Watchman Nee Libro Book cap. 1 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO UNO
INTRODUCCIÓN
Lectura bíblica: Ex. 3:6, 15-16; Mt. 22:31-32
UNO
Leemos en 1 Corintios 10:11: “Y estas cosas les acontecieron en figura…” La Biblia relata la historia de los israelitas como un ejemplo para que nosotros seamos edificados. A pesar de que existe una diferencia aparente entre la obra de Dios en el Antiguo Testamento y Su obra en el Nuevo, el principio es el mismo en ambos. El principio que Dios usa al actuar hoy es el mismo que usó en el pasado.
Dios escogió a los israelitas para que fueran Su pueblo, y también escogió un pueblo de entre los gentiles con el mismo propósito (Hch. 15:14). La Biblia dice que nosotros somos conciudadanos y miembros de la familia de Dios (Ef. 2:19) y que somos los verdaderos judíos (Ro. 2:29). Por lo tanto, la historia de los israelitas es un modelo para nosotros. Examinemos la manera en que Dios se relaciona con Su pueblo, es decir, la manera en que El edifica a Su pueblo. Quisiéramos presentar en este libro lo que debemos experimentar para poder llegar a ser el pueblo de Dios. Discutiremos esto estudiando la historia de Abraham, la de Isaac y la de Jacob, pues cada uno de ellos ocupa un lugar específico en la Biblia.
DOS
La Biblia nos muestra que el pueblo de Dios tuvo dos comienzos. En primer lugar, comenzó con Abraham porque la elección y el llamamiento de Dios se iniciaron con él, y comenzó también como la nación de Israel. Dios les dijo a los israelitas que serían Su pueblo de entre todas las naciones. Ellos llegarían a ser un reino de sacerdotes y una nación santa (Ex. 19:5-6). De manera que Abraham fue un comienzo específico del pueblo de Dios, e igualmente lo fue la nación de Israel. En medio de estos dos comienzos, Dios obtuvo tres personas: Abraham, Isaac y Jacob. Primero Abraham, luego Isaac y luego Jacob, y más adelante, Israel como nación. Desde entonces, la nación de Israel se convirtió en el pueblo de Dios, y Dios tenía un pueblo que le pertenecía. Podemos, entonces, decir que Abraham, Isaac y Jacob son los cimientos de la nación de Israel. Sin Abraham, Isaac y Jacob no existiría la nación de Israel y, por ende, tampoco existiría el pueblo de Dios, pues éste es formado mediante las experiencias de Abraham, Isaac y Jacob.
TRES
Es interesante notar que Dios dijo: “Yo soy el … Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob” (Ex. 3:6). El dijo esto en el Antiguo Testamento, y el Señor Jesús se refirió a esta cita en el Nuevo. El título “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” se cita en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas (Mt. 22:32; Mr. 12:26; Lc. 20:37). Además, el Señor Jesús dijo que veremos a Abraham, a Isaac y a Jacob en el reino de Dios (Lc. 13:28), y que “vendrán muchos del oriente y del occidente, y se reclinarán a la mesa con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt. 8:11). El solamente menciona los nombres de Abraham, Isaac y Jacob. Esto muestra que Abraham, Isaac y Jacob ocupan un lugar especial en la Biblia.
