Watchman Nee Libro Book cap. 14 Mensaje para Edificar a los creyentes nuevos

Watchman Nee Libro Book cap.14 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos ​

EL DÍA DEL SEÑOR

CAPÍTULO CATORCE

EL DÍA DEL SEÑOR

Lectura bíblica: Ap. 1:10; Sal. 118:22-24; Hch. 20:7; 1 Co. 16:1-2

I. EL DÍA DEL SEÑOR ES DISTINTO

DEL DÍA DE REPOSO

Dios completó la creación en seis días y descansó de toda Su labor en el séptimo día. Dos mil quinientos años después, Él promulgó los Diez Mandamientos (Éx. 20:1-17). En el cuarto mandamiento le dice al hombre que debe recordar el día de reposo. En otras palabras, este mandamiento le recuerda al hombre la obra que Dios hizo. Esta clase de conmemoración es para recordarle al hombre que Dios dedicó seis días para restaurar la tierra y que después, Dios descansó en el séptimo día. Al principio, el séptimo día era el día del reposo para Dios, pero dos mil quinientos años después, Dios promulgó que el séptimo día fuese para el hombre el día de reposo y le ordenó al hombre descansar ese día.

Todo lo que está en el Antiguo Testamento es sombra de las cosas venideras (He. 10:1). Al igual que todos los demás tipos que hallamos en el Antiguo Testamento, el día de reposo que Dios promulgó para el hombre encierra su propio significado espiritual. Dios creó al hombre en el sexto día y descansó en el séptimo día. El hombre no comenzó a trabajar inmediatamente después que fue creado, sino que primero entró en el reposo de Dios. Dios trabajó seis días y descansó un día. Pero, cuando vino el hombre no hubieron seis días seguidos por un día, sino que hubo un día seguido por seis. El hombre primero descansó y después trabajó. Este es el principio fundamental del evangelio. Así pues, el día de reposo es un tipo del evangelio. La salvación viene primero y después el trabajo. Primero obtenemos la vida y después andamos. El reposo viene antes del trabajo y de nuestro andar cristiano. Esto es el evangelio. Dios nos muestra que Él ya preparó el reposo que corresponde a nuestra redención. Después que hemos entrado en tal reposo, laboramos. Gracias a Dios, nosotros trabajamos porque hemos descansado primero.

El significado que encierra el día de reposo es que el hombre cesa toda su labor y participa del reposo de Dios, es decir, entra en el reposo de Dios; esto quiere decir que el hombre no realiza su propia labor sino que acepta como suya la obra de Dios. Por tanto, constituye un gran pecado quebrantar el día de reposo. Si usted trabaja cuando Dios le ha pedido que no trabaje, entonces ha rechazado el reposo de Dios.

Al quebrantar el día de reposo, cometemos el mismo error que Moisés cometió al golpear la roca con su vara. Dios le había ordenado a Moisés: “…hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua” (Nm. 20:8). Dios no le pidió a Moisés que golpeara la roca con la vara. La roca no debía ser golpeada nuevamente, pues ya había sido golpeada una vez (Éx. 17:1-6). La obra ya había sido realizada, y Moisés no debía haber intentado hacerla de nuevo. Hacer algo nuevamente implicaba desechar la labor que ya se había llevado a cabo. Moisés debía haber obedecido la palabra de Dios y debía haber ordenado a la roca que diera agua. El hecho de que él golpeara la roca una segunda vez, significaba que negaba la labor realizada por Dios la primera vez. Moisés desobedeció la orden que Dios le había dado y, como resultado de ello, no pudo entrar en la tierra de Canaán (Nm. 20:7-12).

