Watchman Nee Libro Book cap.11 El ministerio de la palabra de Dios
LA REVELACIÓN Y LOS PENSAMIENTOS
CAPÍTULO ONCE
LA REVELACIÓN Y LOS PENSAMIENTOS
El ministerio de la Palabra comienza con la revelación. La revelación que Dios nos da nos ilumina por dentro, pero se desvanece pronto, y lo que queda es sólo la sensación de haber visto algo, sin que podamos describirlo exactamente. Esa visión permanece en nosotros por algún tiempo, y con el tiempo desaparece. Este es el proceso de la iluminación. Bajo la iluminación, todo se ve muy claro; pero aún así, no podemos explicar lo que vemos y entendemos. Por una parte, entendemos todo con claridad, pero por otra, no estamos seguros si lo entendemos. Somos iluminados por dentro y quedamos confundidos por fuera. Es como si dentro de nosotros hubiera dos personas: una que entiende claramente; y otra, que está confundida. Con el paso del tiempo, parece que lo olvidamos todo, menos la iluminación que recibimos de Dios. Es posible que El nos ilumine de nuevo, y tal vez lo que vemos esta vez sea igual a lo que vimos la primera vez o tal vez sea diferente; pero debido a nuestra primera experiencia, nuestra reacción es diferente. Esta vez tratamos de asirnos firmemente de la luz por temor a que vuelva a desaparecer.
EL CARÁCTER DE LA LUZ
La luz tiene una característica muy peculiar: se desvanece fácilmente. Aparece como un destello, y desaparece tan pronto uno la quiere retener. Todos los ministros de la Palabra experimentan esto. Ellos quisieran que antes de que la luz desapareciera, se intensificara y se quedara el tiempo suficiente para poder analizarla. Lamentablemente, la luz no se puede asir ni retener. Podemos recordar infinidad de sucesos, pero no la luz que vimos. Aunque la luz de Dios es inmensa y poderosa, se disipa rápidamente sin dejar rastro; por ello, cuanto más luz recibimos, menos podemos recordarla. Muchos hermanos testifican que cuanto más leen los escritos de personas que tienen revelación, más tienden a olvidarlos. Tenemos que admitir que no es fácil recordar la luz. Nosotros vemos con nuestros ojos, no con nuestra memoria; ésta no puede aprisionar la luz. La luz suministra revelación, mas no se caracteriza por reforzar nuestra memoria.
Debemos prestar atención al carácter de la luz. Incluso mientras nos ilumina parece estar alejándose; tan pronto como la luz nos ilumina, se desvanece; se escapa como si fuera de paso, y nuestra memoria no puede retenerla. No podríamos decir con exactitud cuántas veces necesitamos ser iluminados, antes de que esta iluminación se convierta en revelación. Cuando la luz aparece por primera vez, no podemos recordar con claridad lo que vimos, pero sabemos que vimos algo. Cuando viene por segunda vez, posiblemente veamos un poco más, pero no lo suficiente como para recordarlo. La luz aparece y desaparece tan rápidamente que no podemos retenerla. Al venir por tercera vez, aunque vemos de nuevo lo que ya habíamos visto, esta vez la luz permanece más tiempo. Aún así, no podemos recordar lo que vimos. Ahora la luz viene con más frecuencia; pero cada vez que nos ilumina permanece en nosotros la sensación de que se desvanece, que vuela, que se escapa, que es fugaz. Unas veces esta luz penetra directamente en nuestro espíritu de una manera dinámica; otras veces nos llega por medio de la lectura bíblica. Pero no importa dónde se origine, ella conserva la característica de ser pasajera y efímera.
