Watchman Nee Libro Book cap.14 La fe cristiana normal

Watchman Nee Libro Book cap.14 La fe cristiana normal

UNA VIDA DE FE

CAPITULO CATORCE

UNA VIDA DE FE

Hemos mencionado la resurrección de Cristo y mostrado cómo podemos recibir una nueva vida en esta resurrección. Pero hay otra tema crucial que tiene un efecto definido en nuestra vida cristiana. Tenemos que dedicar nuestro presente capítulo al estudio de este tema. Si perdemos esto, perderemos un aspecto vital de nuestra fe. Además, queremos añadir a los mensajes anteriores unos puntos con respecto a la fe. Los combinaremos todos en este mismo capítulo.

EL PROPÓSITO DE UNA NUEVA VIDA

Primero, queremos preguntar por qué Dios nos da una nueva vida. Tenemos que ver este tema desde el principio. Los consideraré a todos como cristianos y por lo tanto consideraré el problema desde el punto de vista bíblico. En el Antiguo Testamento están las leyes con todas las ordenanzas. Las leyes no consisten sólo de los Diez Mandamientos; comprenden cientos de ordenanzas y regulaciones. Hay leyes para gobernar la manera de vestir y leyes que les dicen a los hombres cuándo plantar y sembrar. Hay leyes que gobiernan el uso de los bueyes y los asnos. El tejer y el cocinar tienen sus arreglos. Todo está estrictamente regulado. La totalidad de todos estos códigos de comportamiento es la ley. Queremos saber por qué hay la necesidad de todas estas leyes. ¿Por qué Dios arregló este grupo de ordenanzas en el Antiguo Testamento?

¿EXISTE LA LEY PARA GUARDARLA?

Si averigua con cada nación en el mundo porqué instituyeron sus varias leyes, cada uno contestaría que las leyes existen para que las cumplan los ciudadanos. ¿Es ésta también la razón por la cual Dios instituyó Sus leyes? ¿Estableció Dios la prohibición de la adoración a los ídolos porque El quería que no adoráramos ídolos? ¿Nos dio El las leyes porque quería que honráramos a nuestros padres o no codiciáramos, matáramos o robáramos? Si le hacemos esta pregunta a alguien, la respuesta seguramente sería que sí. Ellos dirían que Dios nos dio las leyes, los mandamientos y las ordenanzas para que los guardáramos y viviéramos por ellos, de la misma manera que cada nación demanda a sus ciudadanos a estar sujetos a sus leyes.

Pero los cristianos nunca deberían contestar esta pregunta de esa manera. Deben darme permiso de decir una palabra honesta. Si creen que Dios introdujo estas leyes para que las guardara no sabe nada de la fe cristiana. Es todavía un novicio.

Naturalmente puede preguntar: “¿Si Dios no nos dio las leyes para que las guardáramos, entonces para qué nos las dio?”. ¡Mi respuesta es que las dio para que nosotros las quebrantemos! ¡Todas las ordenanzas escritas en la ley tienen como fin que nosotros las quebrantemos! Esta es la verdad de acuerdo a la Biblia. Los libros de Romanos y Gálatas expresamente nos dicen esto.

LA LEY EXPONE AL HOMBRE

Necesitamos una explicación aquí. ¿Por qué nos dio Dios la ley? El Espíritu de Dios dio la respuesta con las palabras de Pablo: “La ley se introdujo para que el delito abundase” (Ro. 5:20). La ley se introdujo debido a la presencia del pecado. Pablo también nos dijo que la ley expone los pecados del hombre (Ro. 3:20). En otras palabras, el propósito de la ley no es quitar nuestros pecados sino revelarlos. Si la ley tiene como fin quitar los pecados, entonces tenemos que guardarla. Pero la intención de la ley no lo tiene. Su fin consiste en exponernos. “La ley se introdujo” con el propósito de mostrarnos nuestros pecados.

