Watchman Nee Libro Book cap.18 El ministerio de la palabra de Dios

Watchman Nee Libro Book cap.18 El ministerio de la palabra de Dios

LOS QUE ESCUCHAN LA PALABRA

SECCIÓN CUATRO

LA AUDIENCIA

CAPÍTULO DIECIOCHO

LOS QUE ESCUCHAN LA PALABRA

Llegamos a la cuarta sección: la audiencia. La predicación no sólo es responsabilidad del ministro, sino también de los que escuchan la Palabra, es decir, de la audiencia. De ella depende que el ministerio de la Palabra se fortalezca o se debilite. El ministro tiene la responsabilidad de ministrar la Palabra, pero la audiencia también tiene cierta responsabilidad, ya que ella puede llegar a ser un canal o un obstáculo para la proclamación de la Palabra. Algunos ejemplos de la Biblia nos muestran cuál debe ser la actitud de la audiencia. Esperamos aprender algo de estos pasajes.

UNO

Examinemos el caso de Mateo 11. El Señor Jesús hablaba en parábolas debido a que Dios escondió la revelación de los “sabios y entendidos” (Mt. 11:25). Los sabios y entendidos no ven la revelación de Dios, así que no pueden esperar recibir la suministración de la Palabra. Ellos no reciben revelación directamente de Dios, y tampoco por medio de los ministros de la Palabra. Cada vez que el ministerio encuentra este tipo de audiencia, la Palabra de Dios fluye muy débilmente o se bloquea por completo. Cuanto más sabia cree ser una persona, menos luz recibe de Dios; cuanto más confía en sí misma, más se le cierra la Palabra de Dios. Debemos recordar que según el Antiguo Testamento, Dios sella la profecía (Dn. 12:9) en ocasiones, lo cual indica que después de que se anuncia la Palabra, ésta puede abrirse o sellarse. No nos detendremos a explicar por qué la profecía es sellada, ni por cuánto tiempo. Sencillamente hacemos notar un principio espiritual fundamental. Uno puede oír lo que Dios dice y, aún así, encontrar que la Palabra le está sellada. Daniel nos muestra el hecho de que la Palabra se sella; mientras que el Señor Jesús nos explica la razón: ser sabios y entendidos. El Señor nos muestra que Dios esconde la Palabra de los sabios y entendidos. El Espíritu Santo, según el designio de Dios, esconde la Palabra de los sabios y entendidos.

La Biblia nos presenta este principio fundamental: después de que el hombre comió del árbol del conocimiento del bien y del mal, el camino del árbol de la vida se cerró. Desde entonces, el árbol de la vida fue sellado por el querubín y una espada encendida que se revolvía por todos lados (Gn. 3:24). Una vez que el hombre adquiere el conocimiento del bien y del mal, pierde el acceso a la vida. Esta separación no sólo se atribuye a la incapacidad del hombre, sino también a la prohibición de Dios. Esto es lo que significa sellar, lo cual no tiene nada que ver con la facultad del hombre, pues aun si éste tuviera la capacidad de llegar al árbol de la vida, Dios le cerraría el camino. Este es un asunto bastante serio. Cuando el hombre dirige su atención al conocimiento, la vida huye de él. Cada vez que se enorgullece, se gloría o se jacta de su sabiduría e inteligencia, debe recordar que la revelación de la Palabra de Dios le está oculta. Así que no puede ver, y aun si ve algo, no puede captarlo bien. De esta manera sella Dios la Palabra. El Señor dijo: “Te enaltezco, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños” (Mt. 11:25). Como vemos, Dios esconde estas cosas a propósito.

En el ministerio de la Palabra de Dios, debemos prestar atención a la condición de la audiencia. Cuando la audiencia se compone de creyentes nuevos, posiblemente no tengamos que ejercitar tanto el espíritu, ni necesitemos mucha luz ni hablar mucho. Pero no sucede lo mismo cuando predicamos el evangelio. Cuando tocamos las revelaciones profundas de Dios, y aspectos espirituales elevados y verdaderos, necesitamos más palabras, más luz y más espíritu. Dios se esconde de aquellos que se consideran sabios y entendidos. A tales personas, El no le concede directamente ninguna revelación. Cuando en la audiencia hay una persona así, aun el ministro de la Palabra no puede desempeñarse con toda libertad. Si la urgencia de dar salida al espíritu no es mucha, cualquier obstáculo que se presente no será muy serio; pero si la necesidad de liberar el espíritu es grande, dicha persona ocasionará una gran obstrucción en el ministerio de la Palabra. Las revelaciones profundas de Dios permanecerán selladas debido a que Dios las esconde de esa persona.

