Watchman Nee Libro Book cap. 1 Como estudiar la biblia sección 1
TRES REQUISITOS
CAPÍTULO UNO
TRES REQUISITOS
I. NECESITAMOS SER ESPIRITUALES
A. “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu”
En Juan 6:63 el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu”. Las palabras de la Biblia no son simples letras; son espíritu. También debemos recordar lo dicho por el Señor en Juan 4:24: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Aquí el Señor nos presenta un principio fundamental: Dios es Espíritu, y el hombre solamente puede tocarlo con su espíritu. Dios es Espíritu, y nosotros sólo podemos adorarlo con nuestro espíritu; no podemos adorarlo con otro órgano que no sea nuestro espíritu. No podemos adorarlo con nuestra mente ni con nuestra parte afectiva ni con nuestra voluntad. Colosenses 2:23 habla de “culto voluntario”. Esto significa adorar con la voluntad, lo cual es incorrecto porque Dios es Espíritu y, por ende, quienes le adoran deben adorarlo en espíritu. Juan 6 dice que las palabras del Señor son espíritu, por lo cual tenemos que leerlas en el espíritu. Es decir, solamente podemos tocar las cosas espirituales con el espíritu.
La Biblia no es solamente un libro compuesto de palabras o letras impresas. La Biblia misma es espíritu. Por esta causa, todo el que la lee debe acercarse a ella y leerla con el espíritu. El espíritu al que nos referimos es el espíritu de la persona regenerada, al cual llamamos “el espíritu regenerado”. No todas las personas tienen esto. Por lo tanto, no todos pueden leer la Biblia acertadamente. Solamente quienes tienen este espíritu la pueden leer; quienes no tienen tal espíritu no pueden leerla como es debido. Tal espíritu es necesario para adorar a Dios. Este es el mismo espíritu que se necesita para poder leer la Biblia debidamente. Sin él, el hombre no puede conocer ni a Dios ni la Biblia. Es posible que hayamos nacido en una familia cristiana, y probablemente antes de ser regenerados ya habíamos leído la Biblia, pero no la entendíamos. Entendíamos los relatos y los hechos que contiene, pero no la Biblia misma. Esto no debe sorprendernos, porque la palabra de Dios es espíritu. Si no usamos nuestro espíritu, no podemos leer la Biblia. ¿Cuándo puede uno empezar a entenderla? El día que recibe al Señor. De ahí en adelante, la Biblia llega a ser un libro nuevo para uno, y uno empieza a entenderla y a valorarla. Aunque no entienda todo lo que ella contiene, la empezará a amar. La leerá todos los días del año. Si deja de leerla, tendrá hambre y sentirá que algo falta en su vida. Cuando uno lee la Palabra de Dios de esta manera, comienza a entenderla. La entiende porque ahora es una persona regenerada: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6). Debemos relacionar Juan 4:24, 6:63 y 3:6: “Dios es Espíritu”; “las palabras que Yo os he hablado son espíritu”; y “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Las palabras de la Biblia son espíritu. La vida que el hombre recibe cuando es regenerado es espíritu, pues se requiere que el hombre tenga espíritu para que pueda leer las palabras que son espíritu. Sólo así resplandecerá la Biblia en él, y sólo entonces le será de utilidad.
No importa cuán inteligente y culta sea una persona; si no es regenerada, la Biblia será un misterio para ella. Es posible que una persona regenerada no sea instruida, pero es más apta para leer la Biblia que un profesor universitario que no es regenerado. Aquélla tiene un espíritu regenerado, mientras que éste no. La Biblia no se puede entender con el talento ni la investigación ni con la inteligencia. Puesto que la palabra de Dios es espíritu, sólo quien tiene un espíritu regenerado puede entenderla. La raíz, la naturaleza misma de la Biblia, es espiritual. Si una persona no tiene un espíritu regenerado, no puede entender dicho libro, ya que le estará cerrado.
El Señor dijo en Juan 6:55: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Los judíos que no creían fueron sacudidos por estas palabras. ¿Cómo podía la carne del Señor ser comida, y Su sangre bebida? Pero aquellos que son regenerados saben que esto se refiere al Hijo de Dios; por lo tanto, inclinan la cabeza y confiesan: “Mi vida proviene de Tu carne y de Tu sangre. Sin éstos, yo no podría vivir. Tú eres mi comida”. La persona que tiene un espíritu regenerado no se escandaliza por las palabras del Señor, sino que lo alaba y le agradece.
El Señor dijo: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (v. 63). Aquí vemos dos esferas: la del espíritu y la de la carne. En la esfera del espíritu, todo tiene vida y trae provecho; mientras que en la esfera de la carne nada es provechoso. Debemos leer la Biblia con el espíritu y en la esfera del espíritu. No importa cuán instruido, lógico o analítico sea un hombre, si no tiene este espíritu, no entenderá la Biblia.
Dios es Espíritu. A Dios lo conocemos porque tenemos un espíritu. Cuando los incrédulos discuten con nosotros, es posible que sean más elocuentes e instruidos que nosotros, y quizá no tengamos la capacidad de hablarles de las enseñanzas profundas, pero tenemos la certeza de conocer a Dios porque somos regenerados, tenemos un espíritu regenerado y podemos tocar a Dios con nuestro espíritu. No importa si podemos explicar la teoría. El hecho es que hemos tocado a Dios. Los incrédulos quieren conocer a Dios por medio del análisis y los razonamientos. Pero aunque éstos estén bien fundados, no conducen a creer en Dios, porque Dios no puede ser analizado ni explicado. Job dijo: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios?” (Job 11:7). Nadie puede hallar a Dios por medio de la investigación; sólo hay un medio para hallar a Dios: el espíritu regenerado. Quienes tocan a Dios con dicho espíritu lo conocen inmediatamente. No hay otra manera. Para estudiar la Biblia, la persona debe tener un espíritu regenerado; así como es necesario tener un espíritu regenerado para tocar a Dios. Supongamos que alguien ha instalado una lámpara eléctrica en su casa y desea conectarla a la central eléctrica, pero los únicos materiales que tiene son madera, bambú y tela mas no tiene alambre de cobre. Aunque haya energía eléctrica en la estación generatriz, no puede hacer que la lámpara se encienda. No importa cuánta tela, bambú o madera tenga, no puede conectarse a la electricidad. Tal vez otra persona no tenga tela ni bambú ni madera, pero tiene un pedacito de alambre, y con éste puede encender la lámpara porque el alambre conduce la electricidad. Del mismo modo, uno necesita un espíritu regenerado para poder tocar la palabra de Dios.
