Watchman Nee Libro Book cap.12 Mensaje para edificar a los creyentes nuevos
LAS REUNIONES
CAPÍTULO DOCE
LAS REUNIONES
Lectura bíblica: He. 10:25; Mt. 18:20; Hch. 2:42; 1 Co. 14:23, 26
I. LA GRACIA CORPORATIVA
SE ENCUENTRA EN LAS REUNIONES
La Palabra de Dios dice: “No dejando de congregarnos” (He. 10:25). ¿Por qué no debemos dejar de congregarnos? Porque cuando estamos reunidos, Dios nos imparte Su gracia. La gracia que Dios imparte al hombre puede dividirse en dos categorías: una personal y la otra corporativa. Él no sólo nos concede gracia personal, sino también gracia corporativa, y esta gracia corporativa sólo se encuentra en la asamblea o reunión.
Previamente hemos hablado sobre la oración. Uno puede orar individualmente en su casa y, sin duda alguna, Dios escucha tales oraciones. Dios sí escucha oraciones individuales. Sin embargo, hay otra clase de oración. Para que estas oraciones reciban respuesta, deben ofrecerse en las reuniones y deben responder al principio de que sean dos o tres personas las que se reúnen juntas a orar en el nombre del Señor. Si un individuo intenta hacer esto por sí mismo, no obtendrá respuesta alguna. Son muchos los asuntos importantes que deben ser presentados en oración en las reuniones para que Dios responda al respecto. Tales asuntos tienen que ser presentados en las reuniones de oración para que lleguen a concretarse. La gracia corporativa de Dios llega al hombre solamente mediante tales reuniones. Uno puede pensar que la oración individual por ciertos asuntos es suficiente y que uno por sí solo puede hallar la misericordia de Dios; sin embargo, la experiencia nos dice que no es así. A menos que se reúnan dos o tres, o todos los hermanos y hermanas para orar, Dios no responderá a tales peticiones. Por tanto, podemos distinguir dos clases de respuestas a las oraciones: una es la respuesta a las oraciones individuales y la otra es la respuesta a las oraciones de la asamblea. Si no nos reunimos a orar con los demás, algunas de nuestras oraciones no recibirán respuesta.
También hemos hablado sobre cómo leer la Biblia. Por supuesto que Dios nos concede Su gracia individualmente cuando leemos la Biblia. Sin embargo, algunos pasajes de la Biblia no pueden ser comprendidos por una sola persona. Dios concede Su luz a la asamblea, cuando todos están reunidos. En tales reuniones es posible que algunos hermanos sean guiados a interpretar un determinado pasaje bíblico. Quizás hasta entonces no se haya hablado sobre este pasaje en particular, pero el hecho de que la asamblea se halle reunida le da a Dios la oportunidad de iluminarlos con Su luz. Son muchos los hermanos y hermanas que pueden dar testimonio de que logran entender mejor la palabra de Dios cuando se encuentran reunidos que cuando la estudian individualmente. Son muchas las veces que estando reunidos Dios nos abre cierta porción de Su Palabra por medio de otra porción, de tal manera que mientras una persona habla de un pasaje, la luz brilla en otro pasaje, y de esta manera habrá más luz y recibiremos la gracia en forma corporativa.
Si no nos reunimos con los demás, lo más que podemos obtener es una porción individual de gracia, nos perderemos una gran parte de la gracia corporativa, la cual Dios concede únicamente a aquellos congregados en las reuniones. Si no nos reunimos con otros, no recibiremos esta gracia. Es por esta razón que la Biblia nos exhorta a no dejar de congregarnos.
II. LA IGLESIA Y LAS REUNIONES
Una característica notable de la iglesia es que ella se reúne. El cristiano jamás podrá sustituir las reuniones con sus esfuerzos autodidactos. Dios tiene la gracia corporativa reservada exclusivamente para las reuniones, así que si no nos reunimos con los demás, no recibiremos esa porción.
En el Antiguo Testamento, Dios ordenó a los israelitas que se reunieran. A esa reunión la Biblia llama lacongregación. Esta palabra implica que ellos eran personas que debían reunirse. En el Nuevo Testamento la revelación es aún más clara. Allí consta claramente el mandamiento “no dejando de congregarnos”. A Dios no le interesa que los individuos aprendan por sí mismos, sino que Él quiere que nos congreguemos para que podamos recibir la gracia corporativa. Ninguno que deja de congregarse podrá recibir más de Su gracia corporativa. Es una necedad dejar de congregarse. Un hombre debe reunirse, tiene que congregarse con los demás hijos de Dios a fin de recibir la gracia corporativa.
