Neil T. Anderson Libro Book Cap. 3 Victoria sobre la Oscuridad
ALGO VIEJO. ALGO NUEVO
Capítulo 3
Mírate tal cómo eres
Clara era una joven que asistía al ministerio para universitarios en que estuve comprometido hace algunos años. En el nivel físico y material no tenía absolutamente ninguna ventaja. Era gorda y no tenía bello aspecto. Su padre era un vagabundo alcohólico que terminó abandonando el hogar; su madre trabajaba como criada en dos lugares diferentes donde obtenía poco dinero. Su hermano mayor era adicto a las drogas y se le veía muy poco en casa.
Cuando conocí a Clara, tuve la seguridad que ella era la muchacha menos aceptable que cualquier otra. No podía imaginar que hubiera algún modo en que ella pudiera competir para ser aceptada en la sociedad del colegio, donde lo que atrae es la belleza física y el éxito material. Pero para mi grata sorpresa, todos gustaban de su compañía y la buscaban para hablarle. Tenía muchos amigos y con el tiempo se casó con el joven más simpático del hogar universitario.
¿Cuál era el secreto de Clara? Lo que hacía era aceptarse a sí misma tal como Dios le dijo que era ella en Cristo, y en su interior se había comprometido a alcanzar la meta que Dios tenía para su vida: amar a todos y crecer en Cristo. Nunca era desagradable, incluso era una persona tan positiva y cuidadosa con los demás que todos la querían.
Derek, un joven de unos 30 años, se inscribió en nuestro programa de misiones en la Facultad de Teología de Talbot hace muchos años. Apenas lo conocía, hasta que una vez asistió a una conferencia en que hablé sobre la gran importancia de comprender nuestra identidad espiritual en Cristo. A la semana siguiente se acercó a hablar conmigo y a contarme lo que le ocurría.
Se crió en un hogar en que el padre demandaba absoluta perfección en todo lo que el hijo hacía. Derek era inteligente y talentoso, pero no importaba lo que hiciera, nunca parecía satisfacer a su padre, quien continuamente presionaba al hijo para que se perfeccionara más.
Para satisfacer las expectativas de su padre, Derek ingresó a la escuela de aviación en la Academia Naval de los Estados Unidos. Era un hombre que había logrado lo que todos sueñan: ser miembro del cuerpo élite de aviadores de la Armada.
-Luego de terminar mi quehacer en la Armada -dijo Derek-, decidí agradar al Señor con mi vida, pero vi a Dios como la perfeccionista sombra celestial de mi padre en la tierra y creí que para satisfacer las expectativas de Dios, debía ser misionero y, para ser honesto, me inscribí en el programa de misiones por la misma razón que fui a Anápolis: para agradar las demandas de mi Padre.
»Entonces, asistí a su conferencia el domingo pasado. Nunca me habían dicho que mi Padre me ama y me acepta tal como soy, en forma incondicional; tampoco había comprendido quién soy en Cristo. Siempre me esforcé por complacerlo, así como luchaba por satisfacer a mi padre terrenal. No me había dado cuenta que ya agradaba a Dios sólo por lo que soy en Cristo. Y, ahora, que sé que no tengo que ser misionero para agradarle, quiero cambiar mi especialidad a la teología.
Cuando Derek estudiaba su primer año en el curso de teología práctica, se le presentó la oportunidad de servir con un grupo de misioneros en España durante un corto tiempo. A su regreso, irrumpió en mi oficina y con entusiasmo me contó sobre su experiencia con el ministerio en España. Terminó diciendo:
-¡Quiero cambiar mi especialidad nuevamente.
– A misiones, ¿correcto? -pregunté sonriendo.
-¡Sí! -respondió-, pero no quiero ser misionero porque necesite la aprobación de Dios; ahora, quiero serlo porque lo amo y quiero servirle. Sé que me ama y me acepta como su hijo.
Le dije: – Esa es la principal diferencia entre ser manipulado y ser llamado.
