Watchman nee Libro Book cap.19 El hombre espiritual
LA INTUICIÓN
QUINTA SECCIÓN
CAPÍTULO UNO
LA INTUICIÓN
Si queremos entender más claramente acerca de la vida espiritual, tenemos que analizar detalladamente al espíritu y entender todas sus leyes. Sólo habiendo entendido las funciones del espíritu, podremos comprender las leyes por las cuales opera, y al conocer las leyes del espíritu, aprendemos a seguirlo, es decir, a andar por sus leyes, que son vitales para nuestra vida espiritual. No tememos acumular demasiado conocimiento en cuanto al espíritu; nuestra única preocupación es que nos dediquemos tenazmente a ello con nuestra mente.
El evangelio de Dios nos dice que el hombre caído puede recibir la regeneración y que el hombre carnal puede obtener un nuevo espíritu, el cual constituye el fundamento de su nueva vida. La vida espiritual de la que normalmente hablamos es una vida en la cual el creyente vive por el espíritu que recibió cuando fue regenerado. Es lamentable que la mayoría de los creyentes sepan tan poco acerca de las funciones del espíritu y de lo relacionado con él. Tal vez conozcan en terminología la relación entre el hombre y su espíritu, pero no pueden identificar al espíritu en su experiencia. Como ya dijimos, ellos no saben dónde está su espíritu, o piensan que sus sentimientos y sus pensamientos son funciones del espíritu. Debido a esto, es necesario hacer un análisis de las funciones del espíritu, ya que sólo así sabrán los creyentes cómo seguirlo.
LAS FUNCIONES DEL ESPÍRITU.
Dijimos antes que las funciones del espíritu pueden clasificarse en tres: la intuición, la comunión y la conciencia. Aunque las tres son distinguibles, están estrechamente relacionadas. Sería muy difícil para nosotros hablar de una sin mencionar las otras dos. Por ejemplo, cuando hablamos de la intuición, espontáneamente incluimos la comunión y la conciencia. Así que, aunque estamos analizando el espíritu, debemos hacer un estudio muy detallado de sus tres funciones. Ya vimos que el espíritu está dividido en intuición, comunión y conciencia; por lo tanto, no nos centraremos en eso. Pero, a fin de andar conforme a nuestro espíritu, tenemos que examinar más ampliamente lo que son la intuición, la comunión (o adoración) y la conciencia, y sus respectivas funciones. Puesto que el espíritu abarca la intuición, la comunión y la conciencia, podemos decir que andar según el espíritu es andar según nuestra intuición, nuestra comunión y nuestra conciencia.
La intuición, la comunión y la conciencia son tres funciones del espíritu; no son las únicas y tampoco son el espíritu mismo. Según la Biblia, son las funciones principales del espíritu.
El espíritu es simple y llanamente el espíritu; tiene substancia y personalidad, y es invisible. Por ahora está fuera de nuestro alcance comprender la esencia intrínseca del espíritu. Lo que hoy sabemos de su substancia lo sabemos por sus manifestaciones. Nuestro interés no es aprender los misterios fascinantes del futuro; simplemente aspiramos a llevar una vida espiritual. Nos basta con conocer las funciones del espíritu y aprender a andar en conformidad con él. Nuestro espíritu no es material, pero existe independientemente en nuestro cuerpo; aunque no es físico, posee su propia “substancia espiritual”. De otra manera, sería imposible que existiera por sí solo. Esta substancia espiritual contiene varias funciones que cumplen todos los requisitos que Dios tiene para con el hombre. Es por eso que sólo intentaremos examinar las funciones del espíritu, no su substancia.
El hombre es comparado con el templo santo, y nuestro espíritu, con el Lugar Santísimo. Si avanzamos, podemos comparar la intuición, la comunión y la conciencia con el arca que estaba en el Lugar Santísimo. (1) La Ley de Dios estaba en el arca y les indicaba a los israelitas lo qué debían hacer. Dios se revelaba a Sí mismo y Su voluntad por medio de la ley. Igualmente, Dios se nos da a conocer y nos muestra Su voluntad por medio de la intuición. (2) Sobre el arca se encontraba el propiciatorio sobre el cual estaba la sangre rociada. Ahí Dios manifestaba Su gloria y recibía la adoración del hombre. De modo similar, el espíritu de cada persona redimida por la preciosa sangre de Cristo fue regenerado, y en este espíritu adora a Dios y tiene comunión con El. Dios únicamente podía tener comunión con los israelitas en el arca, sobre el propiciatorio. Del mismo modo, El sólo puede tener comunión con los creyentes por medio de su espíritu, el cual fue lavado con Su sangre. (3) De acuerdo con el idioma original, el arca es “el arca del testimonio”, y los diez mandamientos que contenía presentaban a los israelitas el testimonio de Dios. Si ellos cumplían la ley, las dos tablas que yacían en el arca los aprobaban; si no, los diez mandamientos, desde el arca los acusarían silenciosamente. De igual manera, el Espíritu Santo escribió la ley de Dios en nuestra conciencia para que ella dé testimonio a nuestra conducta. Ella aprueba lo que concuerde con la voluntad de Dios, y condena lo que no concuerde con ella. “Mi conciencia da testimonio conmigo en el Espíritu Santo” (Romanos. 9:1).