La Biblia proporciona mandamientos y ejemplos claros acerca de aquellas personas que se reunían. Cuando el Señor estuvo en la tierra, Él se reunía con Sus discípulos en el monte (Mt. 5:1), en el desierto (Mr. 6:32-34), en las casas (2:1-2) y a la orilla del mar (4:1). En la víspera de Su crucifixión, Él pidió prestado un salón grande en un aposento alto para reunirse con Sus discípulos (14:15-17); y después de Su resurrección, se apareció en el lugar donde ellos estaban reunidos (Jn. 20:19, 26; Hch. 1:4). Antes de Pentecostés, los discípulos se habían reunido para orar en unanimidad (v. 14) y cuando llegó el día de Pentecostés también estaban reunidos (2:1). Vemos que después de ese acontecimiento, todos ellos perseveraron en la enseñanza y en la comunión de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones. Poco tiempo después fueron perseguidos y tuvieron que regresar a sus propios lugares; aun así continuaron con la práctica de reunirse (4:23-31). Pedro, después de haber sido puesto en libertad, se dirigió a la casa donde se congregaban los discípulos (12:12); y en 1 Corintios 14 leemos que “toda la iglesia” se reunía en un solo lugar (v. 23). Toda la iglesia era la que se reunía, nadie que sea parte de la iglesia está exento de reunirse con ella.
¿Qué significa la palabra iglesia? Iglesia es la traducción de la palabra griega ekklesia:ek significa “salir” y klesia significa “congregarse o reunirse”, o sea, ekklesia significa la reunión de aquellos que han sido llamados a salir. Dios no solamente está en procura de algunos individuos que han sido llamados a salir, sino que Él desea que se reúnan aquellos que han sido llamados a salir. Si aquellos que han sido llamados a salir se mantuvieran separados unos de otros, no habría iglesia, ni se produciría la iglesia.
A partir del momento en que creímos en el Señor Jesús, tenemos que congregarnos con otros hijos de Dios. Esta es una necesidad básica que tenemos que atender. No piensen que podemos ser cristianos autodidactos. Tenemos que erradicar este pensamiento de nuestras mentes. El cristianismo no tiene los “cristianos autodidactos”, sólo tiene la congregación de toda la iglesia. No vayan a creer que podemos ser cristianos simplemente por el hecho de que oramos y leemos la Biblia a solas en nuestras casas. El cristianismo no está edificado sobre la base de individuos solamente, sino que también se basa en el hecho de que nos congregamos.
III. LAS FUNCIONES DEL CUERPO
SE MANIFIESTAN EN LAS REUNIONES
En 1 Corintios 12 se habla del Cuerpo, y en el capítulo 14 de las reuniones. Ambos capítulos hablan de los dones del Espíritu Santo; pero el capítulo 12 habla de los dones en el Cuerpo, mientras que el 14, de los dones en la iglesia. De acuerdo con estos dos capítulos, tal parece que los miembros del Cuerpo desempeñan sus funciones en mutualidad durante las reuniones. Si leemos estos dos capítulos juntos, veremos claramente que el capítulo 12 nos muestra el Cuerpo mientras que el 14 nos muestra el Cuerpo en pleno ejercicio de sus funciones. Uno nos habla del Cuerpo, y el otro de las reuniones. Uno nos habla de los dones en el contexto del Cuerpo, mientras que el otro nos habla de los dones en el contexto de las reuniones de la iglesia. La función que ejerce el Cuerpo se lleva a cabo específicamente en las reuniones. La ayuda mutua, la influencia mutua y el cuidado mutuo de los miembros (por ejemplo, los ojos ayudan a las piernas, las orejas a las manos y las manos a la boca) se manifiestan mucho más claramente en las reuniones. Es por medio de las reuniones que recibimos respuestas a muchas de nuestras oraciones. Muchas veces, no recibimos ninguna luz cuando la procuramos individualmente; pero al acudir a las reuniones, recibimos la luz que carecíamos. Aquello que individualmente conseguimos ver como fruto de nuestra propia búsqueda personal, jamás podrá compararse con lo que conseguimos ver en las reuniones, pues todos los ministerios establecidos por Dios operan por medio de las reuniones y son para el beneficio de las mismas. Si una persona rara vez se reúne con otras tendrá menos probabilidades de conocer y experimentar el Cuerpo en el ejercicio de sus funciones.
