La vida cristiana normal de la iglesia cap. 8 Watchman Nee PDF

La vida cristiana normal de la iglesia capitulo 8 Watchman Nee PDF

EL ASUNTO DE LAS FINANZAS

CAPÍTULO OCHO 

EL ASUNTO DE LAS FINANZAS 

Es un hecho notable que, aun cuando el libro de Hechos proporciona muchos detalles minuciosos concernientes a la obra de un apóstol, no se trata en absoluto el mismo asunto que, desde un punto de vista humano, tiene una importancia suprema en la realización de cualquier obra. No se da ninguna información acerca de cómo se proveía para las necesidades de la obra o para las necesidades personales de los obreros. ¡Esto es verdaderamente asombroso! Lo que los hombres consideran de importancia máxima, los apóstoles lo tenían como de mínima importancia. En los primeros días de la iglesia, los enviados de Dios salían constreñidos por el amor divino. Sus labores no eran meramente su profesión, y su fe en Dios no era intelectual sino espiritual, no era solamente teórica, sino intensamente práctica. El amor y la fidelidad de Dios eran realidades para ellos, y siendo así, no surgía ninguna duda en sus mentes acerca del suministro para sus necesidades temporales. Hoy en día como en aquel entonces el asunto de las finanzas no ofrecerá ningún problema a los que tienen una fe viva en Dios y un amor verdadero para con El. Este asunto de finanzas tiene puntos muy importantes, así que vamos a dedicarle un poco de tiempo. En la gracia Dios es el mayor poder, pero en el mundo las riquezas es el mayor. Si los siervos de Dios no resuelven claramente la cuestión de las finanzas, entonces ellos dejarán un gran número de otros puntos que quedan también sin resolver. Una vez que está resuelto el problema financiero, es asombroso ver cuántos otros problemas automáticamente se resuelven juntamente. La actitud de los obreros cristianos hacia los asuntos financieros será una muy buena indicación si han sido comisionados por Dios o no. Si la obra es de Dios, será espiritual; y si la obra es espiritual, la forma de aprovisionamiento será espiritual. Si el abastecimiento no está en un nivel espiritual, entonces la obra misma rápidamente se desviará hacia el nivel de los negocios seculares. Si la espiritualidad no caracteriza el lado financiero de la obra, entonces la espiritualidad de sus otros departamentos es simplemente teórica. No hay ningún rasgo de la obra que toque aspectos prácticos tan realmente como lo hace su financiamiento. Uno puede ser teórico en cualquier otro departamento, pero no en éste. 