A los ojos de los hombres, quebrantar el día de reposo no parece ser un asunto muy grave. Pero según la verdad divina, dicho asunto reviste gran importancia. El hombre debe primero disfrutar del reposo provisto por Dios y después laborar. El hombre debe primero recibir el evangelio para después tener cierta conducta, cierto andar. El hombre debe realizar la obra de Dios únicamente después de haber disfrutado del reposo de Dios. Si el hombre quebranta el día de reposo, estará violando un principio establecido por Dios. Es por esto que el día de reposo ocupa un lugar tan importante en el Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento se nos narra de una persona que recolectó leña en el día de reposo. Cuando se descubrió lo que dicha persona había hecho, toda la congregación se levantó para sacarla del campamento y apedrearla. Esto fue porque tal persona había quebrantado el día de reposo establecido por Dios (Nm. 15:32-36). Un hombre que no descansa es uno que piensa que puede laborar y actuar por su propia cuenta; él cree que no necesita de la obra de Dios. Sin embargo, Dios está satisfecho con Su propia labor. El hombre que observa el día de reposo manifiesta con ello que él también está satisfecho con la obra de Dios. Guardar el sábado significa que el hombre participa del reposo de Dios, halla descanso en el reposo de Dios y acepta la obra realizada por Dios. Es por ello que en el Antiguo Testamento Dios ordenó que no se hiciera trabajo alguno durante el día de reposo. Esto es lo que nos muestra el Antiguo Testamento.

Sin embargo, en el Nuevo Testamento la situación es muy diferente. Fue en un día de reposo cuando el Señor Jesús entró en la sinagoga y leyó las Escrituras (Lc. 4:16); otro día de reposo fue a la sinagoga y enseñó a las personas (Mr. 1:21). Fue también en un día de reposo que los apóstoles se reunieron en la sinagoga para discutir las Escrituras (Hch. 17:1-3; 18:4). Esto nos muestra que en el día de reposo no solamente había un descanso pasivo, sino que también había una labor muyactiva. Al principio, este día era un día de descanso físico, pero en el Nuevo Testamento vemos que ese día se convirtió en un día de búsqueda espiritual. Esto constituye un progreso en comparación con el Antiguo Testamento.

Si leemos la Biblia minuciosamente, veremos que la revelación divina en la Biblia es una revelación progresiva. En el mensaje titulado “La lectura de la Biblia”, que es el noveno mensaje de esta serie, dijimos que al leer la Biblia debemos identificar cuáles son los hechos, porque ellos traen consigo cierta luz. Una vez que los hechos cambian, la luz que tales hechos arrojan será diferente. Justamente esto es lo que sucede en el caso del día de reposo. Al principio, las Escrituras afirmaban: “Y bendijo Dios al día séptimo” (Gn. 2:3), pero las Escrituras llaman al día en que el Señor Jesús resucitó de los muertos “el primer día de la semana” (Mt. 28:1). Las Escrituras no dicen que el Señor Jesús haya resucitado en el séptimo día de la semana, sino en el primer día de la semana. Los cuatro Evangelios coinciden en afirmar que el Señor Jesús resucitó en el primer día de la semana. Por lo menos cinco de las apariciones del Señor Jesús posteriores a Su resurrección ocurrieron en el primer día de la semana (Jn. 20:1, 11-19; Mt. 28:1-9; Lc. 24:1, 13-15, 34, 36). Según el libro de Hechos, el derramamiento del Espíritu Santo ocurrió en el día de Pentecostés, el cual es el día siguiente al día de reposo (Lv. 23:15-16), o sea, el primer día de la semana. El primer día de la semana es el día del Señor. Posteriormente, hablaremos más en detalle al respecto. Por supuesto, esto no quiere decir que Dios desea reemplazar el día de reposo con el día del Señor. Pero la Biblia muestra claramente que Dios ahora desea que prestemos atención al primer día de la semana.

Ya dijimos que el día de reposo es un tipo del evangelio. El tipo debe desaparecer cuando llegue la realidad del evangelio. El evangelio es el principio subyacente al día de reposo, de la misma manera que la cruz es el principio subyacente a todos los sacrificios que se presentaban. En el Antiguo Testamento, tanto el buey como el cordero que se ofrecían en sacrificio, constituyen un tipo del Cordero de Dios: el Señor Jesús. Ahora que el Señor Jesús ha venido el buey y el cordero han dejado de ser necesarios. Hoy en día, si un hombre todavía presenta un buey o un cordero en calidad de sacrificio para Dios, está ignorando la cruz. ¿Cómo podría alguien ofrecer un buey o un cordero en sacrificio, cuando el Señor ya se ha convertido en la ofrenda? De la misma manera, el evangelio ya ha venido. Ahora el hombre puede descansar en Dios por medio del evangelio. Dios plenamente ha consumado Su labor mediante la redención efectuada por Su Hijo en la cruz. Por tanto, en primer lugar, Él no nos ordena que laboremos, sino que descansemos. Debemos descansar en la obra realizada por Su Hijo. Nosotros no acudimos a Dios para realizar labor alguna, sino para descansar. El evangelio nos conduce a descansar en Dios. Podemos servir únicamente después de haber descansado. Inmediatamente después de recibir el evangelio, descansamos y, espontáneamente, el día de reposo es anulado para los creyentes de la misma manera que fue anulado el sacrificio de bueyes y corderos. El sábado ha terminado para nosotros de la misma manera que el sacrificio de bueyes y corderos es una práctica que ha llegado a su fin. Así pues, el día de reposo es un tipo que aparece en el Antiguo Testamento y que ya ha sido cumplido en el Nuevo Testamento.

