Watchman Nee Libro Book cap. 15 Mensaje para Edificar a los creyentes nuevos

Watchman Nee Libro Book cap.15 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos ​

CÓMO CANTAR HIMNOS

CAPÍTULO QUINCE

CÓMO CANTAR HIMNOS

Lectura bíblica: Sal. 104:33; Ef. 5:19; Mt. 26:30; Hch. 16:25

Inmediatamente después que una persona cree en el Señor, debe aprender a cantar himnos. Un cristiano tendrá dificultades al asistir a una reunión, si no sabe cómo cantar himnos. Con frecuencia, uno no sabe cómo orar en una reunión, pero es mucho más frecuente que en tales ocasiones uno no sepa cantar himnos. Tenemos que aprender a cantar himnos. No estamos hablando de aspirar a ser músicos, sino de familiarizarnos con los himnos. Este es un asunto importante.

LOS SENTIMIENTOS SUBYACENTES A LOS HIMNOS

En la Biblia encontramos profecías, relatos, doctrinas, enseñanzas y mandamientos, pero en ella también hay cánticos. Los cánticos son las expresiones de los sentimientos más nobles y tiernos que hay en el hombre. Los sentimientos que manifiesta el hombre en sus oraciones delante de Dios no pueden compararse con los sentimientos que él manifiesta a través de sus cánticos ante Dios; jamás llegan a ser tan delicados y tan llenos de ternura como estos últimos. Dios quiere que poseamos sentimientos delicados, sentimientos que manifiesten gran ternura. Es por ello que Él nos dio tantas clases de cánticos en la Biblia. No solamente encontramos cánticos en los libros de Salmos, Cantar de los cantares y Lamentaciones, sino también en los relatos históricos y textos que contienen mandamientos (Éx. 15:1-18; Dt. 32:1-43). Incluso en las epístolas de Pablo encontramos que ciertos himnos se intercalan entre sus enseñanzas (Ro. 11:33-36; 1 Ti. 3:16; etc.). Todos estos ejemplos nos muestran que Dios desea que Su pueblo manifieste sentimientos delicados y de mucha ternura.

Los sentimientos de nuestro Señor son finos y rebosan de ternura. Nuestros sentimientos además de ser delicados pueden también ser toscos. No hay duda de que la ira y el enojo son sentimientos bastante burdos y ásperos. Algunas personas, si bien no están llenas de ira, tampoco poseen sentimientos delicados. Dios desea que nosotros seamos pacientes, compasivos, misericordiosos y comprensivos, pues ellos constituyen sentimientos delicados y nobles. Dios desea que cantemos en medio de nuestras pruebas, y que alabemos y bendigamos Su nombre en medio de nuestro dolor, pues todo esto es una manifestación de sentimientos nobles. Si una persona ama a otra, manifiesta un sentimiento de ternura; y si perdona o muestra compasión, esto es también un sentimiento lleno de ternura.

Dios desea conducir a Sus hijos hacia una conducta en la que manifiesten sentimientos que sean más delicados, sentimientos de mucha ternura, sentimientos que se asemejen más a un cántico. Cuanto más aprendamos de Dios, más manifestaremos sentimientos delicados y que están llenos de ternura, y que se asemejan a los de un cántico. Aquellos que han aprendido muy poco de Dios son personas ásperas y burdas. Si un cristiano entra ruidosamente a una reunión sin demostrar ninguna consideración por los demás, no está manifestando la templanza propia de un cristiano. Incluso cuando cante, su voz no sonará como si estuviese cantando una canción. Si una persona, al entrar a una reunión, lo hace atropellando a los demás a diestra y siniestra, y empujando las sillas, ciertamente no estará comportándose como una persona de cánticos. Tenemos que darnos cuenta que, desde el día que fuimos salvos, Dios nos ha estado adiestrando a diario para que manifestemos sentimientos delicados, y sentimientos que rebosen de ternura. Si hemos de ser buenos cristianos, nuestros sentimientos deben ser finos y deben manifestar ternura. Los sentimientos más profundos que fluyen del corazón del hombre son aquellos que se manifiestan en canciones. Los sentimientos burdos no son deseables. Tales sentimientos no tienen nada que ver con los himnos, simplemente no son propios de un cristiano.

II. LOS REQUISITOS QUE LOS HIMNOS DEBEN CUMPLIR

Todo himno que satisfaga el estándar cristiano tiene que cumplir con tres requisitos básicos. Si un himno no cumple con alguno de estos requisitos, entonces no es un buen himno.

En primer lugar, un himno tiene que estar basado en la verdad. Son muchos los himnos que cumplen con los otros dos requisitos; sin embargo, ellos contienen errores en cuanto a la verdad bíblica. Así pues, si nosotros pidiéramos a los hijos de Dios que cantasen tales himnos, los estaríamos conduciendo al error. Estaríamos poniendo en sus manos errores cuando ellos se presenten delante del Señor y estaríamos conduciéndolos a sentimientos impropios. Cuando los hijos de Dios cantan himnos, sus sentimientos son dirigidos a Dios mismo. Por ello, si estos himnos contienen doctrinas equivocadas, los que los canten serán engañados en sus sentimientos y no alcanzarán a percibir realidad alguna. Dios no nos responde en función de los sentimientos poéticos que se manifiestan en los himnos, sino en conformidad con la verdad que dichos himnos contienen. Acudimos a Dios basados únicamente en la verdad y, si no es así, erraremos y no percibiremos ninguna realidad espiritual.

