Neil T. Anderson Libro Book Cap. 11 Victoria sobre la Oscuridad

Neil T. Anderson Libro Book Cap. 11 Victoria sobre la Oscuridad

SANIDAD DE LAS HERIDAS EMOCIONALES DEL PASADO

Capítulo 11

Sanidad de las heridas emocionales del pasado

Dan y Cindy eran una joven pareja cristiana que se preparaban para servir en el campo misionero. Entonces los golpeó la tragedia. Ella fue violada por un desconocido en el estacionamiento al salir del trabajo. La policía no logró dar con el violador, y Cindy pasó momentos muy difíciles tratando de borrar la traumática experiencia. La pesadilla fue tan grande, que se mudaron de la comunidad donde el hecho ocurrió. Aunque se esforzó por volver a la vida normal, Cindy no se pudo deshacer de los horribles recuerdos y sentimientos de su experiencia.

Seis meses después de la violación, Dan y Cindy asistieron a una iglesia donde yo tenía una conferencia. Durante la conferencia, Cindy me llamó por teléfono, estaba llorando:

-Neil, no puedo superar esto. Yo sé que Dios hace que todas las cosas ayuden a bien a los que le aman (Romanos 8:28), pero ¿cómo puede Él hacer que una violación sea una cosa buena? Cada vez que pienso en eso me pongo a llorar. 

-Cindy, creo que no has entendido bien el versículo -le dije- Dios hará que esto obre para tu bien, pero esto no hace que las cosas malas se conviertan en buenas. Lo que te ocurrió es malo,muy malo. Dios permitirá que salgas de la crisis como una mejor persona.

-Pero yo no puedo separarme de mi experiencia -sollozó – Me violaron, Neil, y seré victima de ellos por el resto de mi vida.

-Cindy, la violación fue una horrible tragedia y ha alterado temporalmente tus planes, pero no ha cambiado lo que eres; eso no tiene que controlar tu vida. Pero, si por el resto de tu Vida solo te ves como la víctima de una violación, nunca superarás la tragedia. Eres hija de Dios. Ninguna circunstancia ni persona, bueno o malo te puede quitar esto.

Cindy, deja que ilustre lo que trato de decirte. Supón  que estás en casa cuando alguien se acerca en un vehículo y arroja algo contra la casa. Causa algún daño a la fachada, pero no logras descubrir quién fue. ¿Por cuánto tiempo dejarías que ese incidente te molestara? -pregunté.

-Bueno, no por mucho tiempo -respondió Cindy. 

-Supongamos que el objeto entró por la ventana y dañó un mueble fino, y no descubres quién lo hizo. ¿Por cuánto tiempo permitirías que eso te preocupe? – le pregunté.

-Probablemente no por mucho rato.

-Supón que el objeto te golpea y te fractura un brazo. ¿Por cuánto tiempo permitirías que eso te preocupe?

Si siguiera haciendo la tragedia un poco peor cada vez, ¿ llegaría a un punto en que uno puede decir: «Esto es el colmo. Eso traspasó la línea y me preocupará el resto de mi vida». Desde la perspectiva de Dios, no creo que exista ese punto. No creo que Dios quiera que haya algo en nuestro pasado que asuma el control de sus hijos. Dios no arregla nuestro pasado, pero nos libra de él.

LOS BUENOS LES OCURREN COSAS MALAS

Quizás tu historia no sea tan grave como la de Cindy, pero todos hemos tenido alguna experiencia dañina, traumática en el pasado que nos ha marcado emocionalmente. Quizás hayas sido criado por un padre física, emocional y sexualmente abusivo. Puedes haber pasado un susto muy grande siendo niño. Quizás hayas sufrido una relación dolorosa en el pasado: una amistad rota, muerte prematura de un ser querido, un divorcio. Los hechos traumáticos, no importa la cantidad, pueden dejar en ti una pesada carga emocional. Tales experiencias han sido sepultadas en tu memoria y están disponibles para recordarlas al instante. 

Por ejemplo, has reaccionado emocionalmente ante el tema de la violación al leer la historia de Cindy al comienzo de este capítulo. Si tú, o un ser querido, hubieran sido recientemente violados, la sola lectura de la historia te habría puesto en 8 ó 9 en la escala emocional de 10 puntos. Sentirías inmediatamente un acceso de ira, odio, temor o justa indignación. Sin embargo, si sólo has leído acerca de víctimas de una violación, pero nunca has conocido a una víctima ni has sido tú la víctima, tu respuesta podría ser del orden de 2 ó 3 en la escala emocional.

Algo tan sencillo como un nombre puede provocar una respuesta emocional. Si tu bondadoso abuelo se llamaba Bill, probablemente tendrás una reacción emocional ante otros que llevan el mismo nombre. Sin embargo, si tenías un profesor que era un tirano, o si el matón de la escuela se llamaba Bill, tu reacción inicial ante esos BilI probablemente sería negativa. Si tu esposa dijera, «pongámosle Bill a nuestro primer hijo», es probable que tu reacción fuera: «Sobre mi cadáver».

A los efectos residuales de los traumas del pasado los llamo emociones primarias. La intensidad de tus emociones primarias la determina la historia de tu vida. Mientras más traumática tu experiencia, más intensa será tu emoción primaria. Nótese la secuencia

Historia de tu vida

(Determina la intensidad de tus emociones primarias)

Hecho actual

(Desata las emociones primarias)

Emoción primaria

Evaluación mental

(Etapa de administración)

Emoción secundaria

(Resultado de tu proceso mental y tu emoción primaria)

 

Muchas de estas emociones primarias yacen adormecidas dentro de ti y tienen poco efecto sobre tu vida hasta que algo las desata. ¿Has iniciado un tema de conversación que ha inquietado a alguien y atormentado lo ha hecho salir de la habitación? ¿Qué fue lo que lo hizo salir?, te preguntas. Lo «hizo salir» el tema de tu conversación. Tocaste justo la tecla que lo conectó con el pasado. El solo toque del centro emocional llenará de lágrimas los ojos de una persona. El disparador es cualquier hecho presente que pueda asociarse con conflictos del pasado. 

Por ejemplo, una dama me dijo:

-Cada vez que oigo una sirena, tiemblo.

-¿Desde cuándo le pasa eso? -pregunté.

-Desde hace unos diez años -respondió.

-¿Qué fue lo que pasó hace diez años? -pregunté.

– Me violaron -dijo.

Obviamente cuando fue víctima de la violación oyó la sirena y diez años después el sonido de la sirena le provoca una respuesta emocional.

La mayor parte de la gente trata de controlar sus emociones primarias eludiendo a las personas o hechos que las despiertan. «Yo no voy si él va a estar allí’. «No puedo ver ese tipo de película, porque se parece mucho a mi hogar». «No quiero hablar de eso».

El problema es que no te puedes aislar completamente de todo lo que despierte en ti una respuesta emocional. Inevitablemente verás en la televisión u oirás algo en una conversación que te hará recordar una experiencia desagradable. Hay algo en tu pasado que no ha sido resuelto y en consecuencia aún te tiene prisionero. 

CÓMO RESOLVER LAS EMOCIONES PRIMARIAS

No tienes control sobre tus emociones primarias cuando se desatan en el presente, porque están arraigadas en el pasado. Por lo tanto, no es bueno que te sientas culpable por algo que no puedes controlar. Sin embargo, puedes estabilizar una emoción primaria evaluándola a la luz de las circunstancias presentes. Por ejemplo, supón que conoces a un hombre llamado Bill. Se parece al Bill que solía pegarte cuando eran niños. Aunque no es la misma persona, se desatará tu emoción primaria. Entonces rápidamente te dices: »Este no es el mismo Bill; dale el beneficio de la duda». Esta evaluación mental produce una emoción secundaria que es una combinación del pasado y el presente.

Has hecho esto miles de veces, y has ayudado a otros a que hagan lo mismo. Cuando la gente pierde los estribos, tratas de ayudarles con una conversación que los calme. Les ayudas a recuperar el control haciéndolos pensar, haciendo que la situación presente tome su verdadera perspectiva.

Observa cómo ocurre esto la próxima vez que viendo un partido de fútbol los ánimos se caldeen en la cancha. Un jugador toma al compañero de equipo que está irritado y dice: «Mira, Raúl, si no te controlas esto te puede costar una tarjeta amarilla o la expulsión de la cancha y vamos a perder el partido». Quiere que su compañero de equipo recupere su control.

Algunos cristianos afirman que el pasado no tiene efecto sobre ellos porque son nueva criatura en Cristo. Yo tendría que discrepar. O son muy afortunados de tener un pasado sin conflictos o viven una negación. Los que tienen grandes traumas y han aprendido a resolverlos en Cristo saben lo demoledoras que son las experiencias del pasado.

La mayoría de las personas a quienes he aconsejado tenían importantes traumas del pasado. Algunos han sufrido abusos en tal medida que no tienen una memoria consciente de sus experiencias. Otros eluden constantemente todo lo que estimule esos recuerdos dolorosos. La mayoría no sabe resolver las experiencias del pasado, de modo que han producido múltiples mecanismos de defensa para hacerles frente. Algunos viven desmintiendo, otros racionalizan sus problemas o tratan de suprimir el dolor por medio de un exceso de comida, por medio de las drogas o el sexo. 

Un papel importante de la psicoterapia es determinar la raíz de las emociones primarias. A veces los psicoterapeutas recurren a la hipnosis o a la terapia con drogas para descubrir la fuente del problema de sus clientes. Personalmente soy contrario a los programas inducidos con drogas o del uso de la hipnosis para restaurar una memoria reprimida. Tales métodos eluden el entendimiento del cliente e ignoran la presencia de Dios. Sólo Dios puede dar libertad al cautivo y vendar los corazones quebrantados. Él es el maravilloso Consolador. 

La respuesta para la memoria reprimida se encuentra en el Salmo 139:23, 24: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno». Dios conoce los daños ocultos que hay en ti y que tú no puedes ver. Cuando pides a Dios que escudriñe tu corazón, Él saca a la luz las zonas oscuras de tu pasado y las revela en el momento oportuno. El Espíritu Santo «os guiará a toda verdad» (Juan 16:13), y esa verdad te hará libre (Juan 8:31,32).

MIRA TU PASADO A LA LUZ DE LO QUE ERES EN CRISTO

¿Cómo quiere Dios que resuelvas las experiencias del pasado? De dos maneras. Primero, comprende que ya no eres producto de tu pasado. Eres nueva criatura en Cristo: un producto de Cristo en la cruz. Tienes el privilegio de evaluar tu experiencia del pasado a la luz de lo que eres hoy, en oposición a lo que eras entonces. La intensidad de la emoción primaria fue establecida por la percepción de los hechos en el momento que ocurrieron. Las personas no son esclavas de los traumas del pasado. Son esclavos de las mentiras que han creído acerca de sí, acerca de Dios y del modo de vivir como resultado del trauma. Por eso la verdad te hace libre (véase Juan 8:31, 32). 

Como cristiano, eres literalmente una nueva criatura en Cristo. Las cosas viejas, incluidos los traumas del pasado, pasaron (2 Corintios 5:17). Tu viejo hombre «en Adán», pasó; la nueva criatura «en Cristo» ha llegado para quedarse. Todos hemos sido VÍctimas, pero si seguimos siendo víctimas depende de nosotros. Las emociones primarias están arraigadas en mentiras que creímos en el pasado. Ahora podemos ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento (Romanos. 12:2). Los moldes carnales aún están incrustados en nuestra mente cuando llegamos a ser nueva criatura en Cristo, pero nosotros podemos crucificar la carne y decidirnos por andar en el Espíritu (Gálatas 5:22-25).

Ahora que estás en Cristo puedes considerar los hechos del pasado desde la perspectiva de lo que eres en el presente. Quizás te preguntes: «¿Dónde estaba Dios cuando ocurría todo eso?» El Dios omnipresente estaba allí y envió a su Hijo para redimirte de tu pasado. Lo cierto es que Él está en tu vida ahora para liberarte de tu pasado. Eso es el evangelio, las buenas nuevas que Cristo vino a liberar a los cautivos. La percepción de aquellos sucesos desde la perspectiva de tu nueva identidad en Cristo es lo que inicia el proceso de curación de las emociones dañadas.

Una apreciada misionera cristiana que conozco sufría con su pasado porque descubrió con horror que su padre practicaba la homosexualidad. Le pregunté:- Ahora que sabes eso acerca de tu padre, ¿cómo afecta tu herencia?

Ella comenzó a responder con referencia a su herencia natural, luego se detuvo abruptamente. Repentinamente comprendió que nada había cambiado en su verdadera herencia en Cristo. Sabido esto, ella pudo enfrentar los problemas de su familia terrenal sin ser emocionalmente abrumada por ellos. Su alivio vino cuando comprendió el grado de seguridad que disfrutaba en su relación con Dios, su verdadero Padre. Las emociones resultantes reflejaban la realidad porque ella creyó de sí misma lo que correspondía a la verdad.

PERDONA A LOS QUE TE HAN PERJUDICADO EN EL PASADO

El segundo paso para resolver los conflictos pasados es perdonar a los que te han ofendido. Después de animar a Cindy para tratar el trauma emocional de la violación, le dije:

-Cindy, es necesario que perdones al hombre que te violó.

Su respuesta, típica de muchos creyentes que han sufrido dolores físicos, sexuales o emocionales de parte de otros, fue.

-¿Por qué debo perdonarlo? Parece que no entiendes todo el daño que me hizo.

Quizás te hagas la misma pregunta. ¿Por qué debo perdonar a los que me han dañado en el pasado?

Primero, Dios requiere el perdón. Después de decir Amén en el Padre Nuestro -que incluía una petición del perdón de Dios- Jesús comentó: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6:14,15). Nuestra relación con los demás debemos basarlas en los mismos criterios en que Dios basa su relación con nosotros: amor, aceptación y perdón (Mateo 18:21-35).

Segundo, el perdón es necesario para las trampas de Satanás. En mis consejerías he descubierto que la falta de perdón es la avenida principal que Satanás usa para entrar en la vida del creyente. Pablo nos exhorta que perdonemos «para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones» (2 Corintios 2:11). He tenido el privilegio de ayudar a encontrar la libertad en Cristo a personas de todo el mundo. En cada caso, el perdón era un problema y en muchos casos era el tema que había que resolver. 

NUESTRA RELACIÓN CON LOS DEMÁS DEBEMOS BASARLA EN LOS MISMOS CRITERIOS EN QUE DIOS BASA SU RELACIÓN CON NOSOTROS: AMOR, ACEPTACIÓN Y PERDÓN.

Tercero, el perdón se requiere de todos los creyentes que desean ser como Cristo. Pablo escribe: «Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo’ (Efesios 4:31,32). 

¿En qué consiste el perdón?

Perdonar no es olvidar. El olvido puede ser un subproducto del perdón a largo plazo, pero no es el medio para perdonar. Cuando Dios dice que no se acordará más de nuestros pecados (Hebreos 10:17), no dice: «Olvidaré». Él es omnisciente, no puede olvidar. Más bien, nunca usará el pasado contra nosotros. Lo apartará de nosotros cuan lejos está el oriente del occidente (Salmo 103:12).

El perdón no significa que debes tolerar el pecado. Una joven esposa y madre que asistió a una de mis conferencias me dijo que trataba de perdonar a su madre por la continua manipulación y condenación. Con lágrimas continuó: -Supongo que esta noche la puedo perdonar, pero, ¿qué debo hacer cuando la vea la próxima semana? Ella no cambia. Sin duda tratará de interponerse entre mí y mi familia como siempre lo hace. ¿Tengo que dejar que ella siga arruinando mi vida?

No, perdonar no significa que debas constituirte en el limpia pies de los continuos pecados de esa persona. La estimulé para que se confrontara con su madre con firmeza, pero con amor, y le dijera que ya no iba a tolerar la manipulación destructiva. Es bueno perdonar los pecados del pasado a los demás, y al mismo tiempo ponerse en guardia contra los pecados futuros.

Perdonar no busca la venganza ni demanda el pago por las ofensas sufridas. «Quieres decir que debo descolgarlos», preguntas. Sí, descuélgalos de tu anzuelo, entendiendo que Dios no los descolgará del suyo. Puedes sentirte como que estás haciendo justicia, pero no eres un juez imparcial Dios es el juez justo que finalmente hará todo en forma justa. «Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor (Romanos 12:19). «Pero, ¿dónde está la justicia?» preguntan las víctimas. En la crucifixión de Cristo. Cristo murió una vez para siempre (Romanos 6:10). Murió por nuestros pecados, por los tuyos, por los de ella, por los míos.

Perdonar es resolverse a vivir con las consecuencias de los pecados de los demás. En realidad, tendrás que vivir con las consecuencias de los pecados del ofensor sea que lo perdones o no. Por ejemplo, supón que alguien en la iglesia te dice: «He hecho comentarios en tu contra por todo el pueblo. ¿Me perdonas?» No puedes recoger esos comentarios, como no puedes volver a meter la pasta de dientes en el tubo. Tendrás que vivir con las consecuencias del pecado de otros. Todos vivimos con las consecuencias del pecado de Adán. La única opción real es vivir con sus consecuencias en amarga esclavitud o en la libertad del perdón.

Doce posos hacia el perdón

La víctima puede decir: «No puedo perdonarlos. No sabes cuánto daño me han hecho». El problema es que todavía te están dañando. ¿Cómo detener el dolor? El perdón es lo que nos libera del pasado. Lo que se gana con el perdón es la libertad. No sanas para perdonar. Perdonas para sanar. Perdonar es dejar en libertad al cautivo y luego entender que tú mismo eras el cautivo. No perdonas a los demás para el bien de ellos; lo haces por tu bien. Quizás los que tú perdones nunca se den cuenta que has decidido dejarlos fuera de tu anzuelo. El perdón es la fragancia que queda en el pie que pisó la violeta. 

NO PERDONAS A LOS DEMÁS PARA EL BIEN DE ELLOS; LO HACES POR TU BIEN

A continuación hay doce pasos que puedes usar en e! proceso de perdonar de corazón a los demás. Si sigues estos doce pasos podrás desencadenarte del pasado y seguir adelante con tu vida:

  1. Pide al Señor que te revele a qué personas tienes que perdonar. Luego escribe en una hoja los nombres de quienes te han ofendido. De los centenares de personas que han hecho esta lista en mi oficina de consejería, 95% puso al papá y a la mamá como números uno y dos. Tres de cada cuatro nombres que ocupan el primer lugar en la mayoría de las listas son familiares cercanos. Al hacer la lista las dos personas olvidadas son Dios y tú mismo. Respecto de tu relación con Dios, solo Él puede perdonar tus pecados, y Él nunca ha pecado. No siempre hemos aceptado su perdón, ya veces tenemos amargura contra Dios porque hemos tenido falsas expectativas de Él. Tenemos que liberar a Dios de esas falsas expectativas y recibir el perdón de Dios.
  2. Reconoce el daño y el odio. Mientras elaboras la lista de personas que necesitas perdonar, declara espeáficamente qué les perdonas (por ejemplo, rechazo, falta de amor, injusticia, falta de equidad, abuso físico, verbal, sexual o emocional, traición, abandono, etcétera). Además, declara cómo te hicieron sentir las ofensas. Recuerda: no es pecado reconocer la realidad de tus emociones. Dios sabe exactamente cómo te sientes, sea que lo reconozcas o no. Si sepultas tus sentimientos eludirás la posibilidad de perdón. Debes perdonar de todo corazón.
  3. Comprende el significado de la cruz. La cruz de Cristo hace que el perdón sea legal y moralmente justo. Jesús cargó con el pecado del mundo, incluidos los tuyos y los de las personas que te han ofendido, y lo hizo de una vez para siempre (Hebreos 10:10). El corazón clama: «No es justo. ¿Dónde está la justicia?» Está en la cruz. 
  4. Decide que llevarás la carga del pecado de cada persona (Gálatas 6:1, 2). Esto significa que no te vengarás en el futuro utilizando contra ellos la información que tienes acerca de su pecado (Proverbios 17:9; Lucas 6:27-34). Todo verdadero perdón es sustitutivo, como lo fue el perdón de Cristo para nosotros. Eso no significa que toleras el pecado o te niegues a testificar en un tribunal. Quizás debas hacer eso para que prevalezca la justicia. Asegúrate primero que has perdonado a esa persona de todo corazón.
  5. Decide perdonar. El perdón es una crisis de la voluntad, una decisión consciente de sacar a la otra persona del anzuelo y liberarte del pasado. Quizás no sientas deseos de hacerlo, pero es bueno por tu bien. Si Dios dice que perdones de corazón, ten por seguro que Él te ayudará. La otra persona puede estar en el error y estar sujeta a la disciplina de la iglesia o bajo una acción legal. Esa no es tu preocupación principal. Tu primera preocupación es recibir la libertad de tu pasado y detener el dolor. Haz esta decisión ahora; tus sentimientos de perdón vendrán con el tiempo. 
  6. Presenta tu lista a Dios y ora como sigue: «Perdono a (nombre) por (lista de las ofensas y cómo te sentiste)». No pases a la siguiente persona de la lista hasta que hayas recordado y presentado espeáficamente cada dolor. Eso incluye todo pecado de comisión o de omisión. Si has sentido amargura contra esa persona por algún tiempo, debes buscar un consejero cristiano o un amigo de confianza para que te ayude en el proceso. No digas: «Quiero perdonar de esta manera» o «que el Señor me ayude a perdonar de esta o aquella manera». Eso es eludir tu responsabilidad y decisión de perdonar.
  7. Destruye la lista. Ahora eres libre. No digas a los ofensores lo que hiciste. La necesidad de perdonar a los demás es un asunto entre tú y Dios solamente. La persona a quien necesitas perdonar podría ya estar muerta. El perdón podría conducirte a la reconciliación con algunos, pero que ello ocurra no depende enteramente de ti. Tu libertad en Cristo no puede depender de terceros a quienes no tienes el derecho ni la capacidad de controlar.
  8. No esperes que tu decisión de perdonar resulte en cambios importantes en la otra persona. Más bien ora por ellos (Mateo 5:44) para que también encuentren la libertad de perdonar (2 Corintios 2:7).
  9. Trata de entender a las personas que has perdonado, pero no racionalices su conducta. Eso podría llevar a un perdón incompleto. Por ejemplo, no digas: «Perdono a mi padre porque sé que él realmente no tenía esa intención». Eso sería excusarlo y eludir tu dolor y la necesidad de perdonarlo de corazón.
  10.  Espera resultados positivos del perdón en ti. Con el tiempo aprenderás a pensar en las personas sin que te despierten emociones primarias. Eso no significa que te gustarán los que son abusivos. Significa que estás libre de ellos. Los antiguos sentimientos pueden tratar de reciclarse. Cuando eso ocurre, detente y da gracias a Dios por su provisión y no vuelvas a acoger las antiguas ofensas. Ya las trataste; déjalas ir. 
  11. Da gracias a Dios por las lecciones aprendidas y la madurez alcanzada como resultado de las ofensas y por su decisión de perdonar a los ofensores (Romanos 8:28, 29).
  12. Acepta la parte de culpa que te corresponde por las ofensas sufridas. Confiesa tu falta ante Dios y a los demás (1 Juan 1:9) y comprende que si hay alguien que tiene algo contra ti, debes ir ante esa persona y reconciliarte (Mateo 5:23-26).

Un segundo toque

Una de las principales crisis personales que he enfrentado en mi ministerio gira alrededor del problema del perdón y un miembro de la junta que llamaré Calvin. No podía dejar de pensar en este hombre, así que le pregunté si podíamos reunirnos semanalmente. Mi única meta era establecer una relación significativa con él.

Unos cuatro meses después que Calvin y yo comenzamos a reunirnos, propuse a la junta la posibilidad de dirigir un grupo de la iglesia en una visita a Jerusalén. Calvin levantó la mano. «Estoy en contra; como director del viaje, el pastor va a ir gratis, y eso equivale a darle una gratificación en dinero». Después de asegurar a Calvin y a la junta que yo pagaría mis gastos y que usaría mi período de vacaciones, ellos aprobaron.

A pesar de la carga de mi corazón por mi conflicto con Calvin, el viaje a Israel fue una maravillosa experiencia espiritual para mí. Uno de mis días libres en Jerusalén, pasé varias horas a solas en la Iglesia de Todas las Naciones derramando mi corazón ante Dios acerca de Calvin. Me senté mirando la roca donde Cristo sudó gruesas gotas de sangre mientras esperaba para cargar con los pecados del mundo. Llegué a la conclusión diciendo a Dios que si Jesús pudo llevar el pecado de todo el mundo sobre sí, yo podría soportar el pecado de una persona difícil. Salí de ese monumento histórico pensando que ya lo había dejado ir.

A las dos semanas de nuestro regreso, Calvin dirigió su ataque contra nuestro pastor de los jóvenes. Eso colmó la medida. Podía manejar la resistencia de Calvin en mi contra, pero cuando comenzó a atacar a mi pastor de la juventud mi paciencia tocó fondo. Confronté a la junta y exigí que se hiciera algo con Calvin. Si no lo hacían presentaría mi renuncia. Aunque en privado estaban de acuerdo conmigo, no me apoyaron en público, de modo que decidí renunciar.

La semana antes de la fecha en que leería mi renuncia a la congregación, me enfermé. Estaba acostado de espaldas con casi cuarenta grados de fiebre, y con la voz completamente perdida. Nunca había estado tan enfermo antes, ni lo he estado después. No se necesitaba ser un genio para darse cuenta que Dios no se complacía con mi decisión. Cuando estás de espaldas en la cama sólo puedes mirar hacia arriba. Comencé a leer los evangelios y llegué a Marcos 8:22-26, donde algunas personas llevaron un ciego a Jesús. Después que Jesús lo tocó, el ciego dijo: «Veo los hombres como árboles» (v. 24). Recibí el mensaje. Yo veía a Calvin como a un árbol, un obstáculo en mi camino. Estaba bloqueando mi mente. No, no era él. Era yo. Yo soy la única persona en todo el planeta tierra que puede impedirme que llegue a ser la persona que Dios quiere que sea. Dios usó a ese hombre más que a cualquier otro para hacerme el pastor que Dios quería que fuese.

Entonces Jesús tocó al ciego nuevamente y éste comenzó a ver a la gente como gente, no como árboles. «Señor, yo no quiero a ese hombre, pero sé que tú lo amas y yo quiero hacerlo. Necesito un segundo toque de tu mano». Dios me tocó, y decidí perdonar completamente a Calvin desde ese momento.

El domingo siguiente fui a la iglesia no para renunciar, sino para predicar. Estaba tan ronco que casi no podía hablar. Presenté un mensaje sobre Marcos 8:22-26 acerca de nuestra tendencia a ser independientes ante nuestra gran necesidad de Dios y de los unos por los otros. Confesé a la congregación mi propia independencia y mi deseo que el Señor me tocara, para ver a la gente como personas, y no como obstáculos en mi camino. Dije que hay tres clases de personas. Algunos son ciegos y necesitan ser llevados a Jesús. Otros ven a las personas como árboles. Se raspan unos con otros o comparan entre sí sus hojas, pero no son árboles. Somos hijos de Dios creados a su imagen. Finalmente hay quienes han sido tocados por Dios y en consecuencia ven a los demás como realmente son.

Al terminar el sermón, invité a quienquiera que necesitara un toque de! Señor se uniera a mí en el altar. Cantamos un himno y la gente comenzó a pasar. Pronto estuvo llena toda el área del altar y los pasillos. Iban unos a otros a pedirse perdón ya perdonar. Abrimos las puertas laterales y la gente salió al césped. Finalmente sólo unas pocas personas se quedaron sin pasar. Era un avivamiento.

¿Pueden adivinar quién estaba entre esos pocos? Hasta donde he podido saber, Calvin nunca cambió, pero yo sí. Seguí tomando posiciones contra lo que consideraba incorrecto porque no iba a tolerar el pecado. Sin embargo, ya no respondía con amargura. Además aprendí una dura lección en la vida. Dios es completamente capaz de limpiar su propio pescado. Mi responsabilidad es pescarlos, amarlos de la manera que Cristo me amó. Doy gracias a Dios hasta hoy de que me haya puesto de espaldas en la cama para convertirme en el pastor que Él quería que fuera.