LA TEOLOGÍA ANTES DE LA PRÁCTICA
Las vivencias de Clara y Derek nos muestran la importancia de fundar nuestras vidas cristianas en lo que creemos y no en lo que hacemos. Necesitamos asentarnos firmemente en la verdad de la palabra de Dios antes de que podamos experimentar el éxito en la práctica cristiana. Tenemos que ver, quiénes somos como el resultado de quién es Dios y de lo que Él ha hecho. Una vida cristiana fructífera es el resultado de vivir en fe y según lo que Dios dice que es verdad.
El problema es que tratamos de basar nuestra madurez y crecimiento espiritual en ciertas secciones prácticas de las Escrituras, y gastamos poco tiempo en analizar las partes de doctrina.
Por ejemplo, las cartas de Pablo se dividen en dos grandes partes. La primera generalmente es llamada la sección de doctrina; como: Romanos 1-8, Efesios 1-3, Corintios 1-2, etcétera. Estas secciones revelan que necesitamos conocer a Dios, el pecado y la salvación por nosotros mismos. La segunda mitad es la sección práctica: Romanos 12-15, Efesios 4-6, Corintios 3-4, etcétera. Estos pasajes indican lo que necesitamos hacer diariamente para vivir nuestra fe.
Con el ánimo de corregir los problemas en nuestra vida, nos saltamos la parte doctrinal y sólo realizamos la segunda mitad, la parte práctica. Queremos un rápido ajuste, una lista de instrucciones o una regla, para usarla como benditas para hacer bien las cosas. No contamos con el tiempo necesario para profundizar en un estudio de conceptos teológicos de las Escrituras, ya que queremos soluciones prácticas y rápidas.
Posiblemente, ya has descubierto que abordar el problema diariamente con una bendita no es la solución. ¿Por qué no? Porque se necesita una base adecuada de la verdad para vivir una vida práctica de fe. ¿Cómo queremos estar «firmes contra las acechanzas del diablo?» (Efesios 6:1) si aún no aprendemos que «él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en lugares celestiales con Cristo Jesús» (Efesios 2:6).
¿Cómo podemos estar gozosos en la esperanza y sufridos en la tribulación (Romanos 12:12) sin la confianza de que somos justificados por fe y «tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:l)? Cuando tiembla nuestro plan básico de creencia en Dios y en nosotros mismos, nuestro plan de comportamiento diario también tiembla. Cuando el plan de creencia está intacto y nuestra relación con Dios se basa en la verdad, tenemos pocos problemas para desarrollar el aspecto práctico de la vida cristiana.
Posicionamiento y santificación progresivo
La mayoría de los cristianos saben que para el que cree, la salvación es de tiempo pasado, presente y futuro. Por esto, quiero decir que hemos sido salvados (tiempo pasado, ver Efesios 2:4, 5, 8), somos salvos (tiempo presente, 1 Corintios 1:18, 2 Corintios 2:15) y, algún día, seremos salvados de la ira que viene (tiempo futuro, Romanos 5:9, 10; 13:11). Aún no experimentamos una salvación total, pero creo que podemos tener la certeza de ello.
Pablo dice: «En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria» (Efesios 1:13, 14). Juan dice: «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios» (1 Juan.5:13).
En relación con el creyente, la santificación también es de tiempo pasado, presente y futuro. Hemos sido santificados (tiempo pasado, 1 Corintios 6:19; 2 Pedro 1:3, 4), somos santificados (tiempo presente, Romanos 6:22; 2 Corintios 7:1) yen algún momento seremos santificados (tiempo futuro, 1 Tesalonicenses 3:12, 13; 5:23, 24). El proceso de la santificación comienza en nuestro nuevo nacimiento y culmina con nuestra glorificación. Cuando se habla de santificación en tiempo pasado, generalmente se refiere a «santificación posicional» que significa la posición o el nivel que el creyente tiene «en Cristo». En tiempo presente, la santificación tiene que ver con «santificación progresiva o experimental».
La verdad posicional de lo que somos en Cristo es la verdadera y única base para la santificación progresiva que sigue. Así como la realidad pasada de la salvación es la base en tiempo presente para la obra de nuestra salvación, nuestra posición en Cristo es la base para el crecimiento en Él. En otras palabras, no estamos tratando de ser hijos de Dios, porque ya lo somos; estamos tratando de ser semejantes a Cristo.