Solamente un órgano de nuestro ser puede estudiar la Biblia: nuestro espíritu regenerado. Si usamos cualquier otro órgano al leerla, lo estamos haciendo aparte de Dios, y tal actividad no va a tocar nada que esté relacionado con El. La Biblia puede ser estudiada por el hombre en la carne o en el espíritu. Si una persona tiene un espíritu regenerado, y éste está activo, tocará lo espiritual cuando toque la palabra de Dios. Eso no significa que la Biblia puede carecer de espíritu, pues ella siempre es espíritu. El Señor Jesús dijo: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Las palabras del Señor son espíritu, pero lo son solamente para los que creen en El; los judíos incrédulos recibieron estas palabras como algo de la carne. La manera en que algunos estudian la Biblia es terrible debido a que carecen del espíritu. No podemos estudiar la Palabra de Dios valiéndonos de nuestro intelecto, ya que necesitamos este espíritu para hacerlo.
B. “Interpretando lo espiritual con palabras espirituales”
Es posible que algunos se pregunten: “Yo soy regenerado y tengo un espíritu regenerado. ¿Por qué no puedo estudiar mejor la Biblia? ¿Por qué es un libro inaccesible para mí?” Para contestar esta pregunta debemos ir a 1 Corintios 2. Leamos primero los versículos del 1 al 4: “Y yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui anunciándoos el misterio de Dios con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y temor y mucho temblor; y ni mi palabra ni mi proclamación fue con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder”. Este capítulo nos dice que la predicación de Pablo no fue con palabras persuasivas de humana sabiduría. Leamos también los versículos del 5 al 7: “Para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Pero hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo … Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría que estaba oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria”. Examinemos los versículos del 9 al 13: “Antes bien, como está escrito: ‘Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman’. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Pero nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha dado por Su gracia, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, interpretando lo espiritual con palabras espirituales”. Una mejor traducción de la última frase del versículo 13 sería: “Interpretando lo espiritual para los espirituales”. El capítulo tres habla de diferentes clases de personas; así que, el final del capítulo dos no debe de referirse a cosas. Traducir una palabra de dos maneras diferentes dentro del mismo pasaje no concuerda con las normas de interpretación. Pablo decía que las cosas espirituales solamente pueden ser comunicadas a los hombres espirituales. (La palabra griega interpretando puede significar uniendo, combinando o coordinando. Por consiguiente, se puede traducir comunicando: “comunicando lo espiritual a los espirituales”.)
Cuando leemos este pasaje, vemos la relación entre el espíritu y la Biblia. Pablo hablaba aquí de palabras reveladas por el Espíritu, enseñadas por el Espíritu, y palabras de sabiduría provenientes del Espíritu, no de los hombres. ¿Cuáles son las palabras de sabiduría que provienen de los hombres? Lo que ven los ojos, lo que oyen los oídos y lo que ha subido en el corazón del hombre. Tales son las palabras del hombre. ¿De dónde venía la revelación de Pablo? Su revelación venía del Espíritu Santo, porque solamente el Espíritu conoce las cosas de Dios. ¿Cómo pueden recibir los hombres la revelación que proviene del Espíritu Santo? Pablo nos dice que para obtenerla, necesitamos al Espíritu de Dios. Esto es lo mismo que vemos en el Evangelio de Juan. En este pasaje dice que nadie ha conocido las cosas de Dios excepto el Espíritu de Dios, lo cual indica que quien no tiene el Espíritu de Dios no conoce las cosas de Dios. Pablo añadió que él no proclamaba estas cosas con palabras persuasivas ni de sabiduría, ni con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con palabras enseñadas por el Espíritu, comunicando lo espiritual a los hombres espirituales.
Pablo añade que las cosas espirituales sólo pueden ser comunicadas a los hombres espirituales. Es imposible comunicar algunas cosas a ciertas personas, porque tales cosas no son compatibles con ellas. El versículo 14 dice: “Pero el hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios”. El hombre anímico no solamente no acepta las cosas espirituales, sino que “para él son necedad”. El piensa que los creyentes son necios. El hombre natural “no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. Esta frase toca el meollo de este pasaje y nos muestra que las cosas espirituales sólo las pueden discernir los hombres espirituales. El hombre anímico no puede discernir estas cosas y no sabe nada al respecto. Esto nada tiene que ver con dedicarles tiempo. Aun si un hombre natural dedica su tiempo a discernirlas, no las entenderá, pues carece de la facultad vital que puede hacerlo. Una descripción algo más científica del hombre del alma es el hombre psíquico, el hombre guiado por su propia psique, su alma. En términos espirituales, es el hombre que no ha sido regenerado. Es un alma viviente, igual que Adán, carente del Espíritu de Dios y desconocedor de las cosas de Dios.
Por regla general, cuando un hombre llega a ser creyente, tiene que conocer las cosas del Espíritu. Pero ¿por qué tantos hermanos y hermanas no las conocen? Porque no son espirituales, pese a que su espíritu ya fue regenerado. El énfasis que Pablo hace en 1 Corintios 2 y 3 no es simplemente en el espíritu, sino en ser espiritual. Juan hace énfasis en el espíritu, pero Pablo hace hincapié en ser espiritual. El hombre no solamente debe tener el espíritu sino que, según éste, debe ser espiritual. Sin el espíritu no se puede hacer nada. Pero no tiene objeto simplemente tener el espíritu sin vivir gobernado por él, es decir, sin vivir en el espíritu ni andar según él para así ser un hombre espiritual.
Supongamos que llevamos un ciego a un huerto y le decimos que está parado frente a un árbol de mango. Podemos describirle cómo son los frutos, pero ¿podrá entender lo que le estamos diciendo? Aun si es muy inteligente, sabe discernir y tiene un oído muy agudo, con todo y eso, no podrá comprender a cabalidad cómo es el árbol de mango. Podemos hablarle del verdor, pero no entenderá a qué nos referimos. El mundo de sonidos es muy diferente al mundo visible, y el mundo visible es diferente al mundo intelectual. Del mismo modo, uno tiene que usar el espíritu para entender el mundo espiritual. Hay quienes no ven aunque tengan ojos, pues es necesario usar la facultad que tienen los ojos para poder ver. El ciego no puede ver el árbol de mango; pero un hombre que tenga una vista normal solamente podrá ver el árbol si abre los ojos. No se puede ver el árbol de mango con los oídos, por muy normal que uno sea. El problema del ciego es que carece de la vista y por ende no ve el árbol de mango, mientras que el del hombre que no tiene ningún impedimento visual es que valiéndose de sus oídos trata de oír el árbol. El hombre anímico no puede conocer a Dios; nadie lo puede conocer usando las facultades psicológicas. Pero el hombre que posee un espíritu regenerado tampoco puede conocer a Dios si sólo usa su alma. No todos aquellos cuyo espíritu fue regenerado pueden conocer a Dios. Aun después de que el Espíritu de Dios entra en el hombre, es posible que éste no le conozca. Ni la sabiduría ni la inteligencia ni el conocimiento ayudan al incrédulo a conocer a Dios, y tampoco ayudan al creyente. Solamente se puede conocer la Biblia por medio del espíritu. No es simplemente cuestión de tener el espíritu, sino de ser espiritual. Si su espíritu fue regenerado, no puede decir que no tiene que andar según el espíritu, y que puede vivir como lo hacía antes. La vieja manera de vivir era inaceptable cuando el espíritu no había sido regenerado, y sigue siendo inaceptable ahora que su espíritu es regenerado. Se puede entender la Biblia exclusivamente por medio del espíritu. Es por eso que Pablo no habla en 1 Corintios 2 de tener o no tener espíritu, sino de ser espiritual. Lo espiritual sólo puede ser discernido por hombres espirituales.
