Watchman nee Libro Book cap.11 Los hechos, la fe y nuestra experiencia
VIVIR POR FE
CAPÍTULO ONCE
VIVIR POR FE
Lectura bíblica: He. 10:38
En este versículo, de acuerdo con el texto original griego, la palabra vivirá puede traducirse de dos maneras: “tendrá vida” o “vivirá”. En el primer capítulo de Romanos debería traducirse: “tendrá vida”, mientras que en Hebreos debería traducirse: “vivirá”. Debido a que Romanos se refiere a los pecadores, debe traducirse: “por la fe tendrá vida”. Hebreos, en cambio, es una epístola dirigida a los creyentes, a personas salvas que ya poseen la vida eterna; por tanto, aquí la traducción más apropiada es: “vivirá por fe”.
He tenido la oportunidad de conocer a muchos creyentes, los cuales me han mencionado una serie de problemas espirituales. Entre todos esos problemas espirituales, hay uno que es particularmente difícil de superar. Muchos creyentes con frecuencia se preguntan por qué en ocasiones se sienten espiritualmente secos y desanimados, mientras que otras veces se sienten felices y emocionados. Cuando se sienten felices y entusiasmados, aunque no se trate de una experiencia en el tercer cielo, sí les parece estar viviendo una experiencia única en la cumbre. Estos creyentes se preguntan cómo superar la vida de sequedad espiritual a fin de permanecer todo el tiempo en un estado de ánimo que sea de felicidad y entusiasmo. Quisieran que su vida entera fuese una de abundancia y efusividad incesantes. Si pudiesen lograr esto, cantarían aleluyas durante toda su vida. Así pues, son muchos los creyentes que buscan la solución a este problema.
Por lo general, los creyentes describen esta clase de vida como “fluctuante”. Ellos llevan una vida que fluctúa constantemente. De acuerdo con sus propios sentimientos, muchos cristianos llevan una vida en la que a veces están en la cumbre de la montaña y otras veces están en lo profundo del valle. Unas veces están en la cresta de la ola, y otras, en lo profundo del mar. A veces están muy alto, y otras veces están muy abajo. A casi todos los cristianos les parece que llevan una vida fluctuante. A veces están muy entusiasmados, de modo que dos horas al día de oración no les parece suficiente; cuanto más testifican, más tienen que decir, y sus palabras fluyen como un torrente incontenible. Si escuchan un mensaje, éste despierta un gran interés en ellos y no sienten el menor aburrimiento; cuando estudian la Biblia, sienten que la palabra de Dios es dulce como la miel. Sin embargo, otras veces pareciera que las cosas cambian radicalmente, y sienten que orar o no orar da lo mismo. Les parece que oran en vano, que la Biblia no es más que frases en blanco y negro, y su lectura les parece árida e insípida. Si conocen a un nuevo amigo, se sienten culpables por no testificarle y, a regañadientes, le dicen algo así como: “Si crees en el Señor Jesús, tendrás vida eterna”. Pero en su corazón, se sienten carentes de toda inspiración y no tienen mucho que decir. Hacen las cosas a medias y sin entusiasmo. Algunas veces, sienten que lo único verdaderamente provechoso es acercarse a Dios en oración, y que no hay necesidad de laborar; pero otras veces, incluso esto les parece árido y sienten que acercarse a Dios no les trae mucho gozo. No obstante, puesto que se sienten obligados a acercarse a Dios, lo hacen de mala gana.
Podemos comparar esta clase de vida cristiana con la naturaleza: siempre que hay una montaña, debe haber un valle; y siempre que hay una ola grande, debe haber también una ola pequeña. Debido a que son muchos los cristianos que tienen esta clase de experiencia, han llegado a la conclusión de que es inevitable llevar una vida fluctuante y que es imposible llevar una vida estable. Por consiguiente, piensan que vivirán así hasta el día de su muerte. Hay otra clase de cristianos que afirma que no es necesario experimentar valles y montañas, ni olas grandes o pequeñas; y que la experiencia diaria del cristiano puede ser estable y con una sola dirección. Quiero decirles que es erróneo afirmar que las experiencias del cristiano deben ser fluctuantes; pero también es erróneo asegurar que un cristiano debe permanecer siempre en el mismo nivel de experiencias, sin sufrir altibajos.