Por ejemplo, hay un himno de evangelización que afirma que la sangre del Señor Jesús limpia nuestro corazón. Pero en el Nuevo Testamento nunca se habla de que la sangre del Señor Jesús lave nuestro corazón. La sangre del Señor no lava nuestro corazón, y la Biblia nunca menciona algo así. Hebreos 9:14 dice que la sangre del Señor Jesús purifica nuestra conciencia; la conciencia forma parte del corazón, pero no es el corazón mismo. La sangre del Señor nos lava de nuestros pecados. Debido a que fuimos lavados de nuestros pecados, nuestra conciencia ya no nos acusa delante de Dios. Por tanto, la sangre sólo lava nuestra conciencia y no el corazón. Nuestro corazón no puede ser lavado por la sangre. El corazón del hombre es más engañoso que todas las cosas (Jer. 17:9). No importa cuánto tratemos de lavar nuestro corazón, éste jamás podrá ser limpiado. La enseñanza bíblica con respecto a nuestro corazón es que Dios quita nuestro corazón de piedra y lo reemplaza con un corazón de carne (Ez. 36:26). Él nos da un nuevo corazón; Él no lava nuestro viejo corazón. Cuando una persona cree en el Señor, Dios le da un nuevo corazón. Dios no lava su corazón viejo, sino que purga las ofensas que estaban en su conciencia. Dios no lava su corazón. Si acudimos al Señor y le alabamos, diciéndole: “La sangre de Jesús lava mi corazón”, nuestra alabanza no se ajusta a la verdad. Este asunto es bastante serio. Si hay errores en la doctrina que presenta un himno, tal himno conducirá a las personas a sentimientos equivocados.

Muchos himnos no hacen la debida distinción entre las diferentes dispensaciones. No sabemos si tal himno debía ser cantado por Abraham o por Moisés. No sabemos si debiera ser cantado por los judíos o por los cristianos. No sabemos si corresponde al Antiguo Testamento o al Nuevo Testamento. Cuando cantamos tal clase de himno, somos conducidos a sentirnos como ángeles que no tienen nada que ver con la obra de redención, como si no hubiera pecado en nosotros y, por tanto, no necesitamos de la sangre. Si un himno no es claro respecto de sus enseñanzas en cuanto a las diversas dispensaciones y si no refleja la era de la gracia, tal himno inducirá a los hijos de Dios al error.

Son muchos los himnos que expresan sólo esperanza, mas no manifiestan certeza alguna. Manifiestan la esperanza de llegar a ser salvos, un anhelo por ser salvos y la búsqueda de salvación; pero no manifiestan ningún tipo de certidumbre cristiana. Tenemos que recordar que todo cristiano debe acudir a Dios en plena certidumbre de fe. Nos acercamos a Dios en plena certidumbre de fe. Si un himno le comunica a un creyente que él se encuentra en el atrio externo, al cantarlo tal persona llegará a pensar que ella no pertenece al pueblo de Dios y que simplemente aspira a ser uno de ellos. Son muchos los himnos que dan a la gente la impresión de que la gracia de Dios está muy lejos de ellos y que todavía necesitan buscarla. Tales himnos hacen que el creyente asuma una postura equivocada. Esta no es la postura propia de un cristiano. La posición que un cristiano tiene le permite tener plena certeza de su salvación y confianza de que él es salvo. No se debe cantar ningún himno que no le dé al cristiano tal seguridad.

Otro error muy común hallado en un gran número de himnos es la noción de que el hombre apenas muere, entra inmediatamente en la gloria. Son muchos los himnos que hablan sobre entrar en la gloria en el momento de morir, como si por medio de la muerte uno entrara en la gloria. Pero la Biblia no dice que el hombre entra en la gloria al morir. Entrar en la gloria es algo muy distinto de la muerte. Después de morir, no entramos en la gloria. Después de morir, esperamos por la resurrección. El Señor entró en gloria únicamente después de haber resucitado. Esta es la clara enseñanza de la Biblia (1 Co. 15:43; 2 Co. 5:2-3). Cualquier himno que le dé a los hijos de Dios la impresión de que el hombre entra en la gloria al morir, simplemente no debiera ser cantado. Tal himno habla de algo que no existe. Por tanto, un buen himno tiene que ser correcto en las doctrinas en que se basa. Si denota carencias en cuanto a su integridad o pureza doctrinal, fácilmente ello inducirá a los cristianos al error.

En segundo lugar, las doctrinas correctas no constituyen un himno por sí mismas. Es necesario que un himno sea poético en su forma y estructura. La verdad por sí misma no es suficiente. Una vez que hemos establecido la verdad, todavía es necesario que el himno sea poético en cuanto a su forma y estructura. Únicamente cuando hay poesía en un himno, éste será verdaderamente un himno. Cantar no es lo mismo que predicar. No podemos cantar un mensaje. Había un himno que empezaba diciendo: “El Dios verdadero creó los cielos, la tierra y al hombre”. Tal vez esto se preste para ser predicado, mas no para ser cantado. Esto es mera doctrina y no constituye un himno. Todos los cánticos contenidos en el libro de Salmos constituyen piezas poéticas, son poesía. Todo salmo es sublime y rebosa de ternura en su forma y expresión, al mismo tiempo que, como poesía, expresa los pensamientos de Dios. El mero hecho de que cada una de sus líneas se ajuste a cierta métrica no hace de dicha composición un himno, pues, además de ello, tanto su estructura como su forma tienen que ser poéticas.

En tercer lugar, además de estar basado en la verdad bíblica, y poseer estructura y forma poéticas, un himno deberá ser capaz de conmovernos espiritualmente. Para ello, tiene que hacernos percibir cierta realidad espiritual.

Por ejemplo, el salmo 51 es un salmo en el que David manifiesta arrepentimiento. Al leerlo, encontramos que el arrepentimiento de David es doctrinalmente correcto, que sus palabras fueron cuidadosamente elegidas y que posee una estructura compleja. Pero sobre todo, percibimos que tales palabras encierran algo más; percibimos que dicho salmo encierra cierta realidad espiritual, cierto sentir espiritual. Podemos llamar a esto la carga del himno. David se arrepintió y tal sentimiento de arrepentimiento impregna todo el salmo 51. Al leer el libro de Salmos, muchas veces encontramos algo que nos conmueve, y esto es, que todos los sentimientos expresados en estos salmos son genuinos. Cuando el salmista se regocija, entonces salta y grita de gozo. Cuando está triste, llora. Estos salmos no son palabras huecas carentes de realidad; sino más bien, tales palabras encierran realidad espiritual.

