácilmente si el Señor les hubiera dicho: “No importa que vuestro hermano esté muerto; Yo puedo resucitarlo”. Nosotros preferimos oír estas palabras, pues nuestro deseo y nuestra esperanza es que Dios haga algo para nosotros. Con mucha frecuencia, oramos y esperamos que Dios nos responda diciéndonos que va a hacer algo en nuestro beneficio, pero el Señor no desea mostrarnos lo que va a hacer, sino lo que El es, pues en esto se basa lo que hace. Marta creía en el poder del Señor, pues le dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (v. 21), pero no entendía que El es la resurrección y la vida. Nosotros debemos comprender que todo lo que Dios hace está incluido en lo que El es. Si una persona no tiene el poder de Dios, se debe a que no sabe lo que Dios es. “Es necesario que el que se acerca a Dios crea que existe, y que es galardonador de los que con diligencia le buscan” (He. 11:6). Todo el poder que Dios tiene se basa en lo que El es.

En Juan 11:25 el Señor Jesús no dijo que podía preservar la vida de un hombre, sino que El mismo es la vida. Tampoco dijo que tenía el poder de resucitar a los hombres, sino que aseveró que El mismo es la resurrección. Que Dios abra nuestros ojos para que veamos quién es el Señor. Debemos ver que a los ojos de Dios, Cristo lo es todo. Si tenemos este entendimiento, podemos tener un verdadero crecimiento espiritual. Es menester que comprendamos que a los ojos de Dios no hay ningún otro objeto fuera de Cristo. Nuestro crecimiento espiritual depende de si tocamos la realidad espiritual; es decir, ¿conocemos las cosas espirituales que Dios ha realizado o le conocemos a El?

En Juan 11 no se nos da a entender que el Señor Jesús resucitó a Lázaro, sino que El fue la resurrección para Lázaro. Hay una gran diferencia entre estos dos conceptos. El Señor fue la resurrección para Lázaro, y éste volvió a la vida. El Señor Jesús no le dio la resurrección como algo aislado, sino que El mismo vino a ser resurrección para Lázaro. Así que lo que el Señor hace es sencillamente la manifestación de lo que El es, lo cual constituye la realidad. No negamos que el Señor haya resucitado a Lázaro, pero sí afirmamos que éste resucitó debido a que el Señor fue la resurrección para El.

Recordemos que todo lo que Dios hace en Cristo, lo lleva a cabo basándose en este principio. Cuando el Señor es algo para mí, ese algo llega a existir. Primero El “es”, y luego El “tiene”. Muchos creyentes separan a Aquel que les da gracia de la gracia que reciben. Un día descubriremos que el Dador de la gracia es el don mismo que recibimos. El no tiene un cúmulo de regalos; El sólo nos da al Señor Jesús. Todo lo espiritual y todas las dádivas de Dios no son más que el propio Cristo. Dios no nos da nada en cuotas. Un día Dios abrirá nuestros ojos para que veamos que todo está en Cristo. ¡Cuán maravilloso será ver esto!

El Señor, al declarar quién es El, dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. El es la resurrección, y por eso Su tardanza no fue inconveniente para resucitar a Lázaro, pues al hacerlo guiaba a los hombres a conocerlo a El. Lo más notable no fue la resurrección de aquel hombre, sino que conocieran al Señor como resurrección. Muchas personas creen que el Señor Jesús es el Dador de la vida, pero es completamente diferente creer que el Señor mismo es la vida. El no sólo da vida, sino que El mismo es la vida; la vida que da es El mismo. El no sólo tiene el poder de resucitar al hombre, sino que El mismo es la resurrección. Si uno comprende esto, descubrirá que todo lo que se relaciona con Cristo está lleno de vida. Dios simplemente nos dio a Cristo. Esperamos que por lo menos algo de luz nos ilumine y nos haga comprender que el Señor lo es todo y nos lo muestre como tal. El es el Dador de la gracia, pero también es la gracia que otorga. Nuestro Señor dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. Estas dos cosas abarcan toda la Biblia. Es maravilloso conocer la resurrección y la vida. Examinemos lo que es la vida.

