Watchman Nee Libro Book cap. 10 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

Watchman Nee Libro Book cap. 10 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

EL QUEBRANTAMIENTO DE LA VIDA NATURAL DE JACOB

CAPÍTULO DIEZ

EL QUEBRANTAMIENTO DE LA VIDA

NATURAL DE JACOB

Lectura bíblica: Gn. 31—35

En el idioma original el nombre Jacob tiene varios significados; uno es “asidor”, y otro es “suplantador”. Ya dijimos que Jacob, por causa de su astucia, estuvo continuamente bajo la disciplina de Dios. Dios no lo dejaba actuar libremente. Hizo que tuviera que irse de su casa; permitió que su tío lo engañara durante veinte años en Padan-aram y le cambiara el salario diez veces. Este fue un período difícil para Jacob. La experiencia de Jacob fue totalmente diferente a la de Isaac. Este lo recibió todo; no tuvo que esforzarse por conseguirlo. Las riquezas de Dios se reciben en un instante y con facilidad, pues no se requiere mucho tiempo para que un cristiano empiece a participar de las riquezas de Cristo ni para que comprenda que tanto la obra como la vida de Cristo son suyas. En cuanto uno ve esto, puede participar de ellas, y todos los problemas son resueltos. Pero la experiencia de Jacob fue diferente, ya que duró toda la vida. La vida natural permanece con nosotros hasta la muerte, y las actividades de la carne estarán presentes mientras vivamos en este mundo. Esto significa que necesitamos que Dios nos discipline continuamente; El debe quebrantarnos constante y gradualmente. Agradecemos al Señor porque esta obra no quedará inconclusa, pues Dios la terminará. El puso Su mano sobre la fuerza natural de Jacob, y éste se debilitó. Examinemos la tercera sección de la historia de Jacob, la cual describe la forma en que Dios quebranta la vida natural.

EL AVANCE

Dios usó los años que Jacob pasó en la casa de Labán para quebrantarlo, disciplinarlo y subyugarlo. Pero Jacob seguía siendo el mismo. No importa cuán astuto fuera Labán, Jacob terminaba saliéndose con la suya. Aunque fue oprimido de muchas maneras, seguía siendo recursivo; hasta engañó al rebaño con sus artimañas. Después de veinte años, había llegado el momento para que Dios le hablara. Ya había tenido once hijos, pero ésta era la primera vez que Dios le hablaba desde aquella ocasión en que le habló por sueños en Bet-el.

Dios permite que Jacob regrese a Canaán

Génesis 31:3 dice: “También Jehová dijo a Jacob: Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo”. El versículo 13 dice: “Yo soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra, y donde me hiciste un voto. Levántate ahora y sal de esta tierra, y vuélvete a la tierra de tu nacimiento”. Dios llamó a Jacob a regresar a su tierra. Así que, Jacob se preparó para volver a la tierra donde había nacido. Pero Labán no quería dejarlo ir. Aunque Jacob había sacado ventaja de él en cierta medida, de todos modos, Dios bendijo a Labán por medio de él. Era más lucrativo para Labán que Jacob le pastoreara el rebaño que hacerlo él mismo, y por eso no quería que se fuera. Jacob dijo a Raquel y a Lea lo que se proponía hacer y tuvo su consentimiento. El tomó consigo a sus esposas, a sus hijos y todo el ganado y las posesiones que había adquirido en Padan-aram, y se marchó secretamente sin decir nada a Labán.

Al tercer día, Labán se dio cuenta de que Jacob se había ido y fue en pos de él. Una noche antes de alcanzarlo, Dios le habló en sueños: “Guárdate que no hables a Jacob descomedidamente” (v. 24). Dios no iba a permitir que Labán le dijera nada a Jacob, porque era Dios mismo quien propiciaba el regreso de Jacob del lugar de prueba a su casa. El momento había llegado, y Dios quería librar a Jacob. Toda prueba, por difícil que sea, solamente dura cierto tiempo. Cuando Dios logró lo que quería en la vida de Jacob, lo liberó, y Labán no pudo hacer nada para detenerlo. Labán obedeció a la palabra de Dios y no se atrevió a decir mucho cuando alcanzó a Jacob. Finalmente, los dos hicieron un pacto. Este pacto fue muy significativo. “Dijo más Labán a Jacob: He aquí este majano, y he aquí esta señal, que he erigido entre tú y yo. Testigo sea este majano, y testigo sea esta señal, que ni yo pasaré de este majano contra ti, ni tú pasarás de este majano ni de esta señal contra mí, para mal. El Dios de Abraham y el Dios de Nacor…” (vs. 51-53a). Pero Dios no reconoció esto; así que “Jacob juró por aquel a quien temía Isaac su padre” (v. 53b). Labán pudo decir de manera cortés: “El Dios de Abraham y el Dios de Nacor…”, pero Jacob no pudo decirlo. El sólo pudo jurar por el Dios de su padre Isaac. Esto significa que la línea de la promesa de Dios comenzó a partir de Su elección. Dios había escogido a Isaac padre de Jacob y a su abuelo Abraham. Dios había hecho esto, y nadie más podía interferir. Ni siquiera Nacor.

El incidente que ocurrió después de esto fue aún más significativo. “Entonces Jacob inmoló víctimas en el monte” (v. 54). Labán no fue el que ofreció sacrificios, sino Jacob. Jacob oyó la voz de Dios y comenzó a acercarse a Dios. Había progresado. Había ido a Padan-aram porque su madre lo había persuadido, no porque Dios lo hubiera conducido. Cuando se encontró con Dios en Bet-el, lo único que hizo fue hacer un voto. Dios le dijo que regresara; así que él obedeció y regresó. Su relación con Dios había mejorado. Esta era la primera vez que obedecía a la palabra de Dios, se sometía a El y le ofrecía sacrificios. A pesar de que veinte años de disciplina no cambiaron a Jacob, ahora mostraba interés por Dios; esto también era un avance. Cuando Jacob tomó por el calcañar a su hermano y codició la primogenitura y la bendición, no buscaba a Dios sino los bienes de Dios. En otras palabras, él quería los dones de Dios, pero no al Dador. Quería las cosas de Dios, no a Dios mismo. Pero después de veinte años de estar bajo la disciplina de Dios, había cierta inclinación hacia Dios y cierto grado de conversión. Por consiguiente, después de este pacto, fue Jacob quien ofreció sacrificios a Dios, no Labán. Después de ofrecer el sacrificio, Jacob se separó de Labán al siguiente día y emprendió su viaje a Canaán.

Pasa por Mahanaim

Génesis 32:1-2 dice: “Jacob siguió su camino, y le salieron al encuentro ángeles de Dios. Y dijo Jacob cuando los vio: Campamento de Dios es este; y llamó el nombre de aquel lugar Mahanaim”. Mahanaim significa “dos campamentos”. Esta expresión es maravillosa. Dios abrió los ojos de Jacob para que viera que, como resultado de su obediencia al salir de Padan-aram, El lo había librado de la mano de Labán y que también lo libraría de la mano de otros, para que viera que los que venían con él constituían un campamento en la tierra, y que las huestes de Dios eran otro campamento; de suerte que había “dos campamentos”. También abrió sus ojos para que viera que el mensajero de Dios estaba con ellos. Primero, Dios vino a él solo y le dijo: “Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela; y yo estaré contigo”. Mientras iba en camino, Labán lo alcanzó con una compañía de hombres, pero Dios protegió a Jacob. Esto le confirmó que Dios estaba con él. Después de irse Labán, Dios le dio una visión en la cual le mostró que no sólo había un campamento en la tierra, sino que otro campamento del ejército celestial le seguía. Todos estos incidentes le enseñaron a Jacob a confiar en Dios.