Además de ser el Cuerpo de Cristo, la iglesia también es la morada de Dios. En el Antiguo Testamento la luz de Dios se hallaba en el Lugar Santísimo mientras que la luz del sol iluminaba el atrio, y el candelero que contenía aceite de oliva delante del velo ardía en el Lugar Santo. En el Lugar Santísimo no había luz natural ni artificial, sino la luz de Dios. El Lugar Santísimo es la morada de Dios, y donde mora Dios allí está Su luz. Asimismo, en nuestros días, cuando la iglesia se reúne como la morada de Dios nosotros disfrutamos de la luz de Dios. Cuando la iglesia se congrega, Dios manifiesta Su luz. No sabemos por qué es así. Lo único que podemos decir es que este es uno de los resultados que se obtiene cuando los miembros ejercen sus respectivas funciones en mutualidad. El hecho de que los miembros del Cuerpo ejerzan sus respectivas funciones en mutualidad permite que la luz de Dios sea manifestada a través del Cuerpo.
Dice Deuteronomio 32:30: “¿Cómo podría perseguir uno a mil, y dos hacer huir a diez mil, si su Roca no los hubiese vendido, y Jehová no los hubiera entregado?”. Si uno persigue a mil, ¿cómo pueden dos hacer huir a diez mil? Esto es extraño. Aunque no sabemos cómo sucede eso, no obstante, sabemos que es un hecho. Según el hombre, si uno puede perseguir a mil, dos podrán perseguir a dos mil. Pero Dios dice que dos pueden perseguir a diez mil, es decir, ocho mil más de lo que el hombre preveía. Dos individuos por separado, cada uno puede perseguir a mil, pero si los juntamos, debieran poder perseguir sólo a dos mil. Aquí vemos a los miembros en el ejercicio de sus funciones en mutualidad, ellos juntos persiguen a diez mil, que son ocho mil más de los que perseguirían si lo hubiesen hecho individualmente. Una persona que no conoce el Cuerpo de Cristo, ni le interesa reunirse, perderá ocho mil. Por tanto, necesitamos aprender a recibir la gracia corporativa. No debemos pensar que la gracia personal es suficiente. Reitero, lo que caracteriza a los cristianos es que ellos se reúnen. El creyente jamás puede sustituir las reuniones con aquello que ha aprendido autodidácticamente. Tenemos que tener esto bien claro y darle la debida importancia.
El Señor nos promete Su presencia en dos formas. La primera aparece en Mateo 28 y la otra en Mateo 18. En Mateo 28:20 el Señor dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. Podemos decir que aquí se halla claramente implícita Su presencia en forma individual. En cambio, en Mateo 18:20 el Señor dijo: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”. Aquí Su presencia es Su presencia en la reunión. Es sólo estando en las reuniones que podemos disfrutar de esta segunda clase de presencia Suya. La presencia del Señor en el ámbito individual y Su presencia en las reuniones son dos cosas distintas. Algunas personas sólo han experimentado la presencia del Señor en forma individual, pero eso no es suficiente. Su presencia se experimenta de manera más fuerte y poderosa en las reuniones, no podemos experimentar Su presencia de esta manera en el ámbito individual. Si bien individualmente podemos disfrutar de la presencia del Señor, tal presencia Suya jamás llega a ser tan prevaleciente o poderosa como lo es Su presencia en las reuniones. Pero si estamos reunidos con todos los santos, percibiremos Su presencia de una manera que no nos habría sido posible experimentar como individuos. Tenemos que aprender a reunirnos con los hermanos y hermanas porque es en las reuniones donde experimentamos la presencia especial del Señor, la cual constituye una enorme bendición. Tal clase de presencia jamás podría ser experimentada por nosotros de forma individual. No es posible hallar un solo “cristiano autodidacto” que haya podido experimentar esta clase de presencia del Señor que es tan poderosa.