II. LOS FUNDAMENTOS PARA EL DÍA DEL SEÑOR

En el Antiguo Testamento, Dios eligió el último de los siete días, el séptimo día, para que fuera el día de reposo. En el Nuevo Testamento, el principio de elegir uno de los siete días todavía es aplicado. Sin embargo, el séptimo día que se observaba en el Antiguo Testamento ya no se observa. El Nuevo Testamento tiene su propio día. No es que el día de reposo se haya convertido en el día del Señor, sino que en el Antiguo Testamento Dios eligió el séptimo día de la semana, y en el Nuevo Testamento Él eligió el primer día de la semana. Dios no llamó el séptimo día de la semana el primer día. No, Él eligió otro día. Este día es completamente distinto al día de reposo en el Antiguo Testamento.

Salmos 118:22-24 es un pasaje crucial en la Palabra que dice: “La piedra que desecharon los edificadores / Ha venido a ser cabeza del ángulo. / De parte de Jehová es esto, / Y es cosa maravillosa a nuestros ojos. / Este es el día que hizo Jehová; / Regocijémonos y alegrémonos en él”. Aquí leemos la frase: “La piedra que desecharon los edificadores”. El que edifica es quien decide si una piedra ha de resultarle útil o no. Si el edificador dice que cierta piedra no puede ser usada, ésta será desechada. Pero, he aquí algo maravilloso: Dios ha hecho del Señor, quien era “la piedra que desecharon los edificadores”, la cabeza del ángulo, es decir, el fundamento. Así pues, Dios ha puesto sobre Él la tarea más importante. “De parte de Jehová es esto, / Y es cosa maravillosa a nuestros ojos”. Esto es verdaderamente maravilloso. Pero el versículo 24 nos dice algo todavía más maravilloso: “Éste es el día que hizo Jehová; / Nos regocijémonos y alegrémonos en él”. Esto quiere decir que el día que hizo Jehová es el mismo día en que aquella piedra, que los edificadores habían rechazado, llegó a ser cabeza del ángulo. Si bien los edificadores rechazaron la piedra, Jehová hizo algo maravilloso aquel día. Él hizo que la piedra se convirtiera en cabeza del ángulo. Este, pues, es el día que hizo Jehová.

Debemos saber cuál es el día que Jehová hizo. ¿Cuándo fue que la piedra que desecharon los edificadores llegó a ser cabeza del ángulo? ¿Qué día fue ese? Hechos 4:10-11 dice: “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, en Su nombre está en vuestra presencia sano este hombre. Este Jesús es la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza de ángulo”. El versículo 10 dice: “A quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos”. Y el versículo 11 dice: “la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo”. En otras palabras, la piedra vino a ser cabeza del ángulo en el mismo momento en que resucitó el Señor Jesús. Los edificadores desecharon tal piedra cuando el Señor Jesús fue crucificado en la cruz, mientras que Él fue hecho cabeza del ángulo cuando fue levantado por Dios de entre los muertos. Por tanto, “el día que Jehová hizo” es el día de la resurrección del Señor Jesús. Aquel que fue desechado por los hombres, ha sido levantado por Dios. Esta resurrección es “de parte de Jehová”. El día de la resurrección del Señor Jesús es el día que hizo Jehová. Es cosa maravillosa a nuestros ojos porque este día no fue hecho por el hombre sino por Jehová. ¿Cuál es el día que Jehová hizo? Es el día en que el Señor Jesús resucitó.