Maquina ardides mientras ora

Sin embargo, en tales circunstancias, Jacob seguía siendo el mismo. La carne siempre será la carne; nunca será reformada por la gracia de Dios. A pesar de que Jacob había recibido la visión, era una lástima que todavía se valiera de sus artilugios. Leamos los versículos del 3 al 5: “Y envió Jacob mensajeros delante de sí a Esaú su hermano, a la tierra de Seir, campo de Edom. Y les mandó diciendo: Así diréis a mi señor Esaú: Así dice tu siervo Jacob: Con Labán he morado, y me he detenido hasta ahora; y tengo vacas, asnos, ovejas, y siervos y siervas; y envío a decirlo a mi señor, para hallar gracia en tus ojos”. Este pasaje nos muestra que Jacob era un persona que podía utilizar cualquier recurso que tuviera a la mano y decir cualquier palabra vil. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por salvarse de alguna adversidad. Pensaba que con sus palabras podía cambiar el corazón de su hermano, pero se había olvidado del llamamiento y de la protección de Dios y de los ángeles de Dios.

El versículo 6 dice: “Y los mensajeros volvieron a Jacob, diciendo: Vinimos a tu hermano Esaú, y él también viene a recibirte, y cuatrocientos hombres con él”. Jacob se confundió una vez más. No sabía si su hermano tenía buenas intenciones o no. Esaú venía con cuatrocientos hombres. ¿Con qué propósito? El versículo 7 dice: “Entonces Jacob tuvo gran temor, y se angustió”. Esto muestra que los que planean más ardides son los que más se preocupan. Cuanto más ansiedad tiene una persona, más temor lo embarga. Jacob sólo podía pensar; no podía confiar; podía tramar, mas no creer. Pasaba los días de su vida en temor y angustia. Así era El. Aquellos cuya carne no ha sido quebrantada por Dios sólo pueden confiar en sus propios planes y maquinaciones; no pueden confiar en Dios ni creer en El. Por tanto, sólo pueden temer y preocuparse.

Las especulaciones de Jacob eran interminables, y sus artimañas no conocían límite. Seguía haciendo sus propios planes. Sabía que Dios quería que regresara y que no podía permanecer en Mesopotamia. Tenía que encontrar la manera de regresar. El obedeció a Dios pero no confiaba en El. No podía dejar que Dios se hiciera cargo de las consecuencias de su obediencia. Se preguntaba qué pasaría si tenía que enfrentarse a problemas que le vinieran como resultado de haber obedecido a Dios. Esta es la experiencia de muchos cristianos. Muchas veces parece que dejan entrar a Dios “por la puerta principal”, mientras que al mismo tiempo preparan su escape “por la puerta trasera”. Jacob era verdaderamente ingenioso, y se le ocurrió una idea: “Distribuyó el pueblo que traía consigo, y las ovejas y las vacas y los camellos, en dos campamentos” (v. 7). Los “dos campamentos” de este versículo corresponde a Mahanaim, del versículo anterior. Jacob dividió su pueblo y su ganado en Mahanaim. Usó este Mahanaim para reemplazar el otro. Originalmente, Jacob tenía un campamento en la tierra, y Dios tenía el Suyo en el cielo, pero ahora Jacob había dividido el suyo en dos. El dijo: “Si viene Esaú contra un campamento y lo ataca, el otro campamento escapará” (v. 8). La meta del ardid de Jacob era crear una vía de escape.

Obviamente, él aún conocía algo de Dios. Anteriormente, Dios lo había buscado a él, ahora él buscó a Dios. “Y dijo Jacob: Dios de mi padre Abraham, y Dios de mi padre Isaac, Jehová, que me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré bien; menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos. Líbrame ahora de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque le temo; no venga acaso y me hiera la madre con los hijos. Y tú has dicho: Yo te haré bien, y tu descendencia será como la arena del mar, que no se puede contar por la multitud” (vs. 9-12). Esta fue la oración de Jacob. No fue una oración elevada, pero tenemos que admitir que fue mucho mejor que antes. En el pasado sólo hacía planes; no oraba. Ahora él había planeado sus ardides y también había orado. Por una parte, Jacob tenía sus recursos, y por otra, oraba. Tenía su propia actividad y, al mismo tiempo, esperaba en Dios. ¿Acaso Jacob es el único que ha hecho esto? ¿No es ésta la condición de muchos cristianos? Pese a esto, la condición de Jacob había mejorado. Tanto su oración como su actitud eran correctas. El se dirigió a Dios como “Dios de mi padre Abraham, y Dios de mi padre Isaac”. Sabía que Dios quería que volviera a su propia tierra y a su parentela, y que lo iba a bendecir. Le dijo claramente a Dios que temía que su hermano viniera y lo matara. Fue sincero y le dijo al Señor: “Tú has dicho: Yo te haré bien y tu descendencia será como la arena del mar, que no se puede contar por la multitud”. Recordó la promesa de Dios y se la mencionó.

Sin embargo, no podía confiar en Dios. Temía lo que le pudiera pasar si la palabra de Dios fallaba. No podía dejar de confiar en Dios, puesto que El le había hablado, pero pensaba que era muy arriesgado confiar incondicionalmente en El. Quería confiar en Dios, pero sin arriesgar nada. Por tanto, preparó sus propias vías de escape. “Y durmió allí aquella noche, y tomó de lo que le vino a la mano un presente para su hermano Esaú; doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y veinte carneros, treinta camellas paridas con sus crías, cuarenta vacas y diez novillos, veinte asnas y diez borricos. Y lo entregó a sus siervos, cada manada de por sí; y dijo a sus siervos: Pasad delante de mí, y poned espacio entre manada y manada. Y mandó al primero, diciendo: Si Esaú mi hermano te encontrare, y te preguntare, diciendo: ¿De quién eres? ¿y adónde vas? ¿y para quién es esto que llevas delante de ti? entonces dirás: Es un presente de tu siervo Jacob, que envía a mi señor Esaú; y he aquí también él viene tras nosotros. Mandó también al segundo, y al tercero, y a todos los que iban tras aquellas manadas, diciendo: Conforme a esto hablaréis a Esaú, cuando le hallareis. Y diréis también: He aquí tu siervo Jacob viene tras nosotros. Porque dijo: Apaciguaré su ira con el presente que va delante de mí, y después veré su rostro; quizá le seré acepto. Pasó, pues, el presente delante de él; y él durmió aquella noche en el campamento” (vs. 13-21). Este era el plan maestro de Jacob. Se enfrentaba al mayor peligro de su vida; era un asunto de vida o muerte. Jacob había pasado por muchas cosas, pero nunca se había enfrentado a una situación tan crítica como ésta. Conocía el temperamento de su hermano; sabía que era un cazador que no tenía compasión de los animales, y temía que tampoco la tuviera para con los seres humanos. Para Jacob, ésta era la hora más decisiva. Nunca había orado como lo hizo, y nunca había estado tan temeroso y angustiado como en ese día. En Bet-el fue Dios quien lo buscó, pero ahora él invocaba a Dios. Si usted dice que Jacob no temía a Dios, debe tener en cuenta que él oró; pero si usted dice que él confiaba en Dios, debe recordar que planeó todos estos ardides y posibles escapes. Daba la impresión que se había olvidado de las promesas de Dios, y al mismo tiempo, parecía que las tenía muy presentes. Dios lo había librado de la mano de Labán y le había mostrado que un ejercito de ángeles iba con él. Sin embargo, seguía temeroso y preocupado, y seguía haciendo planes y maquinaciones. Por veinte años Dios lo había subyugado y disciplinado, pero él seguía siendo el mismo. Seguía siendo muy hábil. Su elocuencia seguía presente, y todavía tramaba toda clase de artimañas. En esta situación se le ocurrió su mejor plan. Aquella noche Jacob tomó a sus dos mujeres, sus dos siervas y sus once hijos, y los hizo pasar el río a ellos primero. Luego hizo pasar a los demás. El se quedo solo en el otro lado.