En 1 Corintios 3:1 dice: “Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a carne, como a niños en Cristo”. Esta es otra expresión: carne. Los creyentes corintios eran niños en Cristo; eran carnales. Esta es la razón por la que el versículo 2 dice: “Os di a beber leche, y no alimento sólido”. Con seguridad ellos no ignoraban totalmente las cosas espirituales; tenían noción de las revelaciones más obvias, pero no pasaban de ahí. Por ser carnales, sólo pueden tomar leche, no la comida sólida. La leche se da a los que están en la primera etapa de su vida y denota las revelaciones cristianas más elementales. En cambio el alimento sólido se da toda la vida a los que han madurado y representa revelaciones profundas. El hombre no bebe leche permanentemente; sólo en cierto período de su vida. Sin embargo, hay hombres que, igual que los creyentes corintios, siempre beben leche. “Porque aún no erais capaces de recibirlo. Pero ni siquiera sois capaces ahora”.
Los capítulos dos y tres de 1 Corintios nos presentan tres clases de personas:
En primer lugar está el hombre anímico, el cual posee únicamente las facultades del alma. Podemos llamarlo el hombre psíquico. Un hombre anímico es un hombre que no es regenerado ni tiene un espíritu regenerado y, por consiguiente, carece del órgano apropiado para entender la Palabra de Dios. Tal persona no puede entender la Biblia.
En segundo lugar vemos al hombre de la carne, el cual tiene la vida y el Espíritu de Dios y sin embargo, no anda según su espíritu sino según su carne. Su espíritu fue regenerado, pero no lo usa ni se sujeta a su gobierno. Aunque su espíritu fue regenerado, no se somete al gobierno de éste ni le permite tomar el control. La Biblia llama carnal a esta clase de persona. Una persona así tiene un entendimiento muy limitado de la Biblia y solamente puede tomar leche, mas no alimento sólido. La leche es digerida por la madre primero, lo cual hace referencia a revelaciones que se reciben indirectamente. Un hombre que sólo bebe leche no puede recibir revelación directa de Dios, sino por medio de los hombres.
En tercer lugar vemos al hombre espiritual, el que tiene el Espíritu de Dios, que actúa bajo el poder del Espíritu viviente y anda según el principio del Espíritu. La medida de revelación que recibe no tiene límite. La Palabra de Dios dice que las cosas espirituales sólo pueden ser discernidas por hombres espirituales.
Para estudiar la Biblia debemos tener presentes estos requisitos básicos: tenemos que ser espirituales y tenemos que andar según el espíritu.
II. LA CONSAGRACIÓN
A. La apertura del corazón
La Biblia es la Palabra de Dios y está llena de Su luz. Pero ésta no puede alumbrar a los que no se abren a El. En 2 Corintios 3:18 dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor”. El requisito básico para ser iluminados por la gloria del Señor es mirarlo a cara descubierta. Si uno se acerca al Señor con un velo en el rostro, la gloria no lo iluminará. La luz de Dios solamente iluminará a los que están abiertos a El. Si uno no se abre a Dios, no recibirá Su luz. El problema de algunos es que están cerrados al Señor. Su espíritu, su corazón, su voluntad y su mente están cerrados para Dios. Como resultado, la luz de las Escrituras no llega a ellos. Es como el sol que es todo luz y alumbra en el mundo entero, pero su luz no llega a una persona encerrada en un cuarto cuyas puertas y ventanas están cerradas. No hay problema con la luz, sino con la ubicación de la persona. La luz solamente brilla para los que están de cara a ella. Esto es válido en cuanto a la luz física, y lo mismo sucede con la luz espiritual. Cuando nos encerramos, la luz no puede alumbrarnos. Algunas personas están cerradas al Señor y, por tanto, no pueden ver Su luz. No debemos simplemente prestar atención a la lectura y al estudio; debemos preguntarnos si estamos abiertos al Señor. Si no tenemos el rostro descubierto, la gloria del Señor no brillará en nosotros. Si nuestro corazón no se abre a Dios, El no puede darnos luz.
La luz opera de acuerdo con una ley; ella alumbra a los que están abiertos a ella, y su intensidad depende de la apertura de la persona. En caso de que todas las puertas y ventanas de un cuarto estén cerradas, si hay sólo una pequeña rendija, la luz entrará. No es difícil obtener la luz. Un hombre que se ha cerrado para con Dios puede estudiar y orar mucho, pero seguirá sin entender la Biblia. Es muy difícil que un hombre reciba luz cuando no está abierto a Dios. La luz de Dios no llega incondicionalmente. Para recibir la luz de Dios, uno debe primero satisfacer las condiciones necesarias para recibirla.
Todos los hijos de Dios tienen la Biblia, pero la luz que cada uno de ellos recibe de ella varía. Algunos ignoran por completo lo que la Biblia dice; otros reciben algo de luz al leerla, y hay otros que son llenos de luz cuando la leen. Esta diferencia se debe a que las personas que la leen son diferentes. La luz de Dios es la misma, pero las personas varían. Quienes se abren a Dios pueden entender la Biblia, pero aquellos que están cerrados no. Algunos están completamente cerrados y, como resultado, están en completa obscuridad. Otros están cerrados parcialmente y, por ende, reciben una luz parcial. Cualquier carencia de visión que experimentemos, ya sea grande o pequeña, completa o parcial, indica que estamos en tinieblas. Nunca debemos pensar que es insignificante encontrar dificultades para entender la Biblia. Si tal es el caso, eso sólo significa una cosa: ¡vivimos en tinieblas! Es un problema serio leer la Palabra de Dios sin entenderla y sin recibir luz de ella.