Por tanto, un himno no solamente tiene que ser correcto en cuanto a la verdad, y poseer forma y estructura poéticas; sino que además, deberá estar imbuido de una patente realidad espiritual. En otras palabras, si un himno es triste, deberá hacernos llorar, y si está lleno de gozo, deberá hacer que nos regocijemos. Cuando habla de algo, deberá hacernos sentir aquello a lo cual se refiere. No podemos cantar un himno de arrepentimiento sin que esto genere el eco correspondiente en nuestro corazón; no podemos reírnos mientras lo cantamos. No podemos decir que estamos cantando alabanzas a Dios y, aun así, carecer de gozo y regocijo. No podemos cantar un himno de consagración y, sin embargo, no tener ningún sentimiento de consagración. No podemos afirmar que cierto himno nos llama a postrarnos delante de Dios y a estar quebrantados en Su presencia y, sin embargo, seguir sintiéndonos muy a gusto con nosotros mismos e incluso orgullosos de nosotros mismos. Si un himno no nos comunica el sentimiento correcto que corresponde a un determinado asunto, entonces no es un buen himno. El sentimiento que inspira un himno debe ser un sentimiento genuino y deberá hacernos percibir cierta realidad espiritual.

Un himno tiene que ser fiel a la verdad y poético en forma. Al mismo tiempo, tiene que dirigir la atención del cantante a la realidad espiritual que encierra sus palabras, es decir, tiene que hacerle palpar lo que el himno dice. De otro modo, no cumple con la norma exigida para los himnos. Estos tres requisitos tienen que ser satisfechos para que un himno pueda ser considerado un buen himno.

II. ALGUNOS EJEMPLOS DE HIMNOS

Ahora consideraremos algunos himnos como ejemplo de lo que queremos decir:

Primer ejemplo: Himnos, #66

  1. Miles de voces van proclamando
        A una voz, “¡Cordero de Dios!”.
    Miles de santos van respondiendo
        Dándole eco a su clamor.
  2. Resuena el cielo, “¡Gloria al Cordero!”;
        Todos le rinden esta canción;
    Con voz potente participando
        En Su eternal adoración.
  3. Esta alabanza como el incienso
        Asciende al trono del Padre Dios;
    Todos se inclinan a Jesucristo,
        Todas sus mentes una son.
  4. Por su consejo el Padre reclama:
        “Dadle al Hijo el mismo honor”;
    Toda la gloria de Dios el Padre
        Expresa el Hijo en Su esplendor.
  5. Huestes del cielo frente al Cordero,
        Por el Espíritu del Señor
    Son coronados con luz y gozo
        Para alabar al gran “YO SOY”.
  6. Descansa hoy sin ningún estorbo
        La jubilosa nueva creación,
    Tan bendecida en Jesucristo
        Por Su completa salvación.
  7. Desborda el cielo con alabanzas
        Por la creciente eterna canción;
    “¡Amén!” resuena por todo el orbe;
        “¡Amén!” responde la creación.

Rara vez encontramos un himno tan magnífico como éste. Este himno fue escrito por J. N. Darby. En un principio, este himno tenía trece estrofas. Pero en 1881, el señor Darby depuró este himno con la ayuda del señor Wigram y eliminó varias estrofas. Ahora quedan solamente siete estrofas.

A primera vista puede parecer que este himno está dirigido a los hombres, pero en realidad, va dirigido a Dios. Al cantarlo, pareciera que nos elevamos a la escena universal descrita en Apocalipsis 4 y 5, es decir, a la escena que ocurrió después de la ascensión del Señor. En este himno podemos captar Gólgota, la resurrección y la ascensión. Los cielos están llenos de gloria y, al pronunciarse el nombre de Jesús, diez mil voces inician su alabanza al mismo tiempo que diez mil personas doblan sus rodillas para adorar. Resuenan en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra las alabanzas en todas direcciones. El universo entero canta alabanzas a Él. Semejante grandeza y majestad, ¡no puede ser igualada por ninguna otra canción! Otra persona con menor capacidad no habría podido componer un himno semejante.

“Miles de voces van proclamando”. ¡Estas miríadas de voces no se sabe de donde surgen! Es como si un creyente común y corriente, un pequeño gusano, un hombrecillo, exclamase a voz en cuello: “¡Escuchad! ¡Hay miles de voces que al unísono proclaman: ‘Cordero de Dios’; escuchen. ¡Miles de santos responden, haciendo eco a tal clamor!”. Una vez que el Cordero de Dios es exaltado, surge la respuesta universal. Por un lado, surge la alabanza, y por el otro, en respuesta a dicha alabanza, surge un clamor multitudinario. Ahora, miríadas de voces proclaman: “El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la bendición” (Ap. 5:12). Antes de que cese esta exclamación, miles y miles de voces se unen a ella para dar una respuesta conjunta: “Y a toda criatura que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: ‘Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, la honra, la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos’” (v. 13). ¿Cuál es el resultado? “Miles de santos van respondiendo / Dándole eco a su clamor”. Este clamor estalla con magnificencia inigualable. Cualquiera que sea conmovido por esta estrofa estará consciente inmediatamente de su propia pequeñez. La primera estrofa lo eleva a uno a una escena grandiosa y majestuosa en la que diez mil voces se elevan, y miles y miles de santos responden haciendo eco. Este clamor se extiende majestuosa e interminablemente para exaltar al Cordero de Dios en unanimidad. Así, desde su inicio, este himno nos deja asombrados de lo grandiosa que es la alabanza universal.