LA TRADUCCIÓN DE LA LUZ EN PENSAMIENTOS
Veamos ahora cómo podemos traducir la luz divina. Dios trae Su luz al hombre en el momento de revelarle algo. Con la iluminación que produce la revelación comienza el ministerio de la Palabra. Pero debido a que la iluminación de esa revelación es momentánea y a que después de cierto tiempo se olvida, no se puede tomar como la fuente ni la base del ministerio. Para ello se necesita algo más que la luz; se necesitan los pensamientos. Los creyentes que han sido quebrantados y derribados por la disciplina del Señor, poseen una percepción muy elevada y pueden convertir la luz en pensamientos. La percepción de ellos es tan clara que pueden descifrar la luz y darle forma. Recuerdo que un hermano dijo en cierta ocasión: “Necesito hablar en griego para poder entender claramente el significado de una palabra y poder traducirla”. Según ese mismo principio, la luz es la palabra de Dios, la cual comunica Su voluntad. Pero ¿cómo podríamos conocer esta luz y entender lo que significa si no tuviéramos la mente? Necesitamos una mente lo suficientemente lúcida y receptiva para comprender esta luz e interpretar su significado. Esta luz no se puede recordar ni retener a menos que sepamos cómo interpretarla.
Vemos, entonces, lo crucial que son los pensamientos, la mente y el entendimiento en el ministerio de la Palabra. En nuestro aprendizaje como ministros de la Palabra, es crucial que veamos lo transcendental de la mente en 1 Corintios 14. Este capítulo dirige nuestra atención a la profecía. Profetizar hace que la mente tenga fruto; pero hablar en lenguas deja la mente sin fruto. “Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto” (v. 14). Y añade: “¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con la mente” (v. 15). Y también: “Pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi mente, para instruir también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (v. 19). La mente del hombre es decisiva en el ministerio de la Palabra. Dios desea que Su luz llegue a la mente de todo ministro de la Palabra.
Cuando la luz brilla, lo hace en el espíritu del hombre, pero Dios no desea que se quede allí, sino que llegue a nuestro entendimiento. Cuando la luz llega al entendimiento del hombre, ya no se va y la podemos retener. Aunque la revelación resplandece de repente como un relámpago y desaparece luego, en el instante que su luz brilla sobre nosotros, nuestra mente es iluminada y comienza a interpretarla. Es entonces cuando retenemos la luz y descubrimos lo que contiene. Cuando la luz está en el espíritu, llega y se va cuando menos lo esperamos, pero una vez que llega a la mente y al entendimiento, se queda. Sólo entonces podemos utilizarla. Debemos utilizar la luz, pero esto no es posible si se queda encerrada en nuestro espíritu. En Génesis 2:7 dice que el hombre es un “alma viviente”. No somos seres exclusivamente espirituales, ya que nuestro ser está constituido de espíritu, alma y cuerpo; por eso, lo que no llega a nuestra alma, nuestra personalidad no lo puede usar ni nuestra voluntad lo puede controlar. El hombre exterior no recibe la revelación directamente, ésta llega a nuestro espíritu y debe pasar a nuestro hombre exterior. La revelación no puede quedarse en nuestro espíritu; tiene que llegar a nuestra alma.
El proceso de convertir la luz en pensamientos varía de una persona a otra, pues hay una gran diferencia entre un hombre cuya mente es fértil en pensamientos y otro cuya mente no lo sea. Si la mente del hombre es errante o está demasiado cargada o no se compagina con la luz de Dios, la luz se disipa; pero si su mente es equilibrada y compatible con la luz, la puede retener. Muchas veces el problema no radica en la mente errante y sobrecargada, sino en una mente embotada, ya que cuando la luz de Dios resplandece, la mente no la reconoce. Dios exige que los que sirven como ministros de Su Palabra tengan una mente renovada.