Cuando los hijos de Dios se reúnen, espontáneamente ejercerán sus respectivas funciones en mutualidad. No entendemos cómo opera en nuestras reuniones tal mutualidad en el Cuerpo, pero sabemos que es un hecho. Cuando un hermano se pone de pie para profetizar, los otros ven la luz. Cuando otro se pone de pie para tomar parte activa en dicha reunión, los otros hermanos sienten la presencia del Señor; y cuando un tercer hermano se pone de pie para orar, los demás tocan a Dios. Si otro hermano dice unas cuantas palabras en la reunión, otros perciben el suministro de la vida divina. Es imposible explicar este fenómeno con palabras, pues no puede explicarse en términos humanos. Únicamente cuando el Señor retorne nos podremos explicar cómo ejerce el Cuerpo de Cristo sus diversas funciones en mutualidad. Hoy en día, nosotros nos limitamos a acatar lo dispuesto por el Señor.
Posiblemente usted no haya dado importancia a las reuniones porque acaba de ser salvo y desconoce lo que es la luz del Cuerpo, la función que ejerce y su eficacia. Pero la experiencia nos dice que muchas lecciones espirituales que son fundamentales para nuestra vida cristiana se aprenden solamente en el Cuerpo. Cuanto más nos reunimos, más aprendemos. Si no nos reunimos, no tenemos parte en todas estas riquezas. Por tanto, es nuestro deseo que los nuevos creyentes aprendan a reunirse como es debido desde el comienzo mismo de su vida cristiana.
IV. LOS PRINCIPIOS QUE DEBEN REGIR
NUESTRAS REUNIONES
¿Cómo debemos reunirnos? El primer principio bíblico sobre las reuniones es que todas las reuniones son conducidas en el nombre del Señor. En Mateo 18:20 se nos dice: “Congregados en Mi nombre”, que también puede traducirse: “Congregados bajo Mi nombre”. ¿Qué significa congregarse bajo el nombre del Señor? Significa estar bajo Su autoridad. El Señor es el centro y todos somos atraídos hacia Él. Nosotros no vamos a las reuniones para visitar a ciertos hermanos o hermanas, ni asistimos a ellas debido a que nos sentimos atraídos hacia ciertos hermanos y hermanas. Nosotros vamos a la reunión para congregarnos con los demás santos bajo el nombre del Señor. El Señor es el centro. Por ello, no nos reunimos para escuchar la prédica de alguien, sino para encontrarnos con el Señor. Si ustedes se reúnen para escuchar la predicación de determinada persona, mucho me temo que estén reuniéndose bajo el nombre de aquella persona y no bajo el nombre del Señor. Algunas veces, se usan los nombres de ciertas personas para atraer a la gente. Esto equivale a congregar a las personas bajo el nombre de esa persona. Pero el Señor dice que tenemos que reunirnos bajo Su nombre.
Debemos congregarnos bajo el nombre del Señor, porque Él no está con nosotros físicamente (Lc. 24:5-6). Puesto que el Señor no está presente en forma física, Su nombre resulta necesario. Si el Señor estuviese físicamente entre nosotros, no tendríamos tanta necesidad de Su nombre. El nombre está presente porque la persona misma no está presente físicamente. En lo que concierne a Su cuerpo físico, el Señor está en los cielos, pero nos ha dejado Su nombre. El Señor prometió que si nos congregamos bajo Su nombre, Él estaría en medio de nosotros, lo cual significa que Su Espíritu estará en medio de nosotros. Aunque el Señor está sentado en los cielos, Su nombre y Su Espíritu están entre nosotros. El Espíritu Santo es quien respeta y defiende el nombre del Señor y es guardián del mismo, Él protege y guarda el nombre del Señor. Donde el nombre del Señor está, allí está el Espíritu Santo y el nombre del Señor es manifestado. Aquellos que desean congregarse, deben hacerlo bajo el nombre del Señor.
El segundo principio que debe regir nuestras reuniones es que ellas deben tener como objetivo la edificación de los demás. En 1 Corintios 14 Pablo nos dice que un principio fundamental que debemos seguir al reunirnos es que debemos procurar la edificación de los demás y no de nosotros mismos. Por ejemplo, el hablar en lenguas edifica al que habla; sin embargo, su interpretación edifica a los oyentes. En otras palabras, cualquier actividad que sólo edifique a una persona, no es otra cosa que el principio de “hablar en lenguas”. Pero el principio que rige la interpretación de lenguas es el de impartir a los demás aquello con lo que nosotros hayamos sido edificados, para que ellos también se edifiquen. Por esta razón, no debemos hablar en lenguas en la reunión si no hay nadie que las interprete. No debemos hablar algo que sólo nos edifique a nosotros mismos y no a los demás.