Creo firmemente que si tomamos la primera mitad de las epístolas de Pablo, que nos consolidan en Cristo, podríamos, en forma natural (o sobrenatural), vivir la segunda mitad. Para un buen estudio de la santificación se puede acudir a Lo común hecho santo/ libro que tuve el privilegio de escribir junto a Robert Saucy.
Lo primero es estar bien con Dios
Hace algunos años, un pastor me solicitó que orientara a una pareja de su iglesia. Eran el director de música y su esposa.
Durante toda mi vida no había visto una familia tan golpeada. Ambos entraron a la oficina gritándose mutuamente. Su relación estaba quebrantada por la infidelidad y el abuso. En el momento en que se disponían a abandonar el lugar en direcciones opuestas, en silencio oré a Dios y dije: Señor, si existe algún camino para salvar este matrimonio, tú eres el único que lo conoce.
Después de escuchar durante bastante rato su amarga discusión, los interrumpí diciendo: -Creo que deben olvidar su matrimonio. En estas condiciones nunca podrían salvarlo. Pero sí les imploraría que, en forma individual, cada uno restaurara su relación con Dios – así conseguí su atención.
Me dirigí a la esposa y le dije:
-¿Hay alguna forma en que usted pueda desaparecer completamente por un tiempo?
Ella pensó y dijo:
-Mi hermana tiene una cabaña en las montañas y creo que me dejaría usarla.
-Bien, aquí tengo unas grabaciones que quiero que escuche. Apártese por unos días y escuche los mensajes. Descubra quién es usted en Cristo y comprométase a alinear su mundo interno con Dios.
Para mi sorpresa, ella accedió. Le pedí lo mismo al esposo y también le entregué una colección de las mismas grabaciones. Tenía la pequeña esperanza de volver a verlos nuevamente juntos.
Después de dos años, yo estaba en un restaurante y entró al lugar el mismísimo director de música con sus 3 hijos. Oh, no pensé, el matrimonio ya se disolvió, así que me mantuve lejos de su vista porque me sentía mal y no quería enfrentarlo. Después de unos minutos llegó su esposa y se sentó con ellos. Me sorprendí aún más, porque parecían tan felices como cualquier familia cristiana.
De repente me vieron, me reconocieron y fueron a saludarme.
– Hola Neil, es un placer volver a verte – me saludaron animadamente.
– Sí, qué bueno verlos – en realidad quería decir verlos juntos – ¿Cómo han estado? – No me hubiera sorprendido si me hubiesen dicho que estaban divorciados y que se habían reunido allí sólo por los niños.
-Estamos muy bien – dijo ella-, hice lo que me pediste y estuve sola en las montañas por dos semanas, escuché las grabaciones y, finalmente, me reencontré con Dios.
El esposo me dijo que había hecho lo mismo y agregó:
-Pudimos dar una buena solución a nuestros problemas matrimoniales y juntos nos regocijamos por lo que Dios hizo con nosotros, primero, en forma individual y, luego, como familia.
Habían descubierto que para estar bien el uno con el otro, primero, debían estar bien con Dios y, esto, siempre se hace comprendiendo que Dios es un padre amoroso y tú eres su hijo amado, esta es la verdad fundamental por la que vivimos.
Somos hijos de Dios, creados a su imagen y justificados por Él, ya que Cristo consumó su obra y nuestra fe está en Él. Si creemos esto y caminamos de acuerdo con lo mismo, nuestra experiencia diaria de constanísmo práctico resultará en crecimiento. Estarás luchando, si cuestionas la buena obra de Cristo tratando de convertirte en alguien que ya eres.
NOSOTROS NO SEGUIMOS A DIOS PARA SER AMADOS POR ÉL, COMO YA SOMOS AMADOS, LE SEGUIMOS.
Uno no sirve a Dios para ganar su aceptación; ya somos aceptados y, por eso, servimos. Tampoco seguimos a Dios para ser amados; como ya somos amados, le seguimos. Esto aclara que lo que hacemos no determina lo que somos, sino lo que somos determina qué hacemos. «Amados, ahora somos hijos de Dios» (1 Juan 3:2). Así es como somos llamados a vivir por fe (Romanos 1:16,17).