Si queremos descubrir el principio que rige algún fenómeno o experiencia, tenemos que combinar las experiencias de toda clase de personas. Sólo si tomamos en cuenta las experiencias espirituales de toda clase de personas, podremos inferir un principio común para todas ellas. Por ejemplo, un investigador puede analizar a un grupo de pacientes que sufren de una misma enfermedad. Para llegar a una conclusión, tal persona estudiará las causas, los síntomas y los resultados de los diversos casos. Si comprueba que en cientos o miles de pacientes que han sido examinados se presentan las mismas causas y los mismos efectos, entonces podrá llegar a una conclusión basándose en el factor que es común a todos los casos estudiados. Del mismo modo, primero tenemos que estudiar cómo ocurren y cómo se desarrollan los altibajos en la vida cristiana, a fin de descubrir el principio gobernante.
Un cristiano comienza su vida espiritual en el momento que es salvo. El día de su salvación, ¿podría alguno estar triste? ¡Claro que no! Ese día uno está lleno de felicidad. Cuando alguien encuentra un tesoro, se pone muy contento. Cuando alguien escucha que al creer en el Señor Jesús obtendrá la vida eterna y pasará de muerte a vida, para nunca más estar bajo condenación, ese día es el más feliz de su vida. Pero, permítanme preguntarles, ¿cuánto dura ese gozo? Esto es incierto y varía de una persona a otra. Según me consta, ese sentimiento de felicidad y gran gozo que uno obtiene el día de su salvación, rara vez dura más que unos cuantos meses. En términos generales, después de un mes o dos, ese sentimiento se desvanece. Incluso, en algunos casos, tal sentimiento desaparece después de una semana o dos.
Para ejemplificar las experiencias espirituales que tiene un cristiano, tracemos una línea horizontal: lo que esté por encima de la línea representa el gozo, mientras que lo que esté por debajo de ella representa los períodos de sequía. Cuando alguien es salvo, vive gozoso durante los primeros meses. Pero cierto día, a pesar de estudiar la Biblia, orar y tener comunión como lo hacía antes, percibe que su gozo ya no es tan intenso como lo era el día anterior. Así, descubre que su gozo ha disminuido. Inmediatamente después de ser salvos, algunos sufren persecución y maltratos; otros se esfuerzan por ser limpios de sus pecados, al grado de estar dispuestos a cortarse el brazo derecho si fuera necesario; y otros, cuando son salvos, están dispuestos a confesar sus pecados a los demás y a renunciar a dichos pecados. En ese tiempo, están muy contentos y consideran que ser salvos vale la pena, porque la felicidad que sienten compensa con creces la pérdida que esto implica. Ciertamente deben sentirse contentos en el momento de ser salvos. Incluso Dios mismo se alegra cuando ellos son salvos. Sin embargo, pocos meses después su gozo comienza a disminuir, o ya no es tan intenso como lo era al principio. Cuando recién fueron salvos, amaban leer la Biblia. Aun cuando no comprendían mucho de la Biblia, disfrutaban al nutrirse con ella y no les parecía que leer una docena o más de capítulos al día fuera una carga pesada. Durante aquellos días, les alegraba mucho orar. Aunque no podrían decir con certeza cuantas veces Dios ha respondido a sus oraciones, aún así les gustaba orar. Se encerraban en su cuarto por varias horas para orar y daban saltos de gozo. Pero una vez que este gozo se desvanece, comienzan a sentirse tristes. Entonces, la tentación viene de dos lados. Por una parte, el enemigo Satanás intervendrá y les dirá que han vuelto a caer y que han dejado de ser salvos. Por otra, ellos creerán haber cometido algún pecado y, por ello, sentirán que han caído; sin embargo, por más que se examinen a sí mismos, no pueden descubrir qué pecados han cometido. Por consiguiente, tendrán la sensación de que todo se ha secado.