LA EXPERIENCIA DE PENIEL

Esa misma noche Dios le salió al encuentro. “Así se quedó Jacob solo; y lucho con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba” (vs. 24-25). Este lugar fue llamado Peniel. Fue el lugar donde la vida carnal de Jacob se agotó y fue quebrantada.

Dios lucha con Jacob

Allí Jacob no estaba haciendo nada; no estaba orando ni luchando con Dios. En tal momento Dios vino a luchar con él y lo subyugó.

¿Qué significa luchar? Denota derribar a una persona e inmovilizarla. Dios luchó con Jacob a fin de subyugarlo, despojarlo de su fuerza e inmovilizarlo para que dejara de luchar. Luchar indica agotarle la fuerza a alguien, someterlo e inmovilizarlo; subyugarlo y sujetarlo por la fuerza. La Biblia nos muestra que Dios luchó con Jacob y no podía con él. ¡Qué fuerte era Jacob!

¿Qué significa que Dios no podía con Jacob? Cuando no confiamos en Dios, cuando diseñamos nuestras propias estratagemas y cuando estamos satisfechos con nosotros mismos, tenemos que admitir que Dios no prevalece sobre nosotros. Cuando intentamos hacer la voluntad de Dios con nuestro propio esfuerzo y procuramos librarnos usando toda clase de medios naturales, tenemos que reconocer que Dios no puede con nosotros. Muchos hermanos y hermanas han creído en el Señor por muchos años, pero tienen que admitir que Dios nunca ha prevalecido sobre ellos. Siguen siendo muy astutos, fuertes, hábiles e ingeniosos. Dios no puede con ellos. Nunca los ha subyugado ni los ha vencido. Si los hubiera derrotado, habrían dicho: “¡Yo no puedo lograr nada por mi propia cuenta! ¡Dios, me rindo!” Desafortunadamente muchos hermanos y hermanas han estado bajo la disciplina de Dios reiteradas veces y todavía no han sido vencidos. Piensan que no planearon lo suficiente la primera vez y que necesitan mejorar el plan para la segunda o la tercera ocasión. Tales personas nunca han sido derrotadas por Dios.

Jacob era una persona que no se dejaba derrotar. El sabía que éste era un momento crítico para él, pero seguía haciendo sus propios planes. Pudo haber pensado: “Conozco muy bien a Esaú. Si hago esto, hay un noventa y nueve por ciento de probabilidad de que tendré éxito”. Aunque temía en su corazón, seguía siendo muy ingenioso.

Muchas personas experimentan repetidas veces la disciplina de Dios, pero su vida natural nunca ha sido totalmente quebrantada. Como resultado, se jactan de la disciplina de Dios de manera natural. Piensan que al experimentar la disciplina de Dios frecuentemente, acumulan una abundante historia espiritual para sí. Si nunca hubieran sido disciplinados por el Señor, no tendrían nada que decir. No podrían sentirse orgullosos de nada espiritual. De lo único que podrían sentirse orgullosos sería de las cosas mundanas. Pero al experimentar algo de comunión con Dios y recibir algo de disciplina, se adornan con fragmentos de experiencias y los usan como base para vanagloriarse de cosas espirituales y afirmar que conocen a Dios.

Hermanos y hermanas, quizás Dios ha estado luchando con ustedes por cinco o diez años pero todavía no ha prevalecido. Aún no han sido llevados al punto de decir: “Estoy terminado. Ya no puedo levantarme. No puedo seguir adelante”. Esto significa que Dios no ha prevalecido sobre usted.

Dios toca el encaje del muslo de Jacob

Damos gracias a Dios porque El sabe hacer las cosas. Es cierto que Jacob era muy hábil y que su vida y su energía carnales eran más fuertes que la de los demás. Pero al final Dios prevaleció sobre él. Si Dios hubiera seguido luchando con él como hasta ese momento, la lucha podía haberse extendido veinte años. Pero Dios sabía que había llegado la hora. Puesto que Jacob no podía ser sujetado, le tocó el encaje del muslo. Al hacer esto Dios, se le descoyuntó a Jacob el muslo.

El tendón del encaje del muslo es el tejido más fuerte del cuerpo, y representa la parte más fuerte de una persona, el asiento de la fuerza natural del hombre. Dios tocó el asiento de la fuerza natural de Jacob.

Dios tocó el encaje del muslo de Jacob porque en esa ocasión, el tendón del muslo se había manifestado. Ese día, Jacob temía que Esaú viniera y lo matara junto con sus esposas e hijos y, por lo tanto, realizó la mejor hazaña de su vida. Preparó sus presentes, incluyó animales de varias clase en cada manada, y pidió a sus siervos que pasaran adelante y pusieran espacio entre manada y manada. También les mandó que hablaran con cortesía a Esaú cuando lo vieran. El diseñó esta sabia manera de apaciguar el rencor de Esaú para que se sintiera obligado a perdonar. Jacob estaba haciendo el mejor despliegue de destreza en su vida, y al hacerlo, dejó ver el tendón del encaje de su muslo. Ese mismo día, Dios tocó ese encaje.

La fuerza natural del hombre siempre pone de manifiesto ciertas características. Hay ciertas áreas en las que se manifiesta la fuerza natural, áreas particularmente fuertes. Dios intenta poner en evidencia estas áreas. Desafortunadamente, muchos cristianos no están conscientes de la parte en la que se concentra su energía natural. Las personas más desafortunadas no son las débiles, sino las que no se dan cuenta de que lo son. Las personas más necesitadas no son las que fallan, sino las que no se dan cuenta de que lo hacen. No sólo caen en un error sino que ni siquiera se dan cuenta. No viven en la luz y, como resultado, no se dan cuentan de que están mal. Algunos cristianos reconocen su vacío y sus faltas en ciertas áreas, pero los males que mencionan no son el verdadero problema. Es posible que haya problemas más profundos que aún no se hayan manifestado, puesto que no le hemos dado a Dios la oportunidad de exponerlos. El permitió que Jacob se enfrentara a Esaú y a sus cuatrocientos hombres para que toda su fuerza se manifestara y sus características se revelaran.

La experiencia necesaria de un cristiano

Para que un cristiano siga el camino de Dios, tiene que recibirlo todo de parte de Cristo. Sin embargo, no es suficiente que seamos Isaac. Somos Isaac, pero al mismo tiempo debemos ser Jacob. Necesitamos que Dios toque el encaje de nuestro muslo, para que nos debilite y nos descoyunte. Llegará el día cuando hará esto. Nuestro avance no siempre debe ser lento. Si avanzamos al paso que vamos, es posible que no lleguemos a Bet-el en veinte años. Dios ha estado disciplinándonos por veinte años, pero ahora necesitamos que el encaje de nuestro muslo sea descoyuntado para que ya no nos acerquemos a la presencia del Señor con altivez. Esta es una experiencia específica, tan específica como nuestra salvación. Así como necesitábamos ser salvos de manera específica, y así como necesitaban ser abiertos nuestros ojos para ver las riquezas de Cristo de manera específica, asimismo el asiento de nuestra fuerza necesita ser tocado de manera específica para que nuestra vida natural sea desplazada.

Todo cristiano tiene el encaje de su propio muslo. En algunos, su fuerza natural está alojada en sus maquinaciones. En otros, está ubicada en su talento. En algunos cristianos la fuerza natural se halla en sus emociones, mientras que en otros, en el amor propio. Todo cristiano tiene una área fuerte específica. Su fuerza natural se encuentra en esa área. Una vez que esa área es tocada, su fuerza natural es tocada por Dios. No podría decirle a cada uno dónde se encuentra alojada su fuerza natural, pero sí puedo decir que todo cristiano tiene su propia área particular. Todos los aspectos de su vida están bajo la influencia de esa área, la cual puede considerarse el encaje de su muslo.

