Watchman Nee Libro Book cap.10 El hombre espiritual

Watchman nee Libro Book cap.10 El hombre espiritual

CÓMO SER LIBRES DEL PECADO Y DE LA VIDA DEL ALMA

TERCERA SECCIÓN.

CAPÍTULO UNO

 

CÓMO SER LIBRES DEL PECADO Y DE LA VIDA DEL ALMA

 

COMO SER LIBRADOS DEL PECADO

La base sobre la cual los creyentes son librados del pecado se halla en Romanos 6. Dios preparó esta libertad para todos los creyentes; así que, todos pueden recibirla. Debemos recalcar que en el mismo momento en que un pecador recibe al Señor Jesús como su Salvador y es regenerado, puede tener la experiencia de ser librado del poder del pecado. No tiene que esperar un largo período ni tiene que pasar por muchos fracasos para poder recibir estas buenas nuevas. Debido a que muchos creyentes han escuchado un evangelio incompleto o no están dispuestos a recibir el evangelio completo u obedecerlo incondicionalmente, tienen que esperar mucho tiempo para poder recibir el evangelio de Romanos 6. Realmente ésta es una bendición de la cual pueden participar todos los creyentes recién nacidos. Examinemos nuevamente lo que recibimos mediante la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesús.

Romanos 6 comienza pidiéndonos que recordemos, no que esperemos. Dice que prestemos atención a lo que ya recibimos. El versículo 6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. Este versículo nos muestra tres personas: el pecado (singular en el griego), el viejo hombre y el cuerpo.

Hay una gran diferencia entre estos tres. Cada uno de ellos tiene una acción diferente en cuanto al pecado. El pecado al que se alude aquí, es conocido comúnmente como la raíz del pecado. La Biblia nos dice que anteriormente éramos esclavos del pecado, es decir, el pecado era el amo. Al cometer pecados, sabemos que el pecado primeramente ejerce su poder sobre nosotros y después nos esclaviza. Continuamente ejerce su poder a fin de retenernos para que al obedecer a nuestro viejo hombre pequemos. El viejo hombre está compuesto de todo lo que recibimos en Adán. Si deseamos saber qué es el viejo hombre, sólo necesitamos saber qué es el nuevo hombre. Todo lo que no es del nuevo hombre, pertenece al viejo hombre. Nuestro nuevo hombre se compone de todo aquellos que recibimos de nuevo el día que fuimos regenerados. Así que, el viejo hombre incluye todas las cosas de nuestra personalidad que no pertenecen al nuevo hombre. El viejo hombre es nuestra persona, nuestra vieja personalidad y todo lo viejo. Es por causa del viejo hombre que pecamos. A él le encantan los pecados y está sujeto al poder del pecado.

El cuerpo de pecado es nuestro cuerpo, el cual es usado como un títere en el momento de pecar. Es la parte física del hombre. El hecho de que sea llamado “cuerpo de pecado” indica que está sometido al poder del pecado, que está lleno de la lujuria del pecado y que el pecado se expresa por medio de él. De no ser así, el pecado sería solamente un poder invisible.

El pecado es el poder que nos arrastra a pecar. El viejo hombre es la parte mental que recibimos de Adán, mientras que el cuerpo de pecado es la parte física que recibimos de él. Por lo tanto, en la experiencia de pecar se tiene la siguiente secuencia: primero el pecado, luego el viejo hombre y, por último, el cuerpo. El pecado ejerce su poder para atraer, impulsar y forzar al hombre a cometer pecados. El viejo hombre se deleita en pecar, está de acuerdo con el pecado, se inclina hacia él y, por eso, conduce el cuerpo a pecar. El cuerpo es el títere exterior que lleva a cabo el pecado. Así que, cada vez que una persona peca, ese pecado es el resultado de la colaboración de estos tres. Se tiene la opresión por parte del poder del pecado, la inclinación del viejo hombre, y la realización por la acción del cuerpo.

¿Qué debe hacer una persona que quiera ser librada del pecado? Algunos dicen, basándose en la experiencia que acabamos de mencionar, que si alguien desea vencer el pecado, primeramente debe anular al pecado desde la raíz, ya que la maldad procede del pecado. Debido a tal razonamiento surgió la doctrina de la erradicación del pecado. Ellos piensan que si la raíz del pecado puede arrancarse, el hombre ya no pecará más y llegará a ser santo. Otros afirman que si alguien quiere vencer al pecado, basta con someter al cuerpo, ya que ésa es la parte del hombre que comete el pecado. Como resultado surgió en la iglesia un grupo de ascetas que utilizaron toda clase de métodos para reprimirse. Pensaban que si podían vencer la concupiscencia de sus cuerpos, serían santos. Realmente, ése no es el método de Dios. Romanos 6:6 nos muestra claramente Su camino. El deseo de Dios no es desarraigar al pecado por dentro ni reprimir al cuerpo por fuera. El le pone fin al viejo hombre, el cual está en medio de los otros dos.

LOS HECHOS DE DIOS.

Cuando el Señor Jesús fue a la cruz, no sólo llevó nuestro pecado, sino que también nos llevó a nosotros y nuestro ser. Nuestro viejo hombre ya fue crucificado. Este es un hecho cumplido. Por lo tanto, el apóstol nos dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”. Esto significa que nuestro viejo hombre fue clavado en la cruz con Él una vez y para siempre. Así como la crucifixión de Cristo es un hecho cumplido, igualmente lo es la crucifixión de nuestro viejo hombre (con El). Nadie duda que Cristo fue crucificado. ¿Por qué entonces dudamos que nuestro viejo hombre haya sido crucificado?

