Watchman Nee Libro Book cap.13 La autoridad y la sumisión
LA BASE DE LA AUTORIDAD DELEGADA: LA REVELACIÓN
CAPÍTULO TRECE
LA BASE DE LA AUTORIDAD DELEGADA:
LA REVELACIÓN
Lectura bíblica: Éxodo. 3: 1-12; Números. 12: 1-5
En el Antiguo Testamento el principal representante de la autoridad delegada por Dios fue Moisés. De él podemos aprender muchas lecciones. Pongamos a un lado el aspecto general y el quebrantamiento que experimentó. Prestemos atención a la descripción de su reacción cuando fue agraviado, menospreciado y rechazado. Moisés fue rechazado muchas veces y cada vez que esto sucedía, él reaccionaba de una manera apropiada.
Antes de que Moisés fuera elegido por Dios como autoridad, mató a un egipcio que golpeaba a un israelita, alguien de su misma raza. Después reprendió a dos hebreos que estaban peleando, pero uno de ellos le respondió: “¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?” (Éxodo. 2: 14). En ese entonces Moisés no había aprendido la lección, y no conocía el significado de la cruz ni de la resurrección; él actuaba simplemente por su esfuerzo carnal. Como resultado, no pasó la prueba, pues él mató a una persona y regañó a otras mostrándose muy fuerte, aunque internamente era débil. Cuando fue probado tuvo temor y huyó al desierto de los madianitas, donde permaneció cuarenta años. Allí aprendió las lecciones (versículos. 11-22). Después de pasar por muchas pruebas, Dios le mostró la visión de la zarza ardiente, la cual parecía estar ardiendo, pero no se consumía; el fuego no la quemaba. Dios le mostró esta revelación, lo llamó y lo estableció como autoridad. Después de ese adiestramiento y de ese llamado, pudo Moisés ser apto para ser líder. Cuando llegó a ser líder, experimentó el rechazo de otros reiteradas veces. En una ocasión sus hermanos Aarón y María murmuraron contra él, lo rechazaron y lo censuraron como autoridad delegada. Veamos cómo respondió Moisés.
LA REACCIÓN DE LA AUTORIDAD DELEGADA FRENTE AL RECHAZO
No presta atención a las murmuraciones
Según Números 12: 1-2, Moisés se casó con una mujer cusita, debido a lo cual Aarón y María hablaron en contra de él. En este pasaje vemos la gran pérdida espiritual que ellos sufrieron como consecuencia de haber murmurado contra la autoridad delegada, y también la reacción de Moisés como autoridad delegada. En realidad, Aarón y María desafiaron a Moisés diciendo: “¿Será posible que sólo tú, que te casaste con una mujer cusita, puedas hablar por Dios? ¿No podemos nosotros hacer lo mismo? Tú, siendo un descendiente de Sem, te casaste con un descendiente de Cam. ¿Podrá una persona como tú hablar por Dios? ¿Será posible que nosotros que nunca nos hemos mezclado con la descendencia de Cam seamos privados de ser portavoces de Dios?” Es muy probable que hayan discutido con su cuñada, pero el verdadero problema era que ellos estaban atacando a Moisés, quien era la autoridad delegada. El versículo 2 dice: “Y Jehová lo oyó”. No dice que Moisés lo oyó, ya que él no era afectado por las palabras del hombre ni prestaba atención a las murmuraciones del hombre. Era un hombre que trascendía sobre estas cosas, un hombre de autoridad. Toda oposición, murmuración y rebelión estaban bajo sus pies. El dejaba que Dios fuera el que escuchara tales palabras, pero él mismo no les prestaba oído.
Los que desean ser ministros de la palabra de Dios, los que desean hablar por Dios y aspiran a algún liderazgo entre los hermanos y hermanas, deben aprender a no prestar atención a las palabras de murmuración. Debemos permitir que sea Dios quien escuche todas esas palabras, y dejar el asunto en Sus manos. No debemos prestar atención a las críticas ni a las murmuraciones. Quienes averiguan lo que otros dicen de ellos y luego se enojan, se sienten indignados o se vindican, no son aptos para ser una autoridad delegada. Los que son afectados por las murmuraciones o se dejan abrumar por las palabras proferidas contra ellos, no pueden ser una autoridad delegada. Moisés era una persona que no permitía que tales palabras lo afectaran.