¡Obsérvese cuánto honraban el arca los israelitas! Cuando cruzaron el río Jordán, no tuvieron otra guía que el arca; así que la siguieron sin vacilar. Cuando lucharon en contra de Jericó, lo único que hicieron fue marchar tras ella. Más tarde, cuando no pudieron vencer a los filisteos, e intentaron utilizar el arca de acuerdo a su voluntad, murió Uza cuando trató de sostener el arca con sus manos carnales. ¡Cuánto regocijo hubo entre ellos cuando finalmente prepararon un lugar para el arca! (Salmos. 132). Estas cosas enseñan a los creyentes la manera de relacionarse con el arca, nuestro espíritu, el cual consta de la intuición, la comunión y la conciencia. Cuando obedecemos a estas funciones hallamos vida y paz, pero si tratamos de interferir con ellas mediante nuestra voluntad carnal, seremos derrotados. La victoria no dependía de lo que los israelitas pensaran, sino de la dirección que les diera el arca. Nuestra utilidad espiritual no depende de lo que pensemos, sino de la enseñanza que recibamos de la intuición, la comunión y la conciencia.
LA INTUICIÓN.
El cuerpo tiene sus sentidos, y el espíritu los suyos. El espíritu mora en el cuerpo y tiene una relación muy cercana con él; pero es completamente diferente del cuerpo. Este posee varios sentidos, pero el hombre espiritual puede detectar lo que está más allá de sus sentidos físicos. Existen otros sentidos en la parte más profunda del ser de los creyentes; ahí pueden regocijarse, afligirse, temer, aprobar, condenar, determinar y discernir. Estos son los sentidos del espíritu, los cuales son diferentes a los sentidos del alma, los cuales, a su vez, se expresan por medio del cuerpo.
Los sentidos y las funciones del espíritu pueden verse en los siguientes versículos: “El espíritu está dispuesto” (Mateo. 26:41).
“Jesús, conociendo en Su espíritu” (Marcos. 2:8).
“Y gimiendo profundamente en Su espíritu” (Marcos. 8:12).
“Y mi espíritu ha exultado en Dios mi Salvador” (Lucas. 1:47).
“Cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad” (Juan. 4:23).
“Jesús … se indignó en Su espíritu” (Juan. 11:33).
“Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu” (Juan. 13:21).
“Su espíritu fue provocado viendo la ciudad llena de ídolos” (Hechos. 17:16).
“Este había sido instruido en el camino del Señor, y siendo ferviente de espíritu” (Hechos. 18:25).
“Pablo se propuso en espíritu” (Hechos. 19:21).
“Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén” (Hechos. 20:22).
“Fervientes en el espíritu” (Romanos. 12:11).
“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? (1 Corintios. 2:11).
“Cantaré con el espíritu” (1 Corintios. 14:15).
“Si bendices con el espíritu” (1 Corintios. 14:16”
“No tuve reposo en mi espíritu” (2 Corintios. 2:13).
“Y teniendo el mismo espíritu de fe” (2 Corintios. 4:13).
“Espíritu de sabiduría y revelación” (Efesios. 1:17).
“Vuestro amor en el Espíritu” (Colocenses. 1:8).
Vemos, entonces, cuán sensible es el espíritu del hombre y cuán numerosas sus funciones. La Biblia no nos dice de qué modo siente el corazón del hombre, sino el modo en que siente y funciona su espíritu. Leamos cuidadosamente estos versículos para que podamos comprender que el espíritu humano posee todas esas funciones; también veremos que las funciones y los sentidos del espíritu humano son tan extensos como los del alma. Todo lo que pertenezca al alma, ya sean pensamientos, decisiones o sentimientos, también lo posee el espíritu. Esto nos muestra cuán importante es aprender a distinguir lo espiritual de lo anímico. Cuando el creyente experimenta la obra profunda de la cruz y del Espíritu Santo, gradualmente llega a experimentar y a conocer lo que es del alma y lo que es del espíritu.
Después de que el creyente emprende la senda espiritual, los sentidos y las funciones de su espíritu crecen y se desarrollan. Si el creyente no ha tenido la experiencia de que su espíritu se separe del alma y se une al Señor en un solo espíritu, es difícil que discierna los sentidos de su espíritu. Pero una vez que el poder del Espíritu Santo es derramado en su espíritu, y su hombre interior es fortalecido, su espíritu posee los sentidos y las funciones de un varón plenamente maduro. Sólo entonces puede comprender los diferentes sentidos de su espíritu.
El sentir del espíritu se llama intuición, ya que se presenta sin causa ni razón aparentes. Nuestros sentidos ordinarios son motivados por diferentes causas, que pueden ser personas, cosas o eventos. Estas cosas provocan ciertos sentimientos. Si hay algo que nos estimule positivamente, nos regocijamos; si encontramos adversidades, nos entristecemos. Todos estos sentimientos son reacciones a algo y, por ende, no pueden ser llamados intuición. Los sentidos del espíritu no provienen de ningún estímulo externo, sino directamente de nuestro ser interior.
El alma y el espíritu son muy similares, pero los creyentes no deben andar según el alma, o sea que no deben obedecer a sus pensamientos ni a sus sentimientos ni a sus preferencias, pues todo ello proviene del alma. Dios estableció que los creyentes anden según su espíritu, ya que todo lo demás proviene de la antigua creación y carece de valor espiritual. Pero, ¿cómo podemos andar según el espíritu? Andar de acuerdo al espíritu significa vivir en conformidad con la intuición del espíritu; porque ésta expresa tanto el pensamiento del espíritu como el de Dios.
