Watchman Nee Libro Book cap.19 Los hechos, la fe y nuestra experiencia

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LA CONDESCENDIA DEL SEÑOR JESÚS

CAPÍTULO DIECINUEVE

LA CONDESCENDENCIA DEL SEÑOR JESÚS

Unicamente el Altísimo puede condescender hasta la más baja de las posiciones. La vida entera de nuestro Señor sobre la tierra nos muestra que El condescendió de esta manera. Al leer los cuatro evangelios, vemos el desarrollo de una vida condescendiente. Esta es una de las razones por las que admiramos y adoramos al Señor Jesús. Su condescendencia tiene muchos aspectos, pero quizás el más hermoso sea que El laboró junto con Sus criaturas y se valió de ellas como instrumento para Su obra.

El es el Creador. El creó de la nada todas las cosas. En cuanto El dice algo, es llevado a cabo. Sus palabras son absolutas e infinitas. Respaldando Sus palabras está Su inmenso poder, con el cual El realiza todo cuanto dice. El no requiere de ninguna ayuda ni necesita que se le provea material alguno. Su autoridad es suficiente para realizarlo todo. El Creador no necesita de ningún colaborador ni de instrumento alguno.

Aún así, ¡cuán asombrosos son Sus actos en la tierra! El usó siete panes y unos cuantos peces que Sus discípulos le dieron, para alimentar a cuatro mil personas. Si con siete panes y unos cuantos peces pudo alimentar a cuatro mil, El también pudo haberlos alimentado sin necesidad de ello al crear los panes y peces directamente. Para El, ambos métodos hubiesen sido igualmente fáciles de ejecutar. El podía realizar milagros, toda clase de milagros. Para El, crear algo de la nada era tan fácil como hacer que algo se multiplicara. Pero El quiso condescender. El estaba contento de poder compartir Su gloria y Su obra con Sus discípulos. Deseaba hacer a Su pueblo partícipe de la obra que El estaba realizando. No quería estar solo, ni deseaba hacerlo todo por Sí mismo. El quería laborar juntamente con Su pueblo. Era Su deseo ver que Su pueblo participara en Su obra. Se sentía feliz de conducir a sus criaturas a participar de la obra del Creador. El quería que supieran que cuando se consagraran, le obedecieran y confiaran en Su operación, El habría de usarlos a ellos y a lo que ellos poseyeran con el fin de manifestar Su gloria. ¡Oh, qué gloria es ésta! El siempre deseó que Su pueblo se le uniera.

Cuando El tuvo que ir a Jerusalén, con Su poder creador le hubiera sido fácil crear un pollino de la misma manera en que creó muchos animales cuando llenó la tierra. Aún así, El estuvo contento de que los discípulos se lo trajeran. El, incluso, llegó a decir que: “El Señor los necesita” (Mt. 21:3); esta expresión también podría traducirse como: “Al Señor le hace falta” o “El Señor tiene necesidad de ello”. ¿En verdad le podía hacer falta algo al Creador? ¿Tenía El necesidad de alguna cosa? No. Sin embargo, El mismo afirmó esto. El sabía de antemano que en la aldea vecina había una asna con un pollino atado a ella. El también sabía que ningún hombre había montado ese pollino. Y sabía lo que el dueño habría de preguntar a los discípulos cuando ellos desataran al pollino, y sabía además lo que los discípulos debían responder al dueño a fin de conseguir que éste se los entregara. Esto ciertamente es un milagro. Pero Su condescendencia estriba en el hecho de que El estaba feliz de poder realizar esta clase de milagro y no prescindió del pollino y de los trámites que los discípulos habían de hacer, aunque El pudo haber creado milagrosamente un pollino. El pudo haber creado un pollino cien veces mejor que cualquier otro con tan sólo pronunciar unas palabras. Aún así, y digo esto con suma reverencia, a El le agradó ser ayudado por los hombres. A El le alegraba ver que otros hombres hicieran contribuciones a Su travesía terrenal. Estaba feliz de tener como compañeros a otros hombres, y estaba dispuesto a recibir ayuda de aquellos que El amaba a fin de realizar Su labor. El pudo haber proseguido sin necesidad de valerse de hombre alguno; no obstante, no quiso hacer esto. El quiso condescender y recibir la consagración de los hombres. Quiso elevar a los hombres y darles una parte en la obra de Dios.

El dijo: “Tengo necesidad de ellos”, “Me hacen falta”. Parecía estar diciendo que le faltaría algo si el dueño del pollino se hubiese negado a darle el pollino. El tenía una necesidad y deseaba que fuese satisfecha por los hombres. Prefería recibir lo que necesitaba de manos de Su pueblo, antes que obtenerlo mediante Sus propios milagros. Si Su pueblo cumplía en dar fielmente, El montaría el pollino y entraría a Jerusalén para recibir los hosannas de los hombres. Pero si los creyentes eran perezosos o retraídos, El prefería esperar y permitir que tal necesidad no fuese satisfecha. No estaba dispuesto a ejercer Su poder divino y laborar solo. El no tenía prisa. Esta es Su voluntad; El quiere hacer las cosas de esta manera. No sabemos por qué, pero sabemos que esto es lo que El desea hacer. Todos aquellos que conocen el corazón del Señor deberán descubrir en qué estriba su propia responsabilidad respecto a esto.