CUATRO
¿Por qué Abraham, Isaac y Jacob ocupan un lugar tan especial en la Biblia? Porque Dios desea elegir hombres sobre los cuales establecer Su nombre y a los cuales constituir pueblo Suyo. Dios comenzó a reunir para Sí un pueblo con Abraham. Su comienzo espiritual fue Abraham, y Su obra en él nos muestra la experiencia por la cual el pueblo de Dios debe pasar. Todo el pueblo de Dios tiene que pasar por esta experiencia. Primero, Dios le dio a Abraham experiencias particulares, y luego por medio de él transmitió estas experiencias a todo Su pueblo. Luego hizo lo mismo con Isaac y más tarde con Jacob. Así que, la nación de Israel está fundada sobre Abraham, Isaac y Jacob. La disciplina que recibieron estos tres hombres delante de Dios y las experiencias que atravesaron culminaron en la formación del pueblo de Dios. Por tanto, la totalidad de las experiencias de Abraham, de Isaac y de Jacob son las experiencias que deben tener todos los que constituyen el pueblo de Dios. Lo que ellos lograron debe ser lo que todo el pueblo de Dios debe lograr. Si sólo tenemos la experiencia de Abraham, o si sólo tenemos la experiencia de Isaac o si sólo tenemos la experiencia de Jacob, no podemos llegar a ser el pueblo de Dios, pues una sola de éstas no basta. Necesitamos hacer nuestro lo que lograron Abraham, Isaac y Jacob para llegar a ser el pueblo de Dios.
Dios le dijo a Isaac: “Yo soy el Dios de Abraham tu padre … yo estoy contigo, y te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo” (Gn. 26:24). A Jacob le dijo: “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac: la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia” (28:13). A los israelitas les dijo: “Y os meteré en la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob; y yo os la daré por heredad” (Ex. 6:8). Esto nos muestra que los israelitas entraron en la herencia de Abraham, Isaac y Jacob. No tenían ninguna heredad propia, así que entraron en la herencia de estos tres hombres. Cada uno de éstos ocupa una posición específica delante de Dios. Sus diferentes experiencias espirituales tipifican tres principios espirituales diferentes. En otras palabras, todo el pueblo de Dios debe contener el elemento de Abraham, el elemento de Isaac y el elemento de Jacob. Sin estos elementos no podemos ser el pueblo de Dios. Todo verdadero israelita y todo miembro auténtico del pueblo de Dios debe decir que Abraham, Isaac y Jacob son sus progenitores. No basta con decir que Abraham es nuestro progenitor, porque Ismael y sus descendientes también pueden decir lo mismo. Tampoco es suficiente decir que Abraham e Isaac son nuestros padres, porque Esaú y sus descendientes pueden decir lo mismo. El pueblo de Dios tiene que decir que sus padres son Abraham, Isaac y Jacob. Tenemos que incluir a Jacob como nuestro padre a fin de ser aptos como pueblo de Dios. Los necesitamos a los tres a fin de poder ser justificadamente el pueblo de Dios.
CINCO
El nombre original de Abraham era Abram, antes de que Dios se lo cambiara por Abraham (Gn. 17:5). La raíz de ambos nombres es Abra, que en el idioma original significa “padre”. Abraham mismo era un padre, y aprendió a conocer a Dios como el Padre. Durante toda su vida aprendió esta lección específica: Dios es el Padre.
¿Qué significa saber que Dios es el Padre? Significa reconocer que todo proviene de Dios. El Señor Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo también trabajo” (Jn. 5:17). El no dijo: “Mi Dios hasta ahora trabaja”, sino: “Mi Padre”. Dios el Padre significa Dios el Creador, el único origen. El Hijo fue enviado por el Padre. “No puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (v. 19). Esta debe ser nuestra experiencia. Necesitamos recibir gracia de parte de Dios para comprender que no podemos iniciar nada, y de hecho, no nos corresponde hacerlo. Génesis 1 comienza diciendo: “En el principio creó Dios…” En el principio no estábamos nosotros sino Dios. Dios es el Padre, y todo se origina en El.
El día que Dios le muestre a usted que El es el Padre, será un día bienaventurado. En ese día comprenderá que usted no puede hacer nada y que es incapaz y no tendrá que tratar de evitar hacer esto o aquello. Por el contrario, usted preguntará: “¿Ha iniciado Dios esto?” Esto fue lo que experimentó Abraham, lo cual nos muestra que nunca le cruzó por su mente que llegaría a ser el pueblo de Dios. Abraham no empezó nada; Dios lo inició todo. Fue Dios el que lo trajo del otro lado del río Eufrates (Gn. 12:1-5). Dios lo necesitaba y lo llamó. Abraham nunca concibió semejante obra. ¡Aleluya! Dios lo necesitaba y El mismo hizo la obra.