Muchos creyentes han escuchado la verdad de la crucifixión, que consiste en que fuimos crucificados juntamente con El, pero tal vez por falta de revelación de parte de Dios o por falta de fe, piensan que ellos mismos deben morir y deben hacer todo lo posible por crucificarse. Además, enseñan a los demás a hacer lo mismo. Sin embargo, el resultado es que no tienen la fuerza para ser librados del pecado. A pesar de lo que hagan, sienten que el viejo hombre no está muerto.

Esto es un gran error. La Biblia nunca nos dice que nos crucifiquemos a nosotros mismos. Por el contrario, lo que la Biblia nos enseña es que no depende de nuestra crucifixión, pues cuando Cristo fue a la cruz, también nos llevó allí para ser crucificados juntamente con El. La Biblia no nos muestra que desde este momento debemos empezar a crucificar nuestro viejo hombre, sino que nuestro viejo hombre ya fue crucificado con el Señor Jesús. No hay necesidad de buscar otros pasajes en las Escrituras; basta con leer Romanos 6:6: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”. No hay la más mínima sugerencia de que debamos crucificarnos a nosotros mismos, ni hay indicación alguna de que el logro de esta crucifixión se deba aplicar en el futuro. Se afirma, sin ambigüedad, que estamos crucificados con Cristo, y esta crucifixión conjunta es un hecho ya logrado.

He ahí el resultado de la frase más preciosa de toda la Biblia: “en Cristo”. Ya que estamos en Cristo, unidos con El, cuando El fue a la cruz, nosotros fuimos en El; fue crucificado, nosotros también lo fuimos. ¡Cuán maravilloso es estar en Cristo!

Ninguna verdad que entendamos sólo intelectualmente nos capacitará para resistir las tentaciones. La revelación del Espíritu Santo es absolutamente indispensable. El Espíritu de Dios debe darnos una revelación para que podamos saber que estamos en Cristo y unidos a El. Esta revelación hará que veamos claramente que nuestro viejo hombre fue crucificado con El puesto que estamos en El. Esto no es una comprensión mental, sino una revelación del Espíritu Santo. Una vez que una persona recibe la revelación de parte de Dios, esta verdad espontáneamente llega a ser poderosa en él y le da la capacidad de creer. La fe proviene de la revelación, pues sin ella no hay fe. Muchas personas, por no tener revelación, carecen de la fe viva y sólo poseen un entendimiento mental. Hermanos, oremos pidiéndole a Dios que nos dé revelación para que podamos verdaderamente decir que sabemos “que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”.

¿Por qué razón fue crucificado nuestro viejo hombre? “Para que el cuerpo de pecado sea anulado”. La versión china de la Biblia traduce esta expresión con el sentido de “que el cuerpo pecaminoso sea destruido”, lo cual no es exacto. No es “cuerpo pecaminoso”, sino “cuerpo de pecado”. Y no debe traducirse “destruido”, sino “anulado” o “paralizado” o “desempleado”.

Anteriormente, cuando el pecado estimulaba nuestro viejo hombre, éste respondía y, en consecuencia, el cuerpo llevaba a cabo los pecados. Ahora, pese a que el pecado todavía incita al hombre viejo como solía y a que todavía impone su poder, debido a que el viejo hombre fue crucificado y el nuevo hombre tomó su lugar, el pecado no puede tentar a este hombre. Debido a que es un nuevo hombre, ya no es el viejo hombre que estaba de acuerdo con el pecado y que conducía al cuerpo a pecar. Ya que el viejo hombre fue crucificado, el cuerpo de pecado quedó desempleado y sin nada que hacer. Originalmente el oficio del cuerpo era pecar; ahora no puede pecar más. Por lo tanto, quedó imposibilitado. Alabado sea el Señor, pues esto es lo que El preparó para nosotros.

¿Por qué Dios hizo que nuestro viejo hombre fuera crucificado juntamente con Cristo e hizo que nuestro cuerpo quedara anulado? Su propósito era que ya no fuéramos esclavos del pecado. Como Dios hizo esto, de ahora en adelante no tenemos que obedecer al pecado

ni estar bajo su opresión ni estar atados por el poder del pecado. El pecado ya no puede ser nuestro amo. ¡Aleluya! Verdaderamente debemos alabar a Dios por esto.

DOS CONDICIONES.

¿Cómo podemos entrar en estas bendiciones? Hay dos puntos muy importantes. El primero se menciona en el versículo 11: “Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”. He aquí una descripción de la fe. Dios declara que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, y nosotros creemos Su Palabra y nos damos por muertos. ¿Cómo morimos? “Consideraos muertos al pecado”. Dios declara resucitamos juntamente con Cristo; así que creemos Su Palabra y nos consideramos vivos. ¿Cómo vivimos? “Consideraos …. vivos para Dios”.

Este reconocimiento no es otra cosa que creer en Dios según Su Palabra. El dice que nuestro viejo hombre fue crucificado, y nosotros reconocemos que nuestro viejo hombre ya murió. Dios dice que estamos vivos, así que nosotros nos consideramos vivos. El error de muchos es que quieren sentir, ver y experimentar, antes de creer la Palabra de Dios; sólo después de sentir o ver o experimentar algo entonces creerán que es cierto lo que Dios dijo de la crucifixión del viejo hombre. No saben que lo que Dios hizo ya está hecho en Cristo. Mientras creamos Su Palabra y demos por hecho que lo que El hizo es verdadero, el Espíritu Santo nos conducirá a la experiencia. Su Espíritu hará que lo que está en Cristo fluya en nosotros.