Sin embargo, tal aridez no perdura por mucho tiempo. A veces persiste por una o dos semanas, y otras veces se desvanece en tres o cinco días. Una vez que tal aridez desaparece, el gozo regresa. Anteriormente, les costaba mucho trabajo leer la Biblia y orar, pues era como tener que recitar un pasaje del cual se habían olvidado. Sin embargo, ahora tienen la sensación de que su comunión con Dios ha reiniciado. Pero, ¿cómo se recuperaron? No lo saben. Así que, ahora procuran con gran esmero conservar su gozo y mantener la intensidad del mismo. Por lo tanto, son más cuidadosos en cuanto a leer la Biblia, orar y testificar a otros.
Pero al poco tiempo, nuevamente se desvanece el gozo. Se preguntan por qué no se sienten igual que el día de ayer, a pesar de que continúan leyendo la Biblia, orando y testificando igual que antes. ¿Por qué hay tanta diferencia entre estos dos días? ¿Por qué ayer sentían gozo y ahora no? Al encontrarse en tal estado, incluso se preguntan cómo será Dios y cómo será Jesucristo. Han cometido un gran error, pues piensan que su poder espiritual se ha desvanecido y que han caído. Aunque oran, no lo hacen fielmente; aunque leen la Biblia, le dedican menos tiempo; y, aunque dan testimonio de su fe, lo hacen sin entusiasmo.
Pero después de unos cuantos días o algunas semanas, extrañamente, el gozo regresa. Ahora, nuevamente sienten que todo les interesa. Si bien no están en el tercer cielo, por lo menos su experiencia equivale a estar en la cima de una montaña. Pero aún más extraño es el hecho de que, poco después, vuelven a sentirse secos y desanimados como antes. Por consiguiente, deducen que la vida espiritual debe consistir en altas y bajas. Así que, si alguien les pregunta acerca de su vida espiritual, ellos dirán que su vida espiritual es fluctuante. Mientras están en las alturas, leen la Biblia, oran y testifican con renovado interés y gozo; pero cuando se encuentran abatidos, aunque hacen las mismas cosas que antes, lo hacen sin ningún interés y sintiéndose secos. En esto consiste la vida espiritual fluctuante.
Quisiera examinar el tema de una vida fluctuante comenzando desde la primera vez que sentimos un gran gozo, el día de nuestra salvación; si descubrimos la causa de nuestra enfermedad, podremos hallar el remedio para la misma. Basándonos en la experiencia de un gran número de personas que han sido salvas, podemos descubrir una ley: que el gozo es mayor al comienzo que al final, mientras que la sequedad es mayor al final que al comienzo. El gozo se hace menos intenso, (si bien es más profundo), y el tiempo que perdura el gozo es cada vez más breve. A la vez, la sequedad se intensifica y perdura por más tiempo (aunque se vuelve más superficial). Quizás en la primera ocasión, la sequedad perdure por tres o cinco días; la segunda vez quizás dure una semana; la tercera vez, dos semanas; y la cuarta, quizás un mes. En otras palabras, la segunda vez el gozo es menos intenso y más breve que la primera vez, mientras que la sequedad se hace más intensa y prolongada. El período de sequía se hace cada vez más largo y más intenso. Todos los creyentes tienen la misma experiencia. Finalmente, la sequía es más intensa que el gozo.
¿Puede algún cristiano decir que siente más gozo hoy que cuando fue salvo? Incluso tal vez haya tristeza en nuestro corazón, y quizás creamos haber cometido algún pecado o haber fracasado. No nos sentimos tan gozosos como cuando recién habíamos sido salvos. Cuando recién fuimos salvos, sentíamos que cabalgábamos en las nubes o que estábamos en la cima de una montaña. Testificábamos osadamente y sin temor, inclusive en público. Podíamos leer cincuenta o sesenta capítulos de la Biblia por día y, aún así, nos parecía que esto no era suficiente. Pero ahora, sentimos que todo lo hacemos de una manera forzada y somos renuentes a emprender cualquier actividad.