Muchas veces intentamos hacer ciertas cosas y podemos tener muchas razones para hacerlas. Nuestro corazón puede desear algo, y con buenas intenciones; también nuestra voluntad puede decidir llevar a cabo las intenciones de nuestra mente y de nuestros deseos. Sin embargo, en lo más recóndito de nuestro ser, existe algo indescriptible, silencioso, insistente y escondido que pelea en contra de los pensamientos de nuestra mente, los deseos de nuestra emoción y las determinaciones de nuestra voluntad. Este sentimiento tan complejo parece decirnos que debemos evitar lo que estamos a punto de hacer. En otras ocasiones la experiencia puede variar. Tal vez comience en lo más interno de nuestro ser con el mismo sentimiento, indescriptible, silencioso, insistente y escondido que tuvimos antes y que nos urge, nos insta, nos mueve, o nos anima a hacer ciertas cosas que tal vez nos parezcan irracionales y contrarias a nuestros conceptos ordinarios; se oponen a lo que ordinariamente deseamos, preferimos, amamos y apreciamos, y nuestra voluntad preferiría no hacerlo.
¿Qué es este elemento tan distinto de nuestra mente, de nuestra parte emotiva y de nuestra voluntad? Es la intuición del espíritu, el cual expresa su pensamiento por medio de ella. Ahora podemos ver la diferencia entre la intuición y nuestros sentimientos. Con frecuencia, lo que deseamos hacer es diametralmente opuesto a lo que nos advierte la intuición interna y silenciosamente. La intuición también es completamente diferente a nuestra mente. Nuestra mente es racional, mientras que la intuición no está en ese ámbito y por lo general, se opone a la razón. El Espíritu Santo revela Sus propios pensamientos por conducto de la intuición del espíritu humano. Lo que normalmente consideramos un impulso o sugerencia del Espíritu no es más que la obra del Espíritu Santo en nuestro espíritu mostrándonos Su voluntad mediante la intuición. Ahora podemos distinguir entre lo que es del Espíritu Santo y lo que es de nosotros mismos, y también lo que es de Satanás. El Espíritu Santo reside en nuestro espíritu, y nuestro espíritu es el centro de nuestro ser, así que cuando el Espíritu Santo revela su voluntad por medio de nuestra intuición, lo hace por conducto de la parte más profunda de nuestro ser. La voluntad reside en la parte exterior de nuestro ser, igual que los pensamientos y los sentimientos. Cuando nos damos cuenta de que nuestras opiniones provienen de nuestra mente o de nuestra parte emotiva, es decir, el hombre exterior, sabemos que son nuestros propios pensamientos y no la acción del Espíritu Santo, ya que El opera desde nuestro interior. La misma distinción se puede aplicar a lo que proviene de Satanás (exceptuando la posesión demoníaca). Satanás no mora en el espíritu de los creyentes, sino en el mundo. “Mayor es [el Espíritu Santo] el que está en vosotros, que [Satanás] el que está en el mundo” (1 Juan. 4:4). Satanás sólo puede atacarnos desde fuera. Puede operar valiéndose de los placeres y las sensaciones del cuerpo o de la mente y las emociones del alma, ya que el cuerpo y el alma constituyen el hombre exterior. Es por ello que debemos ser muy cuidadosos a fin de discernir si nuestros sentimientos provienen de lo más profundo de nuestro ser o si provienen del hombre exterior.
LA UNCION DE DIOS.
La intuición es el lugar donde la unción de Dios nos enseña. “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y todos vosotros tenéis conocimiento … la unción que vosotros recibisteis de El permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero como Su unción os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, así como ella os ha enseñado, permaneced en El” (1 Juan. 2:20, 27). Este pasaje nos muestra de qué modo nos enseña la unción del Espíritu Santo.
Antes de examinar estos versículos, debemos diferenciar entre “conocer” y “entender”. El espíritu “conoce”, mientras que la mente “entiende”. El creyente llega a “conocer” algo mediante la intuición de su espíritu, mientras la mente sólo puede “entender”. Técnicamente, la mente puede “entender”, mas no “conocer”. (Sobra decir que nos referimos a la relación entre nosotros y Dios.) En la actualidad los creyentes se confunden en su búsqueda del pensamiento del Espíritu Santo, debido a que no distinguen entre “conocer” y “entender”. Según el uso secular, no hay gran diferencia entre conocer y entender, pero en el terreno espiritual, conocer y entender son dos cosas tan distantes entre sí como los cielos y la tierra. Conocer es obra de la intuición, y entender es obra de la mente. El Espíritu Santo hace que nuestro espíritu “conozca”, y éste, por su parte, instruye a nuestra mente para que “entienda”. Es difícil distinguir entre estas dos palabras, pero en la experiencia son tan diferentes como el trigo y la cizaña.
Muchas veces tenemos un sentimiento indescriptible en nuestro interior, el cual nos hace aptos para saber si hemos de hacer algo o no. Es cierto que en nuestro espíritu podemos conocer el pensamiento del Espíritu Santo, pero en muchas ocasiones sabemos en nuestra intuición lo que debemos hacer, pero nuestra mente entiende por qué. En cuestiones espirituales es posible saber algo sin entenderlo. Hay ocasiones en que, habiendo llegado al límite de nuestra capacidad intelectual, recibimos la enseñanza del Espíritu Santo en nuestro espíritu, y entonces gritamos con júbilo: “¡Ahora lo sé!” Muchas veces cuando rechazamos los pensamientos y los raciocinios de nuestra mente y obedecemos el pensamiento del Espíritu Santo expresado en la intuición, debemos esperar bastante tiempo antes de que nuestra mente sea iluminada y podamos entender las razones por las cuales el Espíritu Santo nos guía cierto rumbo. Sólo entonces podremos decir: “¡Ahora lo entiendo!” Por medio de estas experiencias nos damos cuenta de que “conocemos” el pensamiento del Espíritu Santo en la intuición, en nuestro espíritu, pero “entendemos” la guía del Espíritu santo en la mente, en nuestra alma.