LA IMPORTANCIA DE LA VIDA DE FE

Todo obrero, no importa el ministerio que tenga, debe ejercitar fe para satisfacer todas sus necesidades personales y todas las necesidades de su obra. En la Palabra de Dios no leemos de ningún obrero que pida ni que reciba salario por sus servicios. Pablo no hizo ningún contrato con la iglesia en Efeso ni con ninguna otra iglesia para recibir una cierta remuneración por un periodo determinado de servicio. Que los siervos de Dios esperen de fuentes humanas el suministro para sus necesidades no tiene precedente en las Escrituras. Sí, leemos allí de un Balaam que procuró hacer un negocio de su don de profecía, pero es denunciado en términos muy claros. También leemos de un Giezi que intentó obtener ganancia de la gracia de Dios, pero fue herido de lepra por su pecado. Ningún siervo de Dios debe confiar en una agencia humana, ya sea un individuo o una sociedad, para la satisfacción de sus necesidades temporales. Si ellas pueden ser satisfechas por la labor de sus propias manos o por ingresos particulares, muy bien. De otra manera, él debería directamente depender de Dios exclusivamente para la provisión de sus necesidades, como lo hicieron los apóstoles primitivos. Los doce apóstoles enviados por el Señor no tenían sueldo fijo, ni tampoco lo tenían los apóstoles enviados por el Espíritu; ellos simplemente confiaban en el Señor para que satisficiera todas sus necesidades. Los apóstoles de hoy en día, igual que aquéllos de antaño, no deben considerar a ningún hombre como el patrón para quien trabajan, sino que deben confiar en Aquél que les ha enviado para tomar la responsabilidad de todo lo que implique hacer Su voluntad, tanto en los asuntos temporales como en los espirituales. Si un hombre puede confiar en Dios, que vaya y labore para El; si no, que se quede en casa, porque le falta el primer requisito para la obra. Existe la idea predominante de que si un obrero tiene un salario fijo, estará más desocupado para la obra, y en consecuencia la hará mejor; pero, de hecho, en la obra espiritual hay necesidad de ingresos inestables, porque esto hace necesario una comunión íntima con Dios, una revelación constante y clara de Su voluntad, y un sostenimiento divino directo. En los negocios mundanales todo lo que necesita un trabajador como equipo es voluntad y talento; pero el celo humano y las dotes naturales no son equipo para el servicio espiritual. Una dependencia total de Dios es necesaria si la obra ha de estar de acuerdo con Su voluntad; por tanto, Dios desea que Sus obreros recurran solamente a El para sus provisiones financieras a fin de que ellos no tengan otra alternativa que andar en íntima comunión con El y aprendan a confiar en El continuamente. Un ingreso fijo no cultiva la confianza en Dios ni la comunión con El; pero la dependencia total de El para la provisión de las necesidades de uno, sí lo hace. Cuanto más inestable sea la subsistencia de un obrero, más se aferrará él a Dios; y, cuanto más se cultive una actitud de confiada dependencia de Dios, tanto más espiritual será la obra. Así queda claro que la naturaleza de la obra y la fuente de su abastecimiento están estrechamente vinculadas. Si un obrero recibe del hombre un salario determinado, la obra producida nunca puede ser puramente divina. La fe es un factor importantísimo en el servicio de Dios, porque sin ella no puede haber una obra verdaderamente espiritual; pero nuestra fe requiere entrenamiento y fortalecimiento, y las necesidades materiales son un medio utilizado en la mano de Dios hacia ese fin. Podemos afirmar que tenemos fe en Dios en una gran variedad de cosas intangibles, y podemos engañarnos a nosotros mismos al grado de creer que realmente confiamos en El cuando en realidad no confiamos en El en absoluto, sencillamente porque no hay nada concreto que demuestre nuestra desconfianza. Pero cuando se trata de necesidades financieras, el asunto es tan práctico que la realidad de nuestra fe se prueba de inmediato. Si no podemos confiar en que Dios suplirá nuestras necesidades temporales, entonces no podemos confiar en que El suplirá nuestras necesidades espirituales; pero si realmente comprobamos Su confiabilidad en la esfera sumamente práctica de las necesidades materiales, seremos capaces de confiar en El cuando surjan dificultades espirituales, ya sea en cuanto a la obra o a nuestras vidas personales. Qué contradicción proclamar a otros que Dios es el Dios vivo, mientras que nosotros mismos no nos atrevemos a confiar en El en cuanto al suministro para nuestras necesidades materiales. Además, el que tiene la bolsa tiene la autoridad. Si somos sustentados por los hombres, nuestra obra estará controlada por los hombres. Es de esperarse que si recibimos un salario de determinada fuente, tengamos que dar cuenta de nuestros hechos a esa fuente. Siempre que nuestra confianza está en los hombres, nuestro trabajo no puede dejar de ser afectado por los hombres. Es un concepto seriamente erróneo imaginar que podemos tomar dinero de los hombres para llevar a cabo la obra de Dios. Si somos sustentados por hombres, entonces debemos procurar complacer a los hombres, y a menudo es imposible complacer a los hombres y a Dios simultáneamente. En Su propia obra Dios debe tener la dirección exclusiva. Esa es la razón por la cual El desea que nosotros no dependamos de ninguna fuente humana para nuestro aprovisionamiento financiero. Muchos de nosotros hemos experimentado que una y otra vez Dios nos ha controlado a través de los asuntos monetarios. Cuando hemos estado en el centro de Su voluntad, el abastecimiento ha sido seguro, pero tan pronto como hemos perdido contacto vital con El, tal provisión se ha vuelto incierta. A veces hemos creído que Dios desea que hagamos alguna cosa determinada, pero El nos ha mostrado que no era Su voluntad al suspender el suministro financiero. Así que hemos estado bajo la dirección constante del Señor, y tal dirección es muy preciosa. Si dejamos de depender de El, ¿cómo podría desarrollarse nuestra confianza? La primera pregunta que debe enfrentar todo aquel que cree ser verdaderamente llamado por Dios, es la cuestión financiera. Si él no puede confiar solamente en el Señor en cuanto al abastecimiento para sus necesidades diarias, entonces no está calificado para comprometerse en la obra del Señor, porque si no es independiente de los hombres en asuntos financieros, tampoco puede la obra ser independiente de los hombres. Si él no puede confiar en Dios para el suministro de los fondos necesarios, ¿podrá confiar en El en todos los problemas y dificultades de la obra? Si dependemos completamente de Dios para nuestro abastecimiento, entonces rendimos cuentas de nuestra obra exclusivamente a El, y en ese caso la obra no necesita estar bajo la dirección humana. Permítanme aconsejar a todos los que no están preparados para el camino de la fe, que continúen en sus ocupaciones seculares y no se comprometan en el servicio espiritual. Cada obrero de Dios debe tener la capacidad de confiar en El. Si tenemos verdadera fe en Dios, entonces tenemos que tomar toda la responsabilidad de nuestras propias necesidades y las necesidades de la obra. No debemos esperar secretamente ayuda de alguna fuente humana. Debemos tener fe en Dios solo, no en Dios y los hombres. Si los hermanos muestran su amor, démosle gracias a Dios; pero si no lo muestran, démosle gracias a El de todas maneras. Es una cosa vergonzosa que un siervo de Dios tenga un ojo puesto en El y otro en el hombre o en las circunstancias. Es indigno de cualquier obrero cristiano afirmar que confía en Dios y, sin embargo, esperar ayuda de otras fuentes. Esto es incredulidad completa. He dicho constantemente y lo digo de nuevo, que tan pronto como nuestros ojos miren hacia los hermanos, traemos deshonra a nuestros colaboradores y al nombre del Señor. Nuestra vida por fe debe ser absolutamente real, y no debe deteriorarse en un “vivir por caridad”. Nos atrevemos a ser totalmente independientes de los hombres en asuntos financieros, porque nos atrevemos a creer completamente en Dios; osamos desechar toda esperanza en ellos porque tenemos plena confianza en El. Si nuestra esperanza está en los hombres, entonces cuando se terminen sus recursos se acabarán los nuestros también. No tenemos a ninguna “junta” que nos respalde, pero sí tenemos una Roca sobre la cual estamos; y ninguno que se mantenga sobre esta Roca será avergonzado. Los hombres y las circunstancias pueden cambiar, pero mantendremos un curso constante si nuestra seguridad está en Dios. Toda la plata y el oro son Suyos, y el que ande en Su voluntad jamás padecerá necesidad. Somos muy propensos a confiar en los hijos del Señor que nos han enviado donativos en tiempos pasados, pero todos ellos han de pasar. Debemos mantener nuestros ojos fijos en el Dios inmutable cuya gracia y fidelidad continúan para siempre. Los dos pasos iniciales en la obra de Dios son: primeramente, la oración de fe por los fondos necesarios, y luego el comienzo real de la obra. ¡Qué lástima que hay muchos siervos de Dios que no tienen fe; y aún así, buscan servirle! Empiezan la obra sin tener la calificación esencial para ella; así que, lo que ellos hacen no tiene valor espiritual. La fe es el primer requisito en cualquier obra para Dios y debería ser ejercitada en relación con las necesidades materiales y también con las demás necesidades. Si no hay fe para los fondos, entonces no importa cuán buena sea la obra, tarde o temprano fracasará. Cuando cese el dinero, cesará también la obra.

VIVIENDO DEL EVANGELIO 

Nuestro Señor dijo: “El obrero es digno de su salario” (Lc. 10:7); y Pablo escribió a los corintios: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Co. 9:14). ¿Qué significa vivir del evangelio? No quiere decir que el siervo de Dios deba recibir de la iglesia una pensión definida, puesto que el sistema moderno de servicios pagados en la obra de Dios era desconocido en los días de Pablo. Lo que sí quiere decir es que los predicadores del evangelio pueden recibir donativos de los hermanos, pero no se hace ninguna estipulación en conexión con tales donativos. No se nombra ningún periodo de tiempo definido, ninguna cantidad específica de dinero, ni ninguna responsabilidad definida; todo es cuestión de buena voluntad. En la medida en que Dios toca los corazones de los creyentes, ellos obsequian a Sus siervos, así que, mientras que estos siervos reciben donativos a través de los hombres, su confianza está todavía enteramente puesta en Dios. Sobre El tienen sus ojos fijos, a El le cuentan sus necesidades, y es El quien mueve los corazones de Sus hijos a dar. Eso es lo que Pablo quiso decir cuando habló de vivir del evangelio. Pablo mismo recibió el donativo de la iglesia en Filipos (Fil. 4:16), y cuando estaba en Corinto fue ayudado por los hermanos de Macedonia (2 Co. 11:9). Estos son ejemplos de vivir del evangelio. Pablo recibía donativos de vez en cuando de individuos y de iglesias, pero no recibía por su predicación remuneración definida. Sí, “el obrero es digno de su salario”, y ciertamente debe vivir del evangelio. Sin embargo, haremos bien en preguntarnos: ¿De quién somos obreros? Si somos obreros de los hombres, busquemos de los hombres nuestro sostenimiento; pero si somos obreros de Dios, entonces no debemos esperar de ningún otro sino de El, aunque El puede satisfacer nuestras necesidades a través de nuestros semejantes. Todo el asunto se dilucida aquí: ¿Nos ha llamado Dios y nos ha enviado El? Si el llamamiento y la comisión vienen de El, entonces El deberá ser responsable por todo lo que involucre nuestra obediencia a El y con seguridad lo será. Cuando damos a conocer a Dios nuestras necesidades, El ciertamente escuchará, y moverá los corazones de los hombres para suministrarnos todo lo que necesitamos. Si sólo somos voluntarios en el servicio de Dios, entonces Dios no será responsable por las obligaciones en que incurramos, así que seremos incapaces de vivir del evangelio. Cuando la señorita M. E. Barber pensó en venir a China a servir al Señor, ella previó las dificultades que encontraría una mujer que saliera por su cuenta y riesgo a un país extraño, de manera que le pidió consejo al señor Wilkinson de la Misión Mildmay a los judíos, quien le dijo: “Un país extranjero, ninguna promesa de sostenimiento, ningún respaldo de una sociedad; todo esto no presenta ningún problema. La cuestión es ésta: ¿Va usted por iniciativa propia, o la envía Dios?” “Dios me envía”, contestó ella. “Entonces no se necesitan más preguntas”, respondió él, “porque si Dios la envía a usted El deberá ser responsable”. Es cierto, si vamos por iniciativa propia, entonces la vergüenza y la angustia nos esperan, pero si vamos como enviados de Dios, toda responsabilidad será de El y nunca tenemos que inquirir cómo ha de cumplirla. Pero en Corinto Pablo no vivió del evangelio; él hacía tiendas con sus propias manos. De manera que, evidentemente, hay dos formas en que pueden satisfacerse las necesidades de los siervos de Dios: esperar que Dios toque los corazones de Sus hijos para que den lo que es menester, u obtener el sostenimiento ocupándose medio tiempo en un trabajo secular. Puede ser bueno que trabajemos con nuestras manos, pero debemos fijarnos en que Pablo no lo consideraba lo usual. Es algo excepcional, un curso al que debe recurrirse en circunstancias especiales. “Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? Si otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros? Pero no hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo. ¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio. Pero yo de nada de esto me he aprovechado, ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo; porque prefiero morir, antes que nadie desvanezca esta mi gloria….¿Cuál, pues, es mi galardón? Que predicando el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo, para no abusar de mi derecho en el evangelio” (1 Co. 9:11-15, 18). Hay ciertos derechos que son privilegio de todos los predicadores del evangelio. Pablo no recibió nada de Corinto, porque estaba en unas circunstancias especiales en ese momento; pero, aunque no utilizó en esa ocasión sus privilegios como predicador del evangelio, está muy claro que sí lo hizo en otras ocasiones. “¿Pequé yo humillándome a mí mismo, para que vosotros fueseis enaltecidos, por cuanto os he predicado el evangelio de Dios de balde? He despojado a otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros. Y cuando estaba entre vosotros y tuve necesidad, a ninguno fui carga, pues lo que me faltaba, lo suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia, y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso. Por la verdad de Cristo que está en mí, que no se me impedirá esta mi gloria en las regiones de Acaya” (2 Co. 11:7-10). 

EL PRINCIPIO EN CUANTO A LA ACEPTACIÓN DE DONATIVOS 

No es lícito recibir un salario definido de una iglesia, y a veces ni aun un donativo indefinido. Pablo demostraba este principio en no recibir nada de la iglesia en Corinto. Si alguno nos da un donativo por lástima, entonces por causa del Señor no nos atrevemos aceptarlo; o si se ofrecen donativos, y la aceptación de los tales nos pondría bajo obligación a los donantes o bajo su control, debemos rechazarlos también. Todos los siervos de Dios no sólo deben confiar en El totalmente para el suministro de sus necesidades, sino que aun cuando se ofrecen donativos gratuitamente, deben tener la capacidad de discernir nítidamente si tales donativos pueden ser recibidos por Dios. En el Antiguo Testamento los diezmos de los israelitas eran entregados a los levitas. Los israelitas hacían sus ofrendas a Dios, no a los levitas, pero éstos estaban en lugar de Dios para recibir las ofrendas. Hoy en día, estamos en el lugar de los levitas, y los donativos que se nos ofrecen son en realidad ofrecidos a Dios. No recibimos obsequios de ningún hombre; por tanto, no tenemos obligación con ninguno. Si alguno desea gratitud, debe buscarla de Dios, porque es Dios quien recibe las ofrendas. Por lo tanto, siempre que se nos dé un donativo es imprescindible que nosotros tengamos claridad si Dios podría recibirlo o no. Si Dios no puede aceptarlo, nosotros no nos atrevemos a hacerlo. No nos atrevemos a recibir donativos indiscriminadamente, no sea que hagamos que Dios quede en una posición falsa. (Digo esto con reverencia). Hay mucha gente cuya vida no es agradable a Dios; ¿cómo podría, entonces, recibir El sus ofrendas? Si El no puede, entonces nosotros no nos atrevemos a hacerlo en Su lugar. Sólo debemos recibir dinero cuando el hecho no involucre obligación alguna por parte nuestra, y por parte de Dios, ninguna impresión equivocada de Su naturaleza. Puede suceder a veces que el donativo es correcto y asimismo la actitud del dador; pero en virtud de su donativo el dador puede considerarse con derecho a tener voz en la obra. Está perfectamente bien que el donante especifique en qué dirección ha de utilizarse su ofrenda, pero no es correcto que él decida cómo debe ejecutarse la obra. Ningún siervo de Dios debe sacrificar su libertad de seguir la dirección divina aceptando algún dinero que lo coloque bajo control humano. Un dador tiene perfecta libertad de estipular el uso que se deba dar a su donativo, pero tan pronto como lo haya dado, el dador debe soltar las riendas, y no procurar utilizar su donativo como un medio para ejercer control indirecto sobre la obra. Si él puede confiar en un siervo de Dios, que confíe; y si no, entonces no está obligado a darle su dinero. En el trabajo secular la persona que proporciona los medios ejerce autoridad en la esfera hacia la cual sus bienes están dedicados, pero no es así en la obra espiritual. Toda la autoridad en la obra reposa en aquel que ha sido llamado por Dios para ejecutarla. En el ámbito espiritual el obrero es quien controla el dinero, no el dinero al obrero. Aquel que ha recibido el llamamiento, y a quien Dios ha encomendado la obra, es aquel a quien Dios revelará la forma en que deba realizarse la obra, y él no se atreverá a recibir dinero de alguien que usaría su donativo para interferir con la voluntad del Señor según El se la ha revelado en conexión con la obra. Si un dador es espiritual, con gusto buscaremos su consejo, pero se debe buscar su parecer solamente sobre la base de su espiritualidad, no sobre la base de su donativo. Si puede confiar en nosotros, y si él tiene la certeza de que el Señor le dirige a dárnoslo, podemos entonces recibir su ofrenda; de otra manera, que conserve su dinero, y nosotros sigamos adelante con la obra de Dios en la manera que El nos ha ordenado, acudiendo sólo a El para que provea a las necesidades de la obra y a las nuestras. En todo nuestro servicio para Dios debemos mantener una actitud de dependencia total de El. Sea que haya fondos en abundancia, o que escaseen, nosotros debemos continuar nuestra obra con constancia, reconociéndola como un cargo encomendado a nosotros por Dios y como un asunto por el cual nosotros somos responsables ante El solamente. “¿Trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no seria siervo de Cristo” (Gá. 1:10). Debemos permanecer absolutamente independientes de los hombres en lo que se refiere al lado financiero de la obra, pero aun en nuestra independencia debemos conservar una actitud verdaderamente humilde y dispuesta, para aceptar los consejos de todo miembro del Cuerpo que esté en íntimo contacto con la Cabeza; y debemos esperar a través de ellos confirmación de la dirección que hemos recibido directamente de Dios. Pero al buscar y recibir consejos de otras personas, debemos hacerlo motivados por la espiritualidad de ellos, y no por su posición financiera. Estamos dispuestos a buscar el consejo del miembro más rico del Cuerpo, no debido a su dinero, ni a pesar de ello, y estamos igualmente dispuestos a buscar el consejo del miembro más pobre, no debido a su pobreza, ni a pesar de ella. En los asuntos de las finanzas debemos mantener este principio: es con Dios solamente con quien tenemos que tratar. ¡Que la gloria de Pablo sea también la nuestra!

ACTITUD HACIA LOS GENTILES 

El principio es: “sin aceptar nada de los gentiles” (3 Jn. 7). No osamos recibir ningún sostenimiento para la obra de Dios de parte de aquellos que no le conocen. Si Dios no ha aceptado a un hombre, tampoco podrá aceptar su dinero, y sólo lo que Dios puede aceptar osen aceptar Sus siervos. Si alguna persona ocupada en el servicio de Dios acepta dinero de un hombre que no es salvo, para el avance de la obra, entonces virtualmente coloca a Dios en obligación para con los pecadores. Nunca recibamos dinero a nombre de Dios, de modo que le permita a un pecador, ante el gran trono blanco, acusar a Dios de haber sacado provecho de él. Sin embargo, esto no quiere decir que debemos rechazar aun la hospitalidad de los gentiles. Si en la providencia de Dios visitamos alguna Melita, haremos bien en aceptar la hospitalidad de un amistoso Publio. Pero esto debe hacerse definidamente según el arreglo de Dios, no como caso usual. Nuestro principio debe ser siempre el de no tomar nada de los gentiles. Cuando comencemos a usar su dinero, nuestra obra habrá caído en un estado lamentable. 

LAS IGLESIAS Y LOS OBREROS 

¿Deben las iglesias suministrar lo necesario a los obreros? La Palabra de Dios nos da una contestación clara a nuestra pregunta. Vemos en ella que el dinero reunido por las iglesias es usado en tres formas distintas: (1) Para los santos pobres. Las Escrituras dan mucha atención a los hijos de Dios que son menesterosos, y una gran parte de las ofrendas locales es usada para aliviar su aflicción. (2) Para los ancianos de la iglesia local. Las circunstancias pueden hacer necesario que los ancianos renuncien a sus ocupaciones ordinarias a fin de entregarse de lleno a los intereses de la iglesia, en cuyo caso los hermanos locales deben reconocer su responsabilidad financiera hacia ellos y procurar, aunque sea en parte, suplirles lo que han sacrificado por causa de la iglesia (1 Ti. 5:17-18). (3) Para los hermanos que laboran y para la obra. Esta debe ser tomada como una ofrenda a Dios, no como sueldo pagado a ellos. “He despojado a otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros. Y cuando estaba entre vosotros y tuve necesidad, a ninguno fui carga, pues lo que me faltaba, lo suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia, y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso” (2 Co. 11:8-9). “Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al principio de la predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos….Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Fil. 4:15, 18). Cuando los miembros de una iglesia son espirituales, no pueden evitar cuidar los intereses del Señor en sitios más allá de su propia localidad, y el amor del Señor les constreñirá a dar para los obreros así como para la obra. Si los miembros no son espirituales es probable que razonen que, puesto que la iglesia y la obra son entidades separadas, ellos no tienen obligaciones para la obra y que basta con responsabilizarse de la iglesia. Mas aquellos miembros que son espirituales siempre serán conscientes de su responsabilidad en cuanto a la obra y los obreros, y nunca tratarán de evadirla basados en que no tienen ninguna responsabilidad oficial. Ellos tendrán como un deber y también como un deleite hacer avanzar, por medio de sus donativos, lo que interesa al Señor. Mientras que en las epístolas se alentaba a las iglesias a dar para los santos pobres y también para los ancianos y maestros locales, no se menciona estímulo alguno para dar a los apóstoles o a la obra en que ellos se ocupaban. La razón es obvia. Los escritores de las epístolas eran, ellos mismos, apóstoles; por tanto, no hubiera sido propio que ellos invitaran a que se dieran donativos a ellos o a su obra, ni tenían ellos ninguna libertad del Señor para hacerlo. Era perfectamente adecuado que ellos animaran a los creyentes a que dieran a otras personas, pero para el suministro para sus propias necesidades y las necesidades de la obra, ellos sólo podían acudir a Dios. Al cuidar de las necesidades de otros, El no pasaba por alto las necesidades de ellos y El mismo conmovía los corazones de Sus santos para que proveyeran todo lo que se requiriera. Así que los obreros de hoy deben hacer lo que hacían los apóstoles de aquel entonces, sólo preocuparse de las necesidades de otros, y Dios tomará para Sí todas sus preocupaciones. Fue una grande y noble declaración la que nuestro hermano Pablo hizo a los filipenses. Se atrevió a decirles a aquellos quienes eran casi su único sostén: “Todo lo he recibido, y tengo abundancia”. Pablo no da ninguna insinuación de necesidad, sino que tomó la posición de un hijo rico de un Padre opulento, y no tenia temor de que al hacerlo así se detendría el suministro de más abastecimientos. Estaba muy bien que los apóstoles dijeran a un incrédulo que también estaba en penuria: “No tengo plata ni oro”, pero nunca estaría bien que un apóstol necesitado dijera eso a creyentes que estuvieran dispuestos a responder a una solicitud de ayuda. Es una deshonra para el Señor si algún representante Suyo divulga necesidades que provocan lástima de parte de otros. Si tenemos una fe viva en Dios, siempre nos gloriaremos en El, y osaremos proclamar en toda circunstancia: “Todo lo he recibido, y tengo abundancia”. No hay nada mezquino ni bajo en los siervos verdaderos de Dios; son todos hombres de gran corazón. Las líneas siguientes fueron escritas por la señorita M. E. Barber sobre el Salmo 23:5 después de haber gastado su último dólar: Siempre hay algo que rebosa, Al confiar en nuestro Señor de gracia; Cada copa que El llena rebosa, Todos Sus ríos grandes son anchos. Nada estrecho, nada limitado, Jamás salió de Su provisión; A los suyos El da medida plena, Por siempre rebosando. Siempre hay algo que rebosa, Al tomar de la mano del Padre, Nuestra porción con acción de gracias, Alabando por la senda que planeó El. Satisfacción plena y ahondando, Llena el alma y a los ojos da la luz, Cuando el corazón ha confiado en Jesús Para satisfacer todas sus necesidades. Siempre hay algo que rebosa, Al declarar todo Su amor; Profundidades inexploradas aún yacen a nuestros pies, Alturas no escaladas ascienden a lo alto. Labios humanos jamás podrán contar Toda Su maravillosa ternura. Sólo podemos alabar y admirarnos Y Su nombre por siempre bendecir. Somos los representantes de Dios en este mundo, y estamos aquí para probar Su fidelidad; por lo tanto, en asuntos financieros debemos ser completamente independientes de los hombres y plenamente dependientes de Dios. Nuestra actitud, nuestras palabras y nuestras acciones, todas deben declarar que únicamente El es nuestra fuente de abastecimiento. Si hay alguna debilidad en esto, se le robará a El la gloria que merece. Como los siervos de Dios, debemos exhibir los recursos abundantes de nuestro Dios. No debemos temer que parezcamos ricos ante la gente. No debemos ser falsos, pero tal actitud corresponde perfectamente con la honestidad. Mantengamos nuestras necesidades financieras en secreto, aun si nuestra discreción lleva a los hombres a concluir que tenemos suficiente, cuando en realidad no tengamos nada. Aquel que ve en lo secreto tomará nota de todas nuestras necesidades, y El las llenará, no en medida limitada sino “conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19). Nos atrevemos a hacer las cosas difíciles para Dios, porque El no requiere ninguna ayuda de parte de nosotros para efectuar Sus milagros. Del estudio de la Palabra de Dios notamos dos cosas con respecto a la actitud de Sus hijos en asuntos financieros. Por una parte, los obreros deben tener cuidado de no revelar sus necesidades a nadie sino sólo a Dios; por otra, las iglesias deben ser fíeles para recordar las necesidades tanto de los obreros como de la obra, y deben enviar donativos, no solamente a aquellos que están trabajando en su cercanía, o a los que han sido llamados de en medio de ellos, sino que, como los filipenses y los macedonios, deben ministrar con frecuencia a un Pablo lejano. El horizonte de las iglesias debe ser más amplio de lo que es. El método actual de que una iglesia mantenga a su propio “ministro” o a su propio misionero, era una cosa desconocida en los días apostólicos. Si los hijos de Dios, con las facilidades de hoy en día para remitir dinero a partes lejanas, sólo ministran a las necesidades de aquellos en su propia localidad, ciertamente carecen de percepción espiritual y de un corazón ensanchado. De parte de los obreros, ellos no deben esperar recibir nada del hombre, y de parte de las iglesias, ellas deben recordar fielmente la obra y los obreros tanto en la localidad como en el extranjero. Es esencial en la vida espiritual de las iglesias que éstas tomen un interés práctico en la obra. Dios no tiene ningún uso para un obrero incrédulo, ni tiene uso alguno para una iglesia que carece de amor. La distinción entre la iglesia y la obra debe estar bien definida en la mente del obrero, especialmente en lo tocante a los asuntos financieros. Si un obrero llega en una visita corta a cualquier lugar, a invitación de la iglesia, entonces es correcto que él acepte su hospitalidad. Pero si él se queda por un período indefinido, entonces debe tomar la carga él solo delante de Dios; si no, su fe en Dios menguará. Aun si un hermano ofreciera voluntariamente hospitalidad gratuita, debe ser rechazada, porque la vida de fe debe ser preservada cuidadosamente. Está bien que los hermanos den donativos a los obreros de vez en cuando, como los filipenses lo hacían con Pablo, pero no deben tomar la responsabilidad de ninguno. Las iglesias no tienen obligaciones oficiales con respecto a los obreros, y estos deben procurar que ellas no tomen tales responsabilidades. Dios nos permite aceptar donativos, pero no es Su voluntad que otros se responsabilicen de nosotros. Donativos de amor pueden ser mandados a los obreros de parte de sus hermanos en el Señor, pero ningún creyente debe considerarse bajo ninguna obligación legal hacia ellos. Las iglesias no solamente no tienen responsabilidad oficial alguna para con los obreros; sino que ni siquiera son responsables de la alimentación, ni del alojamiento, ni de los viáticos de ellos. Toda la responsabilidad financiera de la obra reposa sobre aquellos a quien Dios la ha confiado. “A nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado” (2 Co. 7:2). “No os seré gravoso” (2 Co. 12:14). “Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo” (1 Ts. 2:5). “Ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros” (2 Ts. 3:8). De estos pasajes vemos claramente la actitud del apóstol. El no estaba dispuesto a imponer ninguna carga sobre otros ni a aprovecharse de ellos en ninguna forma. Y ésta debe ser también nuestra actitud. No solamente no debemos recibir salario, sino que debemos tener cuidado de no tomar la más ligera ventaja sobre alguno de nuestros hermanos. Los apóstoles deben estar dispuestos a que se tome ventaja de ellos, pero por ningún motivo deben aprovecharse de otros. Es una cosa vergonzosa profesar confianza en Dios y, sin embargo, desempeñar el papel de un mendigo, dando a conocer las necesidades de uno y provocando a otros a compasión. Un siervo de Dios que realmente ve la gloria de Dios y su propia posición gloriosa como uno de Sus obreros, bien puede ser independiente de otros, y aun generoso. Es justo que disfrutamos de la hospitalidad de nuestros hermanos por un corto tiempo, pero debemos, con rigidez, guardarnos de aprovecharnos de ellos en pequeñeces como alojamiento por una noche, una comida esporádica o el uso de utensilios de la casa o hasta de un periódico. Nada revela pequeñez de carácter tan pronto como el aprovecharse de trivialidades. Si no somos cuidadosos en tales asuntos, sería mejor renunciar a nuestra tarea. Todos los movimientos de los obreros afectan profundamente la obra, y, a menos que tengamos una confianza viva en Dios, nuestros movimientos estarán propensos a ser determinados por nuestra expectativa de ingresos. El dinero tiene un gran poder de influencia en los hombres, y, a menos que nosotros tengamos una fe verdadera en Dios y un corazón sincero para hacer Su voluntad, muy probablemente seremos afectados por el aumento y la disminución de los fondos. Si nuestros movimientos están gobernados por el suministro financiero, entonces somos meros empleados que trabajan por la paga, o mendigos que piden limosna, y somos una deshonra al nombre del Señor. Nunca debemos ir a un lugar debido a la perspectiva financiera prometedora de trabajar allí, ni debemos evitar ir porque el futuro financiero es oscuro. En todos nuestros movimientos debemos preguntarnos: ¿Estoy yo en la voluntad de Dios? o ¿soy afectado aun en lo más mínimo por las consideraciones financieras? Estamos dedicados a servir al Señor, no a ganar una subsistencia.

LOS OBREROS Y SU OBRA 

Tengamos en claro que no solamente debemos llevar la carga de nuestras propias necesidades, sino también de las necesidades de la obra. Si Dios nos ha llamado a una obra determinada, entonces todo desembolso financiero en conexión con ella es asunto nuestro. A dondequiera que vayamos, somos responsables de todos los gastos relacionados con tal obra, desde su iniciación hasta su terminación. Si somos llamados por Dios para laborar como pioneros, aunque los gastos por renta, muebles y viajes puedan ascender a una cantidad respetable, nosotros solos somos responsables de ellos. No es digno de ser llamado siervo de Dios quien no pueda responsabilizarse de sus propias necesidades ni de las necesidades de la obra a la cual Dios le ha llamado. No es la iglesia local, sino aquél a quien se le ha encomendado la obra, quien tiene que llevar todas las responsabilidades financieras en relación con ella. Otro punto al que tenemos que prestarle atención es a la distinción nítida entre donativos para uso personal y donativos para la obra. Puede parecer superfluo mencionarlo, sin embargo, hay que recalcar que ninguna cantidad de dinero obsequiada para la obra debe ser utilizada por el obrero para satisfacer sus necesidades personales. Debe ser o bien, usada para cubrir gastos en relación con su propia obra, o ser enviada a otro obrero. Debemos aprender rectitud en cuanto a todo asunto financiero. Si hay una necesidad con relación a la obra, el obrero tiene que encargarse de tal necesidad, y si hay algo que sobra, no puede cambiarle de destino para satisfacer sus propias exigencias. Cuando yo apenas empezaba a servir al Señor, leí de un incidente en la vida de Hudson Taylor que me fue de gran ayuda. Si lo recuerdo correctamente, esto es lo principal: el señor Taylor estaba en San Luis, Missouri, EE.UU., y tenía que estar en Springfield para unas reuniones. El carruaje que lo llevaba a la estación fue demorado, con el resultado de que cuando llegó ya el tren había salido, y parecía que no había manera posible para que él pudiera cumplir con el compromiso. Pero, dirigiéndose al Dr. J. H. Brookes, dijo: “Mi Padre se encarga de los trenes; yo estaré allí a tiempo”. Al preguntarle al empleado, encontraron que un tren salía de San Luis en otra dirección, que cruzaba la vía del que iba a Springfield; pero el otro tren siempre salía diez minutos antes de que este segundo tren llegara, puesto que eran vías opuestas. Sin titubear un momento, el señor Taylor dijo que tomaría ese tren, a pesar de que el empleado le había dicho que nunca hacían conexión allí. Todavía estaban esperando, cuando llegó a la estación un caballero y le dio al señor Taylor un dinero. Este volteó hacia el doctor Brookes con la declaración: “¡No se da cuenta de que mi Padre acaba de enviarme el dinero para el boleto!”, queriendo decir que, aun cuando hubiera llegado a tiempo para el primer tren, no habría podido tomarlo. El doctor Brookes estaba asombrado. El sabía que el señor Taylor tenía una buena cantidad de dinero a mano que se le había dado para su obra en China, así que preguntó: “¿Qué quiere decir usted con eso de que no tenía dinero para su boleto?” El señor Taylor contestó: “Yo nunca uso nada para gastos personales que esté especificado para la obra. ¡El dinero señalado para mis gastos acaba de llegar!” Por casí la primera vez en la historia de ese ferrocarril, el tren de San Luis llegó antes que el otro, ¡y el señor Taylor pudo cumplir su compromiso en Springfield! 

EXPONER NUESTRAS NECESIDADES 

Como ya hemos dicho, un apóstol puede alentar al pueblo de Dios a recordar las necesidades de los santos y de los ancianos, pero él no puede mencionar nada de sus propias necesidades ni de las necesidades de la obra. Que él se concrete a llamar la atención de las iglesias a las necesidades de otros, y Dios llamará la atención de ellos a las necesidades de él. Que se ocupe de las necesidades de los santos y ancianos, y Dios usará a los santos y ancianos para atraer la atención de las iglesias a las necesidades de él. Debemos evitar toda propaganda en relación con la obra. Con toda honradez de corazón debemos confiar en Dios y darle a conocer nuestras necesidades sólo a El. Si así nos guía el Señor, podremos decir para Su gloria lo que El ha hecho por medio nuestro (véase Hch. 14:27; 15:3-4). Pero nada debe hacerse en forma de propaganda con la esperanza de recibir ayuda material. Esto es desagradable a Dios y nos perjudica. Si en algún asunto financiero nuestra fe se debilita, encontraremos que ésta fallará cuando la pongan a prueba dificultades que surjan en relación con la obra. Además, si conocemos algo del poder de la cruz para tratar con la vida del yo, ¿cómo podemos recurrir a propaganda para la obra y así quitar las cosas de las manos de Dios y llevarlas a cabo por nuestros propios esfuerzos? Conozco obras que, en sus comienzos, se basaban puramente en la fe, y la bendición del Señor reposaba sobre ellas. En corto tiempo los obreros sintieron la necesidad de extender la obra, y en realidad la extendieron más allá de sus ingresos acostumbrados. En consecuencia, tuvieron que recurrir a publicidad indirecta a fin de poder hacer frente a sus obligaciones. Cuidémonos de ampliar la obra nosotros mismos, porque si la extensión es del hombre, tendremos que usar métodos humanos para cumplir con las nuevas obligaciones. Si Dios ve que la obra necesita extenderse, El mismo la ampliará, y si El la extiende, El será responsable de hacer frente a las necesidades aumentadas. Es por emplear métodos humanos para extender una obra, que deben fabricarse medios humanos para satisfacer las nuevas necesidades de la obra; así se recurre a la publicidad y a la propaganda para resolver el problema. A fin de aumentar los fondos para la obra, los obreros cristianos han utilizado mucho algunos medios como cartas circulares, informes, revistas, trabajos de delegación, agentes especiales y centros especiales de negocios. Los hombres no están dispuestos a permitir que Dios la amplíe a Su tiempo, y debido a que no pueden esperar pacientemente su desarrollo espontáneo, sino que fuerzan un crecimiento artificial, tienen que recurrir a la actividad natural para cumplir con las exigencias de ese crecimiento. Ellos han apresurado los acontecimientos, así que tienen que concebir medios y formas de procurarse un aumento de abastecimientos. El crecimiento espontáneo de la obra de Dios no hace necesaria ninguna actividad de la naturaleza humana, porque Dios cubre todas las exigencias que El crea. La publicidad ha sido desarrollada hasta ser un arte fino en esta época, pero si tenemos que tomar ideas de los hombres de negocio y usar métodos modernos de publicidad para que nuestra obra sea un éxito, entonces renunciemos a nuestro ministerio y cambiemos de llamamiento. La sabiduría del mundo declara que “el fin justifica los medios”, pero no es así en la esfera espiritual. Nuestro fin debe ser espiritual, pero también nuestro medio debe ser espiritual. La cruz no es meramente un símbolo; es un hecho y un principio que debe gobernar toda la obra de Dios. Debemos permitir que el Espíritu Santo nos impida donde El quiera, y no procurar apresurar las cosas tocando la obra divina con manos humanas. No es necesario que maquinemos medios para atraer la atención a nuestra obra. Dios en Su soberanía y providencia bien puede cargar con toda la responsabilidad. Si El mueve a los hombres a ayudarnos, entonces todo está bien, pero si nosotros mismos intentamos mover a los hombres, entonces nosotros sufriremos pérdida, y asimismo la obra. Si en verdad creemos en Dios dejaremos el asunto totalmente en Sus manos. Todos nosotros confiamos en Dios en lo que a nuestra supervivencia se refiere, pero ¿hay acaso alguna necesidad de publicarlo? Me disgusta oír a los siervos de Dios recalcar el hecho de que ellos viven por fe. ¿Creemos de veras en la soberanía de Dios y en Su providencia? Si es así, ciertamente podremos confiar en que El dará a conocer nuestras necesidades a Sus santos, y de esta manera ordenará las cosas para que nuestras necesidades sean satisfechas sin que nosotros tratemos de darlas a conocer. Aun si la gente dedujera de nuestra manera de vivir que tenemos un ingreso privado, y por ende retuvieran sus donativos, no nos importa. Yo aconsejaría a mis hermanos más jóvenes en el ministerio, que no hablen de sus necesidades personales ni de su fe en Dios, de modo que tengan mayor oportunidad de probarle. Cuanto más fe haya, menos palabrería habrá al respecto. 

ENTRE LOS COLABORADORES 

En el Antiguo Testamento leemos que, aun cuando los levitas estaban en el lugar de Dios para recibir diezmos de todo Su pueblo, ellos mismos ofrecían diezmos a El. El siervo del Señor debe aprender a dar, lo mismo que a recibir. Alabamos a Dios por la forma generosa en que los obreros en días pasados han dado a sus colaboradores, pero todavía necesitamos estar más atentos a las necesidades materiales de todos nuestros hermanos en la obra. Debemos recordar las palabras de Pablo: “Para lo que me ha sido necesario a mí, y a los que están conmigo, estas manos me han servido” (Hch. 20:34). No sólo debemos esperar tener suficiente para gastar en nosotros y en nuestra obra, sino que debemos confiar en Dios para que nos proporcione lo suficiente para dar también a otros. Si sólo pensamos en nuestras necesidades personales y las necesidades de nuestra obra, y olvidamos las necesidades de nuestros colaboradores, el nivel de nuestra vida espiritual está demasiado bajo. Como Pablo, debemos pensar continuamente en aquellos que están con nosotros, y ayudar a ministrar a sus necesidades. Si alguien entre nosotros es sólo uno que recibe y no uno que da, no es digno de Aquél que le envía ni de sus colaboradores. El alcance de lo que pensamos con relación a las necesidades materiales siempre debe estar sobre la base de “lo que me ha sido necesario, y a los que están conmigo”. El dinero que Dios me envía no es sólo para mí sino también para los que están conmigo. Un hermano sugirió una vez que ciertamente Dios proveería a las necesidades de todos nuestros colaboradores, así que no necesitamos preocuparnos demasiado por ellos, especialmente en vista de que no somos una misión y no tenemos obligaciones financieras con ellos. Pero nuestro hermano olvidó que no sólo somos responsables por nuestras propias necesidades y las necesidades de nuestra obra, sino que en un sentido espiritual, somos, como Pablo, responsables también por los que están con nosotros. Si somos buenos colaboradores o no, se evidenciará por la medida de consideración para nuestros hermanos en la obra. Puesto que no somos una misión y no tenemos una organización hecha por hombres, ni tenemos cuartel general, ni centralización de fondos, y consecuentemente ningún centro de distribución, ¿cómo pueden satisfacerse las necesidades de todos nuestros colaboradores? Algunos hermanos que han mostrado interés me han hecho esta pregunta muchas veces. La contestación es ésta: todas las necesidades pueden ser satisfechas si cada uno comprende su responsabilidad financiera triple: en primer lugar, en relación con sus necesidades personales y las de su familia; en segundo lugar, en relación con las necesidades de su obra; y en tercer lugar, en relación con las necesidades de sus colaboradores. No sólo debemos acudir a Dios para la provisión de nuestras propias necesidades y las que se relacionan con nuestra obra, sino que debemos acudir a El con igual determinación para que nos mande fondos adicionales que nos permitan tener algo que enviar a nuestros asociados en la obra. Desde luego que no tenemos una obligación oficial hacia ellos, pero no podemos descuidar nuestra responsabilidad espiritual. Las exigencias de los obreros varían y las exigencias de la obra varían también, además de lo cual el poder de oración es distinto en diferentes individuos, y la medida de fe varía también. Se entiende, por tanto, que nuestros ingresos no serán los mismos; pero cada uno de nosotros debería ejercitar definidamente su fe para el abastecimiento de fondos suficientes a fin de poder distribuir para las necesidades de otros. Las sumas que recibimos y damos pueden diferir, pero el mismo principio se aplica a todos nosotros. Si se labora basado en lo anterior, no será necesario un cuartel general porque cada uno de nosotros actúa como una especie de cuartel general y centro de distribución. Por supuesto esto no significa que debemos mandar una porción igual a todos los que están relacionados con nosotros; eso es un asunto de dirección individual. Confiamos en la soberanía y providencia de Dios, y dejemos que El regule la distribución de los donativos para que ninguno tenga exceso y para que ninguno tenga escasez. Si Dios nos guía a enviar dinero en una manera regular a un obrero en particular, sería mejor mandarlo con un hermano esta vez y con otro la próxima, para que el dador reciba menos atención de parte del receptor. El principio del gobierno de Dios en relación con las cosas financieras es: “El que recogió mucho, no tuvo más; y el que poco, no tuvo menos” (2 Co. 8:15). Aquel que ha recogido mucho debe estar dispuesto a que nada le sobre, porque sólo entonces no le faltará a aquel que ha recogido poco. Algunos de nosotros hemos probado por experiencia que cuando tomamos la carga de aquellos que recogen poco, Dios se asegura de que nosotros recojamos mucho; pero si nosotros solamente pensamos en nuestras propias necesidades, lo más que podemos esperar es reunir poco y que no nos falte. Es un privilegio poder ayudar a nuestros hermanos en la obra y aun poder dar la proporción más grande de su ingreso. Los que sólo han aprendido a tomar, pocas veces reciben; mas los que han aprendido a dar, siempre están recibiendo y siempre tienen más para obsequiar. Cuanto más uno gaste para otros, tanto más se aumentará el ingreso de uno; cuanto más trate uno de ahorrar, tanto más será perturbado por el orín y los ladrones (Mt. 6:19-20). No debemos limitar nuestro obsequio a aquellos que son nuestros asociados inmediatos, sino que debemos recordar a los obreros en otras partes y procurar ministrar a sus necesidades. Debemos siempre tener presentes ante los hermanos entre quienes laboramos a los otros obreros y sus necesidades, y alentarlos a que les ayuden, nunca temiendo que Dios bendecirá a otros obreros más que a nosotros. No debemos dar lugar al miedo ni a la envidia. ¿Realmente creemos nosotros en la soberanía de Dios? Si es así, nunca temeremos que algo que Dios ha destinado para nosotros nos deje de llegar. Las necesidades de Pablo y sus colaboradores eran grandes, y aunque sólo presentaba las necesidades de los santos y ancianos a las iglesias, Dios proveía para sus necesidades y las de los que estaban con él. Si nuestra obra ha de ser llevada por sendas agradables a Dios, entonces es absolutamente esencial que la soberanía de Dios sea un factor vivo en nuestra experiencia, y no simple teoría. Cuando conocemos la soberanía de Dios, entonces aun si los hombres parecen moverse al azar a nuestro alrededor y las circunstancias parecen girar a merced de la casualidad, seguiremos estando confiados en la seguridad de que Dios ordena cada detalle de nuestro camino para Su gloria y para nuestro bien. Las necesidades de otros tal vez sean conocidas de los hombres, mientras que quizás nadie sepa ni se preocupe de las nuestras, pero no tendremos ansiedad si la soberanía de Dios es una realidad para nosotros, porque entonces veremos todas esas circunstancias fortuitas y toda esa gente indiferente y aun las huestes de maldad que se oponen, siendo uncidas silenciosamente a Su voluntad, y todas esas fuerzas dispersas se relacionarán como una sola para servir a Su propósito y servir los propósitos de aquellos cuya voluntad es uno con la de El. Sí, “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas obran juntamente para bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28, gr.). La cuestión no es, entonces, si nuestras necesidades son grandes o pequeñas o si son manifiestas u ocultas, sino simplemente: ¿estamos en la voluntad de Dios? Nuestra fe puede ser probada, y nuestra paciencia también, pero si estamos dispuestos a dejar las cosas en las manos de Dios y en quietud esperar en El, entonces no dejaremos de ver una sincronización cuidadosa de los eventos, y un acople exquisito de las circunstancias, y, emergiendo de un laberinto sin significado, una perfecta relación entre nuestra necesidad y el abastecimiento.