Por ello, cuando nos reunimos es muy importante considerar a los demás. Lo importante no es cuánto hablemos, sino que lo que digamos edifique a los demás. Que las hermanas puedan hacer preguntas o no durante la reunión, está también determinado por este mismo principio. Las preguntas que se hagan en una reunión no deben ser únicamente para nuestro beneficio. Lo que debemos considerar es si tales preguntas tendrán un efecto negativo en la reunión o no. ¿Desean ustedes contribuir a la edificación de los demás en la reunión? El indicador más claro de que nuestro individualismo ha sido aniquilado es nuestro comportamiento en las reuniones. Hay quienes únicamente piensan en sí mismos. Tales personas tienen en mente un mensaje que desean predicar y tienen que predicarlo cuando vienen a la reunión. Ellas tienen pensado un himno que les gustaría cantar, y entonces harán cualquier cosa para tener la oportunidad de cantarlo en la reunión. A ellas no les importa si ese mensaje contribuirá o no a la edificación de los demás que se hallan presentes en la reunión, ni si el himno avivará a la congregación o no. Esta clase de personas no hace sino perjudicar las reuniones.
Algunos hermanos han sido creyentes por años, pero todavía no saben reunirse. A ellos les da lo mismo el cielo o la tierra, el Señor o el Espíritu Santo; todo lo que les interesa es su propia persona. Piensan que siempre y cuando ellos estén presentes, aunque no haya nadie más, esa ya es una reunión. Para ellos, ninguno de los hermanos o hermanas existe, y ellos son los únicos que están presentes. Esto es verdadera arrogancia. Cuando hablan en la reunión, quieren hacerlo hasta que se queden satisfechos. Al final, los únicos contentos son ellos mismos, mientras que todos los hermanos y hermanas están descontentos. Estas personas sienten que tienen una gran “carga”, la cual tiene que ser impartida. Pero en cuanto abren sus bocas, los demás se ven obligados a recoger esta “carga” y llevársela a su casa con ellos. A otros les gusta hacer oraciones largas, las cuales llegan a agotar a los demás. Así, toda la iglesia sufre cuando una persona va en contra de los principios que deben regir nuestras reuniones. No debemos ofender al Espíritu Santo en las reuniones, porque si lo hacemos, perderemos toda bendición. Si al congregarnos, nos interesamos por las necesidades y la edificación de los demás, honraremos al Espíritu Santo, quien hará la obra de edificación para que nosotros también seamos edificados. Sin embargo, si hablamos descuidadamente y no edificamos a otros, ofenderemos al Espíritu Santo, y como consecuencia nuestra reunión será en vano. Cuando nos reunimos, no debemos pensar en sacar provecho de la reunión para nuestro beneficio propio. Todo lo que hagamos debe ser hecho para beneficio de los demás. Si pensamos que lo que vamos a decir beneficiará a otros, debemos decirlo; y si pensamos que nuestro silencio beneficiará a los demás, entonces debemos callar. Siempre debemos atender a las necesidades de los demás, éste es el principio básico que debe regirnos al reunirnos.
Esto no quiere decir que todos deben estar callados durante las reuniones. Si bien es cierto que a veces lo que decimos puede perjudicar a otros, nuestro silencio también puede perjudicarlos. Ya sea que hablemos o nos quedemos callados, si no atendemos a las necesidades de los demás, la reunión será perjudicada. Siempre debemos procurar que los demás sean edificados en la reunión. Aquellos que deben hablar no deben permanecer callados. “Hágase todo para edificación” (1 Co. 14:26). Todos debemos asistir a las reuniones teniendo en mente una sola meta: estamos allí para beneficiar a los demás, y no sólo a nosotros mismos. Jamás debemos hacer nada que haga tropezar a los demás. Si nuestro silencio hace que los demás tropiecen, entonces no debemos permanecer callados, sino que tenemos que hablar. Si al hablar vamos a hacer que otros tropiecen, debemos callar. Tenemos que aprender a hablar con el fin de edificar a los demás y también tenemos que aprender a callar con el fin de edificar a los demás. Todo cuanto hagamos debe tener el propósito de edificar a los demás, y no a nosotros mismos. Cuando no seamos para nosotros mismos, tendremos como fruto nuestra propia edificación. Pero si sólo pensamos en nosotros mismos, no recibiremos ninguna edificación.