CRISTO ES LA VIDA

Dios puso al hombre recién creado en el huerto de Edén y le dio dos alternativas. Una era recibir la vida, y la otra le traería la muerte. Si el hombre comía el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, moriría, pero si comía del árbol de la vida, recibiría vida. Pese a que el hombre era bueno, quedaba un problema por resolver, el de la vida y la muerte. En el Edén el hombre podía pensar y actuar, pero no había recibido vida. No digo que no estuviera vivo, pues en lo que respecta a su vida natural, sí lo estaba. En Génesis 2:7 dice que el hombre llegó a ser alma viviente. No obstante, en lo que a la vida representada por el árbol de la vida se refiere, el hombre carecía de vida, aunque tenía emociones y pensamientos sanos (que son los elementos más importantes del alma humana). Por consiguiente, podemos ver que la vida es más profunda que las emociones y los pensamientos.

Entre el pueblo cristiano hay imitaciones de cualquier cosa, como por ejemplo del arrepentimiento, la confesión, la salvación, el celo, el amor, las obras espirituales y los dones. Hasta la vida misma se puede imitar. Muchos creyentes piensan que tener buenos sentimientos equivale a tener vida, o que una reunión donde haya mucho entusiasmo y mucha actividad tiene vida. Si se les pregunta qué es la vida, les cuesta mucho desvincularla de las emociones y no se percatan de que la vida es más profunda. Para otros, la vida equivale a actividad intelectual, lo cual significa que si hay suficientes ideas nuevas en un mensaje, suficientes pensamientos que estimulen su interés, y suficientes doctrinas que despierten su admiración, creen que aquello es vida. Pero quienes tienen más experiencia y han aprendido lecciones espirituales nos dicen que la vida es más profunda que las emociones y el ejercicio de la mente, y que va más allá de cualquier actividad. Aunque sabemos que la vida se expresa en actividades intelectuales, en emociones y en acciones, no podemos decir que una persona, por el simple hecho de ser vivaz, dinámica y activa, tenga vida, pues eso puede no ser más que actividades humanas. Las palabras que salen de una persona pueden ser vida, mientas que las de otra tal vez sólo sean ideas bonitas. Uno puede tocar la vida en una persona, y en otra sólo entusiasmo. Muchos hermanos piensan que cuando se sienten de cierto modo tienen vida, pero uno que tenga experiencia les dirá que aquello no es vida. Dos hermanos pueden entender y explicar pasajes bíblicos de la misma manera; sin embargo, un creyente experimentado notará la diferencia: uno tiene tanto vida como ideas coherentes, mientras que el otro sólo tiene pensamientos lógicos. Es cierto que se puede tocar la vida y los pensamientos intelectuales al mismo tiempo, pero no se debe suponer que tocar el intelecto equivale a tocar la vida, pues éstos son muy diferentes. Algunos creen que porque dos personas hablan de lo mismo, están al mismo nivel, lo cual no es necesariamente cierto. Es posible que una persona se valga solamente de su intelecto, mientras que la otra se vale de la vida. Esta es mucho más profunda que la actividad intelectual y que las buenas ideas. El Señor dijo: “Yo soy la vida”; por lo tanto, la vida es el propio Señor; es Cristo. Si fuese una cosa, sería un objeto inerte. Para muchos creyentes la vida existe fuera de ellos y es algo que pueden producir, pero el Señor nos dijo que El mismo es la vida.

Necesitamos que el Señor nos conceda Su misericordia para que podamos ver este asunto. Podemos identificar algo como una actividad mental o como una expresión de las emociones o como simples actividades, pero no se puede identificar la vida, ya que no existen palabras que la puedan describir satisfactoriamente. Lo único que podemos hacer es pedirle al Señor que nos muestre lo que es la vida. Cuando el Señor abra nuestros ojos, lo sabremos, y espontáneamente le tocaremos a El.

CRISTO ES LA RESURRECCIÓN

Examinemos de nuevo lo que es la resurrección. Todo aquello que se encuentra con la muerte y sigue viviendo es resurrección, pues ésta resiste la muerte. Después de que el hombre comió el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, la muerte entró en él y, por ende, murió. Nadie que vaya a la tumba vuelve a salir de allí, pues de allí no se regresa. En todo el universo, una sola persona ha regresado de entre los muertos. Esta persona es nuestro Señor, quien afirmó explícitamente: “Yo soy … el Viviente; estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Ap. 1:17-18). El es el Señor resucitado. La resurrección pasa por la muerte, pero ésta no la puede retener. En la Biblia, el dominio de la muerte es descrito como una especie de cárcel. Encarcelar a alguien es encerrarlo y no dejarlo salir. Cuando un hombre entra en la muerte, ya no puede volver a salir de ahí. La muerte deja preso a todo el que recibe, pero no pudo retener al Señor Jesús. Esto es lo que significan la vida y la resurrección. La resurrección es la vida que pasa por la muerte y la vence. Nuestro Señor es la vida; El pasó por la muerte y fue al Hades, a lo más profundo de la muerte, pero ésta no lo pudo retener, y ¡El salió de la muerte! Cuando la vida pasa por la muerte sin ser retenida, entonces es resurrección.

