Watchman Nee Libro Book cap.18 Los hechos, la fe y nuestra experiencia
SOBORNAR NUESTRA CONCIENCIA
CAPÍTULO DIECIOCHO
SOBORNAR NUESTRA CONCIENCIA
La conciencia es la voz de Dios en el interior del hombre, la cual aboga por justicia. La conciencia forma parte del espíritu humano y tiene como función reprender todo aquello que no provenga de Dios y que sea contrario a la justicia. Así pues, la conciencia es un “fiscal”, y restringe al hombre para que éste se mantenga bajo su jurisdicción.
Con frecuencia, ¡los creyentes temen a su conciencia! Aquellos que son rectos de corazón, hacen caso a la corrección que les hace su conciencia y siguen la dirección de la misma; pero aquellos que no son rectos de corazón, procuran sobornar su conciencia y silenciar las acusaciones que ella les hace. ¿Pero acaso la conciencia puede ser sobornada? La conciencia en sí no puede ser sobornada. Una vez que los creyentes hayan intentado sobornar su conciencia, ellos llegan a pensar que ya no es necesario prestarle atención. Pero en realidad, lo que ha pasado es que la voz de su conciencia ha sido solamente confundida y sofocada por medio de otras voces.
Muchas veces, la conciencia nos dice claramente mediante la intuición cuál es la voluntad de Dios, en qué consiste y qué es lo que ella exige de nosotros. ¡Pero somos tan renuentes a someternos a ella! La voluntad de Dios es aquello que nuestra carne teme más. Incluso podríamos afirmar que la voluntad de Dios es a lo único que nuestra carne le teme. Debido a que la mente de la carne no se agrada en las decisiones hechas por Dios, es natural que no esté dispuesta a obedecerlas, lo cual hace que la conciencia tenga que urgirnos a obedecer. Si no hacemos caso a la conciencia, ésta nos reprenderá. ¡Esto es terrible! Si permitimos que nuestra conciencia opere, nuestro corazón estará inquieto y, por lo tanto ¡nos sentiremos muy mal! Esto es verdaderamente insoportable. Así que, para evitar las acusaciones de nuestra conciencia y, al mismo tiempo, seguir desobedeciendo la voluntad expresa de Dios, muchos intentamos sobornar nuestra conciencia.
Los errores que un creyente comete estriban en esto. Tal creyente, en lugar de buscar la solución que lo liberaría de la condenación proveniente de su conciencia, procura más bien confundir la voz de su conciencia mezclándola con otras voces, a fin de atenuar los remordimientos que ella le ocasiona. Pero la mejor manera de ser libres de la condenación de la conciencia, es simplemente eliminar aquello que nuestra conciencia condena y obedecer la voluntad de Dios en todo. Hacer cualquier otra cosa resultará en que el creyente ofenda al Señor aún más.
¡Cuán numerosas son las excusas! Pero, cuando los creyentes no obedecen la voluntad de Dios, su conciencia los condena. ¿Qué pueden hacer en tales casos? Lo único que pueden hacer es explicar, argumentar y dar diversas razones o causas de su desobediencia. Esto equivale a sobornar su conciencia. Los creyentes se comportan de este modo porque piensan que si pueden explicar las razones de su proceder, tanto ante los demás como ante sí mismos, entonces su desobediencia a la voluntad de Dios llegará a convertirse en la voluntad de Dios para ellos. ¡Qué lejos están de darse cuenta que esto jamás podrá suceder! No obstante, al percatarse de que les resulta difícil soportar la condenación de su conciencia, procuran por todos los medios acallarla. Si no son capaces de sujetarse a la voluntad de Dios, se apaciguan a sí mismos presentando ante Dios las razones de su desobediencia, con la esperanza de reducir el filo del cuchillo y, así, reducir su propio dolor. Por un lado, su conciencia los condena; por otro, su carne no está dispuesta a obedecer. Por consiguiente, la única solución es dar muchas razones y explicaciones a fin de aplacar su conciencia, argumentando que han hecho lo correcto y que no hay motivo para que su conciencia los siga condenando.