Aquí vemos que nuestro “día del Señor” es completamente distinto al día de reposo correspondiente al Antiguo Testamento. En el día de reposo del Antiguo Testamento, uno no podía hacer esto o aquello; por tanto, tal ordenanza tenía un sentido negativo. Si alguno quebrantaba el día de reposo, se le daba muerte. Este era un castigo bastante severo. Pero nosotros no estamos bajo tal estigma en nuestros días. Dios profetizó que Él habría de elegir otro día en la era del Nuevo Testamento. Dios no nos dijo lo que podíamos o no podíamos hacer en tal día, más bien, nos indicó lo que deberíamos hacer. Dios desea que nos gocemos y alegremos en el día que Él hizo. Por tanto, la característica particular del día del Señor es que solamente se nos exhorta en un sentido afirmativo; este día no trae consigo mandamientos negativos.

Nos gustaría examinar este día un poco más. Dios agrupa los días no sólo en meses o en años, sino también en semanas. Así, siete días corridos constituyen una unidad, la cual termina el séptimo día. Anteriormente habíamos dicho que el día de reposo era un tipo, y que éste pertenecía a la vieja creación. La nueva creación comenzó cuando el Señor resucitó. La vieja creación terminó en el séptimo de los siete días. Obviamente, esto completa una semana. El comienzo de la nueva creación ocurrió en el primero de los siete días, lo cual, clara y sencillamente, significa un nuevo comienzo. La primera semana era completamente vieja, mientras que la segunda semana es completamente nueva. Existe, pues, una separación clara y definitiva entre la vieja creación y la nueva creación. La semana no se divide en dos partes, una para la vieja y otra para la nueva. Sino que una semana pertenece completamente a la vieja creación, mientras que la siguiente semana pertenece completamente a la nueva creación. No tenemos una semana parcial, sino una semana completa. El Señor Jesús resucitó el primer día de la semana, y toda esa semana pertenece completamente a la nueva creación. La iglesia que está en esta tierra comenzó a existir el día de Pentecostés, que también fue un primer día de la semana. Esto encierra el significado de ser absolutamente nuevo. Si el Señor Jesús no hubiese resucitado el primer día de la semana, sino el séptimo o cualquier otro día, entonces habría habido una nueva creación para una parte de la semana y una vieja creación para la otra parte de la semana, no se habría hecho una división muy clara. La resurrección del Señor ocurrió el primer día de la semana, lo que constituye el comienzo de una nueva semana. Así, una semana pertenece a la vieja creación, mientras que la otra semana pertenece a la nueva creación. Las cosas de la vieja creación cesaron el último día de la semana, el séptimo día. La nueva creación comenzó el primer día de otra semana, con lo cual la nueva creación fue separada claramente de la vieja creación.

Dios deliberadamente escoge uno de los siete días y le da un nombre especial. En Apocalipsis 1:10, se le llama “el día del Señor”. Algunos dicen que “el día del Señor” se refiere al día de la venida del Señor del cual se habla en otros pasajes de la Biblia refiriéndose a ellos como “el día del Señor” o “día de Jehová”. Pero esto es incorrecto. En el idioma del texto original, estas son dos cosas completamente diferentes. Aquí “el día del Señor” se refiere al primer día de la semana, mientras que en otros pasajes (1 Ts. 5:2; 2 Ts. 2:2; 2 P. 3:10) “el día del Señor” se refiere al día de la venida del Señor. Se está hablando de dos cosas completamente distintas. Los escritos de los primeros padres de la iglesia nos dan amplia prueba de que “el día del Señor” [en Apocalipsis 1:10] se refiere al primer día de la semana. Este es también el día en que la iglesia se reúne. Hay quienes dicen que durante los siglos segundo y tercero, los cristianos se reunían en el sábado y únicamente cambiaron al día del Señor en el cuarto siglo. Esto no concuerda con los hechos. Hay muchos ejemplos citados en los escritos de los primeros padres, los cuales demuestran que las reuniones siempre se celebraban en el primer día de la semana. Esto se cumplió desde el tiempo de los discípulos de Juan hasta el siglo cuarto. (Sírvase consultar el apéndice al final de este capítulo).