Si no estamos seguros de que edificaremos a otros con lo que vamos a decir, es mejor que lo consultemos con los hermanos que tienen más experiencia. Debemos preguntarles: “¿Qué piensan, debo hablar más o debo hablar menos durante las reuniones?”. Tenemos que aprender a ser humildes desde el principio de nuestra vida cristiana. Jamás debemos considerarnos que somos “alguien”. No deben pensar que debido a que pueden cantar y predicar bien, son personas de gran importancia. Les ruego que no se juzguen a ustedes mismos. Es mejor preguntarles a los hermanos que tienen más experiencia. Verifique con ellos si usted contribuye a la edificación de los demás cuando habla en ciertas reuniones. Hable más si ellos le animan a hacerlo, y hable menos si ellos así lo recomiendan. Nuestras reuniones serán muy elevadas si todos nos humillamos para aprender de los demás. Cuando nuestras reuniones son así, otros sentirán que Dios está entre nosotros. Este es el resultado de la operación del Espíritu Santo. Espero que pongamos atención a este asunto, porque si lo hacemos, nuestras reuniones glorificarán a Dios.
V. EN CRISTO
Debo mencionar aquí otro asunto. Cada vez que nos reunamos y tengamos comunión en mutualidad, debemos recordar que, por ser creyentes, somos uno en Cristo. Consideremos los siguientes versículos.
1 Corintios 12:13 dice: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Aquí la palabra “sean” indica que no hay distinción. En el Cuerpo de Cristo no tienen lugar las distinciones que se hacen en el mundo, porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
Gálatas 3:27-28 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. No hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Fuimos bautizados en Cristo Jesús y también fuimos revestidos de Él; por tanto, no hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos nosotros somos hechos uno en Cristo.
Leemos en Colosenses 3:10-11: “Y vestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Tanto Gálatas 3:28 como Colosenses 3:11 usan la expresión no hay. Ya no hay distinción entre nosotros porque estamos revestidos del nuevo hombre, nosotros conformamos un solo y nuevo hombre. Este nuevo hombre fue creado según Dios (Ef. 4:24), en el cual no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, esclavo ni libre. Solamente Cristo es el todo, y en todos. Así pues, sólo existe una entidad y todos fuimos hechos uno.
Al leer estos tres pasajes de la Escritura, notamos que los creyentes son uno en Cristo. En el Señor, no hacemos distinciones basadas en la posición social que ocupábamos anteriormente. En el nuevo hombre y en el Cuerpo de Cristo no hay distinciones de ninguna clase; por tanto, si introducimos en la iglesia estas distinciones hechas por los hombres, la relación entre los hermanos será conducida a un terreno equivocado.
Hasta aquí hemos mencionado cinco distinciones: la distinción entre griego y judío, entre libre y esclavo, entre varón y mujer, entre bárbaro y escita, y entre circunciso e incircunciso.
La distinción que se hace entre judío y griego conlleva dos significados diferentes. En primer lugar, los judíos y los griegos proceden de dos razas diferentes y pertenecen a dos países distintos. En el Cuerpo de Cristo, en Cristo, en el nuevo hombre, no hay ni judío ni griego. Así pues, los judíos no deben jactarse de ser los descendientes de Abraham y el pueblo escogido por Dios, ni tampoco deben menospreciar a los extranjeros. Debemos darnos cuenta de que tanto los judíos como los griegos ya fueron hechos uno en Cristo, y que en Cristo las fronteras han dejado de existir. En el Señor todos hemos sido hechos hermanos. No podemos dividir a los hijos de Dios en clases diferentes. En el Cuerpo de Cristo y en el nuevo hombre, los hijos de Dios constituyen una sola entidad. Aquellos que introducen en la iglesia ideas relativas al parentesco o a ciertas características regionales, simplemente no saben lo que es la iglesia de Cristo. Ahora estamos en la iglesia y tenemos que darnos cuenta de que entre nosotros ya no se hace distinción alguna entre judío y griego. A los judíos les resulta muy difícil renunciar a esta distinción. Pero la Biblia nos dice que en Cristo no hay judío ni griego. Cristo es el todo, y en todos. En la iglesia sólo hay Cristo.
