Neil T. Anderson Libro Book Cap. 2 Victoria sobre la Oscuridad

Neil T. Anderson Libro Book Cap. 2 Victoria sobre la Oscuridad

LA INTEGRIDAD DEL EVANGELIO

Capítulo 2

La integridad del evangelio

Imaginemos por un momento al estudiante universitario típico. Llamémoslo Bill. Participa del escenario social de su facultad. Se considera un paquete de glándulas salivales, degustador de bellezas e impulsos sexuales envuelto en piel. Así que, con este concepto de sí, ¿cómo ocupa Bill su tiempo? Comiendo y acechando a las muchachas. Come todo y de todo lo que ve sin importarle el valor nutritivo. Corre tras todo lo que lleva falda, pero tiene una mirada especial para la seductora Susana, la animadora de los partidos de fútbol.

Bill corría tras la hermosa Susana por los patios de la universidad cuando lo vio el entrenador de atletismo.

-¡Mira cómo corre ese muchacho!

Cuando el entrenador le dio alcance, le dijo:

– ¿Por qué no entras en el equipo de atletismo?

– No -respondió Bill, mientras buscaba con la vista a Susana- Estoy demasiado ocupado  

Pero el entrenador no se conformaba con un «No». Finalmente convenció a Bill de que hiciera una prueba en la pista.

Entonces Bill comenzó a trabajar con e! equipo de atletismo y descubrió que realmente podía correr. Cambió sus hábitos en cuanto a comidas y sueño y mejoraron sus habilidades. Comenzó a ganar algunas carreras y alcanzó marcas excelentes.

Finalmente Bill fue invitado a la gran carrera en el torneo estatal. Llegó temprano a la pista para el precalentamiento y las elongaciones. Entonces pocos minutos antes de la carrera, adivinen quién llegó por ahí: la dulce Susana, con un aspecto más hermoso y deseable que nunca. Se dirigió pavoneándose hacia Bill con su menudo atuendo que acentuaba sus rasgos físicos más hermosos. Llevaba en la mano una deliciosa porción de tarta de manzanas con varias cucharadas de helado encima.

– Te he extrañado, Bill-dijo con su dulce voz cantarina-. 

Si me acompañas ahora mismo, puedes tener todo esto, y también puedes tenerme a mí.

-De ninguna manera, Susana -respondió Bill.

-¿Por qué no? -dijo Susana haciendo un mohín. 

-Porque soy un corredor.

¿Qué le pasó a Bill? ¿Qué ocurrió con sus glándulas e impulsos? 

Todavía es e! mismo muchacho que podía comerse tres hamburguesas, dos bolsas de papas fritas y un litro de Pepsi sin pestañear. Es el mismo muchacho que sentía comezón de estar al lado de la hermosa Susana. Sin embargo, ha cambiado su concepto de sí. Ya no se mira como un atado de impulsos físicos, sino como un atleta disciplinado. Vino al torneo para participar en una carrera. Este era su propósito; la sugerencia de Susana se oponía a la razón de estar allí y a la nueva percepción que tenía de sí.

Demos otro paso en esta ilustración. El atleta es Eric Liddle, personaje de la película Carros de fuego. Era muy consagrado a Cristo, pero además era un corredor muy rápido y representaba a su nativa Escocia en las Olimpíadas. 

Cuando se publicó el programa del evento, Liddle descubrió que su carrera, sería un día domingo. Eric Liddle era consagrado a DlOS y no podía negociar lo que creía. Entonces se retiró de una carrera que pudo haber ganado. ¿Por qué no corrió Eric Liddle? Porque en primer lugar y principalmente era hijo de Dios y creía que competir el día del Señor equivalía a negar lo que era. Su concepto de sí mismo y su propósito en la vida determinaron lo que hizo.

Muchos cristianos no llevan una vida libre y productiva porque no comprenden quiénes son ni qué hacen aquí. Lo que son está arraigado en su identidad y posición en Cristo. Si no se perciben de la manera que Dios los percibe, sufren por una falsa identidad y una pobre sensación de dignidad. No entienden íntegramente el evangelio ni el maravilloso cambio que ocurrió en ellos cuando confiaron en Cristo.