III. QUÉ DEBEMOS HACER EN EL DÍA DEL SEÑOR

La Biblia recalca tres cosas que debemos hacer en el primer día de la semana:

En primer lugar, Salmo 118:24 habla de la actitud que todos los hijos de Dios deben tener hacia el primer día de la semana. La actitud apropiada consiste en regocijarse y alegrarse. Nuestro Señor ha resucitado de entre los muertos. Este es el día que Jehová hizo y tenemos que regocijarnos y alegrarnos. Tenemos que mantener esta actitud. Este día es el día en el cual nuestro Señor resucitó, no hay otro día que se le pueda comparar. El Señor se les apareció a los discípulos y se reunió con ellos el primer día de la semana. El derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés también ocurrió el primer día de la semana. El hecho que los edificadores hayan desechado tal piedra y que ésta haya llegado a ser cabeza del ángulo, se refiere a la crucifixión del Señor y a la resurrección del Señor respectivamente. El rechazo por parte de los judíos constituye el rechazo de los edificadores, y la resurrección del Señor equivale a que Él llegó a ser cabeza del ángulo. Este es el día que Jehová ha hecho, y nosotros debemos regocijarnos y alegrarnos en tal día. Esta debiera ser nuestra reacción espontánea.

En segundo lugar, Hechos 20:7 dice: “El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para partir el pan…”. Según el texto original, aquí el primer día de la semana no se refiere al primer día de una determinada semana, sino al primer día de todas las semanas, en el cual los discípulos se reunían para partir el pan. En aquel entonces, todas las iglesias solían reunirse espontáneamente para partir el pan a fin de recordar al Señor el primer día de cada semana. ¿Hay otro día mejor que el primer día de la semana? El primer día de la semana es el día en el cual nuestro Señor se levantó de entre los muertos. El primer día de la semana es también el día en que nos reunimos con nuestro Señor. Así que, algo que debemos hacer el primer día de la semana es recordar al Señor. Este es el día que el Señor ha elegido. Lo primero que debemos hacer en el primer día de la semana es acudir al Señor. El día del Señor es el primer día de la semana. El lunes es el segundo día de la semana. Debemos reunirnos con el Señor en el primer día de la semana.

En la Biblia, partir el pan encierra dos significados: hacer memoria del Señor y proclamar que tenemos comunión con todos los hijos de Dios. En primer lugar, partir el pan constituye nuestra proclamación de que tenemos comunión con Dios, con el Señor, y en segundo lugar, constituye la proclamación de nuestra comunión con el Cuerpo, es decir, con la iglesia, pues, el pan representa tanto al Señor como a la iglesia. El día del Señor es el mejor día para que nosotros tengamos comunión con el Señor, y es también el mejor día para tener comunión con todos los hijos de Dios. Aunque en la tierra el tiempo y el espacio limitan nuestra comunión con todos los hijos de Dios y nos impiden estrechar las manos de todos ellos; no obstante, en todos “los días del Señor” todos los hijos de Dios ponen sus manos en este pan, independientemente de dónde se encuentren. Todos los hijos de Dios tocan este pan y, al hacerlo, comulgan con todos los hijos de Dios. No solamente nos reunimos con el Señor, sino también con todos nuestros hermanos y hermanas. En la reunión disfrutamos de comunión no solamente con los hermanos que parten el pan junto con nosotros, sino también con todos aquellos que ese mismo día están tocando este pan. En ese día, miles y millones de creyentes en todo el mundo están tocando este pan. “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1 Co. 10:17). Partimos el pan juntos y tenemos comunión en dicho pan.

Como nuevos creyentes ustedes tienen que aprender a quitar toda barrera que se interponga entre ustedes y los demás hijos de Dios. Ustedes deben aprender a amar y a perdonar desde el comienzo de su vida cristiana. No pueden tocar este pan si no han aprendido a amar y a perdonar. No deben odiar a ninguno de los hijos de Dios. No deben haber barreras entre ustedes y ellos; ningún hijo de Dios debe ser excluido. Aparte de aquellos que sean segregados debido a problemas de conducta (5:11) o problemas que atañen a la verdad (2 Jn. 7-11), ningún hijo de Dios debe ser excluido. Todos los hijos de Dios que sean normales necesitan disfrutar de la comunión los unos con los otros. Al hacer memoria del Señor y al tocarle, tocamos a todos aquellos que le pertenecen a Él. El Señor nos ama tanto que se dio a Sí mismo por nosotros. ¿Cómo podríamos dejar de recordarle a Él; y cómo podríamos dejar de amar a los que Él ama? Tampoco podríamos dejar de perdonar a quienes Él perdonó, ni dejar de recordar a quienes Él recuerda. No hay mejor día que el primero de la semana puesto que este es el día que el Señor ha hecho. Este es el día de la resurrección de nuestro Señor. En este día no hay nada más espontáneo que recordar a todos aquellos que, junto con nosotros, han sido hechos una nueva creación.