Dios sabe claramente qué clase de personas somos. El conoce muy bien todas nuestras debilidades y corrupción. El sabe que nuestra conducta y comportamiento son tales que aunque nosotros queramos hacer lo bueno, no podemos. Internamente estamos corruptos; exteriormente, somos degradados. La raíz del problema es que nosotros no tenemos solamente un comportamiento maligno, sino una vida maligna.

Aquí está el problema: Dios conoce cuán malignos somos, pero nosotros somos ignorantes de ello. El se da cuenta de nuestra depravación total, pero nosotros no perdemos las esperanzas en nosotros mismos. Pensamos que si estuviéramos un poquito más fuertes o si tuviéramos un poco más de fuerza de voluntad, nosotros podríamos obedecer lo que dice Dios. O podemos pensar que lo que nos falta es un poco más de esfuerzo, doctrinas más elevadas o alguna otra clase de ayuda de parte de Dios. Nosotros pensamos que podemos hacer algo, pero Dios sabe que no podemos hacer nada. Por esta razón Dios le dio al hombre una larga lista de leyes, no para que el hombre las guardara, sino para que las quebrantara. De esta manera el hombre sería expuesto por su maldad y se daría cuenta de que la salvación nunca viene por la ley.

Dios nos conoce muy bien a todos. Pero nosotros no nos conocemos a nosotros mismos. Dios sabe que nosotros somos sólo unos niños, y corriendo en la manera que lo hacemos, vamos a caer. Nosotros aún no nos damos cuenta de ello. Con el tiempo caemos y entonces creemos que somos falibles. No nos conocemos a nosotros mismos.

Por esta razón, la Biblia dice que la ley nos ha encerrado bajo pecado (Gá. 3:22). A través de los siglos, Dios nos ha enseñado una lección, para que sepamos que es imposible guardar la ley. Nunca lo lograremos. Ninguno de los mandamientos están allí para que los guardemos. Todos están allí para que los quebrantemos. El resultado es que nosotros llegaríamos a conocernos. Cuando nos conozcamos diremos: “¡Oh Dios, me retiro! ¡Ahora sé qué quieres hacer conmigo!”.

¿QUE DEBO HACER?

Cuando Cristo estaba en la tierra, un israelita joven vino a El. Este hombre era una persona muy noble y refinada. El preguntó: “¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?” (Lc. 18:18). En ese día, el Señor no le dijo lo que nosotros estamos acostumbrados a oír, que si el creía en El tendría vida eterna. Al contrario, El dijo: “Los mandamientos sabes: ‘No adulteres; no mates; no hurtes; no digas falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre’” (v. 20).

Después que el joven oyó esto, el dijo confiadamente: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud” (v. 21). El Señor sabía que él no se conocía a sí mismo. El dijo: “Aún te falta una cosa”. Parecía como si estuviera diciendo: “¡Así que piensas que eres perfecto! Veamos si éste es o no es el caso”. El continuó: “Vende todo lo que tienes, y repártelo a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme” (v. 22). ¿Cómo reaccionó el joven a estas palabras? El comenzó a darse cuenta de que Dios requiere algo que nunca podría cumplir. Este punto adicional fue algo que no podía hacer. Entonces se fue tristemente. El necesitaba conocerse; necesitaba darse cuenta de que él no podía.

CON EL HOMBRE ES IMPOSIBLE

¿Qué dijo Cristo? El dijo: “¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que tienen riquezas! Porque más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios” (vs. 24-25). Aquí está el propósito por el cual Cristo confundió al joven. El quiere que comprendamos que con el hombre estas cosas son imposibles. Yo no estoy diciendo que el Señor demanda que cada uno venda sus posesiones antes que pueda ser salvo. El estaba revelando a los que se creían capaces de su verdadera situación. Dios sólo quería mostrarle al hombre que él es incapaz. La vida del hombre es una vida impotente. No hay posibilidad de que llegue a ser capaz.