La vida natural de algunos cristianos se manifiesta en la manera en que ellos se complacen en exhibirse. Les gusta mostrar la escasa espiritualidad que tienen. Lo que ellos consideran “testimonios”, en realidad no son testimonios para el Señor, pues son una especie de jactancia y despliegue de ellos mismos. Todo lo relacionado con sus acciones, su vida y su obra proviene del deseo que tienen de exhibirse. Tarde o temprano, Dios tocará este amor por exhibirse.

La fuerza natural de algunos cristianos está contenida en su amor propio, el cual, a su vez, es el origen de todo lo que hacen. Los que tienen más experiencia en el Señor pueden discernir inmediatamente que el motivo de todo lo que aquéllos dicen y hacen es su amor propio. Por la manera en que se comportan, uno puede ver claramente el encaje de su muslo, su amor propio. Nuestra vida natural siempre tiene una columna vertebral, en la cual se esconde un poder muy fuerte. Con el tiempo, el Señor tendrá que destruirlo para que podamos producir el fruto del Espíritu Santo. De no ser así, nuestro yo seguirá expresándose.

La vida natural de algunos cristianos está oculta en su intelecto exageradamente desarrollado. Siempre calculan y razonan cuando otros les hablan, juzgándolo todo para ver si es razonable o lógico. Analizan todo lo que encuentran a su paso. Sus mentes son demasiado activas. Todo gira en torno a su mente. No pueden vivir sin pensar y analizar. Su mente se convierte en su vida. Es posible que sean aptos para hacer muchas cosas, pero son inútiles en las manos de Dios. Con el tiempo, Dios tendrá que quebrantar su intelecto para cumplir en ellos Su propósito.

Hay muchas otras cosas que pueden ser el centro de nuestra vida natural. Al tocar Dios esta área, obra en nosotros. No quiere decir que hayamos llegado a ser perfectos, pero sí que ha habido un cambio significativo en nuestra vida.

Muchos cristianos cometen errores que aparentemente no tienen ninguna relación entre sí; cometen errores pequeños aquí y allá. Aunque las expresiones externas de dichos errores puedan ser diferentes, la raíz es la misma. Esta raíz es el encaje del muslo que ya mencionamos, el asiento de su vida natural. Dios no dejará esto así; El constantemente lo tocará. La atención de Dios no se concentra en las muchas expresiones externas e insignificantes. Su intención es tocar la columna vertebral de la vida natural de ellos y producir un cambio fundamental en su interior.

Damos gracias al Señor porque tocó el encaje del muslo de Jacob. Después de este toque, Jacob quedó cojo. Se volvió débil, fue derrotado y no pudo luchar más.

El quebrantamiento de la vida natural sin fingimiento

La vida natural tiene que ser quebrantada; sin embargo, no tenemos que fingir. Ser cristiano no es imitar ni es pretender ser algo que no somos. Si somos adultos, espontáneamente tendremos el aspecto de adultos, y si somos niños, el de niños. Lo mismo se aplica a la obra de Dios. El es el que toca nuestra vida natural y elimina su fuerza. Como resultado, se nos hace imposible actuar por nuestra cuenta. Debemos permitirle al Espíritu Santo que manifieste a Cristo en nosotros. No queremos ser naturales, pero tampoco queremos aparentar ser algo que no somos. Es bastante desagradable que un hijo de Dios aparente ser espiritual; esto impide que su vida natural sea quebrantada. Muchos cristianos aparentan ser humildes. Cuanto más aparentan ser humildes, más incómodos hacen sentir a los demás. A muchos cristianos, tal vez hablar de cosas mundanas les convenga más, ya que por lo menos serían más auténticos. Pero en el momento que comienzan a hablar de lo espiritual, los demás no pueden evitar orar: “Señor, ten misericordia de él. Está hablando cosas vacías”. Muchos cristianos aparentan mansedumbre, pero uno no puede hacer otra cosa que orar: “Señor, perdona la mansedumbre de esta persona; no sabemos de dónde viene”. Nada entorpece más la vida cristiana que las apariencias. No debemos aparentar sino ser genuinos. Si queremos sonreír, debemos sonreír; si queremos reírnos, hagámoslo. No tenemos que fingir. El Señor quebranta la vida natural mediante la obra del Espíritu Santo. Nunca debemos exhortar a otros a ser lo que no son. Si una persona es humilde, expresará humildad espontáneamente. Si la humildad de una persona es sólo una apariencia, aquello no tendrá ningún valor. Si un cristiano se jacta de ser espiritual, dificultará aún más el quebrantamiento de su vida natural. Dios no necesita esta clase de persona, porque su simulacro estorba la obra de Dios.

Hubo un hermano en el siglo pasado, que fue usado grandemente por el Señor. Un día se hospedó en una casa a la cual una hermana joven también fue invitada. La hermana se sorprendió al ver a este hermano allí. Se preguntaba si este hermano le untaría mantequilla al pan. Ella pensaba que una persona espiritual sería diferente a las demás. Pero para su desilusión, el hermano no hizo lo que ella esperaba de una persona espiritual. El se mostró como un hombre normal. Ella se desilusionó de que él fuera un simple hombre. Observó que él untaba mantequilla al pan como todos los demás y que charlaba mientras comía. No vio mucha diferencia en él. Se preguntaba por qué un hombre tan espiritual era como los demás. No se daba cuenta de que la diferencia entre él y otros no yacía en comer pan con mantequilla ni en restringirse de conversar durante la comida, sino en el conocimiento especial que tenía de Dios. La característica especial de este hombre era su experiencia en la vida de Dios.

No debemos pensar que el quebrantamiento del hombre natural consiste en aparentar ser una persona diferente, que no se encuentra ni el cielo ni en la tierra. No necesitamos aparentar ni imitar. Dios es el que toca nuestra vida natural y el que nos disciplina. El quebranta el centro de nuestra energía natural, nos despoja de nuestros propios métodos para que no sigamos luchando. Peniel es la obra de Dios, no algo que nosotros producimos. El Señor quiere que seamos auténticos. No debemos luchar por ser genuinos ni “actuar” como si lo fuéramos. Cierta hermana aparentaba ser muy sincera ante los demás. Pero mientras se mostraba “auténtica”, decía en su corazón: “Vean cuán sincera soy”. Esta clase de autenticidad no tiene ningún valor delante del Señor. Ella simulaba sinceridad; era una especie de autenticidad para su propia vanagloria. Recordemos que la vida natural no será tocada si tratamos de aparentar lo que no somos. Sólo Dios puede quebrantar nuestra vida natural; nosotros no podemos. Necesitamos ser libres de las apariencias. Debemos ser lo que somos. Será Dios quien quebrante nuestra vida natural. Hermanos y hermanas, debemos comprender con claridad que hay una gran diferencia entre lo que proviene de nosotros mismos y lo que proviene de Dios. Sólo lo que proviene de Dios cuenta, pero lo que proviene de nosotros no tiene ningún valor. Todo lo que proviene de nosotros mismos sólo nos lleva a las apariencias. Solamente lo que proviene de Dios nos convertirá en Israel.