El apóstol Juan nos dice que la unción del Señor Jesús permanece en nosotros y nos enseña para que conozcamos todas las cosas y no tengamos necesidad de que nadie nos enseñe. Esto se refiere a la función de la intuición. El Señor concede el Espíritu Santo a todos los creyentes, el cual mora en nuestro espíritu y nos guía a toda la verdad. ¿Cómo nos guía? Nos guía por medio de la intuición de nuestro espíritu. En el espíritu, El expresa Sus pensamientos. La intuición posee la habilidad de detectar el sentir del Espíritu Santo. Así como la mente le permite al hombre comprender las cosas del mundo, la intuición le permite comprender lo pertinente a la esfera espiritual. Ungir significa aplicar un ungüento. El Espíritu Santo actúa, nos enseña y nos habla en nuestro espíritu humano. El no habla desde el cielo con voz de trueno ni como llama de fuego, y tampoco arroja al suelo al creyente con Su poder; sino que obra silenciosamente en nuestro espíritu, haciendo que lo percibamos en nuestra intuición. Así como un ungüento que al aplicarse produce cierta sensación en el cuerpo, cuando se aplica la unción del Espíritu Santo, da al espíritu de los creyentes cierta sensación. Cuando la intuición es consciente de ello, llega a conocer lo que el Espíritu Santo dice.
Si el creyente quiere hacer la voluntad de Dios, no necesita preguntarles a otros, ni siquiera a sí mismo; sólo debe andar según el rumbo que le indique la intuición. La unción le enseñará al creyente “todas las cosas”. No dejará lugar a que el creyente especule; todo el que quiera andar conforme al espíritu debe tener esto presente. Nuestra responsabilidad no es que nos enseñen, ni tenemos que decidir a nuestro antojo; de hecho, El no nos lo permitirá. Lo que el Espíritu no nos indique es nuestra propia acción. La unción opera independientemente y no necesita nuestra ayuda; no necesita el examen de nuestro intelecto ni la agitación de nuestras emociones; la unción por sí sola expresa el pensamiento del Espíritu, quien opera independientemente en el espíritu y da a conocer Su voluntad a los hombres mediante la intuición. Luego, hace que los hombres lleven a cabo Sus instrucciones.
EL DISCERNIMIENTO.
Si leemos el contexto de este pasaje bíblico, veremos que el apóstol habló de que había falsas enseñanzas y anticristos. Pablo estaba diciéndoles a los creyentes que por haber recibido la unción del Santo que permanece en ellos, esta unción espontáneamente les mostraría qué es verdad, qué es mentira, quién es de Cristo, y quién es el anticristo. Los creyentes no necesitan que los hombres les instruyan, pues la unción que habita en ellos espontáneamente les enseña todas las cosas. En el presente, hay una gran necesidad de discernimiento espiritual. Si tuviéramos que fiarnos de muchas citas bíblicas y referencias teológicas, de razonar e investigar, de observar y analizar con nuestra mente para discernir lo que es verdad y lo que es mentira, sólo los creyentes muy versados y eruditos podrían escapar del engaño. Dios no valora nada de la vieja creación y dispuso que todo lo que no sea el espíritu, que pertenece a la nueva creación, debe morir y ser destruido. ¿Puede la capacidad mental, la cual Dios desea abolir, ayudar al hombre a distinguir entre lo correcto y lo incorrecto? No, en absoluto. Pero Dios pone Su Espíritu en el espíritu de cada creyente, no importa cuán ignorante o necio sea éste, a fin de enseñarle lo que es de El y lo que no es. Debido a eso, muchas veces cuando no entendemos la razón por la cual nos oponemos a cierta enseñanza, tenemos un sentido de desaprobación en lo más profundo de nuestro ser. No sabemos por qué, pero nuestro sentido interior nos dice que algo está equivocado. Algunas veces escuchamos una enseñanza que es totalmente diferente a la que conocemos y la cual no deseamos seguir; sin embargo, dentro de nosotros hay una pequeña voz que persiste en decirnos que ése es el camino y que debemos seguirlo. Aunque podamos tener muchas razones para oponernos a ello y aunque nuestro razonamiento pueda vencer, la voz apacible de la intuición nos habla continuamente y nos dice cuándo estamos equivocados.
Estas experiencias nos muestran que nuestra intuición, el órgano donde el Espíritu Santo opera, puede distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, sin la ayuda de la observación ni el análisis intelectual. Toda persona que siga sincera y fielmente al Señor será enseñada por la unción, independientemente de su capacidad intelectual. En los asuntos espirituales, el sabio más versado es tan ignorante como el analfabeta. Con frecuencia, el erudito comete más errores que el inculto. Las falsas doctrinas son bastante comunes hoy, y muchos disfrazan las mentiras con palabras engañosas para que parezcan verdades. Necesitamos discernimiento en el espíritu para saber lo que es correcto y lo que no lo es. Ni la mejor enseñanza ni la mente más perspicaz ni los consejeros más sabios son dignos de fiar; sólo los que obedecen a la enseñanza del Espíritu Santo en la intuición, escaparán del engaño de las confusiones teológicas, las herejías, los milagros y las cosas sobrenaturales que pululan hoy en día. Debemos pedirle al Señor continuamente que active y purifique nuestro espíritu y también debemos obedecer esta tenue voz que proviene de la intuición. No debemos dejarnos impresionar por el conocimiento menospreciando la advertencia de la intuición, pues en tal caso, caeremos en herejías o nos volveremos fanáticos. Si no obedecemos lo que nos enseña la unción con su leve voz, seremos distraídos y confundidos debido a nuestras emociones y nuestra mente inquieta.