Si el hombre confesase su incapacidad y se rindiera ante Dios, todo estaría bien. ¡Oh joven! ¡Oh joven regidor! ¿Por qué te fuiste con tristeza? Está correcto reconocer tu incapacidad. Pero está incorrecto irse tristemente. Lo que podrías haber dicho era:, “Señor, yo no puedo hacer esto. No tengo la manera; sálvame”. Si hubieras dicho esto todo hubiera sido diferente. El Señor no tiene como fin que te vayas sino que veas que no eres capaz.

Cuando el hombre dice: “Yo soy capaz”, Dios no puede obrar en él. Pero siempre que el hombre llega a ser incapaz, Dios llegará a ser capaz. Cuando nosotros hemos agotado nuestras fuerzas, Dios manifiesta Su poder y Su gloria.

LA HISTORIA DE LOS ISRAELITAS

Consideremos un poco más la historia de los israelitas. Después que Dios les dio la ley, los hijos de Israel aparentemente respondieron en una manera positiva. Ellos dijeron que todo lo que el Señor les ordenara, ellos lo harían (Ex. 19:8). El primer mandamiento que Dios les dio fue que no debía de haber otro dios además de El (20:3). Moisés recibió este mandamiento en la montaña. Pero aun antes que él bajara, los hijos de Israel ya se habían construido un becerro de oro, diciendo: “Este es nuestro Dios”. Ellos prometieron fácilmente que obedecerían los mandamientos de Dios. Pero Dios les mostró que eran incapaces de hacerlo. Esto sucedió a los hijos de Israel. Le pasó al joven regidor. También nos pasa a nosotros. Una y otra vez, Dios nos muestra que somos incapaces.

¿QUIEN PUEDE GUARDAR LAS LEYES DE DIOS?

Bueno, entonces, ¿quién puede guardar las leyes de Dios? Esta es la segunda pregunta crucial que tenemos que hacer. Por favor recuerden que cada mandamiento en la Biblia es un mandato irrazonable. Todos los hombres ricos tienen que vender todas sus posesiones, dar a los pobres y entonces seguir a Jesús de Nazaret. ¿Qué es esto? ¿No es esto irrazonable? Las exigencias de Cristo son tan severas; ¡toman su vida! El dice que cualquiera que ame a su madre, padre o hijos más que El no es digno de ser Su discípulo. Tampoco es digno de El el que no toma su cruz ni lo sigue (Mt. 10:37-38). ¿No es esto pedir su vida? La cláusula relacionada con llevar la cruz es así. El equivalente moderno de la cruz es llevar al criminal al lugar de ejecución con sus manos y pies atados y arrastrarlo por las calles para ridículo público. ¡Si no puede ser como ese criminal, no es digno de ser Su discípulo! ¿No está El demandando nuestra vida?

Otra vez El dice: “Ama a tus enemigos” (5:44). Perdonar es casi imposible para nosotros. Aún más, El habla de amarlos. Por tanto, tenemos que ver que todos los mandamientos de Dios son imposibles de guardar.

SOLO DIOS MISMO

Dios mismo es el único capaz. Los mandamientos de Cristo sólo pueden ser cumplidos por Cristo mismo. Ni usted ni yo podemos hacer nada. Así que, la respuesta a nuestra segunda pregunta es que sólo el Hijo de Dios puede llenar los requisitos de Dios. Ninguno de nosotros es capaz. Dios solo es capaz.

Además, cuando un hermano en el Señor me dice que no tiene esperanza, que cae tan pronto como se levanta, y que cuanto más trata más cae, me regocijo grandemente. Cuanto más llora por sus transgresiones y fallas más me río por dentro. Yo diré: “Hoy usted sabe que es un fracaso. Esto es algo para ser felicitado. Aunque debiera haber sabido esto más temprano, no es muy tarde para saberlo ahora”. No podemos obedecer la voluntad de Dios. La voluntad de Dios sólo se podrá cumplir por Dios mismo, y los mandamientos de Cristo sólo los puede cumplir Cristo mismo.