Para vivir una vida cristiana victoriosa debemos creer esta verdad sobre nosotros. ¿Nos resistiremos a creer la verdad? Por supuesto que sí; el padre de mentiras (Juan 8:44) engañó a todo el mundo (Apocalipsis 12:9) y acusa a los hermanos día y noche (12:10). Si eso no basta, otros te humillarán, debemos recordarnos a nosotros mismos estas verdades posicionales.
La caída de la gracia de Dios
El siguiente listado es un complemento de la lista «Quién Soy» del capítulo 2. Ambas describen nuestra identidad en Cristo. Lee atentamente lo que sigue, hasta que llegue a ser parte de tu vida y ora a Dios para que adhiera firmemente estas verdades en tu corazón.
DADO QUE ESTOY EN CRISTO
Dado que estoy en Cristo, por la gracia de Dios…
Soy justificado -perdonado y hecho justo (Romanos 5:1).
Morí con Cristo y morí al dominio del pecado sobre mi vida (Romanos 6:1-6).
Soy libre para siempre de la condenación (Romanos 8:1).
Estoy en Cristo por lo que Dios hizo (1 Corintios 1:30).
Recibí e! Espíritu de Dios en mi vida para que pueda conocer las cosas que Dios me ha dado libremente (1 Corintios 2:12)
Tengo la mente de Cristo (1 Corintios 2:16).
Fui comprado por precio, no me pertenezco; pertenezco a Dios (1 Corintios 6:19-20).
Fui creado, ungido y sellado por Dios en Cristo, que me concedió el Espíritu Santo como garantía de la promesa para la herencia que vendrá (2 Corintios 1:21; Efesios 1:13,14).
Desde que morí, no vivo para mí, vivo para Cristo (2 Corintios 5:14-15).
Fui hecho justicia (2 Corintios 5:21).
Fui crucificado con Cristo y él vive en mí. La vida que vivo es de Cristo (Gálatas 2:20).
Soy bendecido con toda bendición espiritual (Efesios 1:3).
Dios me escogió desde antes de la fundación del mundo para ser santo y sin mancha delante de Él (Efesios 1:14).
Fui predestinado por Dios y adoptado como hijo suyo (Efesios 1:5).
Fui redimido y perdonado, soy receptor de su abundante gracia (Efesios 1:17).
Tengo vida con Cristo (Efesios 2:5).
Dios me levantó y me hizo sentar junto a Él en e! cielo (Efesios 2:6).
Tengo acceso directo a Dios por e! Espíritu (Efesios 2:18).
Tengo acceso a Dios libremente y con confianza (Efesios 3:12).
Fui rescatado del dominio de Satanás y llevado al Reino de Cristo (Colosenses 1:13).
Fui redimido y perdonado de mis pecados. Mi deuda fue cancelada (Colosenses 1:14).
Cristo mismo vive en mí (Colosenses 1:27).
Estoy arraigado y edificado en Cristo (Colosenses 2:7).
Estoy completo en Cristo (Colosenses 2:10).
Fui circuncidado espiritualmente (Colosenses 2:11).
Fui sepultado, resucitado y vivo en Cristo (Colosenses 2:12,13).
Morí con Cristo y resucité con Él. Mi vida es escondida con Cristo. Él es mi vida (Colosenses 3:1,4).
Tengo un espíritu poderoso, de amor y dominio propio (2 Timoteo 1:7).
Fui salvado y puesto aparte, conforme a lo que Dios hizo (2 Timoteo 1:9; Tito 3:5).
Porque soy santificado y uno con el santificador, Él no se avergüenza de llamarme hermano (Hebreos 2:11).
Tengo derecho de acercarme al trono de la gracia de Dios y encontrar misericordia en los malos tiempos (Hebreos 4:16).
Dios me dio abundante gracia y preciosas promesas por lo que soy participante de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4).
Hace poco, un pastor que asistió a una de mis conferencias sobre conflictos espirituales, me llamó para conversar. Nuestra plática revalidó mi pensamiento de que entender nuestra herencia espiritual es la solución para resolver nuestros conflictos diarios.