No se vindica
Moisés no trató de vindicarse cuando murmuraron de él, ya que toda vindicación y toda reacción deben provenir de Dios y no del hombre. Los que procuran vindicarse no conocen a Dios. Ningún hombre que haya vivido sobre la tierra tiene más autoridad que Cristo; pero cuando El estuvo en la tierra, nunca se vindicó. El es la única persona que jamás hizo tal cosa. La autoridad y la vindicación son incompatibles. Por consiguiente, cada vez que tratamos de vindicarnos delante de aquellos que nos critican estamos diciéndoles que ellos están por encima de nosotros. Si uno se vindica, se pone bajo el juicio de los opositores. Quienes se vindican no tienen ninguna autoridad. Cada vez que una persona se trata de vindicar, pierde autoridad. Dios nos delegó su autoridad a nosotros, pero si nos vindicamos ante los hombres, perdemos la autoridad, porque les estamos rogando que sean nuestro juez.
Pablo era una autoridad delegada para los corintios; sin embargo les dijo: “Yo en muy poco tengo el ser examinado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aún yo me examino a mí mismo” (1ª Corintios. 4: 3). La vindicación solamente debe venir de Dios. Debemos pasarle al Señor todas las palabras de murmuración y de crítica. Cuando la murmuración del hombre se intensifique, Dios actuará. Pero si nos vindicamos, estamos permitiendo que ellos sean nuestros jueces. Si tratamos de que alguien nos entienda, caemos a los pies de esa persona. Por consiguiente, jamás debemos vindicarnos ni buscar la comprensión de nadie.
Lleno de mansedumbre
Vemos en Números 12: 2 que Dios escuchó las palabras de murmuración, y en el versículo 4 actuó. Pero hay un paréntesis en el versículo 3: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra”. Esto es lo que encontramos en una autoridad delegada por Dios. ¿Por qué no hizo caso Moisés a las palabras de murmuración? Tal vez Moisés pensó que él estaba en verdad equivocado; así que no había razón para discutir con ellos. Dios no puede escoger como autoridad a una persona obstinada; tampoco puede escoger a un hombre conflictivo para que sea Su autoridad delegada. Las autoridades que Dios establece en la iglesia son personas mansas y que pasan inadvertidas. Dios no escoge personas con gran carisma para que sean Su autoridad, sino a aquellos cuya mansedumbre excede a la de todos los hombres que hay sobre la tierra. En otras palabras, ellos son tan mansos como Dios.
La autoridad delegada no puede desarrollar su propia autoridad. Cuanto más trata una persona de establecer su autoridad menos apta es para ser autoridad. Dado que la autoridad proviene de Dios, la vindicación sólo debe venir de Dios. Debemos orar para que no nos encontremos con muchas personas duras. No nos equivoquemos al pensar que una persona severa y capaz sería una buena autoridad delegada. Debemos ver claramente que sólo una persona como Pablo, cuya presencia física reflejaba fragilidad, puede ser una autoridad. El Señor dijo que Su reino no era de este mundo; por lo tanto, Sus servidores no debían luchar (Jn. 18:36). El reino de Dios no se establece por la fuerza; así que, la autoridad establecida por la fuerza no proviene de Dios.