LAS BUENAS NUEVAS

Nuestro evangelio es también llamado las buenas nuevas. ¿Por qué es llamado las buenas nuevas? ¿Es porque la Biblia contiene mandamientos que tienen un nivel más elevado que las otras religiones? Si así es, entonces predicamos nuevas de discordia. En una prueba del estado físico, si el requisito fuera sólo brincar un pie todos podrían pasar fácilmente. Pero si el requisito es brincar diez pies, entonces tenemos noticias deplorables.

¿Qué es la buena nueva que Dios nos dio? Es el regalo de Su hijo a nosotros. Por Su resurrección somos levantados. Ahora El está viviendo dentro de nosotros para ser nuestra vida, para que podamos vivirle y satisfacer Sus exigencias. Estas son las buenas nuevas. ¡La buena nueva consiste en que Dios cumple Sus propios mandamientos dentro de nosotros! El evangelio no es un conjunto de qué hacer o qué no hacer. No tiene que arrastrarse por la tierra día y noche como hierba diciéndose una y otra vez que no debe pecar. Este no es una buena nueva. Es una deplorable nueva. El evangelio consiste en que Dios entra en nosotros a vivir y a obedecer por nosotros.

EL NOS HACE CAPACES

No solamente tenemos que ver que somos incapaces; ¡tenemos que darnos cuenta de que Dios es capaz! (Lc. 18:27). El joven regidor sólo vio que él era incapaz y concluyó que Dios era igual y salió tristemente. ¡Pero Dios es capaz! No piense que cuando es incapaz todo está terminado. La incapacidad del hombre es el principio de la capacidad de Dios. Esto da a Dios la oportunidad de mostrar Su poder. No es que seamos capaces, pero lo que El hace por nosotros nos hace capaces.

El significado de que Cristo es nuestra vida es esto: anteriormente el hombre vivió por su propia vida, pero la vida natural es despedida por la llegada de la vida de resurrección de Cristo. El “yo” que anteriormente vivía se ha ido, y la vida de Cristo viene a reemplazarlo. Entonces ya no soy yo el que vive. Cuando la vida interna es cambiada, el comportamiento externo no puede permanecer igual. Puesto que nuestra vida es Cristo, podemos cumplir sus mandamientos. No es el poder de Cristo lo que nos ayuda a conformarnos a Sus ordenanzas. Al contrario, la vida de Cristo reemplaza la nuestra para que podamos cumplir Sus mandamientos. Cuando Su vida dentro de nosotros está trabajando, podemos guardar Sus leyes.

EL ANTIGUO PACTO, UN FRACASO

Tenemos que considerar un pasaje cuidadosamente. Hebreos 8:8-9 dice: “Porque encontrándoles defecto dice: ‘He aquí vienen días, dice el Señor, en que concertaré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no conforme al pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en Mi pacto, y Yo me desentendí de ellos, dice el Señor’”.

¿Cómo estableció Dios Su pacto con los hijos de Israel? Lo hizo tomándolos de la mano. Fue algo externo. Las leyes fueron escritas en tablas de piedra. Eran externas. Los hijos de Israel, como resultado, no permanecieron en el pacto de Dios, y Dios no los tomó en cuenta. Los mandamientos de Dios son una cosa. Nuestra obediencia es otra. El resultado de ese experimento fue un fracaso.

EL NUEVO PACTO INTERNO

Ahora veamos el segundo pacto. Hebreos 8:10 y 11 dice: “Por lo cual, éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a Mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos”.

Ahora la ley es puesta en el hombre. Ya no es escrita en piedras, ni registrada sólo en la Biblia; es escrita en nuestros corazones. ¿Cuál es el motivo de tener la ley dentro de nosotros? Ezequiel 36:27 dice: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”. Por favor noten la expresión “haré que”. Es una palabra fuerte en el idioma hebreo. El resultado de que Dios pusiera Su Espíritu en nosotros nos hace capaces de obedecer Sus ordenanzas y andar en Sus estatutos.