Podemos preguntar, entonces, ¿qué significa abrirnos a Dios? La apertura viene de una consagración incondicional y sin reservas. Abrirse a Dios no es una actitud temporal; es una disposición permanente que el hombre desarrolla delante de El. No es un actitud ocasional, sino una práctica continua. Nos abrimos a Dios como resultado de una consagración incondicional. Si la consagración de un hombre a Dios es absoluta, no tendrá reservas para con Dios ni estará cerrado. Estar cerrado en alguna medida refleja una falta de consagración. La oscuridad es el resultado de estar cerrado, lo cual, a su vez, es el resultado de no estar consagrado. Siempre que falte consagración, habrá reservas. Cuando un hombre se niega a humillarse delante de Dios en alguna área, tratará de justificarse. Como consecuencia, no podrá entender la verdad bíblica relacionada con dicha área. Tan pronto como toque esa área, tratará de esquivarla. Esta es la razón por la cual decimos que estar cerrados nos deja en la oscuridad y que es el resultado de la falta de consagración. Las tinieblas son el resultado de estar encerrado, y estar cerrado en cualquier área es el producto de la carencia de consagración y sumisión.
B. El ojo sencillo
Muchos pasajes de la Biblia hablan explícitamente de la luz. En Mateo 6:22 el Señor Jesús habla de la luz del corazón, diciendo: “La lámpara del cuerpo es el ojo”. El Señor no dijo que el ojo es la luz del cuerpo, sino la lámpara del cuerpo. La luz se refiere a Dios, mientras que la lámpara se refiere a nosotros. La luz está en la Palabra de Dios, y la lámpara hace referencia a nosotros. La lámpara es portadora de la luz. En otras palabras, Dios deposita Su luz en la lámpara, y ésta difunde la luz. Para que la Palabra de Dios resplandezca en nosotros, debemos tener una lámpara dentro de nosotros. Esta lámpara es nuestro ojo. “Así que, si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas” (vs. 22-23). El Señor especifica una condición para que todo nuestro cuerpo esté lleno de luz: nuestro ojo debe ser sencillo.
¿Qué significa tener un ojo sencillo? Aunque tenemos dos ojos, ambos se enfocan en una sola cosa; solamente ven un objeto a la vez. Si puediésemos enfocar la vista en más de un objeto, tendríamos problemas visuales, y ninguno de los dos ojos tendría una vista clara. No serían sencillos. Para que los ojos puedan ver claramente, deben enfocar un solo punto; no pueden enfocar dos. La iluminación proviene de la luz, y se relaciona con los ojos. Si no hemos experimentado la gracia ni la misericordia, la luz no nos ha iluminado. Pero como recibimos gracia y misericordia, la luz nos ilumina. Si nuestro ojo no es sencillo, no puede recibir la luz. Muchas personas no tienen un ojo sencillo; no miran un solo objeto, sino que ven dos cosas a la vez. El problema no está en la luz, sino en su vista. Algunas veces ven un objeto como si fueran dos. La luz no es clara para ellos. En realidad, están en total oscuridad.
El Señor dijo: “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o será fiel al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (6:24). Muchas personas no tienen luz porque su ojo no es sencillo. La razón por la cual su ojo no es sencillo es que no se han consagrado al Señor. ¿Qué es la consagración? Es servir solamente a Jehová. El hombre no puede servir a dos amos, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o será fiel a uno y menospreciará al otro; no puede servir a ambos. Nadie puede mantener tal equilibrio. Nadie puede servir al Señor por una parte, y por otra, a las riquezas. Todos los que tratan de servir a dos amos, tarde o temprano se dan cuenta de que aman a uno y aborrecen al otro. Debemos consagrarnos al Señor incondicionalmente, o serviremos a las riquezas completamente. El Señor dice que el ojo tiene que ser sencillo. Esto significa que nuestro servicio y nuestra consagración deben ser exclusivas. Una consagración completa consiste en poner la vista en un solo objeto.
Rogamos que el Señor nos muestre este principio básico. Si deseamos leer la Biblia, entender sus enseñanzas y recibir sus revelaciones, tenemos que asumir nuestra responsabilidad delante del Señor. Tenemos que consagrarnos por completo a El. Solamente esto nos dará luz en la Biblia. Si tenemos problemas con nuestra consagración, los tendremos con nuestra visión. Si uno tiene problema con la visión, significa que tiene problema con la consagración. Debemos estar plenamente convencidos de que ningún hombre puede servir a dos amos.
El otro amo es el dinero y las riquezas. Por causa del dinero, a muchos les ha sido difícil ver la luz de la Biblia. Mucha gente ha estado con un velo, sin la luz de la Palabra, por causa de las riquezas. Muchos no pueden ver la verdad contenida en la Biblia porque están muy apegados al dinero. Además de Dios, tienen al dinero, y no están dispuestos a dejar su desesperación por conseguir dinero. Se hallan en un conflicto entre la verdad y sus intereses personales. Si pudieran hacer a un lado sus intereses personales y seguir la verdad a toda costa, podrían entender claramente la Biblia. Mucha gente hace a un lado las enseñanzas de la Biblia por su apego a las riquezas. Si todos los creyentes estuvieran libres del amor a las riquezas, serían muchos más los que obedecerían a Dios. Tenemos que hacer caso a esta advertencia que Dios nos hace. Cada vez que nos descuidemos y nos volvamos un poquito a nuestros intereses privados, la luz de Dios se interrumpirá. Si queremos ver la luz, no podemos servir al dinero. No podemos tener dos intereses diferentes; no podemos servir a los intereses de Dios al mismo tiempo que a los nuestros. Solamente debemos concentrarnos en los intereses de uno solo, los de Dios. En el momento en que tenemos en cuenta nuestros intereses personales, ya tenemos dos amos, y nuestro ojo ya no es sencillo. Una persona que tiene dos motivaciones o que retenga sus intereses privados no puede estudiar la Biblia. Solamente los que tienen un ojo sencillo pueden estudiar la Biblia.
¿Cómo puede el ojo ser sencillo? El Señor dijo: “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (6:21). Es asombroso que cuando tenemos control sobre las riquezas, éstas no nos perjudican sino que nos son útiles. Cuando nuestro corazón está entregado a las riquezas, amamos el dinero, y es difícil que nuestro corazón se incline a Dios. Pero si podemos gobernar nuestro tesoro, podremos gobernar nuestro corazón. Es por eso que debemos aprender a deshacernos de nuestros tesoros. El Señor dijo: “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”. Cuando un hombre deposita sus tesoros a los pies del Señor, espontáneamente su corazón estará a Sus pies; si deposita su tesoro en los cielos, allí estará su corazón, pues donde esté nuestro tesoro, allí también estará nuestro corazón. Si todo lo que tenemos está junto a Dios, nuestro corazón espontáneamente estará con El, y nuestro ojo será sencillo.