NUESTRA RELACIÓN CON LOS DEMÁS.
La unción también nos muestra cómo relacionarnos con las personas.
No debemos criticar a nadie, sino conocer a las personas para saber convivir con ellas y ayudarles. Comúnmente uno conoce a los demás examinándolos u observándolos. Pero aun esto a menudo nos lleva al error. No negamos la utilidad de estos procedimientos, pero sí decimos que ocupan un lugar secundario. Normalmente, un espíritu puro posee el discernimiento correcto. Recordemos que cuando éramos niños hacíamos un juicio muy preciso de la gente que veíamos. Con el paso del tiempo, hemos acumulado conocimiento, experiencias y observaciones; sin embargo, nuestra habilidad para conocer a la gente no parece haber mejorado. Cuando éramos niños, al formar nuestros juicios sobre las personas, no nos basábamos en nada lógico para hacerlos, sino en lo que sentíamos en nuestro corazón, aunque muchas veces no lo podíamos explicar con palabras. Pero todo ha cambiado y ahora los hechos demostraron que nuestros “sentimientos” eran correctos. Cuando éramos niños, nuestros juicios no eran el resultado de investigaciones ni de indagaciones, pues ni siquiera podíamos ofrecer evidencias ni razones para ellos. Esa era la acción de una intuición pura, aunque era natural. El Señor quiere que tomemos las cosas de Dios de la misma manera. Nuestro espíritu debe convertirse, y debemos ser como niños, ya que así tendremos el conocimiento claro que procede de Dios.
Veamos esto en el Señor Jesús: “Y al instante Jesús, conociendo en Su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo…” (Marcos. 2:8). Este versículo nos muestra la operación de la intuición. No dice que el Señor Jesús tuviera un pensamiento ni un sentimiento en Su corazón, ni dice que el Espíritu Santo se lo hubiese revelado. La facultad de Su espíritu demostró su habilidad perfecta. El sentido del espíritu en Jesucristo el hombre era muy puro, agudo y elevado. El percibía en Su espíritu con la intuición los razonamientos de las personas que lo rodeaban, y les hablaba según dicha percepción. Esta debe ser la vida normal de toda persona espiritual. El Espíritu Santo mora en nuestro espíritu y lo capacita para que funcione a la perfección y para que conozca todas las cosas; es así como regula todo nuestro ser. Igual que el espíritu humano del Señor Jesús actuaba cuando El estuvo en la tierra, también nuestro espíritu debe operar por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros.
LA REVELACIÓN.
El conocimiento que se adquiere mediante la intuición es a lo que la Biblia llama revelación, la cual no es otra cosa que la realidad de algún asunto que el Espíritu Santo imprime en el espíritu de los creyentes, para que conozcan dicho asunto. Con respecto a la Biblia y a Dios, solamente existe una clase de conocimiento que tiene valor y es la verdad revelada a nuestro espíritu por el Espíritu de Dios. Dios no le da explicaciones a nuestro raciocinio, pues el hombre jamás llega a Dios valiéndose de su intelecto. No importa cuán inteligente sea un hombre, ni cuánto entendimiento tenga acerca de Dios, su entendimiento siempre estará velado. Lo único que puede hacer es inferir en su mente las cosas que están detrás del velo, puesto que no puede ver la realidad que yace detrás de éste. Como no ha “visto”, lo único que puede hacer es deducir pero no “conocer”. Si nuestra vida cristiana no es una revelación personal, no tiene ningún valor. Todo el que crea en Dios tiene que recibir revelación en su espíritu; de lo contrario, todo lo que cree no pasa de ser sabiduría humana, ideales y palabras, todo ello desprovisto de Dios. Una fe así no puede resistir cuando se presenta la tentación.
La revelación no es una visión ni una voz celestial ni una fuerza exterior que sacude al hombre. Todo eso puede suceder sin que la persona reciba revelación. La revelación se halla en la intuición y es apacible; no es un sentir intenso; aunque parece ser una voz, no es audible. Muchas personas se llaman cristianas, pero lo que creen es filosofía, ética, doctrinas acerca de la verdad o algunos fenómenos sobrenaturales. Creer esto no produce un nuevo nacimiento ni les concede a las personas un espíritu nuevo. Aunque esta clase de “creyente” es muy numerosa, su utilidad espiritual es nula. Dios concede Su gracia a los que han aceptado a Cristo y les muestra en su espíritu la realidad de la esfera espiritual que se abre ante ellos como si les hubiesen quitado un velo. En consecuencia, lo que ellos conocen es mucho más profundo que lo que entienden con sus mentes. Lo que habían entendido o percibido cobra significado; todo se hace transparente y conocido de un modo genuino, pues lo “vieron” en el espíritu. “Lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos” (Juan. 3:11). Esta es la vida cristiana. La búsqueda intelectual no salva al hombre, ya que sólo la revelación en el espíritu proporciona un verdadero conocimiento de Dios.
LA VIDA ETERNA.