La resurrección indica que la vida lleva la marca de la muerte, pero sigue viviendo; está viva pero tiene la huella de haber pasado por la muerte. Esto es lo que define la resurrección.

Muchos se preguntan por qué después de que el Señor resucitó, en Juan 20, conservaba las huellas de la muerte: la herida de los clavos en Sus manos y de la lanza que le traspasó el costado, las cuales Tomás pudo tocar (v. 27). Debemos comprender que ése es el verdadero significado de la resurrección. El Señor Jesús no se le presentó a Tomás como una persona ilesa que no hubiese muerto, porque quería que viera que El sí había sido herido y que ahora estaba vivo. El Señor lleva las señales de la muerte en Su cuerpo, y sin embargo, vive. Esto es la resurrección.

Podemos aplicarnos este principio a nosotros. Hay muchas cosas en nosotros que no llevan la marca de la muerte y, por ende, no pueden considerarse resurrección. La resurrección tiene que llevar las marcas de la muerte y aún así, vivir. No piense que tener elocuencia, perspicacia y talento es suficiente, pues se pueden tener todas esas cosas sin tener las cicatrices de la muerte. Sólo si hemos experimentado la resurrección, se podrán ver las marcas de la muerte en nosotros. Es posible que un hermano sea muy competente, esté muy capacitado y dé la impresión de estar lleno de vida, pero puede tener mucha confianza en sí mismo y sentirse seguro de sí mismo. El piensa que todo lo que se le encargue, será bien administrado. Una persona así no tiene marcas de haber pasado por la muerte, pues su competencia no tiene ninguna cicatriz. Pese a que está muy seguro de sí mismo y a que obra con mucho dinamismo, no se le ven las huellas que deja el paso de la muerte. No quiero decir con esto que una persona que haya experimentado la resurrección deba ser totalmente incompetente, sino que dicha persona lleva sobre sí la señal dejada por la muerte, y aunque puede llevar a cabo muchas actividades, no se atreve a confiar en sí misma, pues perdió toda su autosuficiencia. Su propia energía ha sido debilitada como resultado de la resurrección.

Pablo, dirigiéndose a la iglesia de Corinto, dijo: “Estuve entre vosotros con debilidad, y temor y mucho temblor” (1 Co. 2:3). Esto lo dijo un hombre que conocía a Dios. ¡Qué lastima que entre los creyentes haya tantas personas fuertes que confían en sí mismas! Pero aquí vemos a un hombre que afirma que estaba “con debilidad, y temor y mucho temblor”, pues en su cuerpo llevaba las marcas y el sello de la muerte.

Por lo tanto, la resurrección no puede separarse de la cruz, la cual elimina todo lo que procede de nosotros. Muchas cosas que se originan en el yo no saldrán al otro lado cuando pasen por la cruz, pues se pierden en la muerte. Todo lo que permanezca después de haber pasado por la muerte y todo lo que lleve el estigma de la muerte y siga viviendo, es resurrección. La resurrección la constituye lo que ha pasado por la muerte, lo cual, a su vez debe haber experimentado privaciones y pérdida. Si uno comprende en verdad lo que es la resurrección, sabrá lo que es la cruz y conocerá el poder que ésta tiene para despojarnos de todo. Si uno llega a saber lo que es la resurrección, será una persona diferente, y será librado de muchas cosas. Sólo quienes tienen vida serán resucitados. Sin la vida es imposible que exista la resurrección. Supongamos que cortamos un pedazo de madera en muchos fragmentos y los sepultamos en la tierra. Con el paso del tiempo se pudrirán; pero si cortamos una rama y la plantamos, al tiempo retoñará. En un caso, los pedazos de madera se reducen a nada, y en el otro, la rama germina. Por consiguiente, todo lo que está muerto, se pudrirá, y todo lo que tenga vida, resucitará después de pasar por la muerte. Así que, la resurrección del Señor se basa en Su vida, y puesto que Su vida es incorruptible, la muerte no lo puede retener. Hay algo en El que no muere, y por eso pudo sacudirse la muerte, incluso al pasar por ella. Cuando nosotros experimentamos la cruz, muchas cosas se quedan allí. Solamente lo que es de Dios resucita. Cuando tocamos la cruz, somos eliminados; por eso podemos decir que la cruz es un enorme signo de resta, pues nos substrae muchas cosas.