Por un lado, el Señor condesciende; por otro, nos eleva. ¿Merecemos ser elevados? Si las criaturas no son elevadas al tener la oportunidad de preocuparse por las necesidades del Creador, ¿qué más podría significar esto? Si meditamos al respecto, murmuraríamos menos cuando el Espíritu Santo nos inste a consagrarnos. Es completamente erróneo pensar que cuando ofrecemos a Dios nuestro propio ser y todo lo que tenemos, le estamos haciendo un favor a Dios o merecemos algo de parte de El. Nuestra consagración y la correspondiente aceptación divina de nuestra consagración, equivalen a que seamos elevados por Dios y a que Su gloria nos sea concedida. El es el Dios Altísimo. Todos los ángeles en los cielos son Sus siervos; todo el ganado y los rebaños del campo son Suyos. El es dueño de todo el oro y la plata, y miles de planetas le pertenecen. ¿Tendrá El carencia de algo? ¿Acaso necesita del poder y el suministro material de la gente pobre y humilde? ¿Está El desvalido y en busca de nuestra ayuda? O más bien, ¿estará El elevándonos por medio de tales necesidades y ayudándonos a comprender que hombres indigentes, pobres y humildes como nosotros, podemos ser considerados dignos de suministrar para las necesidades de Dios y de llegar a serle de alguna utilidad? ¡Esto es verdaderamente maravilloso!

¿Acaso no es asombroso que Dios anhele recibir nuestro suministro material? ¿No es acaso asombroso que un rey desee recibir las posesiones de un mendigo? ¿No existe nadie más, aparte de los mendigos, que pueda suplirle lo que El necesita? ¿Será acaso que El hace esto con otro propósito? Un mendigo al cual se le da el privilegio de ayudar a Su rey, ¿debiera sentirse honrado o autosuficiente? ¡Ofrendarle a nuestro Rey es realmente un extraordinario privilegio para nosotros!

Los creyentes deberían comprender que no puede considerarse un sacrificio el que criaturas insignificantes como nosotros ofrezcan algo a Dios. Es un gran privilegio y un derecho especial para nosotros el hacer semejante cosa. El hecho de que El esté dispuesto a aceptar nuestra ofrenda, constituye suficiente honor para nosotros. Y que El requiera algo de nosotros, es un honor muchísimo más elevado. Pero debido a que nuestros corazones son demasiado necios e ignorantes del honor que reviste nuestra consagración, en ocasiones llegamos a jactarnos de nuestros sufrimientos, sacrificios y consagración al Señor, ¡como si hubiésemos logrado algún mérito ante El! ¡Oh, cuán poco valoran los creyentes ser elevados por el Señor! Si aquellos que sirven al Señor se dieran cuenta de esta realidad, no serían tan retraídos ni calculadores. No habrían de guardar tesoros para sí mismos, ni considerarían que el hecho de ofrendar un poco de dinero es un favor que le hacen al Señor.

Las palabras dichas por Mardoqueo son muy apropiadas. El le dijo a la reina Ester: “Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos … ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Est. 4:14). Queridos hermanos y hermanas, hoy en día el pueblo de Dios tiene muchas necesidades. Dios considera tales necesidades como las Suyas propias. Así que, El habrá de satisfacerlas. Sin embargo, El no desea librar a Su pueblo realizando milagros por Sí mismo, sino que El desea valerse de ustedes. ¿Están dispuestos para ello? El podría enviar mensajeros desde el cielo a fin de anunciar Su llamamiento y reavivar a Su pueblo. El podría realizar muchas obras y señales asombrosas a fin de despertar a muchos pecadores. Podría enviar nuevamente maná del cielo a fin de alimentar a Sus siervos y siervas que viven por El. Pero si hiciera esto, ustedes perderían su gloria y su parte en la obra de Dios. Ciertamente El puede realizar milagros y ejecutar gran liberación, pero desea hacerlo a través de ustedes. El no quiere hacerlo por Sí solo. La pregunta es si somos dignos o no de que El nos eleve de esta manera.

El está dispuesto a condescender y está feliz de poder elevarnos. El se goza de que nosotros tomemos parte en todas Sus obras. El es lo suficientemente humilde como para afirmar que tiene ciertas necesidades, a fin de abrirnos una puerta para que le ayudemos y obtengamos así Su gloria. Si éste es el caso, ¿por qué no habríamos de consagrarnos al Señor? ¿Por qué no habríamos de ofrecerle nuestros bienes? Aquellos que pierden tales oportunidades, son necios.

En resumen, Dios necesita del hombre para llevar a cabo Su obra, la cual consiste en salvar al mundo. Si ustedes no han de ayudar, Dios levantará otras personas que tomen el lugar de ustedes. La labor de ayudar a otros creyentes a seguir adelante requiere de la cooperación del hombre. Si ustedes retroceden, Dios levantará a otros para que tomen dicho lugar. Dios les ha dado dinero a fin de que ustedes cubran las necesidades que tiene Su obra. Si ustedes le fallan, Dios levantará a otras personas. Las necesidades de Dios tienen que ser satisfechas, pero, ¿quién habrá de satisfacerlas? ¿Quién dará un paso adelante para predicar Su palabra, y quién laborará a fin de que la gloria de Dios sea consumada? Si ustedes no toman la iniciativa, no piensen que a Dios le faltará quién lo haga. Ciertamente El levantará a otros. Pero sería una pena que usted no pueda ser partícipe de tal gloria. “Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos…” (Est. 4:14). Por lo tanto, hermanos, “que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:11).

Las necesidades de Dios hoy en día son mayores que en cualquier otra época anterior. El está concediendo gloria especial a los creyentes en esta era. El todavía está dispuesto a condescender. Pero, ¿habrá creyentes que, maravillados y agradecidos ante semejante gracia, estén dispuestos a satisfacer las necesidades de Dios sin sentirse por ello satisfechos consigo mismos, puesto que tomaron conciencia del gran honor que esto significa?