En el versículo 13 se menciona otro punto: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como armas de injusticia, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como armas de justicia”. He aquí una descripción de la consagración, lo cual también es una parte muy importante. Si tenemos algo y no queremos soltarlo, aunque Dios desea que lo soltemos, el pecado tendrá dominio sobre nosotros; y nuestro “reconocimiento” será inútil. Si Dios quiere que hagamos algo, que vayamos a algún lugar o que hablemos de El, pero no queremos presentar nuestros miembros como armas de la justicia de Dios, no podemos ser liberados del pecado. Si no queremos abandonar algo y nos resistimos, es posible que el pecado vuelva a gobernarnos. Naturalmente, en tal condición, no tendremos poder para creer en la Palabra de Dios y considerarnos muertos. Si no nos damos por muertos, y nuestra fe se detiene, aunque estemos en Cristo en posición, nuestra conducta no estará en Cristo ni permaneceremos en el Señor como se describe en Juan 15, y tampoco experimentaremos el hecho de que ya fuimos crucificados, puesto que esto sólo es posible en Cristo.

Considerarse muerto y consagrarse deben ser experiencias específicas. Deben ser tan específicas como recibir al Señor Jesús como nuestro Salvador. Si no pasa de ser un entendimiento mental, sin la fe y sin la consagración específicas, entonces no es posible tener tal conducta.

Siempre que somos derrotados, indiscutiblemente podemos decir que se debe a que no tuvimos fe o a que no obedecimos. Fuera de estas dos, no hay otra razón. Si tenemos un fracaso, el problema radica en una de estas o en ambas. Debemos aprender a vivir por la fe en Cristo, sin mirarnos a nosotros mismos, ni pensar en nosotros mismos, ni ocuparnos en nada que no sea Cristo. Debemos aprender constantemente a creer que estamos en Cristo y que todos los hechos que hay en Cristo son verdaderos. Al mismo tiempo, debemos mantener nuestra consagración mediante el poder de Dios. Debemos contar todas las cosas como basura. No existe nada sobre la tierra que no podamos abandonar por causa del Señor. No hay nada que debamos reservar para nosotros mismos. Todo lo que Dios pida de mí, no importa cuán difícil sea, ni cuánto esté en contra de la carne, mi corazón siempre estará dispuesto. Ningún precio es demasiado alto cuando se trata de Dios. No me preocupa ningún sacrificio, mientras pueda agradarlo. Cada día aprenderé a ser un hijo obediente.

Si tenemos esta fe y esta consagración, ¿cuál será el resultado? La Palabra de Dios es muy clara y nos lo dice en el versículo 14: “El pecado no se enseñoreará de vosotros”.

LA RELACIÓN ENTRE EL PECADO Y EL CUERPO.

Cuando el creyente entiende la verdad de que fue crucificado juntamente con Cristo, y tiene la experiencia de haber sido librado del pecado, entra en una etapa muy peligrosa. Si en esta situación tiene la debida instrucción, y confía en el Espíritu Santo para que aplique la obra profunda de la cruz en él, entonces, podrá tener la experiencia de permanecer completamente en el espíritu. Pero si se conforma, pensando que tener una vida que vence al pecado es la vida más elevada y no permite que la cruz ponga fin a su vida anímica, entonces permanecerá en la esfera del alma creyéndola una experiencia del espíritu. Aunque su viejo hombre ya llegó a su fin, su vida anímica no ha sido eliminada por la cruz. La voluntad, mente y la parte emotiva de dicha vida están activas y sin ninguna restricción, por lo tanto, la experiencia de un creyente así, sigue siendo de la carne.

Necesitamos saber hasta qué punto la liberación del pecado ha afectado nuestro ser; así sabremos qué es lo que ha llegado a su fin y qué sigue vivo todavía. Debemos saber en especial que el pecado está particularmente relacionado con nuestro cuerpo. Al contrario de muchos filósofos, nosotros no pensamos que el cuerpo sea intrínsecamente malo, pero admitimos que el cuerpo es la esfera donde el pecado gobierna. Vemos en Romanos 6:6 que el Espíritu Santo llama a nuestro cuerpo el cuerpo de pecado, porque antes de experimentar la operación de la cruz y antes de que presentemos a Dios nuestros miembros como armas de justicia, nuestro cuerpo simplemente es el cuerpo de pecado. Antes de que nos consideráramos muertos al pecado y presentáramos nuestro cuerpo a Dios, el pecado poseía nuestro cuerpo y era su amo. Nuestro cuerpo es la fortaleza del pecado, su instrumento y guarnición. Por consiguiente, no hay otro término más apropiado que “el cuerpo del pecado”.

Si leemos cuidadosamente la porción de Romanos 6 al 8, que nos habla de ser libres del pecado, veremos qué relación hay entre el cuerpo y el pecado. Además, veremos que la salvación plena consiste en salvar nuestro cuerpo hasta que sea totalmente libre de la obra y el servicio del pecado, y presente sus miembros a Dios.

El apóstol nos dice en el capítulo seis: “Para que el cuerpo de pecado sea anulado” (versículo. 6). “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a las concupiscencias del cuerpo” (versículo. 12). “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como armas de injusticia, sino presentaos vosotros mismos … y vuestros miembros a Dios como armas de justicia” (versículo. 13).

De nuevo, Dios habla por medio del apóstol con respecto al cuerpo en el capítulo siete. “Las pasiones por los pecados … obraban en nuestros miembros” (v. 5). “Pero veo otra ley en mis miembros … que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (versiculo. 23). “¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? (versículo. 24)

La voz del Espíritu Santo es muy clara en el capítulo ocho. “El cuerpo está muerto a causa del pecado” (versículo. 10). “Vivificará también vuestros cuerpos mortales” (versículo . 11). “Mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis” (versículo . 13). “La redención de nuestro cuerpo” (versículo . 23).