EL EJEMPLO DE CRISTO

El plan redentor de Dios comienza a desarrollarse cuando aparece Cristo, el segundo Adán. Lo primero que notamos de la vida de Cristo es su completa dependencia de Dios el Padre. Dijo: «No puedo yo hacer nada por mí mismo» (Juan 5:30); «Yo vivo por e! Padre» (6:57); «De Dios he salido y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. Las palabras que os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí él hace las obras» (14:10). 

La prueba suprema ocurre después de un ayuno de cuarenta días. El Espíritu Santo conduce a Jesús al desierto y Satanás lo tienta. »Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan» (Mateo 4:3). Satanás quiere que, para salvarse, Jesús use sus atributos divinos independientemente del Padre. Jesús responde: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (4:4).

Hacia el final de su ministerio terrenal, Jesús oró: «Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti» (Juan 17:7). El modelo de vida que Cristo mostró era totalmente dependiente de Dios el Padre.

JESÚS VINO PARA DARNOS VIDA

Como el primer Adán, Jesús nació física y espiritualmente vivo. Esto se hizo evidente por el hecho de que Jesús fue concebido por el Espíritu de Dios, y nació de una virgen. A diferencia del primer Adán, Jesús fue tentado en todo, pero nunca pecó. Nunca perdió su vida espiritual porque no cometió pecado. Conservó su vida espiritual en todo el camino hacia la cruz. Allí derramó su sangre y murió, llevando sobre Él los pecados del mundo. Entregó su espíritu en manos del Padre cuando su vida fisica llegó a su fin (véase Lucas 23:46). Adán y Eva perdieron la vida espiritual en la caída, pero Jesús vino a darnos vida. Jesús dice: «Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia» (Juan 10:10).

Juan declara: «En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Juan 1:4). Nótese que la luz no produce vida. La vida produce Luz. Jesús dice: «Yo soy el pan de vida» (6:48) y «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá» (11:25). En otras palabras, los que creen en Jesús seguirán viviendo espiritualmente aun cuando mueran fisicamente. Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (14:6). El valor final no es nuestra vida física, que es temporal, sino nuestra vida espiritual, que es eterna.

EL EVANGELIO INTEGRAL

Muchos cristianos viven bajo medio evangelio. Han oído que Jesús es el Mesías que vino a morir por los pecados, y que si oran para recibir a Cristo, al morir irán al cielo y recibirán el perdón de sus pecados. En esta afirmación hay dos errores. Primero, es sólo la mitad del evangelio. Si encuentras un muerto y tienes el poder de salvarlo, ¿qué harías? ¿Darle vida? Si eso fuera todo lo que haces, entonces moriría nuevamente. Para salvar al muerto tendrías que hacer dos cosas. Primero, curarle la enfermedad que le causó la muerte.

La Biblia dice: «La paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23). Por eso Jesús sufrió en la cruz y murió por nuestros pecados. ¿Es todo el evangelio curar el mal que nos causó la muerte? ¡No! El versículo sigue diciendo: «pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 6:23). Gracias a Dios por el Viernes Santo, pero lo que los cristianos celebran cada año es la resurrección el domingo de Pascua. Por alguna desconocida razón hemos dejado la resurrección fuera de la presentación del evangelio. En consecuencia, terminamos con el pecado perdonado, pero no en los santos redimidos.

El segundo problema en esa presentación del evangelio es este: da la impresión de que la vida eterna es algo que reciben al morir. No es así. «Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Juan 5:11-12). Si no tenemos vida espiritual (eterna) antes de morir físicamente, solo nos espera el infierno.

¡QUÉ DIFERENCIA PRODUCE EN NOSOTROS LA DIFERENCIA DE CRISTO!

La diferencia entre el primero y el segundo Adán decide la diferencia entre la vida y la muerte para nosotros. Quizás esta diferencia vivificadora esté mejor presentada en 1 Corintios 15:22: «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados». Muy a menudo el hecho de estar espiritualmente vivo se describe en el Nuevo Testamento con las frases «en Cristo» o «en Él».

Todo lo que vamos a decir en los capítulos que siguen se basa en el hecho de que los creyentes están vivos en Cristo. El tema sobrecogedor del Nuevo Testamento es estar vivo en Cristo. 

Por ejemplo, en los seis capítulos de Efesios hallamos 40 referencias a estar «en Cristo», y «tener a Cristo en vosotros». Por cada pasaje que habla de «Cristo en vosotros», diez enseñan que estás «en Cristo».