El quebrantamiento de la vida natural sin fingimiento

La vida natural tiene que ser quebrantada; sin embargo, no tenemos que fingir. Ser cristiano no es imitar ni es pretender ser algo que no somos. Si somos adultos, espontáneamente tendremos el aspecto de adultos, y si somos niños, el de niños. Lo mismo se aplica a la obra de Dios. El es el que toca nuestra vida natural y elimina su fuerza. Como resultado, se nos hace imposible actuar por nuestra cuenta. Debemos permitirle al Espíritu Santo que manifieste a Cristo en nosotros. No queremos ser naturales, pero tampoco queremos aparentar ser algo que no somos. Es bastante desagradable que un hijo de Dios aparente ser espiritual; esto impide que su vida natural sea quebrantada. Muchos cristianos aparentan ser humildes. Cuanto más aparentan ser humildes, más incómodos hacen sentir a los demás. A muchos cristianos, tal vez hablar de cosas mundanas les convenga más, ya que por lo menos serían más auténticos. Pero en el momento que comienzan a hablar de lo espiritual, los demás no pueden evitar orar: “Señor, ten misericordia de él. Está hablando cosas vacías”. Muchos cristianos aparentan mansedumbre, pero uno no puede hacer otra cosa que orar: “Señor, perdona la mansedumbre de esta persona; no sabemos de dónde viene”. Nada entorpece más la vida cristiana que las apariencias. No debemos aparentar sino ser genuinos. Si queremos sonreír, debemos sonreír; si queremos reírnos, hagámoslo. No tenemos que fingir. El Señor quebranta la vida natural mediante la obra del Espíritu Santo. Nunca debemos exhortar a otros a ser lo que no son. Si una persona es humilde, expresará humildad espontáneamente. Si la humildad de una persona es sólo una apariencia, aquello no tendrá ningún valor. Si un cristiano se jacta de ser espiritual, dificultará aún más el quebrantamiento de su vida natural. Dios no necesita esta clase de persona, porque su simulacro estorba la obra de Dios.

Hubo un hermano en el siglo pasado, que fue usado grandemente por el Señor. Un día se hospedó en una casa a la cual una hermana joven también fue invitada. La hermana se sorprendió al ver a este hermano allí. Se preguntaba si este hermano le untaría mantequilla al pan. Ella pensaba que una persona espiritual sería diferente a las demás. Pero para su desilusión, el hermano no hizo lo que ella esperaba de una persona espiritual. El se mostró como un hombre normal. Ella se desilusionó de que él fuera un simple hombre. Observó que él untaba mantequilla al pan como todos los demás y que charlaba mientras comía. No vio mucha diferencia en él. Se preguntaba por qué un hombre tan espiritual era como los demás. No se daba cuenta de que la diferencia entre él y otros no yacía en comer pan con mantequilla ni en restringirse de conversar durante la comida, sino en el conocimiento especial que tenía de Dios. La característica especial de este hombre era su experiencia en la vida de Dios.

No debemos pensar que el quebrantamiento del hombre natural consiste en aparentar ser una persona diferente, que no se encuentra ni el cielo ni en la tierra. No necesitamos aparentar ni imitar. Dios es el que toca nuestra vida natural y el que nos disciplina. El quebranta el centro de nuestra energía natural, nos despoja de nuestros propios métodos para que no sigamos luchando. Peniel es la obra de Dios, no algo que nosotros producimos. El Señor quiere que seamos auténticos. No debemos luchar por ser genuinos ni “actuar” como si lo fuéramos. Cierta hermana aparentaba ser muy sincera ante los demás. Pero mientras se mostraba “auténtica”, decía en su corazón: “Vean cuán sincera soy”. Esta clase de autenticidad no tiene ningún valor delante del Señor. Ella simulaba sinceridad; era una especie de autenticidad para su propia vanagloria. Recordemos que la vida natural no será tocada si tratamos de aparentar lo que no somos. Sólo Dios puede quebrantar nuestra vida natural; nosotros no podemos. Necesitamos ser libres de las apariencias. Debemos ser lo que somos. Será Dios quien quebrante nuestra vida natural. Hermanos y hermanas, debemos comprender con claridad que hay una gran diferencia entre lo que proviene de nosotros mismos y lo que proviene de Dios. Sólo lo que proviene de Dios cuenta, pero lo que proviene de nosotros no tiene ningún valor. Todo lo que proviene de nosotros mismos sólo nos lleva a las apariencias. Solamente lo que proviene de Dios nos convertirá en Israel.

Una señal: estar cojo

Dios tocó a Jacob en el encaje del muslo en Peniel, y lo dejó cojo. Muchos cristianos han experimentado esto. Pero cuando les sucede, no comprenden lo que significa. Después de algunos meses o años es posible que Dios les muestre que El estaba quebrantando su vida natural. Entonces comprenden que pasaron por tal experiencia. No piensen que por el simple hecho de ser destacados en la oración, su vida natural ha sido quebrantada por el Señor. Nuestra experiencia nos dice que no sabemos cuando Dios quebranta nuestra vida natural. Pero una cosa sí sabemos: cuando el Señor nos toca, dejamos de ser tan libres en nuestro andar y no nos sentimos tan cómodos como antes; se verá una marca definida en nosotros: seremos cojos. Ser cojos es una señal de que Dios tocó nuestra vida natural. No se trata de que testifiquemos en cierta reunión que Dios tocó nuestra vida natural en alguna fecha, sino que nuestra pierna quede coja cuando pasemos por cierta experiencia espiritual. Anteriormente, cuanto más maquinábamos, más lo disfrutábamos. Pero después de ser tocados, algo titubeará en nuestro ser cuando volvamos a fraguar planes. Ya no podemos seguir urdiendo tramas, pues al momento de intentarlo, perdemos la paz. Antes hablábamos con mucha facilidad de esto y de aquello; usábamos palabras rebuscadas y expresiones rimbombantes. Pero ahora antes de proferirlas, sentimos que nos incomodan. Ya no podemos ser tan desinhibidos como antes. Antes éramos sagaces e ingeniosos; sabíamos cómo desenvolvernos frente a diferentes clases de personas, y no necesitábamos confiar en Dios. Pero después de que Dios toca nuestra vida natural, cuando intentamos suplantar a otros, sentimos que algo dentro de nosotros se desvanece y decae. Con esto no estamos diciendo que no debamos conducirnos sabiamente. Muchas veces Dios nos guiará a hacer cosas sabias. Pero si procuramos utilizar nuestros métodos, sentiremos que algo se esfuma en nuestro interior. Nos sentiremos de esta manera aun antes de iniciar cualquier acción. Esto significa que el encaje de nuestro muslo ha sido tocado.

Los que han pasado por la disciplina de Dios conocen la diferencia entre la fuerza natural y el poder espiritual. Después de que la persona es completamente despojada de su fuerza natural, siente temor de que ésta reaparezca, cada vez que obra para el Señor. Sabemos que al usar cierto lenguaje obtendremos cierto resultado, pero tememos a dicho resultado. Si procedemos en conformidad con nuestra fuerza natural, nos sentiremos fríos y algo dentro de nosotros se rehusará a seguir. Esto es lo que significa cojear.

Existen diferentes grados en la experiencia que la persona tiene con Dios. A algunos Dios los toca haciendo que su conciencia se incomode. A otros los quebranta por completo; los toca en el tendón del encaje del muslo. Estas personas son verdaderamente cojas. Es necesario que Dios haga una obra completa en nosotros hasta dejarnos marcados por la cojera por el resto de nuestra vida. Después de quedar cojos, algo nos herirá e impedirá cada vez que intentemos tomar la iniciativa en algo. Esta es la marca que deja el toque de Dios.

Jacob se abraza a Dios

El encaje del muslo de Jacob fue dislocado cuando él luchaba con Dios. Pero vemos algo sorprendente en el versículo 26: “Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices”. Desde nuestro punto de vista, el encaje del muslo de Jacob ya había sido dislocado, y toda su fuerza se le había agotado. ¿Cómo pudo decirle a Dios: “No te dejaré”? Sin embargo, el varón le dijo: “Déjame, porque raya el alba”. Esto muestra que cuando el encaje de nuestro muslo es tocado, nos aferramos a Dios con más fuerza. Cuando ya no podemos hacer nada, nos volvemos a Dios y nos asimos a El. Cuando somos débiles, somos más fuertes, y cuando cojeamos, más le decimos a Dios: “No te dejaré”. Aunque esto parece imposible, es un hecho. Cuando nuestra fuerza se ha ido, más fácilmente nos asimos a Dios. Cuando se ha ido nuestra fuerza, nos asimos verdaderamente a Dios. Los que se aferran a Dios no necesitan su propia fuerza. La fe que produce resultados es más pequeña que una semilla de mostaza. Una fe tan pequeña como una semilla de mostaza puede mover montañas (Mt. 17:20). Muchas veces, las oraciones fervientes y la fe son simplemente fervor, y no producen ningún resultado. Pero en muchas ocasiones, cuando nos sentimos sin fuerzas para buscar a Dios, cuando ni siquiera podemos orar ni pedirle nada, cuando sentimos que no tenemos fe, es cuando más creemos. Lo asombroso es que esta fe frágil y pequeña produce resultados. Cuando Jacob era tan fuerte, era inútil en las manos del Señor, pero cuando el encaje de su muslo fue tocado, fue asido por Dios.