Recordemos que Moisés era más manso que todos los hombres que había sobre la tierra. Esta fue la razón por la cual pudo ser una autoridad delegada. Si se nos pidiera que hiciéramos una lista de las características de una autoridad delegada, yo creo que casi todos enumeraríamos cualidades como: una buena apariencia física, mucho carisma, poder o por lo menos un porte imponente. El pensamiento humano acerca de cómo debe ser una autoridad es que debe ser competente, imponente, poderosa, acertada y elocuente. Pero tales rasgos no describen la autoridad, sino la carne. A ninguna otra persona en el Antiguo Testamento se le delegó tanta autoridad como a Moisés; sin embargo, él era una persona muy mansa. Antes de salir de Egipto, era violento; mató a un egipcio, y reprendió a dos hebreos. El trataba a los demás por medios carnales; por eso, Dios no lo usó como Su autoridad delegada en ese entonces. Sólo después de que Dios lo pasó por las pruebas y el quebrantamiento, llegó a ser más manso que todos los hombres que había sobre la tierra, y sólo después de esto, le pudo entregar la autoridad. Cuanto menos una persona parece ser una autoridad, más siente que lo es, y cuanto más piense que es autoridad, menos parece serlo.
LA REVELACIÓN ES LA BASE DE LA AUTORIDAD
Números 12: 4 dice: “Luego dijo Jehová a Moisés, a Aarón y a María: Salid vosotros tres al tabernáculo de reunión”. El Señor habló de una manera inesperada. Aarón y María habían criticado a Moisés muchas veces, pero de repente el Señor los llamó al tabernáculo de reunión. Muchas personas critican con facilidad y actúan en contra de la autoridad gratuitamente. Hablan en contra de otros de una manera descuidada debido a que viven en su propia tienda lejos del tabernáculo de reunión. Cuando uno permanece en su propia tienda, es fácil que critique; pero una vez que entra en el tabernáculo de reunión, comprende las cosas. Los tres vinieron al tabernáculo de reunión, y Jehová dijo a Aarón y a María: “Oíd ahora mis palabras” (versículo. 6). Ellos inicialmente se quejaron de que Dios hablara solamente por medio de Moisés, mas ahora Dios los llama para que escuchen Sus palabras directamente. Esto nos muestra que ellos nunca habían escuchado la palabra de Dios y que no sabían lo que era oír a Dios mismo. Aquel día Dios les habló por primera vez, pero las palabras que El expresó fueron palabras de reproche y no de revelación. Tales palabras no manifestaron la gloria de Dios, sino que trajeron juicio sobre las acciones de ellos. El dijo: “Oíd ahora mis palabras”. Esta expresión puede significar: “Yo no os dije nada antes, pero ahora os voy a hablar”. También pueden dar a entender: “Vosotros habéis hablado por tanto tiempo, pero ahora me corresponde a Mí hablar”. Una persona que habla demasiado no puede escuchar la palabra de Dios; sólo una persona mansa puede escuchar Sus palabras. Moisés era manso, y no hablaba mucho. El podía seguir cualquier dirección que Dios le indicara; podía ir hacia adelante o hacia atrás. Pero Aarón y María eran obstinados.
Después de esto, dijo Dios: “Cuando haya entre vosotros profeta… ” (versículo. 6b), lo cual parece dar a entender que no había certeza si había profeta entre ellos. Parece como si a Dios se le hubiera olvidado algo. Pero lo que El dijo era que si había por lo menos un profeta, El hablaría a éste por medio de una visión o un sueño (versículo. 6c). Pero a Moisés, Dios le hablaba cara a cara, claramente y no por medio de figuras (versículo. 8). De esta manera Dios vindicó a Moisés. El hablaba a Moisés por medio de revelación y de luz, las cuales eran muy claras. Moisés no se defendió y permitió que Dios lo vindicara. Toda persona que es enviada en nombre del Señor a hablar a los hijos de Dios, posee algún grado de autoridad. Así que, espero que no tratemos de vindicarnos. Sólo a Moisés se le concedió recibir la revelación, mas no fue ése el caso con Aarón ni con María. El que hablaba con Dios cara a cara era la autoridad delegada. Por lo tanto, Dios establece Su autoridad de acuerdo con Su elección; este asunto le pertenece a Dios, y el hombre no puede intervenir. Tampoco se puede anular una autoridad por medio de la murmuración. Sólo Dios puede establecer a Moisés como autoridad y sólo Dios puede quitarle la autoridad; por consiguiente, el asunto de que una persona sea una autoridad delegada o no lo sea pertenece a Dios, y el hombre no puede cuestionarlo. El hombre no pudo anular la autoridad que tenía Moisés por medio de sus murmuraciones ya que el valor del hombre delante de Dios no se basa en la evaluación que otros tengan de él ni en su propia evaluación. El valor de un hombre delante del Señor se basa en la revelación. La revelación es la medida de la evaluación de Dios. El establece una autoridad basado en la revelación que la persona tiene de El y la evalúa según esa revelación. Cuando el Señor desecha a una persona, ésta pierde toda revelación, y Dios no le hablará más. Dios dijo que Moisés era Su siervo y que hablaba con él cara a cara. Si Dios nos concede revelación, todo estará bien; de lo contrario, nada funcionará. Puesto que Aarón y María se quejaron, parecía que Dios les preguntase: “¿Cuánta revelación tenéis? Toda mi revelación la tiene Moisés”.