Permítanme decirles que hemos cometido un error fundamental. Tenemos una idea equivocada acerca de las experiencias espirituales, pues pensamos que los tiempos de gozo son los tiempos más elevados de nuestra vida espiritual. Pero, en realidad, los tiempos de sequía no necesariamente son tiempos de decadencia espiritual. Supongamos que pierdo mi reloj. Cuando lo encuentro, me regocijo. Después de tres o cinco días, mi gozo no será tan grande como cuando encontré el reloj; y después de unos cuantos días, quizás ese gozo se habrá desvanecido por completo. Sin embargo, esto no quiere decir que haya perdido mi reloj nuevamente. Lo que he perdido es el gozo de haber encontrado mi reloj. Lo mismo sucede con nuestra vida espiritual. Cuando encontramos al Salvador, fuimos salvos y no podíamos sino regocijarnos. Y no sólo nos regocijamos, sino que Dios mismo nos impartió gozo. Si hay alguien que no se haya regocijado cuando fue salvo, dudo que verdaderamente haya encontrado al Salvador. Pero después, tal sensación de gozo se desvaneció. Tal vez pensemos que perdimos todo lo que obtuvimos al ser salvos. Pero, de hecho, sólo el gozo se ha desvanecido; realmente no hemos perdido lo que obtuvimos. Permítanme hacerles las siguientes preguntas: ¿Ha cambiado el Señor Jesús? No. ¿Ha cambiado Dios? No. ¿Acaso nos ha sido quitada la vida eterna que Dios nos dio? No. Cuando obtuvimos todo esto, nos causó gran gozo y entusiasmo. Pero todavía sigue siendo nuestro, aún cuando nos sintamos tan secos. No importa cuán entusiasmados o secos nos sintamos, lo que obtuvimos no se ha perdido, pues sigue siendo nuestro. Por eso afirmo que no hay fluctuaciones en la vida y experiencia cristianas. (Esto no se aplica a aquellos cristianos que practican el pecado, han caído o se han descarriado. Estas son excepciones. Sólo estamos refiriéndonos a la condición general del cristiano).
Dios nunca cambia, la obra efectuada por el Señor Jesús no cambia, ni el Espíritu Santo cambia. La vida eterna que recibimos siempre está presente; nunca la perderemos. Sólo se ha perdido nuestro gozo inicial. Cuando llueve, un niño podría pensar que el sol ha dejado de existir y tal vez vaya a su padre y le pregunte: “¿Dónde está el sol?”. Quizás suba a la azotea de su casa y descubra que el sol no se puede ver desde allí. Tal vez suba a una torre, para tratar de ver el sol, y descubra que tampoco desde allí puede verlo. No obstante, el sol no ha cambiado; simplemente está oculto detrás de unos nubarrones. Hoy en día, nuestro Sol permanece inmutable; son nuestros sentimientos los que han cambiado. El sol que está en el firmamento no ha sufrido ningún cambio, pero han aparecido algunos nubarrones en el cielo, los cuales no dejan pasar los rayos solares. Si vivimos inmersos en nuestros sentimientos, “nuestro cielo” siempre estará cambiando y siempre se cubrirá de nubarrones. Pero si no vivimos regidos por nuestros sentimientos, no habrá tantos cambios en “nuestro firmamento”. Debemos llevar una vida que esté por encima de los nubarrones de nuestros sentimientos.
Ya dije que la intensidad de nuestro gozo disminuye al mismo tiempo que éste se hace más breve; y que la intensidad de la sequedad aumenta al mismo tiempo que se hace cada vez más prolongada. Estos fenómenos no ocurren al azar, sino que son característicos en la experiencia común de todo cristiano. Ya que la mayoría de los cristianos experimenta esto, concluimos que no sucede así por accidente. Y puesto que no ocurre al azar, tiene que haber una mano que lo dirige. ¿De quién es esta mano? Tiene que ser la mano de Dios. Es Dios quien hace que nuestra sensación de gozo se haga cada vez menos intensa y sea cada vez más breve. Y es El quien hace que nuestra sequedad se vuelva cada vez más intensa y se prolongue cada vez más. (Esta es la experiencia común y corriente de los cristianos en general; no es así en el caso de los cristianos anormales o de los cristianos excepcionales).