Muchos creyentes se preguntan: “¿Como sé si estoy muerto o no? ¿Cómo puedo determinar si el Señor ha hecho algo en mí mediante la cruz?” La respuesta a estas preguntas es sencilla. Si el Señor ha hecho algo en uno, uno seguramente habrá perdido muchas cosas; pero si uno ha sido el mismo desde que recibió la salvación y sigue lleno de sí mismo como antes, entonces la cruz no le ha hecho nada. Si ella en verdad ha obrado interiormente, uno se encontrará con una obra de eliminación y verá que el Señor ha purgado muchas cosas, lo cual dará por resultado que uno no pueda hacer lo que solía y que pierda la confianza en sí mismo. En las cosas en las que uno era osado, ahora es temeroso. Esto es evidencia de que el Señor hizo algo en el interior de uno. Si la resurrección está en uno, muchas cosas habrán quedado en la tumba, ya que no pasaron la prueba de la muerte. Nada de lo que pertenece a Adán puede sobrevivir cuando pasa por la muerte, pero todo lo que pertenece a la vida del Señor sobrevive a la muerte, pues Su vida pasó por la muerte y salió victoriosa. Algunas cosas se pierden al pasar por la muerte, pero el Señor nos las devuelve. Es como el caso en el que le cortamos una rama a un árbol, la cual aparentemente está muerta, pero después de plantarse, vuelve a crecer. A eso llamamos resurrección. Cuando hablamos de llevar las marcas de la muerte en nuestro cuerpo, no nos referimos a que no podemos volver a predicar ni a realizar ningún tipo de actividad. Nos referimos a que cuando hablamos o hacemos algo, no lo haremos llenos de confianza en nosotros mismos como antes. Un hombre a quien el Señor ha quebrantado, será débil y temeroso, y no se atreverá a decir: “Haré esto”, ni “Yo puedo lograr aquello”, ni “Yo voy a tener éxito en esto otro”. Después de que el Señor lo toque, seguirá laborando, pero lo hará con temor de Dios; seguirá conduciéndose rectamente, pero lo hará según Dios, como lo hizo Abraham, a quien Dios guiaba a cada paso. En un hombre así se ven las marcas de la cruz, pues Dios lo ha quebrantado y traspasado, y ya no está intacto como al principio. Las marcas de la muerte en su cuerpo son evidencia de la resurrección.

Ahora Dios se comunica con el hombre en resurrección, la cual incluye la cruz. Por consiguiente, nada de lo que tenemos se puede acercar a Dios sin pasar por la muerte. Todo lo que se halla en la esfera natural tiene que pasar por la muerte, ya que si no estamos en resurrección, Dios no puede tener comunión con nosotros. Por lo tanto, tenemos que pasar por la muerte, a fin de entrar en la resurrección. La vida que recibimos es la vida de resurrección, y todo lo nuestro que tenga alguna relación con Dios tiene que estar en resurrección.

Con frecuencia, en el campo espiritual, nos encontramos con el problema de que el servicio que el hombre ofrece a Dios se basa en muchos casos en lo natural. Raras veces vemos que el servicio esté cimentado en la resurrección. Muchos son entusiastas, pero pocos tienen un entusiasmo que esté en resurrección, que haya pasado por la muerte y haya sobrevivido. Muchos hermanos son diligentes y muy competentes, pero su capacidad es natural, no ha pasado por la muerte, por lo cual no está en resurrección. Si nuestra conducta se basa en lo natural, no estamos en resurrección.