Para entender la Biblia, necesitamos una consagración absoluta. Sin consagración, nuestro corazón no se dirige a Dios. Una característica especial de la consagración es que lleva nuestro corazón a Dios. Cuando lo ofrecemos todo a Dios, nuestro corazón irá detrás, porque nuestro tesoro fue trasladado. Hay dos clases de consagración. En una el corazón va primero, y en la otra, el corazón va en pos. Algunas personas consagran sus tesoros después de que sus corazones son conmovidos. Otras se han dado cuenta de que después de consagrar sus tesoros, sus corazones los siguen. No importa si creemos que nuestro corazón nos va a seguir o no, de todos modos, lo único que debemos hacer es consagrarnos. Todo aquello de lo cual nos asimos y que nos es más querido, debe irse primero. Estas cosas debemos dárselas en el nombre del Señor a los necesitados. Cuando regalamos nuestros bienes, nuestro corazón va al Señor y cuando todas nuestras cosas están con el Señor, nuestro ojo se vuelve sencillo.
Una vez que nuestro ojo se vuelve sencillo, puede ver con claridad, y la luz brilla en él. El Señor dijo: “Todo tu cuerpo estará lleno de luz” (v. 22). ¿Qué significa estar lleno de luz? Significa tener suficiente luz para que nuestros pies puedan andar, para que nuestras manos puedan trabajar y para que nuestra mente pueda pensar. En otras palabras, tenemos luz en todas las áreas. La luz llena nuestra parte emotiva, nuestra voluntad, nuestra mente, nuestro amor, nuestro andar y nuestra senda. Podemos verlo todo porque nuestro ojo es sencillo.
Dijimos ya que solamente el hombre espiritual puede entender la Biblia. Ahora tenemos que agregar que solamente los que se consagran pueden entender la Biblia. Si una persona no se consagra, no puede comprender bien la Biblia. Al abrirla, se encuentra con áreas que no ha consagrado, y queda en tinieblas. Cuando avance en la lectura, encontrará otros aspectos de sí misma que no ha consagrado, y de nuevo las tinieblas la envolverán. Cuando las tinieblas rodean al hombre, éste no tiene esperanza de recibir nada de Dios. El hombre debe entregarse por completo a Dios. No puede servir al Señor por una parte y esperar, por otra, seguir su propio camino. Algunas personas alegan que son sinceras en su búsqueda de la voluntad de Dios, y aún así, desconocen lo que enseña la Biblia. Dicen que no saben dónde radican sus problemas. Pero esto es sólo un pretexto; no es un hecho. El hombre se queda en su ignorancia por no tomar el camino de Dios. Si sigue con seriedad la senda del Señor, hallará el camino despejado. Aquellas personas cuyo ojo no es sencillo nunca pueden ver claramente.
C. La necesidad de obedecer continuamente
Dios nos revela las enseñanzas bíblicas según la medida de nuestra obediencia. Cuanto más lo obedezcamos, más luz recibiremos. Si seguimos obedeciendo a Dios, seguiremos viendo. Sin consagración es imposible ver. Sin una obediencia constante, no podemos continuar viendo. Si nuestra consagración no es absoluta, la iluminación no va a ser grande. Si nuestra obediencia no es absoluta, la luz que recibamos no será completa. Por consiguiente, lo fundamental es la consagración. Si el hombre no entiende el significado de la consagración, no puede entender la Biblia. Una persona consagrada no solamente debe tener una consagración inicial, sino que tiene que mantener su obediencia delante del Señor en todo momento. Sólo de esta manera podrá ver continuamente. La medida de luz que un hombre recibe depende de cuanto obedezca después de su consagración inicial. Si somos perfectos en nuestra obediencia, seremos perfectos en nuestra visión.
Debemos prestar especial atención a lo dicho por el Señor en Juan 7:17: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la enseñanza es de Dios, o si Yo hablo por Mi propia cuenta”. Si una persona desea hacer la voluntad de Dios, podrá conocerla. En otras palabras, la obediencia es una condición para conocer la voluntad de Dios. La decisión de hacer la voluntad de Dios es la condición para conocer la enseñanza de Dios. Si una persona no tiene la intención de hacer la voluntad de Dios y desea conocer la enseñanza de Dios, está pidiendo algo imposible. Para conocer la enseñanza de Dios, el hombre debe estar determinado a cumplirla. Esta determinación se relaciona con la actitud. Dios desea que primero tengamos una actitud obediente; entonces, la enseñanza de Dios nos será clara. No debemos preguntar qué es lo que la Biblia enseña, sino si estamos dispuestos a obedecerla. El problema reside en nuestra actitud; no tiene nada que ver con la enseñanza de la Biblia. La Biblia puede estar abierta para nosotros dependiendo de nuestra actitud hacia Dios. Nosotros somos responsables por nuestra actitud; mientras que Dios es responsable por Su enseñanza. Si nuestra actitud es correcta, Dios nos da revelación y abre nuestros ojos inmediatamente. Si complementamos esto con nuestra obediencia, nuestra actitud, una vez, más será correcta, y Dios nos concederá más revelación. Primero se requiere una actitud correcta, y sólo entonces se recibe la revelación. Si respondemos a la revelación con obediencia, tendremos la actitud correcta y recibiremos más revelación.
Muchos afirman haber visto las verdades de la Biblia. En realidad, solamente quienes resuelven hacer la voluntad de Dios las han visto, y sólo ellos pueden decir que su visión es clara y completa. El Señor tiene que trabajar mucho en nosotros antes de que podamos “decidir” esto. No piensen que la luz viene gratuitamente. Toda visión viene acompañada de un alto precio; tenemos que pagar el precio para ver. Algunas veces el Señor tiene que hacer pasar a la persona por dos o tres experiencias antes de que vea algo. Otras veces Dios tiene que hacerlo pasar por otras seis o siete experiencias. La luz de Dios viene con frecuencia a nosotros indirectamente. Primero brilla en un objeto, el cual la refleja a nosotros. La luz de Dios viene frecuentemente de un modo indirecto. Debemos ver la luz desde cierto ángulo, antes de poder verla desde otro. En ocasiones necesitamos pasar por varias experiencias antes de ver la luz. Si somos desobedientes en algo, perderemos la revelación. Es así como actúa la luz de Dios. Muchas veces podemos ver claramente sólo cuando nosotros mismos nos hemos ubicado en diferentes ángulos. Cuanto más alto sea el precio que paguemos delante del Señor, más luz recibiremos. La obediencia en algo nos guiará a obedecer otra cosa y luego a obedecer muchas cosas más. Lo que experimentamos de la luz nos guiará a otra experiencia y luego a más luz. La voluntad de Dios está detrás de todo lo que El dispone. Siempre que una persona pierde dos o tres oportunidades de obedecer a Dios, sufre una pérdida delante de El.