Los cristianos anormales son aquellos que han caído en pecado y se han degradado; por supuesto, ellos no tienen gozo. Los cristianos excepcionales, desde el comienzo, se niegan a sí mismos de una manera muy específica y van en pos de Dios también de una manera específica. Siempre que pasan por un quebranto particular, sienten un gozo muy especial. Cuando perciben que Dios opera en ellos de una manera especial, sienten un gozo especial. Así pues, tanto los cristianos excepcionales como los que son anormales constituyen excepciones. Aquí solamente nos estamos refiriendo a la condición normal de los cristianos en general.
EL PROPÓSITO DE DIOS
El propósito de Dios al hacer todas estas cosas es:
A. Que no vivamos para nuestro propio provecho
Cuando leemos la Biblia durante un período de gran gozo y entusiasmo, lo hacemos con gran interés. Pero, ¿leemos la Biblia por el interés que ella nos causa o porque se trata de la Palabra de Dios? Por otra parte, nuestra oración, ¿tiene como propósito buscar a Dios y Su presencia, o sólo oramos por el gozo que sentimos al hacerlo? ¿Oramos por cumplir con nuestro deber, o realmente lo hacemos con miras a los intereses divinos? Si hacemos estas cosas para nuestro propio provecho y para nuestra propia gratificación, entonces nuestra meta no es la gloria de Dios. En el apogeo de nuestro entusiasmo, no nos damos cuenta de que hacemos estas cosas en función de nosotros mismos, aunque pensamos que lo estamos haciendo para agradar a Dios. Debemos darnos cuenta de que cuando estemos más entusiasmados, cuando parece que estemos en la cumbre de una montaña, ¡probablemente sea cuando estemos más inmersos en nuestra carne! Es por esta razón que Dios nos despoja de nuestro gozo y nos lleva a experimentar sequedad. ¿Cómo nos sentimos entonces? Nos sentimos secos al orar, al leer la Biblia o al testificar del Señor. En tales circunstancias, Dios nos está enseñando una lección; El nos está haciendo comprender que lo que considerábamos como nuestras más elevadas experiencias espirituales, eran simplemente experiencias fabricadas por nosotros mismos. Quizás pensemos que se trataba de experiencias sumamente espirituales, pero no comprendemos que simplemente estábamos en la carne. Cuando nos relacionábamos con el mundo, expresábamos la parte maligna de nuestra carne; ahora, en cambio, procuramos expresar el aspecto bondadoso de nuestra carne. Dios nos prueba para ver si persistiremos en la oración, en la lectura de la Palabra y en dar testimonio de El durante aquellos tiempos en los que nuestro gozo se ha desvanecido y experimentamos sequedad. Dios no desea que tal sequedad sea demasiado abrumadora para nosotros y, por ello, nos devuelve el gozo después de un tiempo. Pero El tampoco desea que pensemos haber llegado a la cumbre de nuestra espiritualidad, así que nuevamente nos quita la sensación de gozo. Dios no quiere que la sequedad nos desanime al punto de que no queramos más ser cristianos; por lo tanto, nos da un poco de gozo nuevamente, haciendo que recuperemos nuestro gusto por la vida divina hasta cierto grado.
Cuando experimentemos sequedad nuevamente, Dios verá si hemos aprendido algo. Quizás pensemos de nuevo que hemos hecho algo malo. En realidad, ésta no es la intención de Dios; más bien, El desea observar si laboramos conforme a nuestro deber o si tan sólo lo hacemos motivados por el gozo que sentimos. Es posible que algunos tengamos que pasar por esta clase de experiencia unas cinco o seis veces; otros tal vez la experimenten unas siete u ocho veces. La mayor parte del tiempo, nuestros sentimientos alternan entre el gozo y la aridez. Este ciclo continuará hasta que Dios llegue a Su objetivo, es decir, hasta que nos demos cuenta de que buscamos el gozo sólo para nuestro propio provecho y no por causa de Dios. Esta es la primera razón por la cual Dios nos disciplina mediante las sensaciones de gozo y sequedad.