En tercer lugar, 1 Corintios 16:1-2 dice: “En cuanto a la colecta para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené a las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que no se hagan las colectas cuando yo llegue”. Estos versículos nos muestran lo tercero que debemos hacer en el primer día de la semana. Pablo dirigió tanto a las iglesias de Galacia como a la iglesia en Corinto a hacer lo mismo. Esto nos muestra claramente que el primer día de la semana era un día muy especial en los tiempos de los apóstoles. Se partía el pan para recordar al Señor, y se hacía la colecta para los santos en este primer día de la semana. El primer día de la semana, todos debían ofrecer al Señor según sus ingresos. Esta es una práctica muy saludable. Por un lado, partimos el pan y, por el otro, presentamos nuestra ofrenda. Por un lado, recordamos cómo el Señor se dio a Sí mismo por nosotros y, por el otro, nosotros también tenemos que ofrendar al Señor en este día. Cuanto más recibe una persona de parte del Señor, más deberá dar. Una ofrenda de agradecimiento en la forma de una ofrenda material debería ser incluida en las acciones de gracias y alabanzas que elevamos hacia Él (He. 13:16). Esto es agradable a Dios. Ofrecer bienes materiales al Señor en Su día es algo que debemos comenzar a practicar desde el momento mismo en que creemos en el Señor.

Al depositar nuestro dinero en la urna de las ofrendas, no debiéramos hacerlo de una manera mecánica e irreflexiva. Primero, debemos contar nuestro dinero, prepararlo y envolverlo con la debida devoción mientras todavía estamos en casa. Después, al ir a la reunión, debemos depositar nuestra ofrenda en la urna de las ofrendas. Pablo nos mostró que las ofrendas materiales deben ser ofrecidas de una manera concienzuda y regular. El primer día de cada semana, debemos separar una cantidad de dinero proporcional a nuestros ingresos y decirle al Señor: “Señor, Tú me has dado en abundancia. Señor, te traigo lo que he ganado y te lo ofrezco a Ti”. Ustedes tienen que fijar por anticipado la cantidad. Si tienen mucho, deben ofrecer más; si tienen poco, pueden ofrecer menos. El partimiento del pan es un asunto muy serio; asimismo, ofrendar bienes materiales es un asunto que reviste mucha seriedad.

Deliberadamente el Señor separó un día de la semana y le dio por nombre “el día del Señor”. Esperamos que en este día los hermanos y hermanas disfruten de la gracia del Señor en abundancia y le sirvan con propiedad. El día del Señor de nuestros días es diferente al día de reposo del Antiguo Testamento. El día de reposo recalcaba lo que no debíamos hacer. Los judíos se airaban contra el Señor Jesús porque Él sanaba a los enfermos y echaba fuera demonios en el día de sábado. Sin embargo, el día del Señor no es para que nuestro cuerpo repose, ni para que nos detengamos de nuestras labores. El día del Señor y el día de reposo son esencialmente dos cosas muy distintas. El concepto de si debemos trabajar o no en el día del Señor simplemente no existe para nosotros. Todo cuanto hagamos los otros días, también podemos hacerlo en el día del Señor. Y todo lo que no hagamos los otros días, tampoco debiéramos hacerlo en el día del Señor. La Biblia no nos dice si podemos caminar, salir de compras, hacer esto o aquello en el día del Señor. La Biblia tampoco nos dice si debemos guardar el día del Señor de la misma manera en que los hombres guardan el día de reposo. Lo que la Biblia nos dice es que debemos regocijarnos y alegrarnos en el día del Señor, nos dice que debemos acercarnos al Señor con un corazón sencillo a fin de recibir Su gracia a fin de recordarle, servirle y consagrarnos a Él. Tenemos que designar el día del Señor como un día especial en nuestra vida cotidiana. Debemos apartar para el Señor por lo menos el primer día de la semana. Este día no es nuestro día, sino que es el día del Señor. Este tiempo no nos pertenece a nosotros, sino al Señor. Si laboramos es para el Señor, y si descansamos, también es para el Señor. Sea que hagamos o no hagamos esto o aquello, nosotros somos para el Señor. Este día no se asemeja en nada al día de reposo. Este es el día que nos consagramos al Señor. Esto es lo que significa el día del Señor.