En la actualidad muchas personas hablan de recibir la vida eterna mediante la fe. Pero, ¿cuál es la vida eterna que recibimos? Aunque se refiere a una bendición futura, ¿qué significado tiene hoy? “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo” (Juan. 17:3). La vida eterna en esta era es la facultad de conocer a Dios y al Señor Jesús, lo cual es una realidad sólida. Al decir que todo el que cree en el Señor recibe vida eterna damos a entender que recibe un conocimiento intuitivo que antes no poseía acerca de Dios. “Recibir la vida eterna mediante la fe” no es un lema, sino algo que puede demostrarse en esta era. Los que no poseen esta vida pueden especular de Dios, pero no le conocen personalmente. Sólo al recibir la vida nueva y al ser regenerado, puede el hombre llegar a conocer verdaderamente a Dios por medio de la intuición. Ellos tal vez estudien teología y entiendan la Biblia, pero su espíritu sigue muerto y sin ser regenerado. Posiblemente sirvan con entusiasmo a Dios “en el nombre del Señor”, aunque no hayan experimentado en su espíritu la regeneración ni hayan recibido una vida nueva. La Biblia dice que el hombre no puede descubrir los secretos de Dios (Job 11:7). Nada de lo que se hace por medio de la mente puede traernos el conocimiento de Dios. Fuera del espíritu humano, el hombre no puede conocer a Dios, y tampoco puede conocer Su mente. En la Biblia vemos una sola clase de conocimiento, el cual es la intuición en el espíritu.
UNA GUÍA APROPIADA.
Los creyentes no sólo deben recibir el conocimiento por medio del espíritu en su experiencia inicial, sino que deben seguir recibiéndolo continuamente. En la vida cristiana, lo que no se reciba mediante la revelación en la intuición carece de valor espiritual, ya que no pertenece al espíritu y, por ende, no es la voluntad de Dios. Dios sólo nos revela Su voluntad en nuestro espíritu. Cualquier cosa que pensemos, sintamos o decidamos que no provenga de una revelación recibida en el espíritu, se considera muerta a los ojos de Dios. El creyente tal vez actúe según pensamientos repentinos o ideas que se le ocurren después de orar, según un presunto “fuego ardiente” en su corazón, o según sus inclinaciones naturales, sus razonamientos o sus propios juicios. Todo ello es sencillamente actividades del hombre viejo. La voluntad de Dios no se conoce por medio de esos pensamientos, esos sentimientos ni esas preferencias; El solamente revela Su voluntad al espíritu del hombre. Lo que no es revelado por medio del espíritu es una simple actividad humana.
Dios nunca rebela Su voluntad a la mente humana. La revelación procede del Espíritu Santo y llega al espíritu del hombre. El espíritu del hombre conoce y recibe la voluntad de Dios por medio de la intuición. Luego, ésta le comunica la voluntad de Dios a la mente para que el hombre la entienda. Con la mente podemos entender la voluntad de Dios, pero no es allí donde se origina. La voluntad de Dios procede de El y se revela al espíritu del hombre por medio del Espíritu Santo, quien, a su vez, hace que el hombre exterior entienda, en la mente, lo que el hombre interior ya sabe. Si el creyente no busca la voluntad de Dios en su espíritu, sino que utiliza su mente, se confundirá y no sabrá lo que debe obedecer, pues su mente continuamente fluctúa. Los que andan según su mente, no pueden, ni por un momento, decir en sus corazones: “Sé con certeza que ésta es la voluntad de Dios”. Unicamente los que reciben la revelación en su espíritu tendrán una confianza profunda; y sólo ellos conocerán y estarán plenamente seguros de lo que están haciendo.
La revelación de Dios que recibimos en nuestro espíritu puede ser de dos clases: una la recibimos directamente, y la otra la buscamos. La primera se da cuando Dios tiene un deseo, y comisiona al creyente para que lo lleve a cabo. En este caso, El revela Su voluntad al espíritu del creyente. Cuando éste recibe la revelación en su intuición, actúa en conformidad con ella. El caso de una revelación que se recibe por haberla buscado, se da cuando el creyente tiene una necesidad específica y no sabe qué hacer; entonces acude a Dios, espera y busca Su voluntad. En respuesta a la búsqueda del creyente, Dios opera en su espíritu y le revela si debe avanzar o detenerse. Cuando el creyente es joven en su vida espiritual, recibe principalmente esta clase de revelación, pero cuando ha madurado más, recibe revelaciones directas. Esto no es invariable; pero en general, los creyentes jóvenes reciban revelación por haberla buscado, y los creyentes maduros comúnmente reciben revelación directa. No obstante, es aquí donde la mayoría de los creyentes jóvenes enfrentan dificultades, ya que se necesita tiempo para poder esperar delante del Señor y para dejar que los pensamientos, las preferencias y las opiniones sean eliminadas. Con frecuencia se impacientan al tratar de esperar la revelación de parte de Dios y la substituyen por su propia voluntad. Como resultado, son censurados por sus conciencias. Aun cuando desean sinceramente hacer la voluntad de Dios, actúan neciamente según los pensamientos de su mente, debido a su falta de conocimiento espiritual. Todo lo que se hace sin revelación, inevitablemente será un error.