Después de leer estos versículos, debemos saber que Dios presta mucha atención a nuestro cuerpo. Esto se debe a que el cuerpo es la esfera de las actividades del pecado. El hombre es esclavo del pecado porque su cuerpo es títere de éste. Pero en el momento en que su cuerpo queda sin oficio para el pecado, la persona deja de ser su esclavo. Un hombre es librado del pecado, cuando su cuerpo es libre del poder y la fuerza del pecado.

Por esto, “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo de pecado sea anulado”. La crucifixión del viejo hombre hace que el cuerpo quede libre del dominio del pecado. El viejo hombre, que es el colaborador del pecado, fue crucificado. Ahora, el nuevo hombre ocupa la posición que anteriormente tenía el viejo hombre. Ahora el Espíritu de Dios vive en nosotros. Aunque el pecado todavía está presente, su poder sobre el cuerpo fue destruido. Debido a la crucifixión del viejo hombre, el pecado ya no puede usar el cuerpo. Sin el viejo hombre como intermediario, el pecado no puede usar al cuerpo directamente.

Debemos recordar que somos libres del pecado solamente cuando nuestro cuerpo es librado. (Por supuesto, todavía tenemos que esperar hasta la redención completa en el futuro para ser libres de la presencia del pecado.) La vida natural, la vida anímica, por la cual vivimos, no ha sido quebrantada. Si consideramos la vida que vence el pecado como la vida más elevada, entonces juzgamos que la parálisis del cuerpo es la vida más elevada y habremos olvidado que además de nuestro cuerpo de pecado, todavía existe el alma natural y la vida anímica. Esta vida debe ser quebrantada, al igual que el cuerpo. Si un creyente solamente sabe que el cuerpo fue anulado (lo cual es maravilloso), pero no sabe cómo negarse a su vida anímica, su experiencia espiritual será superficial y no obtendrá mucha profundidad.

Ya dijimos que el yo (el alma) todavía es muy activo en la obra de Dios. De hecho, aunque el cuerpo está inactivo, la vida del alma sigue bastante activa. Aunque esta vida está escondida en el yo, tiene diferentes expresiones externas. La vida del alma comprende por lo menos, tres partes principales, la voluntad, la mente y la parte emotiva. Cuando los creyentes viven de acuerdo con la vida del alma, algunos se inclinan hacia la voluntad, otros hacia el intelecto, y otros hacia las emociones. Algunas veces se inclinan hacia una parte, y otras hacia otra. Aunque las manifestaciones externas son significativamente diferentes debido a las diferencias entre la voluntad, la mente y la parte emotiva, en realidad, son las mismas ya que todas ellas pertenecen al alma. Para aquellos que se inclinan hacia la voluntad, el centro de su vida son sus preferencias personales, y no están dispuestos a obedecer la voluntad de Dios. Los que se inclinan hacia la mente, planean su rumbo según su propia sabiduría, en lugar de seguir calladamente la dirección del Espíritu Santo en su intuición. Por otro lado, los que se inclinan hacia las emociones, van en busca de placeres en sus sentimientos, considerando que ésa es la vida suprema. Pero si los creyentes andan de acuerdo a su vida anímica, no importa cuál sea su inclinación, tendrán una cosa en común, que viven mediante el poder del yo. El poder del yo constituye toda la fuerza natural que los creyentes poseían aún antes de creer en el Señor, sean talentos, habilidades, elocuencia, inteligencia, carisma, entusiasmo u otra cualidad. Con respecto a los creyentes que andan según la vida de su alma, debemos saber que, en principio, la vida anímica es la fuerza natural del yo, y en manifestación, dicha vida tiene tres diferentes expresiones: la rebeldía, la obstinada, el engreimiento y la búsqueda de placeres. Si un creyente vive por la vida del alma, valiéndose de su energía, inevitablemente tendrá estas tres expresiones. Si no avanza y no hace morir la vida de su alma, entonces nutrirá su vida anímica, lo cual no agrada a Dios, y perderá el fruto del Espíritu Santo.

EL ALMA COMO VIDA.

Ya se dijo que el alma es nuestra vida inherente y que es el poder que hace posible que vivamos, que poseamos un ser y que existamos. (Todo esto se refiere a la carne). Nuestra alma es nuestra vida. La expresión “ser viviente” que aparece en Génesis 1:21 y 24, en el idioma original son la misma palabra que se traduce “alma”; por lo tanto, el alma es la vida que los hombres tienen en común con los animales. Esta vida es la vida inherente del hombre. Antes de que fuéramos regenerados, vivíamos sobre la tierra mediante esta vida; ésta es la vida que todos los hombres poseen. En el idioma griego [en el cual se escribió el Nuevo Testamento] la palabra traducida alma es psique, y denota la vida animal. La vida del alma es la clase de vida que hace que el hombre sea un ser viviente. La vida anímica pertenece a la esfera natural. Esta vida no es necesariamente pecaminosa, puesto que muchos creyentes ya vencieron los pecados por medio de la crucifixión de su viejo hombre juntamente con Cristo. Sin embargo, sigue siendo natural. Esta vida es la vida del hombre; por eso es muy humana. Esto es lo que hace que un hombre sea un hombre. Su vida es totalmente la vida de hombre, ya sea buena, amable o humilde; pero de todos modos, sigue siendo humana.

Esta vida es completamente distinta de la nueva vida que el Espíritu Santo nos imparte cuando somos regenerados. El Espíritu Santo nos da la vida increada del propio Dios, una vida extraordinaria, el eterno zoe, pero la otra es sólo la vida del hombre, la vida psique.