Algunos se preguntan qué es el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo no es otra cosa que el lugar donde se despliega la resurrección de Cristo. O sea, que nada que no esté en resurrección puede ser parte del Cuerpo de Cristo. La iglesia no es un sitio adonde uno trae algo y al cual aporta su ingenio, y otro trae otra cosa y contribuye con su perspicacia. No es un lugar al cual yo traigo mis cosas naturales y usted las suyas. La iglesia rechaza todo lo natural y acepta sólo lo que pertenece a la resurrección. Cuando algo natural penetra, ella deja de ser la iglesia. En la iglesia no podemos tener nada que esté fuera de la resurrección. Muchos hermanos se preguntan cómo puede la iglesia llegar a la perfecta unidad. Debemos estar conscientes de que la unidad no puede producirse por medios humanos, ya que sólo se logra cuando los hijos de Dios conocen la cruz y ponen fin a la carne y a lo natural. Si un hombre no conoce la cruz, todo lo que intente será inútil. Si la iglesia recurre a medios naturales y a métodos humanos, no logrará absolutamente nada. Ella no puede dar lugar a la carne ni a lo natural, pues ello hará que pierda su carácter de iglesia. Es cierto que la iglesia necesita que las personas se consagren y sean útiles, pero en todo caso, las marcas de la muerte deben acompañar a dichas personas. Cuando somos útiles y cuando llevamos las señales de la muerte, tenemos la resurrección. Debemos comprender que el Señor no sólo tiene resurrección, sino que también desea que la iglesia esté en resurrección.

Para poder experimentar esto, debemos acudir a Dios y dejar que actúe en nosotros. Tal vez conozcamos muchas doctrinas, pero si el Señor no nos causa una herida profunda, permaneceremos intactos. Algunas veces caemos y padecemos, aunque este dolor sólo dura un par de días o algunos meses; pero si Dios nos quebranta profundamente o si sufrimos un golpe suficientemente profundo, no padeceremos sólo algunos días, sino que tendremos cicatrices el resto de nuestra vida, seremos debilitados y las huellas de la cruz nos acompañarán para siempre. Pablo recibió esta visión, y muchos años después seguía dando testimonio: “No fui desobediente a la visión celestial” (Hch. 26:19). Si algún día el Señor tiene misericordia de nosotros y nos causa una herida profunda, nos quedará una cicatriz imborrable, y nuestro yo jamás se volverá a levantar. En el Señor resucitado todavía se pueden tocar las cicatrices de los clavos en las manos y en Su costado traspasado. Hoy se pueden encontrar las cicatrices en aquellos que conocen al Señor y que le han experimentado como su resurrección personal. Esas huellas nunca se borran y les impiden jactarse, pues ellos no se atreven a confiar en sí mismos ni son autosuficientes ni se ufanan de su fortaleza. Cuando el Señor derriba a una persona, ésta no se vuelve a levantar. Esperamos que las marcas de la cruz sean más obvias en nosotros cada día. Esto no es algo que puede imitarse ni fabricarse, pues tal acción sería completamente inútil. Cualquier cosa que hagamos nosotros se perderá en el olvido en muy poco tiempo, pero cuando nos ponemos en el altar y somos inmolados, jamás volvemos a levantarnos; llegamos a nuestro fin. Si la señal de la muerte está sobre nosotros, dicha marca será la evidencia de que conocemos la resurrección. Aquellos que conocen la cruz, conocen también la resurrección, pues ésta tiene que pasar por aquélla. Muchas cosas no vuelven a aparecer después de pasar por la cruz, pues han sido eliminadas para siempre. Aquello que sale al otro lado después de pasar por la cruz es resurrección y, por consiguiente, tiene valor espiritual. Muchas cosas que van a la tumba se quedan allí; tales objetos son inertes. Pero otras cosas salen al otro lado; éstas llevan la marca de la cruz y pertenecen a la resurrección.

Que el Señor nos conceda el verdadero conocimiento de Cristo como nuestra resurrección; que no le conozcamos solamente como nuestra vida, sino también como nuestra resurrección. Que el Señor elimine de nosotros todo lo que nos pertenezca y lo que no deberíamos tener, y que nos dé más vida y más de El. En muchos casos, seguimos viviendo usando nuestra vida natural y sin ser quebrantados por Dios, sin saber lo que es la disciplina de Dios ni conocer la cruz. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos libre de todo lo natural para que la resurrección se manifieste más. Que la vida y la resurrección sean un hecho y no un ideal para nosotros. Que cuando extendamos la mano para hacer algo, el Señor nos muestre que carecemos de resurrección y que sólo tenemos nuestro ser natural y nuestra carne. Que Dios nos muestre lo que es la carne por medio de la resurrección. Si no comprendemos esto, que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos conceda Su gracia. Amén.