Cada estrofa sigue atentamente a la que le precede. “Resuena el cielo, ¡Gloria al Cordero!”. Escuchamos el clamor en todas direcciones. “¡Gloria al Cordero!”. De todo lugar surge: “¡Gloria al Cordero!”. Se escucha “¡Gloria al Cordero!” aquí y allá y en todo lugar. Estas voces provienen de todas las direcciones. “Resuena el cielo, ¡Gloria al Cordero!”, / Todos le rinden esta canción”. Aquí, “el cielo” hace referencia a toda la esfera celestial; en ella, todo resuena para elevar tales alabanzas. “Todos le rinden esta canción; / Con voz potente participando”, es decir, toda lengua confiesa. Espontáneamente, esto evoca Filipenses 2:11: “Y toda lengua confiese públicamente que Jesucristo es el Señor”. Puesto que “toda lengua confiesa”, esta voz es potente y penetrante. Semejante cántico sin fin se extiende por el universo entero. El universo entero rebosa con esta “eternal adoración”.

No solamente hay voces que resuenan, sino también incienso que asciende. Este es incienso de agradecimiento: “Asciende al trono del Padre Dios”. No solamente las voces claman, sino que, además, los corazones henchidos de agradecimiento se elevan hacia Dios. No solamente de nuestros labios surge un clamor hacia el Cordero sino que nuestros corazones también se elevan a Dios. Es como si el plan de Dios y la redención efectuada por el Señor llegasen a constituir una entidad única e indisoluble. Alabamos al Cordero y también damos gracias a Dios el Padre. Semejante gratitud expresada por medio de la alabanza y acción de gracias asciende a Dios como incienso.

Tal alabanza no acaba aquí. Nuestras bocas claman y exclamaciones de adoración surgen de nuestros labios; pero eso no es todo, porque toda rodilla debe doblarse, todos debemos inclinarnos en adoración al Señor. Toda rodilla se doblará y todos adoraremos al Señor. Primero es “toda lengua” y después es “toda rodilla”. Espontáneamente toda rodilla se doblará ante Jesús. Por un lado, damos gracias al Padre, por otro, nos postramos delante del Señor. La siguiente frase es muy poética: “Todas sus mentes una son”. Fíjense que no estamos dando un sermón. Aquellos que no posean sentimientos suficientemente sensibles, no podrán percibir nada de lo que se está trasmitiendo en esta frase. Pero cuando una persona puede alcanzar la etapa en la que es capaz de ver a Aquel a quien están dirigidas las alabanzas que surgen de todos los labios, así como la adoración de todos los que doblan sus rodillas, entonces espontáneamente proclamará que en los cielos: “¡Verdaderamente, todas sus mentes una son!”. Aquí, el uso de las palabras todas y una, tiene efectos muy poéticos.

Una vez que el escritor de este himno alude al Padre y al Hijo, saca a colación la doctrina con respecto al Hijo y al Padre. Ahora, todo nos es revelado. “Toda la gloria de Dios el Padre / Expresa el Hijo en Su esplendor”. La gloria es interna, mientras que el esplendor es externo. El Padre posee la gloria, y esta gloria del Padre se convierte en el resplandor del Hijo. El resplandor del Hijo es la expresión de la gloria del Padre. El Padre está vinculado a la gloria, mientras que el Hijo está vinculado a la manifestación de dicha gloria. La manifestación, la expresión, no está relacionada directamente con el Padre, sino con el Hijo. “Por Su consejo el Padre reclama”. Aquí, “Su consejo” es algo interno y éste reclama: “Dadle al Hijo el mismo honor”. Esta no es una acción del Padre, sino Su consejo; no se trata de la labor del Padre sino del plan concebido por Él. Él desea revelar a los hombres que el Hijo posee el mismo honor. La tercera estrofa se vuelve del Padre al Hijo. La cuarta estrofa se vuelve del Hijo al Padre y luego se vuelve nuevamente del Padre al Hijo; esta estrofa comienza haciendo referencia al Hijo y concluye haciendo referencia al Hijo nuevamente. En la tercera estrofa el escritor hace referencia al Hijo y en la cuarta estrofa se refiere al Hijo nuevamente. Aquí podemos ver la doctrina con respecto al Padre y al Hijo.

Cualquiera que toca al Padre y al Hijo no puede detenerse en el Padre y el Hijo únicamente. Por ende, el escritor continúa diciendo: “Por el Espíritu del Señor…”. El Espíritu interviene. Una vez que el Espíritu entra en escena, nos volvemos del Hijo y del Padre para fijar nuestra atención en el Espíritu. Este Espíritu es el Espíritu que todo lo penetra, todo lo llena y todo lo abarca. El universo está lleno del Espíritu Santo.

“Huestes del cielo” le alaban. “Huestes” es una expresión poética. Los ángeles celestiales, las criaturas celestiales y un sinnúmero de seres celestiales le alaban. “Para alabar al gran YO SOY”. El gran “YO SOY” es Jehová (cfr. Éx. 3:14; 6:2). Ciertamente este himno es un himno de alabanza, ¡un gran himno de alabanza!

Ahora, tenemos que dirigir nuestra atención a lo que nos rodea: “Descansa hoy sin ningún estorbo / La jubilosa nueva creación”. La escena que nos rodea rebosa de gozo, descanso, paz y sosiego. Todos están llenos de gozo, descanso, paz y sosiego. Esto se debe a que toda la creación está “tan bendecida en Jesucristo / Por Su completa salvación”. Ahora, todo problema ha cesado.

Quizás inadvertidamente, nos hayamos detenido por algún tiempo; así que, nuevamente: “Desborda el cielo con alabanzas”. ¿Pueden oírlas? “Desborda el cielo con alabanzas / Por la creciente eterna canción”. El clamor de alabanza resuena nuevamente de todas direcciones. Todavía se sigue escuchando más “¡Amén!” resuena por todo el orbe. El universo entero se llena de alabanza y gritos de “¡Amén!”. Desde todos los confines surge el “¡Amén!”. ¿Por qué? Porque la creación toda responde: “¡Amén!”. Este último “amén” es poético en extremo. No es el amén que uno dice al finalizar una canción, sino que se trata de un amén que surge al “responder con gozo”.

Este himno nos presenta un universo redimido; esta es la escena que se nos muestra en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis y en el segundo capítulo del libro de Filipenses. Esta es la alabanza en la eternidad.