Juan lo expresó muy bien al decir: “Yo estaba en el espíritu en el día del Señor” (Ap. 1:10). Esperamos que muchos de nosotros podamos decir: “Estaba en el espíritu en el día del Señor”. Esperamos que el día del Señor sea un día en el que la iglesia esté en el espíritu y en el que seamos bendecidos. Esperamos que, desde un comienzo, los nuevos hermanos y hermanas le den la debida importancia al día del Señor. Consagren el primer día de la semana al Señor y díganle: “Este es Tu día”. Si hacemos esto desde nuestra juventud, podremos afirmar al cabo de setenta años, que por lo menos diez años de nuestras vidas habrán sido entregados completamente al Señor. Esto constituye una gran bendición para la iglesia. “¡Oh Señor! Te consagro todo este día a Ti. Vengo a partir el pan lleno de gozo y alegría al recordarte a Ti. Traigo delante de Ti todo cuanto poseo y te lo consagro todo a Ti”. Si hacemos esto, veremos que las bendiciones de Dios se derramarán abundantemente sobre la iglesia.

APÉNDICE:

ALGUNOS MANUSCRITOS ANTIGUOS DE LA IGLESIA

SOBRE EL DÍA DEL SEÑOR

En el libro The Teaching of the Twelve Apostles [La enseñanza de los doce apóstoles] (uno de los primeros libros de la iglesia, que no era de la Biblia, escrito aproximadamente entre el año 75 d. de C. y el año 90 d. de C., es decir, el mismo período en el que se escribió el libro de Apocalipsis) dice: “Pero cada día del Señor deben reunirse, partir el pan y dar gracias después de haber confesado sus transgresiones, a fin de que vuestro sacrificio sea puro” (Alexander Roberts y James Donaldson, editores. The Ante-Nicene Fathers [Los padres antes de Nicea]. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1979, tomo VII, pág. 381). Esto nos indica con claridad que en el primer siglo los creyentes se reunían en el día del Señor.

El apóstol Juan tenía un discípulo llamado Ignacio, quien nació el año 30 d. de C. y murió como mártir el año 107 d. de C. El año 100 d. de C., Ignacio escribió una epístola a los Magnesios, y en el capítulo noveno de su epístola, él afirmó claramente: “Aquellos que fueron educados bajo el antiguo orden [refiriéndose a quienes procedían del judaísmo] ahora poseen una nueva esperanza y ya no guardan el día de reposo, sino que guardan el día del Señor, día en el que, además, nuestra vida se elevó nuevamente en virtud del Señor y Su muerte…” (ibíd., tomo I, pág. 62). Esto nos muestra claramente que la iglesia primitiva no guardaba el día de reposo sino que, en lugar de ello, observaba el día del Señor.

Bernabé (no el Bernabé mencionado en la Biblia) escribió una epístola alrededor del año 120 d. de C. En el capítulo 15 consta la siguiente frase: “Por tanto, además guardamos el octavo día con regocijo, el día en que Jesús se levantó de los muertos” (ibíd., tomo I, pág. 147).