Entre judíos y griegos también se hace otra distinción. Los judíos son por temperamento muy religiosos y celosos de sus creencias, mientras que los griegos son personas de temperamento intelectual. Históricamente, cada vez que se habla de religión, uno piensa en los judíos; y si es de ciencia y filosofía, en los griegos. Esta es una distinción de carácter, o manera de ser. Sin embargo, no importa qué idiosincrasia los distinga, tanto los judíos como los griegos pueden ser cristianos. Aquellos que tienen celo por la religión y aquellos que son intelectuales también pueden ser cristianos. En Cristo, no hay distinción entre judío y griego. Los primeros le dan importancia a los dictados de su conciencia, mientras que a los segundos principalmente les importa lo que tiene que ver con la razón y la lógica. ¿Hay diferencia alguna entre estas dos clases de personas? De acuerdo con la carne, ciertamente difieren en cuanto a su manera de ser. Mientras unos actúan guiados por sus sentimientos, los otros actúan guiados por su intelecto. Pero en Cristo no hay distinción entre judío y griego. Una persona afectuosa puede ser cristiana, y una persona fría también lo puede ser. Aquel que es dirigido por su intuición puede ser un cristiano, y el que es dirigido por su intelecto también puede ser cristiano. Toda clase de personas pueden hacerse cristianas.
Una vez que nos hacemos cristianos, tenemos que despojarnos de nuestro temperamento, pues éste no tiene cabida en la iglesia. Muy a menudo la iglesia es perjudicada debido a que muchos procuran introducir en la iglesia sus características naturales, su “sabor” natural, e incluso sus peculiaridades. Cuando aquellos que prefieren permanecer callados se reúnen, forman un grupo muy silencioso, y los que gustan de hablar mucho, conforman un grupo muy ruidoso. Si aquellos que son de temperamento frío se reúnen, conforman un grupo de personas apáticas; y cuando se reúnen aquellos que son expresivos, conforman un grupo de personas afectuosas. Como resultado, se genera una serie de distinciones entre los hijos de Dios.
Sin embargo, en la iglesia no hay cabida para nuestra manera de ser natural. Ni en Cristo ni en el nuevo hombre se da cabida a nuestra idiosincrasia natural. Así pues, no debemos pensar que los demás están errados porque su manera de ser es diferente a la nuestra. Ustedes también tienen que darse cuenta de que vuestra manera de ser es igualmente inaceptable para los demás. Ya sea que usted sea una persona rápida o calmada, fría o afectuosa, intelectual o emotiva, una vez que usted se convierte en un hermano o hermana, tendrá que despojarse de todas esas cosas. Si usted trae estos elementos naturales a la iglesia ellos serán la base de confusión y división. Si usted trae su manera de ser y su temperamento a la vida de iglesia, estará haciendo de usted mismo la norma establecida y el criterio a seguir. Así, quienes se conforman a la norma establecida por usted, serán clasificados como buenos hermanos, pero aquellos que no se conforman a nuestras normas, serán clasificados como cristianos deficientes. Aquellos que congenien bien con nuestra manera de ser serán considerados como individuos correctos, pero aquellos que no congenien con nuestra manera de ser, los consideraremos errados. Cuando esto sucede, nuestra idiosincrasia y temperamento causan perjuicio a la iglesia. Jamás se deben establecer tales distinciones en la iglesia.
La segunda distinción es la distinción entre libres y esclavos, la cual también ha sido eliminada en Cristo. En Cristo, no hay diferencia entre esclavo y libre.
Pablo escribió la primera epístola a los corintios y las epístolas a los gálatas y colosenses en tiempos del Imperio Romano cuando se practicaba la esclavitud. En aquel entonces, los esclavos eran tratados como animales o herramientas, y eran propiedad exclusiva de sus amos. Los hijos de los esclavos nacían esclavos y eran esclavos por toda su vida. Existía una gran distinción entre el libre y el esclavo. Sin embargo, en la iglesia Dios no se da cabida a tal diferencia. En las tres epístolas mencionadas se afirma que no hay esclavo ni libre. En Cristo, esta diferencia ha sido eliminada.
La tercera distinción que se menciona es la que existe entre varón y mujer. En Cristo y en el nuevo hombre, el varón y la mujer ocupan la misma posición y no hay distinción entre ellos. El varón no ocupa una posición privilegiada, tampoco la mujer. Puesto que Cristo es el todo, y en todos, no hay distinción entre varón y mujer. En lo que concierne a los asuntos espirituales, no se hace ninguna diferencia entre los dos. Un hermano es salvo por la vida de Cristo, es decir, por la vida del Hijo de Dios. Una hermana también es salva por la vida de Cristo, la vida del Hijo de Dios. Tanto el hermano es hijo de Dios como la hermana es hijo de Dios. En Cristo, todos somos hijos de Dios y no hay distinción entre varón y mujer.