En capítulos anteriores estudiamos acerca de la responsabilidad que tienen los ministros. Es menester ver que, aparte de los requisitos que los ministros deben poseer, se debe tener en cuenta la condición de la audiencia. Si uno de los oyentes se encuentra en una condición que interrumpe la bendición de Dios, su presencia hará que la predicación no sea elevada. No importa cuán fuerte sea el ministro espiritualmente, lo que exprese no será muy elevado. Un ministro de la Palabra puede ser muy poderoso; sin embargo, ante la presencia de personas sabias y entendidas, aunque desee impartir a los demás la revelación que Dios le da, no podrá. No entendemos claramente de qué modo la audiencia afecta la predicación, pero sabemos que lo hace. Hay personas que nunca son subyugadas por Dios. El no subyuga a los instruidos. Ante dichas personas, es muy difícil proclamar un mensaje profundo.

Recordemos que al principio de nuestro ministerio, por no contar con suficiente revelación y luz, a veces retenemos la Palabra en nosotros. Pero si después de eliminar muchos obstáculos y adquirir experiencia en la predicación, la revelación, el espíritu y la Palabra no fluyen, el problema posiblemente se halle en la audiencia. La mínima controversia con alguna persona indigna y soberbia es suficiente para bloquear nuestros tiernos sentimientos. Los sentimientos del espíritu son delicados, así que, no importa cuánto nos esforcemos, las palabras no podrán fluir. La Palabra se caracteriza por estar dirigida al hombre. El mensaje, nuestro espíritu y el Espíritu Santo deben fluir; pero cuando en la audiencia hay un curioso que es soberbio y contradictor, se le dificulta al orador exponer la Palabra de una manera pura. Algunas veces necesitamos guiar a los hermanos a la luz de Dios para que puedan conocerse a sí mismos; otras veces los conducimos al Señor para que conozcan la gloria del Lugar Santísimo. Recordemos que solamente hay revelación en la luz de Dios; en ella no hay doctrinas ni enseñanzas. Bajo esta luz recibimos iluminación y quebrantamiento. Si en la audiencia se hallan algunos hermanos simplemente como espectadores tratando de adivinar lo que está pasando, cuyo espíritu está cerrado y quienes no sienten la necesidad de prestar atención a la predicación, ni quieren humillarse delante de Dios, ellos obstruirán la proclamación de la Palabra. Cuanto más espiritual sea lo que deseamos impartir, más oposición encontraremos. Un ambiente en el cual las personas se creen sabias y entendidas es devastador para el ministerio de la Palabra. El Señor nunca bendice a dichas personas. Por eso, considerarse sabio y entendido es una insensatez.

Al final de Mateo 11:25, el Señor dijo: “…y las revelaste a los niños”. Cuanto más dócil sea la audiencia, más eficaz será el mensaje; y cuanto más respetuosa, más fácil será que la Palabra logre que alguno doble la rodilla delante de Dios. Si la audiencia es respetuosa y está dispuesta a recibir la Palabra, la luz resplandecerá y permitirá que el ser de cada uno se abra y reciba revelación. Es difícil ayudar a alguien que no quiere recibir ayuda. Cuanto más dócil es uno, más beneficio recibe. Los oyentes que se oponen a las Escrituras y a los pensamientos presentados en un mensaje, no pueden recibir la luz de Dios. Las críticas de algunos espectadores no permiten que la Palabra penetre en su interior, ya que el escrutinio y la crítica bloquean la Palabra. El Señor ayuda a quienes son como niños, dóciles y sin prejuicio delante de El. Dios da un suministro poderoso del ministerio de la Palabra y grandes revelaciones a todo el que abre su corazón y su espíritu a El. Dios resiste a los soberbios. Los que son como niños buscan al Señor con humildad, sencillez y docilidad. Cuanto más nos volvemos como niños, más gracia nos da Dios. La persona arrogante y obstinada no puede recibir la gracia de Dios. El Señor destruye la sabiduría de los sabios, y desecha el entendimiento de los entendidos. Quiera Dios que veamos la futilidad de nuestra sabiduría y de nuestro entendimiento. Si El nos concede Su misericordia y nos sigue guiando por otros tres o cinco años más, cuando miremos hacia atrás comprenderemos cuánto daño nos ha causado nuestra propia sabiduría. Nos daremos cuenta de que en muchas ocasiones pudimos haber recibido la gracia divina, pero nuestra propia sabiduría se interpuso.