B. Que nuestra fuerza de voluntad sea disciplinada
Cuando estamos en la cima de la montaña, llenos de gozo, ¿nos sentimos obligados a hacer algún esfuerzo? ¡No! No tenemos que esforzarnos para leer la Palabra, para orar ni para testificar. Supongamos que por naturaleza, seamos parlanchines. Entonces, cuando nos sentimos contentos, cuando nos parece que Dios está tan cerca de nosotros que casi podemos tocar al Señor Jesús y a Dios mismo, preferiríamos encerrarnos en nuestro cuarto y no ver a nadie; en tales ocasiones, nos es fácil vencer nuestras debilidades naturales. Supongamos que somos muy temperamentales y que fácilmente damos rienda suelta a nuestro enojo. En aquellas ocasiones en que estamos llenos de entusiasmo, nos es fácil perdonar a los demás; pero cuando nuestro gozo se desvanece, somos como un puercoespín, y los demás no pueden tocarnos. Si lo hacen, nos enojamos. Cuando estamos entusiasmados, ningún aspecto de nuestra labor o de nuestra vida diaria nos parece agobiante. Pero cuando estamos secos, sentimos que tanto nuestra vida diaria como nuestro trabajo nos abruman. En tales ocasiones, tenemos que ejercitar nuestra fuerza de voluntad para leer la Palabra, orar o testificar. En tales ocasiones, sentimos que debemos esforzarnos sobremanera y que es nuestro deber leer la Biblia, orar y testificar. Inicialmente, cuando se trataba de dar testimonio del Señor, podíamos hablar durante cinco horas guiados por nuestras agitadas emociones. Pero cuando experimentamos sequedad, no sabemos ni qué decir. Quizás hablemos de una manera muy restringida acerca de creer en el Señor y recibir la vida eterna. Nos vemos forzados a hablar. Cuando tenemos que hablar estando en la cumbre de nuestro entusiasmo, no necesitamos hacer ningún esfuerzo; sin embargo, cuando experimentamos aridez, tal labor puede parecernos extremadamente pesada y no somos capaces de realizarla sin tener que aplicar una gran dosis de determinación. Permítanme preguntarles: ¿Durante cuáles períodos nos ejercitamos más espiritualmente? Cuando nos sentimos secos. Si nos sentimos entusiasmados, quizás no se deba a ninguna experiencia espiritual, sino a la intensidad de nuestras emociones. Cuando experimentamos aridez, tenemos que ejercitar nuestra voluntad y, así, nuestra labor es realizada por nuestra verdadera persona. Dios permite que nos sobrevenga tal aridez a fin de que aprendamos a ejercitar nuestra fuerza de voluntad en tales circunstancias.
Supongan que navegamos de un lugar a otro en un velero. Quizás la jornada sólo requiera de unas cuantas horas. Al comienzo de tal travesía, como el viento sopla a nuestro favor, izamos las velas. Pero después de un tiempo, el viento deja de soplar; sin embargo, aún nos faltan horas de viaje. ¿Deberíamos sacar los remos y empezar a remar, o echar anclas y esperar hasta que el viento nos sea favorable para izar las velas nuevamente? Si queremos llegar a nuestro destino cuanto antes, debemos esforzarnos por remar. En tales ocasiones, empleamos la fuerza que verdaderamente tenemos. Esto es simplemente un ejemplo. Cuando estamos entusiasmados, en nuestras emociones, somos como un velero que depende del viento para navegar; el barco no tiene que hacer esfuerzo alguno. Preferiríamos que navegar fuera así de fácil durante todo el año. Pero si esto sucediera así, tanto el capitán como la tripulación del navío se tornarían inútiles, pues sólo serían capaces de navegar con el viento a su favor y, si el viento se tornara contrario, no sabrían qué hacer. Me temo que nadie querrá contratar a estos marineros. Cuando Dios permite que el viento sople a nuestro favor, le alabamos; pero El también nos insta a valernos del poder de la resurrección que nos fue dado, sin el cual no podríamos avanzar una vez que el gozo se haya desvanecido. Dios permite que nos sobrevenga sequedad, a fin de que aun cuando carezcamos de gozo y entusiasmo, nos valgamos de la fortaleza que es nuestra (la fortaleza que recibimos al ser regenerados). De esta manera, podremos superar obstáculos y vientos contrarios. El poder de la resurrección se hace más evidente cuando tenemos que enfrentamos a un entorno en el que la muerte impera.