UNA PERSONA NO PUEDE CONDUCIRSE COHERENTEMENTE SI SU CONDUCTA NO CONCUERDA CON LA PERCEPCIÓN

QUE TIENE DE SÍ.

También es la base para la teología de Pablo. «Por esto mismo os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias» (1 Corintios 4:17, énfasis agregado).

LA NUEVA VIDA EXIGE UN NUEVO NACIMIENTO

No nacimos en Cristo. Nacimos muertos en nuestros delitos y pecados (véase Efesios 2:1). ¿Cuál es el plan de Dios para transformarnos de estar «en Adán» a «estar en Cristo»? Jesús dice: «De cierto, de cierto os digo, que el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). El nacimiento físico sólo nos da vida física. La vida espiritual, la vida eterna prometida por Cristo a los que vienen a Él se obtiene sólo mediante un nacimiento espiritual (véase 3:36).

¿Qué quiere decir estar espiritualmente vivos en Cristo? En el  que Adán estaba en unión con Dios antes de la caída. Comienzas a vivir espiritualmente; tu nombre está escrito en el Libro de la vida del Cordero (véase Apocalipsis 21:27). La vida eterna no es algo que obtienes al morir.

Querido creyente, ya está vivo en Cristo. Nunca estarás espiritualmente más vivo de lo que estás ahora mismo. Lo único que cambiará cuando mueras físicamente es que cambiarás tu cuerpo mortal por un nuevo cuerpo resucitado. Tu vida espiritual en Cristo que comenzó cuando personalmente confiaste en Él simplemente seguirá su camino. La salvación no es un agregado futuro; es una transformación presente. Esa transformación ocurre en el nacimiento espiritual, no en la muerte física. 

La nueva vida inicia una nueva identidad

Ser cristiano no es sólo recibir algo; es llegar a ser alguien. El creyente no es sólo una persona perdonada que va al cielo. El cristiano, en función de nuestra más profunda identidad es un santo, un hijo de Dios nacido de nuevo, una obra maestra de Dios, un hijo de luz, un ciudadano del cielo. El nuevo nacimiento te transformó en alguien que no existía antes. Lo importante no es lo que recibes como cristiano; es lo que eres. No es lo que haces como cristiano lo que determina quién eres; lo que eres determina lo que haces (véase 2Corintios 5:17;Efesios 2:10; 1Pedro 2:9,10; 1Juan 3:1, 2).

Para llevar una vida cristiana es esencial que entiendas tu identidad en Cristo. Una persona no puede conducirse coherentemente si su conducta no concuerda con la percepción que tiene de sí. Tú no cambias por la percepción que tiene de ti. Cambias tu percepción cuando crees la verdad. Si tu concepto personal es errado, vivirás en el error porque lo que crees no es verdad. Si piensas que eres una buena porquería, probablemente vivirás como una buena porquería. Sin embargo, si te ves como hijo de Dios espiritualmente vivo en Cristo, comenzarás a vivir de acuerdo con eso. La verdad más importante que puedes poseer después de conocer a Dios es conocerte a ti mismo.

La principal estrategia de Satanás es tergiversar el carácter de Dios y la verdad de lo que somos. Él no puede cambiar a Dios ni puede cambiar nuestra identidad y posición en Cristo. Sin embargo, sí puede hacer que creamos una mentira, entonces viviremos como si no fuera verdad.

La nuevo vida da como resultado una nueva identidad

¿Has notado que una de las palabras de uso más frecuente en el Nuevo Testamento para identificar al cristiano es «santo»? Literalmente, santo es una persona santificada. Sin embargo, Pablo y los autores de otras epístolas la usan generosamente para describir a cristianos comunes, ordinarios, corrientes, como tú y yo. Por ejemplo, el saludo de Pablo en 1 Corintios 1:2 dice: «A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro».

Nótese que Pablo no dice que son santos por su arduo trabajo. Claramente dice que son santos por llamamiento. La tendencia de la iglesia es creer que los santos son personas que han ganado su elevada posición viviendo con excelencia o logrando cierto nivel de madurez. En la Biblia los creyentes se describen como «santos», lo que significa «santificados» (por ejemplo Romanos 1:7; 1 Corintios 1:2; 2 Corintios 1:1; Filipenses 1:1).