La vida se manifiesta por medio de las acciones; es el poder dentro del hombre que hace que todos sus miembros se muevan. Las actividades del hombre son la expresión de esta vida. Ese poder invisible que está detrás de la actividad humana es el potencial latente de esta vida. Todos nosotros estamos en una manera natural incluidos en esta vida. Esta vida es nuestra vida anímica.

EL ALMA Y EL PECADO.

La vida del alma proporciona el poder para ejecutar todo lo que se le ordena. Si el espíritu reina, la vida del alma de acuerdo a la dirección del espíritu, ejerce su voluntad para decidir y hacer lo que el espíritu dicta. Si el pecado es el que reina en el cuerpo, la vida del alma, de acuerdo a la tentación del pecado, ejerce su voluntad para decidir y llevar a cabo lo que el pecado desea. La vida del alma obra de acuerdo a su amo. Solamente es responsable de ejecutar órdenes. Antes de la caída del hombre, ella proveía toda su energía para la dirección del espíritu, pero después de la caída, sigue el dominio del pecado. Desde que el hombre se hizo carne, el pecado que reina en el cuerpo vino a ser la naturaleza del hombre y esclavizó al alma, que es su vida. Esto hace que el hombre en todas sus acciones, siga al pecado. Es por eso que la naturaleza del hombre es el pecado, y el alma es su vida.

Cuando hablamos de nuestra vida y naturaleza, parece que considerásemos la vida y la naturaleza como la misma cosa, pero siendo exactos, hay una distinción entre la vida y la naturaleza. Aparentemente, el término vida es más extenso que naturaleza. Toda clase de vida tiene su propia naturaleza. La naturaleza es el principio natural de la vida, es la inclinación y el deseo de la vida. Mientras aún somos pecadores, nuestra vida es el alma y nuestra naturaleza es el pecado. Vivimos por el alma y la inclinación y el deseo de nuestra vida está en conformidad con el pecado. Para ser más específico en este punto, la decisión de portarnos bien procede del pecado, y la fuerza para seguir esa decisión viene del alma. La naturaleza pecaminosa propone, y la vida del alma da la energía. El pecado trama, y el alma ejecuta. Esta es la condición de todo creyente.

Cuando el creyente recibe la gracia de la muerte substitutiva del Señor Jesucristo en la cruz, aunque desconozca el hecho de haber sido juntamente crucificado con Cristo, Dios pone Su misma vida en él, para despertar su espíritu. Esta nueva vida, trae consigo la naturaleza divina. De ahí en adelante, en el creyente hay dos vidas, la del espíritu y del alma, y dos naturalezas, la de Dios y la del pecado.

Estas dos naturalezas, la vieja y la nueva, son distintas, están en discrepancia y no se pueden reconciliar. Contienden todo el día, tratando cada una de controlar el ser del hombre en su totalidad. En esta etapa, el cristiano es un niño en Cristo y es carnal. Su experiencia durante este período es muy inconstante y dolorosa, alternando entre victorias y derrotas. Más tarde, llega a conocer la salvación de la cruz, es decir, que si por la fe considera que el viejo hombre fue crucificado con Cristo, puede ser librado del pecado, dejando a su cuerpo inactivo y tan silencioso como la muerte. Ya que el viejo hombre fue crucificado, el creyente tiene el poder de vencer el pecado, y experimenta la promesa de que el pecado no se enseñoreará de él.

En esta etapa el creyente entra en la esfera donde el pecado está bajo sus pies. Las pasiones y deseos de la carne no le atraen. En esta condición, el creyente virtualmente piensa que es completamente espiritual. Cuando mira hacia atrás, y ve a muchos creyentes enredados aún por el pecado, inevitablemente se enorgullece y piensa que llegó a la etapa más elevada y que es espiritual. En realidad, la verdad es muy distinta de lo que piensa. Aún en esta etapa, inevitablemente, él es un creyente anímico.

EL CREYENTE ANÍMICO.

¿Por qué un creyente es anímico? Porque aunque la cruz ha obrado y quebrantado su naturaleza pecaminosa, la vida del alma sigue presente. Aunque todos los pecados proceden de la naturaleza pecaminosa, y el alma solamente obedece su dirección para ejecutar sus órdenes, el alma, de todos modos, la heredó de Adán. Aunque el alma no está contaminada completamente, no puede evitar el efecto de la caída de Adán. Ella es natural y muy diferente a la vida de Dios. Ciertamente, el viejo hombre corrupto del creyente ya murió; sin embargo, su alma sigue siendo la fuerza de su vida. El creyente es librado de la naturaleza pecaminosa, pero la vida anímica subsiste. Por eso, no puede evitar ser anímico. Aunque el viejo hombre ya no dirige al alma, ésta sigue siendo la fuerza de su vida. Debido a que la naturaleza de Dios reemplaza la naturaleza pecaminosa, espontáneamente todas las inclinaciones, los deseos y las ideas son buenas; esta condición no es como la antigua condición inmunda. No obstante, la ejecución de todo ello sigue siendo función de la vida del alma.