Muchas personas tienen una mente activa pero desorientada; así que sus pensamientos son superficiales y están atentos constantemente a asuntos triviales. Es por eso que no saben discernir el lenguaje de la luz, ni la pueden definir, ni entender su significado. Dios es luz; y puesto que la naturaleza de Dios es la luz, y ésta es intensa, rica y transcendente como El. Si cuando la luz de Dios se manifiesta, nuestros pensamientos son viles, mezquinos o desorientados, entonces no nos aprovechará. La revelación que Dios desea darnos no es insignificante; es grandiosa, extensa y muy valiosa. Todo lo que proviene del Dios de la gloria es glorioso. Tenemos que admitir que la copa de Dios está rebosante. El es rico, generoso y lo posee todo. El problema radica en la persona cuya mente no tiene la capacidad de contener esta luz. Su mezquindad le impide recibir la profunda luz de Dios. Hermanos, si todo el día nuestra mente es indisciplinada y carece de dirección y restricción, si nuestros pensamientos son viles y alevosos, ¿cómo podemos esperar retener la luz de Dios y convertirla en pensamientos inteligibles?
Recordemos que lo primero que el ministerio de la Palabra requiere es la revelación que procede de Dios. La luz de la revelación tiene que pasar por el hombre, entrar en su espíritu y convertirse en sus pensamientos. De esta manera, el elemento humano se vuelve parte de la Palabra de Dios, y el hombre puede ser su ministro. Si nuestro espíritu no está en la debida condición, no podremos recibir revelación ni luz. De igual modo, si nuestra mente no funciona bien, la luz no puede llegar a nuestro hombre exterior. Por consiguiente, para que la luz que resplandece en nuestro espíritu pase a nuestra alma, necesitamos una mente lúcida y enérgica que entienda esta luz y la traduzca. Si los afanes cotidianos como la comida, la ropa y la familia nos presionan, y . estamos ocupados en estos asuntos, nuestra mente no podrá cumplir esta función. La capacidad mental del hombre es similar a la capacidad física; si uno sólo puede levantar cincuenta kilos, es inútil tratar de levantar más peso, ya que aun un kilo más será demasiado peso. Si mantenemos nuestra mente puesta en otros asuntos, no podremos usarla en las cosas de Dios; será un esfuerzo vano tratar de usarla para convertir la luz de Dios en pensamientos. Hermanos, cuánto más reconozcamos nuestras limitaciones, más bendecidos seremos. No vale la pena esforzarnos vanamente.
Algunos hermanos tienen la mente puesta en los afanes de este mundo. ¿Tendrá Dios cabida en la mente de ellos? Ellos tienen la mente oprimida por tantas ocupaciones que no permiten que la luz penetre en el espíritu. Por otra parte, aun si la luz les llegara al espíritu, no les serviría de nada por carecer de una mente estable, fuerte y emancipada, capaz de recibirla y conservarla. Esto los descalifica del servicio ministerial. Cuando nuestra mente está enfrascada en otras cosas, nos metemos en un laberinto del cual es difícil salir y el cual nos impide entender el lenguaje de la luz. Cuando la luz entra en nuestro espíritu no debe quedarse ahí; debe seguir su curso. La Palabra de Dios también tiene su propia trayectoria, y sigue pasos definidos para que el ministerio de la Palabra se promulgue. Así que, si deseamos ministrar la Palabra, nuestra mente debe estar saludable para poder convertir en pensamientos la luz que nuestro espíritu reciba.
Es interesante observar que, a pesar de que la luz viene a nuestro espíritu, no la entendemos, y mientras la tratamos de analizar, desaparece. Nuestro intelecto no alcanza a captarla. Vemos algo, pero no logramos definirlo. En muchos casos necesitamos varios destellos para poder captar la luz. Si nuestros pensamientos han sido disciplinados, podemos captar la luz con menos dificultad. Si nuestra mente no está cargada y ocupada con otras cosas, y si nuestros pensamientos son abundantes y flexibles, al ver la luz, podremos retenerla y entender su significado. Quienes tienen esta experiencia, pueden afirmar que mientras su mente trata de interpretar la luz, ésta se desvanece. Así que nuestra mente debe ser muy ágil, pues si no captamos la idea cuando la luz nos ilumina, perdemos la oportunidad. Necesitamos que Dios tenga misericordia de nosotros y nos vuelva a enviar Su luz. A veces sentimos como si hubiéramos perdido algo o algo se nos hubiera escapado. Esto indica que nuestra mente no actúa rápidamente como debería para capturar la luz. Muchas veces vemos algo y, como un equipo de rescate que entra precipitadamente en una casa en llamas, tratamos rápidamente de traducir la luz que vemos. Si nuestra mente es lo suficientemente veloz, es posible que captemos algunos detalles, y lo demás se nos esfumará. La luz no espera pacientemente hasta que la estudiemos y la comprendamos; puesto que desaparece tan rápidamente, debemos asirla tan rápido como podamos.