Ser santo no refleja necesariamente alguna medida presente de crecimiento en carácter, pero identifica a los que se relacionan rectamente con Dios. En nuestra versión de la Biblia (RVR 60)los creyentes son llamados «santos», «santificados» o «justos» más de 200 veces. En contraste, a los inconversos se les llama «pecadores» más de 300 veces. Es claro que la palabra «santo» en las Escrituras se refiere al creyente y que «pecador» se usa para referirse al incrédulo.

Aunque el Nuevo Testamento da bastantes evidencias del pecado del creyente, nunca identifica al creyente como «pecador». En una referencia a sí mismo, Pablo declara: «soy el primero» de los pecadores, lo que se interpreta en sentido contrario ( l Timoteo 1:15). A pesar del uso del presente, hay varios detalles que hacen preferible considerar su descripción como «el peor» de los pecadores, como referencia a la oposición al evangelio de antes de su conversión. Si se toma como una afirmación veraz, él era el principal de los pecadores.

Nadie se opuso a la obra de Dios con más celo que él, a pesar de poderse jactar: »En cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es por la ley, irreprensible (Filipenses 3:6). Por diversas razones, creo que esto se refiere a Pablo antes que acudiera a Cristo.

En primer lugar la referencia de sí mismo como «pecador» apoya la primera parte del versículo de 1 Timoteo: »Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores» (l Timoteo 1:15). «Impíos y pecadores», unos versículos antes (v. 9), con otros usos de la palabra «pecadores» en el Nuevo Testamento para indicar a los que está lejos de la salvación, muestra que los «pecadores» a los que Cristo vino a salvar estaban fuera de la salvación y no eran creyentes que pudieran todavía tener libertad para pecar.

Segundo, la referencia de Pablo a sí mismo como «pecador» va seguida de inmediato por la afirmación, «pero por eso fui recibido [tiempo pasado] a misericordia» (v. 16), con lo que señala claramente a la ocasión ya pasada de su conversión. Pablo sigue maravillado de la misericordia de Dios hacia él, que era el «primero» de los pecadores. Se nota una evaluación presente de sí basada en el pasado cuando el apóstol dice: «Porque soy [presente] el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios» (l Corintios 15:9). Debido a su acción pasada, Pablo se considera indigno de lo que es en e! presente, por la gracia y misericordia de Dios, apóstol que en «nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles» (2 Corintios 12:11).

Tercero, al mismo tiempo que declara que es el peor de los pecadores, el apóstol declara que Cristo lo fortaleció para el ministerio, y lo tuvo por «fiel», esto es, digno del ministerio al que lo llamó (1 Timoteo 1:12). Por lo tanto, la palabra «pecador» no lo describe como creyente; más bien la usa recordando lo que era antes que Cristo lo transformara.

Los únicos lugares en la Escritura que podrían referirse a los cristianos como «pecadores» son dos referencias que se encuentran en Santiago. La primera, «Pecadores, limpiad las manos» (4:8) es uno de 10 mandamientos verbales que llaman a quienes lean la epístola a romper en forma definitiva con la vida vieja. Esto se entiende mejor como el llamado al lector al arrepentimiento, y por tanto, a la salvación.

COMO CREYENTES NO ESTAMOS TRATANDO DE SER SANTOS; SOMOS SANTOS EN EL PROCESO DE LLEGAR A SER COMO CRISTO.

El segundo uso de «pecador» en 5:19, 20 parece ser igualmente una referencia similar a los incrédulos. El «pecador» debe volverse del error de su camino, y de esa manera ser salvo de la muerte. Dado que muy probablemente se refiera a la muerte espiritual, sugiere que la persona no era creyente. En estos dos usos de «pecador», Santiago usa la palabra de la manera que se usaba particularmente entre los judíos para referirse a quienes desechaban la ley de Dios y desobedeáan abiertamente las normas de la moral.

El hecho de que estos «pecadores» se encuentren entre los creyentes a los que se dirige Santiago no significa necesariamente que son creyentes, porque la Escritura enseña que puede haber incrédulos entre los santos (cf. 1 Juan 2:19), como seguramente ocurre en la actualidad en nuestras iglesias. La referencia a ellos como pecadores concuerda con la descripción de los que no han acudido al arrepentimiento y a la fe en Dios, mientras el resto de las Escrituras identifica claramente a los creyentes como santos que todavía pueden pecar2.