Una vida que depende del alma puede llevar a cabo el deseo del espíritu por medio de la fuerza natural (terrenal), en su intento por lograr la bondad sobrenatural (divina). En palabras sencillas, el yo usa su fuerza para cumplir los requisitos de Dios. En esta condición, aunque el creyente haya vencido al pecado al practicar obras de justicia, todavía es inmaduro. No obstante, pocos están dispuestos a depender de Dios y a reconocer su debilidad, inmadurez e incapacidad. El hombre en su naturaleza humana piensa que tiene fuerza. Quien no ha sido humillado por la gracia de Dios, nunca reconocerá que no sirve para nada. Debido a esto, no tiene interés en confiar en el Espíritu Santo al hacer las obras de justicia, sino que depende de la fuerza del yo (el alma) para corregir y mejorar su conducta vieja. El peligro en este caso es que el creyente trata de agradar a Dios con su poder y no sabe cómo utilizar la vida del alma, que le fue dada por Dios y que está en él, para incrementar la fuerza de la vida del espíritu mediante el Espíritu Santo, a fin de obedecer lo que dicta la nueva naturaleza que recibió. En realidad la vida espiritual está en una etapa infantil y no ha llegado a la madurez, donde puede expresar todas las virtudes de la naturaleza de Dios. Además, no puede hacerlo. Debido a la falta de paciencia, de humildad y de dependencia de Dios, el creyente no sabe que no importa cuán buenos sean sus esfuerzos, desde la perspectiva humana, él nunca podrá agradar a Dios. En consecuencia, aplica su poder anímico y natural para cumplir los requerimientos que Dios hace a Sus hijos. Tales obras son una mezcla de lo que es de Dios con lo que es del hombre, y expresan los deseos celestiales mediante la fuerza terrenal. Puesto que los hechos y la conducta del creyente son tales, él sigue siendo anímico, y no espiritual.

Muchos no entienden lo que es la vida del alma. La vida del alma es lo que comúnmente llamamos vida del yo. Algunos cometen el gran error de no distinguir entre el pecado y el yo. Piensan que el pecado y el yo son la misma cosa. Sin embargo, tanto en la enseñanza de la Biblia como en la experiencia espiritual ellos son diferentes. El pecado es inmundo, se opone a Dios y es abominable a lo sumo; mientras que el yo no es necesariamente inmundo, ni necesariamente se opone a Dios, ni es necesariamente abominable. Por el contrario, muchas veces el yo es muy honorable, desea ayudar a Dios y es bastante afectuoso. Por ejemplo: es muy bueno estudiar la Biblia. Sabemos que estudiar la Biblia no es pecaminoso, pero en muchas ocasiones lo hacemos con nuestros propios esfuerzos. Aunque no es pecaminoso entenderla con nuestra inteligencia propia, es obra del yo. Tampoco es pecaminoso laborar para salvar a las personas, pero hacerlo con nuestras propias ideas y métodos está lleno del yo. Sabemos que ir en pos del crecimiento espiritual no es pecaminoso, pero cuán a menudo tal búsqueda tiene su origen en el yo carnal, quizás porque no queremos quedarnos atrás, o porque el crecimiento espiritual puede darnos muchas ventajas, o quizás porque podemos obtener alguna ganancia personal. Siendo explícito, todos sabemos que hacer el bien no es pecaminoso. Sin embargo, muchas buenas obras están llenas del yo. Algunas veces las buenas obras son la bondad natural de un individuo y no lo que recibió del Espíritu Santo cuando fue regenerado. Por ejemplo, existen muchas personas que antes de creer en el Señor y ser regeneradas, eran misericordiosas, pacientes y mansas. Su misericordia, paciencia y mansedumbre son naturales, carnales y del yo, no del espíritu. Por lo tanto, aunque ellos puedan ser todas estas cosas, que no son ni pecaminosas ni pecados en sí, están llenos de las obras que hace la vida del alma. Algunas veces los creyentes llevan a cabo buenas obras por medio de sus propias fuerzas, sin depender en absoluto del Espíritu de Dios.

Estos son sólo algunos ejemplos que nos muestran la distinción entre el pecado y el yo. Si seguimos avanzando en la senda espiritual, sabremos que en muchas cosas el pecado no tiene posibilidad de ganar terreno, pero el yo puede de alguna manera llegar a manifestarse. En realidad, el yo puede mezclarse con la obra más sagrada y la vida más espiritual.

Ya que el creyente ha estado por tanto tiempo bajo la esclavitud del pecado, una vez que es liberado de su poder, considera que logró andar en el nivel más elevado, sin saber que aun después de ser librado del pecado, tiene que vencer el yo continuamente, durante toda su vida.

Después de que un creyente es librado del pecado, el peligro más grande en el que incurre es que piense que todos los elementos peligrosos que había en él ya se fueron. No sabe que aunque el viejo hombre murió al pecado y que el cuerpo de pecado ha quedado paralizado, el pecado mismo no ha muerto. Ahora, él es un monarca derrocado que agotará toda su energía, aprovechando cualquier oportunidad para recobrar su trono. Es decir, el creyente puede seguir experimentando el hecho de que es libre del pecado, pero eso no significa que ya sea perfecto, pues aún tiene que lidiar continuamente con el yo.

Es una lástima que algunos creyentes que buscan la santidad y procuran ser libres del pecado se consideran santos una vez que han logrado su objetivo. Ignoran que ser libres del pecado es sólo el primer paso de un camino victorioso en la vida espiritual. Ser libres del pecado es sólo la victoria inicial que Dios nos ha dado para que en lo sucesivo, podamos tener continuas victorias. Vencer el pecado es la puerta, y una vez que damos ese paso, ya estamos adentro. Pero el camino que debemos recorrer durante toda nuestra vida es el de vencer el yo. Después de que vencemos el pecado, Dios nos llama a vencer el yo diariamente, lo cual en la mayoría de los casos es esa parte buena de nosotros que tiene más celo y más deseos de servir a Dios.

Si el creyente sólo tiene la experiencia de haber sido librado del pecado, pero no sabe lo que es negarse a sí mismo ni lo que es perder la vida anímica, corre el peligro de usar la energía del yo, es decir, su vida anímica para llevar a cabo la voluntad y la obra de Dios, y para vivir a Dios desde su interior cotidianamente. No sabe que además del pecado existen otros dos poderes dentro de él: el poder del espíritu y el poder del alma.