Hermanos, cuando vemos que no podemos retener la luz, nos damos cuenta de nuestra incapacidad. Tal vez pensábamos que éramos muy inteligentes, y quizá nos hayamos jactado de ello; pero cuando llega el momento de convertir la luz de Dios en ideas concretas, descubrimos cuán incompetentes somos. Esto es como servirle de intérprete a un orador que habla rápido; muchas veces no le brotan a uno las palabras apropiadas con la suficiente rapidez. En tal caso, el orador espera hasta que encontremos las palabras correctas, pero con la luz es diferente, pues ella no espera. Si uno no es capaz de seguirle el paso, la pierde. No sé por qué sucede esto, pero sé que es un hecho. La medida de luz que podemos retener es directamente proporcional a nuestra capacidad intelectual; lo que no podemos retener se pierde. Debemos dar gracias al Señor si la luz regresa, porque si no regresa, no sólo nosotros sufriremos pérdida, sino también la iglesia, ya que sin luz no hay ministerio.
¿Quién establece los ministros? Dios. Ahora bien, si nuestra mente no marcha al paso de la luz, nuestra oportunidad de servir como ministros se va. Muchas personas tienen la idea errónea de que el ministro de la Palabra de Dios no necesita la mente humana. De hecho, nuestra mente juega un papel muy importante en el ministerio de la Palabra de Dios, según se ve en 1 Corintios. Si no usamos nuestra mente con sus pensamientos, no podremos servir como ministros de la Palabra de Dios.
EL QUEBRANTAMIENTO DEL HOMBRE EXTERIOR
Es posible que alguien se pregunte: “¿No establece 1 Corintios 2:13 que las cosas espirituales no necesitan la sabiduría humana?” ¿Qué podemos decir al respecto? Debemos notar que este versículo se refiere al quebrantamiento del hombre exterior. Es necesario que nuestra mente sea como un criado que está a la puerta de la luz de Dios, esperando que resplandezca a fin de interpretarla. Sin esta prontitud, no es posible que haya un ministerio de la Palabra. Es una lástima que en lugar de usar nuestra mente en la interpretación de la luz, la usemos en nuestros propios asuntos. La mente es el peor de los amos cuando no la empleamos para interpretar la luz de Dios, sino para nuestras propias maquinaciones. Hay una gran diferencia entre la mente que actúa como un criado y la que actúa como un amo. Cuando funciona como amo, trata de encontrar la luz de Dios, de descifrar Su voluntad y de entender Su palabra por su propia cuenta. Esto es lo que se llama sabiduría humana. Todo lo que el hombre intenta lograr solo es sabiduría humana y debemos rechazarla. Nuestra mente debe ser como un criado que está listo, esperando y preparándose para ser usado por Dios. Es Dios quien crea la luz, no nosotros, y es El quien la hace resplandecer sobre nosotros. La función de nuestra mente es preparar, conservar, entender y traducir esta luz. Como podemos ver, la mente debe ser como un criado que desempeña una función muy importante en el ministerio de la Palabra. Una cosa es retener la luz de Dios en nuestra mente, y otra, producir nuestra propia luz. Un hombre que conoce al Señor sabe cuándo un orador es gobernado por su mente, y cuando trasmite la luz de Dios. Cada vez que la mente se entremete en los asuntos de Dios y toma el control, se convierte en un contratiempo para El. Por eso, el hombre exterior tiene que ser quebrantado, ya que cuando esto sucede, la mente deja de estar confusa y de ser independiente.