Otro padre de la iglesia muy conocido era Justino Mártir. Él nació el año 100 d. de C. y murió como mártir el año 165 d. de C. En el año 138 d. de C., él escribió un libro titulado La primera apología. En ese libro él dijo: “Y en el día que llaman día del Sol (domingo), todos los que viven en las ciudades o en el campo reúnanse en un solo lugar, en donde se leen las memorias o escritos de los apóstoles según el tiempo disponible; después de lo cual, cuando el lector haya concluido, el que preside instruya verbalmente y exhorte a la imitación de estas cosas buenas. Entonces, todos nos levantamos juntos y oramos, y como dijimos antes, cuando terminamos de orar, se sirve pan, vino y agua; y el que preside ofrece asimismo oraciones y acciones de gracias, según su capacidad, y la gente asiente, diciendo: ¡Amén!, con lo cual se hace la distribución a todos los presentes, quienes participan de aquello sobre lo cual se dio gracias; y a los que están ausentes, se les envía una porción por intermedio de los diáconos. Y aquellos que son pudientes y así lo desean, ofrendan lo que les parece apropiado; entonces, lo recolectado es encargado al que preside, quien socorre a los huérfanos y a las viudas y a quienes, por enfermedad u otras causas, padecen necesidad, así como a los presos y peregrinos y, en general, a quienes necesitan ayuda. Pero es el día del Sol en el que todos nosotros celebramos nuestra asamblea general, debido a que se trata del primer día de la semana, día en el cual Dios, habiendo hecho cambios en la oscuridad y la materia, hizo el mundo; este es el día en el que Jesucristo nuestro Salvador se levantó de entre los muertos. Puesto que Él fue crucificado el día anterior, el día de Saturno (sábado), y en el día posterior al de Saturno, que viene a ser el día del Sol, habiendo aparecido a los apóstoles y discípulos, Él les enseñó estas cosas, las cuales presentamos también a vosotros para vuestra consideración” (ibíd., tomo I, pág. 186). En otro pasaje él escribió: “Somos circuncidados de todo engaño e iniquidad por medio de Aquel que se levantó de los muertos en el primer día siguiente al día de reposo sabático, [a saber, por medio de] nuestro Señor Jesucristo. Porque el primer día posterior al día de reposo, a pesar de ser el primero de todos los días, es llamado el día octavo, conforme al número de días que conforman el ciclo. Aun así, este día sigue siendo el primero” (ibíd., tomo I, pág. 215).

En el año 170 d. de C., hubo un padre de la iglesia en Sardis que se llamaba Mileto. En sus escritos se encuentra la siguiente afirmación: “Hoy pasamos el día de la resurrección del Señor. Este día leímos muchas epístolas” (de fuente desconocida).

Clemente fue un famoso padre de la iglesia, quien vivió en la ciudad de Alejandría alrededor del año 194 d. de C. Él dijo: “Hoy, el séptimo día, se ha convertido en un día de trabajo, con lo cual se ha hecho también un día común de trabajo”. En seguida, añadió: “Debemos guardar el día del Señor” (ibíd., tomo II, pág. 545).

En el año 200 d. de C., el padre de la iglesia llamado Tertuliano dijo: “En el día del Señor estuvimos particularmente gozosos. Nosotros observamos este día que es el día de la resurrección del Señor. No tenemos impedimentos ni preocupaciones”. En aquel tiempo, algunos ya habían criticado a quienes guardaban el día del Señor, pues pensaban que adoraban al sol. A lo cual Tertuliano responde: “Nosotros nos regocijamos en el día del Señor. Nosotros no adoramos al sol. Somos muy diferentes de aquellos que holgazanean y celebran banquetes el día sábado” (ibíd., tomo III, pág. 123).

Otra persona famosa entre los padres de la iglesia era Orígenes, quien era un teólogo reconocido en Alejandría. Él dijo: “Guardar el día del Señor es la marca distintiva de un cristiano cabal” (ibíd., tomo IV, pág. 647).

Algunos han dicho que los creyentes antiguos guardaban el día de reposo y que, recién en el cuarto siglo, Constantino modificó tal costumbre para empezar a observar el primer día de la semana. Esto no concuerda con los hechos. Constantino no alteró esta costumbre, sino que él simplemente la reconoció, pues la iglesia ya había estado observando el día del Señor por muchísimo tiempo. Antes del año 313 d. de C., los cristianos fueron perseguidos. Después del año 313 d. de C., Constantino regía sobre Roma y promulgó un edicto en Milán a fin de detener por completo la persecución de los cristianos. En el año 321 d. de C., Constantino promulgó un segundo edicto en el cual manifestó lo siguiente: “En el día del Señor, tanto las autoridades como el común de las gentes, y aquellos que viven en la ciudad, deben descansar y toda labor deberá cesar” (Philip Schaff y Henry Wace, editores, The Nicene and Post-Nicene Fathers [Los padres de la iglesia a partir del concilio de Nicea]. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1979, tomo I, págs. 644-645). Constantino no mencionó el día de reposo en ningún pasaje de este edicto. Él únicamente reconoció el primer día de la semana como el día de la iglesia.

Basándonos en las fuentes arriba citadas, podemos observar que el día del Señor comenzó a ser observado desde el tiempo de los apóstoles y los padres de la iglesia. Esta ha sido la práctica de la iglesia a lo largo de los siglos.