– Una joven de mi iglesia comenzó su programa de orientación esta semana -él dijo-. Ella tenía problemas en la relación con su marido alcohólico. Se sentía derrotada, abatida y a punto de abandonar su matrimonio.
»Le entregué el documento que usted compartió con nosotros, en que hablaba de lo que somos en Cristo. Le dije que lo leyera. Después de hacerlo, comenzó a llorar, y dijo que nunca se había dado cuenta de su verdad y que, después de todo, sentía que había una nueva esperanza para ella.
¿No es increíble? La verdad de quiénes somos en Cristo hace la gran diferencia para nuestro éxito con los desafios y conflictos de nuestra vida. Es primordial crecer y madurar en la certeza de la verdad de Dios sobre quiénes somos.
RELACIÓN Y ARMONÍA
Considerando la importancia de que Dios nos acepte por medio de Cristo, cabe la pregunta: ¿Qué sucede con esta perfecta relación cuando pecamos? ¿Interfiere nuestro fracaso con la aceptación de Dios? Responderé a esto con un ejemplo sencillo:
Cuando nací fisicamente, tenía un padre. Su nombre era Mar vin Anderson y como hijo suyo, no sólo tenía su apellido, sino también su sangre corriendo en mis venas. Marvin Anderson y Neil Anderson tienen una relación sanguínea. ¿Yo podría hacer alguna cosa para que esta situación cambiara? ¿Qué tal si abandono mi hogar y cambio mi apellido? Aún seguiría siendo el hijo de Marvin Anderson. ¿No? ¿Y si él me expulsara de la casa o si me desconociera como hijo? Por supuesto que seguiría siendo su hijo. Tenemos una relación sanguínea y nada puede cambiar eso.
¿Podría hacer algo que afectara nuestra relación de padre e hijo? En el fondo sí cuando era un niño de cinco años descubrí casi todos los caminos para hacerlo. Mi relación con mi padre nunca estuvo amenazada, pero sí, muchas veces la armonía en la relación lo estuvo, debido a mi comportamiento.
¿Qué hace que yo viva en armonía con mi padre? La confianza y la obediencia. Nuestra relación comenzó cuando nací y me sumé a su familia como hijo. Los problemas de armonía vinieron después, como resultado de mi conducta y mal comportamiento. A muy temprana edad descubrí que para estar bien con mi padre debía obedecerle; si no lo hacía la armonía se rompía, pero en una u otra situación él seguía siendo mi padre.
En el plano espiritual, cuando volví a nacer, me convertí en miembro de la familia de Dios. Él es mi padre y tengo una relación perdurable con Él, gracias a la preciosa sangre de Cristo (1 Pedro 1:18, 19). Como hijo de Dios, ¿puedo hacer algo para que nuestra relación cambie? Ahora, me doy cuenta de que aquí puedo sumar algunos puntos de teología. El tema de la eterna seguridad aún es asunto de debate para muchos cristianos. Pero por el bien del argumento, en este momento me importa más hacer la separación entre estas dos áreas que el debate en sí mismo. Nuestra relación con Dios está fundada en la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Somos salvos por lo que creemos, no por nuestro comportamiento.
Muchas partes de las Escrituras confirman la seguridad de salvación. Pablo pregunta en Romanos 8:35: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?» Entonces responde que ninguna cosa creada «nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (8:39). Jesús dice: «Mis ovejas oyen mi voz… y les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Juan 10:27,28). Nací de nuevo como hijo de Dios, en unión espiritual con Él por su gracia, la que recibí por fe. Mi relación con Dios comenzó cuando nací en su familia.
¿Puedo hacer algo que interfiera con la armonía de mi relación con Dios? ¡Absolutamente! La armonía con Dios está basada en el mismo concepto que la armonía con mi padre terrenal: confianza y obediencia. Cuando confío y obedezco a Dios estoy en armonía con Él. Cuando no lo hago la armonía en la relación se estropea y esto se ve reflejado en mi vida. Amo a mi Padre celestial y quiero estar bien con Él, entonces me preocupo por vivir en la fe, acorde a lo que Dios dice que es verdad. Aun cuando falle y no siga lo que dice su palabra y decida caminar en la carne, mi relación con Él no está en peligro, porque está basada en la sangre de Cristo Jesús.