DOS

Leemos en 1 Corintios 1:19: “Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos”. ¿Con qué propósito? “A fin de que nadie se jacte delante de Dios” (v. 29). En palabras simples: Dios no desea que seamos orgullosos ni que nos envanezcamos en nuestra sabiduría ni en nuestro entendimiento. Por una parte, somos sabios, pero por otra, necesitamos poder. El hombre tiene sabiduría, pero es débil. Dios lo trastorna todo; El convierte la sabiduría en locura, y la debilidad en poder. ¡Esto es algo maravilloso que va más allá de nuestro entendimiento! ¡Dios quebranta la sabiduría del hombre y, al mismo tiempo, le da poder!

Posiblemente esto sea difícil de entender. ¿Qué relación tiene el poder con la sabiduría? ¿Cómo es posible que al destruirse la sabiduría se conceda poder y el hombre sea fortalecido? ¿Cómo es posible que al eliminar la sabiduría humana llegue el poder? ¿Cómo destruye Dios la sabiduría humana y le da poder al hombre? En 1 Corintios 1:30 leemos: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría…” Después de esta frase hay dos puntos, lo cual indica que esta sabiduría es “justicia y santificación y redención”. El Señor se hizo nuestra sabiduría. En esta sabiduría está la justicia, la santificación y la redención. ¿Cómo logra Dios que Cristo sea nuestra sabiduría? Cuando nuestra propia sabiduría y entendimiento desaparecen y nos volvemos insensatos, El hace que Cristo sea nuestra sabiduría. Esta sabiduría es Cristo como nuestra justicia, como nuestra santificación y como nuestra redención. Estos tres aspectos son tres manifestaciones del poder. Necesitamos poder para ser personas justas, para ser santificados y para ser redimidos (esta redención se refiere al cuerpo). Se necesita un poder inmensurable para lograr todo esto, y todo ello está incluido en el Señor Jesús, quien es nuestra sabiduría.

Dicho de otro modo, toda la gracia de Dios nos es dada por revelación. Dios hizo a Cristo nuestra revelación. Cristo vino a ser nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención. Primero recibimos la revelación y, como resultado, obtenemos justicia, santificación y redención. Así que, cuando se resuelve el problema de la sabiduría, se resuelve el del poder. O sea que, una vez llega la revelación, las riquezas espirituales le siguen. La pobreza espiritual cesa, lo mismo que la pobreza de expresión. En la esfera espiritual todo depende de la visión: si vemos, tenemos; y si no vemos, no tenemos. La justicia no se adquiere directamente, sino por medio de la revelación. En cuanto llega la revelación, llega la justicia. No debemos procurar encontrar la justicia aparte de la revelación. Quizás a esto se deba que el Señor no desea que tengamos sabiduría. Cuando nuestra propia sabiduría interviene, la sabiduría y la revelación del Señor se esfuman. Una vez que la revelación cesa, se interrumpen todas las bendiciones espirituales. Y si desaparece la visión espiritual, el poder espiritual también se desvanece. Si eliminamos toda nuestra necedad espiritual, aumentará el poder espiritual, pues estos dos están ligados íntimamente.

El creyente no puede disponer de la obra del Señor directamente, pues ésta se encuentra en la esfera de la revelación. Si uno tiene la revelación, lo tiene todo; sin ella, la obra del Señor es muerte para uno. Algunos pecadores desean aceptar al Señor. Ellos saben que son pecadores y que el Señor es el Salvador; sin embargo, cuando oran no parecen tener entendimiento. Incluso predican acerca de la salvación, pero ellos mismos se muestran fríos e insensibles a la verdad. Esto es apropiarse de la obra del Señor por medio de la mentalidad humana, y muestra la carencia de revelación. Puede ser que mientras el pecador ora en su cuarto, o escucha un mensaje en una reunión, el Señor le abre los ojos un poco, y puede ver que el Señor murió por él; así que recibe la muerte del Señor en ese mismo instante. Cuando uno toca la revelación, recibe a Cristo. Sin ella, uno no puede obtener a Cristo. Así que todo depende de la revelación que se reciba. Dios mantiene Su obra en la esfera de la revelación. Sin revelación, uno no tiene relación alguna con la obra de Dios. Esto constituye un principio fundamental.