Dios es el Padre. Abraham no se ofreció voluntariamente para ir a la tierra que fluye leche y miel, Dios lo llamó primero, y sólo entonces Abraham salió de su lugar y tomó posesión de ella. El no sabía nada al respecto. Cuando fue llamado a salir de donde estaba, no sabía adónde iba (He. 11:8). Abandonó la tierra de sus padres sin saber adónde iba. Así era Abraham. El no tomaba la iniciativa, ya que Dios era el iniciador de todo. Si usted se percata de que Dios es el Padre, no estará tan confiado ni dirá que puede hacer lo que quiera. Solamente dirá: “Si es la voluntad del Señor, haré esto o aquello. Todo lo que diga el Señor, esto haré”. Esto no significa que debemos estar indecisos, sino que debemos estar conscientes de que verdaderamente no sabemos qué hacer hasta que el Padre nos revele Su voluntad.
Abraham tampoco sabía que iba a engendrar un hijo. Hasta su hijo lo tuvo que recibir de Dios, pues él no podía iniciar nada. Su hijo le fue dado por Dios. Así se describe a Abraham.
Abraham conoció a Dios como el Padre. Esta clase de conocimiento no es un concepto doctrinal. Este tipo de conocimiento lo conduce a uno a confesar: “Dios, yo no soy el origen. Tú eres el origen de todas las cosas, y también mi propio origen. Sin Ti, yo no tendría comienzo”. Si no tenemos la comprensión que Abraham tenía, no podemos ser el pueblo de Dios. La primera lección que debemos aprender es comprender que no podemos hacer nada y que todo depende de Dios. El es el Padre y el Iniciador de todo.
SEIS
¿Qué lección aprendemos de Isaac? Gálatas 4 dice que Isaac es el hijo que había sido prometido (v. 23). En Isaac también reconocemos que todo viene del Padre. La historia de Abraham, Isaac y Jacob, relatada en Génesis 11—50, nos muestra que Isaac era un hombre común y corriente. El no fue como Abraham, ni tampoco como Jacob. Abraham vino del otro lado del río grande; era un pionero. Isaac no fue así, y tampoco fue como Jacob, cuya vida estuvo llena de dificultades y quien sufrió mucho. La vida de Isaac consistió en disfrutar la herencia de su padre. Es cierto que él abrió varios pozos de agua, pero aun éstos habían sido abiertos anteriormente por su padre. “Y volvió a abrir Isaac los pozos de agua que habían abierto en los días de Abraham su padre, y que los filisteos habían cegado después de la muerte de Abraham; y los llamó por los nombres que su padre los había llamado” (Gn. 26:18). La lección que nos enseña Isaac es que no tenemos nada que no hayamos heredado del Padre. Pablo pregunta: “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co. 4:7). En otras palabras, todo lo que tenemos lo hemos recibido, pues viene del Padre. En esto se resume la vida de Isaac.
Muchas personas no alcanzan la posición de Abraham, porque no pueden estar en la posición de Isaac. No llegan a ser Abraham porque no llegan a ser Isaac. Es imposible tener la experiencia de Abraham sin tener la experiencia de Isaac. Asimismo, es imposible tener la experiencia de Isaac sin tener la experiencia de Abraham. Debemos ver que Dios es el Padre y que todo procede de El, y también que somos los hijos y que todo lo que tenemos viene de El. La vida del Hijo, la cual heredamos, proviene de El. Ante Dios, nosotros solamente somos personas que reciben, pues la salvación, la victoria, la justificación, la santificación, el perdón y la libertad las hemos recibido. Por consiguiente, Isaac representa el principio de recibir. Debemos decir: “¡Aleluya! ¡Aleluya! Todo lo que tenemos viene de Dios”. En la Palabra de Dios vemos que todo lo que El le prometió a Abraham lo prometió a Isaac. Dios no le dio nada adicional a Isaac; le dio a Isaac lo que le había dado a su padre. Esta es nuestra salvación y nuestra liberación.