Debemos tener presente que el quebrantamiento del hombre exterior, en lugar de disminuir el poder de la mente, lo realza. Cuando hablamos del quebrantamiento de la mente, nos referimos al quebrantamiento de una mente que se centra en sí misma, tiene motivos egoístas y actúa por su propia cuenta. Una vez que es quebrantada llega a ser muy útil. Supongamos que una persona está ocupada noche y día con cierto asunto hasta el punto de obsesionarse. ¿Podrá tal persona leer debidamente la Biblia? ¡No! La mente de esta persona está tan desorientada que Dios no la puede usar. Hermanos, éste es un asunto muy serio.
Una mente limpia y reservada para Dios nos faculta para servir en el ministerio de la Palabra. Este es un requisito básico para todo aquel que desea participar en el ministerio. Cuando decimos que el hombre exterior necesita ser quebrantado, no nos referimos a que la mente debe dejar de funcionar, sino que ya no debe estar ocupada con el yo, ni en un laberinto de ideas desordenadas, ni estar en el laberinto de las cosas externas. La sabiduría de los sabios debe ser quebrantada, y la habilidad de los astutos debe ser eliminada. Sólo entonces nuestra mente deja de ser nuestra vida y nuestro amo para convertirse en un órgano útil. Hay personas a las que les fascina pensar y ser muy diestros; sus pensamientos son su vida. Pedirles que no se enfrasquen en la mente, es quitarles la vida. Tienen una mente que nunca descansa; es tan activa que dudamos que el Espíritu de Dios infunda Su luz en el espíritu de ellas. Y aun si lo hiciera, no podrían recibir la luz. Una persona consumida por sus pensamientos es demasiado sensitiva y prejuiciosa; por ello, no ve ni entiende la luz de Dios. Para que la mente de esta persona sea útil, Dios debe disciplinarla y quebrantarla totalmente. A esto nos referimos cuando hablamos del quebrantamiento del hombre exterior. Si la mente se vuelve el centro de nuestro ser, y todo gira alrededor de nuestro yo, y pensamos solamente en nuestras propias cosas, no permitiremos que la luz de Dios entre en nuestro espíritu. Como consecuencia, el ministerio de la Palabra se detendrá en nosotros y allí terminará. El ministerio de la Palabra necesita un canal para que el agua que procede de Dios pueda fluir. Ese canal somos nosotros. Si el agua encuentra obstáculos a su paso, no puede fluir. Muchas personas no pueden ser ministros de la Palabra porque tienen la mente bloqueada. Cuando la Palabra no puede pasar por nuestra mente, el ministerio de la Palabra de Dios se detiene.
Hermanos, no piensen que no tiene importancia malgastar la energía de nuestra mente. Muchos creyentes desperdician su poder mental en asuntos triviales, y crean estorbos en el camino de Dios. Todo lo que Dios creó es vital. El nos dio la mente para que coopere con la revelación; pero esto no es posible si ella está distraída en otros asuntos, ya que la mente centrada en sí misma es inútil. Ella debe servir a Dios, ya que cuando mantiene su posición de sierva, es útil en Sus manos; pero si asume la posición de amo, se convierte en enemigo y gran opositor de Dios. Debido a esto, 2 Corintios 10:5 dice que todo pensamiento debe ser llevado cautivo a la obediencia a Cristo. Dios no desea anular nuestra mente, El desea llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. Es importante saber cuándo la mente del hombre ha tomado el control. Si confiamos en nuestra sabiduría y habilidad, Dios tiene que quebrantarnos totalmente. De todos modos, debemos comprender que la obra de quebrantamiento no tiene como fin anular el órgano mismo, ni su función, sino quebrantar el centro, la vida del mismo, a fin de que Dios pueda usarlo. El desea que nuestra mente le sirva, es decir, que el alma esté sujeta al espíritu.