El poder del espíritu es el poder de Dios, recibido por el creyente en el momento de ser regenerado. El poder del alma es el poder del yo, el cual recibió de modo natural cuando nació. Este es el poder natural que posee antes de la regeneración.

El avance del creyente para llegar a ser un hombre espiritual depende de la manera en que aborda estas dos clases de poder dentro de sí. Si rechaza el poder del alma y depende únicamente del poder del espíritu, tendrá éxito en llegar a ser un hombre espiritual. Si utiliza el poder del alma, o el poder del espíritu juntamente con el poder del alma, será un hombre anímico, un hombre carnal.

La meta de Dios es que rechacemos todo lo que provenga de nosotros, lo que somos, lo que tenemos y lo que podemos hacer; que vivamos totalmente para El, participando diariamente de la vida que está en Cristo mediante el Espíritu Santo. Si un creyente no comprende esto o no está dispuesto a obedecer a Dios en esto, en lo sucesivo vivirá para Dios mediante la vida del alma y el poder del yo, y no será una persona espiritual, sino anímica.

Por consiguiente, el creyente espiritual permite que el Espíritu Santo opere en su espíritu, recibe a la persona del Espíritu Santo para que more en su espíritu y permitiendo que la vida que le da el Espíritu Santo le suministre la fuerza o el poder necesario para su vida diaria. Apropiándose del poder del Espíritu Santo, vive en la tierra sin tratar de hacer su voluntad, sino haciendo la del Señor. No confía en su inteligencia para planear nada en el servicio de Dios. Además, la regla de su conducta es permanecer quieto en su espíritu, sin ser controlado ni afectado por sus emociones.

El creyente anímico es exactamente lo opuesto. Aunque tiene la vida en su espíritu, no obtiene el suministro vital de la vida que hay en su espíritu. En su vida diaria persiste en hacer del alma su vida y depende del poder del yo. Actúa de acuerdo con sus preferencias y no obedece a Dios en su corazón. En la obra de Dios aún utiliza su inteligencia natural para hacer sus planes, y en su vida diaria es manipulado y afectado por el estímulo de sus emociones.

El problema de las dos naturalezas queda resuelto, pero el problema de las dos vidas sigue vigente. Tanto la vida del espíritu como la del alma conviven dentro de nosotros. La vida del espíritu es en sí misma muy fuerte, pero debido a que la vida del alma está arraigada profundamente en el hombre, ésta gobierna sobre todo su ser. Si uno no está dispuesto a negarse a su vida anímica ni a permitir que la vida del espíritu se exprese y opere, ésta hallará dificultad para desarrollarse.

Esta enseñanza es extremadamente importante, ya que si el creyente se centra únicamente en el problema del viejo hombre y estima que vencer las situaciones externas o los pecados inmundos comprende la totalidad de la vida cristiana, no podrá ir más allá de su vida

anímica, la cual Dios aborrece (tanto como al pecado). El creyente debe saber que vencer el pecado (aunque es de mucha bendición) es meramente una condición general de los creyentes y no es algo extraordinario. Por consiguiente, el hecho de que un creyente peque o sea esclavo del pecado es algo anormal y extraño. “Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” Creer que el Señor Jesús murió como nuestro substituto es creer que nosotros también morimos con El. De lo contrario, no habría substitución. Si creímos en la muerte substitutiva del Señor Jesús, o sea, que nosotros fuimos crucificados juntamente con El, ¿no es extraño, que un muerto todavía peque?

No es difícil ser librado del pecado, ya que poseemos una salvación completa. El creyente debe aprender la lección completa, que quizá es más difícil, pero que es mas profunda, ésta es, aborrecer su misma vida. No sólo debe odiar su naturaleza pecaminosa, heredada de Adán, sino también su vida natural, por la cual él vive. Debe estar dispuesto no sólo a abandonar los pecados de la carne, sino también a negarse a todas las buenas obras que provienen de su vida natural. No sólo debe abandonar los pecados, sino también, desde el punto de vista de Dios, entregar esta vida pecaminosa a la muerte. La vida del Espíritu Santo no sólo no peca, sino que tampoco permite que el yo viva. El Espíritu Santo puede manifestar Su poder únicamente en aquellos que viven por El. Quien viva por su vida natural, no puede esperar ver las obras poderosas del Espíritu Santo. Debemos ser librados de todo lo natural, así como lo somos de todo lo inmundo. Si aún vivimos según el hombre (no necesariamente el hombre pecaminoso), en la esfera natural, el Espíritu Santo no puede gobernarnos. Si somos libres del pecado, pero aún pensamos, deseamos y vivimos como los hombres, sin confiar completamente en la obra del Espíritu Santo en nuestra vida, ¿cómo podrá el Espíritu Santo manifestar Su poder? Deseamos ser llenos con el Espíritu Santo, pero primero debemos eliminar la infiltración de la vida del alma.

EL ESPÍRITU MEZCLADO CON EL ALMA.

No decimos que la experiencia de un creyente anímico sea enteramente del alma, aunque hay un gran número de creyentes en esa categoría. Muchos creyentes anímicos tienen experiencias espirituales. Sin embargo, estas experiencias están mezcladas con las del alma. Ellos, conocen en general lo que es el andar espiritual de la vida, y el Espíritu Santo los hace aptos para llevar una vida espiritual. Sin embargo, debido a muchos obstáculos, a menudo buscan que la vida natural les dé el poder necesario para vivir, y esperan cumplir los santos requerimientos de Dios mediante su propia carne. Todavía siguen sus propios deseos y pensamientos para portarse bien y buscan el placer de sus sentidos y la sabiduría intelectual. Aunque pueden ser espirituales en conocimiento, en realidad son anímicos. El Espíritu Santo reside en su espíritu y les concedió la experiencia de vencer el pecado por medio de la operación de la cruz, pero no pueden evitar algunas veces seguir a su alma y otras a su espíritu. En el caso de algunos, esto se debe a que no han entendido el plan de Dios, pero en el de la mayoría se debe a que no están dispuestos a perder su vida anímica, porque todavía la aman.