Dios podría otorgarnos la ayuda de las emociones, pero esto no concuerda con Su propósito. La ayuda de las emociones es simplemente un medio más que Dios utiliza para disciplinarnos. En realidad, Su propósito es adiestrar nuestra voluntad, para que cuando atravesemos momentos oscuros, podamos ejercitar nuestra voluntad; y para que cuando experimentemos sequedad, echemos mano de nuestra voluntad para leer la Biblia, orar y testificar. Al hacer esto, nuestra fuerza de voluntad se hará cada vez más fuerte. Si solamente actuamos movidos por nuestras emociones, nunca avanzaremos. El motivo por el cual en ocasiones Dios nos da sentimientos de gozo, es para que no retrocedamos en nuestra vida cristiana. A esto se debe que el gozo que recibimos de El sea más breve a medida que avanzamos, y a esto también se debe que la aridez se vuelva cada vez más prolongada. Entonces, habremos de ejercitar nuestra voluntad con mayor frecuencia, y esto hará que nuestra voluntad sea fortalecida grandemente.
Si examinamos nuestras experiencias del pasado, veremos que tanto el gozo como la sequedad que experimentamos, fluctúan. También descubriremos que cuando nos sentimos gozosos no progresamos tanto, mientras que en los tiempos en que experimentamos aridez, progresamos mucho más que cuando estamos llenos de gozo. Observaremos también que durante las semanas de sequedad, habremos avanzado. Comúnmente pensamos que si todos los días son de sequía y sufrimiento, habremos de caer. Pero cuando confrontamos este concepto con nuestra experiencia, veremos que, por el contrario, es cuando nos sentimos débiles que logramos avanzar más. Cuando estamos contentos, no progresamos mucho. Si el viento es fuerte y sopla a nuestro favor, ¿habrá de ayudarnos a desarrollar nuestros músculos? No. Nuestros músculos se hacen más fuertes cuando nos enfrentamos a vientos contrarios. Recuerden que para los creyentes normales, no existen los así llamados altibajos espirituales. Nuestro crecimiento depende de la manera en que ejercitamos nuestra voluntad. Cuando experimentamos sequedad y ejercitamos nuestra voluntad para declarar: “¡Avanzaré!”, ciertamente avanzaremos. Lastimosamente, muchos creyentes fijan su mirada en la sensación de gozo, pues creen que ésta es la cúspide de toda experiencia espiritual. Qué lejos están de darse cuenta de que el verdadero progreso espiritual sólo se produce cuando ellos deciden avanzar.
C. Que prevalezcamos sobre nuestro entorno
Si pueden superar sus sentimientos de aridez, ciertamente podrán prevalecer sobre su entorno. El sentimiento de sequedad es el más difícil de superar. Si pueden superar tal sentimiento, ciertamente obtendrán la victoria sobre todo lo que les rodea. El entorno más cercano al cristiano es aquel formado por sus propias emociones. Sólo si obtienen la victoria sobre sus propias emociones, podrán superar todo lo demás. Si a pesar de sentir que llevan una vida llena de aridez, ejercitan su voluntad para declarar: “Leeré la Biblia, oraré y testificaré a otros del Señor”, entonces descubrirán que pueden prevalecer sobre toda clase de entorno, sin importar cuán difícil éste sea. Les digo con toda sinceridad, aquellos que no han obtenido la victoria sobre sus propias emociones, no podrán prevalecer sobre su entorno. Si desean prevalecer sobre su entorno, primero tienen que dominar sus propias emociones.