Segundo ejemplo: Hymns, #578

[Traducción textual]

  1. De voluntad débil y fuerzas endebles,
    Habiendo perdido casi toda esperanza;
    Sólo puedo confiar en Tu operación
    Que me conduce y guía a proseguir.
  2. A pesar de todo mi esfuerzo, fracaso encontré;
    Igual que antes, fallé y erré.
    Sólo confío en Tu paciencia
    Para aferrarme a Tu palabra y guardarla.
  3. Siempre que mi corazón se enaltece,
    Estoy a punto de caer;
    Ya no me atrevo a actuar ni a pensar,
    Pues te necesito para poco o mucho hacer.
  4. Tú eres mi Salvador, fortaleza y persistencia.
    Oh Señor, busco Tu rostro hoy;
    Aunque soy el más débil entre los débiles,
    Mi fortaleza no es sino Tu gracia.

Éste es un himno excelente que dirigimos a Dios.

“De voluntad débil y fuerzas endebles”. En nuestro interior, nuestra fuerza de voluntad se ha hecho débil, mientras que externamente, nuestras fuerzas son endebles. Interiormente, anhelamos tener la suficiente fuerza de voluntad, pero somos débiles. Externamente, deseamos hacer algo, pero estamos demasiado débiles para hacerlo. Así pues, no podemos decidir ni queremos correr. Por ello, “habiendo perdido casi toda esperanza”, ¿qué le queda a uno por hacer? Únicamente nos queda confiar en Su operación. Al comienzo, el escritor habla consigo mismo, pero ahora se vuelve a Dios. Él acude a Dios y pone Sus ojos en quien lo “conduce y guía a proseguir”. Esto quiere decir que aparte de la dirección que el Señor le provee gentilmente a cada paso, el escritor no abriga ninguna otra esperanza. Esta es la posición en la que se encuentra.

Después, comienza la segunda estrofa: “A pesar de todo mi esfuerzo, fracaso encontré”. Esto no es predicar, esto es poesía. “Igual que antes, fallé y erré”. ¿Qué le queda por hacer? “Sólo confío en Tu paciencia”. Él confía en la paciencia manifiesta del Señor, ¿para hacer qué? “Para aferrarme a Tu palabra y guardarla”. No le queda ninguna otra esperanza; toda su esperanza estriba en el poder del Señor. Es Su poder el que le sostiene y le guarda en obediencia. Así pues, él se encuentra completamente desvalido y se ve claramente a sí mismo.

En la tercera estrofa, contemplamos la ascensión gradual de un hombre de Dios. “Siempre que mi corazón se enaltece”. Con esto quiere decir que siempre que se siente ligeramente orgulloso y satisfecho consigo mismo (sólo ligeramente); “Estoy a punto de caer”. Él ya ha tenido demasiadas experiencias así. ¿Qué debe hacer ahora? “Ya no me atrevo a actuar ni a pensar”. No se atreve a hacer nada, ni siquiera se atreve a pensar. “Pues te necesito para poco o mucho hacer”, con esto, el autor quiere decir que necesita al Señor para todas las cosas y en todo lugar. He aquí una persona cuyos sentimientos han sido refinados cabalmente por el fuego; tales sentimientos ya no son burdos delante de Dios. Ahora, cada palabra es poesía y destila sentimiento. Cada palabra toca a Dios y solamente a Dios.

Sin embargo, una persona que se conoce a sí misma no habrá de permanecer inmersa en su propia persona. A la postre, tendrá que orar a Dios. “Tú eres mi Salvador, fortaleza y persistencia. / Oh, Señor, busco Tu rostro hoy”. No tengo otra opción, ni otra esperanza; no tengo nada más. Solamente puedo venir a buscarte. Esta frase, “Aunque soy el más débil entre los débiles”, hace referencia nuevamente a lo expresado en la primera estrofa. No concluye abruptamente. Puesto que soy de voluntad débil y fuerzas endebles, no puedo decidir ni tampoco quiero correr; soy el más débil entre los débiles. ¿Qué haré? “Mi fortaleza no es sino Tu gracia”. La gracia del Señor es todo lo que él necesita y es Su gracia la que le permite proseguir.

Si nuestros sentimientos han sido probados y han sido refinados, entonces todas las veces que al acercarnos a Dios, percibamos la realidad de un himno como este, cuyos sentimientos han sido divinamente refinados y sometidos a prueba por Dios mismo, inevitablemente seremos conmovidos por él.

Tercer ejemplo: Hymns, #377

[Traducción textual]

  1. Si éste mi camino
        Lleva a la cruz,
    Y si Tu sendero
        Trae pérdida y dolor,
    Sea mi recompensa
        A diario, a cada hora,
    Diáfana comunión
        Contigo, bendito Señor.
  2. Si mengua el gozo terrenal,
        Da, Señor, lo celestial.
    Si herido el corazón,
        En espíritu te alabe;
    Y si dulces lazos terrenales
        Ordenas deshacer;
    Que el lazo que nos une
        Sea más estrecho y dulce hoy.
  3. Si la senda es solitaria,
        Ilumínala al sonreír;
    Sé mi compañero
        En este breve lapso terrenal.
    Viva en abnegación, Señor,
        Y que por Tu gracia
    Sea límpido canal
        Para Tu vida fluir.

Éste es también un magnífico himno. La poesía impregna las expresiones y palabras en él halladas, las cuales manifiestan unos sentimientos muy profundos. Todo cuanto compone este himno indica una esfera muy elevada; todos sus elementos son sobresalientes y reflejan madurez. Rara vez un himno sobre la comunión con el Señor llega a ser tan sublime. No hay rastro alguno de artificialidad o exageración. Se trata de una verdadera expresión de amor que siente una persona hacia el Señor. Es la sumisión perfecta nacida de la consagración perfecta. Es la voz de sumisión que surge del corazón de una persona que no ofrece resistencia alguna al Señor.