SIETE
Examinemos ahora a Jacob. Muchos cristianos comprenden que Dios es el origen de todo y también ven que todo lo que tienen lo han recibido. Pero existe un problema: muchos cristianos no reciben. Sabemos que todo lo que tenemos lo hemos recibido y que si no recibimos nada, sólo nos quedará la vanidad y el vacío. Sin embargo, es posible que no estemos dispuestos a recibir y que sigamos tratando de hacer cosas por nuestra cuenta. ¿Por qué? Porque no vencemos por la ley de vida, sino que procuramos vencer por nuestra propia voluntad. Una de las razones por las cuales obramos así, es que el principio de Jacob todavía permanece en nosotros; la actividad de la carne, el poder del alma, y la vida natural todavía están presentes. Doctrinalmente, sabemos que Dios es el iniciador de todo, pero en la práctica iniciamos muchas cosas. Recordamos una doctrina por dos semanas, pero para la tercera ya la hemos olvidado; luego intentamos de nuevo iniciar algo. Nos comportamos así porque Jacob todavía está presente en nosotros. Si la doctrina de vencer y la enseñanza de la santificación sólo nos dicen que todo viene de Dios y que sólo necesitamos recibir, sin decirnos que la vida natural necesita ser eliminada, dicha doctrina y dicha enseñanza no están completas y no son prácticas. Si una enseñanza no toca la vida del alma, solamente nos alegrará por varios días, y luego todo se acabará. Necesitamos ver que Dios está a la Cabeza de todas las cosas, y que nosotros simplemente recibimos. Al mismo tiempo, necesitamos darnos cuenta de que nuestra vida natural tiene que ser confrontada; sólo entonces veremos la bondad del Hijo y Su sumisión al Padre. Solamente si aceptamos la disciplina del Espíritu Santo y estamos dispuestos a que nuestra vida natural sea quebrantada, recibiremos la promesa del Hijo y seguiremos el camino del Padre. Esto es lo que vemos en la vida de Jacob.
Jacob se caracterizaba por su astucia. El era una persona excepcionalmente suspicaz que podía engañar a cualquiera. Engañó a su hermano, a su padre y a su tío. El podía inventar cualquier cosa, hacer cualquier cosa y lograr cualquier cosa. El no era como su padre, que simplemente era un hijo, sino que fue a su tío con las manos vacías y regresó lleno de posesiones. Esto es lo que representa Jacob.
¿Qué lección aprendemos de Jacob? Abraham nos muestra al Padre, Isaac al Hijo, y Jacob al Espíritu Santo. Esto no significa que Jacob represente al Espíritu Santo, sino que sus experiencias representan la obra del Espíritu Santo. La historia de Jacob tipifica la disciplina del Espíritu Santo. En él vemos a una persona astuta llena de maquinaciones y engaños. Pero al mismo tiempo, vemos una persona a quien el Espíritu Santo quebrantó gradualmente. El tomó por el calcañar a su hermano, pero de todos modos nació el segundo; engañó a su hermano dándole un plato de lentejas por la primogenitura; aún así, fue él quien tuvo que huir de casa, no su hermano. El recibió la bendición de su padre, pero fue él quien tuvo que vagar errante, no su hermano. Cuando fue a la casa de su tío, él quería casarse con Raquel, pero Labán le dio a Lea primero, no a Raquel. Por veinte años, lo consumía el calor de día y la helada de noche (Gn. 31:40). Ciertamente tuvo una vida trajinada y difícil. Todas estas experiencias eran parte del quebrantamiento del Espíritu Santo; fueron las pruebas por las que tuvo que pasar. Aquellos que son capaces de urdir tramas y maquinaciones verán la mano de Dios sobre ellos. La vida natural tiene que brotar cuando uno es sometido a presión. La historia de Jacob es un cuadro del quebrantamiento que produce el Espíritu Santo.