D. Que vivamos por fe
El gozo se vuelve cada vez más breve, mientras que la aridez se hace más y más prolongada. El gozo disminuye, mientras que la sequedad se intensifica. Como resultado de esto, tales experiencias habrán de fusionarse. Serán como dos arroyos que se juntan y no habrá más diferencia entre ellos. Al comienzo, nuestro gozo se vuelve más breve y menos intenso, mientras que la aridez se hace más prolongada e intensa. Pero al final, ya no podremos distinguir entre la aridez y el gozo. Dios nos lleva por este camino con el fin de mostrarnos que, finalmente, no hay diferencia entre una y otra experiencia. En otras palabras, nuestro gozo y la aridez que experimentamos, se fusionarán. Dios se ha propuesto lograr que el justo viva por fe. El justo no debe vivir gobernado por sus emociones; por tanto, no importa cómo nos sintamos, nuestras emociones no producirán nada real en nosotros. Algunos creyentes necesitan ser adiestrados por Dios durante diez o veinte años hasta que finalmente dejen de valerse de sus propias emociones. Dios nos adiestra al hacer que nuestra aridez se intensifique y se prolongue, a fin de que lleguemos a vivir por fe.
Si una persona no es salva, no podemos decir nada de ella. Pero si se trata de un creyente, ciertamente podemos afirmar que experimentará períodos de sequía cada vez más largos, y períodos de gozo cada vez más breves. Experimentará días comunes y corrientes cada vez más frecuentes, y días de gozo cada vez más escasos. Con ello Dios le estará mostrando cuál es Su meta. La vida del cristiano puede ser muy árida; en todo un año, quizás solamente experimente tres o cinco días de gozo. Y quizás algunos atraviesen de tres a cinco años de sequía sin experimentar gozo alguno. Si usted no ha sido adiestrado de esta manera, en aquel día descubrirá que la intensidad y fortaleza de sus emociones no son de utilidad alguna, pues el justo vivirá por fe.
Finalmente, si usted vive por fe, será capaz de llevar una vida llena de gozo aun cuando atraviese los momentos más áridos, y podrá sobrellevar una vida árida gozosamente. Estas palabras parecen contradictorias, pero constituyen una realidad en la vida espiritual. Lo que sucede es que Dios está conduciéndonos a llevar una vida en la que vivimos por la fe.
¿En qué consiste vivir por la fe? Consiste en aquello que los hebreos Sadrac, Mesac y Abed-Nego manifestaron al responderle a Nabucodonosor: “Nuestro Dios … de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Dn. 3:17-18). Ellos declararon que aun cuando Dios no los salvara, permanecerían firmes. En esto consiste vivir por fe. En la actualidad, entre los cristianos prevalece la tendencia de vivir inmersos en sus emociones. Por consiguiente, todas las veces que Dios les quita el sentimiento de gozo, quedan vacíos. Sin embargo, Dios dice que debemos vivir por la fe y no por nuestros sentimientos. En varios años llegaremos a comprender que el gozo y la aridez son lo mismo, y que estos ya no pueden afectarnos. Entonces, nuestra vida permanecerá inalterable, ya sea que experimentemos sequía o gozo. No tenemos que ser como aquellos cuyos vasos son tan reducidos, que se sienten fácilmente satisfechos. Cuando están contentos, danzan en su cuarto; y cuando experimentan sequedad, su habitación se inunda de lágrimas. Si vivimos por fe, nuestra vida no se verá afectada por ninguno de estos sentimientos. Esto no quiere decir que seamos personas insensibles, ni tampoco que estemos exentos de cualquier sentimiento de gozo o aridez. No obstante, estos sentimientos externos no habrán de afectarnos internamente. (En este capítulo nos hemos referido al gozo experimentado por el hombre exterior; no nos referimos al gozo del Señor que experimentamos en nuestro hombre interior. Este último, es un gozo profundo e inalterable. Pero tal gozo sólo puede ser disfrutado después de tener un completo control sobre el gozo externo).