No importa cuánta confianza tengamos en nuestra consagración y obediencia, tenemos que darnos cuenta de que cada vez que tenemos un velo, se debe a que algo no está bien en nuestra consagración. Si no vemos, son nuestros ojos los que están mal. Dios no carece de luz, pero cada vez que El ve renuencia de nuestra parte, detiene Sus palabras. Dios nunca fuerza a nadie a hacer nada, pero tampoco comunica Su palabra de una manera barata. Si encuentra alguna resistencia en nosotros, el Espíritu Santo se aparta y se retrae, pues no se imparte por un bajo precio. Si algo está mal en la consagración de una persona, Dios no le dará ninguna luz. No es un problema trivial que el hombre no entienda la Biblia, porque ello pone en evidencia un problema en su consagración. El colirio espiritual requiere un precio; no se obtiene gratuitamente. Toda visión requiere un precio. Ninguna visión se recibe gratis.
III. EXPERTOS EN LA PRÁCTICA
Hebreos 5:14 dice: “Pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por la práctica tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal”. La palabra práctica se puede traducir “hábito”. Existe una condición para recibir la palabra de Dios: el hombre tiene que haber alcanzado madurez. Solamente un hombre maduro puede comer alimento sólido. ¿Por qué una persona tiene que ser madura para poder comer algo sólido? Esto tiene que ver con su hábito. Una persona madura puede comer alimento sólido porque está acostumbrada. Ya que sus facultades están ejercitadas, puede diferenciar entre lo bueno y lo malo. El versículo 13 hace alusión a ser experto en la palabra de justicia, lo cual significa ser experto en la Palabra de Dios. En el griego la palabra experto tiene que ver con una destreza en la industria; significa ser diestro. Algunos trabajadores no tienen mucha habilidad, mientras que otros son hábiles. Un trabajador diestro ha pasado por mucho adiestramiento y ha desarrollado habilidad en su ramo. Un erudito en la Palabra de Dios está bien adiestrado y es hábil en ella. Si una persona desea estudiar la Biblia y entenderla, debe tener las facultades ejercitadas por la práctica.
La Biblia deja en evidencia nuestra condición. La clase de persona que somos determina la clase de Biblia que leemos. Si queremos saber cómo es el carácter y las costumbres de una persona, todo lo que tenemos que hacer es mostrarle un capítulo de las Escrituras y ver qué saca de ahí. La clase de persona que uno es determina la clase de lectura que hace. Un hombre curioso hallará la Biblia llena de curiosidades. Una persona intelectual leerá una Biblia llena de raciocinios. Una persona simple verá en la Biblia una colección de versículos y nada más. Es un hecho que el carácter y los hábitos del hombre se revelan con frecuencia por su lectura de la Biblia. Si una persona no ha sido disciplinada por Dios en su carácter ni en sus hábitos, caerá en un error garrafal, y la lectura que haga de la Biblia será espiritualmente estéril.
¿Qué clase de carácter y de costumbres debe tener una persona para leer la Biblia?
A. No ser subjetivos
Los lectores de la Biblia deben aprender a ser objetivos. Una persona subjetiva no puede entender la Biblia, pues no es apta para ser aprendiz. Si hablamos con una persona objetiva, inmediatamente sabrá de qué hablamos. Pero una persona subjetiva no nos entenderá ni siquiera después de repetirle lo mismo por tercera vez. Mucha gente no entiende lo que otros dicen, no por carecer de capacidad intelectual, sino por ser demasiado subjetivos. Ellos viven encerrados en su mente y no reciben lo que otros dicen. Están llenos de ideas, opiniones y propuestas. Lo que otros dicen les tiene sin cuidado. Es posible que sus pensamientos estén concentrados en el agua, cuando los demás están hablando de las montañas. Todo lo que oyen lo interpretan como agua. Una persona subjetiva no puede entender con exactitud las palabras de otros, mucho menos la palabra de Dios. Si no puede entender las cosas mundanas, mucho menos entenderá las espirituales.
Es notorio que los buenos estudiantes de la Biblia son muy buenos oyentes. Cuando alguien dice algo, entienden exactamente lo que les dice. Una persona objetiva escucha a los demás y puede entender la Biblia. En contraste, algunas personas no tienen idea de lo que otros dicen ni aún después de escucharlos varias veces. Tienen demasiadas cosas en su cabeza. Están llenos de ideas, opiniones y propuestas. La gente les puede repetir la misma cosa una o dos veces, y con todo, no la entienden. Para saber si somos subjetivos, basta con preguntarnos si entendemos lo que los demás nos dicen. ¿Podemos entender lo que los demás dicen aun cuando no sean muy explícitos? Nuestros días en esta tierra son limitados. Si somos subjetivos, el tiempo que tenemos disponible se reducirá grandemente. Una persona objetiva puede obtener más de la Biblia al leerla una vez de lo que obtendría una persona subjetiva después de leerla diez veces. Un hombre subjetivo no comprende lo que lee, ni aun después de leerlo diez veces. La Biblia estará fuera de su alcance y no le dejará ninguna impresión.
Recuerde la historia de Samuel. Cuando el Señor lo llamó, fue a Elí varias veces porque pensaba que era éste quien lo llamaba (1 S. 3:4-10). Aunque Dios lo estaba llamando, él pensó que era Elí. Había oído muchas veces la voz de Elí, pero esta vez indudablemente no era esa voz. ¿No podía él notar la diferencia entre la voz de Elí y la de Dios? Esta confusión se debió a su subjetividad.
El problema de muchas personas es que no permiten que Dios rompa su subjetividad. No importa cuánto estudien la Biblia, no se pueden formar una clara impresión de ella. Parece como si nunca oyeran hablar a Dios. Cuando acudimos al Señor por medio de la lectura de Su Palabra, nuestra mente debe estar abierta a El. Nuestras opiniones, sentimientos, motivos y todo lo que somos debe estar abierto a El. En otras palabras, no podemos ser subjetivos. Debemos estar conscientes de la importancia de este asunto, pues si no lo resolvemos, no podemos leer la Biblia como se debe. Una persona objetiva lo espera todo; espera que Dios hable. Su ser interior espera la palabra de Dios impasiblemente. Si una persona se halla en esta condición, cuando se abre a la Palabra de Dios, fácilmente entiende lo que Dios dice. Es innecesario preguntar si un hombre es espiritual o no. Lo único que tenemos que hacer es preguntarle qué recibió al leer cierto capítulo de la Biblia. Muchos no pueden decirnos nada. Esto demuestra que son subjetivos. A una persona subjetiva no le es fácil escuchar a los demás, porque es como las personas descritas en Hebreos 5:11, que son “tardos para oír”. Mucha gente está llena de cosas, y las palabras de los demás no hallan cabida en ellos. Ser subjetivo es un problema muy serio. Un hombre subjetivo no puede oír la palabra de Dios ni puede tocar las cosas espirituales.