“Si éste mi camino / Lleva a la cruz, / Y si Tu sendero / Trae pérdida y dolor, / Sea mi recompensa / A diario, a cada hora, / Diáfana comunión / Contigo, bendito Señor”. Esto no es sino completa consagración y sujeción al Señor.

La segunda estrofa es la mejor de todo el himno. En ella, el sentimiento trasciende todavía más. “Si mengua el gozo terrenal” —considera la escritora— “Da, Señor, lo celestial”. En su oración, ella no le pide a Dios que la libre de sus circunstancias ni que altere las mismas, sino que ella pueda disfrutar de comunión más íntima con Él. “Si herido el corazón, / En espíritu te alabe”. He aquí una persona que sabe distinguir entre su espíritu y su corazón. Puede que tenga el corazón hecho pedazos, pero en su espíritu ella es capaz de alabar. Quizás su corazón esté herido, pero su espíritu se conserva fresco delante de Dios. Ella conoce la diferencia que hay entre el corazón y el espíritu. Así pues, tal persona no suplica por disfrute para el corazón, sino por recompensa del espíritu. Ella ya ha comenzado la ascensión, pero ascenderá más aún en la siguiente línea. En la primera línea de esta estrofa había dicho: “Si mengua el gozo terrenal”, pero ahora en la quinta línea dice: “Y si dulces lazos terrenales / Ordenas deshacer”. Fíjense que estas dos líneas tienen en común la palabra “terrenal”. Esto es poesía. “Y si dulces lazos terrenales / Ordenas deshacer; / Que el lazo que nos une / Sea más estrecho y dulce hoy”. Ella no busca transigir ni escapar; simplemente pide una comunión superior. Esta persona va de los “dulces lazos terrenales” de la quinta línea a “el lazo que nos une”. Esto es precioso. El sentimiento es noble y delicado, las palabras son las apropiadas y la estructura del himno es maravillosa. ¡Esto es hermoso!

Puesto que el clímax del himno es alcanzado en la segunda estrofa, la tercera estrofa se convierte en una oración: “Si la senda es solitaria, / Ilumínala al sonreír”. “Ilumínala al sonreír”, esto es muy poético y espiritual. “Viva en abnegación, Señor, / Y que por Tu gracia / Sea límpido canal / Para Tu vida fluir”. Esto implica que la escritora no pide otra cosa sino llegar a ser un vaso que se ha despojado de todo y que es santo, a fin de hacer la voluntad de Dios. Este es un final impresionante en una oración que hace la persona consagrada mientras está experimentando sufrimientos. Si leemos este himno con detenimiento, nos percataremos de que se trata de un himno verdaderamente noble y sublime. Tenemos que acudir a Dios para poder aprender tales himnos y captar el espíritu de los mismos.

IV. LA CLASIFICACIÓN DE LOS HIMNOS

Podemos clasificar los himnos en cuatro categorías: (1) los que proclaman el evangelio; (2) los que contienen expresiones de alabanza; (3) los que hablan de la experiencia de Cristo como vida; y (4) los que tratan sobre la vida de iglesia.

La primera categoría está conformada por los himnos que tocan la trompeta del evangelio. Estos himnos deben ser usados en la predicación del evangelio. Incluidos en esta categoría se encuentran los himnos que hacen referencia al sentimiento de culpa que siente el pecador, la posición en la que se encuentra el pecador, el amor de Dios, Su justicia, la redención efectuada en la cruz, el arrepentimiento, la fe en Dios y otros temas semejantes.

Estos himnos deberán ser cantados por nosotros juntamente con nuestros invitados. Pero aquí hay un problema. Los himnos han sido escritos por personas salvas. Nosotros como creyentes hemos desarrollado ciertos sentimientos que no están presentes en nuestros amigos a quienes queremos predicar el evangelio. Por ello, no es tan fácil pedirles que canten himnos que no los conmueven. Sin embargo, si Dios bendice estos himnos, estos apelarán a las necesidades que se esconden en todo pecador y, entonces, ellos verán la condición en la que se encuentran, así como la salvación de Dios. A veces, un pecador no sabe cómo orar o cómo acudir a Dios, pero los himnos le ayudarán a acercarse a Dios y a orar. Así, las palabras del himno llegarán a ser las suyas propias. A veces, un himno puede ser más eficaz que un mensaje. De cualquier forma, la bendición de Dios es imprescindible.

Los himnos que proclaman el evangelio están incluidos en el himnario que usan los hijos de Dios, pero cuando predicamos el evangelio, deberíamos repartir copias de los himnos que vamos a cantar o escribirlos en un lugar que sea visible para todos los invitados, pues así podremos instarlos a cantar junto con nosotros. No siempre será fácil para ellos encontrar un himno en nuestro himnario.

La segunda categoría la conforman los himnos de alabanza. El mismo día que fuimos salvos recibimos el gozo celestial y, por ende, nuestras acciones de gracias y nuestras alabanzas ascendieron a los cielos. A medida que avanzamos en nuestra senda espiritual y a medida que aumenta nuestro conocimiento del amor de Dios, Su justicia, Su gracia y Su gloria, nuestros corazones y labios rebosarán de alabanzas incesantes. En esta categoría, están incluidas todas las alabanzas que dirigimos a nuestro Señor y Dios.

La tercera categoría la conforman los himnos que hablan de la experiencia de Cristo como vida. La redención efectuada por Dios tiene como meta que nosotros vivamos la vida de Cristo. Dios no nos pide que imitemos a Cristo; Dios anhela que el propio Cristo resucitado sea expresado en nuestra vida diaria. Cuando Cristo estaba en la tierra, Él se expresaba mediante el cuerpo que recibió de María. Después de Su resurrección y ascensión, la iglesia es Su Cuerpo y ahora Él desea expresarse por medio de la iglesia.