Ahora podemos ver lo que es el conocimiento espiritual. Sólo lo que se obtiene en el espíritu es conocimiento espiritual; lo demás es simple conocimiento mental. ¿Cómo realiza Dios las cosas? ¿Cómo juzga? ¿Qué tipo de conocimiento utiliza para administrar el universo? ¿Acaso razona con Su mente como lo hacen los hombres? ¿Necesita acaso meditar detenidamente en las cosas para entenderlas? ¿Conoce El las cosas mediante la lógica, los argumentos o la comparación? ¿Necesita investigar y deliberar para llegar a una conclusión? ¿Necesita el Omnisciente usar un cerebro? ¡Ciertamente no! Dios no necesita nada de esto para poder saber todas las cosas. Todo el conocimiento y el juicio de Dios es intuitivo. La intuición es la facultad de los seres espirituales. Los ángeles obedecen la voluntad de Dios debido a que la conocen intuitivamente. No tratan de comprobar las cosas por medio de los argumentos ni los razonamientos. La diferencia que existe entre entender la voluntad de Dios con la mente o con la intuición es inmensa, pues de esta diferencia depende el éxito o el fracaso espiritual. Si la conducta del creyente se basara en su razonamiento o su sentido común, nadie se habría atrevido a llevar adelante las muchas obras espirituales gloriosas del pasado, ni las del presente; todas las obras espirituales superan el razonamiento humano. ¿Quién se hubiera atrevido a ejecutarlas si no hubiese conocido la voluntad de Dios intuitivamente?
Todo el que tiene una estrecha relación con Dios, que disfruta una comunión secreta con El y que goza de una unión espiritual con El, recibe revelación en la intuición y sabe claramente lo que sucede y lo que debe hacer. Esta conducta no atrae la simpatía de los hombres, ya que no saben lo que él sabe. Según la sabiduría del mundo, sus acciones no tienen sentido. ¿No es cierto que los creyentes espirituales padecen gran oposición a causa de esto? ¿No los han considerado locos? No sólo la gente del mundo dice esto, sino que hasta sus familias los critican. Esto se debe a que la vida de la antigua creación, ya sea en la gente del mundo o en los creyentes, desconoce la obra del Espíritu de Dios. Los creyentes más intelectuales a menudo clasifican a los que actúan aparentemente sin sentido común como “fanáticos”. Para ellos, sus hechos son fruto del entusiasmo del alma, pero los presuntos fanáticos son, en realidad, espirituales. Ellos se conducen “neciamente” debido a la revelación que recibieron en su intuición.
No debemos mezclar la intuición con las emociones. El celo de un creyente emotivo puede parecer espiritual, pero no proviene de la intuición. Del mismo modo, la prudencia de un creyente racional puede parecer espiritual, pero tampoco es una revelación que proviene de la intuición. Tanto el creyente emotivo como el intelectual son anímicos. El espíritu tiene celo, de hecho, su celo excede al celo que tiene la parte emotiva del hombre. Todos los hechos de los creyentes espirituales son “justificados en el espíritu” (1 Timoteo. 3:16); no son tolerados por las emociones carnales de la mente. Si nos salimos del espíritu y andamos de acuerdo con nuestros sentimientos carnales o con nuestro raciocinio, inmediatamente estaremos perdidos sin saber qué hacer ni a dónde ir. Cuando esto sucede, somos como Abraham, quien descendió a Egipto buscando ayuda en objetos visibles y tangibles. El espíritu y el alma trabajan independientemente uno de otro. Si el espíritu no trasciende para tomar el control de nuestro ser, el alma peleará en contra de él.
Cuando el espíritu del creyente es renovado, fortalecido y educado por el Espíritu Santo, su alma cede su lugar y se somete al espíritu. Gradualmente, ella viene a ser un siervo del espíritu, y el cuerpo es conquistado y se convierte en servidor del alma para ejecutar la voluntad del espíritu que conoce la revelación de Dios por la intuición. Este progreso se repite sucesivamente. Algunos tienen más cosas para eliminar que otros, ya que sus espíritus no son tan puros como el de éstos. Están llenos de conocimiento intelectual, de emociones y de prejuicios, debido a lo cual su espíritu no está abierto para recibir las verdades de Dios. Para que la intuición pueda recibir algo de parte de Dios, todas estas cosas deber ser eliminadas.
Ahora debemos entender más claramente la diferencia entre la intuición y la mente o las emociones. Si comprendemos qué es la intuición, veremos mejor el espíritu, el cual es tan misterioso para nosotros. Examinemos las diferencias básicas entre la experiencia espiritual y la anímica. Una experiencia es espiritual debido a que tiene su origen en Dios y a que la conocemos o la percibimos en nuestro espíritu. Por otro lado, una experiencia anímica tiene su origen en el hombre y no pasa por el espíritu. Así que, puede darse el caso de personas que tienen mucho conocimiento bíblico, comprenden con precisión ciertas doctrinas cristianas, tienen celo por aplicar todos sus talentos en la obra del Señor, son elocuentes y dan conferencias acerca de la Biblia, pero su ser todavía vive en la esfera del alma, y no da ni un paso hacia su espíritu; tal vez su espíritu aún esté muerto. Las personas que nos oyen nunca entrarán en el reino de Dios por medio de nuestro ánimo, nuestras exhortaciones, nuestros argumentos, nuestras sugerencias, nuestro atractivo ni nuestra persuasión. Sólo pueden entrar por medio de la regeneración, que es la resurrección del espíritu. La nueva vida que recibimos lleva consigo varias facultades, de las cuales la más importante es la intuición, ya que con ella entiende a Dios, lo conoce y está consciente de El.