Existen otras maneras de sobornar la conciencia. Una de ellas es por medio de nuestra labor. Si alguien no está dispuesto a obedecer a Dios, procurará sustituir la voluntad de Dios con trabajos más intensos y numerosos, como si una labor más intensa pudiese reemplazar la voluntad de Dios. Muchos creyentes tratan de reprimir la condenación de su conciencia participando intensamente en actividades. Temen pensar y temen escuchar quietamente aquello que su conciencia les dice. Si le prestan atención a la voz de su conciencia, se sentirán inquietos. Así que, prefieren sufrir, trabajar y laborar con sus cuerpos y sus mentes, participando en actividades ajenas a la voluntad revelada de Dios. Al laborar de este modo, no tienen tiempo y así les es posible hacer caso omiso tranquilamente de las correcciones de su conciencia. Aun si la conciencia es capaz de infiltrar algunos comentarios desagradables, ellos son capaces de responderle basándose en su labor, y “comprar” así el silencio de su conciencia. Ellos razonan de la siguiente manera: “¿Acaso estos trabajos no revisten la misma importancia? ¿Acaso no son igualmente buenos? ¿Acaso no son importantes? ¿Acaso no llevan fruto?”. Cuando la conciencia es sofocada repetidamente con otras voces, se vuelve muy difícil escuchar su voz nuevamente. De este modo, tales creyentes erigen un muro defensivo que les permite sentirse libres para desobedecer a Dios.
Es muy serio sobornar nuestra conciencia. Sin embargo, uno soborna su conciencia en muchas cosas pequeñas que ocurren en la vida diaria. El ejemplo más común de ello es en lo referente a la lectura de la Biblia cada mañana. Nuestra conciencia nos condena cada mañana que salimos a trabajar sin haber leído la Biblia primero. Sin embargo, muchos creyentes fracasan en esto. Si no leen la Biblia, no se sienten tranquilos. Pero, aun así, no están dispuestos a leerla ni tienen interés en hacerlo. Por este motivo, abren la Biblia descuidadamente y leen uno o dos versículos, con lo cual ellos consideran haber cumplido su obligación en cuanto a la lectura de la Biblia. Esto silencia la voz de su conciencia. Ellos “sobornan” su conciencia leyendo uno o dos versículos, y detienen así la condenación proveniente de la conciencia.
¿Acaso muchas de nuestras oraciones no son ofrecidas de este mismo modo? Esto es particularmente cierto con respecto a nuestra intercesión por otros. Si no oramos por los demás, nuestra conciencia nos condena. Así pues, con cierta renuencia, empezamos a rogar por los demás nombrándolos uno por uno, como quien toma la lista en un salón de clases. Esta clase de lectura o de intercesión no tiene como objetivo leer la Biblia ni interceder por los demás, sino que simplemente tiene como objetivo acallar las acusaciones de la conciencia. Si nuestra conciencia no hablara, esta clase de lectura y oración habría cesado hace mucho. Pero, debido a que la conciencia es diligente, uno se da cuenta de que no puede abandonar tales prácticas por completo y, por lo tanto, uno se ve obligado a sobornar su conciencia con obras hechas a medias.
Lo mismo sucede con la labor de evangelización que llevan a cabo muchos obreros. Cuando algunos de ellos se sienten deprimidos emocionalmente y débiles físicamente, se vuelven perezosos en cuanto a la predicación del evangelio. Pero muchas veces, los pecadores están frente a ellos y manifiestan su necesidad de ser salvos inmediatamente. Si tales obreros permanecen callados por mucho tiempo, su conciencia les acusará. En tales circunstancias, y no sin cierta renuencia, tales obreros pronuncian ante los demás algunas palabras acerca de la salvación, procurando con ello sobornar sus propias conciencias. Ellos creen que por haber hablado, han cumplido con su obligación y que ya nada puede ser dicho en su contra. Si la conciencia de ellos los sigue acusando o no, ya es un asunto secundario. Lo grave del caso es que ellos puedan contemplar la posibilidad de responder a las acusaciones de su conciencia con acciones realizadas a medias. Una vez que ellos empiezan a actuar de manera tan descuidada, se sienten satisfechos de sí mismos y piensan que no han desatendido sus obligaciones. ¡Pero ay! ¡Muchos de esos pretendidos veredictos “de inocencia” son, en realidad, engañosos! Tales acciones, ¿cómo podrían contar con la bendición de Dios? Tales enseñanzas que no nos han conmovido ni a nosotros mismos, ¿cómo podrían afectar a los pecadores con quienes hablamos? Aquellos que nunca sembraron con lágrimas, ciertamente jamás podrán segar con regocijo.
¿Deberé mencionar algo más? En lo que respecta a las ofrendas, los creyentes sobornan su conciencia en muchas ocasiones. Quizás sean renuentes a ofrendar, pero su conciencia los acusará si no ofrendan al Señor. La mejor manera de resolver semejante dilema consiste en ofrecer apenas lo suficiente como para sobornar su conciencia, de tal manera que ésta sepa que algún dinero ha sido ofrecido. Puesto que lo que debía hacerse ha sido hecho, ya no hay motivo para que la conciencia siga fastidiando. En muchas ocasiones, se hacen ofrendas monetarias a los pobres, no porque se sienta amor hacia ellos, sino con el fin de silenciar y sobornar la conciencia. De hecho, a menos que una ofrenda le cause dolor a nuestro corazón —a menos que experimentemos una sensación de regocijo tal que nuestra carne llegue a sentir cierta punzada—, dicha ofrenda no puede considerarse como una verdadera ofrenda.
Sólo hemos mencionado unos cuantos ejemplos. En la vida diaria, un creyente puede sobornar su conciencia respecto a muchos otros asuntos. Tal creyente razona o argumenta con su conciencia, o se vale de otros medios, a fin de desplazar las exigencias que su conciencia le hace. ¡Tales actos ocurren con demasiada frecuencia! Esto explica el carácter superficial y degradado de la vida espiritual que puede llevar un creyente. Hermanos, no debemos suponer que nuestro conocimiento de la Biblia es muy reducido y que por eso no conocemos la voluntad de Dios con respecto a muchos asuntos. Yo soy el primero en admitir que no conocemos la Biblia lo suficiente. Pero si nuestro conocimiento de la Biblia todavía es superficial, con mayor razón deberíamos obedecer la “voz interna”. Ciertamente no conocemos con claridad la voluntad de Dios en muchas cosas, pero, ¿por qué entonces no actuamos de acuerdo con aquello que ya sabemos ? El hecho de sobornar la conciencia demuestra que sí sabemos lo que debemos hacer y que sí conocemos la voluntad de Dios, pero que no estamos dispuestos a hacerlo. Es por ello precisamente que sobornamos nuestra conciencia.
Hermanos, es importante que obedezcamos fielmente a Dios. Pero a fin de lograr esto, debemos estar sinceramente dispuestos a hacer la voluntad de Dios. Todo lo demás es en vano. No estamos procurando el éxito, ni ser elogiados por el mundo, ni siquiera tener nuestra conciencia en paz. Si nuestra meta es sólo tener la conciencia en paz, y por ello nos sujetamos a la voluntad de Dios, aún estamos sobornando nuestra conciencia. Debemos percatarnos de la grandeza y solemnidad de la voluntad de Dios. Tenemos que obedecer la voluntad de Dios por causa de la propia voluntad de Dios. La voz de nuestra conciencia nos muestra en qué momento abandonamos la senda de la voluntad de Dios. Si mientras vivimos en este mundo, no vivimos según la voluntad de Dios, ¡ciertamente somos egoístas! ¿Acaso tememos más la acusación de nuestra conciencia que ser desleales a Dios mismo? Deberíamos temer a actuar en contra de la voluntad de Dios. Lamentablemente, vivimos en este mundo procurando nuestra propia satisfacción. Incluso cuando obedecemos la voluntad de Dios, ¡lo hacemos a fin de sentirnos cómodos! Ya que desobedecer la voluntad de Dios resulta en que nuestra conciencia nos acuse, en que nuestro gozo y paz se desvanezcan y en que nuestro corazón se entristezca, entonces, incluso con renuencia, hacemos caso a la dirección de nuestra conciencia con la esperanza de que esto restaure nuestro gozo. ¡Oh, cuán egoístas somos! Esto es sobornar nuestra conciencia.
Tenemos que hacer una evaluación fresca de la voluntad de Dios. Tenemos que negarnos a nosotros mismos de una manera más profunda, aborrecer más profundamente todo engaño propio, y tomar medidas más severas contra todo lo que signifique engañarnos a nosotros mismos. Si abandonamos todo intento de sobornar nuestra conciencia y nos conducimos diariamente según la voluntad de Dios, ciertamente viviremos en una nueva esfera.