Cuando éramos pecadores, necesitábamos la salvación y la justificación. Ahora que somos creyentes, buscamos conocer y experimentar la vida de Cristo, y procuramos expresar en nuestra vida diaria la vida de este Cristo. “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Él vivió en la tierra para beneficio nuestro. Él se enfrentó a nuestros pecados, nuestras tentaciones y nuestra carne. Ahora, Él ha llegado a ser nuestra vida, nuestra santidad, nuestro amor y nuestro gozo. Él es quien realiza tal obra y no nosotros. Esta es la meta de la obra del Espíritu Santo en esta era. En esta categoría de himnos están incluidos conjuntamente todos aquellos que hacen referencia a nuestra búsqueda inicial del conocimiento de la vida divina en nuestro ser y todo aquello que manifiesta la plena expresión de esta vida en términos de nuestra fe, comunión, satisfacción, guerra espiritual y servicio al Señor. En suma, esta categoría incluye todo cuanto se refiere a procurar esta vida y experimentarla.

La cuarta categoría está conformada por los himnos que se refieren a la vida de iglesia. En ella se incluye todo cuanto se relacione a nuestro andar cristiano, nuestras experiencias diarias, nuestro entorno, nuestro trabajo y, en general, todo aquello en lo cual se ocupa un cristiano. En esta categoría están incluidos los himnos que atañen a nuestras reuniones, el matrimonio, nuestras fiestas de amor, la familia, los niños, nuestra salud, etc.

V. CÓMO USAR LOS HIMNOS

Al elegir qué himno debemos cantar, tenemos que tomar en cuenta lo siguiente:

A. A quién está dirigido el himno

Los himnos pueden estar dirigidos a tres distintas clases de personas. En otras palabras, pueden ser cantados a uno o más de los siguientes grupos:

1. Himnos dirigidos a Dios

La mayoría de himnos están dirigidos a Dios. El objeto de tal poesía es Dios mismo. La mayoría de los salmos del libro de Salmos es poesía dirigida a Dios. El salmo 51 es un salmo muy conocido que consiste en una oración dirigida a Dios. Todo himno de alabanza, agradecimiento y oración es cantado a Dios.

2. Himnos dirigidos a los hombres

Otros salmos están dirigidos a los hombres. El salmo 37 y el 133 son ejemplos de ello. Esta clase de himnos les predica el evangelio a los hombres o los alienta a ir a Dios. Todos los himnos que proclaman el evangelio, así como los himnos de exhortación, son cantados a los hombres.

Colosenses 3:16 dice: “Enseñándoos y exhortándoos unos a otros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando con gracia en vuestros corazones a Dios”. Aquí vemos que los salmos y los himnos sirven también para enseñar y amonestar. Esto está orientado a los hombres en general, pero al mismo tiempo implica cantar “con gracia en vuestros corazones a Dios”, lo cual es dirigirse a Dios. Por tanto, incluso los himnos que están dirigidos a los hombres son para Dios.

En la iglesia, no se debieran cantar demasiados himnos dirigidos a los hombres. En el libro de Salmos, esta clase de cántico representa un pequeño porcentaje del libro. Podemos tener himnos dirigidos a los hombres, pero no es apropiado tener demasiados himnos de esta clase. Cuando cantamos demasiados himnos de esta clase, perdemos de vista el principal propósito que tienen los himnos, el cual es dirigir los hombres hacia Dios.

3. Himnos dirigidos a uno mismo

Hay, además, una tercera clase de himnos en la Biblia: aquellos que nos cantamos a nosotros mismos. Muchos pasajes en el libro de Salmos incluyen la frase: “¡Oh, alma mía!”. Todos estos himnos están dirigidos a uno mismo. Los salmos 103 y 121 son buenos ejemplos de tales himnos. Esta clase de himnos representa la comunión que una persona tiene con su propia alma. Se trata del concilio que uno sostiene con su propio corazón, así como de la conversación que se tiene con uno mismo. Todo aquel que conoce a Dios sabe lo que significa tener comunión con su propio corazón. Cuando una persona goza de comunión con Dios, espontáneamente aprende a tener comunión con su propio corazón. En tales ocasiones, uno se canta a sí mismo, se grita a sí mismo, se dirige a sí mismo y se recuerda a sí mismo. Generalmente, tales himnos concluyen haciendo que nos tornemos a Dios. Quizás una persona haya comenzado por tener comunión con su propio corazón, pero invariablemente acaba teniendo comunión con Dios.

Cada una de estas tres clases de himnos pueden ser usados a su manera. Los himnos que hablan de nuestra salvación, comunión, acción de gracias y alabanza, son cantados a Dios. Cuando la iglesia se reúne, deberíamos elegir himnos que están dirigidos a Dios; nuestros corazones deben estar dirigidos a Dios. Cuando nos involucramos en la obra, o cuando nos dirigimos a los santos o a los pecadores, los himnos pueden ser usados como parte de la predicación, y entonces cantamos a los hombres. Cuando estamos solos podemos cantar himnos de comunión con nosotros mismos. En las reuniones de la iglesia (la del partimiento del pan, la de oración y las reuniones de comunión), debemos aprender a cantarle a Dios; y algunas veces podemos dirigir nuestros cánticos a nosotros mismos. En las reuniones de la obra (las reuniones del evangelio y en las que se dan mensajes), podemos valernos de himnos que están dirigidos a los hombres, así como de himnos dirigidos a Dios. Cuando estamos solos o existe alguna necesidad individual, podemos valernos de los himnos que están dirigidos a uno mismo.

B. Las diversas maneras

en que podemos cantar los himnos

La Biblia, que sepamos, menciona tres maneras en que podemos cantar los himnos: cantamos como congregación, cantamos en mutualidad y cantamos solos.

En el Antiguo Testamento encontramos varias ocasiones en las que los levitas cantaban solos. El resto del tiempo, era toda la congregación la que cantaba. El libro de Salmos fue escrito para ser cantado por la congregación. Al leer el Nuevo Testamento, encontramos que también se puede cantar himnos en público. La última noche en la que el Señor y los discípulos estuvieron juntos, Mateo 26:30 nos dice: “Y cuando hubieron cantado un himno, salieron al monte de los Olivos”. Esto nos muestra que ellos juntos cantaron el himno. Por tanto, el cantar como congregación se menciona tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento.