CREER LA VERDAD ACERCA DE OTROS
-Cómo puedo retirarme de mi iglesia? -me preguntó una vez un pastor.
-Por qué te quieres retirar? -pregunté- ¿Hay algo malo con tu iglesia?
– Es que tengo una banda de perdedores en ella.
-¿Perdedores? Me pregunto si realmente lo son o es que se ven de esa forma a sí mismos, porque es así como tú los ves.
Él estuvo de acuerdo en que, de seguro, la opción correcta era la segunda, ya que no existen perdedores en el Reino de Dios, ¡ni siquiera uno! ¿Cómo podrían los hijos de Dios ser perdedores, si ya tienen la vida eterna? Tan importante como descubrir nuestra propia identidad en Cristo, es que reconozcamos a los demás cómo hijos de Dios y los tratemos de esa forma, como lo merecen. Creo que la forma en que tratamos a los otros nace de nuestra propia percepción de ellos. Si los vemos como perdedores, así los trataremos. Pero si creemos que son hermanos y hermanas redimidos y santos en Cristo, los trataremos como santos y se sentirán apoyados a comportarse como tales.
SI SOLO NOS DEDICAMOS A EDIFICAR A OTROS, FORMARÍAMOS PARTE DEL EQUIPO DE CONSTRUCCIÓN DE DIOS EN LA IGLESIA, EN VEZ DE SER MIEMBROS DEL EQUIPO DE CONSTRUCCIÓN DE SATANÁS.
Algunos estudios demuestran que en el hogar, un niño, por cada opinión positiva que recibe, al mismo tiempo recibe otras diez negativas. En él ambiente escolar el problema no mejora. Por cada siete opiniones negativas que el niño recibe, sólo le dicen una positiva. Con razón tantos niños crecen sintiendo que son un fracaso. Padres y maestros entregan esa percepción todos los días a sus hijos y estudiantes.
Estos estudios también señalan que se necesitan decir cuatro cosas positivas para contrarrestar el efecto de una negativa. Esto se puede comprobar así: cuando usamos una prenda de ropa nueva y algunos amigos opinan: «Qué traje tan bonito» pero hay uno que dice: «En realidad eso no es para ti». Este comentario nos llevará, rápidamente, a la tienda para una devolución. Los demás se ven profundamente afectados por lo que decimos de ellos, y lo que decimos, determina lo que realmente pensamos sobre ellos mismos.
En el Nuevo Testamento, claramente, leemos que somos santos que pecan. Los hijos de Dios, que niegan ser pecadores, serán llamados mentirosos (1 Juan 1:8). No estamos hechos para juzgar nos unos a otros; hemos sido llamados a aceptar a los demás creyentes como hijos de Dios, y a crecer juntos.
Si pudiéramos memorizar tan sólo un versículo del Nuevo Testamento, ponerlo en práctica y nunca violarlo; podríamos solucionar la mitad de los problemas en nuestros hogares e iglesias. Este versículo es: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (Efesios 4:29).
¿No es asombroso que podamos dar gracia a otros a través del uso apropiado de las palabras? Si no pronunciáramos palabras que entristecieran a los demás, y sólo les hiciéramos comentarios constructivos, como dice Efesios 4:29, seríamos parte de la multitud edificadora de Dios en la iglesia y no parte de la multitud destructora de Satanás.
EN RELACIÓN CON DIOS
Cuando cursaba el octavo grado, había un programa llamado «Día de enseñanza religiosa». Todos los martes por la tarde las clases terminaban temprano para que pudiéramos ir a la iglesia de nuestra elección durante esa última hora. Esto no era religión forzada, algunos compañeros usaban ese tiempo libre para ir a la sala de estudios; mientras yo iba a la iglesia que mi madre había elegido. Una vez, decidí saltarme el día de enseñanza religiosa. Estuve todo el día jugando en el parque y justo a la hora tomé el bus de vuelta a la granja de mis padres. Pensé que había logrado escaparme, ¡pero en realidad no fue así!