Dios bendijo a Jacob diciendo: “No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel” (Gn. 32:28). Israel significa “reinar o gobernar con Dios”. En esa ocasión la vida de Jacob dio un giro completo. La experiencia de Peniel nos muestra que Jacob fue derrotado por la mano de Dios; el tendón del encaje de su muslo fue tocado, y quedó cojo por el resto de su vida. Sin embargo, después de esto Dios dijo: “Has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido”. Esta es la verdadera victoria. Cuando somos derrotados por Dios, es cuando verdaderamente prevalecemos y dejamos de confiar en nosotros mismos. Debemos estar conscientes de que cada vez que nos sintamos incapaces de seguir adelante, en ese momento hemos vencido.

Jacob no conocía el nombre de Dios

Leamos el versículo 29: “Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí”. Jacob quería saber quién era el varón y cuál era su nombre. Pero el varón no le dio a conocer su nombre; se lo diría solamente cuando Jacob llegara a Bet-el (35:10-11). Jacob no conocía al varón ni supo cuándo llegó ni cuándo se fue. Lo único que supo fue que su nombre había sido cambiado por Israel; no supo quién era ese varón. Aquellos a quienes Dios ha tocado en el encaje del muslo, no entienden claramente lo que han experimentado. Esto es algo que todos necesitamos comprender.

Un hermano después de oír la historia de Jacob en Peniel, dijo: “El viernes pasado, Dios tocó el encaje de mi muslo, y quebrantó mi fuerza natural”. Otro hermano le preguntó: “¿Qué ocurrió?” El primero respondió: “Ese día Dios abrió mis ojos, y yo quedé terminado. Me sentí muy feliz y le di gracias al Señor grandemente por haber tocado el encaje de mi muslo”. Es dudoso que uno pueda entender tan claramente su propia experiencia. La historia de Jacob nos muestra que cuando su vida natural fue tocada, él no entendía claramente lo que había ocurrido. Si Dios en verdad toca nuestra vida natural, es muy probable que no lo entendamos en ese mismo momento, sino después de varias semanas o meses. Algunos hermanos no saben lo que les pasó cuando su vida natural fue quebrantada. Lo que sí saben es que ya no se atreven a obrar, ni son tan hábiles, fuertes y astutos como antes. Anteriormente eran muy seguros, pero ahora su seguridad se ha esfumado. Un día, al volverse a la Palabra de Dios, se dan cuenta que Dios tocó la vida natural de ellos.

Por consiguiente, no debemos estar pendientes de tal experiencia. Si centramos nuestra atención en esa experiencia, quizá esperemos años sin obtenerla. Dios no dejará que pongamos nuestra mirada en la experiencia; El desea que pongamos nuestra mirada en El. Los que buscan experimentar algo, no lo conseguirán, pero los que buscan a Dios experimentarán el quebrantamiento. Muchas personas son salvas sin darse cuenta. De la misma manera, la vida natural de muchos cristianos es tocada sin que ellos lo perciban. Esta fue la experiencia de Jacob. El no entendió claramente al principio. Sólo sabía que en aquel día se había encontrado con Dios y lo había visto cara a cara.

Quienes han pasado por la experiencia de Peniel, no podrán explicar claramente la doctrina de dicha experiencia. Lo único que saben es que tuvieron un encuentro con Dios y que quedaron cojos. Sólo pueden decir que ya no son tan fuertes como antes, ni tienen la confianza en sí mismos que tenían antes. Cada vez que intentan planear ardides o artimañas, descubren que ya no pueden hacerlo. Cuando intentan demostrar su habilidad, algo los detiene. La prueba de que el encaje del muslo ha sido tocado es el cojear. Uno no queda cojo por gritar que está cojo. Si una persona sigue conduciéndose confiadamente, hablando con sutileza, actuando independientemente, defendiendo sus propuestas y no espera en Dios ni lo busca cuando ocurren ciertas cosas, tal persona no está coja y no ha sido tocada por Dios. Jacob no conocía el nombre de Dios; lo único que sabía era que había quedado marcado con la cojera. ¿Qué significa quedar cojo? Significa que uno ya no vive por sus propios medios ni confía en sí mismo, ni cree en sus capacidades. Uno ya no se atreve a considerarse astuto ni hábil, ni intenta tramar ardides. Lo único que puede hacer es esperar en Dios y confiar en El. Una persona así se conduce con temor y temblor y se considera débil. Esto es lo que significa quedar cojo por haber recibido un golpe en el tendón del encaje del muslo. No es necesario pasar tiempo examinando cuándo y cómo ocurrirá esto. Lo que debemos hacer es esperar en el Señor y creer que un día, cuando menos lo esperemos, el tendón del encaje de nuestro muslo será tocado.

No obstante, la experiencia de Peniel no es completa. Peniel significa que Dios comienza algo. Fue ahí que Dios le dijo a Jacob por primera vez que su nombre sería Israel. Después de la experiencia de Peniel, es difícil detectar a Israel en Jacob. Todavía seguimos viendo a Jacob. En Peniel Jacob sólo se dio cuenta de que su nombre sería llamado Israel, pero no conoció el nombre de Dios. Jacob sólo supo quién era Dios al llegar a Génesis 35. Por consiguiente, Peniel sólo representa un viraje. El complemento se encuentra cuando llegamos a Bet-el. Se requería más tiempo para que Dios completara Su obra en Jacob.

LA CONDUCTA PASADA PERSISTE

Jacob quedó cojo después de la experiencia que tuvo en Peniel, pero seguía sin entender lo que había experimentado. A la mañana siguiente, continuó actuando según su plan original.

Muchas personas critican y juzgan a Jacob. Piensan que ya que Dios lo había tocado, debió detener toda actividad. Creen que por haber experimentado Jacob el toque de Dios, todos los problemas quedarían resueltos. Sólo los que no se conocen a sí mismos pueden pensar tal cosa. Se imaginan que en un instante todo se aclara y todos los problemas quedan resueltos. En realidad, las cosas no son tan sencillas. Debemos comprender que la experiencia no es el cumplimiento de un sueño. Jacob no podía convertirse en Israel en un instante. Puesto que ya había hecho todos los preparativos el día anterior, él llevó a cabo su plan como lo había planeado. Pero debemos entender que después de que Dios tocó el encaje de su muslo, él era diferente, lo cual notamos en su encuentro con Esaú. Vemos que Jacob comenzaba a experimentar un cambio.

Leamos Génesis 33:1-3: “Alzando Jacob sus ojos, miró, y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él; entonces repartió él los niños entre Lea y Raquel y las dos siervas. Y puso las siervas y sus niños delante, luego a Lea y sus niños, y a Raquel y a José los últimos. Y él pasó delante de ellos y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a su hermano”. Jacob seguía siendo tan sagaz como antes. Inclusive se inclinó a tierra siete veces delante de su hermano. El versículo 4 dice: “Pero Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron”. Jacob no pensó que sus tramas sobraran ni que sus planes fueran innecesarios. La protección de Dios era una realidad. Con un poco de fe se habría evitado tanta molestia y tanto temor. Esaú no intentó matarlo; por el contrario, venía a darle la bienvenida. El abrazó a Jacob, se echó sobre su cuello y lo besó. ¡Toda la astucia y los planes de Jacob fueron inútiles! Jacob había llorado cuando dejó a su hermano y también cuando conoció a Raquel. Ahora, al regresar y volverse a encontrar con Esaú, lloró de nuevo. Hay personas que lloran porque espontáneamente les brota, pero Jacob era una persona ingeniosa; no lloraba con facilidad. Sin embargo, cuando vio a su hermano, lloró. Esta era una rara ocasión, que indica que la experiencia de Peniel había ablandado a Jacob.