B. No ser descuidados
En segundo lugar, nadie debe ser descuidado en su lectura de la Biblia, pues es un libro muy exacto. Ni una sola palabra puede ser mal leída ni remplazada. Si una persona es descuidada, pasará por alto la palabra de Dios. Tanto una persona subjetiva como una descuidada pasan por alto la palabra de Dios. Tenemos que ser cuidadosos. Cuanto más conozcamos la Palabra de Dios, más cuidado tendremos. Una persona descuidada lee la Biblia sin prestar atención a lo que dice. Cuando oímos a un hermano hablar de la Biblia, sabemos si es descuidado o si es meticuloso. Muchas personas que son descuidadas, cuando leen o memorizan versículos, cometen errores en palabras cruciales. Este es un hábito terrible. Es muy fácil desarrollar el hábito de ser inexactos. Esto nos guiará a un entendimiento incorrecto de la Biblia. En muchas ocasiones un pequeño descuido de nuestra parte nos guiará a un entendimiento confuso de la palabra de Dios. Examinemos algunos ejemplos.
La Biblia hace distinción entre las formas plural y singular. Tenemos que diferenciar entre la forma singular y plural de una palabra. No podemos ser descuidados acerca de esto. El pecado y los pecados son cosas diferentes en el lenguaje original de la Biblia. El pecado, en singular, se refiere a la naturaleza pecaminosa del hombre, mientras que los pecados, en plural, se refiere a los hechos pecaminosos del hombre. Cuando la Biblia dice que Dios perdona los pecados del hombre, usa la forma plural, pecados, aludiendo a acciones pecaminosas. Dios nunca olvida el pecado del hombre, la naturaleza pecaminosa. El pecado no puede ser perdonado. Necesitamos ser librados de nuestra naturaleza pecaminosa (el pecado); pero necesitamos perdón para nuestros actos pecaminosos (los pecados). La Biblia hace una clara distinción entre estos dos.
También hay una diferencia entre el pecado y la ley del pecado. Si uno no es libertado de la ley del pecado, no puede ser librado del pecado. Romanos 6 trata de la liberación del pecado, mientras que el capítulo siete habla de la ley del pecado. Si no prestamos la debida atención, creeremos que estas dos cosas son más o menos lo mismo. Cuando leemos Romanos 6, podemos pensar que el problema del pecado está completamente resuelto para el final del capítulo, porque al final del mismo Pablo anuncia el comienzo del capítulo doce, donde habla de la ofrenda de los miembros del cuerpo. Sin embargo, Pablo sabía claramente que para ser librados del pecado tenemos que reconocer la ley del pecado, y para vencerla, necesitamos la ley del Espíritu de vida descrita en el capítulo ocho. Si somos descuidados, no pensaremos que hay mucha diferencia entre el pecado y la ley del pecado, y de esta manera podríamos pasar por alto la Palabra de Dios, la cual es pura, y cada pasaje tiene su propio énfasis. Si nuestra conversación es descuidada, creeremos que la Palabra de Dios también lo es, y esto nos impedirá entenderla.
En Romanos 7, además de la ley del pecado, existe otra ley: la ley de la muerte. Si somos descuidados, pensaremos que la ley del pecado y la ley de la muerte son más o menos lo mismo. Pero en realidad son completamente diferentes. El pecado se refiere a la contaminación, mientras que la muerte se refiere a la imposibilidad del hombre. La operación de la ley del pecado radica en el deseo de hacer el bien y no poder hacerlo, mientras que la operación de la ley de la muerte es la decisión de refrenarse del mal, sin ser capaz de lograrlo. El pecado nos dirige a hacer involuntariamente lo que no deseamos hacer, mientras que la muerte nos impide hacer lo que deseamos hacer. Somos librados de la ley del pecado por medio de la muerte de Cristo, y somos librados de la ley de la muerte por medio de nuestra resurrección con El. Romanos 7 no solamente nos muestra la ley del pecado, sino también la ley de la muerte. Si somos descuidados y despreocupados, pasaremos por alto estas verdades. Por consiguiente, es obvio que sólo quienes con cuidadosos y exactos pueden estudiar la Biblia como se debe.
He oído que algunas personas dicen que nos vestimos de las vestiduras justas del Señor Jesús, que Dios nos dio la justicia de Cristo como nuestra vestidura de justicia y que ya no estamos desnudos, sino que podemos acercarnos a Dios. Pero la Biblia no enseña tal cosa. En ninguna parte dice que la justicia del Señor Jesús se nos haya dado para que sea nuestra justicia. La Biblia dice que Dios nos dio al Señor Jesús como nuestra justicia. El no ha rasgado un pedazo de la justicia de Cristo para dárnoslo como nuestra justicia. El nos dio al Señor Jesús, Su misma persona, para que El sea nuestra justicia. ¡Hay una gran diferencia en esto! Una persona descuidada pensará que la justicia del Señor Jesús y el Señor Jesús como justicia es más o menos lo mismo. No se da cuenta de que la justicia del Señor Jesús sólo le pertenece a El y no nos puede ser transferida. Cada uno de nosotros debe ser justo delante de Dios, y el Señor también tiene que ser justo delante de El. Pero Su justicia es solamente Suya. Su justicia fue la justicia que El expresó mientras estuvo en la tierra. Si llegáramos a ser justos simplemente por tomar Su justicia, ¿entonces por qué tuvo que morir el Señor? La justicia del Señor Jesús no es transferible. Su justicia le pertenece por siempre a El solo, y nadie tiene parte en ella. Nuestra justicia no es Su justicia, sino la misma persona del Señor Jesús. En todo el Nuevo Testamento solamente podemos hallar al Señor Jesús como nuestra justicia (con excepción de una ocasión, en 2 Pedro 1:1, donde el significado es diferente), la justicia del Señor Jesús nunca ha sido nuestra justicia. La justicia del Señor lo hace apto a El para ser nuestro Salvador. Debido a que El es recto, no necesita la redención para Sí. El Señor Jesús está plenamente justificado por Dios. Ahora Dios nos lo dio para que sea nuestra justicia. La justicia que Dios nos dio es Cristo. Cuando lo tenemos a El, tenemos justicia. Nosotros no somos justificados por nuestra conducta. Nos vestimos de Cristo, y El es nuestra justicia. Somos aceptados en el Amado; no somos aceptados en la justicia del Amado. Para estudiar bien la Biblia, tenemos que ser exactos y no permitir que se nos escape ningún detalle.