El estado de santos es paralelo al concepto de ser llamados o elegidos por Dios. Los creyentes son «amados de Dios, llamados a ser santos» (Romanos 1:7; cE también 1 Corintios 1:2). Son «escogidos de Dios, santos y amados» (Colosenses 3:12). Son escogidos «mediante la santificación por el Espíritu (2 Tesalonicenses 2:13); cE además 1 Pedro 1:2). Dios los escogió y los apartó del mundo para ser su pueblo. Como resultado, los creyentes son «hermanos santos» (Hebreos 3:1).

Por la elección y el llamamiento de Dios, los creyentes han sido apartados para Dios y ahora pertenecen a la esfera de su santidad. Comenzamos nuestro andar con Dios como bebés inmaduros en Cristo, pero somos verdaderos hijos de Dios. Somos santos pecadores, pero tenemos todos los recursos en Cristo para no pecar. Las palabras de Pablo a los efesios son una interesante combinación de los dos conceptos de santidad. Al dirigirse a ellos como «santos» en 1:1, en el versículo 4 pasa a decir que Dios «nos escogió en él [en Cristo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él». Por la divina elección ya eran «santos» en Cristo, pero el propósito era su madurez en carácter a medida que se conforman a la imagen de Dios.

Como creyentes no estamos tratando de ser santos; somos santos en el proceso de llegar a ser como Cristo. De ningún modo esto es una negación de la lucha continua con el pecado, pero da al creyente alguna esperanza para el futuro. A muchos cristianos los domina la carne y están engañados por el diablo. Sin embargo, decir a los cristianos que son pecadores y luego disciplinarlos si no actúan como santos parece contraproducente en el mejor de los casos, e incoherente con la Biblia en el peor de ellos.

LO QUE ES CIERTO EN CRISTO, ES CIERTO EN TI

Puesto que eres santo en Cristo por llamamiento de Dios, tienes parte en la herencia de Cristo. «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Romanos 8:16, 17). Todo creyente se identifica con Cristo:

  1. En su muerte                    Romanos 6:3, 6; Gálatas 2:20; Colosenses 3:1-3
  2. En su sepultura                Romanos 6:4
  3. En su resurrección           Romanos 6:5, 8, 11
  4. En su ascensión                Efesios 2:6
  5. En su vida                          Romanos 6:10,11
  6. En su poder                       Efesios 1:19, 20
  7. En su herencia                  Romanos 8:16,17; Efesios 1:11, 12

La lista que va a continuación presenta en primera persona lo que realmente eres en Cristo. Son algunas de las características bíblicas que reflejan lo que llegaste a ser en el nacimiento espiritual. No puedes ganarlas ni comprarlas, como una persona nacida en Estados Unidos no puede ganar ni comprar los derechos y la libertad de que disfruta como ciudadano americano. Tales cosas se las garantiza la Constitución por el solo hecho de nacer en Estados Unidos. De igual manera, las características de la lista te las garantiza la Palabra de Dios, simplemente porque por la fe naciste, por la fe en Cristo dentro de la nación santa de Dios.

¿QUIÉN SOY?

Yo soy la sal de la tierra (Mateo 5:13).

Yo soy la luz del mundo (Mateo 5:14).

Soy hijo de Dios (Juan 1:12).

Soy un sarmiento de la vid verdadera, un canal de la vida de Cristo (Juan 15:1, 5).

Soy amigo de Cristo (Juan 15:15).

Soy elegido de Cristo y puesto para llevar fruto (Juan 15:16).

Soy siervo de justicia (Romanos 6:18).

Soy siervo de Dios (Romanos 6:22).

Soy hijo de Dios; Dios es mi Padre espiritual (Romanos 8:14, 15; Gálatas 3:26; 4:6).

Soy coheredero con Cristo, tengo parte en su herencia (Romanos 8:17). 

Soy templo, morada de Dios. Su Espíritu y su vida moran en mí (1 Corintios 3:16, 6:19).

Estoy unido al Señor y soy un espíritu con él (1 Corintios 6:17). 

Soy miembro del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27; Efesios 5:30). 