Una vez que surgió la iglesia, además de cantar como congregación, los creyentes se cantaban mutuamente los unos a los otros y también cantaban solos. Tanto Colosenses 3:16 como Efesios 5:19 hacen referencia a que los creyentes se cantan mutuamente. Al cantarnos los unos a los otros, después que un hermano canta, otro hermano le responde cantando. El primer hermano vuelve a cantar y el otro hermano le responde nuevamente. O quizás un grupo de hermanos cante y otro grupo les responda cantando. El primer grupo de hermanos vuelve a cantar y el otro grupo de hermanos vuelve a responder. En la iglesia primitiva, esta manera de cantarse los unos a los otros era casi tan común como la práctica de cantar como congregación, se trataba de hermanos que cantaban a otros hermanos. Sin embargo, al formarse en la iglesia el sistema de clérigos y laicos, en lugar de cantarse los unos a los otros, se adoptó la práctica de hacer que los clérigos y los laicos cantaran, lo que ahora se conoce como antífona. Posteriormente, esto se convirtió en lo que se conoce como lectura antifonal, o lectura de respuesta mutua.

Creemos que el Señor sigue recobrando entre nosotros la manera apropiada de cantar himnos. En la Biblia se menciona la práctica de cantar himnos los unos a los otros. Por tanto, debemos cantarnos los unos a los otros. Quizás podamos cantar un himno alternándonos los hermanos y hermanas en cada estrofa, o alternando entre una persona y el resto de la congregación, o entre diferentes grupos. Los que están sentados en las primeras filas de asientos pueden cantar a los que están sentados en las filas de atrás y viceversa, o los sentados en el lado izquierdo alternan con aquellos sentados en el lado derecho del salón. Todas estas constituyen maneras muy buenas en las que podemos cantar.

También se menciona en la Biblia el caso de solistas. 1 Corintios 14:26 dice: “Cada uno de vosotros tiene salmo, tiene enseñanza, tiene revelación, tiene lengua, tiene interpretación”. La frase “cada uno de vosotros tiene salmo” se refiere a cantar como solista. Durante la reunión, quizás un hermano reciba alguna revelación, tal vez otro hermano reciba una enseñanza e incluso otro hermano puede ser que reciba un salmo. Aquí el salmo es cantado por un individuo. Un hermano siente que tiene un salmo, una alabanza, que rebosa en él y quiere cantarlo en voz alta. No está haciendo algo por sí mismo, ni está haciendo algo que los demás no deseen hacer. En realidad, está cantando en nombre de toda la iglesia. Esta clase de canto individual, puede o no puede estar basado en algo escrito; puede o no puede ceñirse a alguna tonada conocida. Muchas veces, podemos cantar “canciones espirituales”, las canciones de las que habla la Biblia (Col. 3:16; 1 Co. 14:15). Mientras uno canta tales cánticos, el Espíritu Santo espontáneamente suministra la música y la melodía. Esta persona ha sido inspirada por el Espíritu Santo a cantar. Cuando alguien canta como solista, deberá cantarlo con todo su ser, y la audiencia debe aprender a recibir el suministro que procede del espíritu del cantante. La audiencia no debe prestarle mucha atención a la melodía, sino que debe esforzarse más bien por recibir el suministro que proviene del espíritu del cantante. Este cántico individual, ya sea con una melodía conocida o con una melodía improvisada, debe ser cantado bajo la especial inspiración del Espíritu Santo; no se asemeja en nada a aquellos solistas a quienes les encanta exhibir su carne. Aquellos que carecen del suministro en el espíritu no deben cantar solos.

C. Adiestramiento práctico

Primero, tenemos que familiarizarnos nosotros mismos con el índice de nuestro himnario. Tenemos que recordar claramente cómo están clasificados los himnos. Si ustedes comprenden el principio que rige dicha clasificación y saben de memoria de que trata cada categoría, así como para qué es útil y, además, saben a cuál de estas categorías pertenece cada himno, de inmediato encontrarán el himno que desean cuando lo necesiten.

Busquen el himno que más se ajuste a vuestra condición y apréndanselo. Comprendan cada una de sus palabras y la función que cumplen los signos de puntuación, luego analicen cómo el pensamiento del escritor va desplegándose desde el principio hasta el final del himno. Vuestro corazón tiene que estar abierto. Ustedes deben ser personas de mucha sensibilidad, vuestra voluntad debe ser flexible y dócil, y deberán tener una mente lúcida.

Después de esto, todavía necesitan aprender a cantar. Así podrán aprender de dos a tres himnos cada semana. Al comienzo, si usted no puede cantar, puede tararear unas cuantas tonadas cada mañana, o puede inventar melodías sencillas para tararear el himno. Al hacer esto, usted percibirá el espíritu del himno y desarrollará sus sentidos espirituales. Sin embargo, todavía tiene que aprender a cantar el himno conforme a las notas apropiadas. Después que usted haya aprendido a cantarlo con la melodía que le corresponde a dicho himno, podrá cantarlo de la manera en que el Espíritu le guíe; ya sea como congregación, los unos a los otros o individualmente.

Los himnos cultivan los sentimientos espirituales más nobles y sensibles que puedan anidar en un cristiano. Espero que, en presencia de Dios, todos nosotros podamos aprender algo al respecto. Si podemos acercarnos a Dios con delicadeza y ternura, podremos desarrollar una comunión más íntima con Dios. Damos gracias al Señor que en la eternidad todos nuestros sentimientos serán nobles y rebosarán de ternura. Sabemos que hay más alabanzas en los cielos que oraciones en la tierra. Las oraciones un día cesarán, pero nuestras alabanzas llenarán el universo; entonces, en aquel día, todos nuestros sentimientos serán nobles y manifestarán mucha ternura. Aquel será el más dulce y el más alegre de todos los días.