En la experiencia, el espíritu y el alma se distinguen fácilmente. La vida espiritual únicamente sigue la dirección de la intuición percibida en el espíritu. Si el creyente se conduce según su espíritu, asumirá una posición subordinada y no decidirá ni iniciará nada, sino que esperará en quietud la voz del Espíritu Santo en su espíritu. Tan pronto como su intuición escucha la voz interior, él se levanta a laborar en obediencia a la dirección de la intuición. En este andar espiritual, el creyente permanece en una actitud sumisa, y nunca inicia nada, pues el único que puede hacer esto es el Espíritu Santo.

Además, dicho creyente no tiene confianza en sí mismo ni usa su poder para hacer la voluntad de Dios. Siempre que debe hacer algo, acude únicamente a Dios, consciente de su propia impotencia, y le pide que le dé una promesa. Basado en la promesa de Dios, procede contando con el poder del Espíritu Santo como suyo propio. En una actitud así, Dios sin duda le concederá poder según Su Palabra.

La vida anímica actúa de modo exactamente opuesto, ya que se centra en el yo. Cuando un creyente es anímico, actúa de acuerdo al yo, lo cual significa que su conducta se origina en el yo, y sus pensamientos, razonamientos y deseos rigen su conducta. No es la voz del Espíritu Santo en su hombre interior lo que regula su conducta y determina sus acciones, sino los pensamientos, los razonamientos y los deseos de su hombre exterior. Aún el sentimiento de gozo sólo le proporciona placer por haber obtenido lo que a él le agrada.

Dijimos explícitamente que el cuerpo es la corteza del alma y que el alma es la cubierta del espíritu. Así como el lugar santo rodea al Lugar Santísimo, así el alma rodea al espíritu. Por consiguiente, es muy fácil que el espíritu sea afectado por el alma. El alma y el espíritu de los creyentes anímicos están estrechamente unidos. Aunque el alma fue librada del dominio del cuerpo y ya no está bajo el control de sus deseos, el espíritu no se ha separado del alma. Del mismo modo que su alma estaba unida al cuerpo (el uno era la vida, y el otro la naturaleza), el espíritu está unido al alma (uno provee poder, mientras que el otro proporciona la idea). De esta manera, el alma afecta al espíritu.

Debido a que el espíritu está rodeado por el alma, como si estuviera sepultado en ella, a menudo es influido por el estímulo de la mente. Una persona regenerada posee una paz inefable en el espíritu, pero debido a que el espíritu y el alma no se han separado, hasta el más ligero estimulo lo turbará y le quitará la tranquilidad de su espíritu. Esto se debe a que el alma tiene muchos deseos y pensamientos individuales. Algunas veces el alma se llena de gozo, lo cual influye en al espíritu y hace que el creyente piense que es la persona más feliz del mundo. Pero cuanto se irrita, piensa que es la persona más miserable del mundo. Un creyente anímico tiene estas experiencias constantemente.

Cuando los creyentes anímicos escuchan la enseñanza sobre la división del espíritu y el alma, quisieran saber dónde se halla su espíritu. Después de buscar con diligencia, no perciben la presencia de su espíritu. Muchos creyentes nunca han tenido una verdadera experiencia en el espíritu y no distinguen su espíritu de su alma. Además, debido a que su espíritu y su alma están todavía íntimamente ligados, consideran las experiencias del alma (tales como el gozo, la visión, el amor, etc.) como experiencias espirituales supremas. Puesto que no tienen ninguna experiencia espiritual, admiten todo esto y no tratan de substituir su alma por el espíritu, lo cual ocasiona pérdidas para ellos mismos. 

Antes de que el andar de un creyente sea totalmente espiritual, experimentará la mezcla de su espíritu y su alma, como se describió anteriormente. En cuanto a sus sentimientos, no estará satisfecho con la tranquilidad en su espíritu, sino que buscará algún placer en sus afectos. En cuanto a su conducta, en su vida diaria algunas veces seguirá la dirección de la intuición, pero otras, se guiará por sus propios pensamientos, razonamientos y deseos. Una mezcla así, revela que hay dos fuentes dentro del creyente: una es de Dios, del Espíritu Santo, intuitiva, espiritual y del espíritu humano, la otra es del hombre, del yo, racional, natural y del alma. Antes de que el creyente llegue a la perfección, en algunas ocasiones sigue esto, y en otras, aquello. Si él se examina cuidadosamente bajo la luz de Dios, verá que tiene estas dos vidas dentro de sí. Reconocerá que algunas veces vive por una vida, y otras por otra. Algunas veces se da cuenta que debe vivir por fe con un corazón que confía en el Espíritu Santo, y otras veces vive de acuerdo a sí mismo y a lo que él llama un sentir espiritual. Vive mucho más en el alma que en el espíritu. La medida en la cual un creyente es anímico depende de su comprensión de la vida del espíritu, incluyendo el principio de la cooperación con Dios, y también, hasta dónde tome decisiones y actúe apoyado en la vida del alma. Las actividades de su vida natural en sus diferentes facultades determinan hasta dónde vive por su alma. Algunos pueden vivir totalmente en el mundo de sus sentimientos e ideales; otros viven algunas veces por su alma, y otras por su espíritu. Si el creyente no es enseñado por Dios mismo, ni recibe revelación del Espíritu Santo en su espíritu, no sabrá cuán abominable es la vida del alma, ni cómo disponerse para vivir totalmente en el espíritu.