En Romanos 8:2 dice que Dios nos ha librado en Cristo Jesús. ¿Cómo nos liberó? Por medio de la ley del Espíritu de vida. ¿Y cómo podemos obtener la ley del Espíritu de vida? Andando según el Espíritu. Esta es la manera en que la ley del Espíritu de vida opera en nosotros; así que, si no andamos según el Espíritu sino según la carne, la ley del pecado y de la muerte se manifiesta en nosotros. Romanos 8 indica que los que andan según el Espíritu vencen la ley del pecado y de la muerte. Pero, ¿quiénes son los que andan según el Espíritu? Los que ponen su mente en el espíritu (v. 6). Estos son los que experimentan la ley del Espíritu de vida, y vencen la ley del pecado y de la muerte. ¿Qué significa poner la mente en el espíritu? Sencillamente eso, ponerla en la cosas del Espíritu. Si la mente de una persona es indómita y siempre está pensando en cosas extrañas y en fantasías, es carnal; pero si es guiada por el Señor hasta el grado de pensar en el Espíritu, es espiritual y entiende las cosas espirituales. Es imposible vivir por la ley del Espíritu si nuestra mente constantemente está ocupada en asuntos terrenales y si mantenemos la mente en la carne. Si no nos preocupamos por escuchar al Espíritu, seguiremos lo que nuestra voluntad indique, pondremos nuestra mente en la carne y caeremos en aquello en lo que pusimos nuestra mente. Esta no debe ser el centro de nuestro ser, sino un siervo atento a la voz de su amo. Así que necesitamos que nuestro hombre exterior sea quebrantado, porque cuando esto sucede, la mente deja de ser el centro y el yo deja de ser el foco de atención. Entonces no actuamos según la mente, aprendemos a escuchar la voz de Dios, y le esperamos como un siervo espera la orden de su amo. Así, cuando Su luz resplandece en nuestro interior y nuestro espíritu la percibe, nuestra mente la puede interpretar.
Muchas personas posiblemente piensen que para servir como ministros de la Palabra, lo único que necesitan es memorizar un mensaje. Si éste fuera el caso, la fe cristiana se convertiría en una religión basada en la carne, no se cimentaría en la revelación que se recibe en el espíritu. Es en nuestro espíritu y por medio de nuestra mente que conocemos, estudiamos, traducimos y comprendemos las cosas de Dios. Por eso es importante que nuestra mente sea estable y sobria; de lo contrario, no podremos conservar la luz. La base del ministerio de la Palabra es la revelación de la luz de Dios en el espíritu del hombre. Sin embargo, la manera de interpretar esta luz varía según los diferentes niveles de entendimiento y la condición intelectual de cada persona. La luz que una mente sobria puede captar es muy diferente a la que puede captar una mente común. Cuanto más apta sea la mente, más claramente comprenderá la verdad de la justificación. Es posible que al acercarnos al Señor entendamos el significado de la justificación por fe, la cual es una verdad elemental, pero no sepamos cómo expresarla. Así que, cuanto más amplia sea nuestra mente, más podremos entender, de tal manera que cuando hablemos de ello, lo que expresemos será profundo y elevado. Pero si nuestros pensamientos son superficiales, nuestro entendimiento será limitado y lo que expresemos será igualmente superficial. Lo que percibimos está determinado por la limitación de nuestra mente. La Palabra de Dios es la misma en ambos casos, pero es debilitada por la mente superficial. La mente es uno de los factores naturales del ministerio de la Palabra, y cuando su nivel no es elevado ni restringido, se nos escapa la Palabra de Dios. El riesgo que corre el ministerio de la Palabra es que cabe la posibilidad de que el hombre le añada expresiones impropias a la luz divina o le mezcle pensamientos malsanos, lo cual restaría eficacia a la Palabra, y la pérdida sería enorme.