Los versículos del 6 al 8 dicen: “Luego vinieron las siervas, ellas y sus niños, y se inclinaron. Y vino Lea con sus niños, y se inclinaron; y después llegó José y Raquel, y también se inclinaron. Y Esaú dijo: ¿Qué te propones con todos estos grupos que he encontrado? Y Jacob respondió: El hallar gracia en los ojos de mi señor”. Jacob seguía dando el discurso que había preparado el día anterior, en el cual decidió dirigirse a Esaú como “mi señor”. Así que, según lo había planeado, se dirige a Esaú como “mi señor”. Dios puede quebrantar la vida natural de una persona y despojarla de su fuerza, pero el cambio en la conducta puede tomar varias semanas o inclusive meses.

Los versículos 9 y 10 dicen: “Y dijo Esaú: Suficiente tengo yo, hermano, mío; sea para ti lo que es tuyo. Y dijo Jacob: No, yo te ruego; si he hallado ahora gracia en tus ojos, acepta mi presente, porque he visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido”. No debemos considerar estas palabras como un engaño de Jacob. El dijo: “Porque he visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios”. Jacob no estaba tratando de mostrarse humilde al decir esto. Sus palabras tenían un profundo significado. Ver el rostro de Esaú era como enfrentarse a Peniel. ¿Qué significa esto? Significa que cuando uno ve el rostro de aquellos a quienes ha ofendido y contra quienes ha pecado, uno ve el rostro de Dios. Cada vez que nos encontramos con ellos, vemos a Dios. Al encontrarnos con las personas a las que hemos ofendido nos encontramos con un tribunal. Si le debemos algo a una persona, o si la hemos maltratado o hecho daño y no hemos restituido el daño, veremos a Dios cada vez que nos encontremos con ella. Ella llegará a ser tan temible como Dios. Cada vez que veamos su rostro, Dios vendrá a nuestra memoria, y cada vez que nos encontremos con ella, nos encontraremos con un tribunal. Jacob estaba declarando un hecho válido. Para Jacob, ver el rostro de Esaú ciertamente era “como si hubiera visto el rostro de Dios”.

JACOB REGRESA A CANAÁN

Esaú volvió a Seir, y Jacob tomó su camino a Sucot. “Después Jacob llegó sano y salvo a la ciudad de Siquem, que está en la tierra de Canaán, cuando venía de Padan-aram; y acampó delante de la ciudad” (v. 18).

Permanece en Siquem

Dios quería que Jacob volviera a la tierra de sus padres, pero él permaneció en Siquem. Siquem era solamente la primera parada del camino a Canaán; no obstante, Jacob se radicó allí. Primero, edificó una casa en Sucot (v. 17). Luego compró una parte del campo, plantó su tienda y erigió un altar en Siquem, y lo llamó “El-Elohe-Israel”, que significa “Dios, el Dios de Israel” (vs. 19-20). Todavía no llegaba a Bet-el ni a Hebrón; sólo había llegado a Siquem y se había quedado ahí. Jacob no sólo moró ahí, sino que también compró una parte del campo. Esto muestra que él no era suficientemente fuerte y que no había aprendido la lección como debía. No había llegado a la etapa de la perfección. Dios lo quebrantó gradualmente. Este quebrantamiento y la obra constitutiva del Espíritu Santo se llevaron a cabo paso a paso.

Aunque no estaba bien que Jacob permaneciera en Siquem, no obstante, edificó un altar ahí, invocó el nombre de Dios y proclamó que Dios era el Dios de Israel. Esto manifestaba un progreso. Ahora Dios no sólo era el Dios de Abraham y el Dios de Isaac, sino también “El-Elohe-Israel”. “El” quiere decir Dios, y “Elohe” también. El significado de la expresión completa es “El Dios de Israel ciertamente es Dios” o “Dios es ciertamente el Dios de Israel”. Ahora podía expresar esto. Sin duda alguna, había progresado delante del Señor.

En el capítulo treinta y cuatro, la hija de Jacob es deshonrada en la tierra, y dos de sus hijos mataron a Siquem y a todos los varones de la ciudad. Esto puso a Jacob en una situación muy difícil. Fue entonces que Dios lo llamó a ir a Bet-el (35:1). Dios lo disciplinó y luego lo guió. Jacob deseaba vivir en Siquem pero Dios no lo dejaría quedarse ahí por mucho tiempo.

Como ya dijimos, Abraham vivió en tres lugares diferentes en Canaán: Siquem, Bet-el y Hebrón. En ellos él edificó altares. Estos tres sitios tienen todas las características de Canaán; de hecho, representan la tierra de Canaán. Después de Peniel, Dios llevaría a Jacob por la misma senda de Abraham: primero a Siquem, luego a Bet-el y, finalmente, a Hebrón. Abraham había pasado por estos tres lugares, y Dios guió a Jacob por estos tres lugares también. Después de Peniel, Dios lo guió a Siquem y luego a Bet-el. Peniel y Bet-el se complementan el uno al otro. En Peniel Dios dijo: “No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel” (32:28), y en Bet-el también le dijo: “Tu nombre es Jacob; no se llamará más tu nombre Jacob, sino Israel” (35:10). En otras palabras, Peniel era el comienzo, y Bet-el era el complemento.

Sube a Bet-el

En Génesis 35:1 leemos: “Dijo Dios a Jacob: Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí; y has allí un altar al Dios que te apareció cuando huías de tu hermano Esaú”. Dios le dijo que subiera a Bet-el, un lugar que tocaba el corazón de Jacob de modo particular, pues fue ahí donde tuvo el sueño y donde Dios se le apareció. Como ya hemos dicho, Bet-el quiere decir la casa de Dios y representa la autoridad de Cristo sobre Su casa. También representa la vida corporativa, que es el Cuerpo de Cristo. En esta casa no debe haber contaminación, pecado ni nada contrario a la voluntad de Dios. Es por esto que Jacob, al subir a Bet-el, le dijo a su familia y a los que estaban con él: “Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos” (v. 2). En otras palabras, para poder subir a Bet-el tenían que abandonar todo lo que tuviera que ver con ídolos. En Siquem, Jacob enterró debajo de una encina los dioses ajenos y todos los zarcillos (v. 4). Siquem significa “la fuerza del hombro”. En otras palabras, Cristo se encarga de nuestros ídolos y pecados y de todas las cosas que nosotros no podemos eliminar. El encino de Siquem denota las riquezas de Isaac; nos muestra que allí se le da fin a todo lo que nos es contrario. En Siquem, Cristo tiene el poder necesario para ponerle fin a todo esto. Su hombro es lo suficientemente fuerte como para cargar con todas las responsabilidades. Bet-el es la casa de Dios. En la casa de Dios sólo deben permanecer una conducta y una vida limpias; todas las cosas inmundas deben ser eliminadas antes de que subamos a Bet-el. Dios exige que tengamos una vida limpia tanto a nivel individual como a nivel corporativo. En Bet-el no se admiten cosas inmundas. El Cuerpo de Cristo es Cristo mismo, y sólo Cristo puede permanecer en Su Cuerpo; todo lo demás tiene que ser abandonado en Siquem.

El versículo 5 dice: “Y salieron”. Una vez que Jacob confió en el poder del Señor e hizo a un lado todo lo que no glorificaba a Dios, emprendió su camino.