Soy nueva criatura (2 Corintios 5:17).

Estoy reconciliado con Dios y soy ministro de reconciliación (2 Corintios 5:18, 19).

Soy hijo de Dios y uno con Cristo (Gálatas 3:26,28).

Soy heredero de Dios, puesto que soy su hijo (Gálatas 4:6,7).

Soy santo (1 Corintios 1:2; Efesios 1:1; Filipenses 1:1; Colosenses 1:2).

Soy hechura de Dios, creado en Cristo para buenas obras (Efesios 2:10).

Soy conciudadano con la familia de Dios (Efesios 2:19).

Soy un prisionero de Cristo (Efesios 3:1; 4:1).

Soy justo y santo (Efesios 4:24).

Soy ciudadano del cielo, ya sentado a la diestra de Dios (Efesios 2:6; Filipenses 3:20).

Estoy escondido con Cristo en Dios (Colosenses 3:3).

Soy expresión de la vida de Cristo, porque Él es mi vida (Colosenses 3:4).

Soy escogido de Dios, santo y amado (Colosenses 3:12; 1 Tesalonicenses 1:4).

Soy hijo de luz y no de las tinieblas (1 Tesalonicenses 5:5).

Soy partícipe del llamamiento celestial (Hebreos 3:1).

Soy participante de Cristo; participó de su vida (Hebreos 3: 14).

Soy una de las piedras vivas de Dios, edificado en Cristo como casa espiritual (1 Pedro 2:5).

Soy linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (1 Pedro 2:8, 10). 

Soy extranjero y peregrino en este mundo donde vivo de paso ( 1 Pedro 2:11).

Soy enemigo de! diablo (1 Pedro 5:8).

Soy hijo de Dios, y el malo -el diablo- no me toca (1 Juan 5:18).

Yo no  soy el  gran Yo Soy (Éxodo 3:14; Juan 8:24, 28, 58), pero por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Corintios 15:10)

Puesto que estás vivo en Cristo, cada una de esas características tuyas es completamente válida, y no puedes hacer nada para hacer las más ciertas. Sin embargo, puedes hacer que sean características más significativas y productivas en tu vida decidiendo creer lo que Dios ha dicho acerca de ti. No podrás estar orgulloso de ti si crees, pero puedes ser derrotado si no crees.

Una de las mejores formas de ayudarte en el crecimiento hacia la madurez en Cristo es que te acuerdes continuamente de quién eres en Cristo. En mis conferencias hacemos esto leyendo al unísono y en voz alta la lista «¿Quién soy?» Sugiero que vuelvas y la leas en voz alta ahora mismo. Lee la lista un par de veces al día durante una o dos semanas. Leela cuando pienses que Satanás trata de engañarte para que creas que eres un fracasado que nada vale.

Mientras más reafirmes quién eres en Cristo, en mejor forma tu conducta comenzará a reflejar tu verdadera identidad. Al comentar el capítulo 6 de Romanos, John Stott dice que «la necesidad de recordar «quién eres» es el método por el cual Pablo baja su elevada teología al ámbito de la experiencia cotidiana» y prosigue en su resumen:

«De modo que en la práctica hemos de acordarnos continuamente quiénes somos. Tenemos que aprender a hablar con nosotros mismos, y hacer preguntas: ‘¿No sabes? ¿No conoces el significado de tu conversión y bautismo? ¿No sabes que fuiste unido con Cristo en su muerte y resurrección? ¿No sabes que has llegado a ser esclavo de Dios y que te has comprometido a obedecerle? ¿No sabes estas cosas? ¿No sabes quién eres?’ Debemos seguir presionándonos con tales preguntas hasta que nos respondamos: ‘Sí, yo. sé quién soy: Una nueva criatura en Cristo, y por la gracia de Dios, viviré en conformidad con esto’.

Un hombre viajó en su auto centenares de kilómetros para asistir a nuestra conferencia «Vivir libre en Cristo». Mientras conducía de regreso a casa, decidió usar la lista «¿Quién soy?» como lista personal de oración. Oró por cada característica de la lista, una por una, y pidió a Dios que las grabara en su vida consciente. El viaje a casa le tomó casi cinco horas, y todo el camino fue orando por las características «¿Quién soy?» Cuando se le preguntó acerca del efecto de esta experiencia sobre su vida, simplemente respondió con una sonrisa: «cambio de vida».