Hermanos, ¿podemos ver esto? Nuestra responsabilidad es grande. Si nuestra mente es disciplinada, expresaremos adecuadamente la palabra de Dios, y la adición de nuestros elementos humanos será una gloria para ella. Esto fue lo que experimentaron Pablo, Pedro y Juan. Pablo tenía cierta fisonomía y personalidad, pero cuando la luz de Dios resplandecía en él y expresaba la palabra, Dios y Pablo estaban en ella. Esto es muy hermoso. La palabra de Dios puede ser perfeccionada por el hombre sin ningún obstáculo; incluso, puede ser glorificada. También podemos ver esto en Pedro. Cuando él hablaba, el fluir de la Palabra de Dios transmitía su personalidad. Pedro perfeccionó la Palabra de Dios; no la afectó. Hoy los ministros de la Palabra de Dios deben ser iguales a los primeros ministros, pues a ellos los necesita Dios. ¿Se han preguntado cuánta de esta luz se pierde al pasar por el espíritu y la mente, y cuánta es perfeccionada? Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Si la Palabra y el ministerio son débiles, se debe a que nuestra mente es débil. Si no tenemos una mente disciplinada que pueda leer e interpretar la luz de Dios, lo que expresemos no tendrá vigor. Como ya dijimos, nosotros somos los canales de la Palabra de Dios, y regulamos su caudal como lo hace un tubo en el caudal del agua. El tubo puede estar en buenas condiciones y permitir que el agua fluya normalmente, o puede estar perforado o contaminado. De igual manera, nosotros podemos transmitir la palabra de Dios de manera potente, o débil y llena de contaminación. Nuestra responsabilidad en verdad es grande. Si sólo nos interesamos en doctrinas, estamos en el carril equivocado. Necesitamos ser quebrantados para poder ser útiles.
La marca de la cruz y el quebrantamiento del hombre exterior no es algo optativo, ya que sin el quebrantamiento, no hay ministerio. Nuestro hombre exterior debe ser quebrantado a fin de comunicar a Cristo y anunciar la Palabra de Dios. Por ello, es inevitable que volvamos la atención a nosotros mismos. Es necesario estar en la debida condición, para ser de beneficio.
UNA MENTE ADIESTRADA
No debemos desperdiciar nuestros pensamientos en asuntos efímeros. Debemos apreciar y preservar cada partícula de nuestra energía intelectual. Cuanto más poderosos y enriquecidos sean nuestros pensamientos, más alto escalaremos. Es fácil reconocer si una persona puede ser útil en el ministerio de la Palabra por la manera que utiliza su mente. ¿Cómo puede alguien que malgasta y derrocha sus pensamientos en cosas vanas, tener capacidad para pensar en los asuntos relacionados con Dios? Es imposible. Los pensamientos de una persona demasiado sensitiva no se pueden usar. Ella piensa constantemente en sus propias cosas, está pendiente de sus circunstancias y encadenada a sus propios pensamientos. Cuánto más giran sus pensamientos en torno a sí misma, menos útil puede ser. No debemos permitir que nuestros pensamientos sean indómitos, confusos y desenfrenados; ni que se debiliten por andar según la carne, al poner la mente en la carne y en sus cosas. Si hacemos esto, en nuestra mente no habrá cabida para Dios. El ministerio de la Palabra necesita que nuestra mente capte y retenga la luz que llega a nuestro espíritu. Para ello, los pensamientos deben subordinarse como un siervo que espera a la orden de su amo. Debido a que la luz de Dios tiende a desvanecerse, nos lamentamos por no poder captarla. Sin embargo, si nuestra mente continúa ocupada en otros asuntos, esto es inevitable. Debemos tener presente que el fulgor de la luz contiene muchos aspectos, y sólo aquellos cuyos pensamientos son perfectos, excelsos y claros tienen la facultad de retenerlos. Esta es la senda del ministerio de la Palabra y todos debemos conocerla. Dios desea mostrarnos muchas cosas, pero nosotros no las podemos retener. Percibimos la voz en nuestro espíritu que nos indica algo, pero nuestra mente no lo discierne.