¿Significa esto que la mente humana es completamente inútil? Por supuesto que no. Ciertamente, la mente tiene su parte, pero debemos recordar que el intelecto es secundario. No conocemos a Dios ni lo relacionado con El mediante el intelecto, ya que si lo hiciéramos, la vida eterna no tendría significado. La vida eterna (es decir, la nueva vida) no es otra cosa que el espíritu mencionado en Juan 3. Conocemos a Dios mediante la vida eterna y el espíritu que acabamos de recibir. La utilidad de la mente yace en su capacidad de explicar a nuestro hombre exterior lo que vemos en nuestro espíritu y transmitirlo con palabras inteligibles. Vemos esto en el caso de Pablo. En sus epístolas recalcó que el evangelio que predicaba no era de hombres, ni se adquiría “al por mayor” en la mente del hombre ni se vendía “al menudeo” a otras mentes, sino que él lo recibió por la revelación. Aunque poseía una excelente capacidad mental, su enseñanza no provenía de sus pensamientos, ni los repentinos ni los desarrollados gradualmente. Su mente estaba unida a su espíritu y comunicaba a otros la revelación que él recibía en su espíritu. La mente (parte del alma) no es el órgano que recibe conocimiento espiritual, sino el órgano que lo transmite.
Aparte del espíritu, no hay otro lugar donde Dios pueda comunicarse con nosotros. No hay manera de que conozcamos a Dios excepto en la intuición. Por medio del espíritu, el hombre entra en la esfera eterna, divina e invisible. Podemos decir que la intuición es “el cerebro” del espíritu. Cuando decimos que el espíritu del hombre está muerto, nos referimos a que su intuición perdió la sensibilidad y la facultad de conocer a Dios o de entender lo pertinente a El. Al afirmar que el espíritu debe gobernar todo nuestro ser, nos referimos a que cada parte del alma y cada miembro del cuerpo deben obedecer la voluntad de Dios, la cual conocemos por medio de la intuición. Ya dijimos que la regeneración es absolutamente necesaria, pero lo repetiremos: ni la mente ni la parte emotiva ni la voluntad humana pueden conocer a Dios ni substituir a la intuición. Si el hombre no recibe la vida de Dios y si su intuición no es resucitada, permanecerá separado eternamente de Dios. La regeneración es una experiencia real; no es un término ni un cambio de moral, sino el ingreso indubitable de lavida de Dios en nuestro espíritu, lo cual resucita nuestro espíritu y nuestra intuición. Es completamente imposible que un hombre haga el bien y agrade a Dios por su propia cuenta, ya que sus actividades se hallan en la esfera del alma y no se efectúan mediante la intuición que se despierta para Dios. Es imposible que un hombre nazca de nuevo por su propio esfuerzo, porque él no tiene nada que pueda producir una vida nueva.
Si Dios no lo engendra, él jamás podrá engendrase a sí mismo. Además, no importa con cuánta claridad entendamos las doctrinas ni cuánto confiemos en ellas; de todos modos son inútiles y no pueden salvar al hombre. El tiene que ponerse en las manos de Dios y rogarle que opere en su interior, pues si no reconoce cuán inútil es y que debe identificarse con la muerte del Señor Jesús y recibir la vida de Dios, su espíritu permanecerá muerto para siempre.
Los caminos del hombre rechazan al Señor Jesús como Salvador, la resurrección de la intuición (el espíritu), y prefieren reemplazar la intuición con la mente. El hombre piensa, medita e inventa diferentes filosofías, normas éticas o religiones; pero Dios dice: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaias. 55:9). No importa cuáles sean los pensamientos del hombre, siguen siendo de la tierra, y no de los cielos. Después de que somos regenerados, Dios desea que conozcamos Sus obras y Su voluntad por medio de nuestra intuición para que andemos según ella. Pero ¡cuán fácil es que los creyentes olviden lo que aprendieron en la regeneración! ¡Cuántos creyentes se conducen en su vida diaria según sus pensamientos y sus emociones! Cuando servimos a Dios, aún usamos nuestro intelecto, nuestro celo y nuestras ideas para motivar la mente, la parte emotiva o la voluntad de otros. Dios desea mostrarnos que ni nuestra alma ni las almas de los demás tienen utilidad ni valor. Dios desea destruir nuestra vida natural junto con su intelecto, sus habilidades y su fuerza. Debido a esto, nos permite equivocarnos, desanimarnos, enfriarnos hasta llegar a ser inútiles en nuestra obra espiritual. Esta lección no puede aprenderse en un par de días. Dios nos instruirá durante toda nuestra vida, y hará que comprendamos que si no andamos según la intuición, todo lo que hagamos será en vano.
He aquí el punto crucial. Cuando la intuición propone algo totalmente diferente a lo que el alma desea, ¿a quién obedeceremos? Ese es el momento de determinar quién ha de gobernar nuestra vida y de qué manera hemos de andar. Esa es la batalla decisiva para decidir quién será la cabeza, nuestro hombre exterior o nuestro hombre interior, el hombre de los sentimientos o el hombre del espíritu. Al principio de nuestra vida cristiana nuestro espíritu pelea contra nuestra carne. Ahora la guerra se libra entre nuestro espíritu y nuestra vida natural. Anteriormente peleábamos contra los pecados; ahora no nos debatimos entre el bien y el mal, sino entre nuestra bondad natural y la bondad de Dios. Antes nos preocupábamos por la moralidad de lo que hacíamos, ahora nos preocupa su origen. Hoy tenemos una guerra entre el hombre exterior y el hombre interior, entre la voluntad de Dios y las intenciones del hombre. Aprender a andar según el espíritu es una labor que dura toda la vida del hombre nuevo. Si el creyente anda según el espíritu, vencerá su carne. El Espíritu Santo, al fortalecer el espíritu del nuevo hombre, pondrá fin a la mente carnal, pues ésta sólo produce muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz.