Watchman Nee Libro Book cap.16 El hombre espiritual

Watchman nee Libro Book cap.16 El hombre espiritual

EL HOMBRE ESPIRITUAL

CUARTA SECCIÓN

CAPÍTULO DOS

EL HOMBRE ESPIRITUAL

Es muy posible que un creyente que ha sido regenerado, cuyo espíritu ha sido vivificado y en quien mora el Espíritu Santo siga siendo un creyente carnal y tenga su espíritu oprimido por su alma o su cuerpo. Hay un sendero específico que el creyente regenerado debe tomar a fin de llegar a ser espiritual.

Debe haber por lo menos dos grandes cambios en la vida de un ser humano, primero debe dejar de ser un pecador que va camino a la perdición y ser un creyente salvo, y en segundo lugar debe dejar de ser un creyente carnal para ser uno espiritual. Así como un pecador puede llegar a ser un creyente, igualmente, un creyente carnal puede llegar a ser un creyente espiritual. Dios puede hacer que un pecador llegue a ser un creyente que tenga Su vida y también puede hacer que un creyente carnal llegue a ser espiritual lleno de Su vida. Cuando un hombre cree en Cristo, se convierte en un creyente regenerado; y cuando un creyente obedece al Espíritu Santo se convierte en un creyente espiritual. Cuando un hombre tiene una relación normal con Cristo, llega a ser creyente; y cuando el creyente tiene una relación normal con el Espíritu Santo llega a ser un hombre espiritual.

Unicamente el Espíritu Santo puede hacer que un creyente sea espiritual. Esa es Su obra. Dios dispuso con respecto a la redención que, por un lado, la cruz lleve a cabo una obra de demolición que acabe con todo lo que proviene de Adán. El Espíritu Santo, por otro lado, lleve a cabo la obra de edificación que desarrolla en el creyente todo lo que proviene de Cristo. La cruz hace posible que los creyentes sean espirituales, y el Espíritu Santo lleva a cabo la obra de hacerlos espirituales. Ser espiritual significa pertenecer al Espíritu Santo. El Espíritu Santo fortalece el espíritu humano para que pueda regir la totalidad de la persona del creyente. Por lo tanto, si anhelamos ser espirituales, no debemos olvidar al Espíritu Santo ni hacer a un lado la cruz, ya que ambos obran juntamente como lo hacen las dos manos de una persona, pues la una no puede prescindir de la otra, y ninguna actúa de modo independiente. La cruz conduce el hombre al Espíritu Santo, y éste lo guía a la cruz. El creyente espiritual debe experimentar al Espíritu Santo en su espíritu. Si desea llegar a ser un hombre espiritual, deberá dar diversos pasos en su experiencia. Prestar atención a estos pasos no significa necesariamente que el paso uno preceda al paso dos y que luego sigue el tres. Para describirlos uno tiene que hacerlo en secuencia, pero en la experiencia, muchas veces ocurren simultáneamente.

Aunque hay muchas cosas que queremos mencionar con respecto a la forma en que los creyentes progresan para llegar a ser hombres espirituales, no olvidemos las enseñanzas anteriores (segunda sección, capítulos cuatro y cinco). Los creyentes deben saber que lo que impide que un hombre sea espiritual es la carne. Por lo tanto, si el creyente puede asumir la actitud definitiva que debe tener para con la carne, progresará fácilmente. Es maravilloso que cuanto más espiritual sea uno, más conoce la carne y descubre lo que se relaciona con ella. Si un hombre no conoce la carne, no es espiritual. Todo lo que mencionamos anteriormente con respecto a la carne (véase la segunda sección, capítulo cinco) es el fundamento de nuestro anhelo de ser espirituales y no debemos descuidarlo. Si no prestamos atención a la carne, no importa qué clase de progreso tengamos, éste será vano, superficial y carente de realidad. Cuando el creyente sabe cómo negarse a la carne y a sus actividades, habilidades y opiniones en todas las cosas, se puede decir que es un hombre espiritual. Pero quisiéramos mencionar nuevamente algo positivo que está directamente relacionado con el espíritu.

LA SEPARACIÓN DEL ESPÍRITU Y EL ALMA (COMPÁRESE CON LA TERCERA SECCIÓN, CAPÍTULO CINCO, “LA DISTINCIÓN ENTRE EL ESPÍRITU Y EL ALMA”).

Lo principal que se menciona en Hebreos 4:12 es si vivimos de acuerdo con lo que nos indica la intuición en nuestro espíritu, o bajo el influjo de nuestros gustos o disgustos naturales (anímicos). La Palabra de Dios nos juzgará en estas cosas y nos mostrará lo que pertenece al espíritu y lo que pertenece al alma. Sólo la cortante espada de Dios puede discernir claramente la fuente de nuestra conducta. Así como un cuchillo puede dividir los huesos y los tuétanos, la espada de Dios puede dividir el alma y el espíritu que están tan estrechamente unidos. Al principio, esta separación es sólo conocimiento, pero debe llegar a ser una experiencia. Unicamente por la experiencia pueden los creyentes saber cómo se separan el espíritu y el alma. El creyente debe permitir que el Señor divida su alma de su espíritu. No sólo debe desear que el Espíritu Santo y la cruz operen en él, anhelarlo, consagrarse a ello y orar por ello, sino que también debe poseer esta experiencia. El espíritu del creyente debe ser librado de las ataduras del alma. El alma y el espíritu deben estar claramente separados, así como en el Señor Jesús, cuyo espíritu y alma no se mezclan en lo más mínimo. El espíritu, que contiene la intuición, debe estar completamente libre para ser la única morada y el lugar de operación del Espíritu Santo, y no permitir que el alma (es decir, la mente y las emociones) tenga el más mínimo efecto. El espíritu debe ser librado de toda atadura del alma.

La obra de la cruz sobre la vida del alma debe ser muy práctica, y la restricción que le imponga debe ser bien definida. En la experiencia, la vida del alma debe sufrir pérdida, y sus facultades deben mantenerse bajo el gobierno del espíritu.

El creyente debe experimentar que el alma y el espíritu se separen, hasta el punto donde el espíritu quede libre del encierro del alma, y sólo entonces podrá ser espiritual. El creyente espiritual difiere de las otras personas en que todo su ser es gobernado por su espíritu. El gobierno del espíritu no es únicamente el gobierno del Espíritu Santo sobre el alma y el cuerpo, pues el espíritu del creyente, debido a la obra del Espíritu Santo mediante la cruz, asume la autoridad de todo su ser, en vez de que éste sea gobernado por el alma y el cuerpo.

Para que el creyente experimente una vida espiritual, es indispensable que se establezca la separación del alma y el espíritu, ya que esto constituye su preparación espiritual. Sin ella, el creyente siempre estará afectado por el alma, y su espíritu y su alma estarán mezclados toda su vida. Algunas veces tendrá una vida espiritual, pero otras, será gobernado por la mente y las emociones, o vivirá por su vida natural. Así, la expresión de su vida no será pura. La mezcla del espíritu y el alma es un principio en la vida del creyente que no tiene una vida espiritual pura. Esto mantiene al creyente en la condición de ser anímico. Su propia vida sufrirá pérdida, y el Espíritu Santo no podrá usarlo para hacer una obra importante.

Si hay una verdadera separación del espíritu y el alma en el creyente, y si anda según su espíritu y no según su alma, siempre que su alma reaccione, inmediatamente lo detectará, sentirá como si estuviera siendo corrompido, y luchará para romper la fuerza y el influjo del alma. La vida natural es corrupta y puede contaminar al espíritu. Después de establecerse la separación del alma y el espíritu, la intuición del espíritu se hará muy sensible. Siempre que el alma actúa, el espíritu inmediatamente se duele y se resiste a tal grado que cuando otros actúan en su alma, el espíritu inmediatamente se siente incomodo. Aun cuando es objeto del amor o de las emociones de otros, le parece tan chocante que no lo puede tolerar. Solamente cuando se experimenta la separación del alma y el espíritu, el creyente tiene sentimientos limpios y sus intenciones son puras. Sólo entonces entenderá el significado de ser limpio y sabrá que no sólo las cosas pecaminosas son corruptas, sino que todo lo natural es igualmente corrupto y, en consecuencia, debe ser rechazado. Ahora sí sabe y percibe, por medio de la intuición de su espíritu, que el contacto con todo aquello que es del alma, ya sea suyo o de otros, es corrupto y debe limpiarse inmediatamente.

CONSCIENTES DE ESTAR UNIDOS AL SEÑOR EN UN SOLO ESPÍRITU.

Pablo dijo: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El” (1 Corintios. 6:17), no dijo una sola alma. El Señor resucitado es el Espíritu vivificante (15:45); así que, Su unión con los creyentes se efectúa en el espíritu de ellos. El alma es únicamente la personalidad del hombre y, por ser natural sólo debe usarse como un vaso que exprese los resultados de la unión entre el Señor y el espíritu del creyente. En el alma de los creyentes no hay nada que concuerde con la naturaleza de la vida del Señor; solamente el espíritu puede tener tal unión, y por esa misma razón no hay lugar para el alma. Si el alma y el espíritu aun están mezclados, la unión será impura. Si nuestra vida tiene algún indicio de que andamos según nuestros pensamientos, con nuestra propia opinión, o si nuestra parte emotiva es estimulada de alguna manera, eso será suficiente para debilitar esta unión en nuestra experiencia. Solamente las cosas de naturaleza similar pueden tener una unión apropiada. Las mezclas no logran esta unión. Así como el Espíritu del Señor es puro y no tiene ni rastro de mezcla, nuestro espíritu también debe ser puro para que haya una verdadera unión. Si el creyente no está dispuesto a despojarse de sus grandiosas ideas y de sus gustos para obedecer la voluntad de Dios, es imposible que en la experiencia se produzca esa unión, pues en dicha unión no se permite que el alma participe.

¿De dónde procede ésta unión? Procede de nuestra muerte y resurrección juntamente con Cristo. “Porque si siendo injertados en El hemos crecido juntamente con El en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección” (Romanos. 6:5). Este versículo explica que el significado de nuestra unión con el Señor es que estamos unidos a Su muerte y resurrección. ¿Qué significa estar unidos al Señor en Su muerte y resurrección? Significa simplemente que somos perfectamente uno con El. Aceptamos Su muerte como nuestra muerte, y nuestra participación con El en Su muerte como el punto inicial de esta unión. Si morimos con El, también aceptamos Su resurrección como nuestra. Si aceptamos todo esto por fe, experimentaremos que estamos juntamente con El en resurrección. El Señor Jesús resucitó según el Espíritu de santidad (Romanos. 1:4) y fue vivificado en el espíritu (1 Pedro. 3:18). Así que cuando estamos unidos a El en resurrección, lo estamos unidos en Su Espíritu de resurrección. Esto es claro. Morimos a todo lo que nos pertenece a nosotros y vivimos para Su Espíritu. Este es el significado de lo que venimos diciendo. Todo esto se logra por el ejercicio de nuestra fe (véase tercera sección, capítulo uno, “Cómo ser libres del pecado”). Cuando estamos unidos a Su muerte, perdemos todo lo que es pecaminoso y natural, y nos unimos a El en la vida de resurrección; entonces, nuestro espíritu se une al Señor para ser un solo espíritu con El. En Romanos 7:4, 6 dice: “Así también a vosotros, hermanos míos, se os ha hecho morir a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que fue levantado de los muertos … de modo que sirvamos en la novedad del espíritu”. Estamos unidos a Cristo por medio de Su muerte, y también estamos unidos a Su vida de resurrección. El resultado de tal unión es que servimos en la novedad del espíritu, sin ninguna mezcla.

¡Qué maravilloso es esto! La cruz es el fundamento de todo. La meta y el resultado de la obra de la cruz es que el espíritu del creyente se una en un solo espíritu al Señor resucitado. La cruz debe obrar profundamente en su aspecto destructor, haciendo que el creyente pierda todo lo pecaminoso y natural. Solamente entonces, el creyente podrá unirse al Señor en la vida de resurrección como un solo espíritu. El espíritu del creyente puede hacer que todo lo que posea pase por la muerte, para que todo lo natural y temporal se pierda en ella, para que el espíritu, en la frescura de la resurrección, se una al Señor de una manera pura, para estar libre de toda mezcla. El espíritu del creyente se une al Espíritu del Señor, y los dos espíritus se unen como uno solo. El resultado de esta unión es la capacidad de servir al Señor en “la novedad del espíritu”, donde no queda nada del yo ni de la vitalidad natural mezclada con la vida y la obra del creyente. De ahí en adelante, el alma y el cuerpo son usados únicamente para expresar la vida y la obra del Señor. De este modo, el espíritu manifiesta su propia naturaleza en todas las cosas y se producen muchas experiencias del fluir del Señor Espíritu.

Esta es una vida en ascensión. El creyente está unido al Señor, quien está a la diestra de Dios. El Espíritu del Señor fluye desde el trono al espíritu del creyente que está en el mundo pero que no es del mundo, y la vida del trono es expresada en la tierra. Tanto por la Cabeza como por el Cuerpo corre una misma vida. Cuando el creyente se une al Señor resucitado, debe “considerarse muerto” y “entregarse”. Sólo entonces puede el Señor derramar Su poder vivificante por medio del espíritu del creyente. Al igual que una manguera conectada a una fuente emana agua, asimismo el espíritu del creyente, que está unido al Espíritu del Señor, emana vida. Esto obedece a que el Señor no es solamente el Espíritu sino el “Espíritu vivificante”. No hay nada que pueda vencer a tal creyente. Su espíritu está lleno de vida por estar plenamente unido al Espíritu vivificante, y nada puede limitar esa vida. Necesitamos vida en nuestro espíritu para que podamos ser victoriosos en nuestra vida diaria. Por dicha unión, obtenemos todas las victorias del Señor Jesús, podemos conocer Su mente y voluntad, y hace que el creyente obtenga la vida y la naturaleza del Señor y que se forje en él la nueva creación. Por medio de la muerte y resurrección, el espíritu del creyente asciende como el Señor ascendió; en su experiencia estará en los lugares celestiales y desde allí aplastará bajo sus pies todo lo mundano. Por estar unido al Señor en un solo espíritu, el espíritu del creyente no es estorbado ni turbado por nada. Al contrario, se remonta a los cielos, mas allá de las nubes, siempre libre y siempre fresco, con una visión clara y celestial de todas las cosas. Esto es muy distinto a los sentimientos y las emociones temporales; es una vida celestial expresada en la tierra. Tal vida tiene la naturaleza celestial y es espiritual.

EL CREYENTE DEBE ESTAR CONSCIENTE DE QUE EL ESPÍRITU SANTO MORA EN EL.

El Espíritu Santo está en el creyente; pero éste o no lo sabe o no le obedece. El creyente debe estar consciente de que el Espíritu Santo mora en él y que debe obedecerlo incondicionalmente; debe saber que el Espíritu de Dios es una persona que mora en él para enseñarle, guiarlo y traerle la realidad, la verdad, en Cristo. Esta obra sólo la puede hacer el Espíritu Santo después de que el creyente reconoce cuán ignorante y obstinada es su alma, y decide que aunque es necio, está dispuesto a aprender. El creyente debe permitir que el Espíritu Santo gobierne todo su ser y le revele la verdad. Cuando el creyente sabe que el Espíritu de Dios mora en lo más profundo de su ser, en su espíritu, y espera Su enseñanza, entonces el Espíritu Santo puede operar. Cuando no nos aferramos a lo nuestro y estamos completamente dispuestos y abiertos, el Espíritu Santo puede enseñarnos de tal manera que nuestra mente pueda comprender. De no ser así, hay un peligro. Cuando sabemos que tenemos espíritu, el cual es el Lugar Santísimo, que es mas profundo que la mente y la parte emotiva y que tiene comunión con el Espíritu Santo, y cuando esperamos la acción del Espíritu Santo, entonces sabemos que El verdaderamente mora en nosotros. Cuando lo confesamos y lo honramos, El manifiesta Su poder y actúa desde lo más recóndito de nuestro ser y permite que nuestra alma tenga Su vida.

Los creyentes de Corinto eran carnales. Cuando Pablo los persuadió a salir de su condición, los exhortó en más de una ocasión diciéndoles que ellos eran el templo del Espíritu Santo y que el Espíritu Santo moraba en ellos. Saber que el Espíritu Santo mora en uno es una ayuda para escapar de la carnalidad. El creyente debe saber por fe clara y constantemente que el Espíritu Santo verdaderamente mora en él. El creyente no solamente debe conocer las doctrinas de la Biblia que hablan del Espíritu Santo, sino que debe conocer al propio Espíritu Santo. Después de esto, debe entregarse a El sin reservas para ser renovado y debe someter al Señor voluntariamente las diferentes partes de su alma y de su cuerpo, permitiéndole que lo guíe y lo corrija.

El apóstol preguntó a los corintios: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios. 3:16). Él se asombraba de que no estuvieran conscientes de esta verdad. Sabía que el primer resultado de la salvación es que el Espíritu Santo empieza a morar en los creyentes; sin embargo, ¡los corintios no lo sabían! No importa cuál sea el nivel de los creyentes, aun en un nivel tan bajo como el de los creyentes de Corinto, esto es una realidad. Es lamentable que muchos creyentes, igual que ellos, también desconocen esto. Los creyentes deben tener un conocimiento claro de este hecho; pues sin él, seguirán siendo carnales y sin posibilidad de ser espirituales. Si uno no ha experimentado que el Espíritu Santo mora en uno, ¿lo ha recibido alguna vez por la fe? Cuando pensamos en que el Espíritu Santo es Dios y es parte del Dios Trino, que El es la vida del Padre y del Hijo, y meditamos en Su honra y en que El mora en nosotros que somos carne, sin duda le tememos, le honramos y le alabamos. El Señor tomó la semejanza de carne de pecado, y el Espíritu Santo mora dentro de la carne de pecado. ¡Qué gracia tan admirable!

EL FORTALECIMIENTO DEL ESPÍRITU SANTO.

Se necesita el fortalecimiento del Espíritu Santo para que el espíritu del hombre controle el alma y el cuerpo y sea el canal por donde el Espíritu Santo comunique vida a las multitudes. Efesios 3:16 dice: “Para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Estas son las palabras que el apóstol usó al orar por los creyentes. Si esto no fuera tan importante, el apóstol no habría orado así. El le pidió a Dios que fortaleciera, mediante Su Espíritu, el hombre interior de los creyentes. El hombre interior es el nuevo hombre de los creyentes, el cual se posee únicamente después de haber creído en el Señor. Así que, éste es el espíritu del creyente, el espíritu regenerado. El apóstol ruega en oración para que el espíritu del creyente sea fortalecido por el Espíritu Santo, para que sea fuerte.

Dicho versículo nos dice que algunos creyentes tienen un espíritu débil, mientras que otros tienen un espíritu fuerte. Esto depende de si el Espíritu Santo le da poder o no. Los creyentes de Efeso desde hacía tiempo habían sido sellados con el Espíritu Santo (Efesios. 1:13 al 14). Así que, sin duda el apóstol oró pidiendo que se les diera algo aparte del don de que el Espíritu Santo morase en ellos. El significado de la oración del apóstol es que ellos no solamente recibieran al Espíritu Santo para que morara en sus espíritus, sino que tuvieran el poder especial del Espíritu Santo, derramado en sus espíritus, a fin de que fortaleciera su hombre interior. Un creyente puede tener al Espíritu Santo en su espíritu y aún así, tener un espíritu débil.

El creyente debe estar consciente de la debilidad de su propio espíritu. Así orará al Espíritu Santo para que llene su espíritu con poder; el creyente necesita ser lleno de poder en el espíritu. Muchas veces el cuerpo del creyente está en condiciones excelentes, pero se siente un poco perezoso. En tales ocasiones, laborar para el Señor parece imposible, y el corazón no se dispone para hacerlo. Esto muestra que su espíritu es débil e incapaz de controlar las emociones. En otras ocasiones el creyente se siente motivado, pero su cuerpo carece de la energía para obedecer. En tales casos, también parece imposible laborar para el Señor. En el huerto de Getsemaní, los discípulos tuvieron esta experiencia. ¿A qué se debió esto? A que “el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo. 26:41). No basta con estar dispuesto en el espíritu; éste también debe ser fortalecido. Cuando el espíritu es fuerte, puede vencer la debilidad de la carne. Algunas veces cuando un creyente le predica a alguien, parece que no pudiera hacer nada por él. Esto obedece a la falta de poder en el espíritu del creyente. En el caso en que el espíritu es fuerte, si la persona no se salva, se debería a que ella no quiso, y no a la debilidad del creyente. Con relación a las circunstancias sucede lo mismo. Debido a la confusión que existe en el ambiente que rodea al creyente, él puede sentirse afectado, pero si su espíritu es fuerte, podrá enfrentar las situaciones mas confusas con toda calma y compostura. La oración es la mayor evidencia de la fuerza del espíritu. Aquellos cuyos espíritus son fuertes pueden orar mucho y sin cesar hasta que su petición es contestada, pero los que poseen un espíritu débil, encuentran difícil hacer peticiones a Dios por años o décadas sin cansarse ni desanimarse, y así son en todas las cosas. Unicamente quienes tienen un espíritu fuerte poseen la energía para avanzar continuamente sin preocuparse por sus circunstancias ni por sus sentimientos, mas los que no, pronto sienten que no pueden soportar más. En cuanto a la lucha contra Satanás, se necesita utilizar aún más el poder del espíritu. Solamente los que tienen poder en el espíritu sabrán cómo usar el poder del espíritu para resistir y atacar al enemigo. Sin poder, toda batalla es una lucha dramática con la imaginación o con los sentimientos, y algunas veces puede ser con la fuerza natural de la carne.

Por lo tanto, a fin de que el creyente reciba del Espíritu Santo este poder, debe cumplir ciertos requisitos: debe tener una entrega total; debe deshacerse de todas las cosas y las acciones dudosas en su vida; debe estar dispuesto a hacer la voluntad de Dios; debe creer que Dios depositará el poder del Espíritu Santo en su espíritu; y debe orar por todo esto. Si la persona no presenta obstáculos, Dios inmediatamente lleva a cabo lo que ella espera. El creyente no necesita esperar que el Espíritu Santo descienda y lo llene, puesto que El ya descendió hace mucho tiempo. El creyente debe esperar que la cruz opere con la suficiente profundidad en él a fin de que cumpla los requisitos necesarios para que el Espíritu Santo lo llene. Si el creyente es fiel, obediente y cree, entonces en poco tiempo el Espíritu Santo se verterá en su espíritu, haciéndolo fuerte y dándole el poder para vivir y obrar. Para algunos creyentes un solo momento de entrega al Señor es suficiente para ser llenos sin tardanza, ya que han cumplido las condiciones necesarias.

El derramamiento del poder del Espíritu Santo en el creyente, y el ser lleno del Espíritu Santo son la misma cosa; es algo que ocurre en el espíritu, en el hombre interior. El Espíritu Santo no llena los sentimientos ni el cuerpo del hombre, sino su espíritu. Es el hombre interior, no el hombre exterior, el que se levanta y fortalece con la energía del Espíritu Santo. Esto es muy importante, ya que saberlo nos guardará de buscar sensaciones físicas, tales como convulsiones, temblores o desmayos, cuando procuramos ser llenos del Espíritu Santo, en vez de simplemente aplicar la fe (Gálatas. 3:14). Sin embargo, un creyente siempre debe tener cuidado de no tomar su fe como una excusa para no buscar el fortalecimiento interior del Espíritu Santo. Es necesario cumplir los requisitos, y la actitud del creyente debe ser firme. Dios cumplirá Su promesa.

Si leemos lo que el apóstol dijo en el pasaje subsecuente, veremos que la fortaleza en el espíritu hace que estemos claramente conscientes de nuestro espíritu. El espíritu, al igual que el cuerpo, tiene sus funciones y está consciente de sí mismo. Cuando el poder del Espíritu Santo aún no se ha derramado abundantemente en el espíritu del creyente, es muy difícil que éste perciba la intuición de su espíritu. Pero cuando ha tenido esta nueva experiencia de ser fortalecido en el espíritu, la intuición se manifiesta claramente. Consecuentemente, muchos creyentes conocen fácilmente la intuición de su espíritu si su hombre interior ha sido fortalecido. Cuando esto sucede pueden percibir sin dificultad los movimientos más leves de su espíritu.

Un espíritu lleno del poder del Espíritu Santo puede controlar al alma y al cuerpo para que se sometan totalmente. Ya sea el pensamiento, los deseos, los sentimientos o las intenciones, todo ello debe ser controlado por el espíritu. Eso impedirá que nuestra alma actúe de manera independiente y hará que sólo ejerza la mayordomía que le corresponde. También permitirá que el Espíritu Santo transmita la vida de Dios mediante el espíritu del creyente, rociando y avivando a quienes están secos y muertos. Esto es distinto del bautismo en el Espíritu Santo; este fortalecimiento hace énfasis en la vida (aunque también afecta las acciones), pues el bautismo en el Espíritu Santo tiene como fin particular la obra.

ANDAR SEGUN EL ESPIRITU.

Ya vimos cómo un creyente anímico puede llegar a ser espiritual. Sin embargo, esto no significa que nunca más vuelva a andar según la carne, pues siempre está en peligro de caer y volver a ser carnal. Satanás siempre está alerta y tan pronto tenga oportunidad, hará que el creyente pierda la posición elevada que ha alcanzado y lo derribará para que viva de una manera baja. Por eso, es muy importante que el creyente siempre vele y ande según el espíritu; de esta manera, podrá ser espiritual siempre.

Romanos 8 habla claramente de la importancia de andar según el espíritu. Los versículos del 4 al 6 dicen: “Para que el justo requisito de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu. Porque los que son según la carne ponen la mente en las cosas de la carne; pero los que son según el espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Andar según el espíritu está en contraste con andar según la carne. Si el creyente no anda conforme al espíritu, entonces anda conforme a la carne, pero debe andar únicamente según el espíritu. El creyente debe andar en conformidad con el espíritu y con la intuición del mismo, y no andar jamás según el alma ni según el cuerpo. Una persona que anda según el espíritu, tendrá una mentalidad espiritual, lo cual hace que todo su ser sea “vida y paz”. Por lo tanto, el resultado de andar según el espíritu es vida y paz.

Vivir según el espíritu equivale a andar en conformidad con la intuición (véase la quinta sección, capítulo uno). Vivir según el espíritu es vivir, conducirse y laborar en el espíritu, y también es usar la fuerza del espíritu y ser gobernado por él. De este modo la vida y la paz se mantendrán siempre. Si el creyente no anda según el espíritu, no puede mantener su espiritualidad. El necesita conocer las diferentes funciones del espíritu y su ley para saber cómo conducirse.

Andar en el espíritu es una tarea diaria que los creyentes no deben olvidar. Debemos saber que mientras vivamos en la tierra, no vivimos en conformidad con nuestros buenos sentimientos, haciendo lo que ellos nos dictan, ni debemos vivir de acuerdo con los buenos pensamientos de nuestra mente, ya sean esporádicos o fijos, haciéndoles caso. Nosotros debemos vivir y comportarnos según nos dirija la intuición del espíritu. Cuando estamos conscientes del espíritu, el Espíritu Santo puede expresar Sus pensamientos. El no obra directamente en nuestra mente trayéndonos pensamientos súbitos. Puesto que la obra del Espíritu Santo se lleva a cabo en nuestro espíritu, si deseamos entender la mente del Espíritu Santo, debemos andar de acuerdo con la intuición de nuestro espíritu. Algunas veces nuestro espíritu está consciente de algo, pero nosotros no sabemos interpretar lo que percibe ni lo que exige ni lo que desea expresar. Debemos emplear mucho tiempo en oración para que nuestra mente pueda entender el significado de la intuición. Después de haberla entendido, debemos permitirle que nos dirija. La mente puede entender repentinamente el significado de la intuición, pero si no hay intuición, no debemos obedecer el pensamiento repentino que surge en nuestra mente. Lo que nos enseña la intuición es el pensamiento del Espíritu Santo. Únicamente a esto debemos obedecer.

Para andar según el espíritu se requiere dependencia y fe. Ya vimos que la buena conducta de la carne es independiente de Dios. La naturaleza del alma es independiente. Si el creyente desea andar según sus propios pensamientos, sentimientos y deseos, no necesita esperar en Dios orando, ni depender de El para que lo guíe. Para hacer “la voluntad de la carne y de los pensamientos” (Efesios. 2:3) no se requiere dependencia. Unicamente cuando el creyente quiere buscar la voluntad de Dios, y sabe que él es inútil, inestable, débil y sin remedio, llega a tener un corazón dispuesto a depender de Dios. Si desea que Dios lo guíe en su espíritu, debe esperar a Dios en su espíritu y no tomar sus propios sentimientos y pensamientos como guía. El creyente debe recordar que todo lo que ha hecho y lo que pueda hacer sin buscar, depender, esperar y confiar en Dios, es andar según la carne. Sólo cuando confiamos en que Dios nos guíe en el espíritu, andamos según el espíritu.

Para andar en el espíritu también necesitamos la fe, la cual se halla en contraste con ver y sentir. El alma siempre exige, desea y procura obtener todo lo que puede ser visto y sentido, como una garantía para actuar y conducirse. Si el creyente anda en conformidad con el espíritu, no anda en conformidad con el alma. En otras palabras, anda por fe y no por vista. Por lo tanto, uno que anda según el espíritu, por un lado, no se desilusiona si no recibe ayuda del hombre y, por otro, tampoco es conmovido cuando el hombre se le opone. Debido a la fe, él cree en Dios aunque no vea nada, y no depende de sus propios recursos; puede confiar en el poder invisible más que en su propio poder visible.

Andar según el espíritu tiene dos aspectos: uno es empezar a obrar y el otro es llevar a cabo la obra con poder. Muchas veces a los creyentes les falta la revelación para hacer ciertas cosas según la intuición del espíritu, pero le piden a Dios que les dé poder espiritual para hacerlas. Eso es imposible, ya que todo lo que nace de la carne es carne. Algunas veces, lo que el creyente hace se basa en el conocimiento de la voluntad de Dios mediante la revelación en el espíritu, pero utiliza su propia fuerza para hacer esa obra (véase la segunda sección, capítulo cuatro). Esto también es imposible, ya que lo que se empieza en el espíritu no puede ser perfeccionado por la carne. Para que el hombre siga al Señor, debe ser quebrantado hasta el grado de no confiar en sí mismo en absoluto; debe darse cuenta de que en él no se puede originar ningún pensamiento bueno y que no tiene poder alguno para completar la obra que empezó el Espíritu Santo. El creyente debe abandonar todos sus pensamientos, su inteligencia, su conocimiento, sus capacidades y sus dones, y debe depender totalmente del Señor. El mundo adora esas cosas y confía supersticiosamente en ellas. Pero nosotros debemos confesar continuamente que somos incompletos, que carecemos de valor, que somos ineptos e inútiles; no nos atrevemos a hacer nada si Dios no lo ordena; y aun si El lo manda, no nos atrevemos a tener la más mínima confianza en que nosotros podemos hacerlo con nuestros esfuerzos.

Si queremos andar según el espíritu, debemos prestar atención a la pequeña voz de la intuición en el espíritu para iniciar cualquier actividad, y debemos depender del poder del espíritu para hacer la obra que la intuición haya revelado. Si no andamos según los pensamientos, las ideas, los sentimientos y las inclinaciones naturales, sino en conformidad con la intuición, habremos empezado bien; y si no dependemos de nuestro talento, nuestra fuerza ni nuestra habilidad, sino exclusivamente del poder del espíritu, podremos ser perfeccionados. Recordemos que tan pronto dejamos de andar según el espíritu, empezamos a andar según la carne y pensamos en las cosas de la carne, permitiendo así que la muerte opere en nuestro espíritu. Solamente cuando no andamos en la carne podemos andar en el espíritu. “Porque los que son según la carne ponen la mente en las cosas de la carne … porque la mente puesta en la carne es muerte” (Romanos. 8:5 al 6).

Nuestro propósito no es ser un espíritu sino hombres espirituales. Esta distinción evitará que nuestra vida espiritual se vaya a los extremos. Somos hombres y por siempre lo seremos, pero el logro más elevado de esta condición es ser un hombre espiritual. Los ángeles son espíritus, mas no hombres, pues no tienen cuerpo ni alma. Estamos destinados a ser hombres espirituales, no espíritus. Debido a eso conservamos nuestra alma y nuestro cuerpo. El hombre espiritual no es una persona que únicamente tiene espíritu; y que carece de alma y de cuerpo; en ese caso sería un espíritu y no un hombre. Ser un hombre espiritual significa sencillamente que ese hombre está sujeto al gobierno de su espíritu. El espíritu es la parte más elevada del ser humano. Debemos prestar mucha atención a este punto para no entenderlo equivocadamente. Las funciones y facultades del alma y del cuerpo humano no se anulan por el hecho de que la persona sea espiritual. Un hombre espiritual conserva su alma y su cuerpo.

El hombre espiritual todavía tiene la voluntad, la mente y la parte emotiva en su alma. Aunque éstas son partes de su vida anímica, sus funciones son esenciales para que el hombre sea tal. Por lo tanto, aunque el hombre espiritual no vive por ellas, tampoco las destruye. Aunque han muerto, han sido renovadas y resucitadas. Por lo tanto, ahora están unidas al espíritu para ser instrumentos con los cuales éste se expresa. El hombre espiritual tiene su parte emotiva, su mente y su voluntad, pero estas partes están completamente sujetas a la dirección de la intuición, la cual está en su espíritu.

El hombre espiritual tiene emociones, pero ellas no actúan independientemente como antes; sino que están bajo el control del espíritu y ya no siguen sus propios gustos ni su propio amor ni sus propios sentimientos, los cuales antes estorbaban al espíritu y se oponían a sus actividades. Ahora sólo desea lo que el espíritu desea, ama lo que el espíritu decide amar, y siente lo que el espíritu le permite sentir. El espíritu es su vida, y el alma responde inmediatamente a la acción del espíritu.

El hombre espiritual también tiene mente, pero ella no vuela libremente como antes, sino que labora juntamente con el espíritu. No se cierra en sus razonamientos y argumentos a la revelación del espíritu ni interrumpe la quietud del espíritu con pensamientos confusos. No se jacta de su sabiduría ni desobedece la revelación del espíritu; concuerda con el espíritu y coopera con él para avanzar por la senda espiritual. Si el espíritu recibe revelación, la mente pensará y descifrará su significado. Si el espíritu está contristado debido a la lucha, la mente lo apoyará en la batalla. Si el espíritu quiere enseñar alguna verdad, ella le ayudará a pensar y entender. El espíritu tiene el poder de detener los pensamientos y también de activar la mente para que piense.

El hombre espiritual también tiene voluntad, pero ésta no se centra en sí misma como anteriormente lo hacía, ni es independiente de Dios. Ella acepta o rechaza según la guíe el espíritu. No hace lo que desea ni desobedece la voluntad de Dios. Está libre de la obstinación y puede doblegarse, ya que ha sido completamente quebrantada; ya no resiste a Dios ni obra en contra de El; no es salvaje ni se opone a las restricciones. Tan pronto recibe la revelación que viene del espíritu y entiende la voluntad de Dios, ella coopera decidiendo obedecerlo como un siervo y permanece en “la puerta” del espíritu esperando sus órdenes.

El cuerpo del hombre espiritual también está sujeto al espíritu. Ya no arrastra al alma con sus lujurias como antes para hacerlo pecar. Ahora ha sido limpiado por la sangre preciosa; sus lujurias fueron erradicadas por la cruz, y ha llegado a ser un siervo del alma, la cual, a su vez, recibe órdenes del espíritu. El cuerpo responde rápidamente a la autoridad para que ésta lo controle mediante la voluntad renovada. Ya no oprime al espíritu débil, pues el espíritu del hombre espiritual ha sido fortalecido, y el cuerpo se sujeta a su poder.

El apóstol mencionó en 1 Tesalonicenses 5:23 la condición del hombre espiritual: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles”. Este versículo habla de un hombre espiritual en los siguientes términos:

(1) Dios mora en su espíritu para santificar todo su ser. La vida del espíritu que llena su ser hace que todas las facultades vivan por ella y que anden por el poder del espíritu.

(2) El no vive por la vida de su alma. Su mente, su imaginación, sus sentimientos, sus ideales, su amor y sus opiniones fueron renovados y depurados por el Espíritu Santo, quien los puso bajo el gobierno del espíritu de modo que ya no actúan independientemente.

(3) El todavía tiene un cuerpo, pues no es un espíritu; sin embargo, el cansancio, el dolor y las demás exigencias del cuerpo no afectan su espíritu en lo más mínimo en cuanto a su posición en ascensión. Todos los miembros de su cuerpo son instrumentos de justicia.

El hombre espiritual pertenece al espíritu, y toda su persona es gobernada por el espíritu. Todas las facultades de su persona están completamente sujetas al espíritu y son reguladas por él. Su vida la caracteriza su espíritu, del cual proviene todo y de quien él depende. Todo lo que dice o hace, lo hace con el espíritu, no por su propia cuenta ni independientemente. Rechaza sus propias fuerzas y saca fuerzas de su espíritu. El hombre espiritual es una persona que vive por el espíritu.