Debemos comprender que aun si tuviéramos la mente más diestra del mundo, no podríamos contener toda la luz de Dios. Pero la hacemos más improductiva cuando la desperdiciamos en vanidades. No es sabio permitir que la mente vague continuamente. La luz que llega a nuestra mente sólo puede ser retenida y ser útil según nuestra capacidad. Esta luz es espiritual y se desvanece fácilmente; por ello, si la queremos retener, nuestra mente tiene que ser potente, fértil y fuerte. Dios es magnificente; en cambio nosotros somos limitados, tanto que carecemos de la facultad de captar la magnitud del resplandor de Su expresión. Nuestra mente debe ser muy receptiva, de lo contrario, al acercarnos al Señor, nos sentiremos limitados e impotentes para hacer frente a la necesidad del momento. Los hechos que se nos escapan al dejar pasar el resplandor de la luz divina, nos hacen conscientes de nuestra estrechez. Nuestra situación se deteriorará si desperdiciamos nuestros pensamientos vanamente.
Debemos subordinar nuestra mente delante del Señor diariamente. La manera que usamos nuestros pensamientos determina nuestra función como ministros de la Palabra. Para muchas personas el ministerio de la Palabra ha perdido su valor, y ellas se han desviado de la senda correcta, por el mal uso que hacen de sus pensamientos. Ese derroche de pensamientos las agota, y no pueden recibir la iluminación del Espíritu. Son como el que malgasta energía tomando incontables desviaciones, hasta que se agota y no puede regresar al camino. Hermanos, nuestra mente está ligada a la iluminación del Espíritu. Si bien es cierto que nuestros pensamientos no pueden reemplazar esta iluminación, son el medio para poder entenderla. Así que, preservemos nuestros pensamientos para cuando los necesitemos. Obviamente, esto no significa que nuestra mente debe estar inactiva, sino que no debemos desperdiciar en asuntos sin importancia la energía ni la capacidad mental que Dios nos dio, ya que eso nos impedirá entender Su Palabra. La Biblia contiene muchos asuntos secundarios en los cuales no es sabio malgastar nuestra energía, pues no tienen mucha importancia. Por otra parte, nuestra mente no puede resolver todos los problemas espirituales; podemos concebir posibles soluciones, pero no podemos resolverlos. Lo único que puede resolverlos es la luz de Dios. Ciertas personas gastan mucha energía tratando de resolver enigmas bíblicos y problemas espirituales. Malgastan sus pensamientos en doctrinas y razonamientos, creyendo firmemente que pueden resolver todos los enigmas y dar solución a todos los problemas. Sin embargo, lo que expresan son solamente ideas. La incapacidad de conservar la luz de Dios ocasiona gran pérdida. La utilidad de la mente yace en su capacidad de captar en el acto la luz de Dios. El ministro de la Palabra debe saber emplear sus pensamientos en asuntos importantes y permitir que la luz de Dios penetre en ellos. Nuestros pensamientos solos no pueden ver la revelación; necesitamos la luz de Dios. ¿Podemos ver esto? No debemos escudriñar la Biblia usando nuestro raciocinio; debemos esperar la luz de Dios. Esto permitirá que nuestra mente traduzca el significado de ésta y podamos ver algo. Si nuestra mente es receptiva, veremos la luz de Dios. Este es el primer paso para recibir la Palabra de Dios.
Que el Señor levante ministros de la Palabra entre nosotros, ya que sin ellos, la iglesia se empobrece. Debemos tener presente que a fin de ministrar a la iglesia, necesitamos recibir el suministro de la Palabra de Dios. Para ello, necesitamos ser canales. El resplandor de la luz divina llega a nuestro espíritu, pero tiene que pasar luego por nuestra mente. La luz está en nuestro espíritu, pero ¿cómo podemos esperar tener un ministerio poderoso si la luz pierde su intensidad tan pronto llega a nuestra mente? Es vital que veamos esto. Que el Señor nos conceda ver el camino al ministerio de la Palabra.