Algunos dicen que la sangre del Señor Jesús nos da vida. Esto significa que nuestra vida nueva está basada en la sangre del Señor Jesús. Dicen que cuando bebemos la sangre del Señor, adquirimos Su vida. Citan para ello Levítico 17:14, donde dice que la vida está en la sangre. Si leemos este versículo de una manera superficial, estaremos de acuerdo con esa enseñanza. Pero la sangre no nos da una vida nueva. La sangre nos redime, y satisface las exigencias de Dios. Exodo 12:13 presenta el principio relacionado con la sangre: “Veré la sangre y pasaré de vosotros”. La sangre es derramada para Dios, pues satisface Sus requisitos, no los nuestros. En la Biblia sólo en una ocasión se menciona la sangre con relación a nosotros. Allí dice que la sangre se aplica a nuestra conciencia (He. 9:14). Sin embargo, aun la conciencia se relaciona estrechamente con Dios.
¿Qué significa la palabra vida en Levítico 17? En el lenguaje original, esa palabra es la misma que se traduce alma y se refiere a la vida psíquica. El Señor Jesús derramó la vida de Su alma hasta Su muerte. Isaías 53:12 dice que El derramó la vida de Su alma hasta la muerte. El Señor Jesús derramó Su sangre, es decir, derramó Su alma hasta morir para efectuar la redención. El clamó en la cruz: “Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu” (Lc. 23:46). Habiendo dicho esto expiró. Su cuerpo estaba colgado en la cruz, y Su alma, por medio de la sangre, fue derramada para efectuar la redención. (Lo que caracteriza al hombre es su alma. El alma que pecare tiene que morir; es decir, la personalidad misma del hombre tiene que morir). Al mismo tiempo El encomendó Su espíritu a Dios.
Juan 6 dice repetidas veces que quienes coman la carne del Señor y beban Su sangre tendrán vida. Pero en ningún momento dice que quienes sólo beban Su sangre tendrán vida. Tenemos que ser muy cuidadosos. Si juntamos lo que Dios separó terminaremos distorsionando lo que El dijo. No debemos interpretar la Biblia de una manera descuidada. Debemos estudiar la Palabra de Dios detenidamente. Debemos hallar la infinidad de ocasiones en que se habla de la sangre, y estudiarlas una por una antes de poder ver la luz. La sangre satisface los requisitos de Dios, no los nuestros.
Supongamos que Juan Wesley viviera y nos dijera: “La sangre del Señor Jesús limpiará nuestro corazón y erradicará la raíz del pecado; así que ya no vamos a pecar más”. ¿Qué diríamos? Diríamos: “La sangre del Señor Jesús no limpia nuestro corazón. La Biblia no dice tal cosa. Dios ya nos dio un corazón nuevo. El corazón del hombre es más perverso que todas las cosas y nunca podría ser limpiado”. La sangre nos redime, no nos limpia. La sangre trae perdón, no santificación. (Hay una diferencia entre la santificación delante de Dios y la santificación delante de los hombres). Tal vez algunos pregunten: “¿No dice Hebreos 10 que la sangre del Señor purifica nuestro corazón?” ¡No! Allí se habla de la aspersión de la conciencia (10:22). La conciencia es solamente una parte del corazón. La única parte del hombre que está consciente del pecado es la conciencia. La sangre satisface las exigencias de Dios y el clamor de nuestra conciencia. Cuando nos damos cuenta de que el Señor Jesús nos redimió del pecado, espontáneamente nuestra conciencia deja de estar consciente de pecado. La función de la sangre en nuestra conciencia no es librarnos del pecado sino librarnos de estar conscientes de éste. La liberación del pecado es el resultado de la obra del Espíritu Santo. La obra de la sangre difiere de la del Espíritu Santo; nunca debemos confundirlas.
Delante del Señor, debemos ser exactos. Si no lo somos, perderemos la exactitud de Dios. Si tenemos el hábito de ser inexactos, no obtendremos nada cuando leamos la Biblia . Tenemos que darnos cuenta de cuán exacta es la Biblia. Es tan exacta que no deja lugar a confusión. Debemos permitir que el Señor nos adiestre y nos haga exactos.
C. No buscar rarezas
En tercer lugar, al tratar de ser exactos, no debemos buscar cosas extrañas. La Palabra de Dios es exacta, pero nunca debemos estudiarla buscando en ella rarezas. Si la escudriñamos con una mente curiosa, le quitaremos el valor espiritual. La Biblia es un libro espiritual, y tenemos que ejercitar nuestro espíritu para poder entenderla. Si buscamos exactitud para satisfacer nuestra curiosidad, y no nuestras necesidades espirituales, vamos por el rumbo equivocado. Es lamentable que mucha gente lea la Biblia con la meta de descubrir cosas extrañas. Algunos pasan mucho tiempo tratando de averiguar si el árbol del conocimiento del bien y del mal era una vid o no. Esta clase de estudio de la Biblia es vano. Debemos recordar que la Biblia es un libro espiritual. Tenemos que tocar en ella la vida, el espíritu y al Señor. Una vez que toquemos las cosas espirituales, reconoceremos automáticamente la precisión de la Palabra porque todas las cosas espirituales son inherentemente exactas. Pero si en algún asunto no procuramos lo espiritual, vamos por el camino equivocado.
A algunos les gusta tomar el sendero de la curiosidad. Su estudio de las profecías es motivado por la curiosidad. No estudian las profecías esperando el regreso del Señor, sino porque desean conocer el futuro. Hay una gran diferencia entre ser espiritual y no serlo. Si somos curiosos, todas las cosas espirituales y valiosas se volverán inertes y carentes de espiritualidad cuando caigan en nuestras manos. Este asunto es muy serio. Delante del Señor, tenemos que distinguir entre lo valioso y lo que no lo es. Tenemos que distinguir entre las cosas que son importantes y las que no lo son. El Señor Jesús dijo: “Ni una jota ni una tilde pasará de la ley” (Mt. 5:18). Pero también dijo que hay asuntos importantes en la ley (23:23). La ley es tan exacta que ni una jota ni una tilde de ella pasará, pero también en ella hay cosas importantes. Los que buscan curiosidades toman constantemente cosas triviales y las estudian. Si se dedican a las cosas superficiales, terminarán siendo personas superficiales. Bien dijo el Señor Jesús que ellos cuelan el mosquito y tragan el camello (v. 24). Cuelan las cosas más minúsculas y dejan pasar lo más trascendente. Esta clase de lectura es errónea. Este error proviene de nuestro carácter y de nuestra búsqueda de cosas extrañas. Si no cambiamos nuestra forma de ser, no podemos leer la Biblia como se debe.
Los rasgos mencionados —la subjetividad, el descuido y la búsqueda de rarezas— son defectos comunes. Debemos vencer esos defectos delante del Señor. Debemos ser objetivos, exactos y serios. Un carácter objetivo, exacto y serio no se forma en nosotros de la noche a la mañana; tenemos que disciplinarnos al punto de desarrollar el hábito. Cada vez que tomemos la Biblia, debemos leerla con objetividad, exactitud y seriedad. Cuando tengamos el carácter sólido y la debida costumbre, sabremos cómo leer la Biblia.