Algunos hermanos son excepcionalmente sagaces, analíticos, suspicaces, calculadores e ingeniosos. Pero tenemos que recordar que nuestra conducta no se basa en la sabiduría carnal sino en la gracia de Dios (2 Co. 1:12). Jacob experimentó el quebrantamiento continuo del Espíritu Santo y, como resultado, nunca pudo salirse con la suya a pesar de su sagacidad. Aquella noche en Peniel aprendió la lección más grande; esa fue la noche más importante de su vida. El pensaba que podía salirse con la suya en su relación con los demás e incluso con Dios. Pero cuando se enfrentó cara a cara con El, Dios tocó el encaje de su muslo, y quedó cojo (Gn. 32:25). El tendón del encaje del muslo es el más fuerte de todo el cuerpo. Al tocarlo Dios, tocaba la parte más fuerte de su vida natural. ¡Desde ese día, quedó cojo! Antes de quedar cojo, él era Jacob; después de quedar cojo, surgió Israel (v. 28). De ese momento en adelante, ya no era un suplantador sino uno que era suplantado. Antes había engañado a su padre, pero después fue engañado por sus hijos (37:28-35). El astuto Jacob de antes nunca habría dejado que lo engañaran sus hijos, porque él mismo era un engañador; jamás habría confiado en otros. Cuanto más una persona engaña, tanto más desconfía, dado que juzga a los demás según su propio corazón. Pero ahora las cosas eran diferentes. El Jacob de ahora era diferente del Jacob de antes; ya no confiaba en su propia astucia. Esta es la razón por la cual sus propios hijos pudieron engañarlo. Jacob derramó muchas lágrimas y su fuerza natural fue sojuzgada y llegó a Su fin. Esta es la clase de experiencia que nos constituye el pueblo de Dios. Un día Dios lo iluminará y le mostrará cuán malvado y sagaz es usted. Cuando Dios le muestre quién es usted, no se atreverá a levantar el rostro; la luz de Dios le pondrá fin y lo conducirá a admitir que usted está acabado; tampoco se atreverá a servir a Dios, pues sabrá que no es apto para servirle. Desde ese momento, usted no volverá a confiar en sí mismo. Esta es la disciplina del Espíritu Santo.
OCHO
En conclusión, Abraham nos muestra que todo pertenece a Dios, que no podemos hacer nada por nuestra cuenta. Isaac nos muestra que todo procede de Dios; que a nosotros sólo nos corresponde recibir. Pero si sólo recibimos y no tenemos el quebrantamiento del Espíritu Santo, faltará algo. Esto es lo que nos muestra Jacob. Un día el Señor vendrá a nosotros, nos tocará y desencajará nuestro muslo; juzgará nuestra vida natural. Entonces nosotros nos volveremos humildes y le seguiremos con temor y temblor; no seremos descuidados ni haremos propuestas precipitadamente. Con cuánta facilidad hacemos propuestas y actuamos sin haber orado. Cuán fácil nos es desarrollar una confianza en nosotros mismos independiente de Dios. Dios tiene que tocar nuestra vida natural de manera drástica; El tiene que quebrantarla y mostrarnos que no podemos hacer nada por nosotros mismos. Cuando veamos esto, quedaremos cojos. Estar cojo no significa que uno no puede caminar, sino que al caminar, reconocemos nuestra debilidad e inutilidad. Este es un rasgo común de todos los que conocen a Dios. Dios no conduce una persona a este punto a menos que ella tenga la experiencia de Peniel. Todos los que todavía son ingeniosos, seguros de sí mismos y fuertes no han experimentado el quebrantamiento del Espíritu Santo.
Que Dios abra nuestros ojos para que veamos la relación que existe entre estas tres clases de experiencias. Las tres son específicas y, aún así, se relacionan en el resultado que producen. No podemos tener una sola, ni solamente dos. Necesitamos entender con claridad las tres experiencias a fin de poder avanzar en el camino de Dios.