A fin de ser una autoridad, debemos examinar lo que somos delante de Dios. Cuando nos disponemos para la obra, debemos ver que la prueba no es evaluada por Aarón ni por María sino por Dios. Si Dios nos concede revelación, nos habla claramente acerca de El, y tenemos una comunión cara a cara con El, nadie nos podrá derrocar. Pero si no tenemos un camino claro delante de nosotros, y los cielos no están abiertos a nosotros, todo será en vano, aunque todas las puertas en la tierra estén abiertas para nosotros. Si el cielo se abre delante de nosotros, tendremos el respaldo de Dios; tendremos la prueba de que somos Sus hijos. Cuando el Señor fue bautizado, los cielos se abrieron (Mateo. 3: 16). Recordemos que el bautismo representa la muerte; así que, cuando él Señor fue crucificado, entró en la muerte y fue sepultado. Por lo tanto, podemos decir que cuando las tinieblas son densas, cuando el dolor es muy grande y cuando todas las puertas se cierran, los cielos se abren. La revelación es la base de la autoridad; por lo cual debemos aprender a no defendernos ni vindicarnos. No debemos ser como Aarón ni como María, que reclamaban autoridad, pues esto pondrá en evidencia el hecho de que uno está en la carne y en tinieblas. Además mostrará que uno no vio nada en el monte.
EL SIERVO DE DIOS
En Números 12: 7, Dios dice: “Mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa”. Este versículo es citado en el Nuevo Testamento, en el libro de Hebreos, donde se nos muestra a Moisés, como un tipo de Cristo el Hijo de Dios, quien fue fiel en toda la casa de Dios (3: 2). Parece que Dios les estuviera diciendo a Aarón y a María: “Tal vez Moisés no haya sido fiel en vuestra casa por haberse casado con una mujer cusita, pero él sirve a mi pueblo y es fiel en toda mi casa. Vosotros hablasteis en contra de él porque su esposa tal vez no sea una buena cuñada en vuestra casa, pero él es Mi siervo. ¿Por qué no tuvisteis temor de hablar contra Mi siervo Moisés?”
Dios llamó a Moisés Su siervo. Ser siervo de Dios significa pertenecerle a El. Yo soy la herencia de Dios, y El me compró. Si llego a perderme, será una pérdida para Dios, y no para mí. Los que tienen siervos pierden su propiedad cuando sus siervos se pierden. Moisés era siervo de Dios, es decir, era propiedad Suya; por lo tanto, cuando alguien hablaba en contra de Su siervo, Dios tenía que intervenir y defenderlo. No tenemos que defendernos a nosotros mismos, y no necesitamos establecer nuestra propia autoridad, ya que esto es asunto de Dios. Si yo soy Su siervo, cuando alguien habla contra mí, El intervendrá. Si Dios no interviene, ¿de qué servirá defenderme? ¿De qué me servirá establecer mi autoridad? Si es Dios quien me delega Su autoridad, no tengo que hacer nada para establecerme como autoridad; sólo debo permitir que la revelación me vindique. Si otros tienen la revelación y la provisión, esto demuestra que Dios no me ha establecido a mí. Pero si Dios me establece a mí, quitará la revelación de otros para vindicarme a mí. Si uno es una autoridad delegada y otros ponen eso en tela de juicio, ellos estarán discutiendo con Dios. Si ellos tienen vida en ellos, experimentarán que los cielos se cierran y tendrán que ceder y reconocer la autoridad que hay en uno.