Si entendemos este principio espiritual, veremos cuánto puede afectar la audiencia el ministerio de la Palabra. En cuanto el hombre se vuelve sabio y entendido, Dios se esconde de él. Si somos como niños que esperan delante del Señor en mansedumbre, humildad y sencillez, El se convertirá espontáneamente en nuestra sabiduría. Una vez que El llega a ser nuestra sabiduría, todo lo relacionado con el poder se soluciona. Entonces descubrimos la justicia, la santificación y la redención. Esto sólo es posible si Cristo es nuestra sabiduría. La realidad espiritual se encuentra en la revelación de Cristo. La revelación nos conduce a la realidad, y sin ella, no tocamos la realidad. En esta sabiduría se encuentra la justicia para el pasado, la santificación para el presente, y la redención para el futuro, lo cual constituye el poder que nuestro ser necesita. Cuando el Señor Jesús llega a ser nuestra sabiduría, en ella encontramos estos tres aspectos. Dios otorga la justicia, la santificación y la redención en la esfera de la revelación. Cuando recibimos la revelación, automáticamente obtenemos estas tres cosas. En la revelación divina se encuentra la substantividad y la realidad espiritual. Si los que componen la audiencia no abren el espíritu, son soberbios y están seguros de sí mismos, Dios no podrá revelarles nada, y no recibirán nada. Es menester ser humildes, mansos y sencillos delante del Señor. Cuanto más arrogantes somos, más nos alejamos de la revelación divina. Ni siquiera el ministro de la Palabra podrá hacer algo por la audiencia, y además será apabullado por ella. Dios se esconde de los sabios y entendidos, y se revela a los niños. Este asunto es muy serio.

TRES

En Romanos 11:8 dice: “Según está escrito: ‘Dios les dio espíritu de sueño profundo, ojos con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy’ ”. Según este versículo Dios les dio a los judíos un espíritu de sueño profundo y, aunque ellos tienen ojos y oídos, no ven ni oyen. La situación que se describe en Mateo 13 es mucho más grave de la que se describe en Mateo 11. En el capítulo once el Señor habla de cosas escondidas temporalmente; pero en el capítulo trece se refiere a algo más serio, pues las cosas quedan escondidas por la eternidad. En el capítulo doce se nos dice que el Señor Jesús echaba fuera demonios por el poder del Espíritu Santo. Pero los judíos lo acusaban de hacerlo por Beelzebú, el príncipe de los demonios (v. 24). El odio acérrimo que sin causa alguna sentían por el Señor, les hizo cerrar los ojos a la verdad y blasfemar contra el Espíritu Santo. El corazón se les había endurecido y estaban determinados a rechazar al Señor. Esta predisposición en contra del Señor los inducía a tomar la determinación de no creerle. Esta es la escena que se nos presenta en el capítulo doce. Aquellos que blasfemaron, no serán perdonados ni en este siglo ni el venidero. Obviamente, el Espíritu Santo era el que obraba, pero ellos aseveraban que era Beelzebú, el príncipe de los demonios. El Señor Jesús echaba fuera los demonios por el Espíritu Santo, pero ellos lo asociaban con Beelzebú, que significa “el señor de las moscas”. ¡Tal era la dureza del corazón del hombre! Este es el pecado más grande que muestra la Biblia. Entre todos los pecados que comete el hombre, ninguno es tan abominable y tan serio como éste. Este pecado no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero.

En Mateo 13:10-11 dice: “Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les ha sido dado”. Aquellas personas oyeron acerca del sembrador, de la tierra, de las piedras, de las aves y de los espinos, pero no entendieron el significado. El Señor Jesús nos muestra aquí el principio básico de que cuando el hombre comete un pecado grave, Dios sella Su Palabra para que él oiga y no entienda; y vea, mas no perciba. “Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos ha oído pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y Yo los sane” (v. 15). Da la impresión de que Dios no permitía que la multitud se arrepintiera. La luz de Dios se detiene cuando el hombre tiene sus propios gustos, prejuicios, reservas y se complace en hallar defectos en los demás. Algunos predicadores transmiten palabras que no contienen ni revelaciones ni luz nueva. Ellos pasan sus días en tinieblas. Cometer pecados es terrible, pero más terrible es cometerlos y no darse cuenta de haberlo hecho. Recordemos que cuando el Señor Jesús vivía en este mundo, los pecadores se salvaban pero no los fariseos. Para Dios es más fácil relacionarse con los pecadores, que con los que están ciegos y en tinieblas. Aparentemente, los fariseos no eran pecadores. En verdad, el Señor dijo que ellos eran ciegos guías de ciegos (15:14). Cuanto más ciega es una persona, más difícil es relacionarse con ella.

Mateo 13 y Romanos 11 nos muestran un principio importante: Dios esconde completamente Su luz del hombre que cae tan bajo. Podemos decir que en esto consisten la prohibición y el sello divinos. Muchas personas cometen errores, no por ser insensatas, sino por ser sabias. Por ello, es más fácil que reciba perdón el que yerra por insensatez, que el que lo hace por ser sabio. Por otra parte, algunas personas además de errar, tienen problemas con el corazón. Al que yerra porque su corazón se desvió de Dios, Dios le cierra la puerta. Este asunto es muy grave. Dios no quiere que ciertas personas lo vean, y por eso se esconde de ellas. Si nosotros estamos en esa categoría, estamos terminados. ¡No hay pérdida más grande que perder la visión! Por eso debemos orar así: “Señor, no permitas que en mi insensatez me exprese con arrogancia y rechace la luz. No me permitas caer al grado de no tener la oportunidad de arrepentirme”. Sin revelación, no hay arrepentimiento. Es decir, cuando la revelación queda sellada, también se sella el arrepentimiento. Debido a que los fariseos blasfemaron contra el Espíritu Santo, ya no podían arrepentirse, puesto que no podían recibir revelación. Ellos oían, pero no entendían; veían, mas no percibían nada. Es decir, escuchaban las palabras, pero no recibían revelación. Algunos hermanos y hermanas no se someten a los demás ni aceptan muchas cosas. Cuando uno tiene prejuicios en contra de algo, asevera que está mal aunque no sea cierto. Si uno desea recibir revelación, debe ser temeroso y no cometer el error de juzgar precipitadamente, ya que no puede recibir luz; en cambio, al débil y manso, el Señor le concede no sólo la luz de las revelaciones básicas, sino la luz de las revelaciones extraordinarias. Por consiguiente, es necesario abrir nuestro corazón al Señor a fin de recibir continuamente. Recordemos que si Dios sella algo, no podremos ver la luz. Si un ministro de la Palabra se encuentra con una persona que ha sido sellada por Dios, le será imposible lograr que la luz resplandezca sobre ella.

CUATRO

¡La luz nunca espera al hombre! Debemos acudir al Señor para rogar como los que imploran pidiendo un pedazo de pan. Nunca debemos pensar que lo entendemos todo. Es indispensable ver delante del Señor cuán grave es este asunto. En la actualidad, Dios efectúa Su obra en la tierra, una obra que nunca ha cesado y que continuará para siempre. El que tiene ojos puede ver la secuencia de la obra divina y sabe lo que Dios hace hoy. Pero el que tiene prejuicios, no podrá ver. De igual modo, cuando uno tropieza, se queda atrás y no puede ver. Así que, si hace veinte años estábamos atrasados en cuanto al mover de Dios, sin duda ahora nos encontraremos mucho más atrasados. No debemos quedarnos fuera de este carril. Por esta razón tenemos que humillarnos. Dios sigue avanzando paso a paso. Así que, debemos seguirle año tras año. Si el Señor nos guarda en un espíritu de humildad y mansedumbre, tocaremos algo; pero si somos soberbios, arrogantes y justos en nuestra propia opinión, Dios nos desechará. Si estamos en la audiencia, somos rectos y estamos dispuestos a recibir la Palabra de Dios sin ofrecer resistencia, tocaremos algo del ministerio y las bendiciones de Dios, y Su luz resplandecerá sobre nosotros. Lamentablemente, muchos se han quedado en el camino. Que el Señor nos conceda Su misericordia para que podamos humillarnos delante de El.

Según Efesios 4, la iglesia llegará a la plenitud y a la perfección. Indudablemente, Dios está levantando hoy el nivel de Su propio ministerio. Unos tocan inmediatamente cosas extraordinarias y bastante elevadas. Pero otros tienen que esperar diez o veinte años para poder conocerlas o tocarlas. A fin de poder ver ciertas cosas de las que estamos muy lejos es necesario que transcurra cierto lapso. Debemos orar para que Dios nos conceda Su misericordia y nos permita ver algo sólido y verdadero. Que el Señor le conceda el ministerio a Su iglesia, y que nosotros aprendamos las lecciones que necesitamos aprender.