Al día siguiente, el director del colegio me llamó y me mandó de vuelta a casa, diciendo: «Quédate en casa durante el jueves y el viernes». Estaba impactado, ¿expulsado dos días por escaparme del día de enseñanza religiosa? No quería ni podía enfrentar a mis padres y el viaje de vuelta a casa fue deprimente. Incluso pensé en hacerme el enfermo o esconderme en el bosque durante el tiempo que, supuestamente, estaba en el colegio. Pero sabía que no podía hacerlo, debía enfrentar a la figura autoritaria. Quería dirigirme a mi madre y no a mi padre porque sabía que en ella encontraría misericordia.
Mamá -le dije-, me expulsaron del colegio dos días, porque me escapé del Día de enseñanza religiosa.
Al principio no supo qué decir, luego sonrió y dijo:
– Oh Neil, olvidé decirte que tu padre llamó al colegio para que pudieras quedarte en casa el jueves y el viernes para que nos ayudes a recoger maíz.
Ahora conozco que, ¿tenía que enfrentar a mis padres? ¿Era el viaje en el bus escolar tan deprimente para mí? Seguro que no, pero yo no sabía que la permanencia en mi hogar el jueves y viernes ya estaba justificada. Así es como muchos cristianos viven creyendo que caminan sobre vidrios. Creen que no pueden cometer ningún error, porque si lo hacen, la furia de Dios caerá sobre ellos.
Amados cristianos que leen este libro; la furia de Dios ya cayó, y cayó sobre Cristo. Él murió una vez por todos nuestros pecados (Romanos 6:10). No somos pecadores en las manos de un Dios airado. Somos santas en las manos de un Dios amante que nos llama a acercarnos «con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura» (Hebreos 10:22); «porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre» (Efesios 2:18); «en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él» (Efesios 3:12).
Algunos líderes cristianos creen que se debe poner énfasis en la parte pecadora de nuestra naturaleza humana para motivarnos a vivir correctamente. Yo no estoy de acuerdo con esto. ¿Cómo podemos motivarlos culpándolos si «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» Cómo los podemos motivar a través del miedo si «no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:7). Creo que debemos decirle a los creyentes la verdad sobre quiénes son en Cristo y motivarlos a vivir en forma correcta. Para ilustrar esto, les voy a contar un testimonio que un misionero me envió luego de leer la primera edición de este libro:
Aunque he sido cristiano mucho tiempo, nunca entendí el perdón y la herencia espiritual de Dios. Durante años luché en contra de un mismo pecado. Estaba en la escuela bíblica, cuando comencé una práctica horrible que, pensé, nunca terminaría. Deseaba matarme y no quería pensar que esto era pecado. Creía que Dios me había dado la espalda y que estaba destinado al interno por no poder superar mi pecado. Me odiaba a mí mismo y me sentía derrotado.
El Señor me dio la oportunidad de comprar tu libro Victoria sobre la oscuridad, y al leerlo, me sentí como un nuevo cristiano, como si acabara de nacer de nuevo. Ahora, mis ojos están abiertos al amor de Dios y me doy cuenta de que soy un santo que eligió pecar. Finalmente, puedo decir que soy libre, libre de la esclavitud de Satanás y de sus mentiras sobre mÍ.
Antes, yo confesaba a Dios mi pecado y pedía su perdón, pero luego caía aún más profundo en las garras de Satanás, porque no podía aceptar el perdón de Dios ni podía perdonarme a mí mismo. Siempre pensé que la respuesta estaba en acercarse más a Dios, pero cuando fui a Él, lo hice ahogado en confusión, creyendo que era un pecador que no podía ser amado. ¡Nunca más! Porque por medio de las Escrituras me mostraste el camino y ya no soy un cristiano derrotado; ahora sí que estoy vivo en Cristo y muerto al pecado, soy un siervo de la justicia. Vivo por fe según lo que Dios dice que es verdad. El pecado ya no tiene poder sobre mí, Satanás perdió su dominio.
NOTAS
1. Neil T. Anderson y Robert Saucy, Lo común hecho santo, Editorial Unilit