Bajo el antiguo pacto, el hombre tenía que luchar para obedecer los mandamientos de Dios. Ahora el Espíritu de Dios está dentro de nosotros. El hace que nosotros obedezcamos. Hasta ahora Dios dio los mandamientos, y nosotros suministramos nuestra propia fuerza para cumplirlos. Ahora el que está al mando es Dios, pero el que suministra llega a ser Dios también. Después de la resurrección, Cristo entró en nosotros para ser nuestra vida. El resultado es que somos capacitados para cumplir los mandamientos de Dios. Esto es el evangelio. La suficiencia de Cristo ha llegado a ser nuestra capacidad. Ya que Cristo vive por nosotros, todos los problemas son resueltos.

ESTOY JUNTAMENTE CRUCIFICADO CON CRISTO

Ahora vuelvo la pregunta a ustedes. ¿Han perdido la esperanza? ¿Están todavía tratando de mejorarse y reformarse a una mejor condición? ¡Yo he abandonado completamente toda esperanza en mí mismo! Estoy crucificado en la cruz. Mi bondad lo mismo que mi maldad son terminadas. Ahora todo es Cristo. Esta es la única manera. Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí (Gá. 2:20).

¿Cree que Dios lo ha crucificado? ¿Cree que su viejo hombre ha sido hecho nulo y que Cristo está en usted? Si es así, tiene que substanciar todos estos hechos. Entonces podrá decir que de ahora en adelante Cristo vive en usted.

NO HAY NECESIDAD DE ESPERAR

Una vez fui invitado a cenar a la casa de un misionero. Nos sentamos y platicamos por un largo rato acerca de este asunto. Yo le pregunté: “¿Puedes decir que has vencido todos tus pecados?”. El contestó: “Tengo que esperar y ver si esto trabajará o no”. Lo que quería decir era lo siguiente: “Pablo dijo que él había muerto y fue resucitado. Pero yo no puedo decir lo mismo porque si yo lo digo y entonces pierdo mi temperamento, ¿qué voy a hacer? ¿No estoy todavía vivo? Por lo tanto, debo esperar algunos días para ver si trabaja o no”.

Yo le dije: “Dios te ha puesto en Su hijo; tú estás ahora muerto junto con El. Dios también te ha puesto dentro de Su resurrección para que El pueda ser tu vida interna. Lo que tienes que hacer es creer en lugar de estar esperando. ¿Crees tú en realidad? Tú no estás creyendo porque si así fuera, alabarías a Dios porque Cristo es tu vida. Ni siquiera te preocuparías si esto trabajaría o no. Dios es responsable de eso y nunca falla. Todas Sus obras consumadas llegan a ser reales cuando ejercitas tu fe. ¿Qué estás esperando? ¿Estás dudando de la Palabra de Dios?”.

CREER EN LOS HECHOS

Una vez más, es un asunto de fe. La fe siempre está relacionada con hechos consumados. Algo para el futuro no está relacionado con la fe. Tampoco es algo en esperanza. Muchos, después de oír tales mensajes, dicen que tienen fe. Pero no necesariamente significa que la poseen.

Permítanme ilustrar mi punto con una historia. Tengo dos compañeros de trabajo. Uno es un hermano con el nombre de Nee. El otro es una hermana llamada Lee. Los dos empezaron su trabajo cristiano recientemente y los dos son miopes. Con el tiempo, los dos tenían que conseguir un par de lentes. La señorita Lee fue al Señor y oró diciendo: “Señor, Tú has sanado la ceguera. ¿Puedes hacer lo mismo por mí? Es muy inconveniente para mi ir predicando por las aldeas con un par de lentes. Señor, sáname”. Ella hizo esta oración en un barco de vapor en su viaje a una aldea. Después de su oración ella supo que Dios había contestado su petición. Ella tenía la fe dentro de ella para tirar sus lentes en el río. Sus ojos entonces fueron sanados.

LA FE NO ES PARA EL FUTURO

Las noticias llegaron al señor Nee. Un día él vino a mí diciendo: “Dios sanó los ojos de la señorita Lee. Yo creo que El hará lo mismo por mi”. Yo contesté: “Tú dijiste que Dios te sanará. Esto prueba que no tienes la fe todavía. Tú no serás sanado”. El insistió, de todas maneras, que Dios obraría un milagro y que él tenía tal fe.

Dos días después él estaba en un barco de vapor. Tomó sus lentes y los tiró al agua. Un mes después lo vi, y me dijo que sus ojos no habían mejorado nada. Parecía como si Dios no lo hubiera sanado todavía. Yo dije: “Si eres sabio, gastarás doce dolares para comprar otro par de lentes”. El dijo que él iba a predicar en Ku-Tien y que volvería en cuatro meses. El tenía la fe que para entonces el Señor le hubiera sanado. Yo dije: “Si tú piensas que de aquí a cuatro meses Dios te sanará, estás poniendo tu fe en el futuro. Esto no es una fe genuina”.

LA FE APROPIADA

¿Lo ven ahora? La señorita Lee tenía la fe genuina. Ella dijo: “Señor, te doy gracias porque ya no soy miope. Por esta razón tiro mis lentes”. Pero el señor Nee dijo: “Cuando yo tire mis lentes seré sanado”. Ella creyó que Dios ya había consumado su sanidad. Esto es lo que la verdadera fe demanda. Es una fe que cree que Dios ha logrado y cumplido toda Su voluntad.

El mismo principio aplica a nuestra salvación y el vivir una vida victoriosa. No esperamos que Dios nos salve. Tengo miedo de que algunos mantendrán esa esperanza aun después de que lleguen al infierno. Tampoco estamos esperando que la victoria venga en otros dos días. Lo que deberíamos decir es: “Señor, te doy gracias. Mis pecados están perdonados. Gracias, Señor, que ya no vivo yo, sino que Tú vives en mí”. Tenemos que creer en lo que es y en lo que ha sido. Cuando hagamos esto seremos salvos.

RECIBIDO POR LA FE

Hay otro pasaje en la Biblia en cuanto a la fe. Marcos 11:24 se debe leer con cuidado: “Por tanto, os digo que todas las cosas por las que oiréis y pidáis, creed que las habéis recibido, y las obtendréis”.

La palabra crucial en este versículo es “recibido”. Yo he subrayado esta palabra en mi Biblia. “Creed que las habéis recibido y las obtendréis”. La primera cláusula está en tiempo pasado, mientras que la segunda está en el futuro. La Biblia da sólo esta clase de fe. Es una fe que cree en haber recibido, no una que espera recibir. Solo el recibir que es por la fe es el verdadero recibir. Si uno no recibe por fe, en realidad no recibe.

Algunas veces mis compañeros de trabajo o yo ungimos a los enfermos con aceite y oramos por ellos. A menudo le pregunto al enfermo: “¿Ya contestó Dios tus oraciones?”. Aquellos que tienen fe dicen: “Sí, Dios ya contestó mis oraciones. Mi enfermedad se fue”. Esta clase de paciente puede todavía tener una alta fiebre y no se ve tan positivo, pero con el tiempo se pone bien. Hay otros que dicen, “Dios me sanará”, o “Seré sanado”. Tenemos que orar otra vez por estos porque no detectamos fe en ellos. Lo que ellos tienen no es fe, sino solamente esperanza. Esperar ser sanado y creer que uno está sanado es muy diferente. Aquellos que creen que ellos han recibido recibirán.

VICTORIA

Lo mismo es cierto con la vida victoriosa si usted cree que ya es victorioso, entonces experimenta victoria tras victoria. Pero si pone la esperanza en el futuro, puede solamente experimentar victoria en el futuro. El tiempo pasado ocupa una posición vital en nuestras oraciones. Es lo que tengo, y no lo que quiero. Querer algo es señal de incredulidad. La palabra querer a menudo obstaculiza nuestras oraciones de ser contestadas. La palabra del Señor es clara: El que cree que ha recibido recibirá.