Los versículos 6 y 7 dicen: “Y llegó Jacob a Luz, que está en tierra de Canaán (esta es Bet-el), él y todo el pueblo que con él estaba. Y edificó allí un altar, y llamó al lugar El-Bet-el, porque allí le había aparecido Dios, cuando huía de su hermano”. En aquel momento, Jacob dio un paso más. En Siquem le dio al lugar el nombre de “El-Elohe-Israel”. Aquí lo llamó “El-Bet-el”. En Siquem él se dirigió a Dios como el Dios de Israel y aquí, como el Dios de Bet-el. Jacob pasó de la experiencia individual a la corporativa. En Siquem conoció a Dios como el Dios de Israel. Cuando llegó a Bet-el, conoció a Dios como el Dios de Su casa. En Bet-el, comprendió que el vaso que el Dios busca tener es una casa, un vaso corporativo. Dios no sólo era Dios de Jacob, sino también de toda Su casa. Jacob había sido conducido a un lugar más amplio.

Agradecemos y alabamos al Señor porque El no está acumulando piedras, sino que está edificando una casa que lo exprese. Para que se cumpla la meta de Dios, es necesario el testimonio corporativo. Los individuos, por muchos que sean, no pueden satisfacer el corazón de Dios. Dios necesita un vaso corporativo para cumplir Su propósito y satisfacer Su corazón. Nuestro Dios es el Dios de Bet-el, el Dios de la iglesia.

Aquí Dios se aparece a Jacob en Bet-el por segunda vez. Esta aparición fue diferente de la primera. La primera vez Dios se le apareció en un sueño. Esta vez se le apareció en persona. Leamos los versículos 9 al 10: “Apareció otra vez Dios a Jacob, cuando había vuelto de Padan-aram, y le bendijo. Y le dijo Dios: Tu nombre es Jacob; no se llamará más tu nombre Jacob, sino Israel será tu nombre; y llamó su nombre Israel”. En Peniel Dios comenzó a cambiar el nombre de Jacob por Israel, pero fue en Bet-el que se llevó a cabo el cambio. Lo que comenzó en Peniel se cumplió en la casa de Dios. En Peniel Dios quitó de en medio la vida natural de Jacob, actuó en él y le dio un golpe mortal. Después de la experiencia de Peniel, sólo quedaban vestigios de su vida natural; ya no era tan fuerte como antes. Lo que se había comenzado cuando él fue iluminado en Peniel, al llegar a Bet-el, la casa de Dios, fue perfeccionado. El quebrantamiento de la vida natural a nivel individual, es el punto de partida de Israel, mientras que el conocimiento que se obtiene del Cuerpo de Cristo en la casa de Dios es la perfección de Israel. La experiencia de Peniel comienza con la iluminación y el despojo de la vida natural, y concluye con Bet-el, la casa de Dios.

Dios le dijo a Jacob: “Yo soy el Dios omnipotente” (v. 11). Jacob oyó aquí lo que no oyó en Peniel. En Peniel fue él quien preguntó por el nombre de Dios, mas Dios no le quiso responder. Aquí Dios le dice Su nombre. “¡Yo soy el Dios omnipotente!” Este nombre fue uno de los nombres que Dios había revelado a Abraham cuando se le apareció (17:1). Al decirle esto a Jacob, Dios quería que viera no sólo su propia impotencia, sino la omnipotencia de Dios. No sólo debemos conocer nuestra pobreza, sino que además debemos conocer Sus riquezas. “También le dijo Dios: Yo soy el Dios omnipotente: crece y multiplícate; una nación y conjunto de naciones procederán de ti, y reyes saldrán de tus lomos. La tierra que he dado a Abraham y a Isaac, la daré a ti, y a tu descendencia después de ti daré la tierra” (35:11-12). Esto muestra que Dios había obtenido un nuevo vaso en Jacob. Ahora tenía un pueblo en la tierra que podía cumplir Su propósito. Después de decir esto, Dios se apartó de él (v. 13). En su encuentro anterior con Dios, Jacob erigió una piedra por columna, derramó aceite sobre ella y llamó el nombre del lugar “la casa de Dios”. En aquella ocasión, tuvo miedo y sintió que el lugar era terrible. Al encontrarse de nuevo con Dios, Jacob vuelve a erigir una piedra y también derrama aceite sobre ella como una libación (v. 14). Una libación es una ofrenda de vino; que en la Biblia indica gozo. Jacob ya no sentía temor sino gozo. Anteriormente, se sintió aterrorizado cuando se encontró con Dios; pero ahora estaba gozoso. Esto nos muestra que al ser salvos, nuestra alabanza al Señor tiene cierto sabor, y cuando Dios pone fin a nuestra carne, el sabor de la alabanza es otro; algo que uno nunca puede experimentar sin pasar por dicha experiencia.

Mora en Hebrón

Leemos en el versículo 16: “Después partieron de Bet-el”. El versículo 27 añade: “Después vino Jacob a Isaac su padre a Mamre, a la ciudad de Arba, que es Hebrón, donde habitaron Abraham e Isaac”. Una vez que Jacob llegó a Hebrón, Dios había perfeccionado Su obra en él. Desde entonces, habitó en Hebrón, el lugar donde habían morado Abraham e Isaac. Hebrón significa “permanecer en la comunión”. Esta comunión no sólo era una comunión con Dios, sino también con los demás miembros del Cuerpo de Cristo.

Bet-el no era la morada fija de Jacob, sino Hebrón, pues ésta fue la habitación permanente de Abraham, Isaac y Jacob. Esto indica que necesitamos conocer a Bet-el como la casa de Dios y también a Siquem como el poder de Dios. Aún así, no vivimos en el conocimiento de la casa de Dios, sino en la comunión que se halla en ella.

De ahí en adelante, Jacob comprendió que no podía hacer nada por su propia cuenta; tenía que hacerlo todo en comunión, y no podía hacer nada fuera de ella. Si Dios no le pone fin a nuestra carne, nunca comprenderemos la importancia de la comunión. Muchos cristianos dan la impresión de que no necesitan tener comunión con Dios ni con los demás hijos de Dios. Ellos son así principalmente porque su carne no ha sido quebrantada. La carne necesita ser quebrantada por Dios, y nosotros necesitamos conocer la vida de Bet-el para entender que no podemos vivir fuera de Hebrón ni podemos sobrevivir sin la comunión. La comunión de la que hablamos es el suministro de la vida de Cristo que recibimos de los demás miembros. Cuando otros hermanos y hermanas nos suministran el Cristo que mora en ellos, y nosotros avanzamos por medio de este suministro, experimentamos a Hebrón y, por ende, la comunión. Los hijos de Dios necesitan experimentar esto.

Si los hijos de Dios no han experimentado el quebrantamiento de su carne, no pueden conocer la vida del Cuerpo de Cristo. Es posible que conozcan la doctrina del Cuerpo de Cristo y que la puedan exponer claramente, pero si su carne no es quebrantada, no conocerán la vida del Cuerpo. Una vez que su carne llega a su fin, perciben la vida del Cuerpo de Cristo; ven la importancia de la comunión y no pueden vivir sin ella; se dan cuenta de que es imposible ser cristiano sin estar en comunión con los demás hijos de Dios y no pueden recibir el suministro de vida aparte de los hijos de Dios. Hermanos y hermanas, el Cuerpo de Cristo es una realidad, no una doctrina. No podemos vivir sin Cristo, y tampoco podemos vivir sin los demás cristianos.

Pidámosle a Dios que nos muestre que no podemos ser cristianos por nuestro propio esfuerzo. Debemos vivir en comunión con Dios y con el Cuerpo de Cristo. Que Dios nos lleve adelante para que verdaderamente glorifiquemos Su nombre. Que Dios obtenga un vaso no sólo en Jacob, sino también en todos nosotros.