Uno de mis estudiantes que participó en las clases acerca de esta materia luchaba con su identidad en Cristo. Después de clases me envió la siguiente nota:

Estimado Doctor Anderson:

Al repasar el material presentado en clase durante este semestre, comprendo que he sido liberado e iluminado de diversas maneras. Creo que el material más importante para mí es el que tiene que ver con el hecho de que en Cristo tengo significación, soy aceptado y estoy seguro. A medida que meditaba en este material descubrí que era capaz de vencer muchos problemas con los que había luchado durante años: temor del fracaso, sentimientos de indignidad y una sensación general de incompetencia. Comencé a estudiar con oración las afirmaciones acerca de ¿Quién soy? dadas en clase. Muchas veces durante el semestre me encontré que volvía a la lista, especialmente cuando me sentía atacado en los aspectos de! temor o la incompetencia. También me ha sido posible transmitir este material a una clase de la iglesia, y muchos de mis alumnos han tenido también la experiencia de una nueva libertad en su vida. No puedo hablar con suficiente entusiasmo sobre la ayuda a que la gente entienda lo que realmente es en Cristo. En mi ministerio futuro espero hacer de esto la parte dominante de mi enseñanza y de mi tarea como orientador.

LA BRILLANTE ESPERANZA DE SER UN HIJO DE DIOS.

Como hijos del primer pecador Adán, éramos obstinados y de mal genio, inútiles y sin futuro, pues nada había en nosotros que nos recomendara delante de Dios. Sin embargo, el amor de Dios superó nuestra fealdad. Por medio de Cristo, Dios nos abrió un camino de acceso a su familia. Como hijo adoptivo de Dios, se te ha dado una nueva identidad y un nombre nuevo. Yana eres un huérfano espiritual; eres hijo de Dios. Como hijo en la familia de Dios has llegado a ser partícipe de su «naturaleza divina» (2 Pedro 1:4).

Si comienzas a pensar que eres alguien especial como cristiano, estás pensando en forma correcta; ¡eres especial! Lo especial que eres no es resultado de algo que hayas hecho. Todo es obra de Dios. Somos lo que somos por la gracia de Dios. Lo que hiciste fue responder por fe a la invitación de Dios para ser su hijo. Como hijo de Dios en unión con Él, dado que estás en Cristo, tienes todo el derecho de disfrutar de tu relación especial con tu Padre celestial.

¿Qué tan importante es saber que estás en Cristo? Un número incalculable de cristianos lucha con su conducta cotidiana porque sufren bajo una falsa percepción de lo que son. Se consideran pecadores que esperan lograr su entrada en el cielo por la gracia de Dios, pero parece que no pueden vivir por sobre sus tendencias pecaminosas.

Mira de nuevo las palabras llenas de esperanza de 1 Juan 3:1-3: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios… ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro».

¿Cuál es la esperanza del creyente? Que eres hijo de Dios ahora, y que te vas conformando a la imagen de Dios. La persona que tiene esta esperanza «se purifica», y comienza a vivir en conformidad con lo que realmente es. Tienes que creer que eres hijo de Dios para vivir como hijo de Dios. «Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Colosenses 1:27).

NOTAS

  1. David C. Needham, Birthright Christian, Do You Know Who You are? (Portland, Oregon: Multnomah Press, 1981), adaptado de una ilustración en la página 73.
  2. La confrontación con la justicia y la santidad de Dios frecuentemente produjo un profundo reconocimiento de nuestra pecaminosa condición. El reconocimiento de Pablo de sí mismo delante del Señor como «pecador» es algo frecuente entre los santos (Lucas 5:8; cf. Génesis 18:27; Job 42:6; Isalas 6:5; Daniel 9:4). Los creyentes son pecadores, pero la Escritura parece no definir su identidad como «pecadores».
  3. Para una exploración más profunda de las verdades bíblicas de la lista «Quién soy?», lee Viviendo libre en Cristo, que contiene 36 lecturas, basadas en la lista, que transformará tus pensamientos acerca de Dios y de ti mismo, y te ayudará a vivir victoriosamente en Cristo.
  4. John Stott, Romans: God’s News for the World (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1994), p. 187.