¿POR QUÉ NO UNA MISIÓN DE FE? 

Algunas personas han preguntado: “Puesto que ustedes creen que todos los siervos de Dios deben confiar en El para la provisión de sus necesidades diarias, y puesto que ustedes tienen un grupo tan grande de colaboradores, ¿por qué no se convierten en una misión de fe, organizada?” Por dos razones: Primeramente, en la Palabra de Dios toda asociación de obreros está fundada sobre una base espiritual, no una oficial. Tan pronto como se tiene una organización oficial, se cambia la relación espiritual que existe entre los colaboradores por una relación oficial. En segundo lugar, depender exclusivamente de Dios para la provisión de todas las necesidades materiales no demanda una fe tan activa de parte de una organización oficial como la que demanda de parte de individuos que solamente están relacionados en una comunión espiritual. Es mucho más fácil como misión confiar en Dios que hacerlo como individuo. En las Escrituras vemos fe individual, mas no vemos cosa alguna que se asemeje a fe de organización. En una organización tiene que haber algo de ingresos, y todo miembro tiene la seguridad de recibir una parte, ya sea que ejercite la fe o no. Esto abre la puerta para que personas que no tienen una fe activa en Dios se unan a la misión. Y en el caso de aquellos que tienen fe cuando ingresan, existe la posibilidad de que la confianza personal en el Señor gradualmente se debilite por la falta de ejercicio, puesto que los suministros llegan con cierta regularidad, ya sea que los miembros individuales de la misión ejerciten su fe o no. Es muy fácil perder la fe en Dios y confiar simplemente en una organización. Aquellos que conocen la fragilidad de la carne están conscientes de cuán propensos estamos a fiarnos de cualquier cosa y cualquier persona, excepto de Dios. Es mucho más fácil poner nuestra esperanza en las remesas de la misión que en los cuervos del cielo. Amados, ¿acaso no es esto cierto? Si he dicho algo impropio, que Dios y los hombres me perdonen. Debido a que somos tan propensos a mirar la vasija y olvidar el manantial, Dios frecuentemente ha tenido que cambiar Sus medios de abastecimiento para mantener nuestros ojos fijos en la fuente. De manera que los cielos que antes nos enviaban lluvias que gustosos recibimos serán de bronce, se permite que los arroyos que nos refrescaban se sequen, y los cuervos que nos traían el alimento diario ya no nos visitan; pero entonces Dios nos sorprende al proveer a nuestras necesidades por medio de una viuda pobre, y así probamos los recursos maravillosos de Dios. La fe de organización no estimula la confianza personal en Dios, y eso es precisamente lo que El desea desarrollar. Yo sé que en un cuerpo organizado muchas dificultades se desvanecen automáticamente. Hablando humanamente, asegura un ingreso mucho más grande, debido a que muchos de los hijos de Dios prefieren donar a organizaciones más bien que a individuos. Además, la obra organizada atrae mucho más la atención de los hijos de Dios que la no organizada. Pero preguntas como éstas constantemente nos desafían: ¿cree usted realmente en Dios? ¿Deben sacrificarse los principios bíblicos a la conveniencia? ¿Verdaderamente desea usted lo mejor de Dios con todas las dificultades que acarrea? Nosotros sí, y por eso no tenemos otra alternativa que laborar basándonos en el Cuerpo de Cristo en asociación espiritual con todos aquellos que se afirman en ese mismo principio. Pero deseamos señalar que, aunque nosotros mismos no somos una misión, no nos oponemos a las misiones. Nuestro testimonio es positivo, no negativo. Nosotros creemos que en la Palabra de Dios los diferentes grupos de enviados que estuvieron asociados con la obra se basaron en el principio del Cuerpo, y que ninguno de tales grupos fue organizado en misión. Con todo, si nuestros hermanos se sienten guiados por Dios a formar una organización así, no tenemos nada que decir en contra. Solamente decimos: ¡Que Dios los bendiga! Que nosotros formáramos una misión porque otros hijos de Dios lo hacen, estaría mal, puesto que no vemos base bíblica para ello, y el Espíritu no nos ha guiado en esa dirección. Pero, sea que laboremos en una comunión cuyas relaciones son solamente espirituales, o en una organización cuyas relaciones son oficiales, que Dios nos haga absolutamente uno en esto: que no busquemos el incremento o la extensión de las sociedades en que trabajemos, sino que hagamos nuestra única meta laborar exclusivamente para la fundación y la edificación de las iglesias locales.