Espero que nadie se levante para reclamar su autoridad. Debemos permitir que el tiempo y la revelación nos vindique, debido a que la revelación es la mejor vindicación. Supongamos que uno dice que Dios lo escogió y que posee revelación y autoridad; si otros se oponen y se rebelan contra uno, y si acuden a Dios y también reciben revelación, significa que Dios no lo respalda a uno. En ese caso será inútil tratar de vindicarse. Si somos fieles en toda la casa de Dios, si ponemos todo lo que debemos poner en ella y si vemos que Dios quita Su revelación a otros, significa que Dios nos escogió a nosotros como autoridad. La autoridad está en las manos de Dios y no depende de uno. El mayor problema de hoy es el yo. Pero si uno entiende el significado de la autoridad y los caminos de Dios, entenderá que, como hemos dicho reiteradas veces, cuando otros discutan con uno, ellos estarán discutiendo con Dios puesto que uno le pertenece a Dios. Cuando otros lo atacan a uno, Dios les cerrará los cielos, y ellos no tendrán otra alternativa que arrepentirse y reconocer que uno es la autoridad de Dios. Por lo tanto, no necesitamos establecer nuestra autoridad, ya que todo depende de la vindicación que proviene de Dios. Si Dios quita Su revelación a otros, ello indicará que El lo escogió a uno para que sea Su autoridad delegada.
NO GUARDA RENCOR
Al final del versículo 8 Dios dijo: “¿Por qué pues no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” Dios sabe que existen algunas cosas a las cuales debemos temer. El es Dios y, por eso, conoce el significado del amor, la luz, la gloria y la santidad. Inclusive conoce el significado del temor porque preguntó a Aarón y a María: “¿Por qué no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” Aunque Dios no teme nada, les dijo a Aarón y a María que hablar contra Moisés era una cosa a la cual debían temer. Para Dios, ése era un asunto que se debía temer. A menos que ellos estuvieran en tinieblas, en ignorancia y en una insensibilidad total, ellos debían temer. En ese momento, Dios se detuvo y no ejecutó Su juicio todavía; sin embargo partió pues Su ira se encendió contra ellos (versículo. 9).
Dios se esfuerza por mantener Su autoridad. Permítanme repetir esto seriamente: Dios respalda Su propia autoridad; El no apoya la autoridad de Moisés. Podemos decir con todo respeto que cuando un siervo de Dios comete un error, ese asunto le corresponde exclusivamente a Dios. Por eso Dios no dijo: “Habéis hablado contra la autoridad de Moisés”, sino: “contra mi siervo Moisés”. En este caso, el siervo de Dios era Moisés, pero si hubiera sido otra persona habría pasado lo mismo; pudo haber sido “Mi siervo Fulano”. Dios defendió Su autoridad y no la de Moisés. Dios no permitirá que nadie infrinja Su autoridad. Tan pronto como el hombre se rebela contra Su autoridad, El se alejará airado.
Cuando Dios se alejó, la nube se apartó del tabernáculo (versículo. 10). La nube representa la presencia de Dios. Así que, si la nube se alejó, significa que la presencia de Dios se fue. Cuando la nube avanzaba, Dios avanzaba y el tabernáculo también avanzaba. Pero esta vez cuando la nube se movió, María quedó leprosa. En la tipología, cuando la nube se movía, los israelitas reanudaban el viaje, pero aquel día, no pudieron continuar la marcha debido a que la rebelión se había manifestado. Cuando Aarón vio esto, tuvo temor porque él había participado en esa rebelión. Debido a que María había tomado la iniciativa en esta rebelión, ella fue la que quedó leprosa.
Moisés guardó silencio, debido a que el tabernáculo no trajo ninguna revelación. El había aprendido su lección. Aunque era elocuente, mantuvo su boca cerrada y habló cuando Aarón le rogó que los perdonara. Aquellos que no han aprendido a refrenar su corazón ni su lengua, no son aptos para ser la autoridad. Quienes ejercen la autoridad de Dios, la tendrán tanto en el corazón como también en la lengua. Cuando Aarón le suplicó a Moisés que intercediera, éste clamó a Jehová. Pero hasta ese momento, Moisés era un espectador, y de él no salió ninguna murmuración ni reproche ni crítica. Cuando Aarón le rogó que intercediera, él oró. Aquí vemos la cruz, pues vemos que Moisés era una persona que no guardaba ningún rencor. Cuando vio a María leprosa y a Aarón rogando con temor, inmediatamente clamó a Dios. Moisés no dijo: “Está bien, como un favor, voy a tratar de pedirle a Dios que los perdone” ¡No! Por el contrario, Moisés clamó a Dios de inmediato y no les guardó rencor, ni mantuvo ningún pensamiento de justificación ni de retribución. Cuando el propósito de Dios se llevó a cabo, Moisés olvidó todo lo demás. Así que, la autoridad tiene el propósito de ejecutar las órdenes de Dios, y no de exaltar a nadie. La autoridad delegada debe traer la presencia de Dios y no su propia presencia, a los hijos de Dios. Nuestra meta es traer al hombre a la autoridad de Dios y no a la nuestra. Por consiguiente, no tiene importancia si nosotros somos rechazados. En el versículo 13 Moisés oró así: “Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora”. He aquí un hombre que era apto para ser una autoridad debido a que no albergaba ningún rencor. Que Dios nos libre de nuestros sentimientos personales; ya que cuando el hombre se enreda en sus propios sentimientos, los intereses de Dios son afectados y restringe a Dios.
Moisés no se alegró por el sufrimiento de Aarón y de María; al contrario, él le pidió a Dios que tuviera misericordia y oró para que María fuera sana. Si Moisés no hubiese tenido misericordia ni hubiese manifestado gracia, habría podido decirle a Aarón: “Ya que dijiste que Dios puede hablar también a través de ti, ¿por qué no oras a Dios tú?” O pudo decirle a Dios: “Si Tú no me vindicas, renunciaré”. Parece como si Dios le hubiera dado una oportunidad a Moisés para que se vindicara, pero Moisés no la buscó; ella vino sola. Moisés pudo haber dicho: “Si Dios no hubiese dicho nada, yo tampoco habría podido actuar, pero ahora que El intervino puedo aprovechar esta oportunidad para vindicarme”. El no tomó ninguna oportunidad para vindicarse ni defenderse. El pudo haber dicho: “Mi hermano y mi hermana me están criticando, si Tú no haces nada por mí, yo renunciaré”. Al hombre le es fácil aprovechar el momento en el cual Dios lo respalde, para vindicarse y vengarse. Pero Moisés no se justificó, ni se aprovechó de la oportunidad para defenderse cuando Dios lo vindicó. Moisés no guardó rencor, pues era una persona que no vivía centrado en su yo. Tales críticas eran muy pequeñas para él, pues su carne había sido completamente anulada. El no se vengó, sino que clamó a Dios que sanara a María. Es como cuando Cristo oró en la cruz por sus perseguidores (Lucas. 23: 34). Algunas personas piensan que es fácil ser una autoridad delegada por Dios, pero no lo es; pues tal persona debe estar completamente vacía de sí misma a fin de llegar a ser una autoridad delegada.
Moisés fue verdaderamente un tipo del Hijo de Dios; pues pudo actuar como una autoridad que representaba fielmente a Dios. El no fue provocado en su carne ni se protegió ni se vindicó. Tampoco se vengó de quienes lo atacaron. Esa es la razón por la cual la autoridad de Dios pudo fluir por medio de él sin obstáculos. Podemos decir que en verdad él fue un hombre que se había encontrado con la autoridad de Dios. Ni su carne ni su hombre natural ni su yo se manifestaron; en consecuencia, era apto para ser la autoridad delegada por Dios.