La cuarta distinción es la que existe entre bárbaros y escitas. Esta diferencia se hace a raíz de la cultura. Las distintas culturas establecen diferentes normas, pero Pablo nos dice que en Cristo ha sido abolida toda distinción cultural entre bárbaros y escitas.
Por supuesto, nosotros debemos aprender a hacernos judíos a los judíos y a actuar como si estuviésemos sujetos a la ley quienes están sujetos a la ley (1 Co. 9:20-22). Nuestro comportamiento, cuando estamos con personas de otras culturas, debe adaptarse a sus culturas, guardando la unidad en todo lugar. No importa qué tipo de cultura tengan las personas con quienes nos relacionemos, debemos aprender a ser uno con ellas en Cristo.
La última distinción que se menciona es la que existe entre circuncisión e incircuncisión, la cual tiene que ver con marcas de devoción en la carne. Los judíos llevan en sus cuerpos la marca de la circuncisión, lo cual significa que ellos pertenecen a Dios, temen a Dios y rechazan la carne; sin embargo, ellos han hecho excesivo hincapié en la circuncisión. El relato hallado en Hechos 15 nos muestra que algunos judíos intentaron obligar a los gentiles a circuncidarse.
Los cristianos también tienen sus propias “marcas de devoción en la carne”. Por ejemplo, el bautismo, la práctica de cubrirse la cabeza, el partimiento del pan, la imposición de las manos, etcétera, pueden sencillamente convertirse en marcas de devoción en la carne. Si bien el bautismo tiene un significado espiritual, puede llegar a convertirse en un mero símbolo de devoción en la carne. La práctica de cubrirse la cabeza por parte de las hermanas está llena de significado espiritual, pero puede llegar a convertirse en una mera marca de devoción en la carne. El partimiento del pan y la imposición de manos poseen profundo significado espiritual, pero también pueden llegar a convertirse en marcas físicas de devoción en la carne. Todas estas prácticas poseen significado espiritual; son asuntos espirituales. Sin embargo, podemos llegar a usar estas prácticas para dividir a los hijos de Dios si empezamos a jactarnos de aquellos símbolos externos que otros no tienen y, como resultado, sembramos discordia y disensión. Al hacer esto, hacemos que tales prácticas desciendan del nivel espiritual que les corresponde y se conviertan en meras marcas físicas en la carne. Cuando esto sucede, somos, en principio, iguales que los judíos que se jactaban de la circuncisión; así pues, nuestro bautismo, nuestra práctica de cubrirnos la cabeza, de partir el pan y de imponer las manos, se habrán convertido en nuestra “circuncisión”. Si hacemos distinciones entre los hijos de Dios basándonos en estas cosas, habremos establecido diferencias según la carne. Sin embargo, en Cristo no hay distinción entre circuncisión e incircuncisión. No podemos valernos de ninguna marca física en la carne para hacer diferencia entre los hijos de Dios, pues en Cristo fuimos hechos uno. En Cristo sólo hay una vida única, y todas esas cosas son ajenas a ella. Por supuesto, es bueno poseer la realidad espiritual que corresponde a tales “marcas físicas”; sin embargo, si alguien tiene la realidad espiritual, pero no la marca física, no le podemos excluir. Los hijos de Dios no deben permitir que tales marcas externas afecten y dañen la unidad en el Señor y la unidad en el nuevo hombre.
Todos somos hermanos y hermanas, somos el nuevo hombre en Cristo, miembros del Cuerpo y parte del mismo. En la iglesia no debemos hacer ninguna distinción que es ajena a Cristo. Todos estamos en un nuevo terreno, en el nuevo hombre creado por el Señor y en el Cuerpo edificado por Él. Debemos ver que todos los hijos de Dios son uno. Ni la superioridad ni la inferioridad tienen cabida aquí. Tenemos que eliminar de nuestros corazones todo pensamiento denominacional y sectario. Si hacemos esto, no habrá división alguna en la reunión de la iglesia de Dios ni en la comunión entre los santos. Debemos darle la debida importancia a estos asuntos en las reuniones, y esta es la clase de vida que debemos de manifestar diariamente. Que Dios nos bendiga.